Parte 1 Sin Título
Julieta despertó con los primeros rayos del sol y una sonrisa en el rostro. Era común que las mañanas fueran así desde que Aurelio había entrado en su vida. Con paciencia, el amor y la ternura habían llenado su mundo de colores, haciéndole olvidar los horrores del pasado. Extendió la mano para buscarlo, pero no lo encontró, solo una nota que decía:
"Estabas tan hermosa mientras dormías que no quise despertarte. Te veo más tarde. Te amo, Aurelio.
PD: En la cómoda está tu desayuno."
Besó el papel y pudo sentir el aroma de su amado. Quería darle un beso de buenos días, pero ya habría tiempo para eso. Se levantó, tomó la bandeja de la cómoda y todo parecía tan delicioso. En el centro había una rosa sin espinas, como siempre. Lo imaginó preparando la bandeja y quitando las espinas, de la misma manera en que él había hecho con ella desde el primer momento en que se conocieron.
Después de desayunar, se bañó, se vistió y salió del cuarto. Había un extraño silencio en la mansión, como si no hubiera nadie. Era muy temprano para que la casa estuviera vacía. Bueno, tal vez lo había imaginado y todos estaban desayunando en el comedor, pero al llegar, no había nadie, ni siquiera el barón.
—Buenos días, doña Julieta —dijo Mercedes, apareciendo.
—Buenos días, Mercedes. ¿Dónde están todos? ¿Por qué está la casa tan vacía?
—El señor Aurelio salió temprano, el joven Camilo tuvo una reunión y Jane fue a casa de sus padres con Elisabetta y Darcy.
—¿Dijeron cuándo volverían?
—No, doña Julieta.
—Bueno, gracias, Mercedes. Aparentemente pasaré el día sola. Estaré en mi estudio por si me necesitan.
—Como usted diga, doña Julieta.
Fue al estudio donde una pila de papeles la esperaba. Era la primera vez en mucho tiempo que estaría sola, pero en una circunstancia diferente, porque ahora tenía amor y muchas ganas de vivir. Solo faltaba su boda con Aurelio, aunque aún no habían fijado la fecha, y no parecía muy cercana.
Casi al mediodía, la puerta se abrió y apareció Tião.
—Disculpe, doña Julieta, Ludmila y Elisabetta quieren verla.
—Diles que pasen, Tião.
El empleado salió e inmediatamente aparecieron Elisabetta y Ludmila con una caja.
—Buenas tardes, doña Julieta —dijo Ludmila, colocando la caja en una silla.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlas?
—Necesitamos su ayuda, doña Julieta —dijo Elisabetta.
—Claro, díganme.
—Una clienta pidió este vestido, pero quiere verlo en una modelo, y como usted tiene medidas similares, nos preguntábamos si podría hacernos el favor de probárselo —dijo Ludmila.
—¿Yo? —preguntó Julieta, confundida.
—Ella supo que conocemos íntimamente a la Reina del Café y quiere verlo en usted. ¿Qué dice, doña Julieta?
—Bueno, siendo así, está bien. Vamos a mi cuarto.
Julieta no estaba segura de probarse un vestido que otra mujer usaría, pero quería hacerle el favor a Elisabetta, una amiga muy querida que había descubierto en el Valle del Café.
Las mujeres llegaron al cuarto. Ludmila colocó la caja en la cama y sacó el vestido. Julieta quedó sin palabras. Era un vestido rojo con encaje, el escote en forma de corazón y mangas largas. Se acercó y tomó la falda entre sus manos. La tela era tan suave.
—¿Emma lo hizo? —dijo, apenas pudiendo hablar.
—Sí, doña Julieta —respondió Elisabetta.
—Es hermoso —dijo, incapaz de contener las lágrimas—. Emma tiene mucho talento.
—¿Está bien, doña Julieta?
—Sí, Elisabetta, es solo que me gustaría casarme con un vestido como este. Es tan hermoso, y ese color que me encanta.
—Su momento llegará, doña Julieta, y muy pronto.
—Si quiere, podemos hacer otro vestido para usted —sugirió Ludmila.
—No, es mejor que no haya dos vestidos iguales. Bueno, ayúdenme a ponérmelo, porque la novia no puede esperar.
Minutos después, Julieta llevaba puesto el vestido. Se sentía extraña por no llevar el negro habitual y, al mismo tiempo, emocionada. Hacía tanto tiempo que no se sentía tan bonita, que parecía que el vestido había sido hecho para ella, aunque, lamentablemente, no lo era.
—Doña Julieta, está maravillosa —dijo Elisabetta sonriendo—. Definitivamente el rojo es su color.
—Estoy de acuerdo, parece la reina que es, un título bien merecido —dijo Ludmila—. Debería usar otros colores con más frecuencia.
—Gracias. Me pregunto si a la novia le gustará cómo me queda.
—Le encantará, puede creerlo —dijo Elisabetta.
—A propósito, ¿quién es?
—Su nombre es Germana, se va a casar con el dueño de la tienda de pianos. Dijo que nunca se casaría, pero ya ve.
—A mí me pasó lo mismo. Dije que nunca me enamoraría, y ahora estoy irremediablemente enamorada de Aurelio. ¿Cómo verá el vestido? ¿Vendrá aquí o iremos a verla?
—Tenemos que ir a su casa, pero antes necesitamos terminar de arreglarla, doña Julieta —dijo Elisabetta, sacando unos pendientes rojos—. Siéntese en la peinadora mientras Ludmila y yo le hacemos el maquillaje y el peinado.
-Pero para qué? Quien se casará es ella, no yo - dijo sentada en el tocador
"Sí, Doña Julieta, acontece que, si Germana la ve completamente lista, su deseo de usar o vestido será mayor", dice Ludmila.
-Ludmila tiene razón, también así le dará más ganas de casarse con Aurelio – dijo Elisabetta, comezando a maquillar a Julieta
-No preciso usar un vestido para querer casarme con Aurelio, Elisabetta.
"Bien, imagine como será ese día mientras la arreglamos dijo Ludmila.
Las chicas terminaron de arreglar a Julieta, ella se veía realmente maravillosa, ella no conseguía se reconocerse en el reflejo, era como si viera una nueva Julieta, feliz, con un brillo en los ojos, ella colocó la mano en la boca sonriente.
-Está tudo bien, doña Julieta? perguntó Elisabetta
-Sí, estupendamente, es la emoción, ya podemos mostrar el vestido para Germana?
"Solo falta un detalle", dijo Ludmila, sacando algunos zapatos de una bolsa.
—¿Es en serio? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Sí, doña Julieta —respondió Ludmila con una sonrisa forzada.
—Esto me parece completamente innecesario, pero está bien —murmuró Julieta, suspirando resignada.
En cuanto terminó de arreglarse, las tres salieron de la casa y subieron al coche que ya las esperaba. Pero, en lugar de dirigirse a la casa de Germana, como esperaba Julieta, el vehículo tomó otra dirección.
—¿No íbamos a la casa de Germana? —preguntó Julieta, intrigada.
—Cambio de planes, doña Julieta —respondió Elisabetta, evitando mirarla directamente.
Julieta arqueó una ceja, pero permaneció en silencio hasta que el coche se detuvo frente a una iglesia. Al ver el lugar, su expresión cambió a una mezcla de sorpresa y confusión.
—No. No voy a entrar así vestida como una novia. Díganle que la espero en el coche —dijo Julieta, retrocediendo de inmediato.
Ludmila y Elisabetta la detuvieron con suavidad, tomándola del brazo mientras trataban de animarla.
—Por favor, doña Julieta, no es tan malo. Solo entre y muestre lo hermosa que está —dijo Ludmila, intentando tranquilizarla.
—Fácil para ustedes decirlo. ¡No son las que están vestidas como una novia! ¿Y si los invitados me confunden? —respondió Julieta, nerviosa, mientras se acercaban a la puerta.
—Nadie la confundirá con la novia, doña Julieta —aseguró Elisabetta, con una sonrisa cómplice.
Antes de que Julieta pudiera protestar nuevamente, las grandes puertas de la iglesia se abrieron. Allí estaba Camilo, impecable con un elegante traje completo y corbata. Julieta parpadeó, sorprendida, mientras miraba a su alrededor y reconocía los rostros familiares entre los invitados: Jane, doña Ofelia, Darcy, Januario, Ernesto, Emma, Mariana, el coronel... Todos estaban allí.
Junto al sacerdote, en el altar, estaba Aurelio. Su corazón se aceleró al verlo.
Camilo se acercó a ella con una sonrisa radiante y, al llegar, besó su mano con cariño.
—¿Cómo está la novia más hermosa del mundo?
—Camilo, Elisabetta, Ludmila... ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? —preguntó Julieta, atónita.
—Sucede que usted, doña Julieta, se casa hoy con el hombre que ama —respondió Camilo, lleno de orgullo.
De repente, todo tuvo sentido. El silencio de la mañana, la partida de Aurelio temprano, la insistencia de Ludmila y Elisabetta en que se pusiera aquel vestido. ¿Cómo no se había dado cuenta?
—¿Soy la novia? —susurró, aún incrédula.
En ese momento, Jane se acercó con un ramo de rosas rojas y se lo entregó a su suegra. Con una mirada cálida, Camilo extendió el brazo hacia Julieta.
—¿Lista?
La marcha nupcial comenzó, y Julieta, con los ojos llenos de lágrimas, tomó el brazo de su hijo mientras caminaban por el pasillo hacia el altar, donde Aurelio la esperaba con una sonrisa llena de amor.
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