~Capitulo 31~
CAPITULO FINAL
AZRAEL MARCHETTI
|JAQUE MATE|
Todo reinado tiene su fin.
Así como el de Niccoló Romano, no hay justificación que respalde lo que ha hecho a lo largo de los años. De lo que le hizo a Jaelyn. Aún recuerdo nuestras primeras interacciones, no fue tan difícil darse cuenta lo que ella ocultaba. Ese secreto que arrastraba de su pasado, solo con ver sus acciones, como se hacía daño para "aliviar" su dolor. Esa culpa que cargaba encima, de llegar a sentirse sucia. su forma de ser, de hablar, de actuar, cada detalle me hicieron ver qué lo que ella vivió con sus padres era mucho más que una pesadilla.
Todo cobró sentido cuando ella me lo confesó. El pecho se me contrae recordando sus lagrimas, sus sollozos rotos y el dolor con que me narraba como empezó y como terminó. Ella guarda ese resentimiento con su madre, porque incluso después de que Niccoló la amenazó la primera vez de que ella guardara silencio, no lo hizo. No obstante, su madre la catalogó de mentirosa. Esa situación la llevó a desconfiar, a ser una chica con problemas de inseguridades y fingir sonrisas para que las personas no vieran lo golpeada que estaba.
Algo que compartimos en común. Los dos fingimos estar bien.
Mis problemas son mínimos a los de ella, son un capricho de poder ganarme la aprobación de aquel hombre que creía que era mi padre. La separación de mis "padres" me llevó a una inevitable depresión que aumentó con la pérdida de mi madre. Todos tenemos luchas internas, unos son más valientes que otros a la hora de enfrentarse su dolorosa realidad. Yo no me considero valiente, pero por ella lo he sido.
Jae lo vale todo en esta vida.
Es mi gran tesoro, uno que nunca pensé que podía encontrar, y el destino me lo regaló. Ella no lo sabe, pero sin ella probablemente no seguiría aqui. Me animó a seguir luchando, me dio ese impulso que necesitaba para continuar.
Cuanto quisiera mantenerla dentro de una cajita de cristal, para que nada malo le suceda o la lastime. Lamentablemente no puedo cuidarla, hay luchas que solo ella tendrá que atravesar por su cuenta.
No puede ser dependiente a mí ni yo a ella.
Jaelyn. Es la perfección de todo lo que está bien, es inteligente, audaz, volátil. Su belleza es como el de una muñeca de porcelana, hermosa y frágil a la vez. Una belleza que debes de tratar con cuidado, porque si rompes esa porcelana te vas a cortar y vas a sangrar.
La dejé en la cama con sumo cuidado.
No tengo idea porque lo hice, solo quiero protegerla de todo el caos. La justicia no detendrá a Niccoló, tiene mucha influencia como para rebajar la condena o para que, salga impune de ella. No puedo correr ese riesgo, esperé a obtener resultados por la vía legal, y solo retrasé la hora de hacerlo revolcarse en su propia mierda.
Le inyecté una droga leve para dormir a Jae. Espero que no me odie.
«No me odies, mariposa».
«Te amo tanto». «Perdón» «Perdóname».
Organizar este plan no fue fácil, tuve que ajustar todos los cabos sueltos que Niccoló dejó a lo largo de estos últimos meses. Seguirlo cada noche a su casa sin que él lo notara era una tortura. Memoricé su rutina diaria, cada salida suya, cada negocio. Pude con la ayuda de Jean infiltrarme a su lujosa casa, nos burlamos de su seguridad. La jodida escoria tiene una obsesión con Jaelyn, su plan era raptarla el día de su graduación. El día de hoy. Pero no estaba solo en esto, tenía cómplices.
El cual era Dante. No me sorprende. Quería eliminarme del mapa a mí. Su primer intento fallido fue cuando me envenenó, el veneno Niccoló se lo dio a Dante y él lo echó en mi bebida unos minutos atrás de ser llevada la copa directamente a mí. Las dos estaban envenenadas, sin importar cual eligiera iba a terminar en el hospital o muerto si no recibía ayuda médica.
Otro intento fallido fue cuando le dispararon al francés, Niccoló creyó que yo andaba con las chicas. Cuando fue a asesinarme a mí en su lugar encontró a Le Brun, molesto le disparó.
Los padres de Dante quedaron en la banca rota, el niño ya no tenía dinero del cual presumir. Ahora le tocaba una vida ruda como la de cualquier adolescente promedio, mismos que tienen que trabajar e incluso estudiar a la vez si desean conseguir sus sueños de una vida estable. Niccoló supo que de una u otra forma Dante era cercano a nosotros, pero esto se acabó cuando Chiara rompió con él. No tuvo otra opción que recurrir a la madre de Chiara, para seguir estando vigilando "nuestros pasos" no le ayudó de nada.
El trato de él con Niccoló era que si Dante conseguía mucha información sobre Jaelyn, sobre mí y hasta de los chicos mismos, Niccoló le pagaría una suma de dinero muy grande. Una de la que podía seguir tranquilo por un par de años sin preocuparse por nada.
Era una cuerda floja en la que caminábamos Jean y yo. Solo existen dos salidas, que Niccoló muera o que él nos elimine primero a nosotros.
Dentro del auto podíamos visualizar que la ceremonia no faltaba nada para empezar. Muchos autos merodeaban el sitio, otros estaban aparcados en la zona. Lo cierto es que nadie sospecharía de nosotros en ese día tan especial para muchos. Las hojas de los árboles ya pintaban color naranja, dando el inicio al otoño. El cielo se cubría de nubes, no amenazaba que llovería pero si daba un toque melancólico.
Sospechoso...
Es como si el clima mismo presiente que se avecina una inevitable tragedia, ya se vestía de luto.
Un auto color negro pasó por nuestro lado. Y de ahí bajó Niccoló. Jean me dio un codazo para que estuviera atento.
—Ya llegó —susurró viéndolo entrar al interior del instituto.
—Jean —Él desvía su atención a mí—, si algo falla en nuestro plan quisiera pedirte que cuides de ella.
—No pasará nada, hombre. Tranquilízate.
—Corremos la posibilidad.
—Te lo prometo —aprieta sus puños, no hay duda, solo determinación—, cuidaré de ella con mi vida, así como sé que tú lo harías con mi chica si aún viviera.
—¿Él es el asesino de ella? ¿O me equivoco? —Enarco una ceja, él titubea pero termina asintiendo—. Se me hacía raro que estés tan involucrados en esto solo para ayudarme.
—Es mi principal motivo. Llegué a Italia con un propósito y es vengar su muerte.
—¿Cómo lo supiste?
—La esposa de Niccoló era la hermana mayor de Mara —confiesa algo triste, sus ojos pierden brillo mientras habla de su novia fallecida y en su lugar toman una oscuridad grotesca—. Ella descubrió la doble vida del puto monstruo y él para quitársela del camino la mató. Le quitó los frenos al auto. Fue una investigación a profundidad que tuve que pasar para descubrir que el asesino de Mara es el violador de tu chica. ¿Coincidencia? No.
—Hoy acabaremos con él —aseguro—, ya sabes cuál es la señal, tú por detrás y yo por el frente, para que no escape.
Abrimos la puerta del auto, el cañón pesa en mi cinturón, estoy alerta a cada movimiento, a cada persona. Pueden ser aliados de Niccoló, y estoy seguro que hay muchos camuflados mientras se hacen pasar por un familiar de los graduandos.
Entramos al interior, apunto a cada sitio, cada rincón. Nos dirigimos a la oficina de él, es el primer lugar que se nos viene en mente. Esto es como un juego a ciegas, Niccoló tiene todas las de ganar, sabe cada puerta que para escapar. En cambio nosotros lo hacemos por intuición, no sabemos nada de este instituto.
Mi corazón martilla dentro de mi pecho, mis manos sudan y los nervios se disparan a una velocidad incontrolable. Inspiro hondo, Jean se detuvo a abrupto llegando a un pasillo. El cuerpo de un chico yacía tirado en el suelo, aún respiraba y no tenía ningún signo de lesión. Lo reconocí y Jean también, levantó el arma y le apuntó en la cabeza.
—¿Qué haces? —Lo obligué a que la bajara.
—¿No puedo matarlo? Es otra mierda.
—Es un descerebrado, pero no hay necesidad de matarlo.
—¿No? Golpeó a mi querida cuñadita.
—¿Desde cuando tanto cariño por Chiara?
—Porque es la hermana de Renzo —dijo. Alcé una ceja. Él me miró, sus mejillas enrojecieron y agregó nervioso—: ese tonto no la defiende, alguien tiene que hacerlo ¿verdad?
—Lo que digas —mascullo sarcástico.
—A mí no me gustan los hombres.
—¿Acaso te pregunté? Ese no es mi problema, es el tuyo.
—Solo aclaro malentendidos.
—Ajá.
—Créeme —insiste.
—No es mi culpa que ambos estén en negación —bromeo.
—No es negación es... es... ¿Es...? Ah... se me olvidó. Pero no es negación.
—Te dije, me da igual. Es tu vida no la mía. A mí me gusta Jae que es lo que me importa e interesa en realidad.
Abrí de una patada la puerta de la oficina de Niccoló, Jean hizo una mueca cuando le dio la vuelta a la silla giratoria con otro hombre muerto sentado en ella. Iba de espalda, por lo que a simple vista puede hacer parecer que es Niccoló que está sentado allí.
—Han caído en mi trampa —La voz de Niccoló sonó a nuestras espaldas.
Antes de que me pudiera girar cinco hombres interceptaron la oficina logrando agarrar a Jean por sus brazos, para que dejara de moverse le dieron un golpe a su cabeza contra el escritorio, él soltó un gemido de dolor. Un hilo de sangre empezó a salir por su frente y labios que fueron rotos por el golpe.
—Yo no soy la presa, Marchetti. La carnada siempre has sido tú. Llegaste directo como un pez a un anzuelo.
Lo entendí todo. No habían cámaras. Ni personas circulando por el pasillo. No habían testigos. Qué idiota. No podía salir tan fácil, algo andaba mal y no nos percatamos de ello.
—¡Maldita sea! —grita furioso Jean.
Levanté el arma hacia Niccoló y de inmediato los hombres que sostenían a Jean le pusieron el cañón de sus armas en su sien. Niccoló iba detrás de estos tipos armados, con sus manos dentro de sus bolsillos y una satisfacción de saber que ganaba la pelea.
—Dispara y el primer muerto será tu amigo.
—Dispara, Azrael. No te detengas por mí.
—Hazlo Azrael —Niccoló usa un tono burlón—, verás como le vuelvan la cabeza al pelirrojo frente a tus ojos.
—Te está manipulando.
No, Jean. Esto no se trata de manipulación. Podía leerlo en la expresión confiada de Niccoló.
—¿Manipulación? Yo no soy manipulo, yo solo cumplo mi palabra. Si disparas —señala con su cabeza hacia Jean—: él muere. Tú tienes el poder de decidir —se lleva una mano al pecho fingiendo sorpresa—. No recordaba, no tenemos mucho tiempo, hay una bomba. Así que apresúrate en hacer tu próximo movimiento, que tiempo no tenemos.
—Azrael.
—Dame el arma Azrael —Niccoló extiende su mano, dando un paso cerca.
—No se la des.
—Si yo fuera tú, Marchetti. Si te la daría. No están en posición de ordenar ni decidir.
Maldición.
Cierro mis ojos, suelto un suspiro resignado y le entrego el arma. Niccoló se la pasa a uno de sus hombres que la guarda en su cinturón. De un impulso, le suelto un puñetazo a Niccoló por la mejilla. Él se tambalea para atrás y cae al suelo por el impacto sorpresa.
—¡Señor! —gritan los tipos que aún aprisionan a Jean. Uno de ellos se arrodilla para ayudarlo a ponerlo de pies, Niccoló hace una seña con su mano, dando a entender que se tranquilicen.
—No ha pasado nada —escupe sangre—, veamos de lo que estás hecho Marchetti.
Volví a atacar, él se agachó y me tendió un golpe por el estómago, perdí el aire. Tosí pero me recuperé y volví a contraatacar, está vez, lo engañé. Hice el ademán que le iba a golpear el rostro y cuando se agachó le di una patada en la cara que lo estrechó contra el escritorio.
—¡Azrael!
Vi a Jean luchando contra esos hombres corpulentos, no supe cómo lo hizo, pero logró desarmar a uno. El arma la lanzó a mi dirección, la cogí en el aire. Fue cuando alguien saltó para robarla de mis manos, rodamos por el piso. La hemorragia no paraba de sangrar de la nariz de Niccoló, fue un golpe certero que le propiné. Él buscaba apretar el gatillo para disparar ya que la pistola apuntaba a mi pecho. De mis oídos se instaló un pitido agudo, todo me empezó a dar vueltas. Alguien más sujetó mi cabello y me golpeó contra el piso una y otra vez, me mareé y mi visión se tornó negra. Paró al tiempo que Jean desarmó a otro hombre y le disparaba en la frente a los cinco. Niccoló me tomó por el cuello y el cañón del arma la presionó en mi yugular. Aún me recuperaba del inesperado asalto.
—Tienes un buen potencial —se rió—. No te tiembla el pulso para matar.
—Suelta a Azrael. Ahora.
Estaba aturdido, sentía los brazos de Niccoló aferrados a mi cuerpo, era su único pase para salir con vida en toda esta situación que se le volteó en su contra. Sus hombres están muertos, y solo me tiene a mí como su rehén.
—Eres un hijo de perra —Saqué de mi bolsillo la navaja que guardaba por emergencia y lo apuñalé. Él por instinto me soltó haciendo salir un alarido de lamento y dolor. Me aproximé a él, lo sostuve de la barbilla y le corté la cara con la hoja filosa. Quiso huir más no lo dejé, si sobrevivía sería con una enorme cicatriz de recuerdo—. ¿Quien es la presa ahora? ¿Eh?
—Cinco minutos —balbuceó.
Mi sangre se heló. Lo había olvidado. La supuesta bomba sigue activada.
—Necesitamos encontrar esa bomba, Jean.
—¿Dónde está? —preguntó, mirando a Niccoló, que se aferraba a su herida.
—Si quieres salir vivo, tendrás que decírnoslo —Amenacé, presionando la navaja contra su piel cubierta de sangre.
—¿Qué te hace creer que quiero salir vivo? —Empezó a reir—. Prefiero morir que terminar en una cárcel, no pasará. Primero me mato a que me vean caer.
—Escoria —El francés lo cogió de su traje—. Me dirás dónde está esa puta bomba y como desactivarla. Habla.
—Corran... corran —tosió, soltando un jadeo de dolor—. Duelen mis costillas —se irguió—. No podrán desactivar esa bomba, está programada para explotar en menos de cinco minutos.
—¿No hay una manera de desactivarla?
—La mejor opción que les doy es que huyan.
—No hay tiempo para salir, Azrael —Jean masculla serio.
—Si me dejan ponerme de pies y buscar el código para desactivarla...
—No caeremos en tu trampa.
Levantó sus manos al aire.
—Nos iremos a morir juntos.
—Azrael, deja que busque ese código para desactivar esa bomba —intervino el francés, su acento se marcó—. Igual no tiene escapatoria, está en nuestras manos.
—Tu amigo tiene razón.
—¡Cállate! —Sin dudarlo, le di un golpe en el rostro, un acto de desesperación y furia. Su cuerpo se sacudió, sabía que no era la mejor manera de obtener información. No obstante, la adrenalina me empujaba a seguir adelante—. ¿Dónde está el código? —demando.
—¡Eres un idiota! —grita.
—Nuestras vidas están colgando de un hilo. Busca la clave, Niccoló, y ni se te ocurra jugarnos en contra, te tenemos acorralado.
—Jean... —pronuncio entre dientes.
Aunque me cueste admitirlo, no puedo darme el lujo de arriesgar nuestras vidas, por lo que no me queda de otra que dejar que Niccoló busque la clave en unos de los cajones de su escritorio. Confiando en lo que Jean ha dicho, él no tiene escapatoria. Por el rabillo del ojo noté que el arma que Jean usaba ya no portaba balas, solo la mantenía como un objeto para asustar a Niccoló.
¿Qué estamos haciendo?
—Jean, Niccoló... —Mi mala corazonada se hizo realidad. Sacó un arma de unos de los cajones y le apuntó a Jean—. ¡Jean! —mi grito no sirvió para alertarlo, ya había apretado el gatillo. La bala impactó en su hombro. Su mueca se convirtió en una de dolor absoluto, la sangre salía sin control. Niccoló rodeó el escritorio y le apuntó en la cabeza.
—Son tan tontos que hasta me dan flojera. Tú te vienes conmigo —Se dirigió a Jean—. Marchetti se quedará aquí. Sin opciones a salir. Su cuerpo estallará en miles de pedazos, un dulce regalo que le daré a mi amada primita por su graduación. Soy tan benevolente.
La puerta se cerró tras ellos, le di un empujón, luego otro. La puerta no se abría. Apoyé mi frente a la madera. Confía demasiado rápido Azrael. Por más que deseo matarlo no logro hacerlo, porque temo convertirme en algo que no quiero. En aquello a lo que tanto me aterra ser. Mi madre no tuvo un asesino, ella tuvo a un chico de buenos sentimientos, o era lo que solía decirme.
—¿Soy una decepción, mamá?
Ella dejó de hacerme el nudo de la corbata, era mi primer día de instituto y mis nervios subían más y más. Ella paseó sus dedos por mis mejillas con esa sonrisa que portaba.
—Mi amor. No eres ninguna decepción, eres mi gran tesoro. Desde que supe que estabas formándote en mi vientre.
—Lo dices porque soy tu hijo.
—Eres especial, Azrael, y siempre lo serás. No dejes que nadie te diga lo contrario.
Unas lágrimas nublaron mi campo de visión.
¿Ya estás rindiéndote tan rápido?
No es que me rinda. Solo estoy cansado de querer encajar.
Había llegado del instituto cuando tiré la mochila en el sofá enojado. Mamá salió de la cocina quitándose el delantal.
—Mi niño, ¿como te fue el día de hoy?
—Mario me trajo a casa.
—¿De verdad? Mario tan amable, ya no somos carga de Aurelio. Puede que hasta se lleve un insulto por parte de tu padre si se llega a enterar que Mario te trajo a casa —comenta distraída, luego ve que algo sucede—. Pero ese no es el motivo que te tiene así, ¿que es?
—Esa niña... esa estúpida niña —Caminé en círculos, mi ira burbujeaba—. Solo llegó a quitarme todo. Mi padre, mi casa, mi familia. Ella y esa mujer separó a nuestra familia, mamá. ¿Por qué no la odias como lo hago yo?
—Jaelyn es la primera inocente en todo, cariño. El culpable es tu padre.
—Si pero...
—¿Por qué no tratas de ser su amiguito?
De solo pensar en ser cercano a ella un rubor subió a mis mejillas.
—¡NO!
—Tan lindo... ¿te gusta?
—¡MAMÁ!
—Estas muy pequeño para estar pensando en el amor, mi cielo. Qué travieso me saliste. Igual a tu padre.
—¿A mi padre?
—Si, a tu padre —hizo hincapié en lo último.
La puerta se ha quedado trabada, le tiro una patada y forcejeo para abrirla con el desespero corriendo por mis venas.
—¡Azrael no hay tiempo! —Se ha librado de Niccoló.
Sigo pateando la puerta una, dos, tres, nada parece abrirla.
—Sal por la ventana.
—¡No hay ventanas, Jean!
—Maldición...
—Salte tú.
—¡No! —grita del otro lado de la puerta—, ¡no te dejaré aquí!
—¡Vete! Solo quedan tres minutos.
—¡No! —Vuelve a replicar—. ¡No saldré sin ti, Azrael!
Mis manos siguieron tirando del pomo de la puerta y por la sudoración extrema éstas se resbalaban. Jean también forcejeaba del otro lado queriendo abrir la puerta que se había atascado conmigo dentro, lo preocupante era que cada minuto y segundo que pasaba era crucial para nuestras vidas. En la pared marcaba la maldita bomba que Niccoló infiltró para matarnos a todos.
Debía de salir, de encontrar una salida cuanto antes, debía de hacer que Jean saliera a salvo. No podía permitir que su vida se viera perjudicada por mi culpa.
Jean pudo abrir la puerta, me hice a un lado al mismo tiempo que la madera cayó en el suelo.
—¡Vámonos!
—¿Por qué no te fuiste?
—¿Me crees un cobarde para dejarte? Eres mi amigo y no puedo dejarte solo.
Le eché una ojeada a la pared. 59 segundos. Aunque nos pongamos a correr no nos alcanzaría para salir.
58 segundos.
57 segundos.
56 segundos...
Compartí una mirada con Jean, él alcanza mi brazo para aferrarse a mi cuerpo.
—Estas herido, debiste de salir.
—A la mierda, no podía dejarte atrapado aquí.
—¿Donde está Niccoló?
—Escapó.
—No, él no va a escapar está vez.
Mi último impulso apresuré mis pasos con Jean siguiéndome, cuando vi una posible salida lo empujé hacia adelante. Él logró salir sorprendido por mi acción inesperada, me volví hacia el pasillo donde Niccoló corría y me le abalanzo encima, él perdió el equilibrio, y sin dejar de golpearle el rostro caímos desde la segunda planta del instituto. Su espalda se estrechó contra una mesa de cristal que adornaba la sala, al mismo tiempo que un calor arrasador nos atacó. Mis oídos emitieron un agudo pitido, un líquido caliente se deslizó por mi frente. El olor a humo inundó mis fosas nasales, escombros caían del techo. Arrastré mi cuerpo por el suelo, no obstante, me rendí a la oscuridad.
*
JAELYN
No puedo soportarlo más. Escapo del los brazos de Aurelio y corro al interior del instituto, los paramédicos sacan varios cuerpos de chicos que sufrieron las consecuencias de la explosión. Me aterroriza, paso por debajo de la cinta amarilla, un policía bloquea mi camino, no obstante, saco fuerzas de donde no las tengo y entro. Empiezo a toser, el humo pica mi garganta, hay muchos escombros y es imposible de localizar a alguien en todo este desastre.
—¡Azrael! ¡Azrael!
No puedo perderlo a él.
No puedo.
Limpio mis lágrimas con las manga de mi camisa y sigo buscando, tengo que encontrarlo. Los recuerdos de nosotros me golpean, mi primer encuentro con él; su llegada a la mansión luego de siete años que estuvo en el extranjero, en cierto punto si lo extrañé. Extrañaba al chico que me molestaba. Nuestro primer beso, sus abrazos, su manera de mirarme, el amor que me tiene, su confesión de sus sentimientos hacia mí. ¿Quien iba a querer a una chica tan dañada y sucia como yo? Él lo hizo. Me amó y me enseñó a amarme.
Por ti dejé de autolesionarme.
Por ti dejé de sentirme insegura.
Por ti ya no tengo pesadillas por las noches.
Todo es por ti mi Azra.
—Azrael —Arrastro su nombre. Sigo caminando sin rumbo, es como estar buscando una aguja en un pajar. Este es un instituto enorme, lleno de muchas aulas desde el primer año hasta el penúltimo y último que están en la planta de arriba. ¿Como sé dónde está? Aprieto mis puños sobre mi camisa. Alguien suelta un quejido a mis espaldas, ilusionada me volteo para ver quién es. Mi sonrisa muere de inmediato—. Sigues vivo, no puedo creerlo.
Es Niccoló. Su estado es deplorable, tiene quemaduras graves y heridas que son difíciles de sanar. Su pierna quedó atrapada por debajo de un pedazo de un escombro que se despegó del techo. Si no recibe ayuda perderá la pierna.
—Jaelyn... —su voz se ahoga por el dolor que experimenta—, ayúdame.
—Púdrete —Giro mis talones hacia la dirección contraria.
—¡NO! No me dejes aquí —No logra contener el llanto—. Mi pierna. No quiero perder mi pierna.
—Si pierdes la pierna es poco de lo que deberías de perder. No solamente eres un violador, eres un asesino y las personas como tú merecen que los gusanos mismos disfruten de comerte vivo.
—Yo... yo lo siento... Ayúdame a liberar mi pierna.
—Dime donde está Azrael primero.
—Él... —gimotea, señala donde está. Corro a él, Niccoló grita—. ¡Jaelyn, ayúdame a sacar mi pierna!
—Lo siento Niccoló, no puedo cumplir.
—¡Jaelyn! ¡Maldita perra! ¡Me las vas a pagar, desgraciada! ¡Vuelve!
Sostengo el rostro de Azrael, mis manos se resbalan por su sangre. Pongo su cabeza sobre mi regazo y le echo para atrás su flequillo, él no está completamente inconsciente. Las comisuras de sus labios se estiran al sentirme, murmura en voz baja.
—El rostro de Niccoló está destrozado —murmura.
—Lo vi —mis ojos se llenan de lágrimas—, no debiste de arriesgar tu vida por mí. ¡Eres un imprudente! Corriste el riesgo de morir, y no te importó.
—A partir de ahora, Niccoló pagará su sentencia en la cárcel... ¿no es lo que deseabas? Merezco un premio —su mano temblorosa y fría toca mi rostro, empapándolo de su sangre—. Te he liberado de ese monstruo. En la cárcel no le irá nada bien, lo mataran apenas llegue. Me he encargado de eliminarlo de raíz para que no te atormente más.
—No cierres los ojos —le suplico entre lágrimas.
—Estoy bien mi amor... estoy bien... te he liberado de él. Ya no te dañará... puedo ser feliz si tú lo eres... —Abre la boca para tomar una bocanada de aire, le cuesta respirar—. Te amo.
—Yo también... —Lo abrazó con fuerzas, los paramédicos llegan y lo levantan para colocarlo sobre la camilla—. Resiste —me acerco a sus labios y los uno con los mios—. Gracias mi amor.
A Niccoló la policía lo esposa y bruscamente lo sacan al exterior, él se cubre su rostro de los flashes de las cámaras de los periodistas, lo meten dentro de una patrulla y le cierran la puerta no sin antes decirle que está acabado. Levanto mi vista al cielo, las nubes que antes cubrían toda su extensión se han despejado.
Mi pecho se contrae en mi anterior.
¿Esto es ser feliz?
—¡Jae! —Chiara me abraza, ella viste una toga y birrete de nuestra graduación—. ¡Me tenias asustada, mujer! ¡No debiste de entrar así!
—Va a pagar, Chiara. Niccoló va a pagar al fin.
—Te dije que no perdieras la fé.
—Fue gracias a mi chico.
—Jean estuvo con él.
—¿Y donde está él?
—En el hospital. Niccoló le disparó en el hombro.
—¿Está bien?
—Recibió un balazo. Obvio que no —responde irónica.
—Chiara, Jae no se refiere a eso —Andrea se nos une—. Si, está bien, preciosa. Los feos como él no mueren tan fácil.
—Falta Renzo. ¿Donde está?
—Con Jean —responde Chiara—, ellos se han vuelto muy amigos. Ninguno de los dos lo quiere admitir pero sé que se quieren.
*
Una semana después.
La recuperación de Azra ha sido lenta.
La primera vez que lo vi conectado a ese montón de aparatos sentí un nudo en el estómago. La habitación del hospital era fría, llena de monitores que pitaban de manera constante. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando su rostro pálido, los signos vitales en la pantalla me decían que estaba vivo, que seguía luchando.
—Azrael —susurro, entrelazo nuestros dedos y beso el dorso de su mano—, sigo esperando a que despiertes, el doctor dijo que si no despiertas te pueden colocar en un estado de coma inducido. No puedo permitir que eso suceda. Necesito que vuelvas a abrir esos hermosos ojos que tanto amo.
Su pecho subía y bajaba, me partía el alma verlo así; tan lastimado, su cara aún conservaba moretones y su labio partido. Se quemó la espalda en la explosión, el doctor que lo atiende comentó que esa quemadura es solo temporal y que con los cuidados necesarios podría borrarse. Aplicando cremas su piel sería la de antes.
—El Azrael que yo conozco no se da por vencido.
Otro silencio asfixiante me sofocó.
—Quiero que despiertes, que podamos llevar a cabo nuestros planes a futuro. ¿No querías formar una familia conmigo? Pues yo también, al principio estuve dudosa, no me veía como madre y tuve mucho miedo —Intento sonreír, en su lugar reprimo las ganas intensas de romper en llanto—. Contigo a mi lado seremos grandes padres. Sé qué me estás escuchando, solo piénsalo, tener un mini tú entre mis brazos.
Apoyo mi cabeza sobre su pecho y empapo las sábanas con mis lágrimas.
Alguien acaricia mi cabello.
Yo le doy un manotazo a la persona que me toca.
—Déjame llorar.
—Esta chica —refunfuña.
Mi corazón se detiene. Levanto mi cabeza y me encuentro con sus bellos ojos que me miran con intensidad.
—Vamos a cumplir nuestra promesa, mariposa. Los dos si formaremos nuestra familia, seremos marido y mujer, la madre de mis hijos y yo el hombre que te va a adorar todos los días de su vida.
—¡Azra! —Lo abracé, mis ojos se volvieron a nublar pero está vez de la emoción—. ¡Yo sabía que despertarias!
—Me estás matando —Oh, lo ahorcaba.
—Lo siento, lo siento, soy un desastre andante.
Repato besos por todo su rostro, sus labios se elevan en una dulce sonrisa, sus manos se aferran a mi nuca.
—¿Me amas?
—Mucho.
—Te lo dije, caíste en las garras de esta preciosura.
Puse mis ojos en blanco.
—No exageres.
—Yo no exagero, estúpida.
—¡Ah, idiota! —Pongo mis manos en mi cadera—. Te extrañé.
—Yo no tanto —bromea.
A los días lo dan de alta. Ahora me hallaba en el aeropuerto despidiendo a Chiara que se iba a estudiar actuación al extranjero, viviría con sus abuelos y los ayudaría en la cafetería que estos tienen. Son dos personas mayores por lo que necesitan de la supervisión de una más joven como lo es Chiara.
—Los voy a extrañar mucho, chicos.
—Nosotros a ti no.
—Azrael —lo reprendo—, no le prestes atención, Chiara.
—Hermana —Renzo la envuelve en sus brazos, ella hunde su cara en el hueco del cuello de él y al separarse le da un casto beso en la mejilla—, cuídate.
—Prometo regresar y les traeré algunos regalos.
—Soy alérgico a los regalos de los pobres —añade Azrael.
—¿Por qué no me escucharon? Yo les pedí que lo dejaran en el hospital —Jean se lamenta.
A Chiara le causa gracia, su mirada se enfoca en Le Brun, es el que se ha mantenido en silencio, se le ve perdido y entristecido.
El anuncio del embarque interrumpe nuestro momento.
—Tengo que irme...
Andrea la apretuja a él.
—¿Me llamarás apenas llegues?
—Si, lo juro.
—Por muy agotada que estes por tus estudios no pierdas contacto conmigo. Son tres años, Chiara. Tres años que estaremos separados, no es fácil para mí asimilar esto. Para ninguno.
—Ya lo habíamos hablado.
Hacen un último llamado al vuelo que debe de tomar Chiara.
—Igual no puedo procesarlo.
—Es hora de que te vayas, ¿verdad? —le digo a Chiara, intentando mantener la compostura.
Ella asiente, sus ojos se llenan de lágrimas.
—No me olviden —murmura, antes de lanzarse a abrazar a cada uno de nosotros una vez más.
Cuando se aleja, el vacío en mi pecho crece. La veo desaparecer tras la puerta de embarque y me giro hacia Azrael, que me observa con una expresión comprensiva. Jean le palmea la espalda a su hermano que mantiene la cabeza gacha, es el que lo está pasando mal.
—Bienvenido a la soltería, hermanito.
—El que ella estudie en otro país no significa que hemos terminado.
—¿Se lo dices tú o se lo digo yo? —Los dos maliciosos de Jean y Renzo se burlan de Andrea.
—No estoy de humor para sus bromas —bufa—, váyanse a coger. Déjenme tranquilo.
Los dos chicos se ríen.
—Somos amigos.
—Con derecho.
—Me ofendes —Jean se lleva una mano al pecho—, no es cierto.
*
Seis meses después.
Tienes que confiar en lo que está pasando, aunque no lo entiendas; créeme que los resultados te agradaran. Es cuestión de que permanezcas fiel a tus principios y no abandones tus metas. Cuando creas que el final ha llegado, prepárate para crecer y avanzar mucho más. Ya no estas en el principio, ni siquiera eres la misma persona de ayer, lo que ahora eres y por lo que aprendiste durante tu viaje. Lo más bonito que puedes hacer por ti es sin duda, no dejar de creer que siempre vas a poder lograrlo. Recuerda, no está mal pedir ayuda, no te hace débil, te hace una persona valiente y consciente de que todos enfrentamos desafíos.
Dejo de leer mi última anotación, cierro el cuaderno y lo guardo en un cajón. Ya no lo necesito, hablar sobre cómo he estado últimamente ya no se me complica, antes me guardaba mis problemas porque creía que a nadie le interesaría estar ahí para mí. He descubierto que tenía una percepción errónea sobre mi mentalidad.
Han pasado unos meses desde que Niccoló fue condenado a cadena perpetua. No sólo había abusado de mí, lo hizo con otras chicas. Asesinó a más de una persona, fue cómplice en actos ilegales y descubrieron que no era el hombre que demostraba ser. Fue una investigación profunda que las autoridades hicieron, lleno de tensión y agonía por hacer justicia. Él no soportó estar encerrado y dos mese después de ser condenado se ahorcó. Niccoló necesitaba ayuda, su mentalidad era un desastre. Nuestras madres no supieron criarnos ni nos inculcaron buenos modales y que lo que una persona de bien debería de hacer.
Su esposa vino a mí y me pidió perdón por todo el daño que su esposo me había provocado. Ella no tiene la culpa de nada, se ha quedado sola con sus dos niñas pequeñas. Una de ellas es la niña que empezó a llamar papá a Jean aquella vez del supermercado.
—¿Ya te irás? —escucho una voz femenina. Me topo con mi madre al girar mi cuerpo. Sus cabellos caen en ondas por sus hombros. Empaco mis últimas pertenecías, Verónica con aires melancólicos le echa una ojeada al espacio al que antes era mío y ahora solo es una simple habitación vacía.
—Si —Cierro la maleta.
—Sabes que si tienes algún problema o necesitas de un consejo puedes contar conmigo, sigo siendo tu madre.
—Mamá, solo me iré a vivir con Azra a otra casa.
—Igual te voy a extrañar, no es fácil ver qué tu niña emprenderá su propio camino —Se sienta en el borde de la cama—. Aurelio no le agradó la idea de que te fueras a vivir con Azrael.
—Puedo cuidar de mí misma —pronuncio con frialdad—. ¿Sabes que soy hija biológica de Aurelio?
—Si.
—¿Lo sabías desde antes de adoptarme?
—No. Aurelio me lo confesó unos meses después —Ella se coloca de pies, camina a donde estoy sus manos aprietan mis hombros—. Nunca me arrepentiré de haberte adoptado. Eres esa hija que no pude concebir por ser estéril.
—Te felicito. Hiciste un gran trabajo como madre, te quiero.
Traga grueso y sus labios tiemblan.
—Yo más mi cielo.
Azrael mete mis maletas en el maletero. La casita que compró está cerca de un hermoso lago, hay mucha vegetación y las mariposas revolotean recolectando el néctar de las flores del jardín que la casa posee. Él dio el dinero para comprarla pero yo elegí cual quería.
—Nuestra casa —Le salto encima. Él me sostiene pasando sus brazos por debajo de mis muslos.
—Eres un torbellino —dice mientras me levanta y gira en círculos, riendo—. Mi hermoso torbellino.
—Solo estoy emocionada. Nunca pensé que este día llegaría tan pronto.
—Y yo nunca pensé que tendría la suerte de compartir un hogar contigo —mirándome a los ojos, su expresión se torna seria—. Prometo cuidarte y hacer de este lugar un refugio para los dos.
Su promesa me llena de calidez. Él me baja suavemente, siento que el peso de mi pasado se ha esfumado.
—¿Te imaginas cómo será nuestra vida aquí?
—Con muchas risas, peleas sobre quién lava los platos y noches llenas de amor. Me gusta lo último, quítate la ropa.
Presiono uno de mis dedos contra su pecho para que no se acerque.
—Ey, no tan rápido.
—Tengo una sorpresa para ti.
Enarco una ceja.
—¿Qué es?
—Cierra los ojos.
—Vale.
—Abre la boca —bromea como de costumbre. Abro mis ojos molesta—. ¡No aguantas ninguno de mis juegos! Ahora sí, cierra los ojos —acato su pedido, lo escucho remover algunas cosas y luego se detiene frente a mí—. Estoy nervioso —confiesa—. Si me vas a rechazar, hazlo bonito, soy muy sentimental, entraré en depresión, en colapso mental y...
—Azrael, tranquilo.
—Abre los ojos.
Mi corazón se aceleró y no tuve palabras para describir como reaccioné. Él hincó una rodilla y una caja de terciopelo roja estaba abierta en par en par con un anillo con un hermoso diamante incrustado. Llevé mis manos a mi boca y él tragó grueso nervioso.
—¿Me darías el honor de ser tu esposo, flaca?
Una mezcla de emociones me invadió, desde la sorpresa hasta la alegría. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, brillando como estrellas en la oscuridad. No podía dejar de pensar en todo lo que habíamos superado juntos, en cómo cada momento difícil había forjado un amor más fuerte en ambos.
—Azrael... —mi voz salió entrecortada—. Sí, ¡sí! ¡Por supuesto que quiero ser tu esposa!
Su rostro se iluminó con una sonrisa que desbordaba felicidad. Se levantó y, con una suavidad casi reverencial, deslizó el anillo en mi dedo. Era perfecto, justo como lo había soñado.
—Eres la mujer de mis sueños, Jaelyn. Somos jóvenes, pero no quiero desperdiciar mi vida sin tenerme conmigo. Lograremos superar cada obstáculo que nos depare el destino.
—Ti amo amore mio.
—Ti amo mia farfalla —Besa mis labios.
Él era un chico que no le encontraba sentido a su vida, ella era una chica atormentada. Ambos estaban rotos, y cuando se encontraron, descubrieron que eran la pieza perfecta en el mundo del otro. Ya ninguno de los dos portaba una sonrisa rota de cristal, esa que te hace mentir que estás bien cuando no lo estás.
*
Publicación del epílogo este sábado ;)
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