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11. Valentía

Disfruten el capítulo.

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Hoy sería el gran día.

La escuela culinaria De Gante abría al fin sus puertas a los más de veinte alumnos que de acuerdo a la preselección y hojas de vida tenían lo necesario para estudiar ahí.

No obstante, no serían los únicos afortunados en integrarse. Gracias al apoyo de empresas inversoras, se consiguió abrir espacios para cursos de temas selectos. La Chef Alondra tenía la idea de que entre aquellos que participaran podría haber algún diamante en bruto tratando de ser descubierto.

En primera instancia brindó la bienvenida al grupo principal. Ante la mirada expectante de los estudiantes se presentó con toda la confianza que pudo aprender en todos los años de práctica al frente de sus cocineros. Atendió los comentarios de algunos y se sintió emocionada —aunque sin reflejarlo— por las cálidas palabras de admiración hacia ella y sus compañeros Chefs.

—Esta no es una escuela ordinaria —hizo una pausa que se prolongó luego de dar una vistazo a todas las personas que integraban el grupo—. Cada uno de ustedes consiguió un lugar aquí gracias a su esfuerzo. Ninguno está aquí porque no lo desea ¿O sí?

Todos negaron.

—Entonces, siendo así las cosas —continuó hablando—. Quiero que nos demuestren ese esfuerzo con base a su trabajo duro. Estudien, mejoren sus técnicas, cocinen y sobre todo, trabajen en equipo. Porque sólo así podrán avanzar en cada módulo.

Casi todos sé sintieron inspirados una vez concluyó su discurso, algunos otros tuvieron repelús por la mirada gélida que la Chef De Gante mostraba. No siendo para menos, pues ella no estaba acostumbrada a mostrar su lado más alegre en público y si lo hacía es porque las personas con las que interactuaba eran las indicadas para hacerlo.

Después de pasar las siguientes horas presentándose con los grupos que integran algunos de los cursos que iniciaron ese día, tomó la sabia decisión de ir a descansar. En lo que respectaba a su trabajo del día, sentía que no había hecho la gran cosa. Sin embargo, toda la semana anterior estuvo cargada de muchos pendientes que la orillaron a desvelarse incontables veces.

—¡Qué pase buena noche! —la despidió el guardia al verla salir del edificio.

—Igualmente, señor —avanzó hasta el estacionamiento. Al subir a su camioneta, colocó su mochila en el asiento del copiloto, cuando quiso encender el motor, notó algo encima del cofre. Volvió a bajar para tomarlo y cuál fue su sorpresa al encontrar una flor —idéntica a la que recibió en el restaurante— con una nota escrita.

«Observa profundamente y entonces lo entenderás todo. Nueve»

—¿Nueve?¿Qué se supone que significa esto? —volteó a su alrededor verificando si es que alguien la observaba expectante. Pero no halló a nadie.

En el ascensor, se le notaba pensativa. Después de mucho analizar había llegado a la conclusión que tanto la cajita de metal que le fue dejado en el restaurante, como la flor con la nota en su camioneta procedían de la misma persona. No era una coincidencia que la flor en ambas ocasiones fueran girasoles, tampoco que el diseño de la tarjeta tuviera cierta similitud con los acabados de la caja.

«¿Quién es la persona detrás de esos regalos?» Se volvió a cuestionar. Y solo por un instante el nombre de cierta morena de risita infantil le vino a la mente.

—¿Es qué se trata de tí? —observó la pantalla de su celular notando que no habían notificaciones de interés—. Mónica… 

De hecho lo único que le interesaba —aparte de lo del regalo— era saber dónde es que estaba ella. Había pasado una semana luego de aquella “conversación” que inició con un beso robado y concluyó con el escape perfecto por la misma persona.

Desde ese día, Mónica no respondía a las llamadas. En una ocasión, la Chef bajó al piso de su amiga para confrontarla pero nadie la recibió. Eso le molestó por sobremanera porque tal parecía que se estaba escondiendo o evitando.

¿Le gustaba o solo era diversión?

Alondra ya no entendía nada.

Avanzó por el corredor de su piso, se quedó unos instantes en frente de su puerta. No percatandose de la silueta que la contemplaba cómoda en las sillas al costado de la ventana.

—Hola, Aló —la Chef brincoteo asustada.

—¡Ah! ¡Me espantaste! —se tocó el pecho ante la sonrisa divertida de la otra.

—Lo lamento —Mintió. No parecía estarlo.

Cuando se recuperó, al fin pudo prestar atención a la persona de su costado.

—Tú… —apuntó en su dirección.

—¡Yoo…! —respondió enérgica.

—¡TÚ!

—¿Yo?

—¿Dónde estabas?

—Pues… ya sabes. He andado en muchos lugares y a la vez en ninguno.

—¿Qué clase de respuesta es esa? Cómo te atreves a desaparecer por una semana.

—Jejeje… si creo que me pase de días. Pero en mi defensa no fue culpa mía —analizó su respuesta—. Bueno, quizá un poco al hacer que mi prima me vetara en lo que resta de mi existencia del jet privado tras haberlo incendiado. Me tomó casi dos días conseguir un vuelo descente.

—¿Incendiaste un avión?

—Pero sólo los sofás.

—No. Espera. No, nos desviemos del tema.

—Tienes razón. Toma —le extendió la bolsa, que escondía—. Un souvenir. Trate de adivinar tu talla, tienes un lindo escote bajo esa filipina.

—Mónica —se ruborizó. Agarró la bolsa sin abrirla.

—¿Qué? Estoy segura que la gargantilla en tu cuello te quedará espectacular.

Carraspeó enseguida.

—Como sea. Ya que al fin apareces. ¿Podemos hablar?

—Si, por su puesto. Pero antes, necesito comer. Alimentame.

—¿Qué?

—Llevo más de cuatro horas sin probar alimentos. Muero de hambre.

—¿No pudiste bajar a tu casa y prepararte algo de comer?

—No sé cocinar.

—Pide comida a domicilio —expresó con obviedad.

—No. Tu casa me queda más cerca. Y tú cocinas rico. ¡Alimentame!

¿Le quedaba otra opción a la Chef ante los pucheros de Mónica?

Absolutamente no.

Se acabó por completo el tazón de fideos que Alondra había preparado para cenar. No era para menos haber extrañado su sazón durante la semana que estuvo ausente y conformarse con platillos que no le satisfacían cien por ciento el corazón.

Volvió a la sala donde la Chef la esperaba una vez terminó de colocar los platos sucios en el lavavajillas.

—¿Te sirvo un poco de vino? —tintineo sutilmente las copas ante la mirada fija de la Chef.

—No. Estoy bien gracias.

Mónica sirvió entonces una copa, la bebió con calma y a sorbos, no tenía prisa. Ya sabía de qué iba lo que hablaría la Chef, así que todo estaba claro para ella.

El juego apenas comenzaba.

—¿Y bien? Te escucho —dejó la copa sobre la mesita del centro.

—Creo que dejamos un tema a medias la última vez que nos vimos. Cuando tú…

—Para mi estuvo todo claro. Nos besamos. Te dije lo que quiero y lo que siento.

—Me besaste contra mi voluntad.

—Quizá lo fue. Te pido una disculpa. Prometo avisarte la próxima vez.

—Además saliste huyendo y desapareciste por una semana.

—Si. Digamos que tuve problemas para manejar mis emociones. Lamento haber salido huyendo. Pero supongo que el tiempo fuera nos sirvió a ambas.

—¿A qué te refieres?

—Ambas nos vemos diferentes. ¿No lo crees? —se fue acercando sutilmente a la Chef—. Creo que de alguna u otra manera las dos nos extrañamos de vuelta. No sabes las ganas que tengo de… —se acercó a escasos centímetros de su rostro entre un hilo de voz acompañando sus palabras.

—No te confundas —Alondra la detuvo de avanzar interponiendo su propia mano como escudo—. Aquel día me tomaste con la guardia baja.

—Tome ventaja de eso. Lo admito —volvió a tomar distancia para posar la vista en el jarrón del centro.

—Qué bonita flor. ¿Te gustan los girasoles? Si ese es el caso, yo podría comprarte un ramo todos los días.

«Entonces no fuiste tú» pensó la Chef.

—Lo encontré sobre mi camioneta.

—¿Un admirador? Vaya. Creo que tengo competencia —leyó la tarjeta que estaba encima—. “Observa profundamente y entonces lo entenderás todo…” ¿Qué, es un refrán o algo así? No parece tener tanta ciencia.

—Mónica…

—Aquí entre nosotras, soy un poco competitiva.

—Mónica…

—Veré qué tipo de detalle te pueda gustar.

—¡Mónica! —se exaltó. Aunque de inmediato sereno la voz. Era poco común que perdiera los estribos, quizá su agotamiento le estaba pasando factura y no quería disgustarse con ella—. Por favor. Detente. No lo hagas.

—No debo hacer ¿Qué?

—No… no me hagas odiarte.

Mónica repasó sus ojos que brillaban angustiantes. Era la primera vez que la notaba alterada, quizá hasta cansada. Fue distinto a aquella noche cuando luego de presionarla a hablar de su conquista misteriosa, saltó enojada dispuesta a discutir. No, esta vez parecía querer evitar a toda costa su frustración. No quería caer presa del posible torbellino de emociones encerradas desde hacía quién sabe cuánto tiempo, por una simple plática.

¿Podría ser tan perversa para negarse esa oportunidad?

Quizá, porque quería seguir conociéndola aún más.

Se levantó del sofá y recogió su bolso, caminó en dirección a la puerta y antes de salir, volteó a ver a la Chef quien parecía tener la mirada extraviada en la esquina de la mesa.

—Si eso hará que me muestres más de tí. Entonces hazlo —habló decidida—. Ódiame. Ódiame hasta que te canses de hacerlo y que lo único que te quede sea solo amarme. 

—¿Por qué dices eso?

—Es obvio ¿No? Haré que te enamores de mi.

_________________________

¡¡¡Wow!!!

Pero Moni. ¿De dónde sacaste la valentía para hablarle así a Alondra?

Es que ya no te reconocemos.

¿Que se habrá hecho en la semana de ausencia?

Les gusta la nueva y mejorada Mónica.

Ya veremos cómo lo manejan ambas.

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Nos leemos luego.

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