~Capitulo 29~
Advertencia: Este capítulo contiene una escena de agresión física no tan explícita y comportamientos abusivos que pueden resultar incómodo para algunos lectores. Se recomienda la discreción del lector a la hora de leer.
AZRAEL MARCHETTI
|DESESPERO|
Aprovecho que Aurelio y Verónica no están en la mansión de los Marchetti para recoger mi ropa y guardarla en mi equipaje, me llevo lo más esencial, no podré con todo lo que tengo. Abro el armario y tiro mis camisas, pantalones a la cama. Dejaré los cuadros que he pintado, los llevaré al sótano.
—¿Si es definitivo?
—Si.
—Lo vamos a extrañar, joven Marchetti.
Cierro la cremallera de la maleta, Mario me sigue al exterior del jardin.
—Este es el número de una psicóloga muy amiga mía —Saca de su bolsillo una tarjeta con el número y nombre de la psicóloga. «Agnese» Leo el nombre—. La mayoría de la gente idealizan que solo las personas que no están cuerdas necesitan ir al psicólogo, todos necesitamos de la ayuda de un psicólogo, para que nos oriente desde el punto de vista profesional.
—¿Crees que debería ir a terapia?
—Si —Coloca sus manos sobre mis hombros—, tienes una tristeza que ya no logras ocultar.
—Estoy bien.
Las comisuras de sus labios se elevan en una sonrisa melancolica.
—Eres igual de terco que tu padre.
Mi padre. La curiosidad carcome mi interior, muerdo mi labio titubeante a preguntar más sobre mi progenitor, Mario lo nota y se cruza de brazos, estrechando sus ojos divertido.
—¿Que es lo que me quieres decir?
Arrugo la nariz.
—Joder, ¿eres brujo o qué?
—Que no se te olvide que eres mi nieto.
—Es extraño, yo a ti te despreciaba.
—Azrael, no es para ofenderte, pero tú desprecias a todo que no sea Jaelyn.
—Eso no es... —rio un poco—, bueno si. He tratado de cambiar.
—¿Y el ego?
—Oh.
Mario niega levemente.
—Tener el ego por las nubes es inevitable en nosotros los Lombardo.
—¿Como era mi padre?
—En lo físico igual que tú, eres su copia. Aurelio te detesta por parecerte en todo a mi hijo —Toma asiento en un banco de cemento, yo sigo de pies frente a él—. En el carácter eres más parecido a tu madre Patrizia, tu padre era un hombre dócil, era raro cuando lo veías alterado.
—¿Qué le gustaba hacer?
Mario presiona sus labios en una línea recta.
—Dibujar.
—A mí también.
—Si. Lo sé —baja la mirada.
—Quiero irme. Irme de Italia.
Mario vuelve a levantar su mirada y la clava en mí.
—¿Piensas regresar a...?
—Si, no se lo he dicho a nadie. Aquí solo volví a recibir golpe tras golpes. Ya aprendí la lección. Me he puesto de acuerdo con unos de mis amigos, él y yo nos iremos a Los Ángeles. Allá tengo el departamento donde solía vivir con mi madre, puedo empezar desde cero, dejaré los estudios por unos meses o incluso unos años. No es mi prioridad en este instante.
—¿Solo se irán ustedes dos?
—Y Jaelyn si ella quiere irse.
—Es imposible que ella quiera irse.
—No pienso obligarla.
—¿Cuando se irán?
—Dentro de dos semanas si todo sale como le he planeado.
—¿Aurelio lo sabe?
—Ya no lo considero mi familia. Para mí mi familia eres tú, Mario. Mi madre y mi padre están muertos, solo te tengo a ti.
Mario se pone de pies y me tira de un brazo para abrazarme, mi cuerpo se contrae, forcejeo para que me suelte.
—Eh... suéltame.
—Eres lo único que me queda de mi hijo —musita con voz estrangulada.
Dios, que no se ponga a llorar.
¿Como se controla a un abuelito llorando? Todavía no he visto tutoriales acerca de ese tema.
—Ya no se puede retroceder los años para que tú y yo tengamos ese vínculo que desearía tener. Pero aún estamos a tiempo para construir algo nuevo —pronuncia al separase, limpia las orilla de sus ojos humedas por sus lágrimas—, si estás dispuesto a intentarlo, claro.
Justo en mis días de daddy issues.
—No creo acostumbrarme a llamarte abuelo, durante casi veintiún años me hicieron creer que tú solo eras el mayordomo que le trabaja a mi padre... a Aurelio —corrijo. No logro sacarme de mi mente que Aurelio no es mi padre.
—No te esforzaré a que me llames abuelo. Solo quiero tener una relación más cercana, quiero saber qué es lo que te apasiona, cuáles son tus miedos, si tienes alguna duda no dudes en consultarme. Nunca te daré un mal consejo, nunca podría querer que el mal venga a ti, eres mi nieto, mi prioridad.
Mi pecho se oprime. Mario lo hace con la intención de verme llorar. Nadie me había dicho que yo era su prioridad.
—Lo intentaré.
—No lo intentes, hagámoslo.
—Luego no te quejes de tener que aguantar a esta belleza deslumbrante.
—La que debería de quejarse es Jaelyn, y no la veo quejarse.
—Yo si la hago quejar, de otras formas —Ladeo una sonrisa perversa.
—Te la tiras de payasito, ¿no? —espeta.
Dejo de sonreír, ya estoy recibiendo el primer regaño por parte de mi abuelo y ni preparado estaba.
—Se me da bien.
—Esa es la falta de correa.
Abro y cierro mi boca indignado.
—Yo ya estoy grande para que me peguen. Tengo veintiún años.
—Te llaman señor madurez —ironiza.
—Te equivocas. Me llaman el guapetón.
Arrastro mi equipaje al maletero del auto, me pongo mis auriculares y subo el auto. Mario se despide con un movimiento de mano y yo giro el volante, saliendo por el portón enorme que se abre automático de la mansión. Hace unos meses regresaba con el dolor de la muerte de mi madre presente, ahora no pienso regresar a un lugar donde comprobé que solo soy un estorbo.
Encontraré mi felicidad por mi mismo.
Ya no buscaré la aprobación de Aurelio, eso nunca sucederá. ¿Estoy roto? Puede que sí lo esté, tengo muchas heridas que aún no han sanado, ni siquiera se han cicatrizado como deberían.
Tu familia es la que más te hace daño en muchas ocasiones. Duele. Porque ello son un refugio, o es lo que te hacen creer mientras estás pequeño.
Solo he tenido apoyo por mis amigos y por Jaelyn, que por la persona que pensé que la tendría. Solo me lastimó.
Le deseo lo mejor a Aurelio, y a su esposa. Espero que algún día no sé de cuenta de que todas esas acciones y desiciones malas que ha tomado, tarde o temprano van a detonar.
Conduzco veinte minutos y aparco. Froto las palmas de mis manos y toco el timbre, una mujer mayor no tarda en aparecer en mi campo de visión con una sonrisa amable, se hace a un lado indicándome que entre. Lo hago con el nerviosismo golpeando mi estómago. Lo primero que vislumbro en la sala es el piano de cola negro, y adornados con frescos que capturaban la luz dorada del sol que se filtraba a través de grandes ventanales. Las paredes estaban revestidas de un elegante papel tapiz en tonos marfil y dorado, que reflejaban el lujo y la sofisticación del espacio.
Lujos de ricos.
—Hey, Azrael. Es una sorpresa —una voz ronca con acento francés habla a mis espaldas. Volteo de inmediato, es inevitable la sonrisa que se extiende por mis labios.
—¿Que te trajo por aquí?
—Mis hijos, ese par de idiotas se olvidaron de que tienen un padre y una madre.
Muerdo mi labio divertido.
—Jean dijo que no se iría.
—Una cosa dice él, otra digo yo.
—Andrea tiene novia, tampoco se querrá ir.
—Tengo que hablar con ambos.
—¿Cuanto tiempo estarás aquí en Italia?
Adrien Le Brun, se encoge de hombros. El padre de los chicos, de Jean y Andrea.
—Depende, estoy con mi esposa.
—Andrea se pondrá muy feliz de saber que sus padres están aquí.
—Oh, Azrael mi niño —Raven, la madre de lo chicos aparece y me envuelve en sus brazos, ella es muy empalagosa—. Estás enorme. La última vez que te vi solo tenías diecinueve añitos.
—Mi... espacio... personal.
—Solo han pasado dos años —Adrien se cruza de brazos—. No es como si hayan pasado diez años, exagerada.
—¡No exagero!
Tuve esa envidia con los chicos, ellos tienen esa familia, esos padres que yo deseaba e incluso deseo tener, y que nunca podré tener. Es un anhelo imposible de cumplir. Los Le Brun llevan años de casados, como toda pareja han tenido sus altos y bajos, pero no hay nada que no hayan podido solucionar.
Me preguntan que han hecho sus hijos, les cuento que a Andrea le dispararon, que Jean tiene una hija que le apareció en el supermercado, que Jean tiene algunos cables sueltos, todo lo soluciona con la violencia, y como recomendación deberían de encerrarlo en un psiquiátrico. Ellos solo se divierten sobre los que le digo de Jean.
—¿Podría hablar contigo? —Me dirijo a Adrien, él enarca una ceja—, a solas. Es sobre un asunto que necesita de la asesoría de un abogado.
—Sígueme —farfulla. Caminamos por un pasillo que nos conduce a su oficina, él coge asiento, imito su acción—. ¿Que sucede?
—Quiero que esto quede entre los dos.
—Descuida.
—Es sobre mi chica —inicio—, ella fue abusada a sus seis años por su primo, ahora él es el director de su instituto, ella de alguna u otra forma ha arrastrado con lo que le sucedió. Quiere que su caso sea llevado a la justicia, pero no sabe por dónde empezar.
—¿Tu padre lo sabe?
«No es mi padre». Quisiera decir.
—Si. Su abogado se vendió, y no se han mostrado muy interesados en apoyarla.
—Entiendo. Es un tema delicado. Primero, necesitamos recopilar toda la información relevante. Documentos, testimonios… cualquier dato que pueda respaldar su caso.
—Es difícil, solo tiene su testimonio. Había otra chica, se terminó suicidando.
Adrien se echa sobre el respaldo de su silla, juega con un bolígrafo distraído. Tiene un anillo de matrimonio en su dedo anular, es de color dorado y puedo enfocar una palabras escritas en él. En la mesa hay fotos de su esposa e hijos de niños, logro adivinar quien es quien. Jean es el que está cerca del árbol de navidad con cara de querer matar a todos, Andrea es el que abría su regalo con una gran sonrisa, le faltaba dos de sus dientes delantero, en la foto ha de rondar entre los ocho a diez años.
—Te recomendaría que busquemos un abogado que se especialice en delitos sexuales —Vuelvo a la realidad al escuchar su voz—. Alguien que tenga experiencia tratando con víctimas. Puede que sea un proceso largo y doloroso, pero es crucial que ella sienta que está en un entorno seguro.
—No quiero que la agobien.
—Es necesario hacerle preguntas sobre cada detalle.
—Le traerían dolorosos recuerdos.
—Es un temor que debe de enfrentar si quiere que su violador pague.
«Los problemas se arrancan de raíz, con un tiro en la frente». Recuerdo aquella vez que Jean me lo dijo.
—¿Niccoló podría salir ganando?
—Si no hay pruebas, sí.
—¿Cuantos años de cárcel podrían darle?
—Dependiendo de la severidad del caso y de la cantidad de pruebas que tengamos, podría enfrentar desde unos pocos años hasta una condena más larga. Pero, como te dije, sin pruebas tangibles, la situación se complica.
*
JEAN LE BRUN
La cabeza está a nada de explotarme.
Limpio el sudor que corre por mis sienes y tomo asiento en un taburete, mi hermano me acompaña mientras le escribe por celular a su novia. Nuestra relación de hermanos ha mejorado un poco. Ya no hay esa tensión que se había creado después de ese día, la muerte de mi novia, yo le culpaba a él por lo que sucedió. Él solo fue unos de los perjudicados en ese accidente.
Solo así, culpando a alguien más, era como un sedante para aliviar mi dolor.
Una locura total.
Solo hay un solo culpable en ese accidente, y definitivamente no es mi hermano.
Mara fue asesinada, y no descansaré hasta hacer pagar al culpable. No estoy aquí en Italia solo por casualidad.
Yo no busco la justicia por parte de las autoridades, yo tomo la justicia por mí mismo, divirtiéndome de ver sufrir a aquellos que fueron los primeros en hacerme llorar. Dicen que soy impulsivo, que no mido mis actos a la hora de tomar una desición, y la verdad, no me importa lo que digan.
Mara fue mi primera y última novia.
Conocí a Mara en el instituto, ella iba en penúltimo año, yo estaba a nada de graduarme para ingresar a la universidad. La consideraba una chica aburrida, tímida e ingenua, vaya sorpresa que me llevé cuando me rompió la nariz durante una discusión. Supe que tenía agallas, y me interesó saber más sobre ella. Descubrí que teníamos muchas cosas en común, otras no tanto, ella le encantaba llevarme la contraria.
Al principio sus padres no la dejaban tener novio.
Yo me fui ganando su confianza, de ambos, tanto de su madre como de su padre, me convertí parte de su familia.
Encontré al amor de mi vida y me la arrebataron de una forma muy cruel.
Mi cabeza viajó a esos días en los cuales solo lloraba, me deprimía hasta quedarme dormido con un sinfín de preguntas sin respuesta acerca de la muerte de Mara, al pasar un año empecé a investigar y noté que ciertas similitudes extrañas en su muerte. Le habían quitado los frenos al auto, es como si alguien estuvo detrás de todo, y que sólo esperó el momento preciso para llevar su plan acabo. Mara sabía información, nunca me lo quiso decir.
Mmm.
Mis conocidos, dicen que debería dejarlo ir, que el tiempo cura las heridas. El tiempo no trae de vuelta a Mara. El tiempo no cambiará lo que sucedió.
Ella está muerta.
Y él sigue sin pagar.
Me ubiqué frente al saco de boxeo, mi hermano levantó la cabeza sonriendo como estúpido. Estoy rodeado de enamorados, primero Azrael y Jaelyn, y luego le siguen mi hermano y Chiara. Pongo mis ojos en blanco, falta Renzo, con él estoy tranquilo, nadie lo quiere.
—Toma un descanso.
—No lo necesito —mascullo frío.
—Hola, amargado.
Ruedo mi ojos.
Chiara llega con unos pedazos de tarta, le entrega una a Le Brun y se voltea a mí.
—Tengo que ir a buscar unas cosas en la casa de mi madre, Renzo aún no despierta, cuando lo haga le entregan la tarta de chocolate, el único pedazo que queda. Él odia la de nueces.
—¿Puedo acompañarte? —Le pregunta mi hermano. Ella le sonríe.
—Por supuesto mi amor.
Vuelvo a poner mis ojos en blanco.
—Jean, te encargas de entregarle la tarta a mi hermano —Chiara y mi hermano salen del gimnasio—. ¡La de nueces no!
¿Qué tiene la de nueces que no tenga la de chocolate? Seguramente es otro de los caprichos de Renzo. No me gusta consumir mucha azúcar, igual agarro el pedazo de tarta de chocolate y la tiro a la basura, solo dejo la de nueces.
—Joder, ¿todavía sigues aquí? —Renzo aparece despeinado con su ceño fruncido—. ¿No te ibas hoy?
—He cambiado de planes —Ajusto mis guantes de cuero—. Tu hermana te dejó una tarta, la que está en la mesa —le indico.
—La envió mi madre —concluye Renzo, ladea su cabeza—. ¿De qué es?
—Yo que sé. ¿Tu madre estuvo de cumpleaños?
—Mi abuela.
—Ah, ya veo —Me limito a decir. No es que me interese saber de su apestosa familia—. ¿No vas a probar la tarta?
No espero respuesta de su parte, subo a la habitación sumergiéndome en una ducha larga y refrescante, al cabo de media hora regreso a la sala. Mi hermano y su novia no han regresado aún, escucho ruido en unas de las habitaciones. Mi vista viaja hasta unos de los cuartos de invitados, solo hay una cama y los tomacorrientes están dañados, completamente oscura.
—Oye, Renzo —lo llamo.
—¿Que quieres? —escupe con frialdad desde arriba.
—¿Puedes venir a ayudar en algo?
Saco una navaja de unos de los bolsillos de mi pantalón y espero a que baje.
—No te tomará mucho, lo prometo.
Escucho sus zancadas quedando suspendido a mitad de los escalones.
—¿Qué haces con esa navaja? —titubea.
—No seas tan marica, ven que necesito ayuda.
—Tengo el presentimiento de que me quieres sacar las tripas.
—No soy un asesino, me ofendes —resoplo divertido.
Apenas termina de bajar lo agarro del cuello de su camisa y lo empujo para dentro de la habitación, él grita. Cierro la puerta en su cara, le empieza a lanzar patadas a la madera y me maldice.
—¡No es divertido, abre la maldita puerta!
—Di la contraseña.
—Contraseña mis bolas. Abre la puerta, está muy oscuro.
Suelto una risita burlona.
—Se un hombre por primera vez en tu puta vida, no está tan oscuro. No seas miedoso.
—¡Abre la puerta! —chilla.
—Lamento informarte que no es la contraseña, prueba con otra.
—¡No estoy jugando!
—¡Yo tampoco! —me río.
—¡Jean está oscuro!
Rompo en risotadas.
—¡No es divertido! —Su voz sale estrangulada lo que provoca otra ronda de risas provenientes de mí—. ¡Abre!
—¡Buuuuu! ¡Te va a salir un fantasma!
—¡Como te odio hijo de tu grandísima perra...!
—Con mi madre no —Me pongo serio.
—¡Abre!
—¿Por qué debería de abrir? A ti te gusta estar adentro, ¿no? En el armario.
—¡Está muy oscuro! —solloza.
—Ajá. Es divertido escucharte llorar.
—Juro que... juro que... —Su voz pierde fuerza. Dejo de reír. Toco la puerta con mis nudillos.
—¿Renzo? —Lo que obtengo a continuación es silencio—. No es gracioso, me estás asustando. ¿Estás bien? ¿Sigues ahí? Yo solo quería asustarte, nada más. ¿Oye...?
Intento abrir la puerta, se rompe la manilla. Maldigo en todos los idiomas posibles. Insisto al tocar la puerta.
—Háblame. Renzo, ya me estás preocupando.
Azrael y Jaelyn entran, pego un salto y oculto mi nerviosismo.
—Hey.
—¿Qué haces ahí, Jean? —interroga Azrael.
—¿Ah? ¿Yo? Je. La puerta es muy bonita —Acaricio la madera—, es de caoba.
—¿Desde cuando te interesan las puertas?
—Oh, siempre. Yo, desde niño... eh... me gustaba... eh.... ¿las puertas?
—Más raro no se puede ser —susurra extrañada Jaelyn.
—¡Es la verdad, yo...! —Un ruido en el interior de la habitación me hace centrarme en ella—. ¿Renzo?
—¡¿Encerraste a Renzo ahí!?
—¡NO! Fue un malentendido, Renzo... él... él quería saber qué se siente... que se siente...
—Quítate —Azrael me empuja—. Renzo le teme a los lugares oscuros y muy cerrados, eres un idiota Jean.
—Eh, yo no lo sabía.
Azrael abre la puerta forcejeando para que la madera ceda, Renzo estaba sentado con su rostro oculto entre sus rodillas en una esquina del cuarto. Debo de admitir que sentí un punzada de remordimiento. Vaya tonto, es la primera vez que me siento mal por otro que no sea yo.
Azrael se arrodilla frente a su amigo.
—Ya puedes salir.
—Yo no tengo miedo, no tengo miedo —balbucea él.
Jaelyn entra a la habitación y lo coge del rostro.
—Tranquilo Renzo, todos le tenemos miedo a algo. Azrael le teme a los payasos.
Azrael la fulmina, su rostro se ha puesto rojo.
—¡Yo no le temo a nada, mentirosa!
—Algún día se iban a enterar.
—¡Yo no le temo a los payasos!
—Ahora entiendo porque salías corriendo a tu habitación cuando nos poníamos a ver películas de terror de payasos —mascullo.
—¡Estaba cansado, quería dormir!
—Cansado, bien. Pero, ¿siempre?
—¡No me hagas volver a encerrarte Renzo!
*
CHIARA PELLEGRINI
El sentimiento más intenso que le puedes sentir a otro es el odio. Porque el amor como viene así se va, en cambio el odio permanece, sin importar la acción que lo haya ocasionado, aún si te atrevas a perdonar a esa persona que te hizo experimentarlo, quedarán secuelas, una sensación amarga de los recuerdos.
Yo amé mucho a mi madre, fue la mujer que me dio la vida, era mi ejemplo a seguir. De niña decía que quería ser como ella de grande, que asco. Nunca seré como mi madre, es una mujer despreciable, no se deja respetar.
Ahora entiendo la separación de mi padre hacia ella. Seguramente, así como fue capaz de meterse con un chico que podría ser su hijo, joder, tiene mi misma edad, seguro que también fue capaz de hacer muchas otras cosas estando en el matrimonio con mi padre.
La desteto, el simple hecho de hablarle me causa arcadas de repulsión.
Con Dante no me quedo atrás, tanto mi madre como él tienen la culpa. Pusieron sus deseos de por medio, no les importaron que su calentura podría lastimarme a mí, y solo a mí.
Me he culpado de ser una estúpida. El coqueteo estuvo presente, solo que yo no lo vi, fui ciega, una jodida imbécil.
—¿Quieres que te acompañe, encanto?
Desabrocho mi cinturón y le regalo una sonrisa a mi novio.
—Solo será rápido, no me tardo.
Él suspira aburrido.
—Vale. No te tardes.
—No lo haré —afirmo.
Salgo del auto, saco las llaves de la casa y empujo la puerta adentrándome al interior, la casa está en silencio. Supongo que mi madre no está, lo que agradezco mucho. No tengo ánimos de verle su rostro y que ella empiece con sus peleas absurdas.
Abrí el cajón y saqué mi ropa, me iré a vivir en definitiva con mi chico y mi hermano. Estoy como Azrael, él también se fue a vivir a la casa con lo chicos. No las hemos arreglado para dormir todos en una casa que sólo tiene tres habitaciones principales y una de invitados.
—¿Qué haces aquí?
Mi corazón se detiene, dejo de respirar por microsegundo, mis piernas tiemblan y mis manos sudan. Me giro lentamente para encararlo, a él. A ese castaño que tanto daño me ha hecho.
—Dante.
—Mi niña preciosa —Estira su mano para acariciarme el rostro, le doy un manotazo, él se burla—, que agresiva me saliste mi vida.
—¿Qué haces tú aquí? —Apesar del temblor de mi voz, me obligo a estar firme.
—¿No lo sabías? —Finge sorpresa—. Soy el nuevo novio de tu mami, querida.
Niego incrédula.
—Eso no es...
—¿Y todavía lo dudas? —bufa—, cuanto nivel de ingenuidad.
—No es ingenuidad, es asqueroso. Mi madre podría ser la tuya.
—No lo somos afortunadamente, y como dicen, para el amor no hay edades.
—Tú no la amas, solo la estás usando para tu beneficio.
—Díselo para ver si te cree.
Se sentó en la punta de mi cama y tiro al suelo mi ropa apilada.
—¿Que te pasa idiota?
—No vas a sacar nada de aquí.
—¿Qué...? —pregunto atónita—, ¡es mi ropa, son mis cosas, por supuesto que me los llevaré!
—Nunca pudimos arreglar lo nuestro.
—No podemos arreglar algo que tú mismo destruiste.
—Dime algo —Se impulsa hacia arriba, de pronto, lo tengo justo detrás de mí, su aliento choca con mi cabellera—, ¿estás con él para olvidarme, cierto?
Aprieto los puños.
—No. Estoy enamorada de él.
—Mmm —se carcajea—, no te creo.
—No me importa que no me creas.
—Soy difícil de olvidar —Eleva mi mentón—. ¿Cuantas folladas tuvo que darte para que dejaras de gemir mi nombre?
Mi vista se nubla, el aire se atasca en mis pulmones y me veo volteándole el rostro de una bofetada, él jadea sorprendido, se lleva una a su mejilla.
—No sé que pretendes —trago saliva con dificultad—, no dejaré que vuelvas a manipularme.
Se acaricia su mejilla una última vez.
—Niega que no sigue habiendo esa conexión especial.
—Eso no es conexión, es toxicidad.
Dante se ríe de nuevo, pero esta vez su expresión cambia, se vuelve seria.
—¿Sabes una cosa? Solía pensar que eras fuerte, pero parece que te has vuelto una niña asustadiza.
La ira estalla en mí. Sin pensarlo, empujo su pecho, tratándolo de hacer retroceder, él se queda inmóvil, como una roca.
—¡Lárgate de mi habitación! —grito—. ¡No tienes nada que hacer aquí!
—Tú y yo, nacimos para estar juntos Chiara.
—Yo no volvería contigo ni que me dieran la opción de volver a nacer, de ahora en adelante lo elegiré a él, a mi novio, mi francesito. Y tu Dante, te puedes pudrir, vete al infierno.
—"Tu francesito" más estúpida no se puede ser.
Se aproximó a mi cuello y me estampó a la pared, chillé asustada. Él golpeó mi cabeza varias veces, aunque quise escapar de su agarre, mis esfuerzos eran en vano. La desesperación me invadía, clavé mis uñas en sus manos, abrí mis labios para gritar el nombre de mi chico para que me ayudara, no pude gritar, Dante me golpeó el estómago.
Caí al suelo, mis palmas de mis manos se llevaron el mayor impacto, mi mente nublada y un hilo de sangre se deslizó por mis sienes. No pude correr, mis piernas no cedían, mi celular había quedado lejos de mi alcance.
—Mira lo que me hiciste hacerte —susurró—, me duele más a mí que a ti.
Rompí en llantos descontrolados, quería gritar, golpearlo, desatar toda mi ira en él, no podía. No pude, él saldría ganando, solo me lastimaría más.
—Eres mía, Chiara. Todo lo que yo te hago es porque te amo.
—Vete —ruego.
—No me iré hasta que digas que eres mía, que vamos a volver a ser novios y que nada malo pasó entre nosotros. Solo así me iré, anda mi amor, dilo.
—No —susurro llena de pavor.
—¿No? —repite él—. ¿No? Eres una hija de perra, maldita zorra —sus dedos tiran de un puñado de mi cabello hacia atrás, grito de dolor, me golpea el rostro contra el piso, mi nariz y boca duelen, el sabor metálico inunda mi paladar, lloro—. Si no eres mía, entonces serás de él, pero con marcas y cicatrices, zorrita.
En mi desesperación por mi mente pasa que le diré que voy a volver con él, por favor, solo quiero que se detenga, ya no más, ya no más. Duele mucho.
La sangre salpica la alfombra, un contraste brutal con el color claro del tejido. Mi corazón late con fuerza y la adrenalina recorre cada rincón de mi cuerpo, las bilis suben a mi garganta.
Dante deja de golpearme de un momento a otro, me arrastro hacia el baño, sin embargo, con las pocas energías y fuerzas que me quedan logro visualizar una silueta más alta que mi ex. Misma silueta que ha cogido a Dante por el cuello y ahora le reparte golpes por su rostro.
—Eres muy valiente desgraciado. Entonces métete conmigo —Mi chico le lanza una patada en la cara a Dante, él levanta sus brazos para cubrirse de los golpes, el choque de los puños del francés a la carne de Dante es un sonido torturador, por más que este último quiera defenderse, él otro ha logrado una técnica para inmovilizarlo y mantenerlo a su merced.
—¡Ya, para! —grita Dante.
—Eres un cobarde de mierda —sisea, no se detiene. No lo haces hasta que Dante se desmaya, con sus ropas y rostro escurriendo sangre. Las lágrimas brotan de mis ojos, no solo por el dolor físico, sino por la angustia emocional que he soportado. Corre a mí, se agacha y me cubre con su chaqueta, alzándome en sus brazos—. Mi princesita estás a salvo, estoy contigo mi amor.
—Tuve mucho miedo —gimoteo.
Me aprieta más a él.
—Mi bebé, perdóname por no llegar a tiempo.
—No es tu culpa, yo te pedí que te quedaras afuera.
—Igual debí de estar más pendiente.
*
JAELYN
Preparo mentalmente el discurso que voy a decir, los nervios me van a ganar y puede que termine balbuceando algunas palabras, no quiero quedar en ridículo.
—Hola, primita.
Perdón por desaparecer una semana entera, estuve en exámenes.
Hablemos sobre el cap, primero que opinan sobre Azra y Mario. Ese Mario quiere acercarse a como dé lugar a su nieto, y Jean y Renzo, jeje, uno de los dos va a terminar matando al otro. F por Chiara, ese Dante nunca cambiará.
Nos leemos en el próximo cap.
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