27.
—————————
CAPÍTULO VEINTISIETE
Verdad vs miedo
————————
Durante dos días, Edward y Carlisle permanecieron en el claro donde Alice había visto llegar a los Vulturis. El mismo lugar donde se produjo la matanza de los neonatos de Victoria. Obviamente aquello se me hizo algo repetitivo, como deja vu. Aunque, la única diferencia era que Edward y Bella estarían al lado de su familia, igual que yo misma, mi hermano o Seth. Y eso, no me acababa de dejar nada tranquila.
Me mantuve al lado de Jacob y mi hermano, ninguno de los dos había hecho el amago de despedirse. Solo habíamos hablado con nuestros padres, por si acaso. Ellos eran los únicos Quileute que se quedarían en la Reserva. Obviamente mi padre no tendría ningún problema en ayudar, pero lo convencí de que debía haber un Wolf allí por si las cosas se torcían.
Comenzó a nevar de nuevo la noche anterior a Nochevieja, lo noté a pesar de estar durmiendo. Renesmee dormía en medio de Jacob y de mí, pues Bella nos lo había pedido por si ella tenía frío. Lo cierto era que me preguntaba como la niña era capaz de dormir con los tremendos ronquidos que mi marido y mi hermano daban.
Cuando la mañana se alzó, dejamos la tienda de Renesmee y nos dirigimos a encontrarnos con la manada. Se me había formado un nudo en la garganta de solo pensar que había llegado el día, pero mi mente estaba más decidida que el resto de mi cuerpo. Tenía claras mis prioridades, y las mantendrían en alto pasase lo que pasase.
Mi última orden prácticamente había sido que ellos se mantuvieran en los bosques. Mi hermano no podía estar lejos de Nessie, y ni Jacob ni yo íbamos a dejarlo a él solo entre tanto vampiro. Obviamente todos comenzaron a quejarse, hasta que para mi sorpresa, Leah pegó un grito que casi nos dejó sordos. Me había lanzado una mirada llena de ¿orgullo quizás? para luego soltar: << Ella es la Alfa, panda de tarados, y además es una elemental. Dejad de tratarla como si fuera una muñequita de porcelana. Me agobiáis.>>-
A su modo, Leah me había ayudado, así que realmente se lo agradecí.
Desde el momento en el que me desperté, noté mis ojos raros y ellos me confirmaron que estaban rojos. Carlisle, Benjamin y Garret me aseguraron que era normal, teniendo en cuenta la amenaza que suponían los Vulturis hacia Renesmee. Era mi lado elemental, preparándose para defenderla costase lo que costase.
Caminar entre la nieve entre tantos vampiros casi me hizo gracia, casi me reí. Pero estaba concentrada, con todos los sentidos alertas. Simplemente me fijé en la postura rígida de Zafrina y a Benjamin sentado en el suelo, los más cercanos a Edward, Bella y la niña. El egipcio me miró durante unos segundos y asintió levemente.
Nos colocamos al lado de ellos tres. Nessie palmeó la cabeza de Joe y luego me miró. Parecía un poco más nerviosa que el día anterior, pero le señalé la pulsera con los ojos. Pareció entenderlo, pues esbozó una efímera sonrisa y asintió con la cabeza.
Pasaron lentamente un par de minutos, y entonces, Edward se envaró y siseó por lo bajo entre sus dientes apretados. Sus ojos se concentraron en el bosque justo al norte del sitio en el que estábamos. Seguimos la dirección de su mirada y clavamos allí los ojos. Esperamos de esa guisa a que transcurrieran los últimos segundos.
Llegaron alineados en una formación rígida y formal, pero no se trataba de una marcha a pesar de lo conjuntado que era su avance. Pasaban entre los árboles en perfecta sincronía. La formación se desplegó, realizando el movimiento con elegancia. Progresaron con deliberada lentitud, sin prisa ni tensión, ni ansiedad. No demostraron asombro ni consternación ante variopinto grupo de vampiros que los esperaba. Tampoco se sorprendieron de vernos a tres lobos en el centro de la formación.
—Se acercan las casacas rojas, se acercan las casacas rojas. —musitó Garret para el cuello de su camisa antes de soltar una risa entre dientes y acercarse un paso a Kate.
—Así que han venido. —comentó Vladimir a Stefan con un hilo de voz.
—Ahí están las damas, y toda la guardia. —contestó Stefan, siseante. —Míralos, todos juntitos. Hicimos bien en no intentarlo en Volterra.
Un vampiro de la fuerza enemiga parecía no pertenecer a ninguno de los bandos. Identifique a Irina mientras ella parecía dudar entre las dos compañías de vampiros que se habían replegado. No apartaba la mirada horrorizada de la posición de Tanya, situada en primera línea.
Edward profirió un gruñido bajo pero elocuente.
—Alistair estaba en lo cierto. —avisó a Carlisle.
El aludido interrogó con la mirada al lector de mentes.
—¿Qué Alistair tenía razón...? —inquirió Tanya en voz baja.
—Cayo y Aro vienen a destruir y aniquilar. —contestó Edward con voz sofocada. Habló tan bajo que solo fue posible oírle en nuestro bando. —Han puesto en juego múltiples estrategias. Si la acusación de Irina resultara ser falsa, llegan dispuestos a encontrar cualquier otra razón para cobrarse venganza, pero son de lo más optimistas ahora que han visto a Renesmee. Todavía podríamos hacer el intento de defendernos de los cargos amañados, y ellos deberían detenerse para saber la verdad de la niña—luego, en tono todavía más bajo, agregó: —Pero no tienen intención de hacerlo.
Los tres lobos jadeamos, malhumorados.
La procesión se detuvo de sopetón al cabo de dos segundos. Permanecieron firmes y completamente inmóviles a cien metros de nuestra posición.
Chicos, los llamé.
Ellos comenzaron a salir de los bosques, adoptando posiciones a cada extremo de la línea. Bella me miró con el ceño fruncido al percatarse que había más de diez lobos, trece si nos contaba a nosotros. Eran dieciséis los demás, aumentando de número por la presencia de tantos vampiros. Seguramente se estaba preguntando por qué había dejado que los jóvenes participaran. Era obvio. Si un solo licántropo luchaba a su favor, los Vulturis se asegurarían de rastrearnos y perseguirnos a todos. Nos jugábamos el futuro de la especie.
Un feroz gruñido salió de Bella, seguramente nacido de su estómago. Zafrina y Senna corearon su rugido ahogado. Edward estrechó la mano de es esposa, pidiéndole cautela.
Aro y Cayo, en el centro del grupo y cogidos de la mano, se habían detenido a evaluar la situación. La guardia al completo los había imitado y se habían detenido a la espera de que dieran la orden de matar. Los cabecillas no se miraban entre sí, pero era obvio que se hallaban en permanente contacto. Marco tomaba la otra mano de Aro, pero se mostraba casi inexpresivo.
Cayo y Aro recorrían nuestra fila con esos ojos como ascuas ensombrecidas por las capas. El desencanto estaba escrito en las facciones de Aro mientras su mirada iba y venía sin cesar, en busca de una persona a la que echaba en falta. Frunció los labios con disgusto.
La respiración de Edward aumentó de cadencia conforme la pausa se prolongaba.
—¿Qué opinas, Edward? —inquirió Carlisle con un hilo de voz. Estaba ansioso.
—No están muy seguros de cómo proceder. Sopesan las opciones y eligen a los objetivos clave: Eleazar, Tanya, tú, por descontado, y yo mismo. Marco está valorando la fuerza de nuestras ataduras. Les preocupan sobremanera los rostros que no identifican, Zafrina y Senna sobre todo, y los lobos, por supuesto. Nunca antes se habían visto sobrepasados en número. Eso es lo que los detiene.
—¿Sobrepasados...? —cuchicheó Tanya con incredulidad.
—No cuentan con la participación de los espectadores. —contestó Edward. —Son un cero a la izquierda en un combate. Están ahí porque Aro gusta de tener público.
—¿Debería hablarles? —preguntó Carlisle.
Edward vaciló durante unos segundos, pero luego asintió.
—No vas a tener otra ocasión.
Carlisle cuadró los hombros y se alejó varios pasos de nuestra línea defensiva. Extendió los brazos y puso las palmas abiertas hacia arriba a modo de bienvenida.
—Aro, hablemos como solíamos hacerlo. De un modo civilizado...
Durante un buen rato, reinó un silencio sepulcral en el claro nevado. Entonces, Aro avanzó desde el centro de la formación enemiga. El escudo del cabecilla, Renata, le acompañó como si las yemas de sus dedos estuvieran pegadas a la túnica de su amo. Las líneas Vulturis reaccionaron por primera vez. Un gruñido apagado cruzó sus filas, pusieron rostro de combate y crisparon los labios para exhibir los colmillos. Unos pocos guardias se acuclillaron, preparados para correr.
Aro los calló y contuvo con un siseo.
Anduvo unos pocos pasos más y luego ladeó la cabeza. La curiosidad centelleó en sus ojos blanquecinos.
—Hermosas palabras, Carlisle —resopló con una vocecilla etérea. —, pero fuera de lugar si consideramos el batallón que has reclutado para matarnos a mí y a mis allegados.
Carlisle sacudió la cabeza para negar la acusación y le tendió la mano derecha como si no mediaran cien metros entre ambos.
—Basta con que toques mi palma para saber que jamás fue esa mi intención.
Aro entornó los ojos.
—¿Qué puede importar el propósito, mi querido amigo, a la vista de cuanto has hecho?
A continuación, torció el gesto y una sombra de tristeza nubló el semblante.
—No he cometido el crimen por el que me vas a sentenciar.
—En tal caso hazte a un lado y déjanos castigar a los responsables. De veras, Carlisle, nada me complacería más que respetar tu vida en el día de hoy.
—Nadie ha roto la ley, Aro, deja que te lo explique. —insistió Carlisle, que ofreció de nuevo su mano.
Cayó llegó en silencio junto a Aro antes de que este pudiera responder.
—Has creado y te has impuesto muchas reglas absurdas y leyes innecesarias. —siseó el rubio. —¿Cómo es posible que defiendas el quebrantamiento de la única importante?
¿Pero esta gente tiene serrín en los oídos o qué?
—Nadie ha vulnerado la ley. Si me escucharais...
—Vemos a la cría, Carlisle. —refunfuñó Cayo. —No nos tomes por idiotas.
—Ella no es inmortal, ni tampoco vampiro. Puedo demostrarlo en cuestión de segundos.
—Si ella no es una de las prohibidas—le atajó Cayo. —, entonces, dime, ¿Por qué has reclutado a un batallón para defenderla?
—Son testigos como los que tú has traído, Cayo. —Carlisle hizo un gesto hacia la linde del bosque, donde estaba la horda enojada; algunos integrantes reaccionaron con gruñidos. —Cualquiera de estos amigos puede declarar la verdad acerca de esta niña, y también puedes verlo por ti mismo, Cayo. Observa el flujo de la sangre por sus mejillas.
—¡Subterfugio! —le espetó Cayo. —¿Dónde está la denunciante? ¡Que se adelante! —estiró el cuello y miró a su alrededor hasta localizar a la rezagada Irina. —¡Tú, ven aquí!
La interpelada le miró con fijeza y desconcierto. Su rostro parecía el de quien no se ha recuperado de la pesadilla de la que se ha despertado. Cayo chasqueó los dedos con impaciencia. Uno de los guardaespaldas de las damas se colocó junto a Irina y le propinó un empujón. Ella parpadeó dos veces y luego echó en dirección a Cayo, ofuscada por completo. Se detuvo a unos metros del cabecilla, todavía sin apartar los ojos de sus hermanas.
—¿Es esa la cría que viste? —inquirió Cayo. —La que era manifiestamente más que humana...
Irina miró con ojos de miope, estudiando a la niña por primera vez desde que pisó el claro. Ladeó la cabeza con la confusión escrita en las facciones.
—¿Y bien...? —rezongó el líder de los Vulturis.
—No... no estoy segura. —admitió ella, con tono perplejo.
—¿Qué quieres decir con eso? —quiso saber Cayo.
—No es igual, aunque creo que podría ser ella, es decir, me parece que lo es, pero ha cambiado. La que vi no era tan grande como esa...
Su interlocutor soltó un jadeo entrecortado entre los dientes, de pronto perfectamente visibles.
La vampira enmudeció antes de terminar. Aro revoloteó hasta la altura de cayo y le puso una mano en el hombro a fin de calmarle.
—Sosiégate, hermano. Disponemos de tiempo para dilucidar esto. No hay necesidad de apresurarse.
Cayo le volvió la espalda a Irina con expresión malhumorada.
—Ahora, dulzura—empezó Aro con voz melosa y aterciopelada mientras extendía la mano hacia la confusa vampira—, muéstrame que intentas decir.
Irina tomó la mano del Vulturis con algunos reparos. Él la retuvo la suya por un lapso no superior a cinco segundos.
—¿Lo ves, Cayo? —murmuró. —Obtener lo que deseamos es muy fácil.
Aro miró por el rabillo del ojo a su público y a sus tropas. Luego, se volvió hacia Carlisle.
—Al parecer, tenemos un misterio entre manos. Da la impresión de que la niña ha crecido a pesar de que el primer recuerdo de Irina correspondía de forma indiscutible al de una inmortal. ¡Qué curioso!
—Esto es justo lo que intentaba explicar. —repuso Carlisle.
Le tendió la mano una vez más.
Aro vaciló durante un momento.
—Preferiría la versión de algún protagonista de la historia, amigo mío. ¿Me equivoco al aventurar que esta violación de la ley no es cosa tuya?
—Nadie ha quebrantado la ley.
—Sea como sea, he de obtener todas las caras de la verdad. —la voz sedosa de Aro se endureció. —EL mejor medio para conseguirlo es ese prodigio de hijo tuyo —ladeó la cabeza en dirección a Edward. —Asumo cierta participación por su parte a juzgar por cómo se aferra la niña a la compañera neófita de Edward.
Él se volvió para depositar un beso apresurado en la frente de Bella y en la de la niña. Luego, echó a andar a grandes zancadas por el campo nevado. Palmeó la espalda de Carlisle al pasarlo. Percibí un lloriqueo apenas audible a mis espaldas. El miedo de Esme se dejaba notar.
Edward se detuvo a escasos metros de Aro. Alzó el mentón con aire orgulloso y le ofreció una mano al líder de los Vulturis como si le concediera algún honor. Aro se acercó sin pausa alguna. Tomó la mano del lector de mentes con una sonrisa de despreocupación; de inmediato, cerró los ojos con fuerza y encorvo los hombros bajo el ímpetu de la oleada de información.
—¿Lo ves? —preguntó Edward con voz sedosa, cuando el líder soltó su mano.
—Sí, ya veo, ya. —admitió Aro. Curiosamente, parecía divertido. —Dudo que se hayan visto las cosas con tanta claridad entre dos dioses o dos mortales.
¿De qué habla este?
—Me gustaría conocerlas.
¿Conocerlas? Oh, mierda.
De ninguna manera, gruñó Jacob.
Es por Nessie, Jake, le recordé con dulzura.
—Bella, trae a Renesmee. —pidió Edward, para luego mirarme y asentir.
Solté un resoplido, para luego romper mi sitio y corretear al bosque. Obviamente todos se me quedaron mirando, hasta que, segundos después, salí en forma humana, atusándome el pelo. Bella me miró con ansiedad, pero mantuve mi mirada en Nessie. Le hice una seña a Jacob, Joe y Emmet, y luego las tres comenzamos a caminar hacia allí.
—Ah, joven Bella—pronunció Aro, de una forma que me dio un poco de asco. —, la inmortalidad te sienta muy bien. —soltó un extraño siseo mientras miraba a Nessie. Se rio de forma algo histérica. —¡Ah! Oigo el latir de su extraño corazón.
Nessie alzó la cabeza para mirarnos. Bella asintió de forma imperceptible, y me limité a esbozar una sonrisa algo tensa.
Observé con algo de ansiedad como Renesmee se acercaba a Aro, quien ya estaba estirando su mano hacia ella.
—Hola, Aro. —pronunció ella con tono formal con su voz aguda y armoniosa.
El Vulturis abrió los ojos, sorprendido.
Nessie observó la mano uno segundos. Se inclinó hacia adelante hasta tocar el rostro de Aro con las yemas de sus dedos. La reacción del Vulturis no fue de sorpresa como solía ocurrir cuando Renesmee realizaba su actuación. Él estaba acostumbrado a l flujo de pensamientos y de recuerdos con otras mentes. La sonrisa de Aro se ensanchó y suspiró de pura satisfacción.
—Magnífico.
Aro se separó incluso antes de que Nessie acabara, quien se quedó un poco estática. Bella reaccionó, atrayéndola hacia ella.
—Por favor. —le pidió ella.
—Naturalmente que no tengo intención de herir a tus seres queridos, mi querida Renesmee. —respondió, cuya sonrisa se tornó muy amable. —Mitad mortal, mitad inmortal. —Aro se giró hacia su gente. Su tono estaba entre la sorpresa y la fascinación. —Esta neófita la llevó en su vientre, mientras todavía era humana.
—Imposible. —farfulló Cayo.
—¿Acaso crees que pueden engañarme, hermano? —el tono de voz se le endureció. Cayo dio un respingo. —Antes de nada...—clavó sus ojos en mí y Jacob gruñó. —Elisabeth Wolf, ¿no?
—Ahora Black. —corregí con seriedad.
—Naturalmente, naturalmente. —canturreó, mirando a Jacob durante unos segundos. —No hueles como los demás lobos, querida. Así que supongo que es cierto... los alfas elementales existen después de todo.
Un murmullo de sorpresa recorrió las filas de los Vulturis. Miré a Edward, quien asintió levemente. Di varios pasos y extendí la mano derecha, controlando mi expresión facial. Le lancé una mirada de advertencia a todos los lobos al escucharlos gruñir por lo bajo. La mano de Aro atrapó la mía con rapidez, su frialdad haciéndome sentir incómoda.
Aunque no tanto como la forma en la que me miraba a los ojos. Claramente me estaba viendo el alma. Por eso, me mantuve serena, mientras él veía todo lo que podía estar en mi mano para que la niña estuviera a salvo. Cuando me soltó la mano, parecía realmente asustado.
—La descendiente de Amelié Pouvoiré delante de mis propios ojos—jadeó, aunque el pánico estaba en sus ojos. —, que sorpresa.
—¿Amelié Pouvoiré? —Cayo parecía haber visto un fantasma.
—Ahora ya lo sabes, —murmuré, con el tono sedoso que Edward me estaba aconsejando. —, eso es lo que puede pasar si decides no cambiar de parecer.
Edward inició entonces una retirada inmediata. Joe fue el más lentos de todos, y Jacob tuvo que gruñirle para que caminara. Nos reunimos con nuestro lado al mismo tiempo que Aro no quitaba la mirada de encima de todos.
—Irina. —bramó Cayo.
La vampira avanzó con paso vacilante hacia el caudillo.
—Has cometido un grave error con tus acusaciones. —comenzó Cayo.
Tanya y Kate se removieron.
—Lo siento. —respondió la interpelada. —Los Cullen son inocentes, y asumo completamente mi culpabilidad. —giró la cabeza hacia sus hermanas. —Lo siento.
Aro hizo una sutil señal, y la reacción fue tan rápida que todos nos quedamos atónitos. Tres soltados Vulturis se adelantaron de un salto y cayeron sobre Irina, cuya figura quedó oculta detrás las capas grises. En ese mismo instante, un horrísono chirrido metálico rasgó el velo de quietud del claro. Cayo serpenteó sobre la nieve hasta llegar al centro de la mele grisácea. El estridente sonido se convirtió en un geiser de centellas y lenguas de fuego. Luego, pudimos ver los restos en llamas de Irina.
Un rugido salió desde el fondo de los pechos de Tanya y Kate.
—¡Detenedlas! —gritó Edward.
Por eso, saltó de fila a tiempo de agarrar por el brazo a Tanya, que se lanzaba vociferando como una posesa hacia un sonriente Cayo. No fue capaz de zafarse de la presa de Edward antes de que Carlisle la sujetara por la cintura.
Kate fue más difícil de contener. Lanzó un aullido similar al de Tanya y dio la primera zancada de una acometida que acabaría saldándose con la muerte de todos. La más próxima a ella era Rosalie, pero se llevó un buen golpetazo. Emmet lo intentó, recibiendo una descarga que lo tiró. Garret se abalanzó sobre Kate, tirándolos al suelo mientras ella le daba descargas.
—Si atacáis moriremos todos. —apuró Edward.
Ninguna de las dos le hizo, caso, intentando librarse de los garres.
—¡Zafrina! —gritó Edward.
Kate puso los ojos en blanco y sus gritos se convirtieron en gemidos. Tanya dejó de forcejear.
—Devuélveme la vista. —siseó.
—Escuchadme, Tanya, Kate. —pidió Carlisle en voz baja, pero con vehemencia. —La venganza ya no va a ayudarla. Irina no habría deseado que despilfarrarais la vida de esa manera. Si atacáis ahora, moriremos todos.
Los hombros de Tanya se encorvaron bajo el peso del sufrimiento, apoyándose en Carmen y Eleazar. Kate dejó de revolverse.
Edward giró la cabeza hacia los Vulturis, mientras la niña rubia, Jane, murmuraba algo por lo bajo. En ese momento, cayó sobre una rodilla, gruñendo de dolor. Miré de reojo a Bella, y al momento lo sentí. Aquella neblina que se extendía por encima de nuestras cabezas, el escudo de Bella. Eso no pareció gustarle a Jane, quien buscaba desesperadamente a alguien. Bella se rio por lo bajo, y la Vulturis dio un paso hacia delante, siendo detenida por su hermano,
Aro y Marco intercambiaron una mirada, mientras escuchaba los gruñidos de Leah y Sam. Alec abrió las manos y una extraña nube de color carbón comenzó a salir de ellas. Apenas había serpenteado unos centímetros cunado Aro alzó una mano, deteniéndolo. A ninguno de los hermanos les hizo demasiada gracia.
—Aro, no se ha quebrantado ley alguna. —insistió Carlisle.
—De acuerdo, pero, ¿podemos deducir de eso la ausencia de peligro? —Aro extendió las manos mientras caminaba unos cuantos pasos. —Por primera vez en nuestra historia, los humanos son una amenaza para nuestra raza. Su moderna tecnología, ha alumbrado armas capaces de destruirnos. Nunca mantener nuestro secreto ha sido tan imperativo. —asintió para sí mismo, mirando hacia ambos lados. Demetri y Alec lo observaron con seriedad. Cayo esbozó una sonrisa triunfal. —En estos tiempos tan peligrosos, solo lo conocido, es seguro. Únicamente lo conocido es tolerable. Y no sabemos —se giró a mirar a Nessie. —cuál será la naturaleza de esta criatura al crecer. ¿Podemos vivir con esa incertidumbre? Ahorrarnos un combate hoy, solo para morir, ¿mañana?
La guardia y los testigos de los Vulturis comenzaron a negar con la cabeza y a murmurar por lo bajo. Bella tenía el ceño totalmente fruncido, pero lo que llamó mi atención fue el rostro de Edward. Y luego, el sonido de pasos.
—¡Oh! —jadeó Aro.
—Alice. —susurró Edward.
—Alice. —exhaló el líder de los Vulturis.
Entonces, los vimos atravesar el acampo nevado. Alice giró la cabeza lo suficiente para mirar a nuestro lado, mientras ella y Jasper caminaban hacia el lado de los Vulturis. Dos guardias salieron a detenerlos, y la pequeña vampiresa soltó un pequeño quejido, a diferencia de Jasper, quien se mantuvo en silencio.
—Mi querida, queridísima Alice—canturreó Aro, mientras la miraba como si fuera un diamante en bruto. —cuanto nos alegramos de verte aquí después de todo.
—Tengo pruebas de que la niña no será un riesgo para nuestra raza. —soltó ella, con su voz de pajarito seria.
Aro la miró algo escéptico, pero Alice le tendió la mano derecha.
—Te lo mostraré.
—Hermano. —gruñó Cayo.
Demetri soltó a Alice, quien bufó de forma sarcástica para luego pasar por medio de dos y caminar hacia Aro. Jasper, quien había sonreído de lado, se llevó una leve bofetada del Vulturis, aunque su expresión no cambió. Aro se apresuró a tomar la mano de la vampira entre las suyas, para luego mirarla fijamente.
Luego de segundos, soltó la mano de Alice como si quemara. Dirigió su mirada estupefacta a nuestro lado, pasando la mirada por todos nosotros, hasta centrarla en Bella y Edward. Obviamente este también lo había visto y soltó entre dientes un bufido, como si retuviera una risa.
—Ahora ya lo sabes. —pronunció Alice, casi escupiendo, logrando la atención del líder. —Este es vuestro futuro, si decidís no cambiar de rumbo.
Aro se quedó estático, igual que si le hubieran pegado un puñetazo en el estómago. Cayo se adelantó un paso.
—No podemos cambiarlo—refunfuñó al ver a su hermano dudar. —, la niña sigue representando una grave amenaza.
—¿Y si estuvierais seguros de que se mantendría alejada del mundo humano? —cuestionó Edward de repente, pues él ya iba un paso por delante de todos. Y su voz lo delataba. —¿Nos dejaríais ir?
—Por supuesto que sí. —gruñó Cayo. —Pero eso no puedes saberse.
Alice se alejó de Aro, mientras Edward sonreía de lado.
—En realidad sí.
Bella miró a su marido como si se hubiera vuelto loco, y negaría si dijera que no lo hice. Pero el lector de mentes tenía la mirada clavada en su hermana vidente, quien tenía una sutil sonrisa en los labios.
En ese momento, se escucharon más pasos, dos pares. Y una especie de tintineo, como el de una ropa llena de cadenas que pesaban. Dos figuras comenzaron a aparecer de entre los árboles, un hombre y una mujer. Ella era una vampira de tez olivácea, con una larga melena de color negro perfectamente pegada a su espalda. Él era un joven de piel morena y brillante. Tenía el pelo negro y lo llevaba recogido en una coleta. Ellos caminaron entre nuestra línea con tranquilidad, como si no fuera con ellos.
—He buscado mis propios testigos entre las tribus ticuna de Brasil. —explicó Alice a los Vulturis.
—Ya hay suficientes testigos. —escupió Cayo.
—Deja que hable, hermano. —lo detuvo Aro.
—Soy mitad humano, mitad vampiro—habló el joven, con voz y expresión serena. —, igual que la niña. Un vampiro sedujo a mi madre, que murió al alumbrarme a mí. Mi tía Huilen fue quien me crio. —señaló a la mujer a su lado con un gesto. —Yo la convertí en inmortal.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó Bella, casi sin poder evitarlo.
—Ciento cincuenta años.
Edward y Bella intercambiaron una mirada.
—¿A qué edad alcanzaste la madurez? —preguntó Aro, mientras él y sus hermanos daban un paso.
—Me convertí en adulto siete años después de nacer. No he cambiado desde entonces.
Mi mirada y la de Bella volaron a Nessie. Ella estaba de lo más tranquila, encima de mi hermano con Jacob a su lado. Sonrió levemente cuando nosotras lo hicimos.
—¿Y qué hay de tu dieta?
—Sangre, comida humana. Puedo sobrevivir con eso.
—Estos niños...—jadeó Marco, desviando su vista a Aro. —... se parecen mucho a nosotros.
Cayo frunció el ceño.
—No importa, los Cullen han tratado con hombres lobo. —gruñó, mirando mal a su hermano. —Nuestros enemigos naturales.
—En realidad, no son hombres lobo, Cayo.
Aquella voz femenina, la reconocería en cualquier lugar del mundo.
—Saleba. —jadeé, sorprendida.
Alice me guiñó un ojo de forma disimulada, mientras buscaba con la mirada. El ruido de una enorme ráfaga de aire sonó por encima de nuestras cabezas. Unos segundos después, Saleba aterrizó en el suelo nevado con suavidad, como si nada. Extendió una mano y una extraña escoba fue a para allí. Elevó las comisuras de sus rojizos labios al ver la sorpresa en los Vulturis.
—Saleba Spikeson. —exhaló Aro, incrédulo.
—Es bueno veros, Aro, luego de que no ofrecierais vuestra ayuda a mi gente en la Segunda Guerra Mágica. —soltó con su vocecita aguda y serena, con algo de sarcasmo. —Pero hoy no estoy aquí por eso, sino por la niña y los metamorfos.
—¿Los qué? —gruñó Cayo.
Saleba soltó una risa cantarina.
—Puede que los Hijos de la Luna hayan sido vuestros más acérrimos enemigos desde el alba de los tiempos, pero me gustaría destacar un detalle. Estamos en pleno mediodía, Cayo—comentó, mientras señalaba a Jacob y a los demás lobos-—, así que resulta claro que no son Hijos de la Luna. No guardan relación alguna con tus enemigos. Aro, Edward o Elisabeth te lo pueden explicar claramente si no me crees.
La mirada de los Vulturis voló de Saleba a mí al instante. Alcé el mentón cuando la bruja me guiñó un ojo.
—Aunque nos consideréis licántropos, no lo somos. <<Metamorfos>> es la palabra que según mi abuela, Amelié Pouvoiré, mejor encaja. —hablé, sabiendo perfectamente de lo que hablaba. Mi abuela lo había dejado en uno de los cuadernos que había escrito para nosotros. Uno que mi madre me había traído en una de sus visitas. — La elección de la forma lupina no es más que una mera casualidad. Podría haber sido un oso, un halcón o una pantera cuando se realizó la primera metamorfosis. —contuve mi sonrisa lo mejor que pude. —No guardamos ningún parecido con aquellos que enloquecen durante las noches de luna llena. Únicamente hemos heredado nuestra habilidad de nuestros ancestros. Y, la continuidad de nuestra especie reside en la sangre y en los genes, no en la infección como es el caso de los hombre lobo.
Cayo me fulminó con la mirada. Estaba claramente irritado y flotaba en el ambiente su indignación.
—Conocen el secreto de nuestra existencia. —espetó.
Edward rodó los ojos, y pareció a punto de responder, pero Aro se anticipó.
—También ellos son criaturas del mundo sobrenatural, hermano, y tal vez ellos dependan del secreto mucho más que nosotros. —pronunció, mientras posaba una mano en uno de los brazos de su hermano.
Luego, nos observó durante unos segundos. Se giró hacia sus tropas.
—Queridos míos, aquí no hay peligro alguno. —musitó con voz sedosa. Tragó saliva, y luego pronunció lo que más le costó: —Hoy no vamos a luchar.
Cayo, seguido de Marco, Alec, Jane y algunos miembros de la guardia, comenzaron a alejarse a paso normal. Segundos después, empezaron a correr, claramente indignados de que todo el lío acabara de esa forma. Todos los Vulturis se fueron marchando, salvo Aro, quien nos observaba.
—Qué maravilla. —susurró, pasando su mirada de Alice, a Bella y a mí.
Luego, desapareció en un suspiro y con una brusca ráfaga de aire como indicativo. El claro nevado quedó libre de aquellos que llevaban casacas rojas y grises.
Y entonces, todo estalló.
Se produjo una explosión de júbilo. Aullidos de desafío y gritos de alegría llenaron el prado.
Me dejé caer contra Jacob y mi hermano, suspirando. El lobo rojizo soltó un ronroneo, frotando su cabeza contra mí. solté un risa, mientras me abrazaba a él. Segundos después, Nessie saltó sobre nosotros, exhibiendo su enorme sonrisa.
—¡Tenías razón, tía Lizzie! —exclamó eufórica, abrazándome. —¡Al final todo salió bien!
Sonreí, alzando la mirada hacia Edward y Bella, quienes nos observaban con una sonrisa. Mi voz sonó cargada de alivio cuando confirmé:
—Sí, al final, todo salió bien.
Holiii :D
Supongo que diréis, ¿oye, y la visión de Alice de la batalla? Os recuerdo que dije que me basaría más en el libro que en la película para los actos finales, por lo tanto, la visión no estaría incluida. En el libro no hay visión, fue cosa de la peli. Duda resuelta, espero.
¿Final abierto? Más o menos.
¿Os digo la verdad? Este es el último capítulo. Sí, sí. Como leéis. Ya no hay más capítulos. No hay ni veintiocho ni nada. Aquí, en el veintisiete, SoulMate llega a su fin. (Queda el Epílogo, pero bueno jereje).
Espero que os haya gustado el capítulo (aunque no tenga la escena de la visión de Alice con todo el desmadre y las muertes y blablabá).
Si es así, no olvidéis dejarme una estrella y algún que otro bonito comentario. Recordad que es algo así como mi sueldo, o algo por el estilo :)
Nada más por mi parte, pero ya sabéis que...
¡Nos leemos en comentarios!
~I 👑
|Publicado|: 31/08/2021
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro