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15.


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CAPÍTULO QUINCE
Él o ella

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["Jacob"]

Era muy temprano cuando llegué a la casa de los Cullen, luego de haber hecho una ronda con los hermanos Clearwater para asegurarnos de que Sam no atacara a ningún vampiro solo —órdenes de la Jefa Lizzie, como había dicho Leah—. Lo más probable, dadas las horas, era que Lizzie y Bella estuvieran todavía dormidas.

Pensé en asomar la cabeza para saber qué se estaba cociendo allí dentro y luego darles luz verde para que fueran de caza. Después me buscaría una zona de hierba mullida para dormir a pierna suelta como un humano. No pensaba volver a mi forma lupina hasta que la terca de Leah hubiera dormido algo.

A juzgar por la cantidad de bisbiseos, procedentes de la edificación, había fallado en mi suposición anterior. Bella estaba desvelada.

Entonces, escuché el sonido de una máquina procedente de lo alto de la escalera. ¿Era el aparato de Rayos X? Maravilloso. Aquel día —el no sé cuántos de la cuenta atrás— empezaba de forma intensa.

Alice me abrió la puerta antes de que pudiera entrar. Asintió en señal de saludo.

—Hola, lobo.

—Hola, pequeñaja. —el gran cuarto de estar estaba totalmente vacío y todos los murmullos se escuchaban en el segundo piso. —¿Qué pasa arriba?

Ella encogió sus pequeños hombros.

—Creo que le ha roto algo más. —sugirió con indiferencia fingida, aunque la delataban los rincones enrojecidos de los ojos. Esto no era solo un tormento para Edward, Lizzie o para mí. Alice también quería a Bella.

—¿Otra costilla...? —pregunté.

—No, esta vez ha sido la pelvis.

Se escuchó la voz de Rosalie en el piso de arriba.

—¿Lo ves? Te dije que no había oído chasquido alguno. Necesitas revisarte los oídos, Edward.

No hubo respuesta.

La vampiresa frente a mí hizo un mohín.

—Edward va a terminar haciendo picadillo a Rosalie, sí, eso creo. Me sorprende que ella no se dé cuenta, o tal vez piensa que Emmet será capaz de frenarle.

—Puedo encargarme de Emmet. —me ofrecí. —Tú puedes ayudar a Edward a destrozar a Rosalie.

Alice esbozó una media sonrisa.

La comitiva descendió las escaleras en ese momento. Esta vez era Edward el que llevaba en brazos a Bella, tan blanca como la pared, quien sostenía con ambas manos una copa de sangre. Pude apreciar lo dolorida que estaba por mucho que él se moviera para compensar las sacudidas.

—Jake. —me saludó con un hilo de voz.

Me sonrió, a pesar del dolor, y yo me quedé mirándola.

Edward la depositó con todo cuidado en el sofá y se sentó en el suelo, junto a su cabeza. Escuché unos pasos que sonaban más desordenados, y los hermanos Wolf bajaron las escaleras. Joe me palmeó un hombro para luego apresurarse a sentarse en el sofá al lado de Bella, escuchando algo que le indicaba el vampiro. Lizzie se acercó a mí, con el rostro contraído de preocupación.

Sin decir nada, se echó sobre mí, rodeándome el torso con sus brazos. Me estremecí al notar su respiración en mi cuello cuando enterró la cara en el nacimiento de este. Me limité a posar las manos en las caderas, mientras intercambiaba una mirada con Alice. La pequeña vampiresa miraba a mi mujer preocupada.

—¿Quieres algo de beber, Eli? —ofreció, jugueteando con los dedos.

—Te lo agradecería mucho, Lice. —musitó Lizzie, sin sacar su cabeza de mi cuello.

Alice asintió, para luego desaparecer en dirección a la cocina. Lizzie soltó un suspiro, mientras sacaba su cabeza de mi cuello. Se me quedó mirando unos segundos, atrapó un mechón de mi pelo con los dedos e hizo un mohín. Estaba claro que estaba pensando en cuando cortarme el pelo, no había que saber mucho para eso.

Me despistó un poco el beso que me dio a continuación, pues pareció importarle muy poco que hubiera gente alrededor. Giró la cabeza y fulminó a Edward con la mirada, quien estaba esbozando una minúscula sonrisa ladeada, bajo la mirada confundida de Bella.

Carlisle bajó la escalera con paso lento y la misma preocupación que mi mujer escrita en el rostro. Llegaba hasta el punto de que, por una vez, aparentaba ser lo bastante entrado en años como para ser un médico. Lizzie se percató de la presencia del doctor y se enderezó.

—Hemos llegado casi hasta medio camino de Seattle sin hallar ningún rastro de la manada, Carlisle. —anuncié, mientras mi mujer soltaba un suspiro de alivio. —Tenéis vía libre.

—Gracias, Jacob. La noticia llega en un buen momento. —dirigió una mirada a la copa que Bella aferraba con todas sus fuerzas, para luego agregar: —Nuestra necesidad es grande.

—De verdad que creo que podéis ir en grupos de más de tres. —señaló Lizzie, mirando al doctor con seriedad. —Estoy convencida de que Sam permanece atrincherado en La Push.

—Yo también lo creo. —asentí.

Carlisle cabeceó en señal de asentimiento. Me asombraba la facilidad con la que aceptaba nuestro consejo.

—Si lo creéis así, Alice, Esme, Jasper y yo iremos primero. Luego, Alice puede llevarse a Emmet y Rosal...

—Ni en broma. —bufó Rosalie. —Emmet puede acompañarte ahora.

—Tú también deberías ir de caza. —repuso Carlisle, con voz amable.

El ademán conciliador del doctor no suavizó, ni lo más mínimo, el discurso de Rosalie.

—Y lo haré, pero en el mismo grupo que él. —refunfuñó mientras señalaba a Edward con un movimiento brusco de cabeza; luego, se echó hacia atrás los cabellos.

Carlisle suspiró pero no objetó nada.

Jasper y Emmet bajaron los escalones en un abrir y cerrar de ojos. Alice apareció con un vaso de batido para Lizzie, nos guiñó un ojo y luego se unió a ellos cerca de la puerta trasera abierta en la pared de cristal. Esme se dirigió enseguida hacia Alice.

Carlisle nos puso una mano en el brazo a cada uno. El toque helado de su palma no me hizo gracia alguna, pero no me aparté. Seguí quieto, en parte de pura sorpresa, y también porque no quería herir sus sentimientos.

—Gracias. —repitió.

—Sed precavidos. —les pidió Lizzie.

Carlisle asintió mientras esbozaba una suave sonrisa, gesto que también copiaron Esme y Alice. Jasper se limitó a mover su cabeza levemente y Emmet crujió los nudillos, sonriendo con soberbia.

Luego, Carlisle salió disparado por la puerta en compañía de los otros cuatro vampiros. Los seguí con la vista mientras atravesaban el prado a toda prisa. Desaparecieron antes de que tuviera ocasión de inspirar de nuevo. Su necesidad debía de ser más urgente de lo que había imaginado.

No hubo sonido alguno durante un minuto, al menos a parte del que hacía Lizzie al sorber por la pajita y que hacía que sus mejillas se tornaran algo rosas. Me ofreció del batido y al ver la mirada suplicante que me daba, no me quedó más remedio que beber un trago para que se tranquilizara.

Noté como alguien me taladraba con la mirada y no necesité demasiados segundos para saber de quién se trataba. Tenía pensado largarme a dormir a pata suelta, pero la posibilidad de aguarle la mañana —y la moral— a Rosalie parecía demasiado buena como para dejarla pasar. Tanto Lizzie como yo nos movimos para estar cerca de Bella, y por cosas de la vida, nuestro olor le dio de lleno a Rosalie.

—Puaj, que alguien saque al perro. —murmuró al tiempo que arrugaba la nariz.

—Rosalie. —le advirtió Lizzie, mirándola con los ojos entornados.

—A ver si te sabes este chiste, psicópata. ¿Cómo muerte la célula del cerebro de una rubia?

Ella no dijo ni mu.

—¿Y bien? —inquirí, viendo de reojo como una sonrisa divertida surcaba los labios de mi mujer. —¿Te sabes el final del chiste o no?

La Barbie no apartó la mirada de la pantalla de la televisión y me ignoró totalmente.

—¿Se lo sabe? —le pregunté a Edward, en cuyas facciones no había ni gota de humor; sin embargo, pese a todo, me contestó:

—No.

—Genial. Seguro que este chiste te encanta, sanguijuela... La célula cerebral de una rubia muere... en soledad.

Rosalie siguió sin dirigirme una sola mirada.

—He matado cientos de veces más que tú, chucho sarnoso. No lo olvides.

—Algún día vas a cansarte de las amenazas, oh, reina de la belleza. —sonreí de lado al escuchar la risita de Lizzie. —Te prometo que me muero de ganas de que eso ocurra.

—Ya vale, Jacob. —terció Bella.

Bajé la mirada mientras ella fruncía el ceño.

—¿Quieres que me vaya? —ofrecí.

Bella parpadeó y aligeró el ceño, mientras escuchaba el bajo gruñido que mi mujer me dirigía. Ambas parecían algo contrariadas de que hubiera llegado a esa conclusión.

—No, por supuesto que no. —negó la humana.

A Edward se le escapó un suspiro casi imperceptible. Era como si estuviera hablando consigo mismo.

—Tienes pinta de cansado. —comentó Bella.

—Estoy reventado. —admití.

—Ya me gustaría a mí reventarte a palos, ya me gustaría...—murmuró la Barbie, demasiado bajo para que su protegida la oyera.

Lizzie la golpeó de forma disimulada, logrando que Rosalie frunciera su napia con algo de disgusto. Bella le pidió que le rellenara la copa y la rubia salió disparada hacia la escaleras en busca de más sangre. Reinaba el silencio sepulcral. Supuse que tal vez podía echar una cabezadita... en especial por las caricias que me estaba dando Lizzie en el pelo.

—¿Has dicho algo? —preguntó entonces Edward, con un tono de manifiesta perplejidad.

Era extraño, ya que nadie había abierto el pico, y él tenía un oído tan fino como el mío.

Clavó los ojos en Bella, quien le devolvió la mirada. Ambos parecían confusos.

—¿Yo? —inquirió al cabo de un segundo. —No he dicho nada.

Edward se removió hasta quedarse de rodillas y se inclinó hacia delante con expresión concentrada. Fijó los ojos negros en el rostro de su esposa.

—¿Qué acabas de pensar ahora mismo?

Ella le miró con gesto de total confusión.

—Nada. ¿Qué ocurre?

—¿Y en qué pensabas hace un minuto? —insistió.

—Pues únicamente en... la isla Esme... y en plumas.

Aquello me pareció un jeroglífico, pero mi amiga se puso roja como un tomate y tuve la corazonada de que era mejor no preguntar. Lizzie esbozó una sonrisa pícara, mientras miraba a ambos con atención.

—Di algo, lo que sea. —pidió él, en un susurro.

—¿Cómo qué...? ¿Qué ocurre, Edward?

El rostro del mencionado volvió a alterarse e hizo algo que me hizo abrir la boca y me dejó la mandíbula colgando; detrás de mí oí una exclamación entrecortada, de Rosalie, y Lizzie jadeó de forma algo dramática.

Edward se movió con extremo cuidado mientras colocaba ambas manos sobre el enorme vientre redondeado.

—El fet...—tragó saliva. —A la...al bebé le gusta el sonido de tu voz.

Reinó un silencio sepulcral durante una fracción de segundo.

—¡Cielo santo, puedes oírle! —gritó Bella.

Pero un segundo después, contrajo la cara a causa del dolor.

Edward movió la mano hasta el punto más prominente de la barriga y acarició con suavidad la zona donde la cosa debía de haber propinado la patada.

—Calla. —musitó. —Le has asustado.

Ella abrió los ojos con desmesura a causa del asombro y luego palmeó un costado del vientre.

—Lo siento, peque.

—Muy sutil, Bells. —se burló Lizzie en un susurro.

Edward permaneció a la escucha con la cabeza ladeada hacia la barriga de su mujer.

—¿En qué piensa ahora? —quiso saber Bella con avidez.

—El fet... Él o ella está...—hizo una pausa y alzó la mirada para contemplar los ojos de Bella. —Está feliz. —apostilló Edward con una nota de incredulidad en la voz.

La madre contuvo la respiración. Resultaba realmente imposible no ver en sus ojos castaños un brillo fanático, el de la adoración y la devoción. Unas gruesas lágrimas le desbordaron los ojos y le corrieron en silencio por las mejillas y los labios, curvados en una sonrisa.

Cuando miraba a su esposa, el rostro de Edward ya no mostraba temor, enfado, tormento o ninguno de los sentimientos que le habían desgarrado desde su llegada. Estaba fascinado con ella.

—Claro que eres feliz, bonito, por supuesto que sí. —canturreó con las mejillas bañadas en lágrimas mientras se acariciaba el vientre. —¿Cómo no ibas a serlo, estando sano y salvo, y siendo tan querido? Te quiero mucho, pequeño E.J. Por supuesto que eres feliz.

—¿Cómo le has llamado? —preguntó Edward, con curiosidad.

Ella volvió a sonrojarse.

—Le he puesto un nombre, en cierto modo... No pensé que tú quisieras, bueno, ya sabes...

—¿E. J?

—Tu padre también se llamaba Edward, ¿no?

—Sí, en efecto, pero ¿qué significa...? —hizo una pausa y luego dijo. —Vaya.

—¿Qué?

—A él también le gusta mi voz.

—Naturalmente que sí. —por el tono de su voz, parecía que estaba alcanzando el culmen de la dicha. —Tienes la voz más hermosa del mundo. ¿A quién no le iba a gustar?

—Voy a llorar brillitos. —lloriqueó Lizzie, mientras me miraba con una amplia sonrisa.

—¿Has previsto una alternativa? —preguntó Rosalie. —¿Qué ocurre si él resulta ser ella?

Bella se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano.

—He estado haciendo algunas combinaciones. He jugado con Renée y Esme. Estaba pensando en algo así como... Ruh-nez-may.

—¿Ruhnezmay?

—R-e-n-e-s-m-e-e. ¿Es demasiado raro?

—No, me gusta. —le aseguró Rosalie.

—Es exótico. —señaló Lizzie, ladeando la cabeza.

—Todavía sigo pensando en mi criatura como si fuera un chico, un Edward.

Su marido se quedó mirando a las musarañas y con el rostro inexpresivo, mientras permanecía a la escucha.

—¿Qué...? —preguntó Bella, con un rostro tan resplandeciente que se vería a kilómetros. —¿Qué piensa ahora?

Él no contestó en un primer momento. Luego, dejándonos anonadados a todos, apoyó tiernamente la oreja sobre el vientre de Bella.

—Te quiere. —susurró Edward, quien parecía encandilado. —TE adora por encima de todo.

Aunque me había quedado mirándolos algo sorprendido, tuve que girar la cabeza hacia Lizzie. Estaba haciendo un pequeño mohín mientras los miraba con ojos brillantes. Giró la cabeza para mirarme y vi cómo le temblaba el labio inferior.

Oh, no.

—¿Qué...? —intenté preguntar, pero su gimoteo me interrumpió.

—¡Ha crecido tan rápido, Jake! —lloriqueó, mientras se lanzaba a abrazarme de forma algo dramática. Los tres restantes nos miraron confundidos. —¡Hace nada nuestra Bellita hacía pasteles de barro para nosotros y ahora va a tener un bebé! ¡Me siento vieja!

Bella esbozó una pequeña sonrisa, mientras Edward ladeaba la cabeza lentamente.

—Liz. —la llamó, haciendo que esta dejara de hacer drama y lo mirara. —Vuelve a hablar.

—¿Eh? ¿Tan emocionado estás que quieres escuchar mi linda voz más tiempo? —arqueó una ceja, mientras pestañeaba varias veces. Estaba actuando, sí, pero también contenía las lágrimas. —Ay, si queréis me marco un solo de alguna canción. ¿Alguna preferencia?

Me reí entre dientes.

—Le gustas. —declaró Edward, en un susurro. —A él o ella le gustas. Le haces gracia. —hizo una pausa, conteniendo una sonrisa al escuchar el gritito emocionado de Lizzie. —Le gusta su tía Lizzie.

—Por supuesto que le gusta. ¿A quién no? —declaró Bella, ampliando su sonrisa.

—¿Has oído, Jake? —exclamó Lizzie, agitándome como si fuera una maraca. Me quedé algo lelo durante unos segundos, simplemente mirándola. —¡Al o a la pequeñ@ monstruit@ le gusto!

—Liz. —gruñó la humana.

—No...—Edward hizo una mueca extraña. —Le ha gustado el apodo.

¿Qué le ha gustado el qué...?

Lizzie rio de forma cantarina mientras se acercaba a la humana. Edward le hizo un gesto y mi mujer tocó suavemente el vientre abultado de nuestra amiga. Unos segundos después, su rostro se iluminó completamente.

Y obviamente me quedé pasmado al verla.

—Le gusta su tía Lizzie. —le aseguró Edward, sonriendo de lado.

Y Lizzie solo amplió aún más su sonrisa.


¡Hola, hola! ¿Qué tal estáis? Espero que bien.

Sí, me volví loca y subí capítulo hoy. Me siento generosa y he estado escribiendo bastante de SoulMate, así que me veréis más por aquí.

Este es uno de mis capítulos favoritos del acto. Es uno que marca muchísimo de lo que vendrá después... El monstruito quiere a Lizzie. Quedaos con esto.

Bueno, ¿qué os ha parecido?

¡Espero que os haya gustado!

Nada más por mi parte, pero ya sabéis que...

¡Nos leemos en comentarios!

~I 👑

|Publicado|: 01/08/2021

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