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24. Posibilidad

Disfruten el capítulo.

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A pesar de que la visita al país sólo se trataba de un par de días, el gasto de energía qué Alondra experimentó fue suficiente para mantenerla agotada por lo que restaba de la semana.

La tarde anterior no pudo mantenerse más activa de lo que sus empleados en la cocina la tenían. Aquel par de hermanitos eran la viva imagen de un huracán. Seguirles el paso fue el mayor desafío que enfrentó hasta el momento.

No podía estar más de acuerdo en qué Ángel tenía una personalidad tan similar a la de su “responsable” hermana mayor. Sobre todo porque los dos parecían estar conectados mentalmente y lograban persuadir a una nerviosa Alondra qué no hacía más que pensar en las consecuencias de sus aventuras.

La chef disfrutaba del ejercicio pero no entendía cómo es que se sentía destruida luego de pasar la tarde anterior yendo y viniendo entre juegos, tiendas y carritos de velocidad media como forma de entretenimiento.

Pese a eso, aún no se podía dar el lujo de descansar, así que más valía recuperarse y pensar que pronto estaría de regreso en España.

—No creo resistir otra salida de esas —masculló cansada pero de cierta manera feliz. Ella, que toda su vida se vió envuelta por la soledad al no tener la posibilidad de compartir con algún familiar de su edad cuando era niña. Siendo hija única, los únicos momentos en los que gozaba era cuando convivió con su amiga de la infancia, Paola. Y también estaba su padre que siempre trató de darle todo el cariño que pudiera necesitar a falta de su madre. Por eso, el que esos hermanitos la incluyeran en su círculo familiar la hizo sentir bien.

Después del desayuno, a Mónica se le ocurrió la grandiosa idea de salir a visitar los alrededores para comprar algunas cosas.

Alondra no le tomó importancia al asunto y la siguió hasta la plaza donde quería ir. Su amiga no perdió ni un instante en adentrarse de tienda en tienda comprando cuánta cosa veía y dado el desenvolvimiento de la otra, la chef también aprovechó en darse algunos gustos, quizá sólo para matar el rato.

—Esto te quedaría perfecto —sonrió maliciosa al mostrarle un vestido entallado que entre pensamientos la veía usándolo en alguna salida nocturna para… bailar.

—No me gusta, está muy escotado.

—Buu… Le quitas la diversión a la vida.

—No seas aprovechada —golpeó levemente su hombro.

Horas más tarde, retomaron el camino de vuelta con los padres de Mónica, al menos eso creyó Alondra cuándo abruptamente la otra se estacionó en uno de los parques de la ciudad.

—¿Qué pasa? ¿Por qué nos detenemos?

Mónica no le respondió con palabras, le hizo señas para que descendiera también del auto y la siguiera hasta una de las áreas del lugar.

Ubicó un tranquilo espacio rodeado de un par de árboles y sin más, la morena se dejó caer extendiendo las manos tanto como pudo para disfrutar un momento de tranquilidad.

—¿Qué haces, loquita? —sonrió confundida, acercándose cautelosa hasta dónde estaba ella.

—Tenía ganas de venir aquí y tirarme al césped —respiró profundamente hasta sentir como sus fosas nasales se llenaban de aire limpio y cálido—. Ven aquí —señaló con palmaditas su costado para que hiciera lo mismo—. Deberías de hacerlo también.

Dudosa, se acercó hasta ceder. Cuando lo consiguió disfrutó del hormigueo que invadió cada espacio de su cuerpo, sus suspiros fueron entrecortados al principio pero después lo sintió tan liberador qué se dio el permiso de cerrar los ojos para mantener esa sensación de paz qué hacía rato no disfrutaba.

Abrió los ojos, girando a su derecha donde su compañera la veía sonriente admirando un bello paisaje.

—Te han dicho que eres linda incluso cuando duermes —susurró la morena embelesada.

Alondra sonrió y desvió la vista al cielo—. ¡Qué cosas dices!

—Solo lo que tengo en mente —con sutileza acercó su mano al contorno del rostro de la chef para remover un rebelde mechón de su rostro. Lo hizo con tanta ternura qué en su acción se vió reflejada el pequeño deseo de mantenerse con ese gesto por un poco más de tiempo.

Sin despegar la mano de su mejilla se dedicó a acariciar su piel —qué para ese instante se tornó rojiza—. Alondra se congeló por el atrevimiento de su compañera pero no hizo nada para que se alejara, más al contrario volvió a cerrar los ojos para disfrutar de aquel tacto cálido que a medida que su convivencia crecía, algo en su pecho vibraba a desear más de la persona que tenía enfrente.

Se estaba volviendo difícil soportarlo y francamente tal vez ya era tiempo de hacer algo al respecto. Pero no lo haría ahí, Alondra luego de darle mucha vuelta al asunto se decidió en qué buscaría el momento perfecto para hablarlo con la morena cuando estuvieran en casa.

Por ahora, no hubo otra cosa que solo eso, una caricia.

Aunque Mónica por dentro se muriera por robarle un beso, prefería darle tiempo a su chef y que ésta sintiera que ese contacto ya no solo dependería de la morena. Quería que Alondra en algún punto, tomará la iniciativa de ser ella el emisor de un mágico encuentro cómo lo era el roce de sus labios.

Sí debía esperar lo haría. Pues cosas parecían ir bien para ellas.

La tarde cayó más pronto de lo previsto, las nubes envolviendo en un manto gris al cielo anunciaban un posible diluvio en la ciudad.

—No entiendo porque necesitamos irnos tan temprano al aeropuerto —expresó Alondra de la repentina idea de su amiga. Se encontraban subiendo el equipaje en la cajuela del auto que las llevaría allá—. Nuestro vuelo es por la noche.

—Entiendo pero es fin de semana, probablemente el tráfico sea peor —se excusó—, y además te dije que quería que me acompañaras a otra parte antes de abordar el avión —acomodó la última maleta y luego de contarlas pudo sentirse lista para lo que tenía en mente hacer.

—¿Estás segura que no se pueden quedar otro día más? —La madre de Mónica se acercó intentando persuadir a su hija y compañía para que se quedaran más tiempo en casa.

—Lo siento mamá. Pero tanto ella como yo, debemos volver a España. Hay mucho trabajo por hacer, tengo que arreglar unos pendientes de la oficina y Alondra tiene una escuela que dirigir.

—Está bien, cariño —se acercó el señor—. Déjalas ir, ya buscarán tiempo para venir a visitarnos de nueva cuenta.

—Por supuesto, papá —rodeó con fuerza la cintura de sus padres. Si era sincera, tampoco tenía deseos de irse. Aquel fin de semana fue tan maravilloso que no entendía como no podía seguir viviéndolo una y otra vez.

—Cuidense mucho, hijas —se dirigió la mujer a las dos que desde ya, extrañaba—. Alondra, vuelve cuando gustes. Está siempre será tu casa.

—Muchas gracias por todo, señora Monse. Disfruté estos días con ustedes.

—Nosotros también, hija. Y sigan tan unidas como hasta ahora.

Mónica, quien escuchó lo mencionado por su madre y con la pequeña charla con la chef, se sintió con la necesidad de aclararle que no había tal relación.

—Mamá. Uhm, nosotras no…

—Así será señora —interrumpió Alondra—. Aún hay mucho que hacer juntas. ¿Verdad? —volteó a ver a Mónica atenta al gesto sorpresivo por dicha revelación. Trás pensarlo a profundidad, no era tan malo que sus padres pensaran de una posible relación. Después de todo, tal vez habría una en un futuro muy cercano.

—Si. Tienes razón —aceptó tímida.

De quién si tuvieron que esforzarse para no dejar tan triste con la despedida fue al pequeño Ángel. A pesar de intentar mantener una postura firme frente al menor, Mónica no pudo ocultar su tristeza de tener que dejar de nueva cuenta un fragmento de su corazón con él —por quién sabe cuánto tiempo—. Le prometió que intentaría volver lo más pronto posible a visitarlo y que cuando fueran sus vacaciones escolares lo llevaría unos días a España para divertirse como sólo ellos sabían.

***

—Entonces, vainilla con avellanas, tres leches o fresas con chocolate…

—¿De qué hablas? —preguntó confusa Mónica al ver de repente a su amiga escribiendo en un archivo desde el celular un listado de ingredientes y sabores. Estaban en los asientos traseros de camino al destino que Mónica secretamente informó al chófer. 

—Al pastel de tu hermano —dijo con obviedad.

—Oh, no te preocupes. Aún hay tiempo para planearlo. Aunque… no te he dado las gracias por aceptar después de que yo te lo impusiera en primer lugar.

—Supongo que ya debo de estar familiarizada con el sentimiento de quedar enredada en tus jueguitos —expresó casual—. Pero tengo que admitir, que me agrada la idea de poder ser parte de su celebración —sonrió y estando más en confianza se acercó al asiento de la morena hasta quedar cerca de ella claramente como táctica de persuasión.

—Entonces, ya somos dos —aceptó Mónica que la veía embelesada y contenta.

Tomó la mano de su compañera jugueteando con el tintineo de su pulsera—. ¿Me dirás por fin a dónde iremos?

Mónica parecía estar cediendo ante los sutiles encantos con los que la chef en ese momento la tenía pero se hizo de una enorme fuerza de voluntad para no caer en la tentación.

—No —expresó firme. Observó a su compañera virar los ojos apartándose un poco—. Lo siento, preferiría que esperes a verlo.

—Moni.

—De verdad —rió ante el puchero de enfado de la Chef—. Mejor ¿por qué no continuamos planeando el pastel de mi hermanito?

Alondra no se sentía tan convencida de aceptar lo que su compañera estaba planeando, pero trás pensárselo unos segundos, terminó por acceder.

En la siguiente media hora, Mónica se dedicó a distraer a la chef para evitar que prestara atención a su alrededor. Inclusive se atrevió a proponerle seguir esforzándose en el curso de cocina para que ella misma fuera quien elaborará aquel pastel que prometió a Ángel.

—¡De verdad! ¿No me crees capaz de hacerlo?

—Te creo capaz —confirmó Alondra, sabía de la tenacidad con la que la morena trabajaba, que algo como hacer un pastel no podría ser la excepción—. Aunque el trabajo en la repostería es distinto. Las medidas y preparaciones son muy exactas. Generalmente a las personas les toma mucho tiempo aprender y llevarlo a la práctica.

—Bueno. Digamos que tengo todo a mi favor porque justo frente a mí, está una chef que me ayudará en todo el proceso para hacerlo —habló juguetona claramente para persuadirla.

—Te ayudaré, eso no lo dudes —esbozó sonriente. Últimamente hablar con ella la dejaba con una sensación de felicidad en la que una sonrisa salía por inercia sin importar qué o cómo.

La cosa fue que en ese momento, la alegría se vió opacada por incertidumbre cuando salió de la pequeña burbuja en la que se sumió, prestando atención al exterior y percatandose al fin del destino en el que Mónica la condujo—. No, no me digas que…

—Alo. Espera, no te enfades —la interrumpió. El chófer estaba estacionando el auto frente a la casa de aquel fraccionamiento privado. La chef conocía el lugar. Ya que… fue su casa desde que era una niña—. Se que me dijiste que no querías venir pero, al menos podrías… 

—Te dije que no quería venir —expresó severa.

—Lo entiendo, pero las cosas no pueden ser tan malas como para negarte a verlo —tomó su mano animandola a bajar del auto—. Sé perfectamente que en el fondo deseas hacerlo.

—¿Por qué piensas eso?

—Lo note en tus ojos la última vez que hablamos de esto. Lo extrañas y estoy segura que él también a ti.

—No es buena idea, Moni —habló dudosa de su decisión. Si era sincera, tenía deseos de si quiera cruzar algunas palabras con su padre antes de volver a España pero no sé atrevía por su orgullo—. No estoy segura.

—Inténtalo. Al menos dile que estás bien y que no tiene nada de qué preocuparse.

Meditó la propuesta. Tenía un revoltijo de emociones empezando con la molestia de que la tomaran por sorpresa. No era partidaria de esas acciones a sus espaldas o que se metieran en sus problemas pero tratándose de Mónica lo tolero —a pesar de querer reprocharle que no debía de querer arreglar sus asuntos—.

Tomando valor, bajó del auto emprendiendo camino a la entrada de su casa. Nerviosa, se acercó a la entrada. De su bolsillo sacó el juego de llaves dónde conservaba una de dicha casa.

Ingresó con cautela, temerosa de lo que pudiera encontrar aunque más que eso era no saber si su padre también quisiera verla.

—Todo sigue igual —susurró nostálgica. Observando, notó que nada había cambiado, todo estaba tal y como lo recordaba hace años.

De pronto, escuchó ruido en la cocina, ahí debía estar su padre.

Hasta que lo vió.

Se encontraba de espaldas a ella. Por la hora, fue posible que apenas hubiera regresado del restaurante y después de un baño —según indicaba su vestimenta—, se alistaba para preparar algo de comer.

—Hola —suavizó su habla. No quería que se sobresaltara—. Papá

El señor Arturo De Gante dejó el cuchillo en la tabla girando al instante por la voz que alcanzó a escuchar.
 
—¿Alondra? —se sorprendió, lo que cambió al instante en pura felicidad—. ¡Hija! ¡Estás aquí! —corrió para envolverla en un cálido abrazo que recibió ella con mucha vergüenza—. ¡Qué alegría! Pero ¿Cuándo llegaste?

—Bueno… —habló nerviosa separándose un poco de su contacto—. De hecho, yo ya estoy de… —no terminó de hablar cuando escuchó pasos acercarse desde las escaleras.

—Dios… El baño estuvo sensacional. Cariño, te importaría… —la mujer se detuvo en el marco de la cocina cuando notó la presencia de otra persona más que reconoció al instante—. ¡Oh! Alondra, estás de regreso. Bienvenida —expresó amable aunque temerosa por la posible reacción de la hija de su actual pareja.

Reacción que posiblemente no se haría esperar.

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¿Arderá Troya?

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Nos leemos luego.

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