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~Capitulo 27~


Presentes aquí:

AZRAEL MARCHETTI

PRIMERA PARTE

|SONRISA ROTA DE CRISTAL|


La puerta se ha quedado trabada, le tiró una patada y forcejeo para abrirla con el desespero corriendo por mis venas.

—¡Azrael no hay tiempo!

Sigo pateando la puerta una, dos, tres, nada parece abrirla.

—Sal por la ventana.

—¡No hay ventanas, Jean!

—Maldición...

—Salte tú.

—¡No! —grita del otro lado de la puerta—, ¡no te dejaré aquí!

—¡Vete! Solo quedan tres minutos.

—¡No! —Vuelve a replicar—. ¡No saldré sin ti, Azrael!

Mis manos siguieron tirando del pomo de la puerta y por la sudoración extrema éstas se resbalaban. Jean también forcejeaba del otro lado queriendo abrir la puerta que se había atascado conmigo dentro, lo preocupante era que cada minuto y segundo que pasaba era crucial para nuestras vidas. En la pared marcaba la maldita bomba que Niccoló infiltró para matarnos a todos.

Debía de salir, de encontrar una salida cuanto antes, debía de hacer que Jean saliera a salvo. No podía permitir que su vida se viera perjudicada por mi culpa.

Jean pudo abrir la puerta, me hice a un lado al mismo tiempo que la madera cayó en el suelo.

—¡Vámonos!

—¿Por qué no te fuiste?

—¿Me crees un cobarde para dejarte? Eres mi amigo y no puedo dejarte solo.

Le eché una ojeada a la pared. 59 segundos. Aunque nos pongamos a correr no nos alcanzaría para salir.

58 segundos.

57 segundos.

56 segundos...

Compartí una mirada con Jean, él tiró de mi brazo y se aferró a mi cuerpo.

—Puedes llorar —me dijo, yo sabía a lo que se refería y me rompí.

Me dueles mamá.

Me dueles papá.

Me dueles Jae....

¿Por qué? ¿Por qué no me dijeron la verdad? ¿Por qué me mintieron?

Dos días antes...

—¿Azrael? —Jean llama mi atención—, ¿desde cuando bebes? —frunce su ceño arrebatándome la botella de mis manos.

—Solo quiero... tengo...

Jean suelta un bufido.

—Ni siquiera sabes que decir, ¿que es lo que te tiene así? Estás como la mierda.

—Me siento como la mierda —Le doy la razón. Me incorporo sentado en el sofá—. Es una lucha constante conmigo mismo.

—¿O través llegó la depresión?

—Nunca se ha ido, Jean —Froto mi rostro frustrado de sentirme así. Yo solo quiero ser fuerte y no dejar que mis amigos me vean en este estado tan vulnerable, pero últimamente, he sentido un vacío que no logro llenar con nada—. Quisiera... —trago saliva, mis ojos pican, no vayas a llorar, no llores—. Ni siquiera sé el verdadero origen de esta depresión. Sé que un día llegó para nunca más irse. Y me frustra, me frustra fingir que estoy bien cuando no lo estoy.

Me coloco sobre mi cabeza la capucha de mi sudadera, el reloj en la pared marcan las dos de la tarde. A las dos y treinta minutos dan de alta a cierto francés, en el hospital están con él; Renzo, Chiara y Jae. Esperan a que salga para traerlo de vuelta a casa. Jean y yo decidimos volver para acá para organizar su habitación que se encontraba vuelta un lío. El doctor le indicó que debía de guardar reposo, por el momento no le han dicho nada a sus padres porque se van a preocupar, Jean dijo que se los dirá pero después, que ahora es mejor enfocarse en su hermano.

—¿No le has dicho nada a Aurelio? Sobre cómo te sientes.

—No, sé lo que me dirá, ve a hablarlo con un profesional. Dudo que un profesional pueda ayudarme.

—Para eso están, Azrael. Para ayudarte y encontrar las respuestas que tú nos has podido hallar, es un camino difícil pero necesario para tu recuperación.

—No quiero depender de esas malditas pastillas de nuevo.

Se hunde en el sofá más pequeño y enciende el televisor, lo deja en las noticias, está apunto de cambiarlo cuando le alzo la mano para que se detenga. En el noticiero dicen que encontraron el cuerpo sin vida de una joven tras suicidarse, lo que me deja helado es que conozco a la chica. Es Livia, la misma chica con la que quería hablar y no le pude sacar ninguna información. Maldición.

—¿Que pasa?

—¿No la recuerdas? —Apunto hacia la pantalla, Jean ladea la cabeza y abre sus ojos reconociendo a la chica.

—¿Esa no fue con la que hablaste en aquel bar?

—Si, esa misma.

—Que extraño, esa chica podía ser otra más que testificara en contra de Niccoló en el juicio, y hoy amaneció muerta.

Lamo mis labios saboreando el sabor del alcohol, Jean sigue hablando y sacando teorías que solo nacen en su cabeza y yo, yo solo quiero vomitar. La cabeza me da vueltas, me estoy empezando a marear, echo la cabeza al respaldo del sofá respirando con dificultad.

No puedo respirar bien. La ropa que llevo puesta me asfixia, me aprieta y me estrangula acortando el mínimo paso del aire a mis pulmones.

—Azrael, ¿recuerdas tu infancia? —Me veo sorprendido por la pregunta de Jean—. A veces nuestra mente actúa como un mecanismo para protegernos y puede ocasionar que tus recuerdos sean borrados o adormecidos.

—Yo recuerdo mi infancia.

—¿Toda?

—Yo... —No. Solo recuerdos felices, no recuerdo sufrir en mi infancia—. Es imposible que un ser humano recuerde toda su infancia, déjate de tonterías.

—Yo solo digo —Se encoge de hombros.

El picaporte gira para ingresar los chicos riendo, yo retrocedo y subo a mi habitación en dirección al baño. Mis manos sostienen la orilla del lavamanos, cierro mis ojos tratando de calmarme, mi cuerpo tiembla y mi corazón bombea sangre más de lo normal. Me deshago de mi camisa y la lanzo al piso, lavo mi rostro surcado de lágrimas. «No estás bien» Me duele saberlo, ¿hasta cuando este dolor permanecerá? Dicen que la depresión es solo un invento de la generación de cristal. Pero no, la depresión existe y te destroza si no la atiendes a tiempo.

Una punzada cruza mi cabeza y me la sostengo jadeando de dolor. Destellos de imágenes se distorsionan y se disparan por mi mente. Puedo ver la sonrisa de una mujer que se burla de mi sufrimiento. ¿Qué es esto?

No puedo respirar.

Mi espalda se va deslizando por la pared hasta caer en el suelo, me abrazo mis rodillas con lágrimas corriendo sin parar por mis mejillas. Quiero que esto se detenga.

Mi piel pica.

Rasco mi cuello mientras sigo luchando por respirar.

Mi visión se nubla, permanezco con mi rostro escondido entre mis rodillas. Me veo viajando al pasado, de pequeño le temía a los truenos cada que llovía, cogía mi peluche y lo abrazaba con fuerza y aún así el miedo no se iba. Tomaba el valor de ponerme de pies e ir hasta donde se encontraba mi madre. Ella me recibía con una gran sonrisa y me envolvía en sus brazos, me quedo helado recordando, mi madre no me abrazaba. Ni era buena. Mi madre nunca fue buena. ¿Que diablos estoy diciendo? Mi madre me protegió, ¿por qué estoy diciendo que no es buena?

Miro mis manos y sollozo. No se el motivo, pero solo veo sangre. Tengo que lavarme, estoy sucio. Tambaleante vuelvo al lavamanos y abro el grifo restregando mis manos entre lágrimas y sollozos. La sangre no se va, ¿por qué no se quita? Quiero que se quite esta suciedad que siento en mi interior.

—¿Mamá?

Mi madre solo me veía sin decir ni hacer nada, solo se mantenía recargada al marcos de la puerta.

Ayúdame.

Tengo mucho miedo.

Por más que lavo mis manos sigo viendo sangre, ahora también es mi cuerpo entero. Es mi mente, me está jugando sucio. Tranquilízate. Tranquilízate, Azrael. Me obligo a repetirlo hasta reaccionar y volver a la realidad. «Eres valiente, tú eres fuerte, puedes con esto y más» Alguien me lo dijo en una ocasión, no recuerdo quién.

Vuelvo a dirigirme al espejo y fuerzo una sonrisa.

Aquí no ha sucedido nada. Sigues siendo el mismo de siempre, muéstrate ante todos con una sonrisa, nadie tiene que ver tu reflejo roto, ese que se encuentra agonizando y pidiendo ayuda a gritos.

Yo estoy bien.

Estoy bien.

¿Estoy bien?

No, no lo estás.

El pensamiento de la muerte vuelve a estar presente. Antes de volver a Italia me la pasaba depresivo y quise acabar con mi existencia muchas veces, busqué una navaja para cortar mis venas, tuve miedo y no pude hacerlo. ¿Por qué vuelvo a pensar en la muerte como la salida de mis problemas cuando soy yo mismo que ha dicho que los problemas se resuelven de frente? ¿Será porque ya no soy el mismo?

Siento que morí hace años, que apagaron mi luz, lo jodido, no recuerdo porqué. Puede que sea mi yo interior que se esté inventando sueños y experiencias no vividas como una excusa para encontrar al culpable de mi estado demacrado.

Limpio mi rostro y desbloqueo mi celular  con centenar de mensajes, el primero que leo es de Dante. ¿Como habrá conseguido mi número? Pulso el contacto para bloquear el número, me detengo y abro el chat, la curiosidad pica por saber qué es lo que quiere.

"Hola, disculpa la hora. ¿Podemos hablar? Tengo que decirte algo en persona, por favor no digas que no"

Suspiro tomando una bocanada de aire.

"¿Qué es lo que me tienes que decir con tanta urgencia? No tengo tiempo para reunirme contigo, lo siento. Si quieres decirme algo dímelo por aquí y listo"

Está en línea pero no creí que me respondería casi de inmediato, las dos rayitas se marcan en azul como leído y luego sale debajo de su foto de perfil que está escribiendo.

"Solo quería disculparme contigo"

Leo el mensaje y todavía no puedo creer que Dante sea la persona que lo haya escrito, hasta lo releo para ver si lo que leí estaba mal, no, todo está bien.

"¿Disculparte? ¿Por qué tendrías que disculparte?"

"Por como fui, como te culpé por la muerte de mi hermana, he entendido que ella fue la que decidió terminar con su vida y que nadie más tiene la culpa. No obstante, yo me empeñé en buscar culpables donde no lo habían y acabé lanzándote todo el peso de la culpa a ti"

"¿Que te hizo cambiar de opinión?"

"Me iré al extranjero y quiero empezar desde cero. Aquí solo hice las cosas mal, tuve a una chica maravillosa junto a mí como mi novia y la terminé traicionando porque quería que todos se contaminaran con el odio que sentía y, no tengo nada que me retenga en Italia"

"De todo corazón espero que te vaya bien, Dante, y no la vuelvas a joder"

"No lo haré"

Seguida envía un emoji riendo. Tonto. Guardo mi celular en mi bolsillo de mi pantalón, seco mis manos y salgo.

Busco una camisa limpia en los cajones de mi armario, me tropiezo con una foto de mi madre que la cubría una camiseta negra, está quemada en la parte inferior y en vez de sentir tristeza como de costumbre tengo arcadas de ¿repulsión?

¿Que me pasa?

Caigo sentado en la cama sostenido mi cabeza, debo de reorganizar mis pensamientos ahorita son una hoja filosa que me están lastimando.

Me pongo la camisa y paso mis dedos por las hebras de mi cabello.

Observo mi reflejo en el espejo nuevamente y repito: sonríe.

Vamos, solo finge una vez más, nadie se dará cuenta.

En la esquina de mi habitación se halla el cuadro de la pintura donde pinté a Jae, ese fue el único cuadro que pude lograr terminar después de años de dejar cuadros inacabados, fue el primero y el último, no he encontrado inspiración para terminar los otros que dejé a medias, incluso tiré muchos a la basura. Estoy empezando a creer que esto ya no es lo mío, hacer las actividades que me gustaban de niño y parte de mi adolescencia no es lo mismo para mí, no siento esa alegría y motivación para seguir.

Decidí bajar de nuevo a la sala, me quedé suspendido a mitad de las escaleras, en el sofá abrazados estaban Chiara y Le Brun, en la cocina había puesta música francés por lo que concluí que Jean se encontraba ahí con Renzo porque su voz provenía de por allá, y Jaelyn era la única la que no veía por ninguna parte de la casa.

Los dos tortolitos se había envuelto una bola de sábanas mientras Chiara trataba de aferrarse a su novio sin lastimarle la herida. Ya sabía yo que esa hierba mala no se iba a morir, primero se muere Renzo antes que él.

—Amor —habló el francés ajeno a mi presencia.

—Dime, bebé.

Puse los ojos en blancos, e hice muecas burlándome de ellos. 

Entré para interrumpir su momento de enamorados.

—¿Donde esta Jaelyn?

—¡Azraelcito! ¿Y mi beso de bienvenida? —exclama él, agitando sus brazos e incorporándose con brusquedad.

—¡No te sientas así, tienes una herida! —Chiara le da un golpe por el hombro.

—¡Ay, no seas tan quejumbrosa!

—Pídele el beso a Renzo —digo secamente—, yo solo quiero saber dónde está mi novia.

—En la cocina.

—Está con Renzo y Jean.

Retomé mi camino a la cocina, la estufa estaba encendida, Renzo, Jean y Jae curiosean por la ventana de la cocina, afuera hay un alboroto de unas vecinas que están peleando por el desastre que hacen los mocosos de sus hijos y lo chismosos están observando todo, puse mis manos en jarra y negué abriendo la nevera, solo habían botellas vacías.

—¿Donde está mi pastel de chocolate?

Renzo empuja a Jean hacia adelante, él le da una mala mirada.

—¿Te comiste mi pastel de chocolate? —pregunto al borde de la irritación.

—Yo no fui, fue Renzo.

—Eres un mentiroso —se burla Renzo.

—Un día de estos voy a dejar comida en la nevera con veneno para matarlos a ustedes, me tienen harto.

*

—¿Papá? —llamo entrando a la mansión Marchetti, todo está en silencio total, solo vi a Mario afuera y una que otra chica que se encarga de la limpieza.

Tengo días que no se nada de él, no es que nuestra relación de padre e hijo han mejorado después que me envenenaron, pero al menos no es tan tensa como lo era anteriormente. Recorro el pasillo decorado por nuestras fotos familiares, lo único que le agradezco es que no quitó las fotos de mamá. Quiso hacerlo porque le siente odio, no obstante, yo le insistí que no lo hiciera.

Mis padres tenían un matrimonio muy feliz y unido, ellos tenían una conexión que era evidente para todos. Recuerdo cómo se miraban, cómo se reían juntos en esas noches de verano en el jardín. Su amor era el tipo de amor que todos envidiaban, y su apoyo incondicional me hacía sentir seguro. Sin embargo, todo cambió, sus peleas y desacuerdos ascendieron a nivel hasta volverse dos extraños. En una ocasión, papá se le mostró herido ante mi madre.

—¿Por qué Patrizia? ¿Como te atreviste hacerle eso a nuestro hijo?

Yo solo era un niño de cinco años que jugaba con unos de mis carritos en el piso, aún así; estuve al pendiente de cada detalle de su intercambio de palabras. Mamá no se veía lastimada, solo le soltó una risita burlona.

—No lo va a recordar, solo es un niño.

—Te voy a refundir en la cárcel, maldita desgraciada.

Levanté la cabeza hacia mi padre, él nunca decía malas palabras delante de mí, en aquella vez si las dijo y no solo una, sino varias veces.

—Azrael, mi cielo, ven para acá —Mi madre me tomó en brazos y me sentó en sus piernas—. Dile a papá lo que hicimos hoy, anda cariño, díselo. Porque el señor aquí —Miró de arriba hacia abajo a mi padre con desdén—, cree que soy capaz de lastimarte mi niño.

—No, mamá, yo… —balbuceé.

—Dile, cariño, que solo jugamos, que todo está bien —insistió ella.

—Lo estás presionando —Mi padre tensó la mandíbula, flexionó una rodilla y se puso de cuchillas a mi altura, llevando sus manos a mi cabello—. Si te pasa algo campeón, por muy pequeño que sea debes de contarlo, ¿si? No importa la persona que te lo haya hecho, yo te creeré a ti porque eres mi hijo.

Mi madre resopló.

—Aurelio, ya cansas de estar insinuando lo mismo. No soy un monstruo.

—Si solo le haces algo a mi hijo, Patrizia, escúchame bien, el último rostro que verás será el mío antes de matarte.

El tira y afloja entre ellos me sumía en un mar de confusión. No entendía por qué todo lo que una vez fue amor se había transformado en un campo de batalla. Apenas comprendía lo que decían, sin embargo, podía sentir la tensión, esa cuerda invisible que se estiraba al borde de romperse.

—No… no quiero que se peleen —musité, mis ojos llenos de lágrimas mientras intentaba deslizarme de las piernas de mamá. Ella me retuvo con firmeza, su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión que nunca había visto antes: miedo.

Volví a la realidad.

Estos recuerdos... ese suceso yo lo viví, ¿por qué no lo recordaba?

«A veces nuestra mente actúa como un mecanismo para protegernos y puede ocasionar que tus recuerdos sean borrados o adormecidos». De repente, la voz de Jean inunda mi cabeza.

¿Que me está pasando?

Una punzada cruza mis sienes, jadeo de dolor.

En el pasillo tropiezo con Mario.

—Joven Azrael, no sabía que estaba aquí —Saluda, secándose las manos en un trapo—. ¿Le gustaría algo de comer?

Oculto el malestar que se arremolina en mi pecho.

—No, gracias, Mario. Solo... solo buscaba a mi padre.

—El señor Aurelio no ha llegado aún. Lo conoces mejor que nadie, se queda trabajando hasta tarde.

—¿Y Verónica?

—La señora está en la biblioteca.

Tomo aire hondo y cruzo la entrada de la biblioteca, el suave aroma a papel envejecido y madera pulida me recibió. Allí estaba Verónica, sentada en un sillón tapizado de terciopelo, sumida en la lectura de un libro grueso. Al notar mi presencia, levantó la vista y sonrió, las comisuras de sus ojos se arrugaron.

—Azrael, cariño —dijo, cerrando el libro con un gesto suave—. ¿Qué te trae por aquí?

—Busco a papá —respondí, intentando que mi voz sonara más firme de lo que realmente me sentía—. Mario me dijo que todavía está en la oficina.

—Sí, ha estado muy ocupado últimamente. Hay mucho trabajo en la empresa —dijo, mientras se levantaba y se acercaba a mí—. Seguro que estará en casa pronto.

Dejo caer el peso en una sola pierna y me apoyo a la pared sin saber que más decir, Verónica no es una mujer mala, su amabilidad es sincera sin ocultar ninguna intención detrás como la mayoría de las personas. Papá la conoció porque ella fue su secretaria y los dos tuvieron sentimientos por el otro, aunque yo no aceptaba que en la vida de mi padre entrara otra mujer que no fuera mi madre no me quedó de otra que simplemente resignarme que ellos ya no volverían a estar juntos.

La primera vez que la vi fue un día que llegaba del colegio, ella le entregaba unos documentos a mi padre y al verme su rostro se iluminó.

—¿Tú eres Azrael, pequeño?

Arrugué la nariz con desagrado.

—Si, ¿y usted quién es?

—Es Verónica, mi nueva secretaria —informa mi padre.

No me gustó esa sensación de que ella fuera su secretaria.

Verónica acumula una pila de libros de distintos géneros, nunca me ha gustado leer pero tuve que hacer un esfuerzo cuando Jaelyn me habló de su libro favorito y para saber más de lo que me comentaba leí el libro, un libro vainilla entre dos estudiantes, y cuando le comenté mi descontento del porqué no pudieron quedar juntos los protagonistas ella se carcajeó. Hay finales que no son felices, duele, no obstante debemos de aceptarlo. Fue lo que me dijo, ¡no, no y no! ¿por qué no quedaron juntos los protas? Lo tenían todo para ser felices y por una estupidez se separaron.

—Tu padre quiere que Jaelyn se vaya a estudiar al extranjero —comenta Verónica.

—¿Qué?

—Como tú no aceptaste, con ella está casi que lo logra.

Nos invade un repentino silencio. Ella no me ha dicho nada, ¿por qué? ¿Cree que yo le diré que no se vaya?

—¿Y ella que dijo?

—Nada, está indecisa.

Mi padre aún me quiere separar de Jaelyn. No me cabe dudas que es eso.

—Él no me quiere con ella.

—No es eso.

—¿Y qué es?

—Solo quiere que te vayas de Italia.

—¿Por qué? ¿Cual es su insistencia de tener que alejarme de ustedes? Son mi única familia, no quiero tener que irme a otro país lejos de mis seres queridos.

—Tu padre solo quiere lo mejor de ti.

—Quiere destruirme.

—Él te protege, Azrael.

—¿Protegerme? —suelto una risita burlona—. ¿De qué?

—Jaelyn es mi hija —confiesa.

Chasqueo mi lengua, como si saber que Jaelyn es su hija fuera algo nuevo.

—Eso lo sabemos.

—Es mi hija de sangre.

Clavo mis uñas en la madera procesando la nueva información. Eso es imposible, Jaelyn es hija de Carla Greco, esa mujer la maltrataba y cuando ésta falleció fue adoptada por Verónica, ¿como demonios dice que es su hija?

—Sé lo que te estás preguntando, nunca existió Carla Greco, Aurelio cuando supo que tuve con mi anterior pareja una hija tres años menor que tú decidió que tanto ella como yo mintiéramos sobre nuestro verdadero origen, a ella le dijo que dijera que provenía de dos padres maltratadores y que durante seis meses estuvo en un orfanato cuando éstos "padres fallecieron" Yo acepté esa condición al saber porque lo hacía.

—¿Y cual es esa razón?

—Por tu madre, ella quiso escapar contigo pero tuvieron un accidente donde tú perdiste la memoria —Abro y cierro mi boca, la voz se pierde y me limito a seguir escuchando—. Solo tenías seis años, Azrael. Tu padre pudo manipular parte de tus recuerdos y más después de lo que te sucedió aún bajo las manos de tu madre.

—Entonces... ¿Jaelyn no fue abusada?

—No.

—¿Y Niccoló?

—Niccoló es tu primo.

—¿C-Cómo? —mi voz se quiebra. Me cuesta respirar.

—Él era sobrino de tu madre, por ende, tu primo.

—No entiendo —Las lágrimas cada vez nublan mi campo de visión, hablo entre balbuceos—. ¿Como es que Jaelyn y Niccoló, ellos...? —Ni siquiera estoy seguro de lo que voy a decir.

—Siéntete, Azrael —indica Verónica, niego alterado.

—No. Dímelo, cuéntamelo todo.

—Niccoló al tener catorce años solo fue juzgado en base a su comportamiento, lo tomaron como un chico que no estaba en sus cabales.

—¿Él ya... ya pagó?

—Si, cuando salió del reformatorio tu padre fue a hablar con él, Jaelyn tomaría tu lugar en toda esta situación.

—¿Mi lugar?

—A tus seis años, él...

—Detente —Pido sollozando.

—A consecuencia de ese acto traumático en tu infancia desarrollaste amnesia disociativa.

Más lágrimas se acumulan en mis ojos.

—Todo este tiempo me han mentido, he vivido una mentira. Creyéndome algo que no soy —balbuceo, el nudo en mi garganta se hace más grande.

—Azrael, debes de entendernos...

—¡Entender ni una mierda! ¡Me mintieron maldita sea! ¡Todo este tiempo me han mentido! Me vieron la cara de estúpido —Tiro la mesa y los libros que tiene encima, Verónica se sobresalta asustada y se ubica en un rincón. Pateo una estantería—. Los odio, los odio —lloro—, los odio.

Empujo la puerta de la biblioteca y, tambaleándome camino a la calle. Los autos pasan a gran velocidad y el frío me eriza la piel, no le presto atención, sigo caminando sin sentido alguno hasta llegar a la orilla de un lago, me pongo de cuclillas limpiando en vano mis lágrimas, llevo mi mano a mi pecho, duele, duele saber la verdadera historia, duele saber que el que quiso ser el héroe en realidad fue la víctima.

—Quiero morirme —susurro.

Solo así dejaría de sentir dolor, de sufrir.

Lloro aún más fuerte.

Mi mente se va aclarando y las imágenes se hacen más obvias.

Esta es la historia de un chico que fue abusado a sus seis años y que, a consecuencia de eso le generó un trauma tan fuerte que le produjo amnesia disociativa.

Olvidar lo que me sucedió.

La mente tiene formas extrañas de protegernos, y yo, en mi inocencia, agradecía no recordar cada detalle aterrador. Con el paso del tiempo, esa amnesia se convirtió en una carga. Las sombras de un pasado que no podía recordar me seguían, susurrando en mis sueños y en los rincones más oscuros de mi mente. Todo tenía sentido.

Ahora entendía la verdadera causa de mi depresión.

Fui tan ciego. Las señales estuvieron claras y me aferré a la mentira que me hicieron creer mis seres queridos, mi padre; Verónica, mis amigos y sobre todo, ella. No sé cómo sentirme al respecto, es como si me contaran la historia de otro chico pero que en realidad lo vivió mi cuerpo en carne viva.

Recordar duele.

Me quema.

Me arde.

Yo soy el que está roto.

Quise protegerla a ella, cuando era yo quien necesitaba refugio. Ser protegido.

Mi mente se inventó una historia ajena a la realidad, en mi mente veía a una madre que daría su vida por mí. Una que sería incapaz de entregarme en las manos del depredador, tal vez, lo vi así porque es algo que el Azrael de niño siempre lo anheló. Tener a una madre que lo quisiera y le creyera.

Todo fue una mentira.

Viví una mentira.

Los recuerdos seguían golpeándome más y más, hasta hacer sangrar mis entrañas.

Poseo una sonrisa rota de cristal capaz de cortar a quien se acercara demasiado.

Por fuera solo finjo sonrisas para que todos crean que estoy bien, y por dentro, por dentro me estoy desgarrando.

Ya estoy cansado.

Dicen que si acabas con tu vida no le ves el rostro a Dios, porque solo él puede dar y quitar la vida de un ser humano o cualquier otra criatura que creó. Solo que yo, no puedo más.

No puedo más.

No puedo más.

Te odio papá. Eres un mentiroso.

¿Cual tu motivo para ocultarme todo? Igual algún día me iba a enterar de esto.

Te odio Verónica.

No debiste de seguirle el plan a mi padre.

A ti... mariposa...

No puedo odiarte, y me odio a mí mismo por no poder sentir ningún sentimiento negativo o de rechazo hacia la única chica de la cual me he enamorado, fuiste mi primer amor y la última.

Perdónenme si soy una decepción. Solo que ya he llegado a un límite y colapsé.

«¿Me iré al infierno o mi alma quedará vagando en busca de paz?». Me pregunto.

Estrujo mis ojos y sorbo mi nariz, me deshago de mi chaqueta y mis zapatos, el miedo me paraliza a dar el siguiente paso. ¿Soy un cobarde? ¿Que dirán de mí mis amigos?

Mi respiración cuesta y me veo agitado, llevo mis manos a mi cuello queriendo que el aire pueda atravesar mis pulmones para estar bien, cierro mis ojos y me dejo caer en el agua.

¿Tanto cuesta que me quieran?

¡Hola mis amores! Decidí adelantar la actualización que era para mañana, jeje.

En el próximo capítulo se nos viene la graduación de Jae y Niccoló dejará de dañar a nuestro niño al fin.

Por instagram estaré respondiendo sus preguntas y dudas.

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En el siguiente cap se explicará con más detalle lo que pasó en realidad.

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