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12. Atrevimiento

Disfruten el capítulo.

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El fin de semana llegó, el último grupo que faltaba por integrarse al curso estaba presente. Una decena de personas de distintas edades que deseaban adquirir los suficientes conocimientos para conducirse en el arte de la cocina —a pesar de su nula experiencia— se veían animados a la espera de conocer al chef encargado de dar la cátedra.

Y quién sería la poseedora de dicho privilegio, fue nada más y nada menos que la chef De Gante.

Tomó la decisión de impartirlo después de que el chef a cargo tuviera que abandonar el proyecto por trabajo en el extranjero.

Alondra odiaba que las personas no tuvieran compromiso. Así que luego de una plática acalorada, no le quedó más remedio que tomar el mando ahí.

Ya tenía la mañana predispuesta para algunos módulos del grupo principal, que no encontraba problema para hacerse cargo de un curso de cocina básica por la tarde.

Ahora bien, el problema —si se podría catalogar así— no fue presentarse con ellos, mucho menos que las clases serían tres veces por semana. La razón por la que ahora ponía en tela de juicio su decisión de apoyar en el curso fue encontrar a una mujer bastante conocida entre el grupo.

—E…esto debe ser una broma —aunque lo tratará de negar, la realidad era más que obvia.

De pie, al frente de una estación rodeada de sus demás compañeros y con una pequeña sonrisa tratando de ocultar, estaba la entusiasmada Mónica que al igual que los otros mostraba interés por iniciar.

***

—Es todo por hoy. Recuerden repasar los tecnicismos que aprendieron porque les será de mucha ayuda en las siguientes clases —regresó a su mesa de trabajo para alistar sus cosas antes de retirarse.

Se tomó su tiempo acomodando los papeles sobrantes entre las carpetas y luego de revisar que ya nada quedaba suelto volvió la vista al frente para cerciorarse de que todos se habían retirado.

Y lo hicieron, a excepción de una.

Mónica tomó su bolso luego de notar que Alondra la estaba observando. Sonriente, se levantó del incómodo asiento dispuesta a saludar a la encantadora maestra.

—Hola Chef. ¡Qué casualidad encontrarte!

—¿Qué se supone que haces aquí? —expresó con seriedad. No parecía molesta pero si que le cayó de sorpresa que la morena se inscribiera en el curso que fue abierto para el público en general.

—No es obvio. Vine a aprender a cocinar.

—Ajá…

—¡De verdad! Ya que no quisiste ser mi chef particular, no me quedó más remedio que aprender —moduló su voz al ver regresar a un compañero que pareció haberse olvidado del suéter.

—¿Y la empresa?

—Descuida, Industrias Kofmant sigue funcionando tan bien como siempre.

—Uhm… —se quedó pensando—. No sé si creerte.

—No tengo porque mentirte. Pero si lo dudas podrías tal vez un día ir conmigo a la empresa, verás que todo marcha bien.

—No me refería a eso.

Mónica sonrió. No obstante, sintiéndose más en confianza al notar por fin el aula completamente vacía. Buscó un pequeño espacio en la esquina del escritorio para poder recargarse.

—Ya lo sé —susurró juguetona—. Supongo que captaste mi confesión en nuestra última reunión.

—Uhm. Hablas de…

—De…

—¿Conquistarme?

—¡Yey! Si te quedó claro —sonriente avanzó a la entrada para retirarse a casa. Dejaría a la Chef descansar… por un rato.

—Moni, ¿Podemos hablar? —se levantó al ver las intenciones de su amiga.

—Podríamos pero será otro día. Tengo cosas que hacer. A menos… de que quieras que te lleve. Es viernes, ¿Qué tal si salimos a bailar?

—Moni.

—Tranquila. No voy a obligarte a hacer nada que no quieras…

“…

—¿Qué me enamore? ¡Qué locura dices! —respondió la Chef al fin cuando vió a Mónica dirigirse a la puerta del departamento—. Tú no decides de quién lo hago.

—Lo sé. Pero no pierdo nada con intentarlo —sonrió gentil.

—¡Estas demente si crees que accederé a seguirte el juego!

—Tranquila —volvió la vista a su amiga—. No voy a obligarte a hacer nada que no quieras.

…”

Con eso en mente la entusiasta morena salió sin dar oportunidad a la otra de reprochar.

La Chef suspiró derrotada, incapaz de hacer entrar a la otra en razón. Su celular timbró, al revisarlo se percató que se trataba de su amiga, nuevamente.

Moni: Te veo después, Chef.

Prefirió no responder. Guardó el celular de vuelta tomando camino de regreso a su oficina. 

Estando a solas la Chef se dedicó a revisar las actividades programadas para el siguiente día. Algo que se suponía no le robaría más de una hora, pero su mente estaba tan dispersa que apenas podía leer medio párrafo cuando ya perdía el hilo de todo.

—Será mejor irme a descansar.

Luego de despedirse del encargado de vigilar el acceso, emprendió camino a su hogar. Las calles del centro no parecían tan vacías como de costumbre. Después de todo, era viernes por la noche y la vida nocturna comenzaba a avivarse.

Observó que muchos de los establecimientos de la zona parecían estar en funcionamiento, los espacios invadidos en su mayoría por jóvenes que salían a divertirse después de una larga semana.

Por su parte, Alondra no tenía interés en esos sitios. Ya no era una jovencita para salir a divertirse desenfrenadamente. Y no es que fuera muy mayor, estaba por tocar los treinta, tampoco que fuera aburrida sólo que sus gustos iban a otros pasatiempos para disfrutar.

No podía ser de otra forma.

Antes de llegar a su piso, decidió ir al de su amiga para ver si podía hablar. Tocó por un par de veces el timbre pero al parecer no se encontraba en casa.

—¿Ocupada en donde? —cruzó los brazos.

Después de unos minutos, volvió a su departamento, alistó la tina para tomar un largo descanso que le permitiría olvidarse del día y de todo. Pero apenas consiguió hacerlo cuando a su mente llegaron recuerdos que le empezaban a perturbar algunas noches de insomnio.

Una confesión.

La alegría y decisión de sus palabras.

Sus ojos.

Un beso…

Entonces la divisó. Se levantó de golpe de la cama. Estaba tan dispersa que ni siquiera recordaba en qué momento había salido de la bañera. Era raro porque se sentía ebria sin estarlo, y no es como si recordará el efecto porque ya había olvidado la última vez que ingirió alcohol.

—Me vas a volver loca un día de estos… —susurró entre líneas.

Domingo por la mañana. Como de costumbre, Alondra salió al parque a correr. El clima cálido y la sombra de los árboles la protegían del naciente sol que empezaba a avivarse conforme los minutos transcurrían.

Después de cuarenta minutos recorriendo la zona, decidió descansar cerca del área de juegos. Esperó hasta que su agitado corazón se tranquilizara. El hecho de haber recorrido más kilómetros que de costumbre representó un sobreesfuerzo. Estaba tan agotada que no le importó cerrar los ojos y relajarse un poco.

Despertó al sentir el golpe de una pelota de plástico por sus pies. Se percató que ya no se encontraba tan sola, algunas familias recién llegaban al área infantil, comenzando a dispersarse en el lugar.

—¿Cuánto tiempo dormí? —revisó el reloj apenas notando que transcurrieron quince minutos. Fue increíble que su fatiga la noqueara por algunos minutos. Pero sus sorpresas no se detuvieron ahí, al bajar la vista al asiento notó algo.

Cerca de su botella de agua había una flor —la misma que vino recibiendo tiempo atrás— con una pequeña tarjeta unida.

Leyó con precaución—. ¿Amor? Esto es… —Se levantó de golpe para volver al edificio—. Mónica.

***

La mañana se veía prometedora para Mónica, prometedora para dormir hasta medio día. Había olvidado la última vez que trabajo hasta el amanecer que su propio cuerpo le exigía a gritos sus horas de sueño.

Lo malo fue que debía esperar un poco más, dada la insistencia en la puerta, no podía retomar su descanso desde donde lo dejó.

—Ya voy —llegó a la puerta arrastrando los pies mientras intentaba anudar su bata.

—¡Ya sé que eres tú! —fue lo primero que dijo Alondra apenas abrieron la puerta—. ¿Puedo pasar?

—Hola, Chef —bostezó—. Claro, pasa —Tomó asiento en el sofá individual. Cerró los ojos mientras escuchaba lo que tuviera que decir Alondra. No tenía ganas de mover un sólo músculo—. Dime, ¿qué se te ofrece?

—Sé que eres tú —repitió con énfasis.

—Específica —respondió por inercia.

—El regalo en el restaurante. Las flores que recibí con tarjetas sin nombre. Hoy encontré esto en la banca dónde descansaba.

—¿Por qué crees que soy yo? Si no tienen nombre.

—Oh, no necesito ser genio para saber que tú eres quién me ha estado enviando esto. Dijiste que me enamorarías. ¿Esto es parte de tu plan?

Mónica sonrió al escucharla tan enérgica. Tuvo que hacer un esfuerzo titánico para verla a los ojos—. Alondra, me da gusto que aceptes mi decisión pero… siento informarte que no soy la creadora de dichos detalles.

—No mientas. En la última tarjeta escribiste esto.

—“Nuevo día, nuevas esperanzas. Una flor que anuncia el comienzo de mi amor. —Cuatro—” —leyó obligada.

—Si. Dijiste “amor” esa palabra te delató. Aparte ¿que significan esos números? Primero nueve y ahora un cuatro.

—No lo sé. Su NIP interbancaria.

—Esto es serio.

Esbozo una divertida sonrisa—. Mira Chef. Si te hace sentir bien. Entonces si, yo soy quien te envía las cartas y rosas.

—Son tarjetas y vienen con un girasol.

—Como sea. El hecho es que si yo lo quisiera hacer no te estaría dejando acertijos por doquier, para eso es que me animé a confesarte mi amor después de cuatro largos años de espera. Estoy aquí y te lo digo de frente: quiero tener una cita contigo.

—¿Qué?

—No me respondas en este momento —volvió a bostezar levantándose del sofá—. Te lo volveré a preguntar el lunes después de la clase de cocina.

—Pero… —no la dejó terminar.

—Iré a mi habitación, muero de sueño. Te quedas en tu casa.

—Monica espera, aún no terminamos de hablar.

—Entonces ven a mi cama.

—¿Qué? ¡No! —se sonrojó ante la propuesta.

—No es para nada sexual —“Estoy cansada así que tendré que desaprovechar la oportunidad” pensó Mónica al instante—. Si quieres seguir hablando, que sea allá. Igual no te haré caso, pero al menos no estarás sola.

La Chef rodó los ojos. Dejó que la morena siguiera su camino en paz. Tal parece que tenía razones para estar agotada después de ver encima de la mesa varios documentos de la compañía dispersos y un par de tazas con café a medio acabar.

Antes de irse, decidió limpiar un poco su desorden. Al menos para aminorar su carga de trabajo se sintió con la necesidad de dejar preparado el desayuno. Así al despertar tendría algo que llevarse al estómago.

—Una cita… —susurró mientras terminaba de colocar los trastes en el lavavajillas antes de dejar el departamento—. Ya olvidé cuando fue la última vez que tuve una.

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¿Habrá o no, cita?

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Nos leemos luego.


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