Setenta y cinco
Freddy no podía dejar de pensar en esa marca, deseaba parar, pero no podía. Su mente reproducía una y otra vez escenas en las que Fred pudo haber terminado así.
Y lo odiaba.
Odiaba que lo único que podía escuchar eran esos pensamientos, que, por alguna razón sonaban tan reales en la comodidad de su conciencia.
Cuándo la clase terminó se levantaron todos, y poco a poco fueron saliendo.
Fred tomó la mano del castaño que iba cabizbajo lo arrastró hasta el jardín trasero, y una vez ahí lo soltó; — ¿Quieres estar un rato aquí antes de irte? — Le preguntó con señas.
Freddy quería.
Y a la vez no.
— Sí. — dijo asintiendo con la cabeza.
El azabache se sentó y le indicó que hiciera lo mismo.
— Oye Freddy. — siguió Fred —, ¿Puedo pedirte algo?
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