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~Capitulo 20~


|I LOVE YOU|

JAELYN

Nunca me han gustado los hospitales.

Son lugares sombríos donde muchas personas están luchando en esa cuerda invisible de la vida o la muerte. Tengo mala experiencia con ellos, de pequeña, cuando mi abuela enfermó la tuvieron que internar en uno. Dede ahí, supe que ese ambiente estaba cargado de incertidumbre y tristeza. Recuerdo las luces brillantes y frías, el olor a desinfectante que parecía envolverlo todo, y los murmullos apagados de las enfermeras y los médicos, que esperan un diagnóstico para esas familias que guardan esperanzas.

Mi madre solo me dejó visitar a mi abuela dos veces, decía que los hospitales no es para que los niños estuvieran correteando, que si lo quería hacer para eso existen los parques. Como si ella fuera una mujer de sacarme al parque, su tiempo se reducía a pelear con mi padre, bueno el que creí que lo era. A mí me valían sus regaños innecesarios, me divertía tanto con la abuela que me daba el valor suficiente para sacrificarme, con ella todo se sentía mágico. Me leía cuentos, me cantaba canciones, con ella horneaba pasteles y me sentaba en la silla para que hiciera peinados en mi cabello.

Era muy pequeña como para recordar su rostro a detalle, y los pocos recuerdos que reserva mi mente los guardo en lo más profundo de mi corazón.

Ahora estaba en un hospital después de años.

Aurelio llevó a Azra al hospital de inmediato, para que el veneno no hiciera su efecto, aunque lo hizo vomitar gran parte de ese líquido. Mi madre no dejó que estuviera con ellos y me recomendó que fuera a tomar una siesta para volver en la mañana del día siguiente. Sería un caso perdido si me podría a protestar para quedarme, al final Aurelio se le uniría y me sacarían del hospital.

Apenas desperté me fuí directo a saber cómo estaba el chico que me gusta y me saca de quicio por su forma de ser. Se cree que es un dios griego y que todos los que lo rodeamos envidiamos su "belleza" Su madre fue una verdadera guerrera, lo soportó durante veintiún años. Tuvieron que darle un Óscar.

En la recepción una enfermera, una mujer de sonrisa amable y cabello rizado me indicó en que habitación lo tenían. Su habitación es la trescientos seis. Al abrir la puerta, el olor a desinfectante me golpeó, pero lo ignoré. Allí estaba él, quedo suspendida sin moverme de la puerta y el pasillo. Hay un intercambio de palabras entre él, el francés y una enfermera. Cierro la puerta sin que ellos notaran que había llegado.

—¡Tienes que comer, niño estúpido!

—¡No lo obligue! —Andrea le apartó la cuchara que sostenía la enfermera.

—¡No voy a comer esa comida! —protestó Azrael.

—¡Tienes que comer, y tú no te metas mocoso! —Eso último se lo dijo al francés, que jadeó indignado.

—¡¿A quien llamas mocoso!?

—Al mocoso que lo pregunta.

—No lo llame mocoso —Enarco una ceja, sorprendida. Pensé que lo defendía hasta que agrega—: Solo yo puedo insultarlo, no me robe mi lugar.

—Que gran ayuda —murmura con sarcasmo el francés.

—¿Pueden dejar de gritar? —Renzo se cubre sus oídos, metiéndose.

—¡Esa señora molesta a nuestro Azraelcito! —Andrea señala, y atrae a Azrael a su torso como si estuviera protegiendo a un niño pequeño.

Azrael le pega un manotazo.

—Quítate.

—Debes de comer, Marchetti.

—Esa comida no, quien sabe si se lavaron las manos antes de cocinar. Me da asquito comerla.

—¡Come, he dicho! —chilla la enfermera, no le tiene paciencia.

—No.

—Mira niño estúpido... —Lo jaló del cabello y empezó a zarandearlo.

—¡MI HERMOSO CABELLO!

—Oiga señora, eso se llama maltrato animal —Renzo intentó librar a Azrael de los ataques de ella.

—¡¿Me estás llamando ANIMAL!?

Le Brun rompió en risotadas.

—Y tú esclavo mío —Azrael lo miró con un deje de enfado—. Salva a tu señor —Y el idiota le hizo caso.

Más empujones, más gritos, y la sopa cae al piso. La enfermera agarra también a Andrea por el cabello y le lanzaba manotazos por el rostro, Azrael tomó a la mujer por los hombros para alejarla de su amigo. Ella se mantuvo aferrada al cuerpo del francés, Renzo intentaba calmarlos a los tres.

—¿Buenos días? —Dudé.

Esos tres me ignoraron, menos Renzo que suspiró aliviado. Ahora la enfermera tiraba de los cabellos a Andrea y Azrael al mismo tiempo, no sé cómo le hizo para sacar fuerzas pero su agarre era firme y no pensaba ceder tan fácil.

—Chicos...

—¡TE VAS ARREPENTIR DE GOLPEARME!

—¿Eso es una amenaza? Niño estúpido.

—¡AZRAEL NO ES NINGÚN NIÑO ESTÚPIDO!

—Ah, claro. El estúpido eres tú.

—¡YO NO SOY UN NIÑO ESTÚPIDO!

—Deje de maltratar a esos dos animales —Renzo se volvió a entrometerte—. Ellos están en peligro de extinción, son una raza unica.

—En peligro de extinción te va a quedar el ojo morado que te voy a dejar —Amenaza Azrael.

—¡Eso! Apoyo al huerfanito —Andrea aplaude.

—¡Huerfanito quedarás tú, cuando te saque las bolas!

Aclaro mi garganta, ese veneno le terminó de dañar el cerebro a Azrael. Ahora estaba modo agresivo activado.

El francés se muerde el labio con picardía.

—Eso implica que toques mi sexy cuerpo de modelo.

—Será de stripper —murmura Renzo.

—Chicos.

—¿¡Qué quieres fastidiosa?! —vociferó Azrael y abrió sus ojos, dándose cuenta de donde provenía esa voz, de mí—. Oh.

—¿Cómo me llamaste?

—¿Yo? Sufro de amnesia.

—Te llamó fastidiosa —repitió Andrea, apuntando a Azrael con su dedo—. Y en tu cara, Jae. Es un descarado.

Azrael volteó su cuello con una mirada y aspecto de un demente.

—¿Qué dijiste, chismoso?

Azrael temblaba de la ira.

—Ay, Azraelcito, yo también sufro de amnesia.

—Par de idiotas, ¿qué son esos gritos?

—Esa señora me está obligando a comer —Azrael señala a la enfermera, cuyo nombre es Annette.

—¿Y por qué el jovencito no quiere comer? —Pongo mis brazos en jarra.

—La comida sabe horrible.

—Come —Le ordeno.

—No quiero. Y no me van a obligar.

—Tráiganme otra sopa —Pido. Annette mata como unas trescientas veces en su mente a Azrael al salir a buscarle otra sopa.

Él se cruza de brazos, enfurruñado, yo me siento a su lado y paso mis dedos por su cabello que caía desordenado por su frente. Mi madre y Aurelio entraron con una mochila donde traían ropa y productos de uso personal para el chico que mantenía su entrecejo fruncido. Ellos hicieron todo lo posible para que dieran de alta a Azra. La noche anterior le hicieron un lavado gástrico, nunca había visto a Aurelio tan nervioso por alguien, creí que solo sentía amor hacia sí mismo. Descubrí que quiere a Azrael y teme perderlo, incluso unos minutos antes de irme a la mansión alcancé a notar como lo tomaba de la mano a esperar que él despertara.

—¿Cómo estás, hijo?

—Eh... —carraspea incómodo—. Estoy bien, no te preocupes.

—Anoche nos diste un buen susto, Azrael —dice Verónica, acercándose a él.

—No podía respirar.

—Lo sé, esa bebida y otras las manipularon con esa intención —comenta Aurelio algo tenso.

—¿Fue intencional?

—Si, mandé a investigar quien es el que está detrás de esto, no se quedará así.

—¿Hay algún sospechoso? —Aurelio niega.

—No, después de todo, era una boda. Puede que esa bebida iba destinada a alguien más, pero nos tenemos que asegurar de que eso sea así.

—¿Y por qué alguien querría matar a Azrael?

—Mi belleza los tienen... —Todos lo miramos mal a él, se calló—. ¿Qué? No me miren feo. Les duele que hable con la verdad. Ni la muerte misma soportó tanta perfección en un solo ser —Para terminar con su dramatismo se lleva un brazo a su frente y se tira a la camilla.

—Y yo que creía que solo Chiara serviría para ser actriz —murmura Renzo.

Le traen la sopa a Azrael y solo se la toma porque se la doy a la boca, sonrío en mis adentros, saca su niño interior conmigo. Me gusta, es mi lugar seguro, nunca creí que llegaría a lograr tener uno. Ahora que lo tengo no pienso dejarlo ir, me aferraré a él así cueste.

—¿Ves que no costaba nada?

—No me culpes —Sus brazos rodean mi cintura y me apretuja a él—. Estoy loquito por ti.

—Uhm, estamos muy de acuerdo en eso.

—Que modesta.

—Lo aprendo del mejor —Le guiño un ojo.

—La alumna debe de superar al maestro —Nos han dejado solos, Azrael se abrocha el cinturón de sus pantalones, no pierdo la oportunidad de devorarlo entero. Parezco una pervertida. Bufo, no creo poder superarlo a él, es una competencia pérdida. Extendió su mano y entrelazamos nuestros dedos—. Vámonos a la casa señorita.

El resto de la tarde lo pasé con Azrael, que no dejaba de molestarme cada dos segundos. Había puesto una película de terror, algo que le dije que no lo hiciera porque soy miedosa y luego que salió la mujer gritando en la pantalla con todo el volumen puesto, Azrael simplemente saltó de la cama y me dejó encerrada en mi propia habitación. Le di patadas a la madera de la puerta, lo maldije en todos los idiomas existentes y tuvo piedad de mí cuando ya mi corazón no podia más.

—¡Como te odio! —Él abrió la puerta, le salté encima a golpearlo, no tuvo más opción que cubrirse el rostro de la lluvia de manotazos que recibía de mi parte.

—Ya, ya —Sus labios tiraron de una sonrisa burlona.

—¡¿No te da cosita por mí!?  ¿Qué hubiese pasado si me encuentras muerta? —blanqueó los ojos.

—Eso no pasará ni en juego, dramática.

—Puede existir la posiblidad, todo es posible.

—Como te quiero, así toda dramática, chismosa, chillona y mandona —Me pegó a su pecho y sus brazos los envolvió por mi cuello, me quedé muda por su inesperada acción. ¿Como me llamó?

—Yo no soy chismosa, idiota.

—Me enamora tanto amor que me demuestras.

Nos habíamos quedado viendo a las cara fijamente, regresé a la realidad y me aparté de su abrazo asfixiante de un empujón, yo quería hacerme la furiosa y él no cooperaba. Dio un paso atrás y su espalda chocó con la pared. Estuve allí procesando lo que me había sucedido, sentí ese bajón caliente y el malestar no tardó en arremolinarse en mi vientre.

—Ay, creo que me llegó —murmuro, llevándome una mano allí para frotar. El tonto que tenía adelante parpadeó confundido, no sabía de qué hablaba.

—¿Que te llegó qué?

Ahora se supone que debo de explicarle al niño con paletas o dibujitos la naturaleza de la mujer.

—Eso que nos llega a las mujeres todos los meses

—¿La locura?

Azrael quiere que lo mate, él está haciendo todo su esfuerzo para que se haga realidad.

—Serás idiota.

—¿Y qué es entonces?

—¡El periodo, la menstruación, imbécil!

—Ya te pusiste agresiva

—¡Me duele el vientre! ¿Que esperas que te hable bonito?

—¿Te duele mucho?

—Ya se me pasará, a veces nos viene con dolor

—¿Y qué puedo hacer para que no te duela?

—Es inevitable, Azra. Solo tráeme una pastilla para el dolor.

—Ven, flaca —Me alza en sus brazos y me guía a la cama, me deposita allí con suavidad, deja un casto beso en mi frente y cubre mi cuerpo con las mantas—. Te traeré la pastilla, pero ¿no quieres que te ponga una serie o prefieres escuchar música mientras tanto?

—Azrael, ni que fueras a cruzar medio mundo para buscar una pastilla.

—Solo quiero consentir a mi chica, déjame ser romántico.

—No se te da bien.

—¡Estoy haciendo mi intento, estúpida!

—No me llames estupida, inepto.

—¡Estúpida, estúpida, estúpida! —se carcajeó, a mí no me hizo gracia—. Eres más amarga que un limón, vamos mariposa, sonríe. Quiero verte hacerlo.

—No tengo motivos para sonreír.

Azrael bajó a la planta baja a buscar la pastilla, me hundí un poco más en las mantas, tratando de encontrar un poco de confort en su calidez. A la mayoría de las mujeres nos pone de malhumor estar en nuestros días, todo es incómodo, ¿por qué los hombres no son los que pasan por esto? Para ellos todo es más fácil, se nota el favoritismo. Regresó en un abrir y cerrar de ojos, como si hubiera corrido. Con una mano, sostenía un pequeño frasco y con la otra, una botella de agua.

—Aquí tienes, reina de las amarguras —dijo con una sonrisa triunfante mientras me ofrecía la pastilla.

—Gracias, tonto —respondí, tomando la pastilla y tragándola con un sorbo de agua.

—¿Qué tal si te cuento una historia?

—No estoy de humor para cuentos, Azrael.

—Aún así, lo haré. Hace tiempo, en un lugar muy lejano...

Le lancé un cojín por la cara.

—Cállate —Mis pies tocaron el suelo y me fui al baño a buscar que ponerme, la puerta quedó entreabierta—. Si te veo husmeando por la puerta te irá mal.

Su risita resonó en la habitación.

—¿Y bien? —preguntó desde la puerta—. ¿Qué tal la búsqueda del tesoro?

—Cállate —respondí, aunque no pude evitar sonreír. La verdad es que su insistencia en hacerme sentir mejor hacia ver todo divertido, a pesar de que a veces pudiera parecer un idiota.

Busco tampones en el cajón del baño, con la mente distraída por el dolor que comenzaba a ceder. Mi cuerpo temblaba, no hallaba en ninguno, revolví con el objetivo de encontrar por lo menos una toallita y no. Se me habían acabado y se me olvidó comprar. No hay que perder la calma, respira hondo, piensa Jae. Escuchaba a Azrael hacer ruido en la habitación, probablemente acomodando los cojines o buscando algo que no necesitaba. Maldije entredientes, la situación no podía volverse más embarazosa. Regresé a la habitación con el ceño fruncido y una mezcla de frustración y nerviosismo.

—Azrael —Llamé, intentando que mi voz sonara más tranquila de lo que me sentía—. Necesito que me ayudes con algo.

—¿Qué pasó? —preguntó, levantando la vista de su teléfono, donde había estado distraído.

—No tengo... —me detuve, recordando que no quería exponer mi situación de esa manera. No había otra opción—. Me he quedado sin tampones y no sé qué hacer.

Bajé la mirada, jugueteando con mis dedos, por el ardor de mi rostro mi cara ha de estar roja.

—¿En serio? —dijo, poniéndose de pie—. ¿Quieres que salga a comprar algo?

—No quiero que salgas por eso —respondí, sintiendo que la vergüenza me envolvía—. Pero tampoco puedo quedarme así.

—Voy a buscar algo, no te preocupes. —Su tono era decidido mientras se dirigía a la puerta—. Quédate aquí, no quiero que te muevas mucho.

Me quedé sentada en la cama, sintiéndome un poco culpable por hacer que él se preocupara tanto. No era su responsabilidad, y aún así, ahí estaba, listo para ayudarme en lo que necesitara.

—Azrael —llamé, esta vez más suave—. Realmente no es necesario que salgas. Puedo esperar hasta que se me pase.

—No, Jae. No voy a dejar que estés incómoda. Voy a comprar algo que te sirva.

Salió de la habitación, y pude escuchar cómo bajaba las escaleras. Me recosté en la cama, sintiéndome un poco más aliviada por la pastilla, pero aún con ese pequeño nudo de incomodidad en el estómago.


*

AZRAEL

A veces me pregunto si soy yo el que no tiene paciencia, o son ellos los que se pasan de estúpidos.

Seguí mi camino hasta una farmacia con los dos fastidios siguiéndome detrás de mí, no sirven para nada, les pedí su ayuda y no supieron que responder. «¿Qué quieres que haga, Azrael?», me dijo el idiota de Renzo, mientras que el francés simplemente se reía, «¡es solo un periodo!». Claro está que lo estampé a la pared.

Entré en la farmacia, buscando con rapidez la sección de productos femeninos. Miré a mi alrededor, asegurándome de que nadie me conociera. ¿Qué pensarían si me veían ahí, buscando tampones? Para mi mala suerte, dos chicas que llegaron juntas, seguro son amigas, me miraron extraño.

—¿Qué?

—Nada, solo... nunca había visto a un chico en esta sección —dijo una de ellas, con una sonrisa burlona.

—¿Y qué? ¿No puedo venir a comprar algo?

—Claro, claro. Solo que es inusual —replicó la otra, mientras ambas se intercambiaban miradas cómplices.

Renzo y Andrea estaban del otro extremo aguantándose de la risa, tienen la masculinidad frágil. No quisieron acompañarme hasta esta área, porque es para las chicas.

Me las van a pagar.

—Aunque... eres un chico muy lindo —Entrecerré mis ojos, analicé a la de cabello castaño.

—Tengo novia —la corté.

Novios, de esos oficiales no éramos. Pero en mi mente si lo somos. Le guste o no, ella es mía. Mi novia.

Su sonrisa coqueta murió.

—¿Y?

—¿Como qué "y"? Conmigo pierdes el tiempo, niña. Créeme, solo tengo ojos para ella.

—¿Vas a comprarlos o solo a mirar? —inquirió la otra, incómoda por las provocaciones de la loca de su amiga.

—Si no les importa, prefiero no tener una audiencia mientras lo hago.

—Es un lugar público, ¿lo sabías?

—Si, pero ustedes dos estorban.

—Eres creído, te crees mucho.

—No me creo, lo soy.

—Ana —La de tez blanca tomó de los hombros a su amiga la castaña—, deja de molestar al chico.

—Es un idiota.

—Quisieras tener a un idiota como yo —repliqué.

Encontré la sección que necesitaba. Me detuve frente a una estantería llena de productos diversos: tampones, toallas, todo lo que pudiera imaginar. La variedad era abrumadora, y no tenía idea de cuál elegir. «¿Ligeros? ¿Regulares? ¿Super absorbentes?». Me rasqué la cabeza, sintiéndome perdido. ¿Y cual es la diferencia? ¿No es lo mismo?

—¿Necesitas ayuda?

—Yo puedo solo.

—¿Seguro? —preguntó Ana, acercándose hasta que nuestro brazos se rozaron, me alejé—. Por lo que he notado, no sabes nada de lo que estás haciendo.

—Ese es mi problema.

Tomé una caja de tampones que tenía una etiqueta que decía "sin aplicador", porque pensé que podría ser más fácil. Sin embargo, a medida que la sostenía, mis dudas aumentaban. ¿Era realmente la correcta? ¿O estaba cometiendo un error monumental?

—¿Vas a llevar eso? —dijo Ana, casi riendo—. Te va a costar más que un café, amigo.

—¿Por qué? —fruncí el entrecejo, ¿acaso no es obvio que no tengo ni la mínima idea de lo que hago?

—Porque no solo son los tampones. También necesitas considerar el tamaño, la absorbencia y, claro, la comodidad.

Si antes me sentía perdido, ahora lo estaba aún más. ¿Qué, qué? No entendí nada.

—¿Y tú qué sabes? —repliqué, sintiéndome un poco más a la defensiva.

—Porque soy mujer.

Tiene razón.

A la final me rendí y ellas me ayudaron a elegir el adecuado. Lo agarré y me dirigí a la caja, quería irme de allí cuanto antes, no me sentía muy cómodo que digamos. Las miradas seguían pegadas en mi espalda, las chicas murmuraban entre ellas, pero no les presté atención. La cajera esbozó una pequeña sonrisa, y eso me puso aún más nervioso. ¿Por qué me sonreía? ¿Acaso estaba pensando que era un idiota?

—¿Es un regalo especial? —preguntó, y mi rostro se sonrojó.

—No, mi novia lo necesita.

—Oh, qué dulce. Es bueno ver a un chico que se preocupa por su chica —dijo, mientras escaneaba el paquete.

Salí de la farmacia con un humor de los mil demonios, tanto que empujé a los chicos y estos se fueron de bruces al piso. Uno encima del otro.

—Son unos desleales. Ahora ya sé que no son mis amigos.

—¿Qué...?

—¿Estás loco? —Renzo se puso de pies.

—Me buscaré a unos amigos que hagan todo lo que yo les diga.

—Tú no quieres amigos, tú quieres es tener sirvientes.

—Necesitaba su ayuda y no me ayudaron, par de víboras. Se supone que estamos para apoyarnos en las buenas y en las malas. Traidores, doble cara, desgraciados, cabrones.

—¿Y acaso nosotros tenemos vagina para saber qué hacer?

—No, pero... eso no es excusa.

—Azrael, en todo caso tenías que preguntarle a Chiara.

—O a la misma Verónica, no a nosotros.

—Como ustedes le entran a los dos bandos creí que si sabían.

—¿Los dos bandos...? Eres un hijo de perra.

—Mi madre fue una dama, no como la tuya, Renzo. No la llames perra porque el perjudicado será tú.

—¿Qué estás insinuando? —Renzo se cruzó de brazos, desafiándome con la mirada.

—Nada, solo que deberías aprender a respetar a las mujeres, en especial a las que tienen la paciencia de lidiar con tipos como tú.

—¿Debo de recordarte que esa chica se mató por ti, Azrael?

Hice una mueca, durante tanto tiempo estuve ocultando eso de mi pasado para que venga a restregármelo en la cara.

—Yo no le puse la pistola en la frente, ella sola se mató. Nunca le dije que estaba interesado en ella.

—Si pero ahora su hermano te odia, y sabes que ese chico lástima a todos los que te rodean por tu culpa. Si fue capaz de lastimar a mi hermana...

—¿Y eso que tiene que ver con esto?

—Dices que las mujeres tienen que lidiar como tipos como yo, pero ninguna se ha matado por mi maldita indecisión.

—¡Cállate maldita sea! —Empujé a Renzo y su espalda impactó contra el cristal duro de una tienda.

El francés no decía nada, tampoco hacia  el intento de calmarnos, nos conocía lo suficiente como para saber que sería en vano. El aire se volvió pesado, como se pudiera cortar con un cuchillo. Renzo se incorporó y se arregló la camisa, su orgullo se vio herido por un instante.

—¿Te duele que te digan la verdad, Marchetti? —Apreté la mandíbula.

—Basta, chicos —intervino Andrea—. No vale la pena pelear entre nosotros. Lo que pasó con esa chica no es la culpa de Azrael. Él tiene razón, no la obligó a que se matara solo porque no quiso nada con ella. Y tú Renzo, deja de decir cosas que no son, no estuviste allí para saber cómo sucedieron las cosas.

—Vete a la mierda —escupí hacia Renzo y me fui, dejándolo solos.

Otra vez me siento culpable, puede que si tenga un poco de culpa. Fui indeciso, solo era un chico de catorce años que no sabía cual era el significado de querer a otra persona como si fuera parte de ti mismo. Yo a ella la quería, pero como amiga. No todos pensamos igual, ella creía que yo podía ser su salvación, su escape de un mundo que la asfixiaba. Yo no era eso, no podía serlo, y nunca lo seré.

No me fui de Italia por el divorcio de mis padres, sino por el peso de esa culpa que me seguía como una sombra. La vida en Estados Unidos me ofrecía un nuevo comienzo, pero los ecos de lo que había dejado atrás siempre resonaban en mi mente. Mi madre dijo que era lo mejor, no teníamos nada que nos atara en nuestro país, así que dos meses después del fallecimiento de ella, nos fuimos. La madre de ella estaba loca, creía que entre su hija y yo pasó algo, mi madre la enfrentó para que me dejara en paz. No obstante, nunca quiso comprender y se volvió insostenible.

Mi madre me decía que no le hiciera caso, que esa mujer en su dolor de madre decía cosas que dolían. «No puedes huirle al pasado, Azrael». Cuando mis padres se divorciaron mi vida se dividió en dos, habían días incluso meses que los pasaba junto a mi madre y otros con Aurelio. Era una noche lluviosa cuando recibí un mensaje de parte de ella, no le di importancia, porque no éramos nada. No tenía que reclamarme nada. No entiendo que no entendió de solo somos amigos. Y no pensé que ese mensaje seria la última vez que sabría de ella, se suicidó.

Era una chica con muchos problemas, sus padres vivían en una constante pelea, ella y su hermano se hundían por el desequilibrio de su familia. Puede que suene egoísta, incluso cruel; nadie es centro de rehabilitación de otro. Solo tú debes de sanar tus heridas y no agobiar a los demás.

Algo parecido sucedía con Jaelyn. Cuando llegué a la mansión Marchetti, su tez se veía pálida, estaba flaca por el no comer bien y se cortaba su piel para aliviar su estrés. Ahora sus muñecas han sanado, sonríe mas a menudo, antes no lo hacía. A sus ojos ha regresado ese brillo que había perdido, y cada día va superando cada obstáculo. No se lo he dicho, pero me siento orgulloso de ella.

Regresé a casa, Jae seguía en la cama, se incorporó con una expresión burlona.

—¿Todo bien? —preguntó, al verme entrar con la bolsa en la mano.

—He aquí la solución a tus problemas —respondí, levantando la bolsa—. No me preguntes cómo lo hice, pero aquí tienes tus tampones.

La vi apretar sus labios para no reír.

—¿Qué es tan gracioso?

—¿Como supiste que comprar?

—Te dije que no preguntaras —resoplé.

—Tengo curiosidad —Hizo un puchero, soy débil a ella.

—Unas chicas me ayudaron... primero me hicieron bullying.

Soltó una risita.

—¿Como qué te hicieron bullying?

—Bueno, una de ellas se puso a coquetear, y yo solo quería salir de ahí. Luego, me dijeron que era inusual ver a un chico en esa sección y... —me encogí de hombros—. No sabía qué hacer, me sentí acosado. Casi violan a tu bello hombre.

—Habló el señor ego.

—No es gracioso, Jae. Quería que la tierra se abriera y me tragara.

—Yo no te obligué a ir —ladeó su cabeza.

Dicho eso, se fue al baño a cambiarse, me tendí en la cama con un brazo por debajo de mi nuca, la puerta volvió a quedar abierta, ya empezaba a sospechar que lo hacía a propósito para provocarme. Tuve unas ganas de mirar, contuve mi lado pervertido. Azrael piensa en manzanas. No, no, eso no. Mi mente es muy sucia y pienso en cualquier otra cosa que no sea manzanas.

Jae salió del baño, con una camiseta cómoda y un par de pantalones pijamas azules de ositos. Su cabello goteaba agua aún, y su rostro sonrojado por el calor del baño.

—Que hermosa te ves.

—Yo soy hermosa —afirmó. Reí, dicen que lo malo se pega.

—No he dicho lo contrario, eres hermosa.

—Si, más que cualquier otra chica.

—Lo sé.

—Y que tú.

—No.

—¡Debes de decir que sí o qué estás de acuerdo!

—¿Vas a dormir?

—Podemos ver una peli, si quieres.

—¿La niña del aro?

—No me apetece ver a tu hermana.

—¿Como...?

Se puso de puntillas y me besó a los labios.

—Esa es tu recompensa por lo que pasaste hoy —bromeó.

—Te quiero, Jae.

—Y yo a ti, Azra.


¡Hola mis bonitas, feliz día del lector!

Cada día me siento más sola, oficialmente todas necesitamos a un Azrael.

Aquí reportánse las que odiaban a Azrael en el primer capítulo y ahora lo adoran:

¿Hay nuevas teorías?

¿Quien será esa chica del pasado de Azra?

¿Tienen algún modelo para Azrael? Yo prefiero no ponerle ninguno, pero tengo curiosidad como se lo pueden imaginar.

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