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30. Proximidad

Disfruten el capítulo.

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—Se que esto puede sonar irónico por el simple hecho que fui yo quien tomó la decisión de terminar lo nuestro. Pero la cosa es… que no ha sido lo mismo sin tí —Antes de que Mónica dijera algo, la doctora expresó que debía terminar de hablar—. Quiero tener una oportunidad más contigo. Fuimos felices y estoy segura que podría seguir siendo así. ¿Qué dices?

Observó el semblante de la morena, quién no parecía poder salir de la impresión. Entendió lo difícil que estaba siendo asimilarlo y asumiendo que no habría más que decir, decidió darle un poco de tiempo para pensarlo.

—Volveré a buscarte —concluyó la despedida con un beso en la mejilla.

La morena seguía cerca de la puerta, pensativa. Intentando ordenar sus pensamientos. Los últimos días los sintió decisivos en muchos aspectos, cuando tuvo claro lo que haría de ahora en adelante aparece la doctora con semejante confesión. Las cosas parecían volverse más complejas de lo que le encantaría que fueran y más cuando el timbre sonó minutos después de haber despedido a Carla. Al observar por la mirilla se llevó otra sorpresa: quién se encontraba del otro lado de la puerta no era otra persona que había prometido olvidar.

Dejó que el timbre siguiera sonando. Hasta que el sonido cesó. Tantas cosas en la cabeza la tenían abrumada. Se recargó al costado de la puerta, siendo el momento justo en que una llamada entraba a su celular.

—Uhm. Hola —expresó tímida. Tenían la intención de no responder también pero supuso que seguiría insistiendo.

Nadie respondió del otro lado de la línea. Estaba segura de que se había arrepentido.

—Espera. No cuelgues —espetó de golpe. El silencio volvió a hacer acto de presencia aunque por menor tiempo—. Necesito decirte algo.

—Que… que sucede. —tomó asiento en el suelo, aún permaneciendo cerca de la puerta. Se sentía tentada a abrir para verla pero sabía que si lo hacía su fuerza de voluntad se vería afectada.

—¿Recuerdas la primera vez que nos conocimos? —expresó nostálgica. Alondra soltó su bolso para sentarse en el suelo al lado de la puerta—. Te encontrabas organizando el aniversario de bodas de tu prima cuando nos presentaron —La morena asintió, intrigada por tan repentinos recuerdos—. Lo primero que pensé antes de conocerte fue que tú tendrías una personalidad similar a la de Silvana.

—Gruñona y mandona —dijo al instante.

—Si. Algo así —La chef sonrió. Tenía el presentimiento de que algo así diría—. Me quedé con esa perspectiva de ella que pensé que tú serías igual.

—Pues no fue así.

—No, no lo fue. Y fue la primera vez que te pedí perdón. Me quedaste viendo confundida pero aceptaste las disculpas. Te dije que algún día te lo explicaría.

—Entonces ¿fué porque me juzgaste antes de conocerme que te disculpaste?

—Si. No fue apropiado. Y aunque hubiera sido sencillo no decirte esto, no me sentía agusto ocultartelo. Ese día, me cerraste la boca en más de una ocasión. Tus ánimos, la manera de ver la vida, me arrancaste más sonrisas de las que nadie lo había hecho en un largo rato. Y me gustó.

Se tomó unos segundos antes de continuar. Divisó el pasillo, todo estaba en silencio, las luces del corredor se habían encendido dejando la atmósfera en completo sosiego. Abrazó sus piernas recargando el mentón sobre sus rodillas mientras continuaba narrando.

—Aprecie tu energía, la chispa que dejabas a tu paso. Y… sabes un secreto, me encanta eso de tí.

El rubor inundó las mejillas de Mónica, por fortuna nadie podía ver lo roja que se había puesto. Mientras tanto, Alondra sonreía cual enamorada ante todas las cosas que de pronto nacían decirle.

—Fue una época que nos trajo constantes problemas —intervino de vuelta—. Y es una bendición que haya acabado de la mejor manera.

—No hay mal que dure cien años —se animó a expresar la morena.

—Así es. Y el que tú y yo estemos sentadas al extremo de esta puerta. Es prueba de ello.

—¿Qué… quieres decir? Yo no estoy… —se alarmó. Volteó a ver por reflejó el escaso muro que las separaba comprendiendo que seguía afuera en el corredor.

—Tranquila. Está bien así. Al menos respondiste mi llamada —retomó el tema—. Mónica eres una de las personas más importantes en mi vida. Y si algo he admirado de tí, es que no te rindes nunca.

—Siempre he tratado de mostrar la mejor versión de mí.

—Y lo has hecho bien. Maestra del amor.

—¡Qué dices…! —sonrió incrédula de lo que oía.

—Quiero demostrarte que yo también puedo lograrlo.

—¿Qué cosa?

—Devolverte la jugada —expresó decidida. Lo sentía, que era inevitable no decirlo—. Mónica, ¿Quisieras salir a una cita conmigo?

“…Intentó calmar su angustia. El miedo de escuchar una respuesta asertiva por parte de la morena para con esa persona la mantuvo al borde del colapso.

Así que, ¿eso sería todo? ¿Hasta ahí acabaría su historia si es que acaso hubo una?, pensó delirante.

No podía creer que una vez más estaba llegando tarde. ¿Sería posible que de nueva cuenta, se apartaría para que la felicidad de aquella persona a la que considera especial se haga realidad? ¿Abandonaría la dicha de amar a esa persona que la hizo sentir cosas maravillosas sin atreverse a dar la lucha?

La puerta se abrió y quién salió fue únicamente una mujer. Sin que se percatara de su presencia, la siguió con la mirada hasta verla detenerse al pie del ascensor.

—¿Podemos hablar? —llamó su atención.

—Cielos, casi me da un infarto —giró a su dirección al notar la presencia de la persona que le hablaba—. Ah. Hola. Eres la chica de aquella vez.

—Me llamo Alondra De Gante.

—Carla Bianchi —extendió la mano. Por la postura notó que era serio lo que tenía que decir—. Dime. ¿De qué se trata?

Sin titubeos la chef expresó firme—. No sé quién o qué eres en la vida de Mónica, pero te diré una cosa: No pierdas tu tiempo. Ella no aceptará regresar contigo.

La observó extrañada. Copió la postura desafiante de la otra—. ¿Qué te hace creer que no lo hará?

—Ella gusta de alguien más.

—Uhm —analizando la situación entendió a lo que se refería—. Y supongo que ese “alguien” aún no es nada de ella.

—Lo será muy pronto.

—Entonces no todo está perdido para mí —las puertas del elevador se abrieron. La doctora entró brindándole un último vistazo a la chef—. Te agradezco el avisó.

Concluyendo la conversación…”

***

La morena salió apresurada del departamento. La reunión que tenía programada al medio día tuvo que ser adelantada y ya iba justa de tiempo.

Observó a todas direcciones para localizar a su chófer con el auto, pero extrañamente aún no llegaba.

—¿A dónde te metiste, Saúl? —susurró al revisar el reloj y percatarse que ya era tarde.

—Parece que tú chófer se tomó el día ¿No es así? —Alondra apareció sonriente. Se acercó con bastante familiaridad. Portaba como de costumbre una filipina impecable, indicando que de igual forma, se dirigía al trabajo.

—No. No tardará en llegar —El timbre de su celular anunció un mensaje. Al parecer, Saúl tuvo complicaciones con el auto y tardaría en llegar al menos una media hora más.

—¿Ocurre algo?

—No. Nada —Desvió la vista al frente. Era muy tentador tenerla a su lado—. Ya me tengo que ir.

—Entonces, vamos. Te llevó.

—Ah. No. Puedo pedir un taxi —nerviosa, sacó de vuelta el celular, no dándole tiempo de teclear porque la chef se lo impidió.

—Siento decirte que eso no está en discusión —La tomó de la mano, llevándola hasta el estacionamiento donde esperaba su camioneta.

Durante el transcurso, la chef se mantuvo pendiente del camino. Si era sincera, era la primera vez que ignoraba un poco su itinerario, pero valía la pena sí con ello le permitía compartir espacio con la morena. Entonces, la llevaría todos los días al trabajo.

—Vaya —susurró al percatarse de lo lejano que resultó el transcurso y una vez llegado la majestuosidad que representaba aquel lugar.

—¿Qué ocurre?

—Nunca imaginé que este era el recorrido que hacías a diario.

—El edificio tiene poco tiempo de haber sido construido. Las anteriores oficinas quedaban a pocos minutos de dónde vivimos. Esta es la nueva ubicación oficial para la empresa.

—Es muy bonito el lugar, aunque lejano.

Mónica sonrió divertida—. Tú me quisiste traer.

—Si, lo sé pero no lo decía por eso. Sólo me pareció que era un poco desgastante para tí.

—Un poco, si —La morena estaba dispuesta a bajarse del auto. Alondra tomándola de la mano le pidió un par de minutos antes de hacerlo.

—Espera —fijó la vista en Mónica—. Aún no me respondes a la pregunta de ayer.

—Sobre que, ¿el calentamiento global? —Desvió el tema.

—Moni.

—Jajaja. Lo siento —Notó la seriedad reflejada en su rostro pareciendole tierno y sumamente tentador para molestarla.

—Entonces ¿Aceptas?

—Acompáñame a mi oficina —desvió de vuelta el tema—. Estando allá, te daré mi respuesta.

La chef tuvo que ceder a la petición de Mónica por el simple hecho de anhelar una respuesta favorable y porque era una buena oportunidad de conocer un poco más de sus actividades en su día a día. 

El edificio era más inmenso de lo que por fuera reflejaba. Todo se veía pulcro e impecable. Varios ascensores distribuidos en las laterales de lo que consideraba la recepción eran ocupados por decenas de personal que iban y venían de un lado a otro.

—Buenos días, Señorita Kofmant —expresó amable la mujer que atendía la recepción.

—Buen día. Ella es Alondra De Gante. Por favor dale un pase de visitante —Al instante, la mujer acató la orden.

En poco tiempo subieron juntas por el ascensor hasta llegar al piso más alto. Apenas abrió las puertas, fue recibida por una mujer que la siguió informando del itinerario para su día.

—La esperan en la sala de juntas. Los papeles ya están listos sobre su escritorio.

—Gracias. ¿Hay algo más para agregar?

—Si. Aquí está la información que me pidió ayer —la secretaria extendió el folder con datos de bienes raíces, Mónica se lo arrebató escondiéndolo en los cajones—. Ya puedes retirarte.

Así lo hizo la mujer. En breve, ambas quedaron solas. La chef no perdió tiempo en apreciar lo lindo que se veía todo, desde el decorado de la oficina hasta la majestuosa vista en el muro de cristal.

—¿Te gusta?

—Es lindo. Ahora entiendo porque tú oficina queda en lo más alto del edificio. Desde aquí se aprecia todo.

—jejeje… Sólo es una vista —se acercó al ventanal. Alondra se percató de su cercanía y de nueva cuenta quiso hablar del tema.

—Quisiera que aceptarás salir conmigo —suavizó su habla, acortando la distancia la tomó de las manos concentrándose en la vista que más le gustaba apreciar, ella—. Estoy dispuesta a demostrarte lo que verdaderamente siento por tí.

—Alondra… —nerviosa, se dejó cautivar por la proximidad de su cuerpo. La suavidad de sus manos y ligero choque de su aliento la hacía presa de caer tentada a las peticiones de esa mujer.

—Señorita Kofmant, la esperan en la sala.

Se separó con escasa distancia—. Si. Voy enseguida—. Notó el semblante expectante de Alondra a lo que sea que ocurriría a partir de ahí—. Está bien. Dejaré que me sorprendas.

La chef dejó aterrizar una sonrisa en su rostro—. ¡Sí! Te veré frente a nuestro edificio a las ocho.

Asintiendo, Mónica salió de la oficina guardando compostura.

—Señorita, ¿se siente bien? —notó el semblante en su rostro.

—Si. Descuida. Vamos. No hay que hacerlos esperar.

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Ya brota el amor.

Uff, nuestra Alondra poniéndole su estate quieto a la doctora.

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Nos leemos luego.

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