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~Capitulo 24~

JAELYN

|TERAPIA GRUPAL|

MINI MARATÓN 1/2

«Su novia».

—¿Qué más da si...

—Quiero una respuesta, Jaelyn.

—Si, si quiero ser tu novia.

—Ahora si puedo besar, tocar y celar a mi novia cuando y donde quiera.

Me sujeta de mis muslos con posesividad y unió nuestros labios en un beso que iba más allá de ser suave.

No lo rechazaría. Azrael es mi mundo, mi vida entera. Si el destino me dio otra segunda oportunidad para hacer las cosas bien y poder ser feliz con el chico que quiero no lo iba a desechar por miedo. Ya basta de esa Jaelyn que sobre piensa en todo lo malo que le pueda pasar, si debo de empezar desde cero será con una actitud diferente.

—Como soy tu novio no me generes dolores de cabezas innecesarios.

—¿A que te refieres?

—Con chicos, que estés a solas con un imbécil que quiera algo de ti.

—Para eso existe la confianza.

—Te tengo confianza a ti, pero no al imbécil que esté contigo. Si no quieres que arresten a tu bello novio por cargos de asesinato no lo hagas.

—Perdón no escuché lo demás, ¿dijiste bello novio? Eres mi novio pero todavía sigo buscando lo... —lo miré de arriba a abajo divertida—... lo bello.

Él se indignó.

—Estas ciega entonces.

La brisa fría desordenó nuestros cabellos.

—Uff, está fría. Tiene ganas de llover.

—No va a llover, en el pronóstico dice... —Saca su teléfono para revisar, decía que iba a llover, como el señorito quería llevarme la contraria—: Estás cosas ni sirven, siempre se viven equivocando.

—Si me resfrío será tu culpa.

—Si te quejas —bufa guardando su celular en el bolsillo trasero de su pantalón.

—Hemos terminado —acoto. Azrael se sobresalta, mi caminata comienza rumbo a la casa, aunque para poder llegar debo de tomar un taxi y no tengo dinero para pagar uno.

—¿Estás bromeando? Si apenas hace dos minutos somos novios y ya me estás terminando.

—Si.

—No lo hagas. Yo sigo siendo tu novio te guste o no.

—Deja el drama —Le acaricié sus mejillas, admirando que solo es para mí.

Unas nubes se acumularon en el cielo y una llovizna que se fue haciendo cada vez más fuerte nos azotó.

—¡Te dije que iba a llover, nunca me haces caso!

Tuvimos que correr a tomar un taxi, Azrael me cubrió con su chaqueta como un paraguas, él si se estaba empapando con el agua fría de la lluvia. Tomamos uno que nos llevó a la mansión Marchetti, mi madre y Aurelio estaban en la cocina hablando entre ellos cuando ingresé a saludarlos.

—Quítate esa ropa —exigió horrorizada mi madre, cortaba unas verduras para la cena. La mayoría de las veces no se acercaba a la cocina porque le pagaban a un chef que hiciera el trabajo, pero como era el día libre de Lorenzo a mi madre no le quedó de otra que hacer uno de las tareas diarias del hogar.

Según ella misma.

—Solo está un poco mojada, no es para tantos.

—Te vas a resfriar, jovencita —dijo Aurelio, sentado en un taburete detrás de la isla americana.

—Iré a cambiarme —Subo corriendo los escalones.

Azrael se encerró en su habitación, la puerta quedó entreabierta así que me escabullí dentro, él estaba de espaldas sin camisa secándose su cabello húmedo con una toalla. Él no es musculoso, tampoco es delgado. Sus brazos están llenos de venas al igual que sus manos, y los músculos que posee en su espalda se le flexionaban por cualquier movimiento que hacia. 

—¿Admirando la vista? —Se dio la vuelta con una sonrisa socarrona.

Recorrí mi mirada por todo su torso desnudo, hasta detenerme en el elástico de su bóxers que se le veía porque sus pantalones lo tenía desabrochados.

—¿No puedo ver lo que me pertenece? —Di un paso más cerca de su proximidad.

Sus manos me tomaron de la cintura y me sentó encima de él, sobre su regazo. Caímos en la cama, el besaba y mordisqueaba mi cuello.

—Están en la cocina —Logro murmurar, sus besos son como una droga para mí—. Aurelio y mi madre nos pueden escuchar.

—¿Y cual es el problema?

Le di un golpecito.

—No lo haremos idiota, menos sin... protección.

—¿Y quien te dijo que no tengo? —Abre un cajón de su mesita de noche donde tiene un paquete de condones. Mi rostro entero se calienta.

—No lo haremos. Punto —Me detuve a reflexionar—. ¿Qué haces con condones?

—Soy paciente, sabía que este día llegaría —Otro golpecito en su hombro por pervertido. Él se queja y me muerde la oreja.

—Azrael... —jadeo.

Él se separa con sus mejillas y nariz roja, un estornudo se le escapa seguido de una maldición. Toco su frente y cuello que se sienten calientes.

—Te has resfriado.

—No, no —balbucea. Me pongo de pies para ir a buscar un termómetro, sus dedos se envuelven en mi muñeca—. ¿Para donde vas, amorcito? No huyas.

—Idiota, estás muriendo de fiebre y aún quieres hacerlo.

—Mi fiebre es la calentura que siento por ti, vamos hacerlo y se me pasará.

—Oh, no. Prueba con otra excusa.

—Vas hacer que me sienta triste —se queja.

—Primero debes de terminar de quitarte esa ropa mojada.

Busco en su armario camisa y encuentro una de algodón suave, de color gris claro que le quedaría bien. Al regresar, lo vi frotándose los brazos, intentando calmar un poco el frío que le daba el haber salido de la ducha. Le lanzo la camisa, y él la atrapa al vuelo.

—No soy solo un cuerpo caliente —dijo mientras se la ponía con una sonrisa pícara—. También tengo buen gusto.

—Eso lo discutiremos en otro momento —respondí, cruzando los brazos mientras lo observaba vestirse.

Azrael se acerca de nuevo, mirándome con intensidad.

—¿Te parece que me veo bien? —pregunta, haciendo un movimiento exagerado para mostrar la camisa.

—Te ves... bien —admití, sintiendo cómo mis mejillas se sonrojaban.

Él se inclinó hacia mí, su aliento cálido acariciando mi piel.

—Mi chica se ha sonrojado.

Llevo mis dedos a su frente la cual sigue ardiendo en fiebre, no me sorprende que tenga la nariz y las mejillas rojas. Lo llevo de vuelta a la cama, él se enfurruña de mala gana quedándose acostado.

—No quiero estar acostado, es aburrido.

—Quédate ahí. Voy por un termómetro.

—Tengo uno en la mesita de noche.

Le di un vistazo a su habitación; las paredes estaban adornadas con obras de arte contemporáneo, y un gran ventanal ofrecía una vista panorámica del exterior del jardín. En el centro, una cama king-size con sábanas de seda mientras que un escritorio de madera oscura estaba perfectamente organizado, con un ordenador de última generación y gadgets tecnológicos. Un armario empotrado mostraba una  colección de ropa de diseñador, con trajes colgados y zapatos de marca alineados. En una esquina, una consola de videojuegos de alta gama y una pantalla gigante de un televisor.

Abrí el closets buscando otra sábana para cubrirlo del frío. Había una pesada de color rojo que olía a detergente floral. Se la tendí sobre su cuerpo, sus ojos me observaban en silencio con su cabello despeinado. Envidiaba lo lacio que era éste, no usa productos para cuidados del cabello a excepción del shampoo. Por naturaleza lo tiene hermoso mientras que yo tengo que usar diferentes acondicionadores para que mi cabello no se volviera en rulos en las puntas.

En su mesita de noche, busqué algunos medicamentos que podrían ayudar a bajar su fiebre. En el primer cajón encontré un frasco de jarabe y un termómetro.

—Tómate esto —ordené, ofreciendo el jarabe. Azrael frunció el ceño, luego aceptó con un suspiro resignado.

—No me gusta tomar medicamentos, pero supongo que no tengo otra opción.

—Exactamente —le sonreí, sintiendo que mi corazón se derretía un poco más por su actitud desinhibida. Tomé su mano, le puse el termómetro bajo la lengua.

Me tumbé a su lado, apoyando mi cabeza en su pecho aspirando su aroma masculino. Como estábamos en temporada de lluvias ésta no paró en ningún instante, dentro de la casa no se escuchaba solo cuando golpeaba al cristal de la ventana. Esperé a que su temperatura bajara y mientras lo hacía encendí la televisión para ver una película que por la opinión no necesitada de Azrael era una ridiculez.

—Tienes unos gustos pésimos.

—Tú entras en esos gustos —Le pinché una mejilla.

—A excepción de mí, claro.

Me incorporé mirando a la fotografía que descansaba sobre su escritorio. Era de un mujer de cabello oscuro como el de Azra y con sus mismas facciones en femenino. ¿Era su madre? El niño de unos siete años que salía en la fotografía no tengo que adivinar para saber qué es Azrael. La mujer era muy linda y aparentemente delicada.

—¿Por qué nunca me has hablado de ella?

—¿De quien?

—De tu madre.

Su cuerpo se tensa por unos segundos y su expresión se ensombreció mostrándome al chico que no le gustaba que se entrometieran en su vida personal, puede que haya sido una pregunta directa. Si somos novios debo de saber más de él, de lo que le oculta a los demás y solo guarda en su interior.

—¿Y para que quieres saber de ella? Está muerta —espeta brusco.

Mi estómago se contrajo al saber que estoy en territorios que no debería de pisar, su mandíbula se aprieta y desvía su cabeza para la misma fotografía.

—La pérdida de un ser querido duele.

—Tú que vas a saber de perdidas —murmura después suspira, cerrando sus ojos y acariciándose sus sienes—. Perdón, Jae. No debo de hablarte así. No me gusta hablar de mi madre, me trae recuerdos dolorosos.

—Si necesitas desahogarte estoy dispuesta a escucharte. Eres mi apoyo en mis recaídas, yo también quiero serlo para ti.

Se dio la vuelta para enfrentarme, su brazo izquierdo me agarra de la cintura y con su mismo cuerpo nos empuja hasta que mi espalda toca el colchón, mi respiración se atasca al comprender lo que quiere hacer. No estoy lista para ese paso, me aterra solo pensar en hacerlo.

—¿Qué haces, Azra?

—Vamos a disfrutar de nosotros —habla ronco en mi oido erizando mi piel—. Te necesito, lo haremos despacio.

Su mano se desliza por mi costado, dibujando círculos en mi piel, un gesto que me hacía temblar. Sus besos recorrieron mi cuello y mi clavícula, mis brazos delgados subieron a sus hombros para alejarlo pero sus labios capturaron los míos logrando detenerme.

—Azra, espera...

Él se detuvo, su mirada profunda y oscura buscó la mía, como si intentara leer mis pensamientos. Su respiración era entrecortada, y pude notar un destello de vulnerabilidad detrás de sus orbes.

—¿Qué pasa, Jae?

—No estoy segura de estar lista para esto...

Su expresión cambió. La calidez en su mirada se tornó en una mezcla de comprensión y frustración. Se apartó un poco, dándome el espacio que necesitaba, su mano aún sostenía la mía.

—Lo entiendo, no quiero presionarte.

Habíamos tenido nuestros encuentros sin llegar a los extremos de pasar a la siguiente fase que implica unir nuestros cuerpos en una danza de placer. Algún día lo haré y quiero que sea con él, hoy no es ese día. Puede que sea frustrante pero no estoy preparada. Él se sienta en la orilla de la cama y se frota su rostro, yo lo abrazo por detrás de su espalda.

—Soy un idiota —susurra—, no sé en que estaba pensando.

—No eres ningun idiota.

—Mi madre se avergonzaría de mí.

—Tu madre estaría orgullosa de ti —musito—. Eres un chico de lindos sentimientos.

—No, no lo estaría.

—No es cierto —replico apretándolo aún más—, ella vería en ti la bondad que a veces tú mismo no reconoces. No importa lo que hayas pasado o lo que fuiste, eso no define quién eres ahora.

—Yo no soy bueno —sus ojos enrojecen lucha con las lágrimas que quieren escapar—, mi madre luchó sola contra esa enfermedad. Yo pude hacer más, pero no hice nada para que ella siguiera con vida. Puede que Renzo tenga razón en lo que me dijo aquella vez.

No sabía a lo que se refería, él tragó con dificultad y hundió sus hombros, luciendo decaído.

—¿Qué te dijo Renzo?

—Todo lo que toco lo destruyo. No lo dijo por mal, o es lo que quiero pensar. Nosotros habíamos tenido una fuerte discusión y pues eso me tomó desprevenido.

—No, Azra. No le hagas caso a lo que digan las otras personas, tú más que nadie me lo dices, ¿por qué no lo aplicas contigo? —Alcé su barbilla para que me viera a los ojos—. No podemos detener la muerte de otro ser humano, cada quien tiene su fecha de nacimiento y de muerte, duele mucho, solo tenemos que entender que es parte de nuestro ciclo como seres humanos, nacer; crecer, reproducirse y morir. Nada puede cambiar.

—La extraño, Jae —Las lágrimas salieron  y rodaron por sus mejillas sin control, mi corazón se quebró. Nunca lo había visto llorar, Azrael es un chico lleno de energía, positividad y ver esta faceta de dolor me parte el alma—. Extraño a mi mamá —solloza igual que un niño pequeño que no encuentra consuelo.

—Ven aquí —musito, acercándome para envolver mis brazos alrededor de su torso. Él se dejó llevar, apoyando su cabeza en mi hombro mientras sus lágrimas empapaban mi camiseta—. Respira con calma, ¿bien? —Le animé hacer porque su llanto se ahogó en lamentos de lo que pudo haber hecho.

Mi mente viajó a ese chico que era aparentemente frío, que no le importaba nada pero que su mundo era su madre. Su madre duró unos años enferma, sus síntomas iniciaron cuando Azrael tenía diecisiete años. Nunca le dijo nada hasta que todo empeoró, cuando ya no vio escapatoria le confesó a su hijo sobre su estado crítico de salud.

Mis ojos también arden, me las arreglé para no llorar. Horita mi prioridad es tranquilizar de él, que entienda que no es su culpa, que hay cosas que escapan de nuestro control.

Su peso se hizo presente, nuestras estaturas se podían diferenciar. Él es alto, enorme y pesado, yo soy enana y débil de fuerza, su peso me aplasta. Le hablo en voz casi susurrante para que se centrara en ella y olvidara lo que nos rodeaba. Él ha sido mi ancla en este recorrido, así como me ha motivado a seguir, yo lo haré con él. Esa noche se durmió sobre mi pecho, su respiración se calmó, mis dedos los pasaba por las hebras de su cabello, peinando el desorden que es cada uno. Somos la pieza faltante que el otro necesita.

En la mañana del otro día, tuve una sesión grupal junto con mi psicóloga. Somos un grupo de tres chicas y dos chicos; Caterina, Bianca, Marco, Davide (y yo incluida). Hoy traje a la fuerza a Azrael conmigo, lo tuve que chantajear para que pudiera acceder a venir. Tomamos asientos, él con sus manos apretando las mías con la incomodidad presente en su rostro.

—Hola, Jae —Bianca fue la primera en acercarse a saludarme con un beso en la mejilla, dándome un codazo para que le presentara al pelinegro. Se le notaba la curiosidad, lástima para ella. Azrael Marchetti es mío—. ¿Y quien es?

—Ah, él es...

—Soy su novio —Corta malhumorado.

Que no se note que no está obligado.

—Interesante, no sabía que tenías novio, Jae —Caterina esboza una sonrisa pícara. En cambio Bianca asesinaba a Azrael con los ojos y él a ella.

Este chico no sabe hacer amigos.

—Sí, bueno... es algo reciente —respondí,  le resté importancia al tema buscando de Azrael, que se volvió a entretener a entrelazar sus manos con las mías.

Marcos se sentó frente a nosotros y nos miró burlón. Es parte de su personalidad.

—Me alegra por ustedes —Marco habló, intentando romper el hielo—. ¿Qué te trajo a la terapia, Azrael?

—Mi Lamborghini.

—¿En serio? —Davide que no había hablado hasta el momento levantó una ceja divertido por la respuesta. La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo, y Azrael, a pesar de su actitud, parecía un poco más relajado—. Cuanta humildad.

—No es mi culpa ser rico y guapo.

Me hundí en la silla avergonzada, yo quería que hiciera amigos no enemigos. Gracias al cielo todos se lo tomaron como si fuera una gracia.

—Guao, debe ser muy díficil ser rico y guapo, ¿no? —Caterina se carcajeó.

—Es una responsabilidad que tengo que llevar todos los días de mi vida —pronuncia con aires de superioridad—. En realidad, estoy aquí porque mi novia cree que necesito ayuda —añade sin dejar de mirar hacia otro lado, el suelo le resulta el lugar más interesante a su parecer.

Bianca soltó una risita, pero Marco no se lo tomó a la ligera.

—Todos necesitamos ayuda de vez en cuando, amigo. Lo importante es reconocerlo —comenta, intentando sonar sabio. Azrael le lanzó una mirada desafiante, pero no dijo nada.

—Así que, ¿cuáles son tus problemas, Azrael? —inquiere Bianca, inclinándose hacia adelante con interés genuino.

—No tengo problemas, tengo inconvenientes.

—Hablando de inconvenientes, ¿por qué nunca me dijiste que tenías un novio? —La atención de Caterina cae en mí.

—Tiene un novio tan hermoso que ni ella misma se lo cree —alardea Azrael.

Quiero que la tierra me trague.

—Vamos, Jae, no te pongas así —Davide me animó a hablar. Dios mío, todo por la culpa de Azrael—. Todos estamos aquí para apoyarte.

—Sí, claro, porque eso es lo que necesito ahora mismo —murmuro, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas.

—Hola a todos, hola Azrael —se integró nuestra psicóloga que había llegado y de inmediato supo quien es el chico que me acompaña, en nuestras sesiones privadas le hablo mucho de él—. Si no tienes problemas, ¿qué te gustaría cambiar de ti mismo?

Azrael se quedó en silencio sopesando en sus palabras.

—Quizás podría aprender a ser más... accesible —admitió, mirando a sus pies.

Sonrió satisfecha con su respuesta.

—Eso es un buen comienzo —dijo mientras anotaba algo en su cuaderno—. Abrirse a los demás puede ser difícil, pero es necesario.

—¿Y qué tal si comenzamos por compartir algo sobre nosotros? —propuso Caterina—, yo puedo empezar.

—Adelante.

Caterina se acomodó en su asiento, y todos la miramos expectantes.

—Bueno, yo solía tener problemas de autoestima —confiesa—. Creía que no era lo suficientemente buena, y eso me afectó en mis relaciones.

Las miradas se volvieron hacia Bianca, quien asintió, como si estuviera de acuerdo.

—Yo también he luchado con eso. Aprendí a valorarme y a rodearme de personas que me apoyan.

—Eso es genial...

La mirada de Azrael se suavizó, y por un momento, vi un destello de interés en sus ojos.

—Yo... —comenzó, se detuvo. Sus manos apretaron las mías un poco más.

—Vamos, Azrael —lo alentó Marco—. Aquí estamos para escuchar.

Después de unos segundos, habló:

—A veces me siento un poco perdido —Su voz es más baja, casi vulnerable—. Tengo un vacío que no he logrado llenar después de la muerte de mi madre.

—Debe ser muy díficil lidiar con eso —Bianca hizo una mueca de comprensión—. Todos sentimos que estamos perdidos y que no encontramos sentido a nuestras vidas cuando perdemos a alguien importante.

—Sí, pero no todos tienen un Lamborghini como yo.



*

Dos horas más tarde salimos de la sesión grupal, la psicóloga motivó a Azrael a que siguiera con nosotros, él se negó porque no necesitaba de esa ayuda. Tomamos rumbo a un barrio en busca de información de una chica que había estado investigando los últimos pasados días y por lo que encontré de ella puede ser crucial para acusar a Niccoló por sus cargos de violación, si otras chicas se unen para acusarlo es un peso inevitable que le caerá encima.

La justicia lo hará pagar.

Las casas traen consigo tonalidades apagadas, con paredes desgastadas por el tiempo y un aire de desolación. Cerramos la puerta del auto dirigiéndonos a una casa de fachada blanca, con ventanas cubiertas por cortinas viejas y una puerta principal de madera que cruje cuando la tocamos.

—No hay nadie.

Suspiro frustrada.

—¿No podemos esperar?

Azrael hace caso omiso, rodea la casa buscando alguna entrada.

—¿Piensas entrar?

—Si.

De repente la puerta se abre y una mujer mayor sale por ella.

—¿Llamaban? —pregunta ajustándose sus lentes.

Su cabello canoso está recogido en un moño deshecho y su rostro surcado de arrugas revela la cantidad de años que ha vivido.

—Sí, disculpe. Nos gustaría saber si tiene información de una chica que solía vivir aquí. 

La mujer frunce el ceño, como si estuviera evaluando nuestras intenciones.

—¿El nombre de esa chica? —inquiere, cruzándose de brazos.

—Se llama Livia.

Sus ojos se suavizan un poco, aunque aún hay una sombra de recelo.

—Livia... —murmura—. La conocí. Solía venía por aquí, hace tiempo que no la veo. Esa chica estaba metida en problemas.

—¿Qué tipo de problemas?

—Problemas con las adicciones, es una pérdida de tiempo tratar hablar con ella.

Livia es una de las tantas víctimas de Niccoló y debo de dar con ella.

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