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Capítulo 1: Acoso Constante

—¿Piensas decirme por qué ese psicópata te estuvo observando todo el día?—Eleanor me pregunto antes de dirigir su mirada a la derecha. Donde a unos metros, se encontraba Keegan Wayne, observándome.

Al descubrir que lo atrapamos, el chico rubio apartó su mirada rápidamente. Fingiendo leer un cartel que resultó ser publicidad de píldoras para el dolor menstrual.

—Te juro que no lo sé.—Susurré por lo bajo.

Mis dos amigos, Eleanor y Douglas, intercambiaron una mirada entre ellos. Después de comunicarse, seguramente telepáticamente, volvieron a estudiar mi rostro. Suspiraron al mismo tiempo. Douglas negó con su cabeza y Eleanor enarcó su ceja.

Me hundí más en mi lugar, cohibida. Que Keegan me haya seguido disimuladamente—no tanto, claro está—a cualquier lugar al que vaya, y se quedara unos pasos alejados, observando mis movimientos, me ponía nerviosa. Mucho.

¿Qué quería ese chico de mí? ¿Qué cosa podríamos tener en común para que él tenga algún interés en acosarme? Él no era nada parecido a mí. Keegan maldecía todo el día y parecía una máquina que emanaba humo de tabaco constantemente.

En cambio, ¿yo? A penas le he hablado a ese chico en toda mi vida.

Una vez fue cuando chocamos accidentalmente. Le dije que lo sentía pero él solo pronunció un vago "Ajá", y se marchó.

La otra, él estaba fumando uno de sus cigarrillos—me siento mal al solo imaginar sus pulmones—el cual casi me quema al pasar por mi lado.

Oí que lo suspendieron un mes por fumar en la escuela y activar la alarma de incendios.

Él era un chico malo. ¿Yo? Tenía buenas notas, promedias. Era buena hija. Yo veía Breakfast At Tiffany's todos los sábados, con mis mejores amigos. Aunque, por supuesto, Douglas siempre trataba de escapar, inventando las excusas más tontas del mundo. Que tenía que ayudar a su abuela a cruzar la calle, que tenía una reunión importante con la NASA ya que un meteorito había estrellado en su patio trasero, o, que tenía que hacer sus tareas de matemáticas.

Todas eran posibles, menos la última. Eso, eso no pasaría ni en un millón de años.

Pero no podía quitar de mi mente la sensación de escalofríos que sufría mi espalda. Me preocupé. Bebí, nerviosamente, de mi taza de café. Estábamos sentados en una cafetería, en la parte del exterior. Y él estaba allí, solo una mesas alejado.

—Tierra llamando a Sam.—Douglas exclamó chasqueando sus dedos frente mi rostro. Di un respingo, no escuché ni una palabra de lo que dijeron.

—¿Qué?—Pregunté confusa. Corroboré con mi mirada si mi acosador seguía allí, y en efecto, lo estaba.

—Necesitas ir y decirle algo.—Eleanor me alentó. Negué repetidas veces con mi cabeza. No pensaba hablarle a Keegan Wayne.

—Estoy de acuerdo con Eleanor, Samy, tienes que ir...—Douglas dobló su cuello para mirar unos segundos al chico detrás de su espalda para luego volver a observarme—. Cambio de opinión, ve a tu casa y empaca tus cosas. Nos vemos en el aeropuerto JFK en media hora, saldrás del país.—Mi mejor amigo me miró estupefacto. Eleanor hizo una mueca y lo golpeó en su hombro. Douglas emitió un pequeño chillido de dolor mientras se sobaba en el lugar atacado.

—Solo...—Exhalé tratando de eliminar mi malestar—, hay que ignorarlo. Se cansará y se irá.

Volví a beber de mi café, observando la taza. No quería cerciorarme de su presencia, tal vez, así se iría. Cerré mis ojos por unos segundos, ¿qué motivo habría en el universo para que Keegan me siguiera todo el día, sin descanso? Si hubiera querido decirme algo, créanme que ya lo hubiera hecho. Él no era de las personas que se callaban y se reservaban cosas. Keegan hacía las cosas a su manera, no importaba qué, no importaba quién.

Abrí mis ojos.

Mi respiración se cortó y mi corazón se aceleró. Tuve miedo de que se notara que mi corazón estaba a punto de hacer una caída libre. Inevitablemente, sonreí. Las mariposas aparecieron, su cabello, sus ojos, su forma de caminar.

Él. Mi él.

Damien Wood. ¿Podía ser alguien más perfecto?

Damien era presidente de la clase, amable, simpático, hermoso. Era mi caballero de armadura dorada.

Estuve enamorada de él desde sexto grado. Jamás vi una persona tan gentil y buena, era gracioso y siempre hacía chistes espontáneos, en los que todo reían. Yo era su mayor fan. No tengo miedo de admitir que hasta podía amarlo.

Menos a él. Él nunca lo sabrá, por qué soy una cobarde. Mi indecisión lo convertía automáticamente en un amor platónico.

Damien observó el entorno de la parte de afuera de la cafetería antes de entrar. Yo lo observé atontada. Al parece sintió mis ojos fijos en su espalda por que volteó. Mordí mi labio inferior. Mis mejillas se encendieron, solo Damien podía producir eso en mí.

Damien me sonrió y entró.

¡Oh, no! Él me sonrió. Mis amigos me decían algo pero mi mente estaba bloqueada. ¡El dueño de mi corazón me había robado mi mente también! ¿Cómo se denuncia tal crimen?

No me importó, por qué más que me doliera que no fuese mío, estaba bien con solo su existencia.

Por alguna razón, la palabra existencia produjo algo en mí. Comprobé si mi sombra se mantenía ahí, pero Keegan no estaba. No lo vi cerca.

Sabía que se iría después de un tiempo. Suspiré aliviada.

***

Camine hasta mi casa, después de despedirme de mis mejores amigos. Antes de marchar, Douglas bromeó que cuidara mi espalda por si aparecía Keegan.

Eleanor y yo lo golpeamos.

Pero en este momento, entré en pánico. Alguien caminaba detrás de mí. Aceleré el paso y él también. Todavía faltaban calles para llegar a mi amada morada.

¡Estaba perdida! Sin duda, él me asesinaría.

Corrí y me adentré en un callejón. Junté fuerzas y corrí más rápido. Pero llegué a un lugar sin salida. Mi pecho bajaba y subía sin cesar. Este era el momento, mi vida acabaría.

Hice mi último intento de sobrevivir y me escondí detrás de un cargamento de basura. Me agaché y traté de calmar mi respiración. Este era el final, no había escapatoria. Sus pasos estaban más cerca.

Algo llamó mi atención, debajo de unas revistas Playboy y una cáscara de banana, había una sartén. He visto la película moderna de Rapunzel, supe que mi arma era poderosa. Esperé, sus pasos se detuvieron. Mi garganta se cerró. Estaba de cuclillas esperando a mi atacante. Cuando se acercó a mi escondite, ataqué.

—¡Mierda!—Gritó Keegan retorciéndose en el sucio suelo. Me aparté unos pasos, todavía sosteniendo mi sartén en alto.

El rubio, con mucho esfuerzo e insultos, se levantó. Le advertí con gesto que tenía mi arma para defenderme y él alzó su mano.

—Espera, espera—Me suplicó buscando aire. Lo hice correr mucho, no lo hubiese hecho si no me hubiera perseguido—, tranquila. No te lastimaré.

—¿Por qué tratas de asesinarme?—Demandé tomando valentía. Nunca soltaría esta sartén.

¿Armas de fuego? No señores, a la antigua. Sartenes.

—¿Ase...—Keegan frunció su ceño y levantó su labio superior—. ¿Asesinarte? ¿Me estás jodiendo, niña? Yo solo quería hablarte.

Keegan revolvió su cabello y me miró con recelo. Nunca abandonaría mi sartén. Pero de igual manera, enarqué una ceja y lo estudié sospechosamente.

—¿Hablarme?–Dije exaltada—. ¿Para qué quieres hablar?

—¿Eres Samantha Jenkins, verdad?—Indagó y yo asentí—. Muy bien, S, me sentiría más calmado si dejaras esa sartén. Solo quiero hablar.—Insistió lentamente.

Keegan tocó donde lo golpeé e hizo una mueca. Me sentí culpable y fruncí mis cejas. Tal vez exageré. Después de unos segundos, lancé la sartén a un lado. Y observé a Keegan.

—Gracias.—Farfulló luego de que dejé la sartén—. Mira, solo quiero hablarte. Necesito tú ayuda.

¿Mi ayuda? Me encantaba ayudar a la gente, en serio. ¿Pero Keegan? ¿Qué necesitará? ¿Píldoras de desintoxicación? ¿Dinero por una deuda? ¿Más cigarrillos?

—Soy Keegan.—Él se acercó más hacía mí y yo contuve la respiración—. Necesito tu ayuda, S.

—¿Y qué sería eso?—Pregunté desconfiada. Seguía temblando, la adrenalina abandonó mi cuerpo poco a poco.

—Te contaré todo pero...—Keegan observó nuestro entorno y apretó sus labios—. ¿Quieres hablarlo en un lugar que no sea un callejón?

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Hola:) me gustó este inicio, espero que a ustedes también. Muchas gracias por leer.

¿Qué querrá Keegan con Sam? Tan, tan, tan.

Mitch.

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