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16.


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CAPÍTULO DIECISÉIS
Renesmee

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["Jacob"]

Al volver de otra ronda, me sorprendió que Edward me esperase en el garaje. No le había visto separarse de Bella en días. Pero a ella no le había pasado nada malo a juzgar por la expresión de su rostro. De hecho, su semblante era mucho más tranquilo que los días de atrás.

—Quería hablar contigo de algo, Jacob. —me soltó en cuanto me acerqué algo.

—¿Dónde está Lizzie? —fue lo primero que solté. —¿Ella y Bella están bien?

—Bella duerme, al igual que Lizzie. Rose está con ellas, lo creas o no.

Ahora le llamaba <<Rose>> a la psicópata.

Qué bonito.

—En cierto modo, ahora se encuentra mejor. Ahora puedo oír los pensamientos del bebé; sabemos que él o ella goza de unas facultades mentales muy desarrolladas. Nos entiende, bueno, hasta cierto punto.

Me quedé boquiabierto.

—¿Hablas en serio?

—Sí. Parece tener una vaga noción de que le hace daño a su madre e intenta evitarlo lo máximo posible. El bebé ya la ama.

Arqueé una ceja. Debajo de ese escepticismo, identifiqué de inmediato un factor clave. Edward había cambiado de opinión en cuanto el feto le había convencido del amor que sentía hacia su madre. Él no podía odiar a lo que amaba a Bella.

—El desarrollo es mayor de lo estimado, o eso creo. En cuanto regresa Carlisle...

—¿No ha vuelto el grupo de caza...?—le atajé de forma abrupta, mientras pensaba de inmediato en las siluetas que había visto de guardia en los arcenes.

—Alice y Jasper, sí. Carlisle envía toda la sangre conforme la adquiere, pero esperaba conseguir más... Al ritmo al que le crece el apetito, Bella habrá consumido este suministro en otro día más. Carlisle se ha quedado a fin de probar suerte con otro vendedor. Yo lo considero innecesario, pero él desea cubrir cualquier eventualidad.

—¿Y por qué es innecesario? ¿Y si necesita más?

Vigilaba y estudiaba mi reacción cuando me soltó:

—Voy a intentar convencer a Carlisle para que saque al bebé en cuanto regrese.

—¿Qué?

—El pobre parece hacer todo lo posible por evitar movimientos bruscos, pero le resulta muy difícil por todo lo que ha crecido. Esperar es una locura, pues el feto se ha desarrollado mucho más de lo que Carlisle había supuesto. Bella es demasiado frágil para esperar.

El anuncio me dejó algo fuera de combate, y tuve suerte de que mis piernas colaboraron y no se doblaron.

—Crees que va a conseguirlo. —murmuré.

—Sí, de eso también quería hablar contigo. De hecho, Liz me lo sugirió. —no logré articular palabra, por lo que él continuó al cabo de un minuto. —Sí. —repitió. —Hemos esperado a que el feto se hubiera formado del todo, lo cual ha sido una verdadera locura... Cualquier dilación podría resultar fatal en este momento, pero no veo razón para que todo acabe mal si adoptamos las medidas oportunas con antelación y actuamos con rapidez. Conocer los pensamientos del bebé es de una ayuda inestimable. Por suerte, Bella, Liz y Rose están de acuerdo conmigo. Nada nos impide actuar ahora que las he convencido de que el pequeño está a salvo si procedemos.

—¿Cuándo volverá Carlisle? —inquirí, pensando en lo mucho que mi mujer se había apegado a Bella luego de saber que le gustaba a la criatura.

—Mañana al mediodía.


(...)





Luego de la magnífica conversación con Edward, ambos caminamos hacia el edificio. Alzamos la cabeza a la vez en cuanto oímos el gorgoteo de alguien mientras bebía a través de una pajita. A mi compañero le entraron toda la prisa del mundo y se precipitó por las escaleras del porche antes de perderse en el interior de la residencia.

—Bella, cielo, pensé que dormías. —le oí decir. —Lo siento. No me habría ausentado de haberlo sabido.

—No te preocupes. Me he despertado por culpa de la sed. Es estupendo saber que Carlisle va a traer más sangre. El niño va a necesitarla cuando esté fuera.

—Cierto, bien pensado.

—Me pregunto si va a necesitar algo más.

—No tardaremos en averiguarlo.

Traspasé el umbral. Bella volvió los ojos hacia mí de inmediato y sonrió brevemente. Detrás de ella, Lizzie alzó la cabeza y me guiñó un ojo. A juzgar por el movimiento de sus brazos, le estaba trenzando el pelo a nuestra amiga.

—Hola. —saludé en general.

Lizzie se levantó de donde estuviera sentada, caminó hacia mí y abrazó mi costado. Dejé un beso en su sien y sonrió con los ojos cerrados.

—¿Cómo ha ido el día? —inquirió Bella, intentando sonar informal.

—Bastante tranquilo. El bosque está tranquilo.

—Suena bien.

De pronto, hizo un mohín.

—¿Rose...?

—¿Otra vez? —la Barbie soltó una risa nerviosa.

—Creo que me he bebido dos litros en la última hora. —me explicó Bella.

Edward, Lizzie y yo nos apartamos del medio mientras Rosalie acudía para alzar a Bella del sofá y llevarla al servicio.

—¿Me dejáis caminar? —pidió Bella. —Tengo las piernas agarrotadas.

—¿Estás segura? —le preguntó su marido.

—Rose me sostendrá si me tropiezo. Y es muy posible, porque no me veo los pies con la tripa.

Rosalie la incorporó con sumo cuidado y no retiró las manos de los hombros de la embarazada, quien alargó los brazos hacia delante e hizo una ligera mueca de dolor.

—Que bien me sienta...—suspiró. —Uf, estoy enorme. —y era cierto. —Aguanta un día más. —dijo, mientras se daba unas palmaditas en el vientre.

Tragué saliva, desviando la mirada hacia Lizzie, quien hacía los labios una línea al escucharla. Sus ojos, pese a eso, seguían brillando. Como desde que había interactuado con la criatura. El mismo brillo que apareció cuando nos imprimamos.

—De acuerdo, entonces... Oh, no.

Bella había dejado el vaso encima del sofá, y acababa de volcarse hacia un lado en ese mismo momento. La sangre, de un intenso color rojo, se derramó sobre la tela blanca del asiento.

A pesar de que varias manos intentaron impedirle cualquier movimiento, ella se encorvó inmediatamente y alargó la mano para recogerlo. Se escuchó en la estancia una débil rasgadura de lo más extraño. Provenía del centro del cuerpo de Bella.

—¡Oh! —jadeó.

Entonces, Bella perdió el equilibrio y se precipitó hacia el suelo. Rosalie reaccionó de inmediato y la cogió, impidiendo su caída. Y su esposo también estaba allí, con las manos tendidas por si acaso. Todos habían olvidado el manchurrón del sofá.

—¿Bella? —preguntó Edward con los ojos desorbitados y las facciones dominadas por el pánico.

Bella soltó un grito medio segundo después.

En realidad, no era un grito. Era un alarido de dolor que helaba la sangre de las venas.

Un gluglú sofocó aquel bramido. Las pupilas de sus ojos giraron hasta acabar mirando hacia el interior de las cuencas. Su cuerpo se retorcía y doblaba en dos sobre los brazos de Rosalie. Entonces, Bella vomitó un torrente de sangre.








(...)







Rosalie sostuvo en brazos el cuerpo de Bella. Esta chorreaba sangre y se estremecía, presa de unas sacudidas tan bruscas que daba la impresión de estar siendo electrocutada. Tenía cara de ida, pues había perdido la conciencia.

Los dos hermanos Cullen se quedaron helados durante una milésima de segundo, y luego entraron en acción como torbellinos. Rosalie aseguró el cuerpo de la embarazada entre sus brazos, y gritando tan deprisa que resultada imposible entender cada palabra por separado, ella y su hermano subieron disparados las escaleras hasta llegar al segundo piso.

Salimos a la carrera detrás de ellos.

—¡Morfina! —le gritó Edward a Rosalie.

—Ponte al habla con Carlisle, Alice. —chilló la Barbie.

Los seguimos hasta la biblioteca. El espacio central de esta se parecía muchísimo al área de emergencia de un hospital.

Las luces de un blanco cegador iluminaban a la parturienta, tendida encima de una mesa. Bajo los focos, la piel le brillaba de forma fantasmagórica. La pobre se agitaba como un pez fuera del agua. Rosalie la fijó a la mesa y de un brusco tirón le rasgó la ropa mientras Edward le inyectaba algo con una jeringuilla.

—¿Qué ocurre, Edward?

—¡El bebé se está asfixiando!

—¡La placenta se ha desprendido!

Bella recuperó el sentido en algún momento de ese proceso y reaccionó a esas palabras con un chillido que por poco me perforó los tímpanos.

—¡SÁCALO! —bramó. —¡No puede respirar! ¡Hazlo YA!

Mientras hablaba a grito pelado, pude ver estallar las venas oculares, que ya rotas, se extendieron como arañas rojas por el blanco de los ojos.

—La morfina...—gruñó Edward.

—No, no... ¡AHORA!

Otro borbotón de sangre sofocó los alaridos de la parturienta. Su esposo le alzó la cabeza mientras le limpiaba la boca a la desesperada con el fin de que ella pudiera respirar de nuevo.

Alice entró en la habitación como una flecha y colocó un pequeño auricular azul bajo el pelo rubio de Rosalie. Luego reculó un paso, con esos ojos dorados suyos abiertos más de lo normal, ardientes y deseosos de sangre. Rosalie siseaba al teléfono como una posesa.

La piel de Bella parecía más púrpura y amoratada que blanca bajo el chorro de luz de los focos, y debajo de la epidermis del abultado vientre fluían líquidos de un rojo intenso. Rosalie apareció con un bisturí en la mano.

—Espera a que le haga efecto la morfina. —le pidió Edward a voz en grito.

—No hay tiempo. —le replicó Rosalie. —El bebé se muere.

Bajó la mano hasta situarla sobre el estómago de Bella y con la punta practicó una incisión, por donde brotó un chorro de sangre negra. Era como si alguien hubiera volcado un cubo lleno o hubiera abierto un grifo. Bella se retorció, pero no gritó.

Entonces, a Rosalie se le fue la pelota y le cambión la expresión mientras echaba los labios hacia atrás para dejar vía libre a los colmillos. Los ojos le relumbraron de pura sed.

—¡No, Rose! —chilló Edward.

Él no podía hacer nada: tenía los brazos ocupados en mantener a su esposa incorporada para que pudiera respirar.

Tanto Lizzie como yo nos lanzamos contra Rosalie de un brinco. El bisturí se me hundió hondo en el brazo izquierdo y choqué contra su cuerpo de piedra, empujándola contra la pared. Lizzie le puso la mano derecha en la cara, tapándole las napias.

Le dio la vuelta al cuerpo de la rubia y aproveché para poder patearle a gusto las tripas; pero, caray, las tenía tan duras que fue como dar un puntapié contra el hormigón. Acabó por golpear el marco de la puerta. Uno de los lados se dobló. El pinganillo del móvil reventó en tropecientos mil cachitos. Alice apareció en ese momento y la aferró por el pescuezo para arrastrarla hacia el vestíbulo.

Extraje la hoja de un tirón.

—¡Sácala de aquí, Alice! —gritó Edward. —Entrégasela a Jasper y mantenla fuera... ¡Liz, Jacob! ¡Os necesito!

Nos dimos la vuelta para regresar junto a la mesa de operaciones. Bella se estaba poniendo azul y nos miraba con los ojos redondos como platos.

—¡Masaje cardiaco! —refunfuñó Edward, con tono urgente. —¡Va!

Estudié las facciones del vampiro en busca de algún indicio de que fuera a darle un ataque como a Rosalie. Pero no había en él nada más que una feroz determinación.

—¡Haced que siga respirando! He de sacar al bebé antes de...

Dentro del cuerpo de la agonizante se oyó otro chasquido, de esos que suenan cuando se produce un buen destrozo. Pero fue más estruendoso que los anteriores, tanto que los tres nos quedamos como pasmarotes a la espera de que ella reaccionara y soltara un alarido.

Nada. Antes había flexionado las piernas como reacción ante el dolor, pero estaba despatarrada de un modo muy poco natural. Las extremidades descansaban flácidas sobre la mesa de operaciones.

—Eso fue su columna vertebral. —señaló Lizzie, con la voz algo ahogada.

—¡Sácaselo de una vez, ahora ya no va a sentir nada! —le refunfuñé, al tiempo que le lanzaba el bisturí.

Lizzie se inclinó sobre Bella para estudiar sus vías respiratorias. Le tapó la nariz con los dedos, le abrió bien la boca y la cubrió con la suya antes de soplar con fuerza para llenarle de aire los pulmones. El cuerpo de la humana se sacudió.

Percibí el latido desacompasado de su corazón. Recé internamente, mientras Lizzie le mandaba otro soplo de aire al cuerpo.

Escuché un chapoteo delator, el del bisturí al deslizarse por el vientre, y el goteo incesante de la sangre sobre el suelo. El siguiente sonido me estremeció por lo inesperado y aterrador que fue. Sonaba igual que cuando se abría una grieta en una superficie metálica.

Al oírlo, mi memoria voló atrás en el tiempo, a la pelea mantenida meses atrás con los neófitos; su carne chasqueaba del mismo modo cuando los desgarrabas. Me aventuré a lanzar una miradita.

Vi el rostro de Edward pegado al bulto. Los dientes del vampiro eran un remedio infalible.

Me estremecí mientras escuchaba a Lizzie mandar más aire. La humana reaccionó, tosiéndole en la cara. Parpadeó y movió los ojos sin ver nada.

—¡Quédate con nosotros, Bella! —le gritó Lizzie. —¿Me oyes? ¡Aguanta! Haz que tu corazón siga latiendo.

Sus ojos se movieron, buscándola, buscándome o buscándole, pero sin ver nada. Pese a eso, nosotros si la miramos.

En ese momento, su cuerpo se quedó quieto; la respiración había retomado una cadencia más o menos normal y el corazón le seguía latiendo. Entonces comprendí el significado de aquella calma. Había terminado, el zarandeo interior había acabado. La criatura debía de estar fuera.

Y así era.

—Renesmee. —susurró Edward.

Bella levantó las manos débilmente.

—Déjamela...—pidió con voz rasposa. —Dámela.

Algo tibió me rozó el brazo, pero no aparté la mirada de Bella. Parpadeó y al final mantuvo la mirada fija, viendo algo. Entonó un extraño y débil canturreo.

—Renes...mee. Qué...bonita...eres.

Entonces, jadeó. Jadeó de dolor.

Edward tomó la cosa caliente y ensangrentada de los débiles brazos de Bella. Recorrí con la mirada la piel de bella, bañada en sangre: la de su propio vómito, la de la criatura y la procedente de dos puntitos situados encima del pecho derecho; parecían mordiscos con forma de medialuna.

—No, Renesmee. —murmuró Edward con un tono de voz que sonaba como si estuviera enseñando modales al monstruito.

No los miré. Solo observaba a la madre cuando se le quedó la mirada extraviada y el corazón, tras una sístole sin apenas fuerza, falló y se sumió en el silencio. Lizzie jadeó.

El corazón de Bella debió de detenerse menos de medio latido, pues enseguida me puse a hacerle un masaje cardíaco. Fui llevando la cuenta de cabeza, intentando mantener constante el ritmo de compresión y relajación.

Casi no podía ver, pues tenía la mirada borrosa por las lágrimas, pero estaba muy al loro de los sonidos de la habitación: el gorgoteo de su corazón bajo mis compresiones, el latido de mi corazón y el de Lizzie, y otro más, vibrante, ligero, rápido, que fui incapaz de situar.

—¿A qué estás esperando? —le chilló Lizzie.

—Vigila a la niña.

—Edward. —le gruñí.

Alguien se unió a la conversación y dijo con boca pequeña:

—Dádmela a mí.

Los tres le gruñimos al mismo tiempo.

—Me he serenado. —prometió Rosalie. —Dame a la niña, Edward. Me encargaré de ella hasta que Bella...

Lizzie se movió tan rápido como un vampiro.

—Edward. —siseó.

Vi de reojo como Edward le pasaba a la criatura a mi mujer y esta desaparecía con velocidad. Rosalie salió detrás de ella, reclamándole, pero Lizzie se mantuvo firme: ningún vampiro tocaría a Renesmee hasta que hubiera ido de caza.

—Quita las manos, Jacob.

Levanté la vista de los ojos en blanco de Bella sin dejar de masajear su corazón y me encontré a Edward sosteniendo una jeringuilla enorme, toda de plata.

—¿Qué es eso?

Su mano de hierro apartó las mías. Un ligero chasquido se produjo cuando me partió el meñique. Acto seguido, hundió la aguja justo en el corazón.

—Mi ponzoña. —respondió, mientras impulsaba hacia abajo el émbolo de la jeringa.

El corazón de Bella dio un brinco, como si le hubiera dado una descarga con las palas de reanimación. Lo oí, perfectamente.

—Sigue con el masaje. —ordenó con voz helada y hueca. Hablaba con fiereza y de forma impersonal, como si fuera una máquina.

Ignoré el dolor del dedo roto y continué masajeándole el corazón. Resultaba cada vez más difícil. Era como si el plasma sanguíneo se le parara en las venas, se le congelara y se espesara.

Observé el comportamiento de Edward mientras yo me esmeraba en que sea sangre, ahora viscosa, siguiera circulándole por las arterias. Parecía estar besándola. Le rozó con los labios la garganta, las muñecas y el pliegue interior del codo.

Escuché una y otra vez las obscenas perforaciones de los colmillos en la piel de Bella. Su marido estaba inoculándole veneno en el cuerpo por el mayor número de puntos posibles. Acerté al ver como lamía los cortes sangrantes. Antes de que me dieran arcadas, comprendí el propósito: sellas las heridas con saliva para impedir la salida de la sangre o de la ponzoña.

Seguí con el masaje, pero ya no había vida en ese cuerpo. El pecho reaccionada subiendo con cada empuje. Él trabajaba como un maníaco sobre ella en su desesperado intento de traerla de vuelta. Ni con toda la ayuda...

Allí no había nadie más, solo él y yo.

Nos afanábamos encima de un cadáver.

Aparté las manso antes de que Edward lo hiciera y me rompiera más dedos.

—No está muerta. —gruñó. —Se va a recobrar.

No estaba muy seguro de si estaba hablando conmigo o consigo mismo. Me di la vuelta y me marché por la puerta. Durante el descenso de la escalera, sufría una tiritona cada vez que oía el sonido procedente de detrás, el de un corazón quieto al que se le quería obligar a funcionar a golpes. Me tomé un respiro en el último escalón, buscando el latido de Lizzie, para luego atravesar las puertas.

Salí al exterior y caminé hasta que las piernas me fallaron, cayendo sentado al suelo. Me quedé con la mirada perdida, mientras me abrazaba las piernas. Ni siquiera me enteré de cuando Joe, Seth y Leah se plantaron delante de mí, en forma humana. Seguía repitiendo en mi mente como la vida se había ido del cuerpo de mi mejor amiga.

—No ha sobrevivido. —adivinó Seth.

—¿Dónde está Lizzie? —me preguntó Joe, pero no le contesté. —¿Dónde está mi hermana, Jacob?

—No lo sé. —musité, cerrando los ojos. —Solo sé que está con Renesmee y Rosalie.

—Con el bebé. —musitó Seth, mirando a su hermana.

—¡Eh, Joe! —exclamó Leah. —¿A dónde cuernos vas?

—¡A acabar con esto de una vez! ¡Bella está muerta y es el momento de acabar con esa cosa antes de que mi hermana se encariñe con ella!

Algo tarde para eso, Joe, quise decirle, pero me limité a enterrar la cabeza entre los brazos.

Sentí una mano, de Seth, apretando mi hombro. Se lo agradecí internamente.

Bella estaba muerta.

Mi mejor amiga estaba muerta.
























Un nuevo sonido llegó procedente del segundo piso, haciendo que frunciera el ceño.

Un golpeteo frenético. Un latido alocado.

Un corazón en proceso de cambio.

Seguido del latido de un corazón que había sido llenado de dicha.













[𝐅𝐢𝐧 𝐝𝐞𝐥 𝐚𝐜𝐭𝐨 𝐭𝐫𝐞𝐬]


¡Hola, hola!

A qué no visteis venir eso, ¿eh?

Pues sí, momento de cerrar el acto. En el libro también acaba así, y aunque en la película no, decidí ser fiel al libro.

No os preocupéis, literal que el nuevo acto no tardará mucho en salir. Tengo muchas ganas de que leáis el siguiente acto porque, ¡SE VIENE DRAMA!

Ñe, yo no soy feliz sin drama.

Bueno, ¿Qué os ha parecido el capítulo?

¡Espero que os haya gustado!

Nada más por mi parte, pero ya sabéis que...

¡Nos leemos en comentarios!

Y...

¡En el resto de mis novelas!

~I 👑

|Publicado|: 03/08/2021

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