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~Capitulo 30~

N/A: Cuando lleguemos a los 200 comentarios actualizo el próximo cap.

PENÚLTIMO CAPÍTULO

JAELYN

|¿GRADUACIÓN?|

El miedo que sentía no era nada comparado con el odio que alimentaba cada célula, aún sin poder creer tener frente a frente al hombre que me hizo mucho daño en el pasado. Retrocedí unos pasos, mis manos se aferraron al borde del lavamanos.

—Niccoló.

—Mi amada prima —Cerró la puerta a sus espaldas—, al fin solos. Sin ese noviecito tuyo, y tus amigos inútiles.

—¿Que es lo que quieres?

—Que es lo que no quiero —respondió, con cada acercamiento suyo, me hago a otro espacio del baño para no tenerlo cerca, no debería de estar haciéndolo y demostrar cuán asustada estoy—. No hay necesidad de llegar a mayores, no involucres a las autoridades, trata de olvidar el pasado, así como yo lo hice.

Mas descarado no se puede ser, ¿olvidar el pasado? ¿Como él lo hizo? Lo que me quiere decir es que, ¿él también fue una víctima en todo esto? Cuando el violador es él. Muy absurdo e ironico esta situación, no daré marcha atrás. No tengo que darle explicaciones del verdadero motivo del porqué lo hago, debería de saberlo de sobra. No apoyaré a un violador, y su manera de manipular.

—No puedo olvidar una marca imborrable que me dejaste.

—Solo tenía catorce años.

—Y yo seis...

Quisiera poder traspasar la pared cuando sus dedos tocan mi piel de mi barbilla, las bilis suben a mi garganta y el asco es visible en toda mi expresión.

—Eres hermosa —susurra—. Ya no posees el cuerpo de una niña de seis años, sino el de una mujer. No eres esa chica asustadiza que solías ser, no eres mi Jaelyn, ¿quien eres tú? ¿Que hiciste con ella?

Mi espalda se aferra a la pared, los dedos de mis pies se clavan dentro de mis zapatillas deportivas, lo tengo tan cerca que su respiración choca con la mía y se mezclan en una sola, a pesar del manojo de nervios que soy por dentro, me obligo a mi misma a elevar el mentón y demostrar una actitud diferente, una llena de confianza.

—Esa niña murió a sus seis años, solo quedó el caparazón de lo que fue —murmuro ronca, paso saliva por mi garganta y carraspeo—. No busques a alguien que tú mismo mataste.

—No lo hagas, no puedes perder a tu única familia. A mí.

—No me importa, tú no eres mi familia, eres el monstruo que se adueñó de mis pesadillas. No, Niccoló, no me vas a manipular tan fácilmente.

—No puedes permitirlo —Su autocontrol está a la nada de salir a la luz, lo veo en su mirada como la furia chispea—. No me voy a separar de ti, no, no.

—¿Qué locuras hablas? —arrugo mi entrecejo, él tira de mi brazo y se aferra a mi cuerpo como si su vida dependiera de ello, me siento asfixiada y al borde de entrar en un ataque de pánico si no me controlo, mi corazón bombea sangre más rápido de lo acostumbrado.

—Tú y yo deberíamos de estar juntos para siempre.

—¿Qué? —inquiero desconcertada.

—Tú me perteneces, yo te pertenezco, nos pertenecemos cariño.

Pongo mis manos sobre su pecho e intento empujarlo, no pude. No se movió de su lugar y su agarre sobre mí se afianzó, jadeé por aire, apretaba tanto que acortaba mi respiración. Solo puedo pensar es en buscar una salida, ¿como podré escapar de él? Estoy atrapada entre la espada y la pared, si doy un paso en falso podría perjudicarme.

—Niccoló —balbuceo.

No llores, no lo hagas.

No tires por la basura todo esos meses que estuviste yendo a terapia.

—No me iré de tu lado, nunca —asegura—, si tengo que desafiar a todos, lo haré, nunca me harán separarme de ti, coniglietta. Nunca.

—¡No! —chillo, ese apodo me causa terror—. ¡Suéltame, maldición! ¡No me toques! ¡Me das asco!

—¿Te doy asco? —repite—, no cambias.

Sus manos empujan mi pecho haciéndome chocar contra el lavado, mi espalda se lleva el golpe y un siseo sale de mis labios al sentir el escozor.

—¡No lo hagas! —forcejeo, al fin y al cabo, rompe los botones de mi blusa, cubro mis pechos con mis brazos  sintiéndome expuesta. Su pupilas se dilatan luchando contra sí mismo. Levanto mi rodilla golpeándolo directo a su entrepierna, se inclina soltando una jadeo de dolor. No alcanzo a correr, sujeta mi muñeca para atrás, lo que provoca que tropiece y caiga.

—Eres una perra.

Mi labio se rompe ante la caída y sangra.

—Una perra que no te tiene miedo —Se me sube encima, inmoviliza mis manos por encima de mi cabeza, no bajo la guardia incluso sabiendo mi posición.

—Contigo no se puede dialogar.

—No tenemos nada que dialogar, tú lo jodiste, así que enfrenta lo que te va a pasar.

—Que bonita carita —Me tenso. Sus manos acarician mi cuello, bajan a mi clavícula y deja un casto beso que me dan escalofrios de repulsión. Murmura sobre mi piel recorriendo toda su extensión con su lengua, retira las hebras que caen por mi frente para ver mi rostro surcado de lágrimas—. Esto me trae buenos recuerdos, tú, yo, nosotros. ¿No te acuerdas primita? Nosotros juntos, en tu habitación, tú llorando mientras yo te hacía el amor. Porque yo te he hacía el amor, nunca te he violado, es un invento tuyo.

—Estas enfermo —Mi cuerpo se sacude bajo mis temblores involuntarios.

—Es un amor enfermo que tengo por ti, pero es amor, ¿es lo importante? ¿Verdad? El amor triunfa al final, ¿por qué el de nosotros no podrá?

El miedo escala a niveles jamás imaginados, volteo mi cara y es cuando noto una tijera a unos cuantos metros. Solo tengo que llegar a ella.

—No llores —susurra con falsa simpatía—, lo que sucedió fue tu culpa, tú me obligaste hacer lo que hice, nunca me arrepentiré de ello, la culpable eres y serás tú misma. Esas lágrimas no sirven de nada, eres una mentirosa, una farsante, una hipócrita y una estúpida por creer que lo nuestro había acabado. De una u otra forma me acerqué a ti sin que nadie lo sospeche.

El miedo es el que me ha paralizado a no defenderme en situaciones así con Niccoló, de niña sus fuerzas superaban a las mias, y es como si me hubiera encerrado dentro de una burbuja que me limita mis movimientos. Sin embargo, esas cadenas que aún me atan, son las mismas que me impulsan a zafarme de sus brazos y correr a coger las tijeras.

—No te atrevas a acercarte —amenazo.

—Vaya, tienes coraje, pero aún te falta algo, confianza. Ataca. Hazlo.

—Retrocede —Mis manos tiemblan—, vete. Por favor. Vete.

—Eres una cobarde.

—No subestimes lo que soy capaz de hacer —Fue lo único que le dije esbozando una sonrisa perversa—. Somos familia, llevo tu locura.

Su confianza parece desaparecer y eso me da la energía que necesito. Con la tijera en alto me lanzo hacia él. Tastabilla para atrás cohibido, levanta un brazo para protegerse de la hoja cortante, la tijera rompe la dureza de su cuerpo traspasando su piel. Las gotas de sangre caen y mancha la alfombra. Niccoló abre ligeramente sus labios.

—Me cortaste...

Sus ojos se estrechan, y puedo ver el cambio en su expresión. El hombre que se creía invulnerable ahora parece dudar. Aprovecho esa fracción de segundo, me muevo debajo de sus brazos, buscando una salida, él reacciona.

—¿Piensas escapar?

El pánico vuelve a apoderarse de mí, no puedo ceder. Con un giro ágil, me deslizo por el lado y lo empujo con el hombro, haciendo que tropiece. Corro hacia la puerta, él me agarra del brazo justo antes de que pueda abrirla.

—¡Eres mía! —grita desesperado.

—¡Maldito enfermo!

—¡Me perteneces!

—¡Ni en tus asquerosos sueños!

—Jaelyn, voy a matarlo, y no es una amenaza, dalo por hecho.

Sale del baño cerrando la puerta tras de sí que retumba en el silencio incómodo que se ha creado, aprieto mis puños y me toco mi pecho, cierro mis ojos agarrando una bocanada de aire. Puedo respirar con tranquilidad ahora que se ha ido. Abro la llave del lavamanos y me tiro agua en mi rostro, tengo mis mejillas y nariz rojas, mi cuello pica.

Me voy deslizando por la pared y me sostengo las rodillas presionándolas contra mi pecho, mis pensamientos ahora mismo son un lío entre lo que debo hacer y cómo actuar. ¿Es bueno quedarme callada? No, sería repetir el mismo patrón que tanto me ha costado romper. Un golpe en la puerta principal me hace sobresaltar, escucho unos pasos y una puerta siendo cerrada.

Arreglo mi blusa. Me veo en el espejo una última vez antes de salir, tropezando con Andrea.

—¿Estás bien? —inquiero. Su camisa tiene manchas de sangre.

—No es mía, es de Chiara.

—¿Qué le pasó? ¿Donde está? —Apunta con su cabeza hacia su habitación.

—Dante la volvió a golpear.

—Ese imbécil —No le pregunto si puedo ingresar a su habitación, simplemente lo hago, Chiara busca en los cajones algodón y alcohol—. Cariño —Tomo asiento en la orilla de la cama, cogiendo el algodón y ayudándola a limpiar las heridas de sus manos—. ¿Como pasó?

—Dante. Vive en la casa de mi madre. Entró en la que era mi habitación, nos dijimos un par de cosas y se alteró, terminó golpeándome. No me lo pude quitar de encima, si no fuera sido por Le Brun puede que yo... —Se estruja sus mejillas lastimadas—. No reaccioné, solo me dejé golpear. Soy una idiota.

—No, Chiara. No eres una idiota. Yo más que nadie te entiende. Hay ocasiones que tu cuerpo se bloquea, estas consciente de lo que te están haciendo, pero no puedes defenderte.

*

AZRAEL MARCHETTI

Paso la hoja del periódico. Estoy aburrido. Un titular capta mi atención, en el centro en letras grandes sale el nombre de Aurelio Marchetti. Su empresa no está pasando por su mejor racha, está en peligro en quedar en la quiebra si no trabaja rápido.

Tu imperio no iba a durar, Aurelio Marchetti.

Quisiera negar que no me emociona lo que le sucede. Por culpa de producir dinero humillaba a mi madre, esas lágrimas derramadas que mi progenitora dejó escapar tienen que él pagarlas con las suyas propias. Mi corazón se ha llenado de odio hacia él, solo oír si nombre me da asco. No fui lo que esperabas, ¿eh? Lamento ser una decepción. Yo no soy como tú.

Una mano se agita frente a mis ojos haciéndome elevar la mirada.

—Un chocolate cliente como lo pediste —Renzo me extiende el mío. Estamos en una cafetería, el clima es nublado y la ventana se han empañado lo que dificulta la vista hacia el exterior. Mi amigo frota sus manos y toma asiento—. Ayer estuve pensando, ¿que hiciste con local que compraste hace meses?

—Se lo regalé a Jaelyn.

—¿Vas en serio con ella o solo es un capricho?

—Voy en serio.

—Mmm —gruñe.

Salimos de la cafetería, la brisa fría me congela la nariz, meto mis manos en los bolsillos de mi abrigo y emprendemos nuestra caminata sin prisa.

—¿Te molesta que todos tengan novia menos tú? —Lo molesto.

—No —responde tajante—, solo tienen tú y Le Brun.

—La vida da muchas vueltas, antes eras tú quien tenía novia y Jean.

—Si pero... La de Jean murió. En cambio Dennise me dejó por alguien mejor.

—Ese idiota no es mejor que tú, eres Renzo Pellegrini —Le doy un empujón divertido, él hace una mueca fingiendo molestia—. Mi mejor amigo, el tonto que le apasiona jugar al hockey sobre hielo. Ese que prefiere quedarse a dormir en su casa que a salir, eres malhumorado pero es parte de lo que te hace ser tú. No debes de cambiar por nadie.

—Me vas hacer llorar —bromea. Hay cierta verdad en lo que dice, solo que intenta aligerarlo. 

—¿Recuerdas la primera vez que nos conocimos? Los dos éramos unos críos de cinco años. Yo paseaba por el parque agarrado de la mano con mi madre y tú me manchaste de barro con el balón.

—Si —susurra melancólico—, como voy a olvidarlo. Me regresaste el balón cuando me rompiste la nariz con él.

—Calculé mal mi tiro —me limito a decir. Él estrecha sus ojos, no me cree.

—¿Por qué siento esta plática como una despedida?

—Me iré —anuncio, dejándolo helado—. No quería decírselo a nadie. Igual te ibas a enterar. Solo esperaré que pase la graduación de las chicas y dos días después estaré tomando el avión que me llevará de regreso a los Ángeles, he contactado a los gemelos Allen, esperan ansiosos por mi llegada.

—¿Andrea también se irá?

—Si.

—¿Por qué no me lo habían dicho? Yo soy tu amigo, primero que él.

—Déjame...

—Es lo mismo siempre, me dejas de lado por ese estúpido francés —murmura dolido—. Ya no me tienes la confianza que nos teníamos antes, yo nunca lo quise integrar en nuestra amistad, las amistades de tres no sirven. El tercero lo jode todo y este es el caso.

—¿No te ibas a ir con Chiara a...?

—No me voy, no me iré con ella. Que lo haga él, que es su novio.

—No es definitivo, solo necesito un tiempo fuera para despejar mis dudas. Aqui estoy ahogándome, no quiero seguir cerca de Aurelio y su esposa.

—Si te vas a ir entonces hazlo solo.

—¿Por qué no quieres que Le Brun vaya conmigo?

—Porque me están dejando.

—Vente con nosotros y listo, problema resuelto.

—No —se cruza de brazos—. Ya no quiero.

—Eres como una novia tóxica —Jean se nos une, pasa un brazo por los hombros de Renzo pero él le da un manotazo para alejarlo—. Pelean por mi dulce hermanito. Cuidado, le harán creer que es muy importante —su tono sarcástico no pasa desapercibido.

—Todo pintaba muy bien...

—Yo también te extrañé Renzo —agrega este francés. Una vena salta por el cuello de mi amigo.

Un auto negro aparca cerca de nosotros, de la ventanilla se asoma el chófer que le trabaja a Aurelio.

—Joven Marchetti, su padre quiere verlo.

—Vuelvan a casa —mascullo hacia los chicos dándoles la espalda. Entro en el auto sin cuestionar, estoy cansado de que me mientan o me oculten secretos. Ya conozco a Aurelio, y si mandó a buscarme es porque algo le interesa de mí, no es porque le interese saber del hijo bastardo que tuvo su ex-esposa. Al cabo de unos minutos el coche se detiene en la mansión. Soy recibido por Mario con una gran sonrisa y Verónica.

—Azra...

—Cállate —siseo, la amargura llena mi paladar. Verónica suspira agachando la cabeza—. ¿Donde está él? —inquiero.

—En su oficina.

—Gracias, Mario.

Mi pecho pesa con cada escalón que me lleva a su despacho, empujo la puerta y en su interior visualizo la silueta en traje de espaldas con sus manos dentro de sus bolsillos y una pose firme, mis pies se niegan a avanzar hasta que clava sus ojos frívolos en mi figura y me obligo a cerrar la puerta. Estamos tan cerca y tan lejos, se ha vuelto un desconocido, uno que no podré saber cómo es que piensa.

—Toma asiento, Azrael.

—Estoy bien así.

—Toma asiento —repite entre dientes.

Aprieto la mandíbula.

—A mí no me estes dando órdenes.

Él golpea su escritorio, los documentos en ella vuelan y aterrizan en un sillón cercano. Da zancadas largas, yo soy más alto que él, pero hay algo en sus ojos que me causan pavor. Agarra con fuerza mi cabello, hago una mueca y tengo que doblarme para adelante.

—No me hagas perder la paciencia. El que no lleves mi sangre no quiere decir que no seas mi hijo, para mí eres mi heredero, incluso más que Jaelyn —Aurelio suelta mi cabello y se aleja un paso, el aire se siente denso entre nosotros—. Contigo el apellido Marchetti seguirá extendiéndose en las siguientes generaciones, con ella no, porque al casarse perderá su apellido. Como todos mujer no me sirve para mis negocios.

—Yo no seré parte de tus negocios. Deja de insistir.

—No conoces tu posición. ¿Crees que vas a vivir una vida tranquila por el arte del amor? —Cuestiona—. Sigues siendo un chico inmaduro que no piensa en su futuro, nuestras incorporaciones están pasando por su momento crítico. Necesito de tu herencia para solucionarlo.

—¿Mi herencia?

—La que tu madre te dejó.

—Espera... ¿cual herencia?

—No importa cual, se estipuló que se te dará al cumplir veintidós años, al menos de que —Aurelio se detiene, un destello de frustración cruza su rostro mientras evalúa mis reacciones—. Tu madre dejó unas indicaciones para que puedas obtener tu herencia.

—¿Tú la quieres utilizar para ti? —me burlo—. Estás acabado. No te la daré.

—Solo vas a malgastar ese dinero que te será importante en el futuro.

—Vete a la...

—¿Cual es tu relación con mi hija? —Abruptamente cambia de tema.

—¿Para qué quieres saberlo? —Mi corazón late a mil.

—¿Te gustaría tener una familia con ella?

—Yo...

—Eres tan iluso —me corta—. Solo con un chasquido de dedos puedo ponerla en tu contra.

—Me estás chantajeando.

—No. Te abro los ojos. Jaelyn es una chica que no sabe nada de cómo se maneja el mundo, solo tiene dieciocho años, dentro de tres años tendrá otra mentalidad distinta a la de ahora. ¿Crees que andará con alguien como tú? Solo sirves para que te usen y te desechen, eres una decepción Azrael Marchetti.

—No... —Mi espalda choca con la puerta en medio de mi aturdimiento—. Estás jugando con mi mente.

—Un poco de ambas.

—¿Cual es tu condición? —Él sonrie satisfecho.

—Eso es lo que quería escuchar.

Aurelio le gusta manipular a las personas ya que las considera "títeres" para sus planes. Es bueno conocer más de su mundo para desterrarlo de él. Nunca le ha importado su familia, lo ha dejado en segundo plano por sus negocios importante. No diré que es un mafioso, porque no lo es. La dinastía de los Marchetti empezó con mi tatarabuelo, o bueno, el tatarabuelo de Jaelyn. Desde ahí, cada niño nacido en la familia Marchetti tiene que encargarse de la herencia y el legado que esta conlleva.

Desde niño estuve envuelto en la presión de ser un hombre exitoso, decidí cambiar esa perspectiva cuando cumplí dieciséis años, no llevaría más sobre mis hombros las decisiones de aquellos que vivieron antes que yo.

Si algún día soy padre, mis hijos son libre de ser lo que ellos quieran. No los juzgaré, solo los aconsejaré para que transiten por el buen camino.

—¿Y qué es lo que esperas de mí?

—Necesitas involucrarte en los negocios, no puedes esperar a que te den tu herencia sin demostrar que eres capaz de manejarla.

Regreso a casa caminando, Jae es la primera en recibirme y se aferra a mi cuello. Su terapia le ha ido de maravilla, ya no llora como solía hacerlo, y se muestra más alegre. Su avance me llena de felicidad, yo sabía que mi niña iba a poder superar lo que esa escoria le hizo.

—¡Te estaba esperando! Muero de hambre y los chicos se han comido todo lo que había en la nevera, vamos a comprar algo para nosotros.

—Ve a cambiarte —Ella corre a la habitación. Suelto una risita por la nariz, su pronta graduación la tiene así. Fue una de las que mejor calificación sacó, por lo que tiene que dar un discurso.

Andrea sale de la cocina estirando sus brazos.

—¿Yo puedo ir con ustedes?

—No.

—Lo tomaré como sí.

—Si mi hermano va, yo también.

Masajeo mis sienes.

—¿No tienen vida propia? Entiendan que yo no soy su padre para que tenga que llevármelos a cada parte a donde salgo.

—Para mí no eres mi padre, eres una fuente de comida gratis —Jean masculla.

—Yo estoy aburrido —menciona como excusa el otro.

Solo falta que Renzo.

—¿Y para donde vamos? —inquiere este último ya dentro del auto. Pego mi frente al volante, un grito de frustración se ahoga en mi garganta. Jae me acaricia la cabeza como si fuera un cachorro.

—Ve el lado positivo, tenemos compañía.

—Yo quería ir solo contigo —refunfuño.

Jean se mete entre Jaelyn y yo.

—Te he salvado de un embarazo adolescente, yo te conozco señorito —Le doy un codazo por la nariz.

—¡Le rompiste la nariz! —Chilla Andrea.

—¡Ahhh, mi hermosa y bella nariz de modelo!

Pongo mis ojos en blanco.

—¿Por qué no puedo manejar yo?  —insiste Renzo.

—Es mi auto. No te daré para que manejes.

—¿Por qué no vino Chiara?

—Está indispuesta.

—¿Azrael? —Habla Jean, presiona un pañuelo contra su nariz ensangrentada.

—¿Que quieres?

—¿Puedo besar a Jaelyn?

Muevo la cabeza lentamente para atrás, los tres chicos se congelan.

—¿Amas tu vida?

—Renzo me retó —balbucea nervioso. Él otro niega rápido.

—No, no, fue Andrea.

El rubio se saca un audífono y nos mira.

—¿Que yo qué?

—Nada idiota.

—Oye, Azra. Hablando serio, ¿si me dejarías besarla?

Estiro mi brazo derecho y logro tomarlo del cuello, lo zarandeo hasta más no poder, Renzo primero ríe y luego jala del cuerpo de Jean para alejarlo de mi alcance. El otro francés está diciéndole algo en el oido a Jae. No me gusta que esté tan cerca de ella, me contengo, van a creer que soy un celopata.

—Era un experimento social —se excusa.


*

JAELYN


Estoy experimentando una montaña rusa de emociones. Ahora tengo un grupo de amigos, cada uno con una cualidad diferente. Esta de sobra decir que no soy buena socializando, solo había tenido a Chiara de amiga y me daba terror que ella en algún punto de nuestra amistad se aburriera de alguien como yo. Me consideraba esa pieza que no encajaba con nadie.

—¿Podemos pedir pizza?

—No.

—¿Por qué no Azraelcito?

—Si quieres comer pizza cómprala tú.

—¿No vas a pagar la cuenta?

—¡NO!

—Tacaño —lo ataca Renzo.

—Cuidado y te quedas pobre —ironiza Jean.

—Hagan silencio. No quiero verlos hablar, ni respirar. Me irritan.

—¡FRENA, FRENA! —grita Andrea. Azrael lo hace asustado.

—¡¿Que pasa!?

Andrea baja del auto a agarrar un avión de papel que había volado por la ventana. Mientras él lo recoge, Azrael ha salido del auto para agarrarlo del cuello de su camisa y pegarlo al capó del auto.

—Eres un grandísimo imbécil. ¡Casi me haces chocar con otro auto!

—Solo quería ver si volaba.

—¡Hey, hey! —Jean baja corriendo del auto—, solo yo tengo permitido golpear a mi hermano.

—¡Estoy harto! ¡HARTO!

Los chicos lograron convencer a Azrael para que les comprara la pizza, ellos entran de primero a la pizzería. Azrael se queda atrás sosteniendo el puente de su nariz.

—¿Te vas a quedar ahí, mariposa?

—Si —murmuré. Había algo en su mirada que me hizo sentir extraña.

—No tardo.

Presiono la palma de mi mano sobre mi pecho. No quería ser paranoica, pero era la misma sensación que sentí una noche antes de la muerte de mi madre. Azra ha estado actuando sospechoso, se la pasa mucho con Jean. Ese chico no me ha dado buena espina a pesar de ser el hermano del francesito lindo.

Decidí sacar mi celular y despejar mi mente mientras le daba like a algunas publicaciones en Instagram, no voy a mentir, si le tengo miedo al abandono y al rechazo. De niña lo viví con mi madre Carla y el solo imaginar que puedo volver a estancarme en ese hueco sin salida me asusta más de lo que quisiera confesar. Mi psicóloga me ha dicho que que debo enfrentar mis miedos y no dejar que el pasado dicte mi presente. A veces, es más fácil decirlo que hacerlo.

No he soltado mi pasado, no es precisamente por lo que Niccoló me hizo, sino el hecho de que mi madre le creyó a él por encima de mí, que era su hija. Me llamó mentirosa y eso duele.

Duele.

¿Seré una hija no deseada? No sabré la historia que se oculta detrás de mi verdadero origen. Mis padres me concibieron en una noche de lujuria. Aurelio ya estaba casado con la madre de Azra, y mi madre le trabajaba a ellos.

Ese señor, Aurelio Marchetti, tampoco se ha esforzado en acercarse o hablarme como lo que somos, padre e hija. Para él soy invisible, él sabe que llevo su sangre y que su esposa me adoptó, pero son pocas las veces que hemos cruzado alguna palabra que no van más allá de la formalidad para guardar las apariencias.

Alguien tocó mi hombro.

Oh, no.

Era un chico encapuchado con un cuchillo.

—Dame el celular.

Fruncí el ceño.

—No.

El chico se acercó un paso más, su mirada oculta bajo la capucha, su intención era clara. El brillo del cuchillo reflejaba la luz de la luna.

—No me hagas perder tiempo, dame el celular —repitió más dominante—, y ese collar —agregó. Inconsciente lo toqué con las yemas de mis dedos.

—No, me lo regaló mi padre.

—Te puede comprar otro, se ve que eres de esas niñas consentidas.

—Y tú puedes trabajar.

—No me des órdenes, obedece.

—Te dije que no te lo daré.

—Que irritable eres —me dio una patada en el estómago, jadeé en busca de aire, él me agarró del cabello obligándome a sostenerle la mirada—. ¿Harás lo que te he ordenado o todavía piensas desobedecer?

Logra arrebatarme mi celular y el collar.

La puerta de la pizzería se abrió de golpe, y los chicos salieron bromeando, con un par de cajas de pizza en las manos. Volví a enfocarme en el chico. Azra fue el primero en reaccionar.

—No la toques, maldito —Lo empujó contra una pared, el chico dejó caer el cuchillo y Renzo lo pateó lejos. El francesito me sostuvo el rostro examinándome con delicadeza.

—¿Estás bien, corazón? ¿Te hizo daño?

Estuve aturdida pero me recompuse.

—Estoy bien, no te preocupes.

Me jaló y me tuvo atrapada en sus brazos.

—Te dije que estoy bien —balbuceo torpemente.

—Mi niña, si ese desgraciado te hubiera lastimado es hombre muerto.

—¿Asaltando a chicas? —le pregunta Renzo.

—¿Quienes son ustedes?

—Entrega el celular y el collar —ordena Le Brun, caminando a él.

—¿Y si no quiero?

Azrael aprieta su mano alrededor del cuello del chico.

—Me voy a encargar de partirte la puta cara por meterte con mi chica.

—O simplemente... —Jean saca una navaja y se la lanza a Azrael—. Esa es la solución más divertida y efectiva para darle una lección.

Azrael no duda en colocar la navaja en el cuello del chico, Jean sonríe satisfecho.

—Por favor, déjalo ir —dije, acercándome a Azrael y tocando su brazo. —No quiero que te metas en problemas por mí.

El chico temblando, aprovechó la distracción para zafarse de Azrael. En un movimiento rápido, se liberó y dio un paso atrás, buscando escapar.

—¡No! —grité, fue demasiado tarde. El chico dio la vuelta, corriendo a la oscuridad de la calle.

Azrael soltó un suspiro, bajando la navaja, frustrado. Jean se rió.

—¿Qué querías que hiciera? —cuestiona girando sus talones, eleva mi mentón—¿Dejar que te hiciera daño? No Jae, no mientras esté presente. No dejaré que otros te dañen.

—Lo que digas mi chico malo —bromeo acariciando sus mejillas.

—¡UN PERRO ME HA MEADO! —escuchamos que Andrea chilla. Renzo y Jean rompen en risotadas.

Azrael toma una exhalación profunda.

—Andrea tiene una manía en interrumpir nuestros momentos romantico.

—Déjalo, es parte de su encanto.

Regresamos a donde se suponen que deberían de estar ellos. Solo está Renzo mirando a lo lejano. Andrea está persiguiendo al perro que lo orinó. Jean le da animos con sus gritos.

—¡NO TE DETENGAS! ¡ATRÁPALO! ¡VAMOS! ¡CORRE MÁS RÁPIDO!

—Esos dos tienen un grave problema mental —comenta Renzo sin apartar la mirada de ellos dos.

—¿Que esperas? Son hermanos.

—Lo bueno es que se han perdonado.

Jean pasó un brazo por el hombro de Renzo y otro por el de Azra.

—¡Miren! ¡Tengo un nuevo mejor amigo! —Andrea cargaba al perro apestoso.

—¡Baja esa cosa con pulgas! —chilla asqueado Renzo—. ¡Puede tener rabia!

—Nah, no debe de tener tanta rabia como la tuya.

Cuando lo baja al suelo, el perro mueve su cola entusiasmado.

—Ahora que lo pienso debo de ponerle un nombre. Mmm —piensa—. ¡Lo tengo! Es un nombre super, mega, ultra genial. Le quedará muy bien con su personalidad.

—¿Cual es? —curiosea Jean.

—¡Se llamará JEAN! ¡Como tú! Ya sabes, por lo mugroso y piojoso que está.

—¡TE VOY A MATAR!

—¡Te voy a acusar! —señala a Azra—, mira como me maltrata, salva a tu hijito.

—Salva tu trasero por tu cuenta, idiota.

—Que mal padre eres.

*

El día de mi graduación llegó. Era un manojo de nervios, mis manos sudaban y mi pies golpeaba el piso para aliviar la ansiedad que sentía de dar un discurso en frente de varias personas, padres y estudiantes. Mi madre se encargó de maquillarme, no quise nada sobrecargado, quería lucir lo más natural posible y ella solo aplicó leves capas de maquillaje.

—Estas preciosa mi cielo —colocó sus manos sobre mis hombros.

—Estoy nerviosa.

—Confío en ti. Eres una chica inteligente que te sabes desenvolver frente a las personas, recuerda, no te presiones.

Azrael estaba apoyado al marcos de la puerta con una leve sonrisa que no llegaba a iluminar su rostro.

—¿Puedes dejarme a solas con Azra, madre? —Veronica asiente y se marcha—. ¿Que es lo que te pasa? —Él sigue allí, no se acerca en lo más mínimo—. ¿Acaso ya te aburrí? Si es eso, solo dímelo y yo... —mi voz se rompe—, lo entenderé. No te puedo obligar a que estés conmigo.

—Tu no eres el problema —empieza.

—No. Definitivamente el problema eres tú. Estuve equivocada en pensar que ya habíamos arreglado todas nuestras diferencias y que íbamos a poder disfrutar de nuestro noviazgo. Sin embargo, en estos últimos días has estado presente pero a la vez, ausente.

—Voy a cometer un error...

—¿Un error?

—Perdóname, flaca.

Se acerca, toma mi cara y me besa.

Le sigo el beso hasta que siento un pinchazo en mi cuello y el dolor llenar esa zona. Él me ha inyectado. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué me inyectó? Abro mis ojos por completo por la sorpresa inundar cada extremidad y la firmeza de mis pies van desvaneciéndose, pierdo mis fuerzas y mi cuerpo queda atrapado en sus brazos casi como una muñeca de trapo sin vida. Lo último que observo son sus ojos cristalizados, mueve sus labios mas no logro alcanzar a escucharlo.

«Perdóname mi amor...»

—Azra.. ¿Que hiciste...? —gimoteo, cayendo en la oscuridad.

*

La cabeza me duele y mis ojos pesan, no sé cuánto tiempo ha pasado. Pero es lo suficiente como para saber qué tal vez me perdí mi graduación. Al abrir mis ojos me encuentro con Verónica, tiene el rostro enrojecido, Aurelio la acompaña. Los dos se ven devastados.

—¿Qué pasó? —logro murmurar con dificultad, mi voz apenas es un susurro.

Verónica se acerca, sus ojos llenos de lágrimas que no logra contener.

—Pensábamos que no ibas a despertar.

—¿Donde está Azra? —Me incorporo—, ese tonto, él fue que...

—Jae —Aurelio toma mis manos—, tienes que ser fuerte.

—No... —Un nudo se forma en mi garganta—. No me digan que él...

—Si —Veronica solloza—, el instituto explotó. Había una bomba dentro, solo Jean alcanzó salir. Azrael se quedó atrapado adentro con Niccoló.

—No... —rompo en llantos—. No... mi Azra no... —Tomo el impulso y salgo de la mansión corriendo, Verónica y Aurelio gritan mi nombre. No me detengo, mis pies duelen ya que salí descalza, las piedras se clavan en mis talones. Alguien me abraza por detrás de mi cintura. Hay policías en el instituto, bomberos que apagan el fuego. Mi mundo se viene abajo, mis gritos me rasgan la garganta—. ¡Él no puede estar muerto! ¡Él dijo que sería el padre de mis hijos! ¡Azra! ¡Azrael!

Yo quería que Niccoló le llegara su hora y pagara lo que hizo, pero no así. Así no era Azrael. Eres un tonto. Un tonto que me está matando en vida.

—¡Déjame ir! —grito, luchando contra el abrazo que me detiene—. Él no puede estar... no puede estar... —mi voz es incomprensible, y el miedo se traduce en un llanto incontrolable.

—Lo sé, lo sé —Aurelio sostiene mi cuerpo negándose a soltarme—. El equipos de rescate están trabajando, hay esperanza.


No hay que perder la calma, nos falta un cap, el epílogo y unos extras.

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