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Capítulo 13: Actitudes Extrañas

La profesora explicaba algo sobre los polinomios. La verdad no me interesaba ni un poco, y además, aunque tratara, mi mente no dejaba de rondar la confesión de Douglas.

Él era gay.

Estaba bien por mí, y eso fue lo que le dije luego de un minuto completo de silencio expectante. Simplemente me tomó por sorpresa, nunca lo hubiese creído si no hubiera salido de sus propios labios. Antes creía que su corazón pertenecía a Eleanor, por eso no soportaba verla con alguien más, pero ahora, entendí todo. Douglas no podía ver a ella junto a Neil, el chico que le gustaba aunque trataba de evitar sus sentimientos.
Le dije que lo apoyaba, por qué es lo que hacía. Yo amaba a Douglas y siempre estaría ahí para él.

Por fin sonó el bendito timbre. Todos nos apresuramos a salir.

—¡Jenkins!

Oh, no otra vez.

—¿Sí, Keegan?—Pregunté mientras me volteaba hacia él.

Levantó su mochila del piso y la colgó en su hombro. Se acercó hacia mí.

—Necesito tu ayuda.

—Pensé que ya la habías pedido.—Señalé. ¿Qué podría querer Keegan ahora? Mi mente estaba en otra parte.

—Necesitamos seguir. Estamos atascados.—Keegan me observó esperando mi respuesta salvadora.

Pero no tenía ideas en este momento para ayudarlo con Claire. Resoplé y me quedé pensando, mi mente estaba vacía, adiós creatividad.

—¿Nos vemos hoy? No se me puede ocurrir nada ahora, Keegan. Ven a mi casa a las cinco y veremos.

Keegan miró hacia la izquierda y frunció sus labios. Noté que ya no apestaba a nicotina, que alivio.

—Bien.—Se encogió de hombros y se preparó para irse—. Trata de esta vez no irte con el príncipe encantador, ¿quieres?

~~~

—Hola, Sam.—Damien apareció a mi lado. Dejé mi Sandwich de atún a un lado y me concentré en sonreírle.

—Hola.—Musité. Como siempre, cuando  se trataba de él, mis palabras nos eran las más largas del mundo y ni hablar de oraciones elaboradas.

Damien sonrió marcando sus hoyuelos, eran preciosos. No sé que tenía Damien que me hacía suspirar y actuar como tonta. Simplemente lo hacía.

—Estaba pensando...—Comenzó a decir y lo miré encantada—, se estrena una nueva película, con Liam Neeson, ¿quieres.... quieres ir a verla? Claro, si quieres.—Murmuró lo último un poco tímido.

Damien Wood me estaba pidiendo salir. A mí, Samantha Jenkins. Seguía dudando de cómo todo esto pasó.

—Sí.

Otra vez, mi respuesta fue monosílaba. Pensaría que era estúpida.

—Genial, ¿te busco a las cuatro?

Asentí y él elevó sus comisuras aliviado. ¿Cómo podría pensar que le diría que no?

~~~

—Gracias.—Dije cuando la chica morena de la caja me tendió las palomitas y el cambio.

Volví a la fila donde Damien se encontraba esperando. Al verme sonrió e ingresamos juntos a la sala.

Pasaron unos treinta minutos. La película era de acción y aunque prefería sobre todo las de romance, esta no estaba nada mal. Las explosiones hicieron vibrar el audio en los parlantes colgados en la pared. Había muchos hombres disparándose hasta la muerte y en un momento la sangre salpicó a la cámara. No sentí que era algo de una cita romántica pero Damien acercó discretamente su brazo hacia mí y entrelazo sus dedos con los míos. Sonreí internamente y no me moví.

Salimos al terminar la película y Damien ofreció ir a comer pero lamentablemente tuve que responder que no, mi madre prefería que llegara temprano.

—Me gustó salir contigo, Sam.—Damien me observó desde el asiento del conductor. Estaba anocheciendo afuera—. Espero que nos sigamos viendo.

—Sí, a mí me gustó también.—Respondí y nos quedamos en silencio.

—Me gustas, Sam. De verdad.—Admitió evaluándome con sus ojos verdes.

Contuve la respiración. Esperé este momento desde hace mucho tiempo. Estaba tan absorta a la emoción que me olvidé de responder.

—Eres hermosa.—Prosiguió y yo seguí en silencio. Damien se removió nervioso—. No es por presionarte pero me sentiría más tranquilo si dices algo...—Él rió por lo bajo.

—Lo mismo.—Respondí y quise golpear mi cabeza por mi vaga respuesta; me quedé sin palabras—. Perdón... tú también me gustas mucho, Dam.

Todo eso fue suficiente. No nos besamos, supuse que no era el momento (aunque ya nos habíamos besado hace unos días). Me despedí de él con un beso en la mejilla, cerca de sus comisuras y bajé de su auto. Lo vi marcharse y caminé hasta la entrada de mi casa con una sonrisa en mi cara.

—¿Keegan?—Pregunté y traté de adaptar mejor mis ojos a la oscuridad.

Él levantó su cabeza para observarme y al ver de quién se trataba, volvió a recostarse. Estaba tendido allí, en el césped, mirando al cielo nublado y con pocas estrellas visibles. No sonrió, no respondió, y ahí me di cuenta.

Teníamos que vernos hace dos horas. Y yo nunca llegué. Me apresuré en llegar a su lado, Keegan no reaccionó así que me acosté a su lado. Coloqué mis manos en mi estómago y miré hacia arriba.

—Lo siento tanto. Lo olvidé completamente.

Keegan se quedó en silencio, su rostro estaba impasible e inquietantemente tranquilo. Estaba en un gran estado de indiferencia. Me sentí muy mal por haberlo olvidado. Otra vez.

—No quise... tuve que haber avisado... yo...

—No te preocupes, Sam.—Su voz sonó monótona, sin ninguna emoción identificable.

—No debí...

—Sam.—Me cortó e inclinó su cabeza para verme—. No te preocupes.

Me callé. Él no dijo nada más. A veces lo miraba de soslayo, no sabía qué decir. Keegan estaba tan extraño, esto lo había afectado aunque no lo quisiese admitir. Me sentí terrible, yo nunca fui así.

—Soy una terrible persona.—Murmuré. El silencio de la noche nos inundaba. Solo se podía escuchar el ruido de algunos grillos y autos lejanos.

—No lo eres, S. Yo me equivoqué al pedirte este favor. Nunca debí haberlo hecho.

Me recosté sobre mi codo clavado en el césped. Lo observé atentamente. Él no se inmutó ante mi persistencia.

—Lo siento.—Repetí—. Pero te ayudaré, Keegan. Quiero ayudarte.—Añadí por último.

—¿Segura?—Por primera vez, me prestó verdadera atención. Sus ojos celestes se iluminaron por la poca luz que una farola desprendía. Lo veía tan diferente en este momento, mucho más accesible.

—Sí.

—Sam...—Sus hombros descendieron y vaciló un momento—. Solo... no te preocupes, ¿eh? Todo está bien.

Se levantó sin decir nada más y yo me quedé prestando atención a sus actos. Me estudió por última vez y se marchó.

Y no miró atrás.

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