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CAPÍTULO ONCE
La maldición de los Quileute

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Lejos de lo que esperaba, la reunión con Alice había durado mucho menos de lo que esperaba. Exactamente había durado dos horas y media. Le había mandado fotos a mis padres, quienes estaban con Billy, para que dieran su opinión y entre todos habíamos acabado con rapidez.

Jake se fue a hacer una ronda junto a Embry y Sam, por lo que cambié de dirección. Mi plan inicial era ir a casa, a la que tenía con mi lobo, pero estar yo sola allí no me hacía mucha gracia. Así que decidí ir a la casa de reunión de la manada, la del matrimonio Uley.

—¡VETE AL DEMONIO, SETH!

Aquel grito hizo que frenara mi camino hacia la casa de Emily, al reconocer la voz. La reconocería en cualquier lugar del mundo, puesto que estaba acostumbrada a escuchar sus gritos y chillidos desde que era un bebé. Giré la cabeza, viendo como el pequeño de los Clearwater caminaba arrastrando los pies y con expresión abatida.

—¿Seth? —alzó la cabeza y me miró. —¿Ocurre algo, cachorro?

—Tu hermano no está de muy buen humor.

De forma inevitable, mi corazón se aceleró al escuchar aquello. Mi hermano no tenía mal carácter ni mal genio, no solía gritarle a nadie. Si su carácter estaba cambiando, eso significaba que...

—Oh, no.

No dejé que Seth dijera nada y salí disparada a buscar a mi hermanito. Su olor y el mío eran muy parecidos, por eso no fue difícil encontrar su rastro aun cuando estaba en forma humana. Desde que me había convertido había duplicado mi velocidad, por lo que no necesitaba usar mis patas de lobo para correr con rapidez. Mi pies de humana también podían correr rápido.

No tardé en ver a mi hermano. Estaba en el suelo, sentado, mirando hacia abajo. Tenía las manos en la cabeza, sus dedos estaban hundidos en su corto pelo. Al acercarme pude escuchar que estaba sollozando.

—¿Hermanito?

Dejó de sollozar y alzó la cabeza. Se me encogió el corazón al ver sus ojos marrones cristalizados.

—Lizzie...

Me agaché a su altura, limpiando las lágrimas de sus mejillas, las cuales estaban rojas. Seguramente llevaba un buen rato llorando, puesto que su nariz estaba también roja y tenía los ojos un poco hinchados.

—¿Qué ocurre, pequeño?

—No lo sé. —sollozó, negando con la cabeza, mientras algunas lágrimas caían de sus ojos. —No sé qué me pasa. Seth...él... —soltó otro sollozo. —Él solo quería saber que me pasaba... y... y yo le grité. No quería gritarle... de verdad que no... pero...no...yo no sé qué me pasa.

—Yo sí sé lo que te pasa. —me miró confundid en cuanto lo dije. —La bomba en tu interior está llegando a su fecha de caducidad.

—¿Te refieres...? ¿Te refieres a qué voy a pasar por la transformación?

Asentí lentamente, haciendo una mueca con los labios, puesto que era algo que llevaba temiendo desde el momento en el que me había transformado.

—Yo no quiero ser lobo.... —musitó, bajando la mirada. —...no quiero hacer daño a nadie.

—No vas a hacerle daño a nadie, Joe. Yo no voy a dejar que lo hagas. —posé mis manos sobre sus hombros, estaban claramente tensos, y comencé a masajearlos con suavidad. —No tienes que preocuparte por eso, nadie dejará que hagas nada de lo que te puedas arrepentir.

—Tengo miedo...

—Es normal tener miedo. El miedo es lo que nos hace humanos. Nos recuerda que en verdad no somos tan importantes, que somos una parte insignificante dentro de todo el mundo. —esbocé una pequeña sonrisa, mientras volvía a limpiar sus mejillas. —Si no tuvieras miedo, no serías humano.

—¿Y si...? —hizo una mueca, lamiéndose los labios, como si temiera seguir hablando. —¿Y si me pasa a mí?

Sentí como se me formaba un nudo en la garganta, puesto que sabía perfectamente a qué se refería. Cada vez que nacía un varón en nuestro linaje, teníamos el miedo de que pasara de nuevo. Yo lo tuve cuando mi hermano nació y sigo teniéndolo.

—Joe...

—Yo no quiero, Lizzie. —negó, sollozando de nuevo. —No quiero ser un animal. No quiero que me pase a mí.

Hice una mueca, suspirando. Había cosas que no se podían controlar en el mundo de los quileute, y esa era una de ellas. Por eso toda la tribu tenía miedo, porque no solo pasaba en nuestro linaje.

—Quiero que me prometas algo, Lizzie.

Volví mi mirada a mi hermano, puesto que la había desviado hacia los árboles al tratar de calmar mi mente. Me miraba serio, sin rastro de lágrimas en sus ojos.

—Si me pasa a mí... quiero que lo termines. —sentenció, su labio inferior temblaba. —Quiero que me pares.

—Joe... —abrí los ojos como platos.

No podía estar pidiéndome eso.

—Si me llega a pasar eso, quiero que me mates, hermanita.

Cerré los ojos con fuerza, negando de forma frenética. No, no. Me negaba a matar a mi hermanito. No, nada de eso.

Ni loca.

—Lizzie...

Seguí negando, apretando los párpados con fuerza para intentar no echarme a llorar. Hice las respiraciones más profundas para no echarme a llorar. Pero con cada expiración, sentía que me ahogaba.

—No puedo, Joe.

—Lizzie.

Su tono de voz me hizo abrir los ojos. Seguía serio, aunque su mirada oscura estaba entre seria y triste.

—Por favor, prométemelo.

—Yo...

—¡No quiero ser como él! —exclamó, frustrado, con la voz rota. Le temblaba el labio inferior mientras trataba de tragarse los sollozos. —¡No quiero que me pase como a tío Clark!

Escuchar el nombre del hermano pequeño de mi padre solo hizo que el nudo en mi garganta se hiciera más grande. Tragué saliva, intentando no pensar en él, pero era totalmente inevitable. Todo el mundo conocía a mi tío Clark y lo que había pasado con él.

—No quiero ser un monstruo, hermanita.

Bajé la mirada, clavándola en el suelo.

—Joe...

—Por favor, Lizzie, por favor.

Hice una mueca mientras tragaba saliva, pensando en todo el tema. Mi deber era proteger a mi familia y a la tribu...

¿Qué debía hacer?

—Si te llega a pasar, yo mismo lo haré.

Esa voz...

—Papá. —murmuramos los dos a la vez.

Papá se acercaba a nosotros, con los labios apretados y los brazos cruzados. Cuando se agachó a nuestro lado fue cuando me di cuenta de que sus ojos oscuros estaban cristalizados.

—Lo haré yo. —repitió, aunque la voz le sonaba temblorosa. —No pude hacer nada por mi hermanito, y por eso me prometí que si le pasaba algo a mi hijo, haría cualquier cosa para evitar que fuera un monstruo.

—Papá... —murmuré.

—Gracias, papá. —mi hermano lo abrazó unos segundos.

Luego, se separó y se levantó. Nos dio una mirada, antes de mencionar que iría a disculparse con Seth y nos dejó solos. Papá no me quitaba la mirada de encima.

—Sabes por qué lo hice, ¿no?

—Porque no quieres que yo cargue con la culpa. —mascullé, observando como una mariposa volaba cerca. —Pero ¿Qué hay de ti? Es tu propio hijo.

—Estaré bien. —me aseguró, apretando la mandíbula unos segundos. —Además, ya lo te lo he contado varias veces. Me sentí culpable por no haber podido ayudado a mi hermano y limitarme a mirar lo que hacía. —apretó los labios, claramente con ira. —Me prometí que si le pasaba a mi hijo, que no me quedaría de brazos cruzados, que haría algo... cualquier cosa, para salvar su alma.

—¿Crees...? ¿Crees que las leyendas de la abuela son reales?

Desvió la mirada hacia los árboles unos segundos y luego me miró. Parecía más calmado que antes.

—Bueno, hasta hace no mucho, no me las creía.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión?

—Tu collar.

Parpadeé confundida, llevando una mano al collar de lobo que tenía colgado del cuello. No me lo había sacado desde que lo encontré en el lago, luego de transformarme.

—¿Mi collar?

Asintió lentamente, sentándose en el suelo y haciéndome un gesto de que me sentara también. Lo hice, cruzando las piernas como un indio mientras lo miraba con curiosidad.

—Dime, hija, ¿a veces te parece escuchar voces?

—Sí.

—¿Cuándo estás sola?

—Sí.

—¿Muchas voces con eco que en verdad te parece la misma?

—Sí.

Sonrió, cerrando los ojos unos segundos. Giró la cabeza para mirar hacia algún punto del cielo.

—No me puedo creer que lo hicieras, mamá. —musitó, sacudiendo la cabeza.

¿Qué?

—¿De qué hablas, papá? —pregunté, confundida. —¿Qué hizo la abuela?

—Cuando supo que no le quedaba mucho tiempo, me hizo buscar a una bruja, una vieja amiga. —comenzó a contar, con los ojos cerrados. —No sé muy bien los detalles, ya que me echó de la habitación, pero hicieron un conjuro.

—¿Un conjuro?

—La noche en la que muriese, su alma no iría al cielo. —abrió los ojos y me miró. —Crearon el collar para eso.

¿Espera, qué?

¿Qué?

¿¡Qué¡?

¿¡QUÉ?!

—Espera, espera, espera. —hice un gesto con las manos. —¿Me estás diciendo que el alma de la abuela está dentro de este collar?

—Sí, eso estoy diciendo.

—Pero...pero... Yo lo encontré en el bosque.

Se echó a reír, para mi sorpresa, como si le hubiera contado un chiste. Su risa tardó unos segundos en calmarse, mientras volvía a negar con la cabeza.

—No lo encontraste, hija, yo hice que lo encontraras.

—¿Qué?

—Mamá me hizo prometer que lo guardaría hasta que llegara el día en el que te transformaras y así...

—¿Así qué?

—Podría ayudarte si lo necesitabas.

Mi mente hizo click al escuchar aquello. Por eso sentía un calor extraño de vez en cuando. Era mi abuela. No eran imaginaciones mías, realmente era ella.

—Abuela... —murmuré, sonriendo levemente.

—Ella quería estar contigo cuando te transformaras, pero enfermó, como ya sabes. —hizo una mueca, soltando un suspiro. —No es lo mismo, pero la tienes ahí contigo.

—¿Hay alguna...? ¿Hay alguna manera de poder verla?

—¿Te refieres a ver su espíritu? —preguntó y ladeó su sonrisa cuando asentí. —En teoría, cuando tu loba acabé de crecer, serás capaz de verla. Era una de las condiciones del conjuro.

Sentí unas enormes ganas de llorar al escuchar aquello. Podría ver a mi abuela, aunque fuera su espíritu, cuando mi loba cumpliera su máximo tamaño.

¿Podría hablar con ella?

¿Tocarla?

¿Realmente podría?

—Me ha estado ayudando todo este tiempo... —musité, sonriendo como una tonta. —Y yo pensando que mi loba entraba en combustión...

—Siento no habértelo dicho antes, seguramente te hubiera servido de mucho contra los neófitos, pero algo me frenaba.

—Seguramente era la abuela. —bromeé, alzando las cejas.

—Probablemente.

—Si esa leyenda es cierta... igual podemos curar la enfermedad de la tribu, ¿no te parece?

—Ojalá fuera tan fácil. —soltó un largo suspiro, un poco de rendición. —Tengo entendido que necesitamos la ayuda de una bruja, una auténtica y no una híbrida. Los clanes de brujas están escondidos para que los Vulturis y los cazadores no las encuentren.

—Ojalá pudiéramos dar con la amiga de la abuela...

—Yo también lo espero. Se lamentó mucho estar en China y no haber podido ayudar a tu tío Clark.

Ladeé la cabeza.

—¿Tío Clark también andará por aquí zumbando?

—Con lo cabezota que era, seguramente. —soltó una corta risa. —Casi puedo escuchar a tu abuela riñéndole por no querer ir hacia la luz.

—Ojalá pudiera verlo a él también. No me acuerdo de él...

—Todo en esta vida es posible, hija, incluso lo que te parezca más imposible.



Por mucho que mi padre hubiera intentado calmarme, mi mente no estaba para nada tranquila. Se semejaba demasiado a una lavadora en funcionamiento, es decir, no podía dejar de darle vueltas y vueltas al asunto. Eso hacía que estuviera con el ceño fruncido.

Por esa misma razón me había ido de casa de Emily, pues no quería preocuparla, ni a ella ni a Kim. La impronta de Jared era realmente dulce, un poco tímida comparada con nosotras, pero era bastante agradable. Hacía poco que Cameron nos la había presentado a la manada, y pobre del día que se le ocurrió pensar que sus compañeros de manda no lo iban a ponerlo en ridículo. Obviamente, lo hicieron.

Entré en casa, en la mía y de Jake, dirigiéndome con rapidez a nuestra habitación. Me metí en el armario, saqué una pequeña escalera y comencé a rebuscar en el altillo que había allí. Realmente estaba sucio, y el polvo me hizo toser y estornudar varias veces, pero al final logré encontrar lo que estaba buscando. Una caja gris, bastante grande, que tenía mi nombre en una caligrafía demasiado especial para mí.

La de mi abuela Amelia.

Con la caja entre las manos, bajé de la escalerilla y caminé de vuelta a la habitación. Me senté en el suelo, puesto que no quería manchar las preciosas sábanas que Alice me había mandado desde sabe dios dónde. En verdad no quería ni saber cuánto le habían costado o me daría un infarto.

Una vez sentada, levanté la tapa y comencé a remover los objetos que se encontraban allí. Había cosas que hacía mucho que no veía, como la vieja muñeca de mi abuela, de esas que ahora no se fabrican porque son materiales demasiado caros y frágiles para un niño pequeño. Las yemas de mis dedos dieron con la textura de cuero, esa que estaba buscando. Envolví mis dedos alrededor del objeto y lo saqué de la caja. Pasé las yemas por el relieve de la portada, sonriendo de lado.

Era una especie de diario, más bien, un libro de instrucciones. Así lo había denominado mi padre, a modo de broma. Según él, eran consejos que a mi abuela le hubiera gustado darme, pero por razones obvias no podía. La portada tenía la cabeza de un lobo y en hilo dorado mi nombre. Lo abrí, encontrándome de nuevo con la bonita letra de mi abuela.

"Para mi adorada nieta,

porque me hubiera gustado verte crecer

y convertirte en la gran alfa que sé que serás".

—Demasiadas esperanzas en mí...—musité, siendo capaz de escuchar la voz de mi abuela pronunciando aquellas palabras en mi oído.

Pasé las páginas, buscando algo en concreto. Estaba en la procura de aquello que calmara un poco mi mente, pero realmente la abuela me había dejado muchas palabras para mí, solo para mí. Debería leerlas algún día, solo para ser capaz de escuchar su voz en mi cabeza, pero no era el momento.

"Existe una clara diferencia entre nosotros, los metamorfos, y los hijos de la luna o licántropos.

Los hijos de la luna cambian de forma sólo por la noche, y durante la fase más completa de la luna. Mientras están en su forma de hombre lobo, pierden su conciencia humana, son más salvajes que racionales. Se alimentan de seres humanos y crean otros hombres lobo infectando a un ser humano con una mordedura venenosa, como la de un vampiro.

Nosotros, los metamorfos Quileute, puesto que existen muchos más hermanos, somos capaces de cambiar nuestra apariencia, al tomar la forma de un bello lobo, la cual viene de nuestra ascendencia genética. Podemos transformarnos a nuestro antojo y no nos alimentamos de seres animales, puesto que somos sus protectores frente a cualquier amenaza. En nuestra forma de lobo, conservamos nuestra mentalidad humana, las habilidades de razonamiento y las personalidades. "

Notaba como me temblaban las manos, aunque aquello que estaba leyendo ya me lo sabía de memoria. No era por aquella diferencia que la abuela hacía, no. Era por el siguiente párrafo. Sin duda ella sabía que el temor me inundaría.

"La brecha entre los Hijos de la Luna y nosotros parece enorme, pero no siempre es así. Nuestra tribu porta con una maldición, una peor que la de convertirse en grandes lobos y tener que controlar cada uno de nuestros instintos.

Se ha dado en pocos casos, pero eso solo ha hecho que nos preocupemos más. En especial yo, puesto que mi querido hijito Clark lo sufrió. Lizzie, cariño, sé que estarás leyendo esto porque temes por la seguridad de tu hermano y la de todos los chicos de la tribu. Ten esperanza.

No sabemos de dónde viene ni por qué, pero lo que sabemos es que afecta al cerebro. No sabría cómo explicarlo, pero se es como si esa brecha que nos diferencia de los licántropos se rompiera de un plumazo. Los afectados pierden el raciocinio y la capacidad de transformarse a su voluntad. Se vuelven salvajes y no hay modo de razonar con ellos.

Conocí a una bruja, una de las pocas de sangre pura que quedan. Ella me contó que hay una posibilidad de ayudar a esas almas perdidas. Se debe de contactar con alguien como ella en menos de dos meses, o no podrá hacer nada. Aunque, es obvio que es complicado dar con ellas, por la caza que han sufrido a manos de los cazadores y los Vulturis.

Aún así, mi querida nieta, nunca pierdas la esperanza. Recuerda siempre: la esperanza es lo último que nuestra alma pierde."

Alcé la cabeza, mirando la pared frente a mí con los labios apretados. Aquello no me había calmado demasiado, era decir, ¿Cómo iba a encontrar a una bruja de sangre pura en caso de necesitarlo? Nunca había visto una, ni tenía ni la mínima idea de dónde debía empezar a buscarlas. Realmente me parecía más fácil buscar una aguja en un pajar.

Mi mirada voló, sin querer, a la foto de la familia Wolf al completo. Papá estaba al lado de su hermano pequeño, Clark, ambos sonriendo de forma amplia, mostrando sus blancas dentaduras. Aquello solo hizo que se me formara un nudo en la garganta y tuve que apartar la mirada al instante.

—Hola, amor. —la voz de Jake me asustó.

Tanto, que le tiré lo primero que pillé y le di en toda la frente. Resultó ser un cojín, así que tampoco era que le hubiera hecho mucho daño. Aun así, me miró raro, mientras se frotaba la zona afectada y me miraba confundido.

—Vaya bienvenida más calurosa. —masculló, con su voz cargada por el sarcasmo.

—Lo siento, Jake. —pronuncié, mientras soltaba un suspiro aliviado al tranquilizar mi cuerpo luego de aquel susto. Realmente estaba sumida en mis pensamientos como para no haberlo escuchado. —Me asustaste.

—Ya veo. —murmuró, mientras se acercaba a mí y se sentaba a mi lado. Miró el libro entre mis piernas con el ceño fruncido. —¿Qué es eso?

—Una especie de diario de mi abuela. —medio expliqué, enseñándole la portada con la cabeza de lobo y mi nombre. Volví a ponerlo encima de mis piernas luego de eso. —Estaba tan concentrada leyéndolo que no te escuché entrar.

—¿Puedo? —preguntó, haciendo un gesto con la cabeza.

Asentí, acercándole el libro de modo que pudiera leerlo. Lo observé pasar su mirada oscura por las letras, mientras de forma inconsciente, llevaba mi mano izquierda a su nuca y comenzaba a enrollar algunos mechones. Su mano estaba en mi pierna, dándome suaves caricias, mientras no dejaba de leer.

—Estás preocupada por tu hermano, ¿verdad? —adivinó, mientras posaba en mí sus grandes ojos obsidiana. Hizo una mueca con los labios cuando asintió, y su mano en mi pierna dio un suave apretón. —Confía en que nada le pase, ¿sí?

—Es más fácil decirlo que hacerlo, Jake. —me quejé, haciendo un puchero triste.

Quitó la mano de mi pierna y la deslizó por mi espalda, mientras me empujaba hacia su cuerpo. Mi oreja acabó encima de su pecho y pude escuchar perfectamente el latido de su corazón. Estaba acelerado, supongo que como cada vez que estaba conmigo, porque el mío hacía lo mismo. Sus cálidos brazos me rodearon completamente, mientras dejaba un suave beso en mi cabeza.

—Si algo le pasa a Joe, o a quién sea, haremos algo. —aseguró, todavía con sus labios sobre mi coronilla. Me aferré a su camiseta al oírlo y como si fuera instinto, sus brazos me apretaron contra él. —Yo haré algo. Te lo prometo.

Cerré los ojos, disfrutando de su calidez, mientras él comenzaba a tararear en voz baja. Al mismo tiempo, obligué a mi mente a dejar de pensar de forma tan pesimista.

Estaríamos bien. Todos nosotros.

¡Hola, hola! ¿Qué tal estáis? Espero que bien.

Estoy muy feliz porque he tenido un momento de inspiración y puedo traeros este capítulo, prácticamente recién salido del horno.

Creo que ya era hora de explicar el significado del collar que Lizzie encontró en el primer acto.
¿Era lo que esperabais? Me gustaría leeros je.

Y, como me gusta el drama y ver el mundo arder, le sumé un problema más a los Quileute. Como si no tuvieran bastante con volverse lobos del tamaño de caballos, no, no. Mi mente es demasiado maligna como para haberlo dejado así de simple. Así que bueno, ahora podemos tener lobitos que pierden el juicio.
Ahí he hecho alusión a dos audiovisuales distintas, una es una saga y otra una serie. ¿Sabéis cuáles son uhu?

Bueno, ¿qué os ha parecido?

¡Espero que os haya gustado!

Como siempre, os recuerdo que también me podéis encontrar en las demás historias de mi perfil. Literal que si no estoy aquí, es porque estoy por alguna de ellas. Así que os invito a que os paséis por ellas y le deis tanto apoyo como a esta.

Nada más por mi parte, pero ya sabéis que...

¡Nos leemos en comentarios!

~I 👑

|Publicado|: 23/03/2021

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