~Capitulo 19~
JAELYN
|SONIDOS FAVORITOS|
Su aliento contra mi nuca me causa cosquillas.
Es lo primero que pienso al abrir mis ojos.
Desperté muy cómoda entre sus brazos, el calor que desprendía su cuerpo se fundía con el mío. Azrael estaba acostado del lado de la pared de la cama, con un brazo suyo enroscado en mi cintura para mantenerme aprisionada, su rostro escondido en mi cuello y su pecho apretando mi espalda. Me removí con delicadeza para no despertarlo, después de lo que sucedió anoche me quedé con él hasta tarde. No me percaté que el sueño nos venció a ambos, no me sentía incómoda su cercanía, es más; me gustaba sentirlo.
—¿Adónde crees que vas? —murmuró con voz ronca tirando de mi muñeca y volviéndome a poner como su peluche humano.
—Quiero levantarme e irme —refunfuñé.
—No irás a ninguna parte.
—Imbécil.
—Estúpida —replicó.
Eso fue nuestro buenos días. Que lindo, somos los más románticos.
Volví a relajarme en sus brazos, afuera era una mañana nublada, así que mis ganas de salir de la cama se esfumaron por completo. Sus dedos jugaron con la tira de sus pantalones pijamas que me había prestado la noche anterior, me quedaban anchos y grandes. Fue deslizando la palma de su mano por mi estómago, mi vientre, hasta más abajo. Sentí escalofríos recorrer mi cuerpo, mordí mi labio inferior tentada a soltar ese sonidito placentero cuando presionó su entrepierna contra mi trasero, sentí su erección matutina. Casi jadeo ante la sensación embriagadora, su toque es suave, etéreo, y a su vez posee una intensidad que me dejaba sin aliento.
Mordió levemente el lóbulo de mi oreja y la punta de su lengua deja un rastro húmedo por mi cuello. Miré hacia atrás, tratando de encontrar sus ojos, solo vi su cabello oscuro y desordenado, que caía con rebeldía sobre su frente.
—Azrael... —jadeé con mis mejillas encendidas.
—¿Estás incómoda? —inquirió buscando rastro de molestia en mi rostro.
—No.
Se me hizo tierno que se preocupara por mí. Ese pensamiento fue sustituido por un chillido de pura excitación, cuando el pelinegro con su sonrisita traviesa adentró sus manos por el interior de mis bragas de algodón. Mi corazón se aceleró y mi cuerpo se sacudió en un temblor lujurioso cuando tocó ese punto sensible de mi sexo, cerré mis ojos gimoteando su nombre, su respiración se hacía más pesada.
—¿Donde quedó la niña inocente? —dijo con un toque de arrogancia y picardía.
—Púdrete.
—Vaya manera la tuya de decir que te gusta.
Mis mejillas volvieron a arder.
—No te tiene que dar vergüenza, esto es algo normal. Además, no te culpo, nadie se puede resistir ante una divinidad tan irresistible como yo.
—Tienes un ego que no cabe en esta habitación.
—Y tú eres mi hermosa mariposa. Dos verdades que debes de saber. Tú hermosa, no mas que yo, pero...
—¿Y así es como me levantas los ánimos?
Giró mi cuerpo y se posicionó encima de mí, sus labios succionaron mi piel, mis brazos se envolvieron alrededor de su cuello y los suyos me pegaron a su pecho, sentándome sobre su regazo. Éramos un nido de jadeos, respiraciones aceleradas y mis piernas quedaron flexionadas a los lados de las suyas. Clavé mis dedos en sus hombros y él se frotó contra mi centro, arqueé mi espalda. Mi cuerpo vibraba bajo el de él, quería más, sentir más. Me instó a balancear mis caderas contra nuestras entrepiernas.
—¿Te gusta esto? —susurré, moviéndome para crear una deliciosa y placentera fricción.
Sus pupilas se nublaron de deseo, la luz que suele brillar en ellos se desvaneció, dejándolos en un profundo abismo de anhelo.
—Te juro que cada movimiento tuyo me vuelve loco —respondió con voz ronca, sus manos aferrándose a mi cintura con firmeza, guiándome en un vaivén que encendía aún más la tensión entre nosotros.
—¿Estos movimientos? —Seguí moviendo mis caderas, él asintió incapaz de hablar. Apoyó sus codos sobre la cama para tener una mejor imagen de mí.
—Sí, esos movimientos... —murmuró, su voz temblando con la mezcla de placer y necesidad—. No te detengas.
—¿Y qué pasa si me detengo?
—Farfalla, por favor no te detengas. Serás mi muerte, joder.
—¿Ahora súplicas? —sonreí de lado—. Me gusta cuando te pones sumiso.
Entrecerró sus ojos con una sonrisita traviesa tirando de las comisuras de sus labios, empezó a moverse debajo de mi cuerpo. Me aferré a sus hombros y no pude evitar soltar un gemido bajito, él jadeó en mi oído. Bendito sonido ese.
Mis movimientos circulares lo volvían loco, alzó mi camisa y apretó, mordisqueó y metió a su boca mis pechos. En ese punto ya me encontraba sensible ante cualquier toque de él, su miembro se endureció contra mi cuerpo, levanté un poco mis caderas para poder tirar para abajo sus pantalones. Se dejó que hiciera lo que quisiera con él, mis manos temblaba pero no dejé que eso me echara para atrás. Acaricié el bulto de sus bóxers, abrió sus labios mientras que yo, busqué la aprobación en su expresión.
—¿Sigo o paro?
Su manzana de Adán se movió de arriba a abajo al tragar grueso.
—No... no te detengas —dijo con su voz cargada de súplica.
Deslicé mis manos por su cintura, sintiendo cómo su piel se erizaba al contacto. Quería explorar cada centímetro de él, cada parte que lo hacía mío. Mis dedos encontraron la banda de su bóxer, y con un movimiento decidido, lo deslicé hacia abajo, revelando su deseo.
La visión de él, expuesto y ansioso, me hizo perder la noción del tiempo. Me incliné hacia adelante, dejando que mis labios exploraran su abdomen. Podía sentir su cuerpo tensarse, su mano se aferró a mi cabello, guiándome para abajo.
—No tan rápido, Azra —Lo detuve.
—Jaelyn —gruñó—. Me duele la polla.
—¿Duele? —repetí, mi voz un susurro seductor—. ¿Y qué harías si te dejara así, a medias?
Él arqueó una ceja, un destello de desafío brillando en su mirada.
—Ni siquiera lo pienses —Advirtió.
—Está bien, pídelo.
Su respiración se aceleró, cada palabra le costaba más.
—No.
—Ah, entonces hasta aquí llegamos —Me incorporaré, volvió a tirar de mí luciendo desesperado.
—Por favor, Jaelyn... no me hagas esperar más.
Con una sonrisa juguetona, me acerqué, permitiendo que mis labios acariciaran su piel, descendiendo con lentitud. Cada beso que daba parecía provocar un nuevo suspiro de su parte.
—Eso es lo que quería escuchar.
Al cabo de unos minutos de tortura, decidí que ya era hora para lo siguiente. Me arrodillé frente a él y sostuve su erección en mi mano. Levanté mi mirada la cual se cruzó con la suya, tenía su mano agarrada en un puño de mi cabello esperando mi siguiente movimiento, se le notaba ansioso. Saqué mi lengua y le di una lamida a su punta, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba a mi toque, apretó sus dientes y dejó escapar una respiración pesada por su nariz.
—¿Qué es lo que deseas, Azra? —pregunté, disfrutando de su frustración.
—Tú sabes lo que quiero...
—¿Esto? —Metí su erección a mi boca. Lo envolví con mis labios, sintiendo su calor y la tensión que emanaba de él. Cada movimiento que hacía, cada succión, hacia que su mano en mi cabello se apretaba con más fuerza, indicándome que estaba al borde de perder el control.
—Jaelyn... —murmuró, su voz temblando entre la necesidad y la desesperación—. No puedo aguantar mucho más.
—¿Y si lo haces? —retuve, disfrutando de su lucha interna. Sabía que lo estaba llevando al límite, y eso me excitaba aún más.
Con un movimiento lento, saqué su erección de mi boca, dejando un rastro de humedad que conectaba desde mis labios hasta su falo.
—Dímelo, Azra. ¿Qué quieres de mí?
—Quiero que me hagas sentir, que me lleves al borde... —su voz era un ronco lamento, casi un grito de desesperación.
—¿Así que deseas que te lleve al clímax? —pregunté, desafiándolo con mi mirada.
Asintió, su expresión de súplica era imposible de ignorar. Entonces, decidí que era el momento. Me incliné de nuevo, tomando su erección con mis manos mientras lo miraba de manera provocativa. Esta vez, fui más rápida, dejando que mis labios y lengua trabajaran en perfecta sincronía, creando una mezcla de placer que lo hacía gemir. Sentí cómo sus caderas se movían al ritmo de mis acciones, y su respiración se volvía más errática. Cada gemido que escapaba de sus labios era música para mis oídos.
—Estoy cerca de... —su voz se volvió un susurro cargado de deseo.
—No te detengas, Azra.
Y en ese instante, su cuerpo se tensó, la presión se acumuló, y su clímax llegó como una ola arrolladora. Terminó tirado en la cama tratando de controlar su respiración, me puse sobre su regazo y dejé un casto beso sobre sus labios.
—Mmm, te hace falta más práctica, Azra.
Dejó escapar una risita.
—Deja que mi mente se aclare un poco y verás a quien le hace falta práctica.
Para nuestra suerte y no fuera un momento vergonzoso Azrael ya se había puesto su ropa interior junto a su pantalón, se estaba subiendo la cremallera cuando la puerta se abrió en par en par y una cabellera pelirroja se asomó por ella, y no solo le bastó eso, entró en la habitación como perro por su casa.
—Mira, ya me he teñido el cabello de mi color natural.
—¿Y quien te mandó a entrar, pedazo de mierda?
Me aclaré la garganta y me levanté de la cama arreglando mi cabello, los ojos del francés se centraron tanto en Azra como en mí.
—¿Se estaban metiendo mano?
—¿Eh...? —Azrael no supo que decir.
—¡Respeta mi casa!
Y se hizo el indignado.
—¡No estábamos haciendo nada!
—¿Crees que nací ayer, jovencito?
—Deja de tratarme como un jodido mocoso, soy mayor que tú pedazo de idiota.
—¡Solo por dos año!
Azrael chasqueó su lengua y se fue a buscar ropa en el armario.
—¿Cuando vas hacer el desayuno? —Andrea se le puso al lado—. Tengo hambre.
—¡¿Y qué no tienes mano para hacer tu propio desayuno?!
—No sé cocinar bien. Quemo la comida, ¿por qué nadie quiere hacer el desayuno? Me voy a desnutrir y todo será por tu culpa, Azraelcito.
—Maldición —Azrael le metió un pedazo de tela en la boca a Andrea—. ¡Come!
Este otro la escupió de inmediato.
—Eww, ¿eso es una media?
—¡Mira, idiota! —gritó Azrael, ahora con un tono de exasperación—. Si no puedes cocinar, al menos no te quejes como si estuvieras en un programa de cocina de la televisión.
Andrea se cruzó los brazos.
—No es mi culpa no saber hacer algo tan simple. ¿No deberías estar agradecido por la hospitalidad que te estoy brindando? Ayuda en la cocina.
—¿Y Renzo?
—Sigue dormido, no lo despiertes.
—He notado tu favoritismo con ese.
—¿Celoso? —inquirió el francés, coqueto.
Azrael le dio un suave empujón mientras se dirigía a tomar una ducha.
—¿Ustedes ya son novios? —Negué con la cabeza. Abrió sus ojos con horror y empezó a golpear la puerta del baño donde estaba Azra—. ¡Estás siendo lento, estoy decepcionado de ti! Maldición, deberías de invitarla a una cita y llevarla a París.
—¿París? ¿Y por qué para París?
—París, la cuidad del amor. O así dicen. ¡Te va a encantar, Francia es hermosa! —me aseguró con mucha emoción, su cabello se alborotó por su movimientos bruscos que hacia a cada rato—. Algún día deberías de ir, para que conozca a los padres de tu bello mejor amigo, y a mi hermano Jean. Él está medio loco, te lo advierto de una vez para que no le tengas miedo.
Mi corazón se agitó. ¿Me consideraba su amiga? Se echó en la cama. Se empezó a escuchar el ruido de la llave de la regadera. Como cuando entró el francés a la habitación dejó la puerta abierta vimos pasar a Renzo por el pasillo que recién se acababa de levantar con una expresión de no me hables.
—A veces me pregunto cómo es que Azrael y Renzo se hicieron amigos, tienen el mismo carácter de los mil demonios.
—Renzo se ve un poco más fuerte con su carácter —comenté, mirando hacia la dirección donde había pasado él.
—Ven —Entrelazó nuestros dedos, bajamos a la cocina—. Ayudame o voy morir de hambre —Le hice un gesto con la mano para que se fuera a sentar, abrí la nevera y saqué un par de huevos con queso.
—No es que sea tan buena en la cocina pero no quemo la comida.
Renzo llegó con cara de pocos amigos y le entregó una portátil negra al francés.
—Es tu madre —murmuró, retirándose de la cocina.
La voz de Andrea tiembla un poco cuando le habla a la pantalla, la gira a mi dirección de modo que pueda ver a la hermosa mujer de cabello rubio ondulados y ojos azules que se proyecta en ella. Habla en francés así que no logro entender nada.
—Maman —Mamá.
—Bonjour chérie —Hola, cariño. Saludó ella con una sonrisa cálida. Su voz era suave, pero transmitía una autoridad que solo una madre puede tener—. Comment ça se passe là-bas? —¿Cómo va todo por ahí?
—Todo bien, ella es Jaelyn, mamá —Me presenta—. Una amiga.
—Oh, ¿esa es la chica de la que me hablas siempre? —El francés se ruboriza.
—¡No, no, no! Esa chica de la que te hablo se llama Chi... Que importa, Jae es solo una amiga.
—No debes de darme explicaciones, cielo, si dices que es una amiga es porque realmente lo es —Me mira—. Un gusto, preciosa, soy Raven Price.
—El gusto es mío, señora...
—No me llames señora —interrumpe con otra sonrisita, es muy amable—. Solo Raven.
—Mamá —Andrea se queja, ladeando su cabeza.
—Nathaniel —Andrea se endereza ante el llamado de una masculina.
—P-Papá.
—Mira Adrien, ella es Jaelyn una amiguita de nuestro pequeño —dice la señora Raven. El padre de Andrea me estudia en silencio con sus cejas fruncidas, tiene el cabello pelirrojo y los ojos verdes. Lleva un traje oscuro, con una chaqueta y pantalones a juego, aunque su camisa estaba remangada hasta sus codos y se le notaban unos vellos del mismo color que su cabello.
—Adrien Le Brun —Se presenta con voz fría.
—Ah, ¿para que llaman? —pregunta Andrea con una sonrisa tensa.
—Primero porque somos tus padres y segundo porque se nos da la gana —Le contesta su padre de mala gana. Raven le da un tirón de orejas.
—No le hables así al niño, él está chiquito —El francés tenía sus mejillas rojas de la vergüenza.
—Mamá... —refunfuña—. Te están escuchando...
—Eres mi pequeño, así tengas los años que tengas siempre serás mi bebé.
—Mamá...
—Es por tu hermano, Jean —Habla el señor Le Brun—. Está en Italia y queríamos saber si se ha comunicado contigo.
—No sabía que Jean estaba por estos lugares.
—Te lo dije —murmura el señor Le Brun hacia su esposa—. Te dije que no debiste de darle tanta alas, ese chico es un dolor de cabeza.
—¿Y Azrael no sabrá? Ellos se la llevan muy bien.
—Azrael me no ha dicho nada sobre que mi hermano este por aquí.
—Debes de preguntarle y luego nos avisas, hijo. Tu hermano vive metido en problemas y estos días no he podido descansar pensando en que líos estará ahora.
—Yo le voy a preguntar y lo que me diga los vuelvo a llamar.
—Te amamos, cielo.
—Y yo a ustedes —Cuelga la llamada.
—Entonces, ¿tu hermano es un rebelde?
—Se podría considerar que si. Es un dolor de cabeza.
—Tu madre es encantadora.
—Y eso que todavía no conoces a mi abuela.
*
Más tarde en ese mismo día, mamá usaba la rizadora en mi cabello, el calor del aparato se elevó en el aire y el dispositivo zumbaba en las cuatro paredes de mi habitación. Me senté frente al espejo mientras que cada rizo caía suave por mis hombros y más allá de ellos. Aurelio y mi madre fueron invitados a una boda de unos de sus socios, por supuesto mamá no perdió la oportunidad de que la acompañara para hacer las compras de los vestidos que usaríamos para luego alistarnos.
Mi elección fue un lindo vestido de satén color azul marino, que caía hasta mis rodillas. La tela brillaba sutilmente con la luz del sol que entraba por la ventana, y cada vez que me movía, parecía danzar a mi alrededor. A medida que mamá terminaba de rizar mi cabello, me miró con una sonrisa satisfecha.
—Te ves radiante, cariño —dijo, ajustando un mechón rebelde detrás de mi oreja.
Giró sobre su eje aplicándose maquillaje. Apreté mis labios y suspiré.
—¿Te puedo hacer una pregunta, mamá?
—Por supuesto, cielo. Dime lo que te preocupa.
—¿Qué harías si hubieras visto a la madre de tu amiga con su novio?
Verónica frunció el ceño. Sorprendida por mi pregunta formulada.
—¿En qué sentido?
—En la intimidad —murmuré.
—¿A que loca se le pasa por la cabeza tener intimidad con chico que podría ser su hijo? —Ella negó, dándose cuenta que ese no era el punto—. Las amistades son como una relación de pareja, se debe de ser honesto ante cualquier situación, así duela. Una mentira puede ser destructiva y romper la confianza que se ha construido con el tiempo.
Tiene razón. Lo he jodido todo.
—¿Y qué pasa si le di largas a ese problema?
—Tendrás que enfrentar las consecuencias.
—Tengo miedo a que Chiara me odie. Ella es mi única amiga desde que somos niñas.
—Chiara te quiere mucho, cariño. Si se molesta llegará en un punto que tendrá que perdonarte. Pero Jaelyn, no vuelvas a repetirlo. Las verdades duelen, las mentiras y los secretos destruyen.
Había estado evitando hablar con Chiara sobre lo que había visto, temiendo que nuestra amistad no pudiera soportar la presión de la verdad. Pero, ¿qué tan fuerte era nuestra conexión si no podía ser honesta con ella? Debía de enfrentar mi presente y dejar mi pasado atrás. O no podré avanzar si sigo arrastrando mis demonios internos, al fin de cuentas, la lucha que he vivido ha sido solo que conmigo misma.
—¿Crees que pueda perdonarme?
—Lo hará, Chiara te adora.
—Gracias, mamá —Ella me envolvió en un abrazo.
—No hay de qué, mi cariño. Te quiero y por eso solo deseo lo mejor de ti.
Tocaron a la puerta antes de entrar, mi corazón dio un vuelco cuando lo vi. Mamá sonrió pícara, Azrael vestía un traje traje oscuro que acentuaba su figura atlética. Su cabello que la mayoría de las veces lo tenía desordenado, hoy iba peinado hacia atrás. Parecía un chico de negocios, un joven empresario. Viéndolo así, no le quedaría mal que asuma una responsabilidad en unas de las empresas de Aurelio si podría verlo con esta imágen todos los días.
—Que chico más guapo —elogió mi madre al pelinegro.
Por supuesto, el ego de él se hinchó.
—Estamos de acuerdo en eso, soy guapo.
—Todavia recuerdo cuando eras un niño que me miraba mal.
—Lo sigo haciendo.
—Azrael, discúlpate con mi madre —Lo reprendí.
—Era broma, no se aguantan mis juegos —Metió sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón—. ¿Están listas para la boda de esos viejos?
—No son ningunos viejos, Azrael.
Azrael se acercó un poco más, observándome con atención. El aire se sentía diferente, cargado de una tensión que no podía identificar del todo. Intenté mantener la calma, pero la proximidad de él me hacía sentir como si un torbellino de emociones estuviera girando en mi interior.
—Me gusta tu vestido —comentó, inclinándose hacia mí. Su voz me hizo sentir un cosquilleo en el estómago.
—G-Gracias, tú también estás muy lindo —balbuceo. Aclaro mi garganta. Que idiota, ¿de verdad dije eso?
—Lo sé —Una sonrisa arrogante apareció en su rostro—. No me lo tienen que repetir tanto.
—Azrael tiene como para regalar miles de cantidades de autoestima alta a las personas que lo necesitan.
—Es que sí estoy guapo, hoy me miré al espejo y yo mismo me enamoré.
—No puedo contigo —Mi madre rompió en risotadas caminado a la puerta—. Los estaremos esperando abajo —anunció, retirándose de la habitación.
Me arrinconó a la pared y me enjauló con sus brazos a ambos extremos.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza en mi pecho.
—Solo quería asegurarme de que no te vayas a escapar.
—No tengo intención de huir.
Dejó un casto beso en mis labios mientras tomaba mi rostro y lo elevaba al suyo.
—No me voy a cansar de probarte —susurró contra mis labios.
Se separó unos centímetros, ofreciéndome su brazo como todo un caballero.
Aurelio nos vio bajar juntos. No dijo nada, pero su expresión reflejó molestia.
—Vámonos que se nos hace tarde —Observó la hora en su reloj.
Nos tomó unos quince minutos llegar al lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia. Habían muchas personas e invitados que conversaban afuera, muchos flashes fueron disparados a nuestra dirección, algo que me cegó momentáneamente. La sala estaba decorada con flores frescas y luces tenues, creando un ambiente mágico que parecía sacado de un cuento de hadas.
—¿Te gustan estas celebraciones?
Me encojo de hombros.
—Son lindas, pienso que para dar un paso como lo es el matrimonio primero tuvieron que pasar por circunstancias difíciles.
—¿Algún día te gustaría casarte?
—¿Quieres hacerme tu esposa? —bromeo.
—Si, flaca —pronuncia serio. Dejo de sonreír—. Si me lo permites, quiero hacer las cosas bien entre nosotros y eso implica casarme contigo para poder decir que eres mía completamente.
—Eres un tonto —balbuceo roja.
—No, quiero formar una familia con la mujer que amo.
—Azra —Mi mirada recae en sus labios.
—¿Si? —Su aliento mentolado choca con mi rostro, erizando mi piel.
Me pongo de puntillas para alcanzar sus labios, una voz nos interrumpe.
—Que tenemos aquí, ¿eh? —Mi cuerpo se tensa—. Dos par de tortolitos demostrando su amor —Dante le da un trago al vino que bebe.
Azrael me empuja hacia atrás de su cuerpo.
—¿Ahora que mierdas quieres?
—Oh, cuánta agresividad. Nada, solo pasaba por aquí y se me hizo curioso verlos tan juntitos.
Azrael frunce el ceño, sus ojos fijos en Dante, que sonríe con esa expresión de superioridad que tanto me molesta.
—¿Por qué mejor no te vas si no quieres que te vuelvan a golpear en esa torcida nariz que tienes?
Dante se ríe, una risa burlona que resuena en la elegante sala.
—Vaya, parece que el perrito ha aprendido a ladrar.
Un mesero pasa y Azrael toma una copa con vino y se la lleva a sus labios. La sonrisa de Dante se ensancha.
—Tic tac, el reloj corre, Jaelyn —pronuncia y se pierde entre la multitud.
Sigo con mi vista puesta hacia donde ha ido.
El reloj corre. Sus palabras causan un escalofríos recordando una nota que había recibido con el mismo mensaje. ¿Él las había estado enviando?
—Deja de pensar en ese idiota, mariposa. No vale la pena.
—No se cansa de molestar.
—Déjalo, él es... —corta, mira el líquido del vino.
—¿Sucede algo? —inquiero preocupada, percatada del cambio de su expresión.
—Esto —Levanta la copa—. No tiene buen sabor, mi lengua se siente pesada —Apenas pudo susurrar.
—¿Azrael? —Lo tomo de uno de sus brazos cuando se tambalea.
—Yo... no puedo respirar bien —Se lleva sus manos a su cuello—. Me falta el aire —Su rodillas pierden fuerzas e impactan contra el suelo.
No me dio tiempo suficiente para poder reaccionar cuando el cuerpo de Azrael se desplomaba al piso. El caos se desató en ese instante. La música y las risas se desvanecieron, dejando solo un eco de confusión y miedo. Me agaché junto a él, tratando de sostener su cabeza en mi regazo, mientras miraba a su alrededor en busca de ayuda.
—¿Azrael? No, no por favor ¡Alguien ayúdeme! —grité, sintiendo cómo el pánico comenzaba a apoderarse de mí. Solté un sollozo de rabia, esto es culpa de Dante, él tiene algo que ver lo que está pasando. Aurelio logra llegar entre empujones, mi madre se lleva una mano a su boca.
—¿Qué pasó?
—N-No sé —Trato de aguantar mis lágrimas, estoy confundida y alterada—. Él después que bebió una copa de vino se empezó a sentir mal.
Aurelio aprieta la mandíbula.
—Hijo por favor —Lo cogió del rostro, metiendo sus dedos en la boca de Azrael para que vomitara lo que se había bebido. Él se estremeció y dejó salir un líquido oscuro, un signo de que algo no estaba bien. La preocupación en el rostro de Aurelio se intensificó mientras intentaba calmarlo—. Esto pasará, pequeño —le susurró con voz quebrada—. ¡Alguien llama a una ambulancia!
—P-Papá —sollozó.
—Todo estará bien, papá está aquí.
—No te vayas, por favor, Azrael —susurré, las lágrimas caían por mis mejillas. El agarre mio contra su mano se hacía cada vez más frío.
Aurelio no esperó a que llegara la ambulancia, alzó a su hijo en brazos y con pasos apresurados se dirigió hacia la salida, atravesando la multitud que ahora se había convertido en un torrente de murmullos y miradas atónitas. Los invitados se apartaban a su paso, algunos con expresiones de horror, otros tratando de entender qué estaba sucediendo.
—Aurelio la ambulancia ya viene en camino —dijo mi madre tratando de seguirle el paso. Aurelio se detuvo en seco y la encaró.
—¿Y qué quieres que me quede a esperar como el veneno mata a mi hijo?
—¿Veneno?
—Han envenenado a Azrael. Y no lo voy a perder —La empujó con su cuerpo—. Quítate de mi camino, maldición.
¡Hola, hola mis amores!
Esta historia será corta, tendrá alrededor de 30 capítulos (eso es lo que le calculo, puede que tenga más) y dos o tres extras después del final.
Preguntita random: ¿Desde que país me leen?
¿Teorías?
Cadena de oración por el Azra y no se nos muera, (mentira, él no se puede morir o ustedes me van a buscar para mandarme al otro mundo si lo hago).
Las leo <3
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