17. Travesuras
Disfruten el capítulo.
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—¡Oh, no! —se expresó temerosa. No es como si nunca hubiera visto uno. Pero la combinación de esa persona con el vehículo a dos ruedas parecía no ser la ideal en retrospectiva con lo enérgica que puede llegar a ser.
Había salido al estacionamiento de su escuela para recoger unos documentos en la camioneta cuando se encontró a cierta morena quien la esperaba.
—Hola, Chef —Envuelta en una sonrisa, dejó el casco a un costado para darle soltura a su melena, haciendo que callera a cascada dado el largo ondulado que tenía. Estaba contenta de verla al fin en un lugar que no fuera el departamento o la recepción del edificio.
Aunque tampoco podía quejarse. La semana que procedió de su accidente tuvo la dicha de gozar de las atenciones de su chef por algunos lapsos de la noche.
Debido a que Mónica —por disposición médica— tuvo que quedarse en casa, su amiga se había ofrecido a hacerle compañía —por breves momentos— después del trabajo.
Por instinto, lo primero que a su mente llegó fue el asombro.
—¿Qué haces aquí? —recompuso su mirada. Estaba confundida, más por verla llegar en tremenda motocicleta y no, como lo suele hacer.
—Pues tuve una reunión en la empresa de la que no podía zafarme. Y… aprovechando que el tiempo estaba a mi favor decidí hacerte una visita antes de que entraras a tu segundo turno con tus alumnos.
—¿Y la moto?
—Oh, esto. No te fijes tanto. La moto la tengo desde que llegué al país. Casi siempre está guardada, pero como aún no terminan las vacaciones que le di a mi chofer por mi incapacidad, decidí sacarla a pasear.
—Pero… pudiste tomar un taxi o un transporte privado. ¡No deberías andar así!
—¿Lo dices por mi tobillo? Descuida, ayer por la tarde el doctor me dió de alta. Fuí en la mañana a revisión médica y me dijeron que todo estaba en orden. Así que… ya puedes disfrutar de mi presencia en el curso de cocina.
La chef guardó silencio pues tal pareció que Mónica no comprendía la situación. ¿Es que ella no era consciente de las peligrosidad de un vehículo como la moto? Se preguntó.
—En fin, Chef. Sólo venía a saludarte y…
—¿Por qué no te quedas? —soltó de repente. Aunque quiso denegar al instante, la propuesta ya la había hecho.
—¿Cómo dices? ¿Quieres que me quede contigo?
—Si, por supuesto. Anda, que tengo algunas cosas que hacer —abrió la puerta de su camioneta para bajar lo que fue a buscar—. Espérame y nos vamos juntas.
—¿Puedo guardar el casco aquí? —señaló el asiento del copiloto.
—Claro.
Ingresaron a la oficina de la chef. Antes de iniciar con la clase tuvo la intención de revisar unos papeles del restaurante —aclarando “tuvo” porque Mónica parecía dispuesta a hacerle ver a su compañera que fue mala idea darle acceso a su espacio de trabajo como una “compañía silenciosa”—.
—Tengo hambre.
—Puedes pedir algo a la cafetería que tenemos en el edificio. Llama para que te traigan algo a mi oficina.
—No, no es lo mismo. Quiero que tú me cocines. Algo como lo que hiciste en los últimos días, no estaría mal.
—Lo siento pero hoy no puedo.
—¡Qué! ¿Por qué? ¡Ah, qué mal! Bueno entonces, tendré que pasar a retirarme. Muero por una de esas sopas frías que preparan en…
—¿Pedirás un taxi? —la interrumpió interesada.
—¿Eh? Claro que no. Para eso traje mi moto —agitó las llaves al aire. Pensó que si se apresuraba alcanzaría a llegar al pequeño restaurante que encontró por internet donde se especializaban en el platillo que tenía en mente. Estaba por salir, pero la chef le arrebató las llaves.
—Me quedaré con esto —las guardó en el bolsillo de su filipina.
—¡Ey! Pero…
—Es muy peligroso conducir una moto. No sabes de los riesgos que te expones al montarte en una de esas cosas.
La morena la observó extrañada por su reacción. No es como si fuera una novata, ella aprendió a conducirlos desde los quince años gracias a la afición de su padre por ellas. Sabía de los peligros —como cualquier otro medio de transporte— pero era precavida y responsable al volante.
Entonces se le ocurrió: ¿Será que está preocupada por mí? Bueno, habría que averiguarlo.
—Está bien. Te presto la moto. Puedo ir a la empresa y sacar del garaje mi segunda adquisición.
—¿Qué quieres decir? ¿Tienes otra?
—Tengo cerca de cinco motocicletas. Lo admito, soy una coleccionista —Sonrió amable—. Así que si me disculpas, voy a…
—Alto.
—Chef. ¿Qué ocurre? —fingió consultar el reloj—. Según veo, se te hace tarde. Venga que ya debes irte y yo…
—Está bien. Pide un taxi y quédate en casa. Más tarde llegó con comida.
—¿De verdad? Pero dijiste que no podías. Mira, no te preocupes. Has tus cosas y yo voy por ahí. Tal vez vaya al bar del centro. Hace rato que no veo a mi barman favorito —Eso último lo dijo en susurró.
—¿Por qué eres terca? No deberías salir, mucho menos conducir si es que piensas beber.
—Buen punto pero serán una copa. No es la gran cosa. Además ¿Por qué insistes que no conduzca? —sonrió maliciosa—. Es que acaso, ¿Estás preocupada por mí?
—Es obvio ¿No? Ya te dije que son…
—Peligrosas. Ya oí. Pero —sigilosa, avanzó a su dirección haciendo que la otra retrocediera por reflejo—. Vamos que somos amigas, no hay necesidad de que te pongas sobreprotectora. A menos que…
—¿A menos que, que? —ya no pudo retroceder pues la pared estaba de por medio.
—A menos… —invasiva, colocó ambas manos a sus costados para acorralarla—. Que tú interés esté fundamentado en un sentimiento. Uno de amor por ejemplo.
—¿Qué dices…?
—Digo que tal vez no te sea indiferente después de todo y…—se acercó con maldad, comenzó observándola en general hasta centrarse en sus ojos. Bajó la vista al inicio de sus labios. Con cautela, fue acortando distancia hasta casi rozar su piel—, ya estás sintiendo cosas por mí.
Por su parte, Alondra estaba en shock. Como la última vez, no supo qué hacer ante la cercanía sorpresiva de su compañera. Estaba tan escasa de distancia que podía escuchar la pasiva respiración golpeándole los labios. ¿De verdad, Mónica la iba a besar? ¿Sería capaz de repetir de nueva cuenta lo que alguna vez hicieron?
No estaba segura y aunque por extraño que sonara esta vez, una parte de ella lo deseaba.
Entonces sin necesidad de caer en la duda empezó a ser ella la que culminará la distancia y así lo hizo.
Lo hizo envuelta en el hipnótico anhelo de un susurro mezclado con los sentimientos ocultos que se negaba a aceptar. Estaba decidida a llegar hasta las últimas consecuencias porque sentía la necesidad de hacer tal locura. Mónica la obligaba y no porque lo dijera, sino que sus acciones siempre la mantenían al punto de pensarla más de la cuenta.
Y fue por esa razón que otra de sus travesuras la pondría en un estado de alerta. Alondra abrió los ojos cuando sintió que la morena se alejaba al instante en que se acercó.
Es una pena que dejara a Alondra con las ganas pero lo haría para mantenerla con la imagen de lo que pudo ser en su mente por un buen rato.
Sabía que jugaba con fuego al molestarla siempre que surgía un momento, pero le encantaba hacerlo, vivía de sus gestos espontáneos, arrancarle un suspiro exasperante, una sonrisa o una rabieta de molestia.
¡Cómo le gustaba esa mujer!
—¿Qué ocurre? ¿Por qué cerraste tus ojitos? —dejó lucir una inocente sonrisa conservando aún su postura. Se alejó a una distancia razonable solo para mostrarle de nueva cuenta las llaves de la moto en mano.
La chef abrió los ojos sorprendida, se rebuscó en su bolsillo dándose cuenta que se las había quitado.
—¡Mónica! —Sus mejillas se incendiaron. Estaba molesta y avergonzada.
—Me voy. Descuida, pediré un taxi. Te espero para cenar.
—No. Cena tú sola —Sin más, salió de su propia oficina dejando a la morena muerta de risa.
Está me la vas a pagar. Pensó Alondra para sí misma.
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Pobre Chef que le sacan canas verdes cuando pueden. Y ya se estaba dejando querer.
Haber como le va a Mónica.
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Nos leemos luego.
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