~Capitulo 26~
No sé quién tendrá más miedo en este capítulo por sus reacciones, si Niccoló o yo ;) No me funen, yo las quiero.
JAELYN
|DOLOR|
No te enamores de mí, estoy roto y hundido, lo roto solo corta y lo hundido solo ahoga.
Sus labios se curvan en una sonrisa macabra.
—Cuanto tiempo sin saber de ti, primita —habla, metiendo sus manos en los bolsillos de sus pantalones caros. Tengo el impulso de golpearlo pero esos otros hombres que lo acompañan y lo están cuidando me impide hacerlo. Cobarde tenía que ser que necesita de la protección de alguien más—. Debemos de hablar sobre un asunto que nos involucra a ambos.
—No tenemos nada de que hablar de un tema dónde eres culpable.
—¿Culpable? —Tiene el descaro de reírse—, ¿hasta cuando seguirás con eso?
—Hijo de perra —escupe el francés, da un paso hacia el frente pero Chiara lo toma del brazo, deteniéndolo.
Lo odio, lo odio tanto.
Por su culpa no he logrado ser feliz porque cuando estoy por lograrlo llega mi pasado para recordarme lo podrida que estoy a causa de él. No puedo ver mi cuerpo normal, me da asco mi propio reflejo. Puedo echarme jabón cada que tome una ducha pero sus toques seguirán impregnados en mi piel, en mis huesos, en lo más profundo de mi ser.
Él me ha ensuciado el alma.
Ha dejado una marca indeleble en mi vida que permanecerá hasta el fin de mis días. Tal vez pueda vivir con ello, sin embargo, nunca lo olvidaré.
—¿Qué es lo que quieres?
—Si yo caigo... —Da un paso hacia adelante—, te arrastraré conmigo.
—¿Asustado? —me burlo. Él tensa su mandíbula.
—Por tu bien quédate callada.
—Ya te perdí el miedo. No eres nadie.
—Eso lo dices porque estás con tus amiguitos.
—Lo digo porque ya no eres el chico que solía asustarme.
Ya no soy esa niña de seis años que se escondía de él.
Su sonrisa se desvanece, y en su lugar surge una expresión de furia contenida. Estoy en una encrucijada, atrapada entre el deseo de gritarle lo que realmente pienso y la necesidad de mantener la calma. Mis manos están sudorosas, sé que no puedo demostrar debilidad.
—¿Realmente crees que puedes deshacerte de mí tan fácilmente? —inquiere, acercándose de nuevo, su aliento cálido y desagradable rozando mi piel.
—No estás en mi cabeza. No más.
El grupo que lo rodea se ríe, pero lo que no saben es que he estado preparándome para este encuentro. Cada lágrima que derramé, cada noche de insomnio, cada momento de desesperación y locura, todo me ha llevado a este instante. A tenerlo aquí.
—Eres una niña perdida. Siempre lo serás.
—¿Seguro? Parece que lo dices para convencerte a ti mismo más que a mí.
—La diferencia entre tú y yo es que tienes una debilidad. Y es Azrael.
—Tú también la tienes primito —replico con cinismo—, es tu amada esposa.
—Desgraciada —masculla—. No te metas con ella.
Sus manos se enroscan en mi cuello, acordando mi respiración. Lucho para estar tranquila, alguien más; lo empuja para soltarme de su agarre.
—¡No la toques, imbécil!
Niccoló se tambalea hacia atrás, ladeando su cabeza.
—Tu cara... tu cara me recuerda a alguien —comenta.
Andrea se tensa.
—Ya sé de dónde —La sonrisa de Niccoló se hace amplia—. Tienes un hermano que se llama Jean, ¿no? Ese idiota junto a Azrael me dieron una paliza, yo le dije que me las pagaría pero escapó. Y hoy tengo a su hermano delante de mí, que maravilloso.
Chiara tiene lágrimas visibles en sus ojos por el miedo.
—No hables de él —Le Brun habla entre dientes, apretando sus puños.
—Incluso tu hermano fue el único capaz de dispararme en una pierna, tiene las agallas que le faltaron a Azrael ese día.
—No caigas en su provocaciones —murmuro.
—Chicos...
—Eres una escoria, eres repugnante —sisea Andrea con desprecio—. Un verdadero hombre no tocaría a una chica, más si es solo una niña y mucho menos si es de la familia. Tu deber era cuidarla, ¿te gustaría que le hicieran lo mismo a tus hijas? ¿O a tu esposa?
Por primera vez, la confianza de Niccoló titubea. No obstante, la recupera rápido.
—¿De verdad crees que me importa lo que pienses?
Con un asentamiento de cabeza los hombres que acompañan a Niccoló sujetan a Andrea por los brazos, él lucha en vano, sus fuerzas se ven opacadas.
—Suéltalo, él no tiene nada que ver en esto, déjalo en paz.
—Si solo hubieras hecho caso desde el principio de quedarte callada, nada de esto estuviera sucediendo —La sutil amenaza en su tono de voz es muy notoria, me aprieta el mentón provocando que haga una mueca de dolor—. Tendré que enseñarte que conmigo no se juega, coniglietta.
Coniglietta...
Coniglietta...
Coniglietta...
—Deja de llorar niña estúpida, tus padres nunca te escuchan, coniglietta.
Mis ojos pican y una presión en mi pecho me quita el aire.
—Si hablas te mataré.
No puedo respirar...
—Tu madre nos ha dejado otra vez solos, ¿sabes lo que significa? —se ríe, y yo lloraba escondida detrás del armario.
Mamá, ¿por qué no me creíste? ¿Por qué me odiabas? ¿Acaso no merezco ser amada? Entiendo el odio de Vincenzo, él no era mi padre y solo me veía como una carga. ¿Y tú? ¿Por qué tú fuiste así?
De pronto todo se me distorsiona, solo me veo atrapada en el pasado. A ese día. El día que le quise contar todo a mi mamá. Sentía mucho miedo y me le acerqué a la única figura que me trasmitía seguridad por ser mi madre, ni siquiera podía articular bien las palabras porque me veía interrumpida por sollozos e hipos descontrolados.
—¿Mamá?
Ella fumaba un cigarrillo y escribía algo por su celular.
—¿Qué quieres? —Su atención estaba toda en su celular.
—No me sigas dejando sola con Niccoló, yo sé cuidarme sola.
—Ya hemos hablado sobre eso, Jaelyn. No te dejaré sola para cumplir tu capricho.
—Él me lástima.
—Y es mentira, Jaelyn. Los primos se cuidan entre sí.
Su voz era fría como el acero. Mi voz se perdía en el aire denso de la habitación, ahogadas por el humo del cigarrillo.
—Él... él no me cuida, mamá.
Un silencio incómodo se apoderó del espacio. Mi madre levantó la vista de su pantalla y, por un breve instante, vi una chispa de algo en sus ojos. Se desvaneció tan rápido como apareció.
—Deja de exagerar. Eres una niña demasiado sensible.
Las palabras me golpearon como una ola. Sentí que el mundo giraba a mi alrededor, que el suelo se desvanecía bajo mis pies. Esa era la respuesta que temía. ¿Cómo podía ser tan insensible? ¿Cómo podía ignorar mi dolor?
¿Por qué? Era la única pregunta que rondaba por mi mente. ¿Por qué mamá?
—Mamá, por favor, te lo ruego. Necesito que me creas.
Ella suspiró, claramente frustrada, y apagó el cigarrillo en el cenicero con un movimiento brusco.
—No tengo tiempo para esto.
La puerta se cerró detrás de ella con un golpe seco, dejándome sola una vez más. Un mar de emociones se desbordó en mí; la tristeza se entrelazó con la ira, pero sobre todo, con una profunda soledad.
—Niccoló me obliga hacer cosas —murmuré entre lágrimas.
Tengo miedo.
Tengo mucho miedo.
Nos toman por los brazos a Chiara y a mí, Niccoló se apoya en el auto disfrutando de la escena que se va a desarrollar frente a sus ojos. Saca una cajetilla de cigarrillos y enciende uno.
—Hagan que se ahogue con su propia sangre —ordena.
No...
Los ojos verdes de Andrea se llenan de terror.
Un nudo se ha formado en mi garganta.
—Jae... —Chiara se encuentra llorando.
Vuelvo a enfocarme en Niccoló.
—¿Qué pretenden hacerle?
—Por estar de chismosa y hablar demás, él pagará las consecuencias por ti —Se gira a los otros hombres—. Primero lo golpean y después lo matan.
Chiara palidece.
—Jae... —murmura bajito—. Dile que no dirás nada, te lo suplico. Evita esto.
—No, Chiara. No puedo.
—¡No hagan nada! —La rubia se desespera.
—Hagamos un trato —Niccoló se suena sus dedos—. Ten compasión conmigo, y tal vez, yo la tenga con el chico.
—¿Compasión contigo? ¿Y tú la tuviste conmigo?
—No se trata de eso. Olvídalo, eres estresante.
Y mi ira estalla.
—Yo te gritaba, te suplicaba llorando que te detuvieras. ¡Detente! ¡No lo hagas por favor! Esas eran mis palabras que resonaban en aquella habitación cuando era una niña, ¿y te detuviste? Nunca lo hiciste, nunca te detuviste. Me dañaste, me mataste, me arrancaste mi infancia de una manera cruel. ¿Por qué ahora soy yo la que tengo que tener compasión contigo? Estoy harta de ser la buena, de que lastimes a los que quiero.
Arrastran al francés y lo estampan con brusquedad a la pared.
Lo agarra del cabello mientras lo atrae a su rostro para hablarle con toda la burla posible. Él nos da una sonrisa débil tratando de tranquilizarnos. No podemos. El corazón me late a mil por horas y no puedo respirar bien.
—No lloren... —jadea cuando el puño de Niccoló impacta contra su estómago.
Lo han obligado a arrodillarse para que el otro tenga más acceso para golpearlo. Esto no es justo, son cuatro contra uno. Recibe el primer golpe, luego le siguen los siguientes sin cesar. Chiara voltea el rostro llorando en silencio para no ver lo que le hacen a su novio.
Todo es mi culpa. Lo siento, chicos.
—¡Esta bien tú ganas! Suéltalo, no diré nada, me quedaré en silencio. No le hagas nada —Niccoló alza una ceja, no se esperaba que cediera tan rápido.
—¿Tu valentía ha desaparecido? —mofa aburrido.
—¡Maldición, suéltalo!
—Esto es una advertencia para que veas que conmigo no se juega.
—No, por favor...
—¡Deténganse! —grita frustrada Chiara.
—¡Para! ¡Para! ¡Para, maldición!
Niccoló le golpea el rostro, le patea el abdomen, el sonido de sus nudillos impactando contra la piel suena ensordecedor y resuenan en mis oídos. Él gruñe y su cuerpo pierde el equilibrio tosiendo sangre, misma sangre que mancha sus ropas. Tiemblo al ver cómo el dolor se dibuja en el rostro del francés, y el nudo en mi garganta se hace más fuerte, como si un monstruo invisible intentara asfixiarme.
—¡¿No te cansas de joder!? ¡Ya es suficiente! Lo he entendido, no le hagas daño —Estoy tan desesperada que no razono, solo digo todo con impulsividad incapaz de pensar con claridad—. ¡Haré lo que pides! ¡Niccoló por favor!
Es tu culpa.
No es tu culpa.
Si lo es, si se hubieses quedado en silencio Niccoló no se fuera enojado. Nada de esto hubiera pasado.
Si no hubieras hablando tal vez otra chica correría el mismo destino que tú. ¿Quieres eso?
Por tu culpa Andrea está siendo agredido.
No podías evitarlo. No eres adivina para saber lo que sucedería.
Lucho con las voces en mi mente.
Obligan a levantar a Andrea del suelo, está tan herido que no logra sostenerse por su cuenta, Niccoló saca una navaja.
—¡No le hagan daño! —Chiara forcejea para liberarse—. ¡Ten piedad!
Niccoló se ríe.
—Piedad no existe en mi vocabulario, niña tonta.
—Si tienes corazón escúchame, Niccoló. No le hagas daño, él no tiene nada que ver en esto. ¡Hazme daño a mí!
—¡No! —replica Andrea—. No.
—¡Te odio! —Le grito a Niccoló, reuno todas mis fuerzas posibles y le proporciono un codazo al chico que me aprisionaba. Niccoló al ver que no tiene tiempo saca un arma y lo apunta en el rubio, en el mejor amigo de Azrael, el chico que a los pocos días de conocerlo también se volvió mi amigo, ese que nunca pierde la sonrisa en su rostro.
Corro a ellos, mi mente va a velocidad con el objetivo de llegar y abalanzarme sobre Niccoló, él es mucho más rápido y le dispara en el pecho.
—¡AMOR! —grita Chiara desgarrando sus cuerdas bucales—. ¡NO! ¡NO!
Esto...
Esto no es verdad.
Sus rodillas fallan y chocan contra el pavimento, presiona la herida jadeando, Chiara se libera arrodillándose junto a él.
—Resiste —La rubia lo abraza—. Todo estará bien, amor. Todo estará bien, te lo prometo, no me dejes, no lo hagas.
—No me gusta verte llorar —Limpia las lágrimas derramadas de mi amiga con su pulgar.
—No mueras.
En un movimiento rápido, me giro buscando algo, cualquier cosa que pueda usar. Mis ojos se posan en una botella de vidrio rota en el suelo, y me agacho para recogerla. La adrenalina recorre mi cuerpo, y en ese instante, me doy cuenta de que no voy a dejar que Niccoló gane. No voy a permitir que su locura destruya lo que queda de nosotros.
—¡Eres un monstruo! —grito, lanzando la botella hacia Niccoló.
El cristal vuela por el aire, y aunque falla, el golpe resuena en la pared.
Niccoló se sobresalta, un cristal corta su mejilla derecha. Un hilo de sangre sale por el corte.
—¡Solo haces daño! ¡Solo vives para dañarme! ¡Te odio! ¡Eres tan despreciable que tu misma madre te repudió al nacer! ¡Eres un monstruo!
Escucho el llanto de mi amiga y el susurro débil del francés.
Me distraigo y Niccoló aprovecha para escapar en su auto.
Me arrodillo junto a ellos marcando con manos temblorosas al 911.
La ambulancia no tardan en hacerse presente haciendo sonar el sonido de la sirena anunciando que en poco tiempo estarán aquí para llevarse al francés, la herida en su pecho cada minuto se ve peor.
—Las princesas no lloran.
—No cierres los ojos, la ambulancia está que llega, sé fuerte —Mi voz se rompe.
—Me duele, Jae. Me duele el pecho —Chiara solloza más fuerte aferrándose a Andrea—. ¿Puedes marcarles a mis padres? —Pide debilitado—. Quiero escuchar sus voces.
*
AZRAEL MARCHETTI
—Buenos días imbécil —exclama Renzo con toda la intención abriendo las cortinas de mi habitación.
Gruño escondiendo mi cara entre las almohadas para ocultarme de la luz solar.
—Sigue estando temprano.
—¡Es hora de despertarse! Levántate ya son las once de la mañana, ¿no teníamos que ir al bar donde trabaja esa chica? ¿Como era que se llamaba? ¿Linda? ¿Olivia? —Frunce los labios pensativo, tirando de mis mantas.
—Livia —bostezo estirando los brazos medio adormilado.
—¿No es lo mismo?
—La estas llamando Linda, obviamente no es lo mismo.
—Como sea. Aprovechemos que Le Brun acompaña a mi hermana y a tu chica a elegir el vestido que usarán para su graduación —Ahora tira de mi brazo, obligándome a salir de la cama—. Solo le haremos unas preguntas, ¿como es que ella está involucrada con lo de Jae?
Me voy incorporando de a poco, la cabeza me da vueltas y los ojos se me vuelven a cerrar, anoche no pude pegar el ojo por más que lo intenté. Solo estuve dormitado y el sueño me ganó fue amaneciendo.
Padezco un zombie por las ojeras que cargo. Estoy del asco.
—Ella... —Arrugo mi entrecejo, ¿de que estábamos hablando? Ah, de la chica esa, Livia—, ella puede que sea otra víctima de Niccoló. Creo.
—¿Crees? —repite irónico—. No estás muy seguro.
Mi teléfono vibra, tiene muchos mensajes, entre ellos uno que llama mi atención. Es un número desconocido, abro el chat: «tengo que decirte algo, soy Dante». Entrecierro mis ojos, ¿por qué demonios Dante querría hablar conmigo?
Una camisa vuela a mi cara, me la quito de inmediato.
—¿Qué te pasa?
Renzo busca en mi armario.
—¿Qué se te perdió ahí? —inquiero.
—Ve a tomar una ducha —Coge un pantalón y me los pasa—, el tiempo vale oro, Marchetti.
—¿Por qué estás tan apresurado?
Abre y cierra la boca, alguien toca la puerta abierta, comparto una mirada con Renzo, él hace una mueca tratando de decirme que ha querido hablarlo pero no encontró como. Su cabellera pelirroja es lo primero que observo seguida de su cara de psicópata. No es por menospreciarlo, pero siempre me ha parecido que le hacen falta algunas tuercas en la cabeza por su comportamiento tan impulsivo.
Lamo mis labios resecos.
—¿Vienes por tu hermano?
—Si —suspira—, ¿donde está?
—Salió con mi hermana —Se adelanta a decir Renzo rígido—, su novia.
Jean esboza esa sonrisa maliciosa.
—¿Son cuñados? Guao, quien se lo imaginaría.
Salgo de cama, pongo mis pies en la fría madera y camino al baño con pasos perezosos. No quisiera levantarme de cama hasta que mi cuerpo se sienta descansado.
—¿Cuando llegaste? —Me giro a verlo.
—Nunca me he ido, Azrael. Solo que no quería estar cerca de ustedes —Mira a Renzo, éste otro se ha puesto de malhumor.
—¿Donde te estuviste quedando?
Se encoge de hombros.
—Tengo mis contactos, lo cierto es que, mis padres quieren a su pequeño hijito de vuelta con ellos. Por lo menos mamá, extraña a su "bebé".
—No deberías de llevarte mal con Andrea, es tu hermano —masculla Renzo.
—Ese es mi problema, no el tuyo.
—Renzo tiene razón —replico—. Intenta arreglar tus diferencias con tu hermano, solo se tienen el uno del otro.
Salimos de casa, Renzo cómo de costumbre es el que conduce, el otro francés que nos faltaba se nos ha unido y no deja de molestar a mi amigo. Ellos dos no se llevan bien, desde que conocimos a Andrea y por él pudimos conocer a Jean, sus personalidades chocan y no se soportan. En una ocasión terminaron yéndose a los golpes en una fiesta.
Nos tardamos media hora en llegar al bar donde trabaja Livia, es un bar de mala muerte. El lugar tiene un aire de desidia que se siente en el ambiente. Las luces neón parpadean intermitentemente, y el olor a cerveza derramada y humo de cigarrillo se mezcla con el sudor de los clientes que llenan las mesas. A medida que cruzamos el umbral, un murmullo de conversaciones se detiene, solo para reanudarse con más fuerza.
—Aquí estamos —anuncio intentando sonar animado, aunque mi expresión es de desagrado total.
—¿Es necesario hablar con ella? Este lugar es un basurero.
—Claro, tú acostumbras frecuentar sitios de cinco estrellas —ironiza Jean, Renzo lo fulmina.
—¿Y quien ha pedido tu opinión de mierda?
—¿Te molesta que te digan la verdad? Te crees mucho y no eres nada.
—Tranquilos, chicos —intervengo—. Solo vamos a hacer las preguntas y nos iremos.
Renzo asiente, en su rostro aún refleja descontento. Caminamos hacia la barra, donde Livia está sirviendo tragos a unos tipos ruidosos. Su cabello oscuro le roce sus hombros.
—¿Eres Livia?
—Sí, soy yo —responde sin mirar hacia arriba, concentrada en su trabajo mientras desliza una botella de licor hacia un cliente que la reclama.
—Necesitamos hablar contigo.
Finalmente, levanta la vista y me observa con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Sus ojos se abren un poco más al reconocerme.
—¿Tú otra vez? —rueda sus ojos fastidiada—, ¿qué quieres? —espeta—. Te he dicho que no sé nada si volviste a venir a lo mismo. Ahora váyanse y déjenme trabajar.
—Puedes ayudar a que lo encierren en la cárcel Livia, tu testimonio es importante.
—¡Déjenme vivir en paz! —Se irrita.
No sigo insistiendo porque una llamada me deja desconcertado. Le han disparado a Le Brun. Prácticamente nos vamos al hospital enseguida. Él yace inconciente sobre la camilla conectado a un montón de aparatos que emiten un pitido agudo, Chiara está acurrucada a su lado, y Jae sentada en otra silla abrazando sus rodillas. Se ve algo perdida.
—¿Qué sucedió, chicas? —Renzo va hasta su hermana, ella tiene los ojos rojos e hinchados de tanto llorar.
—Niccoló —susurra Jae—. Nos atacó, a Andrea lo golpeó y le disparó en el pecho. El doctor dijo que todavía no está fuera de peligro. Pero al menos la bala no le ha alcanzado el corazón.
No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Ese es un claro ejemplo de lo que está pasando en este instante. Jean no ha dicho nada, su rostro es un sinfín de emociones desde la rabia hasta el dolor que cruza en su expresión. Camina con pasos lentos a la camilla y se lleva sus manos a su boca observando el rostro pálido de su hermano.
—Mira lo que te hicieron... —Hace un esfuerzo para no romperse delante de nosotros, sus ojos han enrojecido y le cuesta respirar con normalidad—, hermanito... maldita sea. ¿Él estará bien? —Su pregunta flota en el aire, Chiara balbucea que no se sabe.
—Si. Ese idiota es fuerte —afirmo.
—Estarás bien —Le echa para atrás el cabello que le cae por su frente. No se suponía que él debería de estar aquí, supongo que fue algo del destino para darle una lección y hacerlo entrar en razón—. Eres fuerte, hermanito —Se sienta a su lado, acariciándole su mano. Su cuerpo se ha puesto rígido, las lágrimas brotan y baja la cabeza—. Vamos idiota, eres el único que logras sacarme de quicio, no puedes morir —musita en apenas un hilo de voz, sus manos se dirigen a su rostro—. Tienes la piel fría, debe de tener frío, hay que buscar unas cobijas gruesas que lo protejan del frío. Ayúdenme a buscar unas mantas para abrigarlo.
—No te preocupes, Jean, buscaré algo.
Renzo se queda al lado de Chiara, susurros de consuelo se entrelazan con el sonido del pitido constante de las máquinas. Jae me observa mientras me alejo. Recorro el pasillo del hospital, buscando una sala de suministros. Mis pensamientos giran en torno a lo que ha sucedido. En este mundo, la vida parece frágil, y cada día es una lucha constante. Al llegar a la sala, me encuentro con una enfermera que organiza algunos materiales.
—Disculpa, ¿tienes mantas?
—Claro, aquí hay algunas —me responde, señalando un armario. Abre la puerta y saca un par de mantas.
—Gracias —digo, tomando las mantas y sintiendo su calidez. Regreso a la habitación, donde la atmósfera sigue siendo tensa—. Aquí están —anuncio al entrar, extendiendo las mantas hacia Jean. Las toma tembloroso, envolviendo a su hermano con cuidado.
—Te lo agradezco —balbucea, sus ojos aún llenos de lágrimas.
Salgo del hospital acompañado de Jae, ella no ha mencionado nada, pero la conozco. Sé que se siente culpable. Así que la tomo de la barbilla para que me mire a los ojos.
—¿Qué tienes, flaca?
—Estoy... ¿es mi culpa?
—No lo es —Presiono mis labios sobre su frente—. Nada es tu culpa, mariposa.
—¿Debí de quedarme callada?
Mis expresión se oscurece.
¿Como se le ocurre pensarlo? Quedarse callada es dejar que Niccoló se salga con la suya.
—No, no te acobardes. Es eso lo que Niccoló busca.
Ella suelta una risita percatándose de algo.
—¿Qué estás mirando?
—Tus pecas.
—No tienen nada de especial.
Mi dedo sigue la línea de una de esas pequeñas manchas claritas en su piel. Joder, todo de ella me encanta.
—Tienen todo de especial —replico, sonriendo ligeramente—. ¿No te he dicho que son como constelaciones en un cielo despejado?
—No —Sonríe.
—Tienes pecas en tu nariz, y dos lunares en tu clavícula. Y una pequeña mancha detrás de tu oreja que escondes con tu cabello —enarca una ceja—. Me percato de cada detalle de mi chica.
La envuelvo con mis brazos pegándola a mi cuerpo, aspiro su fragancia de su perfume de su champú preferido, uno que huele a melocotones y menta.
La decisión ya está tomada. Por primera vez en mi vida tengo miedo a que algo malo pueda ocurrir y que mi plan se vaya al carajo. Esto lo hago por ti, mariposa. Para que puedas lograr sanar completamente y puedas llevar una vida tranquila, aún si yo no logro estar en ella. Perdóname.
Cartas escritas por Azrael Marchetti a la edad de quince años:
05 de febrero.
Hoy me siento como si estuviera atrapado en una niebla espesa, una que no parece tener fin. Cada día me despierto y la misma pesadez se apodera de mí, como si llevara un peso invisible sobre mis hombros. La verdad es que me siento solo, incluso en medio de la multitud. A veces me pregunto si alguna vez podré sentirme libre de esta oscuridad que me rodea.
18 de Abril.
Todos los días intento sonreír y hacer como si todo estuviera bien, pero por dentro es una lucha constante. Los recuerdos felices parecen lejanos, como si pertenecieran a otra persona. Me encuentro luchando contra pensamientos que me dicen que no valgo la pena, que nadie se preocupa realmente por mí. Esos pensamientos se convierten en ecos en mi mente, repitiéndose sin cesar y haciéndome sentir más pequeño y aislado.
28 Julio.
Cuando miro a mi alrededor, veo a otros que parecen tenerlo todo: amigos, risas, sueños. Me pregunto por qué es tan fácil para ellos y tan difícil para mí. A veces me gustaría gritar, hacer que alguien se dé cuenta de lo que realmente siento, pero tengo miedo de que no entiendan. La soledad se siente como una amiga cruel que nunca se va y que me recuerda lo diferente que soy.
11 de Agosto.
Sé que necesito ayuda, que no puedo seguir así. Sin embargo, dar el primer paso me asusta. La idea de abrirme y mostrar mi vulnerabilidad es aterradora.
No estoy bien.
Nunca estaré bien.
Soy un cristal roto, una vez partido no tiene arreglo. Solo soy un fragmento inservible para muchos.
Es triste darse cuenta que no eres el mismo durante años y nadie se percata de ello.
¡Hola mis amores!
Ha pasado unos días, creo que fueron ¿dos semanas? Tengo bloqueo, no he logrado salir de él. Me costó una barbaridad escribir este capítulo.
¿Qué piensan del capítulo?
¿Qué creen que Azrael hará?
No me maten, sé que les toqué un personaje que aman. Él estará bien.
Recomienden libros para salir del bloqueo.
Siempre subo spoiler por mis redes.
(Instagram): Nathalikell45.
(Tiktok): nKellOficialWattpad.
Ya se acerca el final, después de este subiré unos extras que darán inicio al libro de Lysander. Las que no saben la noticia en mi instagram votaron para que uno de los hijos de Azra tenga un libro y ese hijo se llamará Lysander.
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