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~Capitulo 22~

AZRAEL MARCHETTI

|UN ERROR|


En el pasado.

Iba de camino a casa.

Salí del instituto sujetando una tira de mi mochila y la otra mano empuñada, encerrando la bola de papel donde el profesor me había tachado todas las respuestas del examen como incorrectas, encima no le importó humillarme. No fui el único, lo acostumbraba hacer con sus estudiantes que reprobaban en sus tareas asignadas. Igual me sentía fatal, con esa sensación de que mi madre pudiese sentirse decepcionada, nunca me regañaba si una calificación era baja. No obstante, quería ser su orgullo y con esas calificaciones no lo sería.

Fue que mi atención captó a la niña, bueno o más bien adolescente que pasaba una pierna al otro extremo del puente. Contuve el aire, ¿qué estaba haciendo? Se podía resbalar y caer. ¡¿Esta loca!? ¡Se puede matar!

El puente era alto y debajo lo que le esperaba son varios autos que pasan a gran velocidad. Mis piernas se extendieron echándome a correr, tuve que calmar mis nervios y me quedé a unos cuantos pasos, vacilante. ¿Y si me acercaba y ella se tiraba? No permitiría que eso sucediera. Hay que dialogar con una persona con pensamientos suicidas, no sabes por lo que están pasando o como pueda ser su reacción. Mis nudillos se pusieron blancos apretando la barandilla del puente.

—¿Qué haces? Bájate de ahí.

—No —Fue su única respuesta cortante.

La brisa movía su cabello y, por un instante, pensé que podría ser suficiente para que se detuviera. Pero ella volvió a mirar hacia abajo, la distancia entre ella y el vacío parecía insignificante, como si lo estuviera considerando. La desesperación me inundó; no solo estaba luchando por ella, sino también por mí mismo. ¿Cómo podía ayudarla cuando yo mismo no sabía cómo enfrentar mis propios fracasos?

—No desafíes a la muerte, no te gustará ser unas de sus víctimas.

—No la estoy desafiando, la anhelo.

—¿Como te llamas?

—No quiero ser tu amiga, vete.

—¿Acaso no tienes familiares que te van a extrañar? ¿No tienes alguien especial que te va a llorar? —Hizo una mueca de dolor, había dado en el clavo, así que seguí—: No lo hagas, la muerte no es la solución para nuestros problemas. Es una salida rápida para los cobardes.

—Ni siquiera sé quién eres, déjame en paz —Se limpió sus lágrimas con su suéter algo brusca—. No quiero ser salvada por un desconocido.

—No te estoy salvando, solo te hago entrar en razón. Eres muy joven para pensar en la muerte como tu única alternativa, existen otras formas.

—Para mí esta es mi única salida —ahoga un sollozo.

—Soy Azrael Marchetti.

—¿Y? Te dije que no quiero ser tu amiga.

—Tu nombre.

—No te lo daré, niño. Déjame tranquila.

—Tu nombre —insistí.

—¡Qué terco eres! —exclamó roja, se volvió a donde yo estaba. Los latidos acelerados de mi corazón se calmaron al verla a salvo—. ¡Vete!

—No necesitaste de un héroe para ser salvada, tú misma te has salvado —le dije con una sonrisa, y ella se sonrojó avergonzada, dándose cuenta que, salió del peligro solo para pelear conmigo.

—Eso es lo que crees —bufa, cruzando sus brazos.

—Aún no me has dicho tu nombre —Ladeé la cabeza.

—Soy Fiorella —murmuró ella, con la cabeza gacha.

—¿Y qué edad tienes?

—Trece —balbuceó, no se atrevía a mirarme a los ojos.

—¿Y con trece añitos ya quieres acabar con tu vida? Guao, me sorprendes —Di un paso más cerca, y pasé un mechón de su cabello detrás de su oreja. Se sobresaltó y me lanzó un manotazo.

—No me toques.

—Oye, solo quiero ser tu amigo.

Descubrí que Fiorella y yo teníamos muchas cosas en común, le gustaban las mismas bandas de rock que a mí me gustaban. Compartíamos el mismo cantante favorito al igual que algunas series y películas. Ella quiso aprender a patinar sobre hielo por lo que, la empecé a enseñar, al principio era algo torpe. Después supo manejarlo bien, y hacíamos competencia sobre la pista.

—Tengo un hermanito pequeño —Me había confesado una tarde de primavera, descansando debajo de las sombras de un árbol—. Es tres años menor que yo.

—¿Y como se llama?

—Dante. Lo quiero mucho. Es lo único que me motiva a seguir adelante.

—Nunca habías hablado de él.

—Si, tienes razón —suspira, dibujaba un osito en la tierra con un palo de una rama seca—. Supongo porque no te tenía mucha confianza, pero ahora que somos amigos es diferente.

—¿Y por qué no lo traes contigo?

—Es tímido, apenas y habla con mis padres —Deja de dibujar en la tierra y se abraza sus piernas, apoyándolas contra su pecho—. Algún día lo haré. ¡Tiene la misma edad que tu hermana adoptiva! —exclama soltando una risita contagiosa—. ¿Como es que se llama ella?

—Ah, esa. Se llama Jaelyn —mascullo hostil.

—Sé que no tienes una buena relación con ella, pero deberías de intentarlo. Ella no tiene la culpa de lo que sucedió entre tus padres, y si tú elegiste estar con tu mamá no tienes que estar diciendo que ella te quitó lo tuyo, porque no es así.

Me quedé unos minutos en silencio. De igual modo ni le di importancia, a mí me gustaba pelear con la mocosa esa.

—Mis padres ayer volvieron a discutir —comentó ella, con la vista clavada en la nada. Le dolía tener una familia disfuncional, que lo único seguro era su ambiente tóxico y lleno de maltrato—. A Dante le está afectando esto, la otra vez se mostró violento con mi madre. Ella no hizo nada para corregirlo, eso está mal. Si Dante crece creyendo que puede maltratar a las mujeres será un mal chico, y no quiero que mi hermanito termine así.

—¿Y tú no le dices nada?

—Se burla de mí, dice que no lo tengo que estar regañando. Que no soy nadie.

—Tu hermano es una peste.

Ella abrió la boca ofendida.

—¡Mi hermano no es ninguna peste!

Me encojo de hombros, con desinterés.

—Me cae mal y no lo he conocido.

Se sienta sobre mi regazo, la empujé para atrás como si su contacto quemara.

—¡¿Qué haces loca!?

Fiorella estalló en carcajadas.

—¡Solo quiero jugar!

—¿Y por qué te sientas sobre mis piernas? No lo hagas, es molesto.

—¿Te pone nervioso? —insinúa con coqueteo. Hice un esfuerzo para no rodar mis ojos, ¿qué le pasa? ¿Se le salieron los tornillos de la cabeza o qué?

—Los amigos no hacen eso.

—¿Y si yo no quiero ser tu amiga?

—Pues te jodes, porque es lo único que serás.

Su sonrisa divertida muere.

—No debes de estar queriendo tener un novio —continué irritado de sus estúpidas provocaciones—. Estamos muy chicos para siquiera pensarlo, por el amor a Dios, somos todavía unos niños, te guste o no. Las niñas de tu edad juegan a las Barbie o esos juegos de maquillajes.

—Ya estoy grande para jugar a las Barbie.

—Y muy pequeña para tener novio —le reñí.

—Eres aburrido.

—Tú estás loca.

—¡Azrael!

—Solo te puedo ofrecer mi amistad, Fiorella.

Sus ojos se llenan de lágrimas, hago una mueca. Estoy siendo duro con ella, pero también sincero, no le daré esperanzas de algo que nunca será entre los dos.

—¿Solo te puedo pedir un favor?

—Depende.

—No te enojes, cierra los ojos.

—¿Qué harás?

—Cierra los ojos, solo eso te pido —suplica—, por favor.

Hago lo que ella me pide, sus manos tocan mis hombros y su peso se cierne de nuevo a mi regazo. Mi cuerpo se tensa, quiero apartarla, esto no está bien. Su aliento choca con mis labios y cuando abro mis ojos, estoy atónito. Casi en shock, ella presiona sus labios contra los míos. Yo no los abro, incluso los aprieto más. No la quiero, ella no puede entender eso. ¡No la quiero! El impulso de apartarla me consume y sin darle tanto rodeo, la alejo, limpiando mis labios con total desagrado.

—Azrael...

—¡No debiste hacer eso! —Le grito, furioso.

—Yo no...

—¡¿Tú qué!? ¡Te dije que no me gustas! Yo no soy como tú, no ando buscando tener novia. ¡Solo tengo catorce años!

—Perdona yo...

—Te lo dije, nunca me escuchas. Hace lo que se te da la gana. Así no seguiré siendo tu amigo, si no comprendes el significado que conlleva a eso.

—¡No, no, no! ¡No me dejes! —Solloza aterrada, se me abalanza para abrazarme, yo no le devuelvo el abrazo. Estoy tan molesto que solo la quiero empujar y decirle unas cuantas palabras hirientes. Pongo todo de mi autocontrol para no herirla más de lo que ya está—. Eres mi salvación, no sé qué haré sin ti.

—¿Te estás escuchando? De verdad si estás loca, ¿como qué no sabes que hacer sin mí? Obviamente seguir con tu vida, ni que yo fuera el oxígeno que necesitas para vivir, tonta.

—¡No lo entiendes! Si tú te vas... yo... yo no podría seguir con mi vida.

—Necesitas ayuda urgente.

—¡Yo no estoy loca!

—Nunca dependas de alguien más. Tu vida debe de seguir con o sin esa persona.

—No podría si tú no estás a mi lado. Te necesito Azrael.

—Esto se salió de mis manos. Lo mejor será que no seamos amigos, yo te quiero Fiorella, pero como amiga.

Ella solloza aún más fuerte, a mí me da igual. Solo lo hace para llamar la atención, que busque a sus papis y a mí me deje tranquilo. Es una molestia.

—Te odio.

—¿Algo más que decir?

—¡Te odio tanto! —Golpea mi pecho con sus puños. La tomo de ambas muñecas, solo he dejado que una sola niña me golpee y es la tonta que vive en la casa de mi padre Aurelio, no dejaré que alguien más lo haga. Mi paciencia se agota y todo es por culpa de esta chica que no entiende que son los límites entre una amistad—. ¡Ojalá te mueras!

—¿Ahora soy el malo? Solo porque soy sincero.



*

En la actualidad.

Duele.

Su recuerdo aún duele.

—¿Qué haces aquí solo? Te vas a resfriar —La voz de Aurelio suena detrás de mis espaldas, mantengo mi vista clavada en la fuente, cada que respiro mi aliento es visible por el frío. Él se quita su saco solo para ponerlo sobre mis hombros—. ¿Extrañas a tu madre?

En estos últimos días ha estado muy al pendiente conmigo, todavía se me hace extraño su cambio.

—No. Solo pensaba.

—¿Quieres hablar sobre eso?

—Estoy bien.

—Marchetti —No me cree.

—Estoy bien, lo estoy. No te preocupes.

—Porque te conozco me preocupo, hay algo que te está afectando. ¿Qué es?

No digo nada.

—No me tienes esa confianza que le tenías a tu madre, pero estoy ahí para escucharte. Eres mi hijo, sin importar que no llevas mi sangre.

—Aurelio.

—Soy tu padre.

—Papá...

—Dime, hijo —Pone una mano en mi hombro, incómodo. No acostumbra mostrar este afecto, se está esforzando.

—Si alguien se suicidó indirectamente por mí, ¿eso me hace un asesino?

—Es por esa chica, ¿verdad?

—Si.

—Ya hemos hablado de esto, no te hace un asesino. Tú no la obligaste a que se quitara la vida, fue su decisión, no la tuya. No debes de sentirte mal por algo donde eres totalmente inocente.

—Todos me dicen lo mismo.

—Porque no eres culpable, no te sientas como tal. Si alguien te dice que lo eres, esa persona está errado.



*

JAELYN

—¿Como te fue?

Chiara se levanta de la silla al verme salir del consultorio de mi psicóloga, guarda su celular en los bolsillos de su sudadera roja. Le dije que no era necesario que me esperara, que podía irme sola, y se quedó. Nunca me hace caso a lo que le digo, es tan terca.

—Me fue... bien.

—¿Solo bien? Tienes los ojos llorosos.

—Es difícil hablar sobre lo que sucedió sin que no duela, ya he aprendido que la culpa no es mía, nunca lo será —Me regala una sonrisa llena de orgullo, pasa sus brazos por mi cintura y caminamos juntas hacia afuera—. ¿Por qué te quedaste?

—Eres mi mejor amiga, no te dejaré sola en este proceso. Estaré siempre para ti.

—A veces te pasas de cursi —me burlo, me da un empujón fingiendo estar molesta—. Ya se nos acerca nuestra graduación, ¿te vas a ir del país? ¿O te quedarás a estudiar en unas de las universidades de por aquí? No me gustaría que te fueras lejos.

—Mi padre es el que ha insistido —comenta Chiara—. Dice que sería bueno que me fuera, él se encargará de pagarme todos los gastos que incluye la universidad. Incluso habló con mis abuelos, ellos están ansiosos por verme. Han pasado diez años cuando estuvimos reunidos en una cena familiar, después solo me he contactado con ellos por medio de videos llamadas.

Hace dos noches atrás, nos dio la noticia de que se irá del país, a estudiar en el extranjero. Fue inesperado, nosotras habíamos planeado ir a estudiar en la misma universidad donde están los chicos. Esto nos pilló desprevenidos a todos, el padre de Chiara es el que quiere que su hija le haga compañía a sus papás, ya que estos son dos adultos mayores que necesitan que alguien más joven este conviviendo con ellos, por si se les presenta una emergencia.

—¿Y tú quieres irte?

—Estoy indecisa, no sabes lo agotador que es vivir con mi madre. Es una mujer complicada para todo, se pelea conmigo hasta por la mínima falla que cometa.

—¿Y por qué no vives con los chicos? Ahí está tu hermano.

—Si supieras que ahora peleo bastante con él.

—¿Por qué? Si ustedes se quieren tanto.

—No lo sé, Jae —se encoge de hombros, juntando sus cejas rubias, ese gesto la hace ver tierna—. Él es raro, pensé que estaba interesado en ti. Luego me enteré que Azrael lo amenazó.

Me freno en seco.

—¿Qué Azrael hizo qué...?

—¿No lo sabías? —Se lleva sus manos a su boca, sorprendida—. Yo creí que tú lo sabías... —niego—. Azrael lo amenazó para que dejara el interés que Renzo había despertado contigo. Me lo dijo Andrea, y mi hermano puede ser frío con el francés pero con el estúpido tuyo se deja hasta golpear.

—Azrael no es mío.

—Claro, y yo soy virgen —replica irónica.

—Déjalo, no empieces.

Su sonrisita malvada que se extiende por sus labios me dice que no lo dejará, que eso solo el principio. Ruedo mis ojos divertida de ella y sus conclusiones todas locas. Puede que en cierta parte, él si es mío, nos pertenecemos el uno con el otro. No me gustará verlo con ningún otra chica. Solo de pensarlo se me revuelve el estómago, y mi boca toma un mal sabor.

—Por lo que me has contado, ustedes se han metido mano, ¿no? Azrael te cela de los chicos y tú no que quedas atrás. ¿Y no es tuyo? Si el mismo idiota lo dice.

—¿Qué dice?

—Que es tuyo, y que tú le perteneces.

Todo lo que estoy viviendo ahora me parece algo tan irreal. Quien se imaginaria que ese chico que llegó con intenciones de volver mi vida un infierno solo es un algodón de azúcar. Utiliza esa fachada de chico malo como un disfraz para ocultar su verdadera personalidad, se la muestra a las personas que son importantes en sus vidas.

¿Qué tan importante seré para él?

—Hay una chica... —Empiezo, llegamos a la cafetería y nos sentamos. Pedimos unos batidos de fresa y de chocolate. Apoyo mis manos en la mesa y hablo en un tono bajito, primero echando una ojeada por si nos están observando—. He estado investigando por mi cuenta y creo que ella puede que sea otra víctima de Niccoló —Chiara alza sus cejas—. Y se lo que vas a decir, todavía no he hablado con mi madre, si lo haré. Necesito de la ayuda de ella y Aurelio, no seguiré dejando que pasen los años y ese imbécil siga sin pagar por lo que hizo.

—Niccoló es para que esté en una cárcel. Como te has mantenido sin hablar él sigue haciendo de las suyas. Solo piénsalo de esta forma, si él está encerrado ninguna otra chica correrá peligro. De manera indirecta, salvas a otra chica que pase por lo mismo que tú. Estas tomando la decisión correcta.

—Tenía miedo —murmuro.

Toma mi mano entre la suya por encima de la mesa.

—Si, cariño. No es fácil, jamás voy a poder comprender tu dolor, sé que quedaste así desde que se lo dijiste a tu madre Carla y ella no te creyó, eso no significa que los demás no lo harán.

—Eso me lo ha dicho mi psicóloga, antes no lo creía. Una parte de mí se culpaba por lo que sucedió, ahora no.

—Y es un gran avance —me felicita—. Aunque no lo creas, Jae. Eres muy valiente, hay personas que están orgullosas de ti, no los decepciones.

No deberían de estar orgullosos de mí. Soy un desastre andante. La mesera llega con los batidos y nos los entrega. Nos centramos en otro tema, la rubia habla sobre su complicada relación con el francés. Le da miedo volver a enamorarse, y que le suceda lo mismo que pasó con Dante. Quería huirle a ese sentimiento. Muevo mi pies contra el suelo algo ansiosa, no puedo seguir dándole vueltas a esto:

—Tengo que decirte algo —Chiara se queda en silencio—. Perdóname, soy una tonta que se deja someter fácilmente por lo que las otras personas le dicen, y no pensé que las consecuencias de quedarme callada serían peores.

—¿Es malo?

—Chiara, yo sé quien es la amante de Dante.

—¿Dante? Jae, ya no me importa quien es la amante de él.

—Es que… —suspendo la respiración, buscando las palabras adecuadas—. La amante de Dante es tu... tu mamá.

Se lo ha tomado tan desprevenida que escupe su bebida.

—No... —sus ojos se llenan de lágrimas—... estás bromeando.

—Yo los vi, tu mamá es la amante de él antes de que ustedes rompieran.

—No puede ser... —susurra, y las lágrimas comienzan a caer, una tras otra—. ¿Desde cuándo lo sabes?

Muerdo el interior de mis mejillas.

—Fue un día después de la llegada de Azrael.

—¿Y no me habías dicho nada? —ríe sarcástica.

—Escúchame...

—No, escúchame tú a mí —interrumpe. Salimos de la cafetería y me empuja a la pared—. Eres una traidora, tu deber era decírmelo, no ocultarlo.

—Déjame...

—¡¿Qué!? —Ni siquiera me deja hablar—. ¡¿Qué dirás!? ¿Tuve miedo? Porque eso es lo único que salen de tus labios. Soy una damisela en apuros. Nunca puedo, soy una inservible. Tengo pensamientos suicidas, soy una inútil. Alguien que no deja ir su pasado, ¿eso es lo que dirás? Estoy cansada de ti.

—Chiara...

—¿Vas a llorar? ¡Resuelves todo llorando!

—Para, ya para.

—Ahora sé que no puedo confiar en ti. Si me ocultaste esto, ¿qué más me has escondido?

—Por favor, Chiara, no digas eso. Eres mi amiga, siempre lo has sido.

—¿Amiga? ¿Qué clase de amiga oculta la verdad más dolorosa de su mejor amiga? No puedo seguir así —sisea con odio—, no quiero seguir siendo tu amiga.

Otro empujón de su parte, mis piernas fallan, flaquean y caigo. Mis manos amortiguan el golpe, solo me lastimo mis palmas y rodillas que arden. Aprieto mis puños por encima del asfalto, la decepción y la tristeza me recorren queriéndome hacer estallar. No hago nada para defenderme, está dolida. Le mentí, le oculté algo que no es fácil de procesar, soy mala amiga. Mi vista se nubla, porque a pesar de su resentimiento hacia mí, no tengo la culpa de que su madre se enrolle con alguien que podría ser su hijo.

Pestañeo un par de veces para no llorar, no dejaré que mis emociones me ganen y Chiara tenga razón en lo que dijo. Resuelvo todo llorando, escucho a los lejos su voz elevada. Ella me grita, me toma del cabello para que me ponga de pies, no obstante, es como si me mente se hubiera desconectado por un momento. Mi cuerpo está presente, pero mi mente no. No la escucho, estoy tan sumida en todos los errores que he cometido que le presto atención, eso la enfurece más.

—Que te jodan —escupe, dándose la vuelta y desaparece de mi visión.

Tal vez yo soy el problema.

Odio sentirme así. Odio ser tan débil. Odio mi vida. Me odio.

¿Por que tuve que nacer? Es una maldición vivir una vida que te ha tratado con tantos golpes, y cuando crees que los estás superando llega algo que te quita toda esa felicidad efímera.

Saco mi celular de mis bolsillos al sentirlo vibrar.

Azrael Marchetti (alias el feo que se cree divino)

Iremos a un parque de diversiones, ponte algo bonito.

Pd: Que no sea tipo Adam Sandler.

Seguido envía un sticker de un cachorrito lanzando besitos.

Ay, Azra. Yo no te merezco.

Rio entre lágrimas y sollozos.

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