5. Confesión
Disfruten el capítulo.
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—¿Y qué piensas? —Alondra luego de mostrarle las instalaciones principales del edificio en venta, deseaba conocer su opinión respecto a su futura adquisición.
—Tiene bastante potencial este lugar —Monica se acercó luego de salir de la habitación lateral tras revisar la instalación eléctrica—. Con las adecuaciones pertinentes tendrás un taller de primera.
—Eso espero. Aunque sí me gustaría que me asesores con los equipos que planeo introducir y algo de papeleo.
—Si, por supuesto. Si quieres pasa más tarde al departamento a dejarme los documentos.
—¡En serio, Moni! Pues te tomaré la palabra. Muchas gracias.
—No tienes nada que agradecer —sonrió—. Y mejor hay que celebrar por el proyecto que deseas iniciar. Mira que abrir una escuela de cocina teniendo la dirección del restaurante. Espero no te vuelvas loca.
—Jajaja. No, descuida —Observó el sitio a su alrededor imaginando cada espacio ser llenado con cocineros aprendices en la práctica diaria—. Siempre tuve este pequeño capricho. Que ahora que hallé este lugar, no tuve que pensarlo tanto.
—Pues felicidades por atreverte a realizarlo.
Después de pasar toda la mañana de su fin de semana acompañando a Alondra a cerrar la compra del edificio. Se dispuso a volver a casa no sin antes pasar a recoger un pedido que ordeno.
—Están todas las fotografías impresas al tamaño que solicito, señorita Kofmant.
—Le agradezco —tomó el sobre sellado.
—Que pase buena tarde.
***
Observó la repisa desde el centro de la sala para verificar que cada fotografía tuviera la simetría perfecta. Monica había escogido algunas de entre toda su galería para imprimir y tan pronto recibió los marcos de madera que pidió por internet, se dispuso a pasar la tarde para decorar su pequeño espacio especial.
Tenía fotos que consideraba significativas: las vacaciones del año pasado en un crucero, el aniversario de sus padres y del cumpleaños número cuatro de su pequeño hermano Angel al que adoraba consentir. Otras, de sus primos Mario y Silvana. Está última, acompañada de su esposa Renata, en una de las fiestas de la compañía. Y por último, la más importante y significativa, una que tomó de todas sus amigas reunidas en donde la chef Alondra se incluía.
—Increíble que ya pasaron cuatro años y sigues en mi mente —susurró dejando salir un enorme suspiro. Si, ya eran cuatro años y aunque quiso continuar con su vida descartando cualquier posibilidad con ella, no lo conseguía.
Después de que Alondra se fuera del país, empezó algunas relaciones con personas que conoció tiempo después. La última con la que pudo concretar algo “duradero” y que pensó podría ser la persona que buscaba, se tuvo que ir por estudios de especialización al extranjero. Fue doloroso que se fuera así, sin importar nada más. Y aunque trató de seguir la relación en la lejanía de un continente, no lo consiguió. Simplemente, las relaciones a distancia no eran lo suyo.
Tal vez por eso es que no se animó a intentar algo con Alondra. Mucho menos, así como se habían dado las cosas. En aquel entonces, la chef tenía sentimientos heridos por un amor no correspondido, y forzar algo hubiera acabado lastimando a las dos.
Pero, ahora que ambas vivían en el mismo país —y siendo precisamente el mismo edificio—, quizá…
—¿Creíste que bromeaba cuando te comenté que estarías viviendo junto a ella? —se escuchó por el altavoz del celular en medio de una videollamada entretenida.
—Pues sí —revisó dos fotografías para seleccionar la adecuada que colocaría en su dormitorio.
—Jajaja… como se nota que no me conoces.
—Ay, vamos Renata —le observó por la pantalla. Se le veía tranquila descansando en la cama. Siendo de mañana por allá, no tenía apuro en levantarse y mucho menos, cuando estaba en los últimos meses del embarazo—. ¿Cómo lo iba a saber?
—Hacer bromas no va conmigo.
—Si, ya se. Tampoco mi prima. Son tal para cual. Puff, que aburridas —expresó juguetona—. Al menos advierteme con anticipación la siguiente vez.
—¿Por qué? ¿Te agarraron con la guardia baja?
—¿Qué? No. Claro que no. Sólo...
—Además, no seas quejica. Y mejor agradece, porque… Te hice un favor ¿No es así? —sonrió con malicia.
—¡Qué! ¿De qué estás hablando? —se hizo la desentendida.
—Tu sabes a lo que me refiero.
—Pues no. Lo desconozco —se ruborizó.
La rubia prefirió no presionarla para hablar. Conociendo a Mónica y ahora que le dio algunos indicios de los sentimientos por la Chef, tarde o temprano recurriría a sus amigas para hablar sobre ello.
—Pues, cuando desees hablar, aquí estaré —se removió de la cama dispuesta a levantarse—. Tengo que dejarte. No tarda en subir Silvana a la habitación y si ve que sigo en la cama se va a molestar.
—Jajaja… oye, se supone que tú eres la gruñona.
—ja-ja-ja. Graciosita —empezó a cepillarse el cabello—. Pero no. Es porque tenemos revisión médica. Faltan dos meses y estamos cuidando que todo vaya bien con el embarazo.
—¿Ya saben el sexo del bebé? —le interesó. Estaba planeando comprar varias cosas para el nacimiento del bebé.
—No —sonrió emocionada—. Queremos que sea una sorpresa.
—Oh, vamos. ¿Qué se supone que haré con lo que compre en dado caso que sea niña o viceversa?
—No lo sé. Supongo que esa es la magia de esto —escuchó ruido en el corredor y se alarmó—. Debo irme. Silvana está subiendo.
—Uff, suerte con la fiera.
—Sí y Mónica, de corazón te deseo lo mejor con “tu sabes quién”, allá.
—Yo…
—Tranquila. Todo a su tiempo.
Mónica asintió. Concluyó la llamada cuando escuchó la voz de su prima en la habitación.
Le tomó por sorpresa que Renata supusiera lo que nunca a nadie le dijo. «¿Cómo es que lo infirio? Y ¿Desde cuándo lo supo?», pensó. Ya habría algún momento más adelante para hablar sobre el tema. Porque siendo sincera necesitaba algún consejo y quién mejor que Renata para ayudarla con su dilema emocional.
Dejó el divague para después cuando escuchó el timbre sonar. No fue difícil suponer de quién se trataba porque ellas mismas acordaron en la mañana una pequeña reunión.
—Pasa —y le emocionaba tener tiempo a solas con Alondra —y bienvenida a mi pequeña morada.
—Gracias, Moni —saludó carismática. Parecía que llegaba del restaurante, debido a que cargaba su mochila y vestía aún con la ropa del trabajo—. Lamento la hora. Y bueno, como te mencioné estos son los documentos con los que quisiera que me ayudarás. No tengo mucho conocimiento en esto pero apuesto a que una genio como tú, podría asesorarme.
—Jejeje… si. Por supuesto. Ven vayamos a la sala —la encaminó. Se apresuró a levantar el desorden de cajas y fotografías que descarto de las seleccionadas.
—¡Oh, que bonitas! —recogió una de las fotos que estaba sobre la mesita—. ¿Tú las tomaste?
—Si. ¿Te gustan?
—Mucho —se entretuvo viéndolas, por lo que Mónica las colocó de vuelta.
Por su parte, estaba emocionada. Era la primera vez que tenía la visita de la Chef y aunque le agradó que lo hiciera, se sentía algo inquieta.
—Uhm… ¿Te ofrezco algo de beber?
—Un café, está bien —seguía observando las fotos.
—Claro.
—Te gusta la fotografía ¿Verdad? —se levantó a observar la repisa con fotos enmarcadas a un costado.
—Eh, si. Algo así.
—Pues lo haces bien.
Volvió con un par de tazas preparadas. Las dejó en la mesita y fue hasta donde se hallaba su amiga, notando que se encontraba distraída con la fotografía del centro. Justo la especial, la que tomó el día de la boda de Silvana y Renata, aquella donde todos —amigos y familiares—, compartieron una tarde de felicidad.
—Que rápido se va el tiempo. ¿No lo crees? —suspiró nostálgica—. Esta foto fue la última que nos tomamos juntas.
—Si… —susurró—. Te fuiste días después y decidiste quedarte, pues ya no volviste a visitarnos.
Alondra no respondió de inmediato. En su lugar contuvo un silencio, justo cuando las palabras salieron compuestas y livianas.
—Yo, necesitaba un tiempo para mí. Tú sabes, el amor que sentí por Renata fue… doloroso —observó la imagen de la rubia sonriendo ubicada en medio de todas mientras abrazaba a su esposa—. Siempre supe mi lugar como amiga pero se volvió difícil con la cercanía.
Mónica tenía curiosidad, pero más que eso. Necesitaba saber lo que sentía en ese momento.
—Uhm… aún, ¿Sigues enamorada de ella? —dejó caer sin posible respuesta evasiva. Sus dudas respecto a que ella continuara en una especie de obsesión enfermiza la aterró.
—No —respondió casi al instante. Despegó la vista de la foto y la volvió a colocar en su sitio—. La superé y ahora me encuentro bien.
—Entiendo —un aliviado suspiro dejó fluir y sus emociones volvieron a relucir cual jovencita enamorada, al ver un rayo de esperanza aparecer ante lo dicho por la Chef—. Es bueno saberlo.
Se acomodó en el sofá donde Alondra ya bebía tranquila el café.
—¿Si, porque?
—Eh… —¿Por qué era bueno saberlo? En definitiva conocía la respuesta y cada vez que intentaba hablar de ello, algo la ponía en alerta de no hacerlo. A pesar de que todo ese tiempo se repetía incansablemente, ¿por qué no podía?
Volvió a su mente la primera vez que la conoció y si, lo supo. Tontamente se vio atraída como metal al imán de una joven que destellaba decoro y gracia. Fue increíble el clic que hizo su corazón ante la magia de sus encantos propios de alguien sincero y tenaz. Entonces, ¿por qué era bueno saberlo?
—Mereces ser feliz —expresó sincera—, amar con locura y abrir nuevamente el bello brillo de tu alma. Se lo que sufriste en silencio, el deseo de ser aceptado y las desventuras de tus acciones que no fueron recompensados. Por eso es bueno saberlo.
Sus palabras salieron sorpresivas. Su mente le impuso una cruel jugada porque lo expresó de tal forma que hizo reaccionar a Alondra.
—Uhm… El verte de nuevo. Me hizo recordar aquel día en la playa. Justo con esta misma energía. Tan elocuente en tus palabras.
—¿Lo… recuerdas? —rogaba que no fuera así.
—Por supuesto. Siempre prestó atención a todo.
—…
“... —¡Me gustas, Alondra! —soltó con fuerza.
—¡Eh! —volteó a verla aterrada tras escucharle decir algo que sonó como una confesión.
—Si —se apresuró a completar ante su descuidada acción. No, así no era como lo quería hacer. No cuando la Chef estaba sufriendo. Justo el día en que se casaba su amor imposible, se le ocurrió hablar y sincerarse con sus sentimientos. Por eso, en medio de un difícil dilema que formuló en los escasos milisegundos que duró su silencio, decidió negarlo. Callar lo que sentía por la otra y esperar a que el tiempo las ayudara a olvidar. Y si éste les concedía una nueva oportunidad de amar, se aferraría para atesorarlo. Por ahora lo mejor era esperar—. Si. Ten presente mis palabras y no te cierres al amor. El día que las vuelvas a oír, será por esa persona que anhela estar junto a ti.
—¿Estás segura? —preguntó angustiada. No quería que fuera verdad, porque eso implicaría no tener respuesta a ello.
—Totalmente —sonrió con falsedad, quizá la más falsa que pudo, para tranquilizarla…”
—Aunque llegué a pensar que hablabas de ti —volvió a decir—. Me reconfortó escucharte y saber que no era el fin del mundo.
¿Este era el momento para decirlo o tendría otra oportunidad en el futuro? Alondra estaba frente a ella sin nadie más que las interrumpiera. De un tema que surgió por casualidad, le dio pie a hablar de lo que tanto ansío hacer.
«¿Pero y si…?», sus inseguridades comenzaron a emerger y supo que si avanzaban no podría hacer nada.
—Y si lo dije en serio —confesó.
—¿A qué te refieres? —le intrigó la seriedad de sus palabras y el silencio que la envolvió a su respuesta.
—Me gustas, Alondra —lo dijo sin más.
—… —Ahora fue ella la que se quedó callada. Le sostuvo la mirada inmersa en el escalofrío que su cuerpo experimentó al escucharle decir que sentía algo más que amistad por ella. ¿Desde cuándo? Se angustió. Era demasiada presión y por primera vez, se sintió nerviosa.
Pero, aunque no quería necesitaba darle una respuesta. Y lo tenía que hacer por el bien de su amistad.
—¿Qué me dirías? —volvió a intervenir.
—Te diría que… lo siento, pero no puedo corresponderte. Estoy saliendo con alguien.
…
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¡OMG! ¡¡¡Lo dijo!!!
Nos leemos luego.
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