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32. Desahogo

Disfruten el capítulo.

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Las enfermeras terminaron de hacer el chequeo médico del día. Con base a los estudios que el doctor realizó y luego de comprobar que la paciente estaba bien, esa mañana, Alondra sería dada de alta.

Trás brindar su declaración de los hechos y responder a las preguntas de la policía, pudo darle un respiro a la situación apenas escuchar que lograron capturar a su antiguo empleado responsable de las agresiones a su persona y al fallecimiento de una de sus chefs.

No fue fácil aceptar que alguien en su intento por auxiliarla corriera tan trágico destino, siendo así, motivo para vivir en deuda por su ayuda.

Alondra se vistió con la muda limpia de ropa que Paola le trajo de casa. Una vez lista, la enfermera la acompañó hasta la sala de espera dónde una Mónica efusiva la recibió brindándole un fuerte abrazo.

—Con cuidado —expresó con alegría Paola al ver el desplante de la morena hacía su amiga.

—Auch —se quejó la chef, aunque contenta. Sabía (por Paola) que no se había despegado de ella en toda la noche y que de no haber sido por qué la sedaron para descansar, habría podido verla antes.

—Perdón —aflojó su agarre. Observándola, notó que tenía algunos moretones en su mejilla producto del penoso encuentro. Más abajo, su brazo se encontraba envuelto en vendas que cargaría al menos unos días más.

—Descuida —Con su mano sana, Alondra rozó el contorno de su mejilla—. Que bueno que estás aquí —susurró emocionada. Tenía fija la mirada en ella hasta escuchar una voz acercándose a espaldas de Mónica—. Oh. No puede ser… —masculló sorprendida, no creía que esa mujer estuviera también ahí. 

—¿Qué pasa? —volteó la morena. Percatandose de que Carla venía acompañada de un médico, discutiendo algún tema ajeno.

—Te enviaré al correo información que te podrá servir para el paciente.

—Le agradezco Dra. Bianchi espero verla de vuelta.

—Pierda cuidado. Así será —se despidió del doctor yendo directo a dónde Mónica y las demás se encontraban.

—¿Y bien? —consultó Paola. La noche anterior fueron presentadas y siendo médico, estuvo al pendiente de la información que el doctor del caso expuso.

—El papeleo está hecho —dijo amable.

—Gracias, Carla —La morena escuchó un leve carraspeó detrás en su intento por captar su atención no pasando desapercibido por su receptora—. Ah. Cierto, no las he presentado. Alo, te presento a la doctora Carla. Y… —giró hacía la otra—, ella es la chef Alondra.

Se observaron en un gesto pasible, difícil de descifrar. Era un hecho que se conocían, aunque para los demás esa sería la primera vez en que lo hacían.

—Un gusto.

—Lo mismo digo, chef.

—Ah… —interrumpió la morena—. Ella nos apoyó en todas las cosas médicas que, sinceramente, aún no terminó de entender.

Carla sonrió prestando atención a Mónica—. Cuando quieras puedo seguir enseñándote. Cómo en los viejos tiempos.

—Ou… Esto se puso bueno —susurró Paola claramente divertida ante la tensa situación que sospechosamente se desenvolvía.

—No creo que tenga tiempo —soltó la chef interrumpiendo. No estaba molesta, pero si quería dejar las cosas claras—. Tiene una compañía que dirige y asiste a clases de cocina por las tardes.

—¿Es cierto eso?

—Ah… si.

—Bueno. Creo que ya se que haremos la siguiente vez que nos veamos. La cocina no es mi fuerte. Me gustaría probar tu sazón.

Alondra frunció el ceño, estaba por decir algo pero Paola propuso salir cuánto antes del hospital.

—¿Oye, puedes acompañarme un momento al baño? —expresó Alondra a la morena—. Ah, ¿nos podrían esperar? —completó. Ellas asintieron, no obstante y sin que nadie más que Paola viera sonrió maliciosa captando su amiga lo que buscaba. 

—¿Trajiste auto? —dijo la chef atravesando el pasillo lejos de la vista de las demás.

—Si. Saúl debe estar esperándonos en el acceso y… Oye, ¿qué haces?  —Alondra no lo pensó dos veces, la arrastró a la primera puerta de emergencia que tenía cerca.

Atravesaron el estacionamiento hasta ubicar el auto donde su chófer los esperaba.

—Es bueno verla, Señorita Alondra —El hombre se acercó amable ayudándole a subir.

—Hola, Saúl. Podríamos irnos ya.

—¿Y qué hay de las demás? —cuestionó curiosa Mónica.

—Ellas pueden tomar un taxi o algo así —La morena sonrió divertida, señaló a su chófer que hiciera caso a la indicación.

—Entiendo.

Entre tanto, cuando se adentraron a la avenida Mónica dejó al fin salir una sonora carcajada. No podía creer que Alondra se hubiera atrevido a hacer tan sublime acción.

—¿De que te ríes? —la vió de reojo.

—No. Sólo… No sé qué decir. Es que, acabas de raptarme luego de dejar olvidadas a Carla y Paola en el hospital —bromeó.

—No se me olvidó. Sólo quería ya irme —expresó con obviedad—. Además tu “amiga” se veía interesada en quedarse, bueno, le cumplí su deseo.

—Aja.

—Es la verdad, y deja ya de reírte.

«Wow, si que está celosa» pensó Mónica divertida. Prefirió no molestar a la chef con ello, al menos hasta que estuviera mejor de salud.

***

El viaje no duró más de lo debido, no obstante, al observar mejor la notó distraída, perdida en sus pensamientos.

—Alo… —captó su atención—. ¿Te gustaría ir a algún lado?

La chef recompuso su semblante. Meditando la pregunta, expresó lo que deseaba hacer.

—Si no te importa ¿Me podrías acompañar a un lugar? Quiero darle el pésame a la familia de mi chef.

—Claro.

Recorrieron un largo tramo hasta la casa de la chef que falleció. Alondra se tomó su tiempo para hablar con los padres que no pararon de lamentarse por el trágico evento. Entre las cosas que deseaba expresar les confirmo que apoyaría en lo necesario con los gastos del funeral, al igual que una ayuda económica.

Permanecieron en el lugar hasta caer la noche, luego de despedirse de la familia tomaron camino en dirección a su edificio.

—¿Cómo estás? —Alondra no respondió, al menos no hasta sentarse a un costado de la morena.

—Un poco mejor. Aunque no creí, que ver partir a una persona se sintiera tan doloroso.

La morena la abrazó—. Todos pasamos por eso en algún momento de nuestras vidas. Es algo… que debemos afrontar.

Se quedó pensando en sus palabras. La chef no pudo evitar pensar en ello. En las cosas que se limitaba a guardar. Siempre pensó que podía lidiar con todo ella sola: con las dudas, el dolor e incluso con la derrota. Pero lo cierto fue, que muy en el fondo, anhelaba tener a alguien para expresarle todo de sí.

—Tuve miedo… —confesó repentinamente—. De las cosas que pudieron haber sucedido si él hubiera conseguido su cometido.

—Tranquila. Él ya no te hará daño.

—No, no es eso —se acercó a su cuerpo fijando la vista en esos ojos verdes aperlados, cargados de luz, de vida—. Tuve miedo porque de haber sido yo la que muriera, tú. Es decir. Jamás habría podido decirte…

—Alo, no hace falta que te presiones.

—No, Moni —La interrumpió. El susurro en su voz cayó calando cada espacio a su alrededor mientras desviaba la vista más abajo justo al comienzo de sus labios—. Es que, ya no quiero seguir aguantando.

—¿Qué… quieres decir?

—Tú ya aceptaste lo que sientes por mí. Es mi turno de hacerlo —recompuso su postura—. Supongo que el hecho de sentir que te perdía me hizo reflexionar que estaba siendo egoísta contigo, con ambas. Aceptar mis sentimientos me hizo dar cuenta que si seguía por ese camino, quizá no sería capaz de hacerlo una vez más. Pero se que vale la pena, no me quedan dudas.

—Estás diciendo…

Su mano calló las palabras a medias que la morena lanzó. Está nerviosa. Nunca se había sentido tan vulnerable y expuesta. Alondra siempre se había sabido manejar con control que fue inimaginable que frente a esa persona que poco a poco se fue metiendo en su vida, entregando cada palabra de aliento, cada sonrisa real la haría desestabilizar. Tomando valor, se acercó peligrosamente hasta estar a escasos centímetros de ella—. Me gustas, Moni.

No hubo marcha atrás.

Ruborizada, la morena se quedó inmóvil hasta —después de unos segundos— caer en cuenta que ocurría, estaba pasando.

Alondra la estaba besando.

Lo hizo con calma, sin prisa, invadida por todo el cariño que brotaba como margaritas al exterior. Se sintió en libertad, dejó fluir sus emociones en aquel cause ficticio que la sucumbió en una especie de serenidad.

Después de muchos años evitando volver a sentir emoción a la vista de un corazón ajeno, lo estaba haciendo. Mónica era un chispa andante pero no por ello podía ser catalogada como mala. Ella, una fuerza inusual que atrapa todo lo negativo hasta convertirlo en un faro de fuerza y alegría. Alondra nunca se había sentido tan feliz de vivir experiencias que iban más de lo convencional.

La espontaneidad de un jugueteo que aquella morena inquieta la hizo perder el aliento en diversas ocasiones.

Lo adoraba.

—Más de lo que te imaginas —susurró la chef entre hilos agudos sujetando con fuerza la emoción diversa de su corazón—. Me gustas mucho.

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Procede hacer la moricion*

Ya era hora para nuestro dúo.

No estaba perdida, solo se me juntó todo: entre el trabajo, el bloqueo de escritor y las enfermedades, ya estaba a punto de tirar la toalla, jejeje* (risa nerviosa).

Comenten la historia, den LIKE y Compartan.

Nos leemos luego.

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