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Capítulo 23: Ojos de Tormenta

El cielo estaba oscuro, tamices grisáceos coloreaban el ambiente. Truenos en la lejanía sonaron advirtiendo de la tormenta que comenzaba a azotar. Era un mal día para solo vestir camisa de tirantes, extrañaba mis grandes suéteres. Hoy a la mañana corrí apresurada olvidándome de agarrar alguna chaqueta, en consecuencia, mi cabello rubio—enmarañado por el viento—se empapó totalmente. Ni siquiera me apresuré en llegar a la parada del autobús, no tenía sentido, no había refugio alguno. Estaba técnicamente semi-desnuda con una tempestad sobre mi cabeza. Apreté mis dientes obligándome a no sentir el frío que comenzó a calar por mis huesos, mi piel se erizó y le pregunté a la fuerza superior por qué me odiaba tanto.

El auto viejo no fue una opción. Según mi madre, ma mataría en cualquier momento si conducía esa chatarra y digamos que no pude negarlo. Y no mencioné que yo apestaba conduciendo.

Al llegar como un pollito mojado, temblando de frío y con agua goteando por mis pantalones, a la parada del autobús, me lamenté al ver las pocas personas que se encontraban allí con chaquetas. Al parecer, fui la única que no previó esto.

—Jenkins, ¿tomando el autobús con los plebeyos?—Una voz reconocible habló a mis espaldas para luego pasar a mi lado.

Hasta Keegan Wayne vestía una chaqueta. Deseé el traje de hamburguesa nuevamente, al menos absorbería todo este agua.

Me encogí de hombros. Anhelé que el autobús no tardase tanto pero con este clima...

—No pienso darte mi chaqueta, ¿lo sabes, verdad?—Susurró y lo observé. Keegan miraba hacia adelante con semblante indescifrable.

—Esta bien...—Sacudí mi cabeza desconcertada y me encogí de hombros por las fuertes y heladas brisas.

—Por qué Keegan Wayne no le da su chaqueta a damiselas en peligro...–Continuó y noté que comenzaba a sacarse su abrigo.

Estaba confundida, demasiado.

—No.—Asentí a lo que dijo y clavé mi mirada al frente, sin punto definido.

—Eso arruinaría mi reputación.—Me tendió su chaqueta y lo miré atónita.

Sus comisuras estaban elevados sutilmente. Arrugué mi frente, Keegan insistió moviendo su mano y la tomé en silencio.

—Sí, no queremos arruinar tu reputación.—Pasé el abrigo por mis brazos y exhalé de alivio, era cálida (se sentía la esencia de Keegan) y la ceñí más sobre mí; era perfecta—. Gracias.—Susurré apenas audible.

—Que bien que dejamos las cosas claras.—Asumió y otra vez deslizó sus ojos al frente.

Sonreí de manera discreta ante su juego. Y de verdad aprecié el dulce gesto de Keegan, lo estudié pero él hizo caso omiso a mi atrevimiento. Sus ojos celestes se volvieron grises como la misma tormenta. Su rostro estaba relajado e inalterable, sin preocupaciones como que su camiseta estaba empapada. Me sentí mal al ver que fue por mi culpa pero nunca pensé que él me prestaría su abrigo.

—Así que...—Aclaré mi garganta y lo miré de soslayo—el psicópata toma el autobús.—Sonreí y Keegan alzó una de sus cejas divertido.

—¿Qué te digo?—Apretó sus labios—. Los asesinos seriales no se pueden permitir tantos lujos.

—Ah, la economía de hoy en día...—Reí por lo bajo divertida. Pero en un segundo arrugué mi frente ante el recuerdo que apareció en mi mente—. Dijiste que conducías un Honda.

Keegan no respondió al instante. Se encogió de hombros y al hablar, vi el vapor del aire caliente con el helado clima abandonar sus labios.

—Como te puedes imaginar, mis padres no pagan los gastos.—Explicó con voz monótona, sin alguna emoción identificable.

No respondí y me concentré en ver las gotas caer con furia. Apreté mis hombros, tratando de encogerme para que el agua no traspasara mi piel. El autobús no llegaba y comencé a impacientarme como el resto de las personas a mi al rededor. Sentí empatía hacia Keegan, su historia con su familia me ponía triste. Al menos yo tenía a mi madre, era una obsesiva protectora cuando se trataba de chicos pero la quería muchísimo.

Los autos pasaban rápidamente sin detenerse bajo la lluvia incesante. Pero después de quince minutos en silencio, un Volkswagen azul se detuvo frente a nosotros. La ventanilla se bajó revelando al conductor.

—¿Sam?—Damien entrecerró los ojos hacia mí y al comprobar que era yo, hizo un gesto para que entrase—. Sube.—Sonrió y volvió a acomodarse en el asiento del conductor.

—La realeza no puede esperar.—Comentó con sorna Keegan a mi lado. Rodé mis ojos y automáticamente sonreí.

—Emh, adiós.—Lo saludé con un gesto de mi mano y sin mirar atrás (por alguna razón me resultaba incómodo) me subí al auto de Damien.

El aire caliente de la calefacción calmó mis músculos y en unos minutos mi temperatura se normalizó y en ese instante—ya estábamos lejos de la parada del autobús—noté que no retorné la chaqueta a su dueño. Cerré mis ojos y traté de recordar que tendría que devolvérsela luego.

—Damien...—Dije cautelosa y me removí incómoda en el asiento del copiloto.

Él giró su cabeza para verme un segundo y volvió la vista al frente. Las gotas se estrellaban con furia en el parabrisas. Casi como si se estuvieran suicidando conscientemente.

—¿Sí?—Cuestionó con una voz tranquila.

Bien, sabía que no era bueno mentir. Y mucho menos a Damien pero me encontraba en una circunstancia en la que no quise estropear las cosas maravillosas con él y eso me ocasionaba mentir. Solo por esta vez, me dije a mí misma.

—¿Te molesta si me alcanzas a la casa de mi abuela?—Titubeé y retorcí mis dedos con discreción.

—Claro, ¿dónde es?—Inquirió y mi respiración de manera automática se volvió pesada.

—En la parte sur.—Respondí apartando mi mirada.

Supe que estaba mal engañarlo con esta pequeña mentira, pero solo le devolvería la chaqueta a Keegan de una vez para no tener más compromisos que me atasen con él. Y listo, suficiente, sería libre después de eso. Tocaría la puerta, se la entregaría y caminaría a casa mirando sobre mi hombro para que no me roben o asesinen. Bien, tal vez correría un poco.

¿Por qué nunca me esforcé en gimnasia?

—Bien...—Damien frunció su entrecejo levemente y apretó sus labios para que luego soltaran un suspiro. La zona sur no tenía buena fama y él lo sabía—. Dime la dirección.

Oh, era definitivo, yo era una horrible persona. Me repetí a mi misma que todo esto no terminaría en una horrible catástrofe. Pero como pude demostrar, yo era una mala mentirosa.

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