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Capítulo 21: Válida Humillación

La semana escolar retornó a su inicio. Luego de un aburrido lunes, más un examen de química el martes, un no interesante miércoles, hoy—jueves—me sentía muy aliviada. No por completo, claro, mi madre (a pesar de mis peticiones constante para acabar con el tema), simplemente no quería que saliera de noche.

Ya que podría quedar embaraza y morir. Lo usual.

De verdad le insistí que todo era una broma—incluso lo de Damien—para que dejara de acosarme todo instante. A este paso, me lanzaría condones por la ventana cada mañana en mi ida a la escuela.

Y allí me encontraba, hoy era jueves y estaba parada en el centro del gimnasio. Un círculo se formaba de personas que asistían a mi curso, no todos eran mis amigos, pero necesitaría su ayuda. Me inscribí en el comité de recaudaciones de fondos al inicio de clases y a pesar de lo que la mayoría creía, en mi opinión era entretenido.

Excepto por este proyecto: vender hamburguesas. Lo que quiero decir es: bien. ¿Cuál era el problema? El barrigón y canoso de Gilbert (nuestro director) tuvo la maravillosa idea de incitar a los estudiantes a colaborar con nuestra causa, ¿cómo?

Vistiendo de hamburguesas gigantes. ¡Por supuesto que pagarían por esas carnosas y grasientas hamburguesas! No por qué tuvieran hambre, solo sería válida humillación pública. Pero ya asistí a todos los comités disponibles que alguna vez hayan existido en mi escuela. Estaba completamente acostumbrada de hacer el ridículo.

—Bueno... —Le hablé a los estudiantes quiene me observaban expectantes—. Busquen sus trajes de hamburguesa. ¡Yei!—Exclamé con un grito de victoria y todos suspiraron.

A los malos tiempos, buena cara, mi abuela solía decir. Claro, eso no lo tuvo en mente cuando quemó toda la ropa de su esposo cuando descubrió que la engañaban con la vecina. Pobre abuela.

El círculo a mi alrededor se esparció y terminó en desolación absoluta. Me concentré en el programa impreso que tenía en mis manos.

—¡Dios mío!—Chillé cuando unas manos me rodearon. Me concentré en calmar mi pulso y respiración.

—Nop, inténtalo otra vez.—Una risa dulce se escuchó cerca de mi oído.

Damien apareció a mi lado con sus comisuras alzadas, luciendo una resplandeciente sonrisa de oreja a oreja. Y acercó sus labios a los míos y me ruboricé.

—Damien, estamos en la es...—Susurré y el rió interrumpiendo.

—No diré que lo lamento por qué no lo hago.—Sus comisuras se elevaron y pegó su pecho al mío—. Pienso que deberían besarte cada segundo, cada minuto, de cada día...

Damien aprisionó mi labio inferior con sus dientes y no evité sonreír. Rodeé su cuello y llevé mi cabeza hacia atrás para apreciarlo por completo. Me ofreció su mano y la acepté sin dudarlo. Me acercó más hacia él envolviéndome con sus brazos. No quería solarlo, estaba plácidamente feliz con el rodeándome. No podía pedir más.

Pero había algo que se llamaba realidad: apestosa y asquerosa realidad.

—Damien...—Murmuré y él se despegó de mí alzando sus cejas—. Lo siento, tengo tantos preparativos...

—No te disculpes, preciosa.—Una gran sonrisa surcó sus labios y pestañeó lentamente—. Eres increíble. Toda tú.

Mi pecho se oprimió. Busqué aire por qué me ahogaría si Damien seguía tocándome y teniéndome tan cerca. Y esas palabras... ¿podía casarme con él? ¿No tendrá alguna sortija escondida? Deseé que fuese así, pero el ahora era más que perfecto.

—No soy tan grandiosa, Damien.—Me encogí de hombros y él solo rodó sus ojos.

—¿Cómo puedes decir eso?—Rió entre dientes y apartó un mechón rebelde—. Todo lo que tiene que ver contigo es grandioso.

Bien, ahora estaba en duda si lo de la apuesta que mencionó Eleanor era real. Damien simplemente no podía estar aquí, besándome otra vez, diciéndome todas estas palabras dulces.

Mi propio cuento de hadas: él era el príncipe, yo la princesa...

¿Keegan?

¿Por qué ese chico estaba allí llenando el formulario de voluntarios?

Oh, no, no, no, no...

Keegan era el rufián de mi cuento de hadas, sin duda.

—Adiós, preciosa.—Damien interrumpió mis divagaciones y me besó—. Sé que lo harás genial.—Susurró en mis labios y sonreí.

Después de marcharse, di grandes zancadas hasta Keegan Wayne.

—Keegan, ¿qué estás haciendo?—Inquirí. Él alzó sus cejas y ladeó su labio burlón.

—¿No es obvio, chica V?—Sonrió mostrando sus dientes.

Bien, ignoraré su comentario.

—No es que tenga algo en contra de que nos ayudes pero, sinceramente...—Arrugué mi nariz y aclaré mi garganta. No quería sonar tan ruda—, solo eres un chico con una lengua especializada en insultos. No creo que quieras vestir de hamburguesa.

Keegan elevó una de sus comisuras y sacudió su cabeza para acercar su boca a mi oído.

—Oh, Sam. Mi lengua se especializa en algo y no son insultos exactamente.—Susurró para que nadie más lo escuchase y con una media sonrisa se marchó a entregar los papeles.

3312, justo ahora.

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Cuando Keegan está más bueno que comer con las manos:

Hola a todos ;)
—Mitch ❤️❤️❤️

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