CAPÍTULO VEINTISÉIS: Candy - Fantástico
«Eco, eco...¿Dónde, dónde está mi caramelo? Por allá, por allá está tu caramelo. Tómalo, tómalo... ¡No, no tomes mi caramelo! Dame, dame tu caramelo. Tómalo, tómalo... Subida de azúcar, bajón de azúcar. Subida de azúcar, bajón de azúcar. Frente al algodón de azúcar comí un poco, y después un poco más. Terminé con una gran sonrisa. Finalmente, ya inconsciente, sin querer me lo comí todo. Me lo acabo de comer. Yo fui quien se lo comió. Sin querer me lo comí... Con una mirada salvaje, sin querer me lo comí»
(Atarashii Gakko!, Candy, 2021, 0m0s) // (Atarashii Gakko!, Fantastico, 2021, 0m0s)
NamJoon no estaba seguro de que había esperado realmente, pero por supuesto que el psicoterapeuta le dijera aquello no había figurado entre sus posibilidades. O quizás sí. Realmente ya no lo sabía. Después de un mes yendo y viniendo al hospital dos veces por semana, Min YoonGi no había dicho mucho sino es que nada. Intentó convencer al psicoterapeuta de que agendara una cita más para YoonGi sin embargo este insistió que no tenía caso.
— Señor Kim NamJoon, entienda —dijo amablemente el hombre—. Min YoonGi se niega a hablar y no importa cuantas sesiones tengamos por semana, mientras él no coopere no puedo hacer nada por él. Ni siquiera toma los medicamentos correctamente.
Sí, NamJoon estaba consciente de ello. Tan enterado se encontraba que en más de una ocasión tuvo que vigilar a YoonGi para que se tomara los antidepresivos y ansiolíticos junto con sus antirretrovirales. El joven pelinegro seguía excusándose que tantos medicamentos le provocaban náuseas. Él estaba seguro de que, por supuesto, aquello era posible y por eso seguía dándole el beneficio de la duda.
— YoonGi necesita su ayuda —respondió casi a modo de súplica.
— Lo sé, pero él no la quiere y yo no lo puedo obligar a tomarla.
Choi HyunSik parecía no comprender la situación.
— ¿Qué se supone que haga en ese caso? —inquirió—. ¿Dejarlo a la deriva?
El hombre negó suavemente. NamJoon echó un vistazo por sobre el hombro de este, encontrando a YoonGi al fondo del pasillo, justo al lado de los elevadores. Observándolos.
— No he dicho que le deje solo, eso es algo que ningún profesional de la salud mental le va a recomendar jamás, sin embargo, señor Kim, como médico mi deber es hacerle entender que Min YoonGi ya es un adulto —dijo Choi HyunSik con la mirada cansada—. No es un niño del cual usted deba o tenga que responsabilizarse. El toma sus propias decisiones y él, y sólo él, es responsable de ellas. Mientras él, voluntariamente, no acepte ayudarse, nadie, ni siquiera usted, va a poder hacer algo por él. Mi recomendación es esperar a que él esté listo para hablar, ya sea conmigo u otro doctor, de todas esas cosas que lo lastiman y a que esté dispuesto, de verdad, a recibir tratamiento. En tanto eso no suceda no hay nada que hacer al respecto.
Y sí, él sabía todas esas cosas pero no podía aceptarlo. YoonGi podía fingir cuanto quisiera estar bien pero no lo estaba. Tal vez sí, su humor había mejorado y asistía a clases, y su herida en la mano ya se había cerrado por completo, sin embargo, por las noches, incluso cuando este a veces dormía en su propia habitación, NamJoon era capaz de escucharlo sollozar entre malos sueños. Ambos necesitaban ayuda.
— ¿Qué debo hacer? —preguntó rendido.
— Dele tiempo, hasta que YoonGi no toque fondo no va a aceptar que necesita ayuda.
— ¿Y si nunca toca fondo?
— Me gustaría creer esa posibilidad pero ambos sabemos que, inevitablemente, tarde o temprano, lo hará.
NamJoon apretó los labios, asintió un par de veces, y después de una breve reverencia, se marchó. Al llegar a los elevadores YoonGi lo siguió. Ambos subieron al elevador en silencio.
Muchas veces, a lo largo de sus años como médico, NamJoon tuvo que dar muchas malas noticias a sus pacientes y a los familiares de estos. Las primeras veces se sintió mal por esas personas, después simplemente se acostumbró. Gajes del oficio, eso eran. Nunca había estado del otro lado. Probablemente era una estúpida comparación, pero que Choi HyunSik detuviera el tratamiento psicológico de YoonGi, por un segundo, se sintió como si lo estuvieran desahuciando.
Saliendo del hospital caminaron en dirección al auto. YoonGi subió y no dijo nada, poniéndose el cinturón mientras lo ignoraba. NamJoon quiso enojarse con él pero ni siquiera pudo hacer eso. ¿Cómo podría sabiendo todas esas cosas sobre su pasado?
NamJoon condujo, primero con la intención de volver al departamento, sin embargo estaba cansado de siempre ir y venir a las mismas cuatro paredes. Deseando algo más estimulante dio la vuelta a medio camino y condujo a ninguna parte en particular. YoonGi sabía que ese no era el camino.
— ¿A dónde vamos? —preguntó este.
NamJoon lo pensó unos segundos.
— A Myeongdong —respondió solo por decir algo.
— ¿Me llevarás a la iglesia?
NamJoon lo miró de reojo, justo cuando empezaban a cruzar el Puente Banpo. ¿Por qué demonios alguien pensaría siquiera en llevar a YoonGi a la iglesia? Más tratándose de la Iglesia de su comunidad. Tuvo que decirle que no era así, sobre todo porque su mirada era insistente.
— Pensaba en ir a la calle principal —dijo—. ¿Qué te parece conseguir algunas papas dulces?
Min YoonGi siguió mirándolo con recelo, entrecerrando los ojos en un claro gesto de desconfianza. NamJoon sintió un escalofrío recorrer toda su espalda. Tuvo que preguntar cuál era el problema y YoonGi le preguntó si realmente no estaba molesto con él. Una vez más negó. YoonGi aceptó su negativa.
Este pareció pensar en algo, luego dijo:
— Prefiero un bollo de huevo.
Por primera vez en todo ese día, ambos se sonrieron. NamJoon asintió con satisfacción y le prometió conseguir los bollos de huevo y mientras lo hacía, pudo sentir como YoonGi presionaba con suavidad uno de sus hoyuelos. Quiso besarlo en ese instante pero se contuvo, aun estaba manejando.
Treinta minutos después ambos estaban caminando por la calle principal de Myeongdong.
El aire fresco de principios de noviembre acariciaba el rostro de ambos al andar, mientras iban abriéndose paso entre decenas y decenas de personas a cada metro. Ya recordaba porque casi no pasaba por esa zona, detestaba estar rodeado de tantas personas. Se preguntó si YoonGi se sentiría igual pero cuando volteó a mirarlo parecía bastante más relajado que cuando habían salido del hospital. Imaginó que este ya estaba acostumbrado a esa clase de ambiente.
Tuvieron que caminar tres cuadras completas antes de encontrar un puesto que vendiera bollos de huevo. YoonGi solo pidió uno, sin embargo él le insistió en llevar más para el camino, y aunque este se negó varias veces, al final terminaron por llevarse tres bollos extra a casa. Dos calles más arriba encontraron aquel puesto de papas dulces que NamJoon recordaba de su infancia, topándose incluso con el mismo hombre que desde hacía años atendía el negocio.
— ¿Quieres que volvamos al auto o seguimos caminando? —preguntó mientras cada uno comía.
YoonGi se encogió de hombros, dando a entender que le daba igual. NamJoon eligió seguir caminando. No obstante, no pudiendo ya soportar el seguir esquivando a los transeúntes, le señaló a YoonGi una de las calles laterales, casi vacía, pidiéndole ir por allí. El joven pelinegro no puso objeción y lo siguió por aquel camino. Cinco minutos después, varias calles a la distancia, NamJoon pudo ver una ambulancia pasar, escuchando las sirenas perderse entre el barullo de la ciudad. Entonces contó mentalmente, cayendo en cuenta que de nuevo era noviembre.
— YoonGi-ah —habló, mirando a YoonGi.
Este giró el rostro, ya masticando el tercer bollo de huevo. Como un niño, pensó NamJoon. Otra sonrisa se escapó de sus labios, riendo al mismo tiempo.
— ¿Qué te pasa? —preguntó YoonGi con los ojos entrecerrados y los cachetes abultados.
— Pensé que no querías más bollos.
Tal observación hizo que YoonGi se sonrojara y apartara la vista mientras se esforzaba en masticar y tragar rápidamente. Él siguió mirándolo, extrañamente embelesado por lo hermoso que le pareció YoonGi en ese momento. Y mientras lo admiraba, seguía repitiendo la misma fecha en su cabeza. Viernes veinticuatro de noviembre. Esa era la fecha del ingreso médico de YoonGi, llenado y firmado por él cuando llegó a urgencias aquella noche. Había pasado ya prácticamente un año.
Un año desde la noche en la que YoonGi había sufrido de una sobredosis y por la cual casi había muerto. De pronto NamJoon se preguntó nuevamente qué había sucedido aquel día. ¿Quién había llamado a los servicios médicos y quien le había golpeado? Quiso preguntar pero lo más probable es que ni siquiera YoonGi recordará. Así que desistió y no dijo nada más.
No obstante no dejó de pensar en lo que habría sucedido si, tan solo, YoonGi hubiera consumido un gramo más de cocaína, o si por un minuto más, se demoraba su llegada al hospital. ¿YoonGi seguiría vivo? ¿Tarde o temprano se habrían conocido? ¿Habría logrado reunirse con Yerim aquella noche? ¿Estaría saliendo con alguien más? NamJoon intentó darle respuesta a cada una de dichas cuestiones. Lo que imagino no le gustó, al contrario, le estremeció.
Una vez más cayó en la misma conclusión. Ya no había forma posible de imaginar una vida en la que YoonGi no estuviera. Y nuevamente se dijo que estaba perdido. Enamorado y perdido por YoonGi. Y como si la vida quisiera probar que aquello era cierto, tuvo que detenerse cuando YoonGi paró justo delante de una tienda de cómics.
NamJoon se situó justo al lado de YoonGi y fijó su atención en la figura que este miraba con evidente interés. Detrás del vidrio de aquel escaparate, descansaba una clase extraña de dragón, fusión dinosaurio, fusión lagartija; aun en su empaque. La verdad NamJoon no tenía idea de qué cosa se suponía era eso pero no importó. Porque fuera lo que fuera, los ojos de YoonGi brillaban. Brillo que se intensificaba conforme más se quedaban allí.
— ¿Te gusta ese juguete? —preguntó inocentemente.
YoonGi con rapidez se volvió hacia él y claramente le juzgó sin vacilaciones.
— No es un juguete —repuso—. Es una figura de acción de Natsunomeryu, lanzado en 2005 por Bandai bajo la serie de Ultra Monster Series 2005, de la serie televisiva Ultraman Max.
NamJoon contempló a YoonGi seriamente mientras este hablaba. Nunca antes lo había visto experimentar tal grado de emoción. De igual modo, a pesar de ello, alzó una ceja y dijo:
— ¿Y no era para jugar con él?
YoonGi enrojeció.
— Sí, bueno, en su tiempo fue lanzado como juguete pero es una figura de acción coleccionable.
— Sigue siendo un juguete —insistió, riendo.
— Qué no lo es.
Finalmente dejó escapar una carcajada, satisfecho de haber molestado a YoonGi y haber provocado aquella reacción hasta ahora desconocida para él. YoonGi, por su lado, decidió ignorarlo, comenzando a caminar. NamJoon rápidamente lo tomó de la muñeca y lo detuvo.
— ¿Por qué sabes tanto de esa cosa? —preguntó, realmente curioso al respecto—. ¿Te gusta Ultraman?
— Me gustaba de niño —respondió YoonGi, apartando la mirada, sonrojado—. A veces me dejaban verlo en el orfanato.
— Ya veo —murmuró.
Entonces le preguntó a YoonGi si alguna vez tuvo algún juguete de Ultraman. Este respondió que no, que los juguetes que había en el orfanato eran todos de donativos y que rara vez eran buenos juguetes como ese. NamJoon asintió, comprendiendo y a la vez recordando sus propios juguetes, cayendo en cuenta de que, a pesar de todo, sus padres siempre le dieron lo que quiso.
— Como sea, no es un juguete —sentenció YoonGi, cortando sus recuerdos.
De nuevo sonrió, YoonGi podía decir lo que quisiera y llamarle a esa cosa como se le diera la gana, al final del día siempre sería un juguete porque en un principio su propósito había sido que los niños jugaran con él. Diciendo eso en su cabeza, bajó la mirada y se vió todavía sosteniendo la mano derecha de YoonGi. Con suavidad acarició su fría piel. La apretó suavemente y un segundo después tuvo una idea. Entonces lo soltó y entró a la tienda.
YoonGi le preguntó qué se suponía que estaba haciendo.
— Voy a comprarte ese juguete —respondió rápidamente.
Lo escuchó murmurar algo detrás de sí, más no entendió lo que YoonGi dijo. Aún así fue directo con el vendedor y pidió por esa figura extraña. El hombre obedeció y tomó la caja con el juguete dentro. El hombre hizo énfasis en el empaque, señalando que era su caja original, sellada, nunca abierta. A NamJoon le pareció un dato por lo más innecesario. Por supuesto que tuvo sentido cuando le dijo el precio.
«Trescientos cincuenta mil wones en efectivo, cuatrocientos mil wones con tarjeta de crédito»*
NamJoon estaba seguro de que en ese momento su presión sanguínea disminuyó lo suficiente como para desmayarse. YoonGi lo tomó del brazo y le dijo que no lo comprará, que era demasiado dinero. Sin embargo, en su mirada y en sus gestos ansiosos, NamJoon pudo ver lo mucho que deseaba esa cosa. Sí, definitivamente estaba perdidamente enamorado de YoonGi, porque no dudó en sacar el móvil y acercarlo a la terminal, pagando a crédito la cuantiosa suma de cuatrocientos mil wones.
YoonGi lo observó casi como sintiendo culpa, encogiéndose sobre sí mismo cuando el hombre de la tienda tomó la caja, la envolvió delicadamente en papel y después, con extremo cuidado, la metió dentro de una bolsa de papel. El hombre le extendió la bolsa a NamJoon y este la tomó, sonriendo, fingiendo que no le dolía pensar en la factura del siguiente mes. Ah, pero por supuesto valía la pena porque los ojos de YoonGi brillaron cuando le entregó la bolsa al salir a la calle.
Avanzaron un par de calles, de camino de vuelta al auto. Fue en un rincón poco iluminado que YoonGi lo llamó y le hizo detenerse. NamJoon lo miró con atención.
— ¿Por qué lo hiciste? —preguntó YoonGi, sonrojado hasta las orejas.
— Porque te amo —respondió sin una pizca de duda.
YoonGi agachó la cabeza y le ofreció una pronunciada y rápida reverencia mientras pronunciaba dos veces «Gracias, gracias». Tal gesto le incomodó a NamJoon pues YoonGi, jamás, en todo ese año de conocerse, le había ofrecido alguna muestra de respeto. Fue lo suficientemente extraño para que se apresurara y tomará a YoonGi del rostro.
Acarició la suave piel de sus mejillas y sonrió. YoonGi, después de vacilar un poco, le devolvió la sonrisa. NamJoon se dijo que era la sonrisa más hermosa que hubiese visto nunca. Su corazón se agitó y algo dentro de su estómago revoloteó. Y antes de siquiera pensar en el sitio en el que estaba, con lentitud se inclinó contra el rostro de YoonGi, tomando los pequeños labios entre los suyos. Lo beso con ternura, necesitado de su cálido aliento y no se detuvo hasta que escucho alguien pasar junto a ellos, murmurando «enfermos» lo suficientemente alto como para que pudieran escuchar.
Entonces tuvo que separarse de él y se preguntó: ¿Qué le estaba pasando? Jamás se le hubiera pasado por la cabeza la posibilidad de besar a YoonGi en público y sin embargo, lo había hecho. No podía permitirse cometer esa clase de errores, no en la sociedad en la que vivían.
YoonGi frunció el ceño con disgusto, siguiendo con la mirada el andar de aquella persona. NamJoon por su parte miró hacia el otro extremo de la calle, asegurándose de que nadie más los hubiera visto. Parecía que todo estaba bien. Así que, tranquilizándose un poco, palpó gentilmente la espalda de YoonGi y le indicó que siguieran caminando mientras le pedía que ignorara a ese tipo.
Fue irónico, porque un año atrás él hubiera reaccionado del mismo modo que se hombre. Darse cuenta de ello lo avergonzó de muchas maneras distintas. Así fue como también cayó en cuenta del bien que YoonGi le hacía. Por él se estaba convirtiendo en una mejor persona o al menos en un ser humano del cual no tenía que sentirse avergonzado. Sonrió por eso.
Y en el auto, pensó de nuevo en el psicoterapeuta. Estaba bien, si YoonGi aún no estaba listo entonces no le iba a presionar. Podía esperarlo y mientras tanto estaría a su lado. Apoyandolo. Amándolo. Y si tenía que esperar toda una vida pues lo haría de ese modo.
...
Min YoonGi no pudo conciliar el sueño esa noche. Rodó en la cama varias veces hasta que, al fin harto de no conseguir nada con ello, se sentó en su cama y se recargó contra la pared. Miró en dirección a su armario ya rearmado y reparado con cinta adhesiva. Sobre este, espectacular y maravilloso, descansaba la figura de Natsunomeryu. La observo por unos segundos antes de levantarse e ir por ella. La tomó y la llevó consigo de vuelta a la cama. Encendió la lámpara de noche.
Pensó en NamJoon y al hacerlo casi pudo escuchar su respiración viniendo de la habitación al otro lado del pasillo. Tan suave, tan cálida. Recordó ese beso en la calle apretando y frunciendo sus labios. Jamás creyó que Kim doctor, siendo la clase de persona que era, se atrevería a besarlo en público. Tampoco imaginó que alguna vez sería capaz de comprarle algo tan caro solo porque sí. Porque era algo que él quería tener, y que a pesar de que le dijo que no lo hiciera, de igual modo lo hizo. Por él. Para él.
Su pecho se oprimió contra sí mismo y por un instante su respiración se tornó irregular. Guksu entró por la puerta en ese momento, subió a la cama, lo olfateó y se restregó contra su pecho, después simplemente se acurrucó dentro de sus piernas cruzadas. Solo así pudo respirar nuevamente.
Hizo la caja a un lado, y separando sus cortinas burdamente arregladas por él mismo, miró en dirección a la calle. ¿Qué le estaba sucediendo? Haber recibido tal regalo de NamJoon le había hecho inmensamente feliz apenas unas horas atrás. Sí, probablemente no lo había demostrado demasiado, pero realmente fue un regalo que hizo que su corazón se agitara. Porque fue el primer regalo que recibió en su vida.
Más importante aún, fue un regalo por completo desinteresado, sin ningún motivo oculto. «Porque te amo» fue la respuesta que le dio NamJoon cuando cuestionó el porqué. De nuevo algo oprimió su corazón. ¿Por qué se sentía así? Después de todo, él siempre quiso ser amado y tal vez dicho amor no vino de la fuente que esperaba, sin embargo por supuesto que no le disgustaba, estaba muy feliz por ello.
A pesar de ello siguió repitiendo las mismas palabras en su cabeza una y otra vez. Palabras que HoSeok le dijo ese día que le saludó fuera del apartamento, el mismo día en que JungKook y su madre le trajeron comida. Tragó saliva y los ojos se le aguaron. Apretó los párpados, decidido a no llorar de nuevo.
«Nunca vas a pertenecer aquí. Por más que finjas, sabes la clase de basura podrida y rota que somos. Hagamos lo que hagamos, nunca dejaremos de serlo y los demás nunca dejarán de vernos de esa forma. Las personas como él no aman a personas como nosotros, solo nos tienen lástima, tal como a un perro rescatado de la calle.»
YoonGi quiso apartar aquel recuerdo y miró de vuelta a Guksu, ahora dormido plácidamente entre sus piernas entumecidas. Recordó el día en que encontró aquel pequeño gatito delgado y tembloroso, y decidió esconderlo en el apartamento. No iba a mentir, Guksu le había provocado lástima y por eso fue que lo rescato en primer lugar. No obstante, ahora, ya no sentía eso por él, lo único que le provocaba su pequeño gato era amor. Amaba a Guksu.
Con esa experiencia, las palabras de Jung HoSeok no le hacían sentido, y aún así, su estómago dolió. Porque se preguntó cuánto tardaría NamJoon en dejar de amarlo. Cuánto tardaría en recordar la basura que era y darse cuenta que, por más que intentarán ambos fingir que no, lo sería siempre.
Y si, odiaba la manera en que las demás personas lo miraban cuando sabían la clase de mierda que era porque precisamente, le recordaba de dónde venía. Porque esas miradas nunca le iban a permitir olvidar todo eso que era y no quería ser. Tal vez era también por eso que tampoco podía molestarse con NamJoon por seguir saliendo con Moon ByulYi. Porque NamJoon era diferente. Tenía muchas más cosas que perder si algo salía mal.
NamJoon era una persona real, una que valía. Una que tenía estudios, dinero, familia y estatus. NamJoon era perfecto, y alguien perfecto jamás, por ningún motivo, podía permitirse ser menos que eso. YoonGi sabía que él nunca se acercaría a ser una décima parte de lo que NamJoon era, y aunque estuviera cerca, dos hombres juntos era una de las mayores deshonras que una familia podía tener.
Pensar en ello le saco una sonrisa amarga. ¿Cómo NamJoon había encontrado el valor para confesar a su familia lo que hacía con él? No lo entendía. Durante años YoonGi vivió preocupado de las opiniones de sus compañeros, de sus profesores y de cualquier persona con la que tuviera contacto. Solo dejó de importarle cuando se quedó sin nada y comprendió que para el mundo entero su vida misma valía absolutamente eso, nada. Porque si él dejaba de respirar mañana nadie lo notaría y si lo hacían, entonces seguramente dirían que era un estorbo menos del cual preocuparse.
Por eso, por años, actuó con el mayor de los cinismos, convenciendose que le valía una mierda lo que otros opinaran de él. Porque nadie, nunca, le tendió una mano, nadie le dió alimento y ropa por el simple hecho de ser una persona como todos. Y claro, cómo podrían si ni siquiera lo consideraban una persona. Fue el hijo bastardo de Min HaNeul, el niño con problemas del jardín de infantes, el huérfano de la casa de monjas, el estupido del salon, pero nunca fue Min YoonGi.
Ese era el motivo por el cual ahora vivía en constante preocupación. Porque para NamJoon no era solo ese objeto roto que se empecinaba en arreglar. Para él era Min YoonGi.
Para Kim TaeHyung era Min YoonGi.
Para Jeon JungKook era Min YoonGi.
Pero mucho antes de que ellos aparecieran, la primera persona que vio lo que él realmente era fue Jung HoSeok. Para él siempre había sido Min YoonGi y nada más que Min YoonGi. Quizá por eso sus palabras le pesaban tanto. Porque en el mundo no había nadie que lo entendiera mejor que él. Porque Jung HoSeok había venido desde el mismo pútrido lugar que él.
Pensó en todo eso sin pegar ojo un minuto siquiera.
A la mañana siguiente, sin haber dormido pero sin sentirse verdaderamente cansado, realizó su rutina de cada día. Se «despertó» a la misma hora que NamJoon, hizo el desayuno, tomó sus medicinas, despidió al médico con una caricia en el rostro, acomodó el apartamento, alimentó a Guksu y alistó sus cosas.
De camino a la parada de autobuses revisó el móvil, reparado tiempo atrás, encontrándose con un mensaje de Jeon tatuajes. Este dijo que le llevaría un café y le estaba preguntando por su sabor favorito. YoonGi alzó una ceja divertido por los emojis que le siguieron a ese mensaje. JungKook era una cosa aparte de todo lo que él conocía o catalogaba como normal. Respondió y siguió su camino. En el trayecto una presencia conocida se le unió.
— ¿Vas de paseó? —preguntó Jung HoSeok.
YoonGi lo miró de reojo, estudiando su semblante. HoSeok lucía más delgado que la última vez que le había visto y mucho más si lo comparaba con el Jung HoSeok de hacía varios meses. Se preguntó para sí la posibilidad de que éste estuviera enfermo. No tuvo el valor para averiguarlo.
— Voy a la escuela —respondió a secas.
— ¿A la escuela? —preguntó riendo—. ¿Te refieres a la universidad? ¿Comó es posible si ni siquiera terminaste la secundaria?
— Me refiero a la secundaria.
— ¿A tu edad?
— Mi escuela es para adultos.
— Interesante ¿qué escuela es esa?
— No voy a decírtelo, no para que vuelvas a meterme en problemas.
Jung HoSeok no hizo por defenderse. Por supuesto que no lo haría, ambos sabían que lo que había hecho fue de forma intencional.
Al llegar a la parada el mayor sacó una cajetilla de cigarros y le ofreció tomar uno. Miro la caja antes de negar. HoSeok se encogió de hombros, tomó un cigarrillo y lo encendió. Varias personas que también esperaban el transporte los voltearon a ver. Eran apenas las ocho de la mañana en un espacio público en el que no se permitía fumar.
YoonGi no le dijo nada, no iba a servir. Se limitó a esperar el autobús en silencio, no importándole si el olor a tabaco se impregnaba en su ropa. La única cosa que le preocupaba era que HoSeok le siguiera. Lo que menos deseaba era que las cosas en la escuela se arruinaran por culpa de aquel nuevamente. Pareció que no tendría que ser así porque Jung HoSeok se apartó cuando el autobús llegó y las personas, en fila, comenzaron a subir una por una.
— Ahora trabajo de lleno en Itaewon, creo ya no me verás por aquí —dijo HoSeok, sorprendiendolo.
¿Era acaso que se estaba despidiendo de él? ¿Le estaba dejando en paz? YoonGi quiso creer que sería así y aquello le proporcionó algo de tranquilidad. Al menos parecía que ya no tendría que preocuparse de nuevo por él.
— ¿En qué trabajas? —preguntó.
HoSeok sonrió, dejando escapar el humo de su boca.
— Sabes bien la respuesta —dijo, haciéndose un paso más hacia atrás—. ¿En qué más, alguien como yo, podría trabajar? YoonGi.
De nuevo sintió un vacío en su estómago, vacío que se quedó con él al subir al autobús, durante todo el camino y hasta el final de sus clases. Y no entendía el motivo. La vida de Jung HoSeok no era de su incumbencia, durante todos esos meses se había olvidado casi por completo de su existencia. Era algo hipócrita de su parte venir a preocuparse a esas alturas por él. Ah, pero lo hacía, sobre todo porque solo había dos maneras en que HoSeok pudiera dar sus servicios del diario en Itaewon y por supuesto, ninguna era mejor que la otra, mucho menos significaban algo bueno.
Intentó ignorar el tema durante el resto del día pero entre más lo intentaba más ansioso se sentía, al grado que a mitad de una clase tuvo que ir al baño a mojar su rostro con agua fría. Allí se miró al espejo antes de cerrar los ojos e imaginar en qué clase de sitio estaría él de no ser por NamJoon. La respuesta le pareció obvia. Estaría donde sea que Jung HoSeok estuviera. Y en esos sitios siempre se podía conseguir cualquier cosa. Sí, sobre todo de esa cosa en particular.
La garganta se le secó solo de pensarlo y se dijo que un poco no le vendría nada mal. Una sola pizca y podría deshacerse de todos esos sentimientos que desde hacía semanas no le dejaban descansar. Sin embargo se obligó a desistir de ello, porque simplemente no estaba entre las cosas que podía permitirse. Esos tiempos habían quedado atrás. No echaría a la basura toda esa mierda por la que tuvo que pasar para poder dejar la cocaina solo porque sí. YoonGi estaba limpio y aunque el deseo nos disminuía, se repitió que no lo iba a hacer.
Su cuerpo seguía protestando contra aquella decisión.
Debía verse mal porque JungKook varias veces le preguntó si tenía algún malestar, ofreciéndole en la última ocasión acompañarlo a la enfermería si es que necesitaba ayuda. YoonGi negó todas las veces, y todas las veces JungKook respondió con resignación un «está bien». Lo que sí aceptó fue que JungKook lo acompañara a casa, pues extrañamente no deseaba estar solo, al menos no por lo que restaba de la tarde.
Así fueron los siguientes días, hasta llegar el fin de semana.
La tarde del sábado, saliendo de las clases del club, fueron a una tienda de conveniencia para comer fideos juntos, solo porque JungKook tenía mucha hambre. Cuando los dos estaban sentados sorbiendo cada uno de su tazón, el más joven recibió una llamada a la que YoonGi decidió no prestarle mucha atención, aunque parecía que estaban invitando a Jeon tatuajes a algún sitio. Al colgar JungKook tenía una gran sonrisa.
— ¿Quieres ir a Itaewon conmigo? —preguntó esté casi de inmediato.
YoonGi lo miro de reojo.
— ¿Justo ahora? —preguntó.
Jeon tatuajes sonrió negando.
— Por la noche —aclaró el joven—. Mis amigos del club de fotografía acaban de hacer el plan ¿te gustaría unirte?
De principió YoonGi se negó, no estaba seguro de querer salir, no porque no le gustara ese tipo de sitios, en realidad le vinieron a la mente un par de cosas interesantes que habían allí, sino porque socializar con personas que no conocía en lo absoluto le resultaba demasiado para él. Para su mala suerte JungKook siguió insistiendo de tal forma que por un segundo casi responde convencido no obstante se excusó mencionando que antes debía consultarlo con Kim NamJoon. Aquello despertó la curiosidad de Jeon JungKook, haciendo preguntas que YoonGi pensó nunca tendría que responderle.
— YoonGi-ah... ¿Tu y Kim NamJoon son solo roomies?
YoonGi se detuvo a pensar con cuidado.
— No diría que solo somos roomies, también es mi amigo.
Jeon JungKook no pareció satisfecho con esa respuesta.
— La manera en que te refieres y hablas de él dicen otra cosa a mi parecer.
— Yo casi no hablo de NamJoon.
— Pero cuando lo haces hay un tono diferente en tu voz.
¿Realmente hacía eso? Nunca antes se percató de ello al decir verdad.
Lo observo cuidadosamente y contempló la opción de confesar la realidad, sin embargo, a pesar de la manera en que JungKook lo trataba aun no confiaba por completo en él. Cosa que era absurda, tomando en cuenta que ya le había hablado sobre su enfermedad y que aunque eso no determinaba en concreto sobre su sexualidad, si debía ser una causa de sospecha. Los coreanos eran así. Lo debatió internamente tanto como el tiempo se lo permitió, y en lugar de responder con un simple sí o no, hizo una pregunta de vuelta.
— ¿Sería un problema para ti si él y yo fuéramos más que solo amigos, por decir algo, que fuéramos pareja?
El joven tatuado negó inmediatamente, ofreciéndole una expresión amable y casi tierna.
— YoonGi-ah, llevo el brazo lleno de tatuajes, sé lo que son los prejuicios y créeme cuando te digo que no los tengo —dijo con tono suave—. Así que puedes contarme lo que sea y jamás tendré problema con ello.
A YoonGi le pareció que decía la verdad. JungKook sonrió, antes de fruncir el ceño y señalarlo repentinamente.
— A menos de que seas un maltratador de animales o un abusador de cualquier tipo, entonces ahí sí tendríamos un verdadero problema tu y yo.
No supo por qué pero eso sí que lo había hecho reír. Jeon tatuajes de nuevo relajo su expresión. Se observaron mutuamente por un par de instantes. YoonGi recordó la primera vez que un compañero de clase supo sobre sus secretos. Eso definitivamente no había salido bien de ninguna manera. Aquella ocasión había sido la que desencadenó toda esa serie de eventos que lo traería hasta ese punto. No quería que eso se repitiera. Aún recordaba la mirada de todas esas personas.
Los ojos de Jeon JungKook en definitiva eran distintos, si tenía que compararlos con los de alguien diría que su mirada era parecida a la de Kim TaeHyung. Un par de ojos castaños, brillantes, cálidos y amables.
Apretó los labios y los lamió lentamente con nerviosismo. La media sonrisa de Jeon JungKook le decía que él ya sabía la respuesta y que solo esperaba, como gesto de amistad, escucharlo de su propia voz. Qué más daba. Podía confiar en él.
— NamJoon es mi pareja —confesó finalmente.
JungKook asintió satisfecho.
— Entonces pregúntale a tu novio para que puedas salir con nosotros.
YoonGi sonrió. Definitivamente Jeon tatuajes era una persona diferente. Una que sin darse cuenta ya se había hecho dueño de un pedazo en su corazón.
...
Para fortuna de NamJoon ese sábado no recibió ningún llamado de emergencia así que pudo dormir hasta bien entrada la mañana. YoonGi le había dejado el desayuno hecho como siempre durante todos esos meses. Comió en soledad o algo cercano a eso, porque Guksu comía al otro lado de la cocina. Sí, sabía que YoonGi tambien ya le había dejado alimento pero ese gato no dejaba de pedir más y NamJoon no tenía ganas de lidiar con él.
YoonGi también había dejado preparada y programada una carga de ropa en la lavadora. Así que, mientras escuchaba música instrumental, decidió y se encargó de sacarla, doblarla y guardarla. También puso los platos a lavar, saco la basura y arregló las habitaciones. Además aprovechó el buen clima del día para abrir las ventanas y permitir que el aire circulara aunque fuera un poco por el apartamento. Durante todas esas el mimado gato naranja solo se dedicó a dormir en el sofá y NamJoon no dejo de juzgarlo en cada oportunidad que se le presentaba.
Poco después de las tres de la tarde Min YoonGi anunció su llegada, para ese momento él ya estaba por terminar su tercer figura de origami. YoonGi le saludó y le dedicó una sonrisa cuando tomo una de las pequeñas figuras de papel, una color naranja.
— ¿Es Guksu? —preguntó YoonGi.
— Es solo un gato —respondió sin darle importancia.
— Pero es naranja, como Guksu —repuso.
— Fue solo una lamentable coincidencia de colores.
YoonGi alzó las cejas, dejó la figura sobre la mesa y fue a despertar a Guksu de sus siesta, acariciandolo.
— Solo admite que lo quieres.
NamJoon lo miró de reojo, doblando la última esquina para finalizar su admirable representación de un oso.
— Se le aprecia.
Min YoonGi no respondió sin embargo le miró con algo parecido a la condescendencia. NamJoon sonrió y se acercó a él para dejar un pequeño beso en la comisura de sus labios, este lo recibió con quietud.
Después, el joven pelinegro señaló lo bien que lucía el apartamento, con orgullo NamJoon tomó eso como un elogió. Minutos más tarde le sugirió a YoonGi pedir algo de comer para que esté no tuviera que cocinar. Este respondió que estaba bien aunque le mencionó que no tenía hambre aún porque había comido unos fideos con Jeon JungKook en el convini de la escuela. Respondió que estaba bien, que podrían pedir algo más tarde en ese caso, ya que él había desayunado algo tarde.
YoonGi asintió pero luego de unos segundos se tornó serio. Le preguntó qué le sucedía.
— JungKook me invitó a Itaewon esta noche —dijo con voz queda, con un tono cauteloso—. ¿Está bien si voy?
¿Acaso YoonGi le estaba pidiendo permiso para salir? Por algún motivo se sintió sumamente extraño y aunque le pareció algo lógico que lo hiciera también pensó que era algo sumamente incorrecto. YoonGi era libre de hacer lo que quisiera. No necesitaba pedirle permiso.
Lo estudió detenidamente. Ambos estaban sentados en la sala, mirándose frente a frente.
— ¿Tu quieres ir? —preguntó.
YoonGi frunció los labios, después asintió. Bien, eso estaba bien.
—¿Entonces por qué me pides permiso? —continuó.
La pregunta pareció descolocar a YoonGi, quien por un segundo parpadeó confundido.
— Porque siempre lo he hecho.
NamJoon reflexiono sobre ello. Tenía razón, hasta ahora, cualquier decisión que YoonGi tomaba era realizada con su previa autorización. Fumar, salir, ir a la escuela, trabajar. Eso no podía seguir siendo así. Estaba mal, muy mal.
— No necesitas pedirme permiso YoonGi, ya no más —dijo—. Si te place salir hazlo, sólo avísame para no preocuparme.
— ¿Estás seguro? —preguntó YoonGi, no luciendo convencido.
Él asintió sin dudar. YoonGi le agradeció. Así estaban las cosas mucho mejor, pensó NamJoon.
...
Jeon JungKook y él se encontraron en la estación del subterráneo. Hacía mucho que no iba a Itaewon, poco más de un año si lo pensaba bien. Generalmente eran pocas las veces en las que había entrado a algún centro nocturno o bar, pues casi siempre se quedaba en la calle, allí donde era fácil de abordar por los extranjeros o por los homosexuales de closet. Pero a pesar de que no iba a divertirse precisamente, sabía con lujo de detalle la clase de personas que podía encontrarse. Él ya tenía su propia clasificación.
Primero estaban los jóvenes, los que iban a beber, a bailar y a divertirse, como JungKook y sus amigos. Luego estaban los ricos, los que iban, sí, a beber pero también a presumir de su estatus, los que necesitaban sentirse superiores demostrando los privilegios de los que gozaban y que a su vez necesitaban del alcohol para olvidarse de sus miserables vidas vacías. En tercer puesto, los reprimidos, esos que iban en busca de eso que no podían conseguir en otro sitio, fuera lo que fuera que deseaban. El cuarto lugar lo ocupaban los vendedores de droga y los sexoservidores. Y por último, y los más importantes, los dueños de esos sitios, los que manejaban la vida nocturna y los que controlaban quién podía vender y quién podía venderse, los mafiosos.
Por estos últimos era que YoonGi no solía meterse con frecuencia allí, porque incluso él sabía cuáles eran sus límites. Si uno de esos mafiosos encontraba a alguien sin derecho de piso era seguro que le mataban o por lo mínimo, le dejaban medio muerto. Fuera hombre o mujer, no les importaba, lo único que importaba era el dinero.
YoonGi se sintió extraño de pisar ese lugar sabiendo que no iba para conseguir dinero, todo lo contrario, técnicamente iba para gastarlo. No había nadie que pudiera meterse con él por eso. En ese sitió no le debía dinero ni trabajo a nadie. Era libre. Libre de hacer lo que quisiese siempre que se cuidara de no meterse con nadie equivocado. Libre de divertirse.
Seguía pensando en eso cuando JungKook, varias manzanas adelante, le señaló un club nocturno que lucía bastante animado. Había una larga fila en la puerta, y varios cadeneros eran los que deciden quién pasaba y quien no, dependiendo de qué tan bien te vieras o en su defecto, que tuvieras reservación. YoonGi se sorprendió cuando JungKook le dijo que le siguiera, saltándose la fila. Al parecer, el novio de una de sus compañeras, era amigo de uno de los cadeneros.
Debió ser verdad, porque el corpulento hombre les permitió entrar solo diciendo un nombre, poniendo un sello de tinta luminiscente en la muñeca de ambos.
Ya dentro, una locación mayormente oscura, iluminada apenas por luces azules y moradas, y ambientada por música en japonés, les dió la bienvenida.
A solo unos cuantos metros de la entrada, cerca de una esquina, los amigos de JungKook agitaron las manos, llamándolo. Ambos se acercaron y fue JungKook quien lo presentó. YoonGi les dedicó una suave sonrisa junto con una corta reverencia. Casi todos le devolvieron el gesto, todos, excepto una chica. Ella se quedó mirando con dirección a su brazo izquierdo, allí justo donde se asomaba la cicatriz por debajo de la manga doblada de su camisa azul.
Cuando ella devolvió su atención a él, sus miradas se encontraron. YoonGi notó de inmediato su incomodidad. Fingió no darse cuenta. Porque allí estaba JungKook y no podía darle una mala impresión a él. Tomó asiento al lado de JungKook e intentó integrarse a la conversación. No fue muy difícil tan pronto como las bebidas empezaron a llegar una tras otras, mucho menos rato después cuando algunos de ellos abandonaron la mesa, yendo a la pista de baile.
Los otros dos chicos que se habían quedado en la mesa se fueron unos minutos a quien sabe que parte. A YoonGi realmente no le importó, él simplemente tomó la botella de alcohol y se siguió sirviendo. Ya comenzaba a sentirse ebrio cuando JungKook le tocó el brazo, llamando su atención para que mirara en dirección al otro extremo. Dos mesas a la distancia había una chica solitaria, mirando en su dirección.
— Creo que le gusto a esa chica —dijo, emocionado.
YoonGi estudió a la joven detenidamente. Observó su ropa, su postura y la manera en que les sonreía a ambos por igual. Dio un sorbo a su bebida y luego miró a JungKook seriamente.
— Mejor no te le acerques —le advirtió, haciendo que el joven juntara el entrecejo.
— ¿Por qué no?
No había manera amable de explicarlo así que solo lo dijo.
— Es una prostituta.
— ¿Qué? —JungKook preguntó riendose nervioso, mirando de nuevo en dirección a esa chica—. No es cierto, ni siquiera hay manera de que puedas saberlo solo viendola.
Claro que era posible, porque él, mejor que nadie, conocía las señales. Entre iguales se reconocían y darse cuenta de ello le disgustó. Dio otro trago a su vaso y una vez más las mismas palabras resonaron en su cabeza. «Por más que finjas, sabes la clase de basura podrida y rota que somos». Rápidamente se giró y agitó la mano, invitando con esa acción a que aquella mujer se les acercara.
— ¿Qué haces? —preguntó Jeon Tatuajes jalandolo con urgencia del otro brazo.
YoonGi no tuvo tiempo de explicarle porque la chica fue más rápida. Pudo sentir como JungKook se removía nervioso a su lado cuando esta les saludo coquetamente con una sonrisa. Sí, estaba cien por ciento seguro de su conjetura inicial.
— ¿Cuánto le cobras a mi amigo? —le preguntó.
JungKook escandalizado, le dio un puntapié en la espinilla, YoonGi lo miró, y notó que el joven estaba rojo hasta las orejas, decidió ignorarlo y continuó observando fijamente a la chica. El maquillaje escondía bien su edad pero él estaba seguro de que, debajo de esas capas de rubor y sombras oscuras, había una niña no mayor de diecisiete años. La misma edad en la que él había empezado en el negocio.
— Depende de lo que quiera y como lo quiera —respondió la muchacha, mostrando un par de dientes torcidos al sonreír—. Por solo usar la boca cobró cincuenta mil won por cinco minutos; setenta mil si son diez.
JungKook palideció a su lado al tiempo que se hundía en su asiento. YoonGi no demoró en pedirle a la chica que se fuera. Esta se encogió de hombros, restándole importancia a la reacción de Jeon Tatuajes y se fue, seguramente en busca de otros interesados. YoonGi le ofreció otro trago a JungKook, este aceptó llevándose de inmediato la bebida a la boca. El joven pelinegro tardó algunos minutos en reponerse y cuando lo hizo le dijo a YoonGi que fueran simplemente a la pista a bailar.
La verdad era que bailar no era lo de YoonGi, tal vez porque pocas veces lo había hecho, y siempre bajo el influjo del alcohol. Pero no estaba lo suficientemente borracho y tampoco tenía ganas. Así que pasó de la invitación y en su lugar le dijo a JungKook que lo esperaría sentado en la mesa. Este le dijo que él se lo perdía antes de levantarse e ir en busca de sus demás amigos.
Entonces creyó que se quedaría a solas pero para su suerte los otros dos chicos regresaron a la mesa en ese instante. Uno de ellos continuó bebiendo mientras que el otro le preguntó si tenía un cigarro que pudiera compartirle. Sí, YoonGi llevaba la cajetilla casi completa. Como no podía fumarse allí dentro ambos tuvieron que salir del club por algunos minutos, pues YoonGi también necesitaba fumar.
Afuera el aire ya era frío pero a YoonGi casi ni le importo una vez que encendió su cigarro y el del otro hombre. Aquel tipo era una persona agradable, se Park JinYoung y era apenas un año mayor que él. Según este le contó, no había concluido la escuela a tiempo porque había tenido que empezar a trabajar en varios empleos cuando su padre murió y su madre enferma ya no pudo trabajar más, y fue él quien tuvo que hacerse cargo de ella y de su hermana menor. YoonGi escuchó la historia completa hasta que el cigarrillo de ambos se consumió en su totalidad.
Entonces Park JinYoung le preguntó su historia y YoonGi no tenía una historia que contar. Porque las mentiras que hasta ahora había dicho no fueron nada elaboradas. Y hablar de la verdad, esa no era una posibilidad. Su pecho se estrujo al mismo tiempo que su estómago se encogía.
Encendió otro cigarro para calmar esa horrible sensación de ahogo que se extendía por sus pulmones y lo único que atinó a responder fue «tuve varios asuntos personales que atender». JinYoung pareció entender con esa frase que no le contaría más y por supuesto este no insistió. El viento de medianoche hizo que su acompañante se estremeciera, este se encogió y le preguntó si estaba bien si volvían al interior del club. YoonGi le respondió que él podía volver si quería y que él lo alcanzaría apenas acabara su segundo cigarro. JinYoung aceptó y se giró de vuelta al club, diciendo que lo esperarían en la pista de baile.
YoonGi se quedó allí, al otro extremo de la calle, mirando la gente pasar de un lado al otro y viceversa. Como un vago intento de tranquilizarse, comenzó a categorizar cada individuo que pasaba en frente suyo. Lo hizo por bastante rato, moviendo con ímpetu su pie y no se detuvo hasta dar con lo que, inconscientemente, estaba buscando.
A una calle de distancia, recargado en un edificio, estaba un joven de más o menos su edad. Vestido con ropas oscuras el chico no parecía estar haciendo nada en particular. Solo estaba ahí parado, mirando también a las personas pasar. A YoonGi se le hacía familiar ese rostro. Si no mal recordaba ese tipo se llamaba Lee algo y vendía droga en ese sector de Itaewon.
Dio una última calada al tabaco, tiró la colilla al suelo y caminó en dirección a ese tipo. No estaba seguro de lo que iba a hacer pero su cabeza no se callaba y cada vez lo soportaba menos. Lee algo notó qué se dirigía en su dirección. Este se incorporó sobre sí mismo y dando la vuelta se metió entre el espacio que separaba ambos edificios. YoonGi lo siguió. Y todo pasó muy rápido.
Antes de que siquiera pudiera arrepentirse YoonGi ya había pagado ciento treinta mil wones** por un gramo de cocaína. Gramo que llevaba metido en el bolsillo del pantalón cuando entró de vuelta al club, directo a los sanitarios.
Ya en los baños, en la penumbra color verde sombrío, tuvo que esperar a que uno de los cubículos se desocupara. Cuando uno estuvo libre sé encerró dentro de este. Y espero.
Espero lo que fue una eternidad para él, recargado contra la fia pared, con los ojos cerrados y sus latidos acompañados al ritmo de las vibraciones apagadas de la música del exterior, sosteniendo en su poño la pequeña bolsa de color blanco. Quiso convencerse que podía tirar esa mierda por el inodoro más no logró abrir su mano en ninguno de sus intentos, lo que fue peor porque eso solo hizo que sus ansias crecieran y crecieran.
Por su espalda escurría sudor frío que le heló hasta los huesos y su saliva dejó de fluir por su garganta, formando un nudo que ya no le permitía respirar. Lo intentó, realmente lo intentó, pero sus manos, dedos y boca fueron más fuertes. Abrió la bolsa, mojó dos dedos con su saliva y los hundió suave como cual nieve para después solo meterlos de vuelta a su boca y chupar.
El sabor era amargo como nada que hubiera probado antes, un sabor tan fuerte que lo trajo de vuelta a la realidad, calmando su respiración y haciéndolo tragar con normalidad una vez más. Cinco minutos después logró salir del baño. Y todo fue como caminar en cámara lenta a través de una maldita fantasía por completo surreal.
De ahí todo fueron pedazos de imágenes cortadas y pegadas sin ningún sentido. Un vaso de soju lleno hasta los bordes. Muchas bocas sonriendo y cantando algo inteligible*** fuertemente contra sus oídos. Luces rosas y verde neón apuntando en todas direcciones. Un mar de personas a su alrededor tragándoselo y escupiéndole a turnos iguales, entre saltos y gritos. Manos intangibles como el humo se colaban debajo de su ropa y pasaban a través de él, tomando y arrancando eso que minutos atrás no le permitía respirar.
Dos ojos se acercaron peligrosamente a él, sonriendo bajo un brillo inusual. Algo abrió su boca y en ella pudo ver una pequeña perla azul. Él se acercó y con su lengua lamió, tragándose la cosa que hubiese sido aquello. Fue ahí que pudo captar una sola palabra a la distancia.
Fantástico.
Tal como él se sentía.
C - 4
...
*400,000 wones surcoreanos en noviembre de 2018 valían alrededor de $7,200 pesos mexicanos. Aproximadamente $320 dólares estadounidenses. Sí, hay figuras de colección que cuestan eso, incluso más.
**130,000 wones surcoreanos en noviembre de 2018 valían alrededor de $2,300 pesos mexicanos, un aproximado de $118 dólares estadounidenses.
***Fantástico de Atarashii Gakko! literalmente no dice nada, toda la letra de la canción son palabras inventadas y no tienen ningún sentido. Excepto la última línea que dice «fantástico». Tal como los pensamientos de YoonGi.
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