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13.


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CAPÍTULO TRECE
El lado caritativo de los Cullen

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["Jacob"]

Nadie nos esperaba en el porche para recibir nuestro informe la siguiente vez que acudimos a la casa blanca. ¿Significaba eso que seguían en estado de alerta? Sin embargo, todo parecía estar en calma.

Enseguida atisbé un pequeño cambio en un escenario ahora muy conocido: la pila de prendas de colores claros sobre el escalón más bajo del porche. Alargué el paso para investigar cuanto antes, aunque Lizzie casi iba dando pequeños brincos. Contuve el aliento, ya que el tufo a vampiro se aferraba a las ropas como una garrapata. Revolví la pila con el hocico. Estaba claro que alguien las había colocado allí. Edward debía de haber presenciado el momento de irritación, cuando ambos hicimos trizas la ropa que nos quedaba al salir a toda prisa por la puerta. Aquel era un detalle bonito por su parte, pero algo extraño.

Anduve con pies de plomo mientras tomaba la ropa entre los dientes. Puaj. Me oculté detrás de los árboles por si solo era una bromita de la rubia psicópata y la ropa estaba llena de jirones. Solté la pila de ropa pestilente y recobré la forma humana, mientras era capaz de escuchar a mi mujer canturreando. Agité las prendas y luego intenté quitarles el olor, golpeándolas contra un árbol. No había duda de que eran prendas de hombre: pantalones de color café y camisa blanca con botones. No parecían muy largas, pero sí lo suficientemente anchas. Debían de pertenecer a Emmet. Doblé los puños de la camisa, pero poco podía hacer con el dobladillo de los pantalones.

Elevé la cabeza al escuchar pasos, y vi a Lizzie caminando hacia mí. La pude ver a casi a cámara lenta. Como se acercaba, sonriendo de forma ladeada, con la melena meciéndose a cada paso. Como el vestido azul que le habían dejado se le ceñía al cuerpo, casi haciendo que me dieran vueltas la cabeza. Tanto, que no me di cuenta de que la estaba mirando como un imbécil hasta que rozó mi mejilla con las yemas de los dedos, sacándome de mi nube.

—Te queda mejor de lo que esperaba. —se burló, haciendo que dejara de mirarla de arriba abajo. Había notado la burla en su voz. Qué graciosa. —Deja de poner cara de asco, han tenido un detalle con nosotros.

—Apesta. —me quejé entre dientes.

—Sí—admitió, serpenteando sus manos hacia mi cuello. —, pero al menos podemos estar en forma humana.

Resoplé por lo bajo, pero ella cortó mi queja. Unió sus labios con los míos, haciendo que me olvidara de que ni siquiera teníamos a nuestra casa, por estar en territorio de La Push. Agh, maldito karma.

Tomó mi mano y ascendimos los escalones algo despacio. Dudamos al llegar a la puerta. ¿Debíamos llamar? Era una estupidez, pues ellos estaban claramente enterados de nuestra presencia. Lizzie me miró, me encogí de hombros y luego entramos.

Había más cambios en el cuarto de estar. Había recuperado la normalidad con respecto a los últimos veinte minutos. La pantalla de plasma volvía estar encendida, aunque el volumen volvía a estar muy bajo. Estaban echando una de esas pelis ñoñas, pero nadie la veía.

Carlisle y Esme se hallaban de pie junto a las ventanas de la parte posterior, las que tenían vistas al río, nuevamente abiertas. Alice, Jasper y Emmet no estaban a la vista, pero escuchaba sus murmullos escaleras arriba. Bella se hallaba en el sofá, al igual que el día anterior. Le habían quitado todos los cables, salvo uno, y el gotero estaba detrás del sofá. Un par de gruesos edredones la envolvían como la tortilla de trigo a los frijoles y la carne de un burrito. Junto a su cabeza, Rosalie se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo. Edward se sentaba en el otro extremo y tenía en el regazo las piernas envueltas en los edredones. Él alzó la vista y curvó levemente los labios a modo de sonrisa cuando aparecimos, como si se alegrara de vernos.

Bella no nos había oído. Únicamente levantó la vista cuando lo hizo su marido; entonces, nos dedicó otra sonrisa. Lo hizo con verdadera energía y el rostro iluminado de felicidad. Hacía tiempo que no la veíamos sonreír con tanta alegría.

El vampiro torció el gesto al estudiar el rostro de su esposa mientras Bella nos sonreía de forma resplandeciente.

—Venían a hablar, nada más. —informó Lizzie, arrastrando la voz a causa de la fatiga. —No creemos que haya ningún ataque durante los próximos días.

—Sí. —repuso Edward. —He escuchado la mayor parte de la conversación.

La frase nos despertó un poco. El encuentro se habría producido a unos cinco kilómetros a lo largo del edificio.

—¿Cómo es pos...?

—Ahora os leo la mente con mayor claridad. Es una cuestión de familiaridad y de concentración. Además, resulta más fácil sintonizar vuestros pensamientos cuando adoptáis forma humana. He oído casi todo lo que habéis hablado.

—Ah—lo admito, me sentó como una patada en el estómago. Me encogí de hombros. —Bien. No me gusta repetirme.

Lizzie soltó una ronca risa entre dientes, algo sarcástica.

—Os diría que durmierais un poco —intervino Bella—, pero supongo que vais a salir por la puerta en cuestión de seis segundos, así que probablemente pedíroslo no tenga sentido.

Resultaban asombrosas la gran mejoría experimentada y la fuerza que había recuperado. Seguí el olor de la sangre fresca hasta ver otra copa en las manos de la enferma. ¿Cuánta habría bebido para recuperarse? La reserva se les iba a acabar en algún momento. ¿Necesitarían merodear por el vecindario en busca de más?

Lizzie y yo nos encaminamos hacia la puerta. Mientras andaba, llevaba la cuenta de los segundos en voz alta, a fin de que Bella la oyera.

—Todos cuentan hasta seis en el arca de Noé: uno...dos...tres...

—¿Dónde está el Diluvio, chucho callejero?

—¿Sabes cómo se ahoga a una rubia, Rosalie? —le pregunté sin detenerme ni volverme a mirarla, mientras mi mujer resoplaba. —Pega un espejo en el fondo de una charca.

Mientras cerraba de un portazo, llegamos a escuchar la risa entre dientes de Edward. Sus cambios de humor coincidían exactamente con la evolución de la salud de Bella.

—Ya lo había oído. —gritó Rosalie detrás de nosotros.

Bajamos con pesadez los escalones, sin otro objetivo que no fuera arrastrarnos hacia los árboles, lo bastante lejos como para que el aire fuera puro y respirable. Planeé enterrar las ropas a una distancia conveniente de la casa para un uso futuro, lo cual convenía más que atarlas a la pata, pues así no tendría que olerlas. Mientras jugueteaba con los botones de la camisa —bajo la intensa mirada de Lizzie—, caí en la cuenta de por qué los engorrosos botones nunca estarían de moda entre los hombre lobo.

Oí las voces mientras caminaba entre la hierba.

—¿A dónde vas? —preguntó Bella.

—Se me ha olvidado decirles una cosa.

—Deja dormir a Liz y Jacob. Lo que sea puede esperar.

Sí, por favor, deja dormir a Liz y Jacob.

—Será solo un momento.

Me volví con lentitud, suspirando a la vez que Lizzie. Edward ya había salido por la puerta y se acercaba a nosotros con expresión de disculpa.

—Bueno, ¿y ahora qué?

—Lo siento. —se excusó. Luego, se mostró dubitativo, como si no lograra verbalizar lo que pensaba.

¿Qué tienes que decir, lector de mentes?

—He estado retransmitiendo a Carlisle, Esme y los demás los avatares de vuestro encuentro con los delegados de Sam. —murmuró. —Están preocupados...

—Mira, no tenemos intención de relajarnos, ¿vale? No tenéis que creerle como hacemos nosotros, pero en todo caso, vamos a mantener los ojos bien abierto.

—No, no, Jacob, no tiene nada que ver con eso. Confiamos en vuestro buen juicio. La cosa va por otro lado. Las incomodidades por las que ha de pasar vuestra manada han causado una gran turbación a Esme, por eso me ha pedido que hable con vosotros en privado.

Eso me pilló fuera de juego.

—¿Incomodidades...? —repitió Lizzie.

—Me refería sobre todo a las privaciones propias de vivir sin un hogar. Le contraria que estéis tan...desvalidos.

Bufé, y Lizzie soltó un jadeo.

—Somos duros. —repuse, mirándola de reojo. —Dile que no se preocupe.

—Aun así, le gustaría hacer todo lo posible. Tengo la impresión de que Leah prefiere no alimentarse en su forma lobuna, ¿no es cierto?

—¿Y qué...? —inquirí.

—Bueno, tenemos comida normal en casa, Jacob. La compramos para cubrir las apariencias y, por supuesto, para Bella. Leah es bienvenida si así lo desea. Todos lo sois.

—Se lo diremos. —asintió Lizzie.

—Leah nos odia.

—¿Y...? —inquirí.

—Pues intentad transmitirle esta información de una forma que le permita considerarlo y aceptar, si no os importa.

—Haremos cuanto podamos.

—Y luego está el asunto de la ropa.

Ambos bajamos la mirada hacia las prendas que llevábamos.

—Ah, sí, gracias.

Él esbozó una leve sonrisa.

—Bueno, nos resultaría muy fácil ayudaros a cubrir ciertas necesidades. Alice rara vez permite vestir la misma ropa dos veces. Tenemos pilas y pilas de prendas destinadas a las tiendas de ropa y artículos de segunda mano. Además, he calculado que Leah es del tamaño de Esme, más o menos...

—No te lo tomes a mal, Ed—habló Lizzie con cautela. —, pero no estoy segura de que como va a encajar eso de aceptar ropa usada de los chupasangres. No es tan pragmática como nosotros.

—Confío en que a la hora de presentarle la oferta le sabrás dorar la píldora. La oferta se extiende a cualquier otra necesidad física que podáis tener, como transporte y otra cosa, como las duchas, dado que preferís dormir al aire libre. Por favor, no os consideréis privados de los beneficios de un hogar.

Pronunció la última línea en voz baja. Esta vez no intentaba aparentar calma, quería controlar alguna emoción real.

Le miré fijamente durante un segundo, bizqueando con sueño.

—Esto...bueno... Muy amable por vuestra parte...

—Dile a Esme que apreciamos la idea. —me ayudó Lizzie, pues parecía más despierta. —Pero el río pasa varias veces por el perímetro, por lo que podemos mantenernos limpios y eso. Gracias de todos modos.

—En cualquier caso, apreciaría mucho que informarais de la oferta a vuestros compañeros.

—Claro, claro.

—Gracias.

Nos giramos para apartarnos de su lado, pero nos quedamos secos, como si nos hubiera alcanzado un rayo al escuchar un débil gemido de dolor procedente de la casa blanca. El vampiro se había esfumado cuando volvimos la vista atrás.

¿Qué pasaba ahora?

Intercambié una mirada con Lizzie, para luego ir detrás del vampiro, casi arrastrando los pies. Algo se había torcido y debíamos averiguar que era.

Nos arrastramos de nuevo hacia el interior del edificio. Bella jadeaba, aovillada alrededor de la protuberancia de su vientre. Rosalie la sostenía mientras Edward, Carlisle y Esme revoloteaban alrededor. Hubo un atisbo de movimiento: era Alice en lo alto de las escaleras, desde donde miraba el cuarto de estar y mantenía las manos fijas en las sienes.

—Dame un segundo, Carlisle. —jadeó Bella.

—He oído un chasquido, muchacha. He de examinarte.

—Lo más seguro... ay... es que sea una costilla. Oh. Uf. Si, justo ahí.

Ella señaló un punto del costado izquierdo, teniendo mucho cuidado de no tocarlo.

La cosa había empezado a romperle los huesos.

—Necesito una placa de Rayos X. Tal vez queden astillas y no queremos que perforen nada.

Bella respiró hondo.

—De acuerdo.

Rosalie alzó en vilo a Bella con sumo cuidado. Edward hizo ademán de discutir, pero su hermana le enseñó los colmillos y gruñó:

—Ya la llevo yo.

Ahora Bella tenía más fuerza, pero el feto también. Era imposible hacer morir de hambre a uno sin que el otro corriera la misma suerte y a la hora de fortalecerlos ocurría tres cuartos de lo mismo. No había victoria posible.

La Barbie llevó escaleras arriba a Bella. Edward y Carlisle le pisaron los talones. Ninguno de ellos se percató de nuestra presencia en el umbral, donde nos habíamos quedado sin habla.

No me quedaban fuerzas para seguirlos ni para marcharme. Solté la mano de Lizzie, me apoyé sobre la pared y me dejé resbalar hasta el suelo. Nos habíamos dejado la puerta abierta, por lo que entraba un soplo de aire fresco por la abertura. Lizzie se sentó en el espacio entre mis piernas, y apoyó la cabeza en mi hombro. Recliné la cabeza contra el marco y agudicé el oído.

Escuché el zumbido de la máquina de Rayos X en la planta de arriba. O tal vez solo fue un sonido cualquiera y me imaginé que era eso. En ese momento, unas pisadas ligeras descendieron por las escaleras.

—¿Queréis una almohada? —nos preguntó Alice.

—No. —farfullé, mientras Lizzie gruñía.

Se acercó con sigilo.

—Esa postura no parece muy cómoda.

—No lo es.

—Entonces, ¿por qué te mueves?

Miré hacia Lizzie, quien tenía los ojos cerrados.

—Porque Lizzie está más cómoda, y yo estoy reventado. ¿Por qué no vas al piso de arriba con los demás? —le espeté de inmediato.

—Por la jaqueca. —respondió.

Apoyé la cabeza y la giré para observarlo.

—¿Los vampiros tenéis jaquecas?

—Los normales, no.

Resoplé.

—¿Cómo es que ya nunca estás con Bella? —quise saber, pues se me hacía extraño que Alice jamás estuviera junto a Bella. —Pensé que erais uña y carne.

—Te lo he dicho: jaqueca.

Se acomodó encima de una baldosa a poca distancia de nosotros y rodeó las delgadas piernas con los brazos.

—¿Bella te provoca jaqueca?

—Sí.

Torcí el gesto. No estaba para muchas adivinanzas. Dejé rodar la cabeza para recibir aire fresco y cerré los ojos.

—En realidad, no es Bella. —rectificó. —Se trata del...feto.

Ella había pronunciado la palabra <<feto>>a regañadientes, justo con Edward.

—No puedo verle. —me hablaba a mí, pero en realidad podría estar conversando consigo misma, como si nos hubiéramos marchado. —No veo nada acerca de él. Me ocurre igual que con vosotros.

Sentí una sacudida y apreté los dientes. No era plato de mi agrado que nos compararan con la criatura. Me maldije cuando Lizzie se quejó, pero no abrió los ojos.

—Bella se ve envuelta por el influjo del feto, por eso la noto... poco definida, como la imagen de una tele que recibe mala señal. Escomo intentar fijar los ojos en los actores borrosos. Verla me hace polvo la cabeza, y no lo soporto más de unos pocos minutos al día. El feto forma parte importante de su futuro. Cuando ella decidió... Bella desapareció de mi vista en cuanto supo que quería tenerlo. Me llevé un susto de muerte. —Alice se mantuvo en silencio durante un segundo y luego agregó—: He de admitir que es un alivio teneros cerca, a pesar de vuestro olor a perro mojado. Se borran de mi mente todas las imágenes. Es como si cerrara los ojos. El dolor de cabeza se aletarga...

—Encantado de servirla. —murmuré con algo de retintín.

—Me pregunto que puede tener en común con vosotros la criatura... No entiendo por qué estáis en la misma onda.

Tuve que pasar los dedos por la piel de los brazos de Lizzie para no sentir la necesidad de cerrar los puños y que empezara a temblar.

—No tenemos nada en común con ese devorador de vida. —repliqué entre dientes.

—Bueno, ahí hay algo.

No le contesté. Estaba demasiado polvo como para continuar enfadado.

—No te importa que me siente cerca de vosotros, ¿verdad? —inquirió.

—Supongo que no. El hedor está por todas parte.

—Gracias. —contestó. —Esta es la mejor cura de todas, supongo, dado que a mí no me hacen efecto las aspirinas.

—¿Podrías controlarte? Intento dormir.

No contestó, pero de inmediato se sumió en un silencio absoluto. Me quedé sopa en cuestión de segundos.

El efluvio se me metió por la nariz, quemándola hasta hacerme sentir que estaba en llamas. El dolor nasal me despertó lo bastante para acordarme de que me había dormido. El olor era fuerte, teniendo en cuenta que había sacado la cabeza.

Había mucho ruido. Alguien se estaba riendo con demasiada fuerza. Las carcajadas me resultaban familiares, pero no eran de alguien que estuviera relacionado con ese olor.

Gemí y abrí los ojos. Era de día a juzgar por el color gris apagado del cielo, pero no había indicios para poder determinar la hora. Tal vez estuviera a punto de anochecer, dada la escasez de luz.

—Ya iba siendo hora—murmuró la Barbie, no demasiado lejos. —Empezaba a estar harta del escándalo de tus ronquidos.

No sentía el peso de Lizzie sobre mí, por lo que giré sobre mí mismo y me contorsioné para sentarme en el suelo. Averigüé en el proceso de donde procedía el hedor. Alguien me había puesto debajo de la cabeza un cojín de plumas en un intento probable de ser amable.

Percibí otros aromas en cuanto alejé el rostro de la pestilencia de las plumas. El aire olía a canela y a panceta, todo entremezclado con el efluvio a vampiro. Parpadeé mientras intentaba captar la estancia.

Las cosas no habían cambiado demasiado, excepto que ahora Bella se sentaba en medio del sofá y que le habían quitado las agujas intravenosas. La rubia estaba sentada sus pies, con gesto ausente. Edward estaba sentado junto a ella y le tomaba la mano. Alice se hallaba sentada en el suelo, de la misma guisa que Rosalie.

Su rostro no delataba contrariedad alguna y era fácil saber el motivo: había encontrado otros <<analgésicos>>.

—Eh, Jake, ven aquí. —cacareó Seth.

El pequeño de los Clearwater estaba sentado en el suelo, al otro lado de los vampiros. Joe estaba en el sofá, con un brazo sobre los hombros de Bella, y el regazo un plato de comida lleno hasta los bordes. Lizzie estaba sentada en el suelo, con la cabeza apoyada en las piernas de su hermano y la cabeza de Seth en su lado.

¿Qué rayos...?

—Ambos vinieron a buscaros a Liz y a ti. —me aclaró Edward mientras me ponía de pie. — y Esme los convenció de que se quedaran a desayunar.

Seth me miró, probablemente viendo mi cara de confusión.

—Exacto, Jake. Vinimos a ver si estabais bien, ya que ni siquiera habíais cambiado de fase y Leah empezaba a ponerse histérica. Le dijimos que probablemente os habíais quedado frito en vuestra forma humana, pero ya la conocéis. Y claro, bueno, ellos tenían aquí toda esta comida, y maldita sea—continuó mientras se volvía hacia Edward. —tú sí que sabes cocinar, tío.

—Gracias. —murmuró el aludido.

Lizzie hizo un gesto con la mano, golpeando la nuca del chico.

—Ay. Ya sabes a lo que me refiero, Liz.

Ella rodó los ojos.

Mis ojos volaron de nuevo al brazo de Joe en torno a Bella, algo sorprendido. Él no era el mayor fan de la humana.

—Bella se estaba quedando fría. —expuso Edward en voz baja.

Y Lizzie lo obligó a hacer una buena acción.

Por cómo se le curvaron los labios al vampiro, supe que había acertado.

Caminé hasta ponerme a un par de metros del sofá, mientras intentaba despertarme.

—¿Sigue Leah de patrulla? —le pregunté a los dos cachorros.

—Sí. —contestó Seth, pues Joe no dejaba de masticar. Ambos llevaban ropas nuevas. —Sigue en ello, no te preocupes. Aullará si ocurre algo. Nos turnamos a eso de la medianoche. Hemos debido de correr doce horas.

El tono de voz dejaba claro cuánto se enorgullecía de ello.

—¿Medianoche...? Espera un momento.... ¿Qué hora es?

—Está a punto de amanecer. —contestó Joe, tras lanzar una mirada por la ventana para asegurarse.

Lancé una mirada a Lizzie, quien estaba haciendo una mueca. Mierda. Habíamos dormido el resto del día y una noche entera. Estaba claro que no habíamos cumplido con nuestra parte.

—Mierda. Lo siento mucho, Seth, Joe. Deberíais haberme despertado de una patada.

—No, necesitabas dormir, igual que le dijimos a Liz. ¿Desde cuándo no te habías tomado un respiro? ¿Desde la noche que patrullasteis para Sam? ¿LO dejamos en cuarenta horas? ¿Cincuenta? No eres una máquina, Jake. Además, no os habéis perdido nada de nada.

Lancé una rápida mirada hacia Bella. Había recobrado el color y ahora estaba como la recordaba: pálida, sí, pero con esa pincelada sonrosada en la piel. Incluso el pelo estaba más brillante. Me miró y luego me sonrió.

—¿Qué tal la costilla?

—Vendada y sujeta. Ni siquiera la noto. —me contestó.

Puse los ojos en blanco mientras oía rechinar los dientes de Edward.

—¿Qué? ¿Qué has desayunado? —inquirí, un poco sarcástico. —¿0 negativo o AB positivo?

Me sacó la lengua.

—Tortilla. —contestó, pero lo hizo con la mirada gacha.

Y vi la copa de sangre entre su pierna y la de Edward.

—Tómate algo de desayuno, Jake. —me instó Seth. —Hay un momento de cosas riscas en la cocina. Debes de estar con el depósito vacío.

Examiné el plato de comida que los tres tenían encima del vientre o en el regazo. Una tortilla de queso ocupaba la mitad y la otra, un rollito de canela del tamaña de un cuarto de Frisbee.

Empezó a sonarme el estómago, pero lo ignoré.

—¿Qué ha almorzado Leah? —pregunté, algo irónico.

—Le llevamos comida antes de probar bocado. —se defendió Seth, a él y a Joe. —Aseguró que prefería comerse un animal atropellado en la carretera, pero apuesto a que al final cae... Estos rollitos de canela.

Pareció perderse en las palabras.

—En ese caso, iré a cazar con ella.

—Jacob. —me detuvo Lizzie.

Me tensé. No era ni Jake, ni amor ni nada por el estilo. Era Jacob.

Mierda.

Se levantó, mientras Edward le aseguraba que protegería la comida de los dos cachorros. Se acercó a mí, pero no parecía enfadada, sino seria.

—Carlisle quiere hablar con nosotros. —me explicó, seguramente al ver la tensión en mi espalda.

El mencionado estaba al lado de Esme, quien se dirigía a otra habitación. El doctor se detuvo un poco más lejos de lo habitual entre dos humanos que conversan. Nos concedía espacio.

—Hablando de caza—empezó, con tono lúgubre. —veréis, este tema va a ser de cierta importancia en mi familia. Deseaba pediros consejo. ¿Nos dará caza Sam fuera del perímetro que habéis creado? Nuestro deseo en no correr el riesgo de herir a nadie de vuestra familia ni de perder a uno de los nuestros. Si os calzarais en nuestros zapatos, es decir, si estuvierais en nuestra situación, ¿Cómo actuaríais?

Miré a Lizzie, quien tenía el ceño fruncido.

—Corréis un riesgo. —contestó, fijando la mirada en él. —Ahora mismo, Sam se ha calmado un poco, pero estoy segura de que en su fuero interno considera el tratado un simple papel mojado. En cuanto se le meta entre ceja y ceja que la tribu u otro humano cualquiera estén en peligro, no se va a cortar un pelo, pero mientras, su prioridad sigue siendo La Push. Ahora no son tan numerosos como para vigilar a la gente y al mismo tiempo organizar partidas lo bastante grandes como para causaros un daño real. Apostaría a que se mantendrá en casa.

Carlisle asintió con ademán festivo.

—Pero, recomiendo que no cacéis en solitario, solo por si acaso. —continuó, luego de mirarme unos segundos y suspirar. —Tal vez sería más adecuado que fuerais de día, porque todas las estúpidas supersticiones sobre los vampiros... bueno, esperan que salgáis por la noche. Sois rápidos, podéis peinar las montañas y cazar lo bastante lejos como para que no haya ocasión de algún posible encuentro con alguien que Sam haya enviado lejos de la reserva.

—¿Y dejar a Bella desprotegida?

—¿Y nosotros que somos, hígado picado? —bufé.

Carlisle rio, pero su semblante adoptó la seriedad de antes.

—No podéis enfrentaros a vuestros hermanos, chicos.

—No decimos que vaya a ser fácil, —Lizzie entornó los ojos—, pero somos suficientemente capaces de detenerlos si vienen con ánimo de matarla.

Carlisle sacudió la cabeza.

—No, no, no pretendo decir que seáis incapaces, sino que sería un error muy grave. No puedo tener ese peso en mi conciencia.

—El peso estaría en la nuestra y no en la suya, doctor—repliqué. —, y lo podemos asumir sin problemas.

—No. Vamos a asegurarnos de que nuestras acciones hagan imposible esa situación. —frunció el ceño con gesto caviloso. —Iremos de caza de tres en tres. —decidió después de un segundo. —Probablemente eso sea lo mejor.

—Lo dudo, doctor. La división en dos grupos no me parece la mejor estrategia.

—Contamos con algunos dones adicionales que igualarán las cosas. Si Edward es uno de los tres cazadores, es capaz de darnos vario kilómetros de seguridad.

Los tres volvimos la cabeza hacia el recién casado. Su expresión hizo que Carlisle echara marcha atrás enseguida.

—Y estoy persuadido de la existencia de otros caminos. —apostilló Carlisle. —Alice, imagino que podrías saber que rutas debemos evitar, ¿no?

—Es muy fácil—contestó ella, asintiendo—, las que desaparezcan de visión.

Edward se había puesto muy tenso con la primera parte del plan, pero ahora se relajó bastante. Bella miraba con tristeza a Alice, quien había arrugado el ceño.

—De acuerdo, entonces. —acepté. —Está decidido...

Lizzie me tomó por la camiseta, impidiendo que me moviera.

—Si planeas ir a patrullar, come algo antes. —espetó, mirándome con el ceño fruncido. Me dio un escalofrío. —No me hagas hacer una escena, Jacob.

—Ah...

Esme regresó con sus rápidos andares. Traía un plato cubierto en las manos. Se detuvo con indecisión al llegar junto al codo de Carlisle y fijó en mi rostro sus enormes ojos oscuros. Lizzie me dio un codazo en el costado cuando la vampiro me tendió el plato, dando un paso hacia mí con timidez.

—Soy consciente de que la idea de comer aquí no te resulta tan apetecible como a Liz, porque el olor no es de tu agrado—dijo con voz menos aguda que la de los demás, lanzando una rápida mirada a mi mujer. —, pero me sentiría mejor si comieras algo. Estoy al tanto de que no podéis volver a casa por nuestra culpa. Por favor, alivia un poco mi remordimiento.

Me tendió el plato con una súplica en sus facciones. A pesar de tener una apariencia de veintitantos, su expresión de pronto me recordó a la de mi madre. Y por la forma en la que Lizzie se removió inquieta a mi lado, le pasó lo mismo.

—Eh, claro. —murmuré, luego de otro codazo. —Gracias.

Tomé le plato y lo sostuve con una mano, bajo la intensa mirada de Lizzie. Giré un poco para mirarla.

—¿Vienes con Leah o te quedas con los cachorros? —le pregunté, ignorando las miradas divertidas de los vampiros y las indignadas de los dos lobos.

—Esme me dijo que puedo usar el teléfono de su habitación para hablar con mis padres. —respondió, mirando de reojo a su hermano. —No quiero que sepan de la situación por Sam y los demás, quiero que sepan nuestra versión. Estoy convencida de que mi padre no puede pensar igual que los demás ancianos. —hizo una pausa. —¿Quieres que llame a Billy?

—Por favor.

Asintió con la cabeza, besando mi mejilla.

—¿Vas a volver luego, Jake? —preguntó Bella, al ver como pretendía huir.

—Eh... —vacilé. —Puede que sí. Ya sabes, Lizzie está aquí.

Recibí la risa de la mencionada a cambio.

—¿Jacob? —me llamó Esme. Retrocedí hacia la puerta mientras ella se acercaba unos pasos, bajo la mirada de Lizzie. —He dejado una cesta de ropa en el porche. Es para Leah. Las prendas están recién lavadas y solo las ha tocado Liz. —frunció el ceño, mirando a mi mujer cuando esta me guiñó un ojo. —¿Te importaría llevársela?

—Enseguida. —murmuré.

Acto seguido, me escabullí con la puerta antes de que me sintiera culpable por algo.

¡Hola, hola! ¿Qué tal estáis? Espero que bien.

Okay, me está costando un poco seguir con el libro y el punto de vista de Jacob, pero todo sea por el resultado final. La mente de mi Jacob es un poco distinta al de Stephenie Meyer, así que tengo que hacer muchos cambios.

Queda poco para que llegue Reneesme y que se empiecen a explicar muchas cosas.

Tengo el hype por las nubes sipor.

Ah, también podéis pasaros por mi fanfic de Harry Potter y mi fanfic de Inazuma Eleven. Ambos están tan activos como este, así que aprovechad mientras dure jiji.

Nada más por mi parte pero ya sabéis que...

¡Nos leemos en comentarios!

~I 👑

|Publicado|: 27/07/2021

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