~Capitulo 18~
(En este cap, narran ambos protagonistas. Solo he revisado el capítulo una sola vez, disculpen las faltas).
AZRAEL MARCHETTI
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Meses antes.
Cuando regresé a Italia mis planes eran sacar mi carrera universitaria, mantenerme al margen con Aurelio y su familia e independizarme para estar lejos de ellos.
Nada fue así.
La noche anterior hacia un repaso de lo que llevaba en mi maleta. Llevaba media docena de sudaderas, mis pantalones y uno que otro producto de uso personal. ¿Había guardado la foto de mamá? Abrí la maleta y rebusqué, suspiré aliviado. Eso era lo más importante que llevaba. Sentí un nudo en el estómago. Aquel viaje no solo significaba regresar a mi país, sino también enfrentar a Aurelio y su familia de nuevo. No sabía si podía soportar el peso de su mirada, la expectativa que siempre había estado presente en cada encuentro. Trataría de mantenerme distante, de no dejarme envolver por sus problemas, pero sabía que era más fácil decirlo que hacerlo.
Apreté mis manos sintiendo como mis uñas se clavaban en la piel. La tensión crecía en mi interior, como un volcán a punto de estallar. Cada recuerdo de Aurelio y su familia se desbordaba en mi mente, volvería a verla a ella.
—Hola, ¿como te llamas? —Me había preguntado la niña con dos coletas altas. La escaneé de arriba a abajo y resoplé.
—¿Qué quieres?
—Estoy preguntando tu nombre, maleducado. ¿Tus padres no te enseñaron los modales? —Mis mejillas ardieron, aparté mi mirada de ella.
—Que te importa, niña estúpida.
—Y tu eres un idiota.
—Vas hacerme llorar con tu gran insulto—ironizo.
—Qué estás haciendo —Se inclinó curiosa hacia el retrato que pintaba—. ¿Eso es un dibujo?
—No, estoy jugando a las muñecas —respondí sarcástico.
—Eres pesado.
—No más que tú, créeme.
—Yo solo quiero ser tu amiga.
—Yo no. Vete, niña. Eres molesta.
—¿Eres hijo de Aurelio?
—Si. Su único y verdadero hijo.
Ella notó de inmediato el hincapié que hice. Nunca la vería como algo más que una niña que se está robando mi lugar. Ojalá y mi padre se retracte de su decisión de haberla adoptado.
—¿Por qué te importa tanto? —preguntó, frunciendo el ceño—. No tengo la culpa de lo que decida tu padre.
—No, pero tienes la culpa de estar aquí, ocupando un espacio que no te pertenece —respondí, sintiendo la rabia crecer en mi pecho.
—Tal vez si me dejaras mostrarte quién soy, lo entenderías —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho. Infló sus mejillas llenas de pequitas claras. Se veía tierna luciendo molesta.
¿Qué diablos estoy pensando? Yo la odio.
—¿Mostrarme? ¿Qué vas a hacer? ¿Hacerme un dibujo mejor que el mío? —repliqué, desafiándola.
—No es solo eso. Quiero que sepas que no estoy aquí para quitarte nada. Solo quiero que podamos llevarnos bien.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras. Parte de mí quería gritarle que no la quería cerca, que la odiaba por venir a perturbar mi mundo. Pero había algo en su mirada que me hizo dudar. Sus ojitos no tenían brillo. ¿Qué te habrá pasado pequeña? Me gustaba tanto que confundí el sentimiento con odio.
—¿Y si no quiero ser tu amigo? —dije, bajando un poco la guardia.
—No tienes que serlo, al menos podrías dejarme ser parte de tu vida.
—¿Y por qué debería hacerlo?
—Seríamos muy grandes amigos.
—Yo no quiero ser tu amigo —refunfuñé. Ella lo tomó por el lado malo.
—Eres un odioso —Y se fue, dando zancadas.
—Yo quiero ser tu novio... —murmuré solo.
El avión aterrizó en Roma y el aire me recibió con el mismo aroma a café y pasta que había extrañado. Sin embargo, la calidez de la ciudad no me reconfortó como esperaba. La familiaridad se tornaba en un recordatorio constante de lo que había dejado atrás. Mi madre ya no estaba conmigo y eso me mataba. Aurelio me recogió en el aeropuerto y en el transcurso a casa me daba charlas sobre no acercarme a Jaelyn, no molestar a su querida esposa y no ser un dolor en el culo. No le presté atención. Me jodía que me ordenara cosas como si fuera un niñito.
—¿Ya terminaste?
—Espero que hayas acatado todo.
Presente.
No pude evitar soltar una risita por la nariz, todo lo que había dicho de no acercarme a ella se fue al demonio una vez que la volví a ver. Esa chispa en sus ojos, tan contagiosa, desarmó cualquier resolución que había intentado mantener. Di un paso cerca, sintiendo cómo la tensión en el aire se transformaba en una mezcla de nerviosismo. Acababa de besarla pero ya necesitaba volver hacerlo.
—¿Esa fue tu confesión de amor?
—Si.
—¿En serio estás seguro?
Tomo mis dedos y los entrelazo con los suyos.
—Completamente. Quiero una familia junto a ti, ser tu esposo, el padre de tus hijos. Tengamos a nuestros llorones y vivamos como una familia feliz. Solo déjame ser tuyo, flaca
Se ruboriza.
—Yo no quiero tener hijos.
—Los tendrás.
—No.
—Si, porque yo digo.
—Dije que no.
—Ya verás, cuando te descuides tendrás un bebé mío dentro de ti.
—Eso nunca pasará, confianzudo.
—No es confianza, es un hecho.
Ella será la madre de mis hijos. Seré testigo de cómo su vientre crece por la vida que llevará dentro. Una vida que formaremos juntos. Y yo no descanso hasta que consigo lo que quiero, quiero despertar todos los días a su lado.
—No importa cuánto te resistas, —continué, mirándola a los ojos—. En el fondo, sabes que seremos felices.
Ella me lanza una mirada desafiante, pero en su sonrisa hay un destello de duda.
—¿Y si no estoy lista para eso? —pregunta, jugando con sus dedos nerviosa—. Si no estoy lista para hacer una familia algún día. No sé que puedes ver de interesante en mí. Solo mírame, soy una chica con tantas inseguridades que puedes llegar a aburrirte, si yo las odio, si odio cuando me miro al espejo y veo a alguien que no se siente suficiente.
Si ella se pudiera ver como yo la miro, no dijera esas cosas tan absurdas.
—No entiendo de dónde sacas eso —digo con suavidad—. Para mí, eres perfecta tal como eres. Tus inseguridades son parte de lo que te hace única. ¿Cuantas veces lo tendré que decir para que lo creas?
Incapaz de sostener mi mirada, desvía sus ojos hacia el suelo, noto cómo el calor se apodera de sus mejillas.
—Pero... no soy como las otras chicas, no tengo esa confianza que ellas parecen tener.
Me inclino un poco más cerca, mi aliento cálido acariciando su piel.
—Exacto. No eres como ellas, y eso es lo que me encanta de ti. Eres auténtica, y eso vale más que cualquier ideal de belleza.
—No sé...
—Solo confía en mí. Un día, mirarás al espejo y te verás como yo te veo: fuerte, valiente y hermosa. Jodidamente hermosa, mariposa.
—¿Y si nunca lo consigo?
—Entonces, estaré aquí para recordártelo —respondo, apretando sus manos—. Cada paso del camino, flaca.
—¿Y si te aburres de mí?
—Nunca podría aburrirme de ti.
—No soy tan divertida...
Maldición, a Jaelyn le gusta sacarme de mis casillas.
Respira profundo, estamos en un momento romántico, Marchetti.
—Joder, deja de ponerte de menos que los demás. Tu risa, tus locuras, incluso tus inseguridades, es lo que hizo que me enamorara de ti.
—A veces siento que no llego a ser la persona que esperas —confiesa.
—No tienes que ser perfecta. Solo tienes que ser tú misma. Esa es la única expectativa que tengo.
Una sonrisa tímida comienza a asomarse en su rostro, tan linda que se ve sonriendo y tan terca que es.
—¿Y si te decepciono?
—No puedes decepcionarme, porque nunca he puesto mis expectativas en ti. Estoy aquí por quien eres, no por quien creo que deberías ser.
—Eso suena fácil, pero...
—No. No es fácil —interrumpo—. Es un proceso. Cada vez que te veo luchar contra tus demonios, cada vez que decides levantarte y seguir adelante, me demuestras lo valiente que eres. Te admiro y estoy orgulloso de ti.
Una lágrima traicionera asoman en sus ojos.
—No estoy lista para enfrentar todo esto.
—No tienes que hacerlo sola —Envuelvo mis brazos alrededor de su pequeña cintura y la atraigo a mí, se deja caer en mi abrazo, buscando consuelo en el calor de mi cuerpo. Inhalo el aroma delicioso de su cabello—. Enfrentaremos todo juntos, ¿de acuerdo?
—De acuer...
Escuchamos un sollozo.
Giramos nuestras cabezas y vemos a Andrea con un pañuelo limpiando unas lágrimas imaginarias.
—¿Desde cuándo estás ahí, imbécil? —espeto con los dientes apretados.
—¡Lo suficiente como para decir que ustedes están mejor que las novelas que ve mi abuelita!
—Hijo de...
—¡Que vivan los novios!
—Cállate, deja de gritar.
—¡UN APLAUSO PARA...! —Di zancadas hacia él—. No, no, ey. No, Azraelcito...
Lo tomé del hombro, y lo empujé hacia atrás. Jaelyn aprovechó mi distracción con Le Brun para escabullirse al interior de la casa.
—¿Si le robo un beso que pasa?
—Te mato a golpes grandísima mierda. Ni se te ocurra posar tus labios llenos de gérmenes sobre ella.
Suelta un resoplido.
—Solo estaba comprobando si eres celoso.
—Yo sé cómo trabaja esa mente maliciosa tuya.
—Puedes estar tranquilo —asegura—. Jae es como mi hermanita. Jamás tendría esas intenciones, con ella no.
No digo nada, más le vale. No quiero tener problemas con uno de mis amigos. Hemos quedado en el típico acuerdo de que si nos interesamos en una chica el otro debe dar un paso atrás. Es una regla no escrita, pero sagrada. La amistad es lo primero, y no tengo intención de arriesgarla por un capricho, o eso solía decir. No obstante, lo que siento por ella no es ningún capricho y ahí sí está el verdadero horror.
—Además —continúa, con una sonrisa burlona—, ¿quién querría meterse con una chica que tiene a un tipo protector como tú?
Su tono es ligero, sé que hay un trasfondo. La tensión entre nosotros se siente diferente; es como si el aire estuviera cargado de algo más que solo bromas. Lo dice por Renzo.
—No es broma. Jae merece respeto, y no voy a permitir que nadie la trate como un objeto de intercambio.
—Él parece no entenderlo.
—Se lo haré entender a las malas.
—Es nuestro amigo, Azraelcito.
—Deja de llamarme así.
—Admite que te traigo loco con... —Le doy otro empujón, uno que lo hace tastabillar—. Uy, eso, agrédeme chico malo.
No puedo con él. Muy bien dicen que si no puedes con el enemigo es mejor que te le unas.
—¿Eres idiota o te haces?
—Me hago.
Pasa un brazo por encima de mis hombros y caminamos de vuelta a casa. Jaelyn y Chiara están comiendo unos snacks mientras conversan. Andrea y yo subimos para la habitación de Renzo, él está jugando en línea. Cuando me ve rueda sus ojos, irritado. Se quita los audífonos, apagando la consola y gira su silla para vernos.
—¿Ahora qué quieres?
—Nada, deja el drama —Me siento al borde de su cama.
Me quedo mirando la pared, tiene una foto de los dos cuando éramos más chicos y ambos jugábamos en el mismo equipo de hockey sobre hielo. Nos tomamos esa foto en nuestra primera victoria, luego nuestras madres nos sacaran a comer helado. Él fue mi primer amigo que hice durante mi infancia, el francés llegó después.
—¿Tú no tenías un piercing en el labio?
Se lleva sus manos hasta allí.
—Me lo he quitado. Andrea me vive lastimando con sus juegos raros por la boca.
—¿Por la boca? —enarco una ceja.
—Sí, ya sabes, él es medio rarito.
—Los estoy escuchando —se queja el aludido. Esta sentado en el piso con una laptop puesta sobre su regazo.
—Pero, ¿por qué por la boca? —insisto entrecerrados mis ojos. Andrea se ríe divertido, Renzo se ha sonrojado—. ¿Y por qué te has sonrojado?
—¡Me pones de los nervios!
—Si no tienes nada que ocultar no tienes porque ponerte nervioso.
—No oculto nada.
Andrea se pone de pies, dejando la laptop sobre el escritorio.
—Yo le gusto a Renzo, ¿a que sí?
Renzo está que hecha humos por sus oídos.
—No sé que te hace pensar eso, idiota.
—Vamos, es obvio —digo, tratando de contener la risa—. Solo mira tu cara.
Renzo se cruza de brazos, incómodo. Andrea se inclina hacia adelante, como si estuviera a punto de revelar un gran secreto.
—Mira, Renzo, si te gusto, solo dímelo.
—No me gustas, ¡y deja de hacerme esto, maldito imbécil!
—Yo que te quería dar un beso. Doy amor a los necesitados, y tú eres uno de ellos —rompemos en risas, el moreno se mantiene serio.
—Eso no da risa, par de cabrones.
—Renzo, tú eres bi, y no quieres aceptarlo.
—No soy bisexual, deja tus ideas absurdas y vete a follar y déjame tranquilo.
—Yo si soy bisexual —confiesa de la nada Andrea, aunque ya lo sabíamos—. Y no me da vergüenza decirlo, vamos, quiero escucharte.
—Joderrrrr.
—Bien, ¿qué tal si jugamos algo juntos? —Enciendo la consola, si seguimos con esta conversación Renzo se ira a golpes con el rubio, y no quiero que eso suceda. Estando con ellos me siento como el padre de dos niños, siempre tengo que separarlo de sus peleas tontas.
—Me parece bien —masculla Renzo algo tenso. No le gusta que le mencionen el tema de la bisexualidad porque se pone así o incluso peor.
—Quiero teñirme el cabello otra vez —Comenta, sentado en el suelo, Andrea—. Quiero volver a mi tono natural.
—¿Pelirrojo?
—Ajá. Un tono de rojo más intenso, uno de pasión como la que tenemos Renzo y yo —bromea, Renzo suelta un bufido, no puede evitar que una pequeña sonrisa se le escape.
—No sé si un rojo intenso sea lo que necesitas para atraer a Renzo —menciono, tratando de seguir el juego—. Tal vez deberías optar por un azul eléctrico, así podrías parecerte a un personaje de anime.
—¡Eso sería épico! —Andrea ríe, se ha tomado mi juego muy a fondo.
—No, idiota. Ni se te ocurra teñirte el cabello de azul. Vas a parecer un friki.
—Me quedaría genial.
*
JAELYN
A los cinco años.
—Hola, coniglietta.
Sonreí. Era Niccoló. Mi primo había regresado. Él se había mudado un tiempo con su padre lejos de la cuidad, no logró adaptarse por allá y volvió a vivir con su madre. Ella no lo soportaba y decía que era una maldición haberlo tenido, se lamentaba el día en que quedó embarazada. No entendía porque lo trataba tan mal, si él era tan bueno y dulce.
—Hola.
Se puso de cuclillas y me desordenó el cabello.
—¿Cómo estás?
—Bien.
Me escaneó de arriba a abajo con una sonrisa un tanto maliciosa.
—Has crecido mucho.
—¡¿En serio!? —Abracé el oso de peluche contra mi pecho—. Abu dice que sigo pequeña y que no he crecido nada.
—Ella miente. Todos mientes. Estás hermosa —Pasó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y reafirmó—. Demasiado hermosa.
—Te extrañé mucho.
Hasta ese entonces, Niccoló era como el hermano mayor que nunca tuve. Me cuidaba, me decía cosas lindas, me compraba dulces a escondidas de mis padres, era amable y respetuoso.
—Yo también te extrañé —Llevó mis manos hasta sus labios y dejó un casto beso en mis nudillos—. ¿Quieres que te cuente un secreto? —preguntó en un susurro. Asentí curiosa—. Vamos a tu habitación y...
—Niccoló.
Se tensó cuando escuchó la voz de nuestra abuela. Ella ya se encontraba enferma, pero aún así seguía pendiente de mí. Me alejó de él y me abrazó.
—Abuela —Se puso de pies, se le notaba irritado—. Mi bella abuela.
—¿Qué hacías con la niña?
—Solo hablaba con mi primita, ¿verdad coniglietta?
—Si.
—¿Lo ves?
—Que sea la primera y última vez que te la llevas lejos de nosotros.
Él soltó un resoplido.
—No le haré nada.
—Te conozco.
—Solo tengo quince años, cálmate.
—Y ya tienes una mala reputación.
Niccoló hizo una mueca, su sonrisa se desvaneció un poco ante la mirada severa de nuestra abuela.
—No quiero que la influencies. Es una buena niña, está en una etapa en la que puede ser desviada con facilidad.
Me sentí atrapada entre ellos, una marioneta en un tira y afloja emocional, en el fondo sabía que mi abuela solo quería protegerme. ¿Por qué de él?
—Lo entiendo, abuela. No quiero causarte preocupaciones —dijo Niccoló en un tono lleno de sarcasmos, alzando las manos en señal de rendición.
Ella suspiró, su rostro se relajó y se tocó el puente de su nariz.
—Está bien, no más secretos. Prométeme, Niccoló.
—Lo prometo —respondió con sinceridad, aunque una chispa traviesa aún brillaba en sus ojos.
Cuando la abuela se alejó, sentí que la tensión se disipaba. Niccoló se acercó de nuevo, su mirada delataba sus verdaderas intenciones ocultas. Yo siendo una niña no entendía las señales.
—¿Qué te parece si nos encontramos en el jardín más tarde? Tengo algo especial que mostrarte.
—¿Algo especial?
—Sí, será un secreto. Solo tú y yo.
—¿Por qué?
—No queremos que la abuela se entere —me guiñó un ojo—. Será nuestro pequeño secreto.
—Si la abuela se entera se va a molestar.
—Y tú serás una niña buena y no le dirás nada, ¿entendido? —Sus dedos apretaron mi barbilla.
—Ujum —Emití no muy convencida. De igual modo esa noche no fui a verlo, me quedé hasta tarde con la abuela ayudándola mientras ella preparaba pasteles.
Aprieto mi mandíbula, desde niña ese degenerado ya tenía claro lo que pretendía hacer conmigo. No se detuvo hasta que la oportunidad se le dio por si sola. La repulsión que siento me invade, me acecha y me perturba la mente. Intenté gritar, escapar, sus manos sobre mí me lo impidieron. Sus fuerzas eran mayores a la mías, quedé dañada. No quiero caer a ese precipicio, ni dañar a los que tengo alrededor.
Mi psicóloga me ha dicho que no es mi culpa, que lo que sucedió no define quién soy. Aún así, cada día es una batalla contra las voces de mi cabeza: ¿De verdad podría ser feliz? ¿Tener una vida normal? ¿Dejaría de sentirme sucia? "No estás sola", me dijeron en una sesión grupal. Sé que no lo estoy, tengo a Azra conmigo.
Esbozo una sonrisa tonta.
—¿Y esa sonrisa qué? —inquiere Chiara.
—Azrael me dijo que está enamorado de mí —mordí mi labio, la galleta que comía la dejó suspendida a mitad de su boca y habló con ésta, sacando un sonido ahogado.
—¿Qué? ¿No es una broma?
—No, ni yo misma me lo creía.
Rodeó la mesa y me tomó de los hombros para zarandearme.
—Suelta todo el chisme ya.
—Espera —La tranquilizo—. Déjame respirar.
—¡No me dejes con la curiosidad!
—Y también... —me sonrojé—. Me besó.
Chiara se quedó en silencio, como si estuviera procesando la información. Para después soltar un pequeño grito de alegría, y su entusiasmo me contagió. Era liberador compartir este momento con ella, con mi única amiga.
—Yo sabia, estoy tan feliz por ustedes. Y por mí también.
Fruncí el ceño.
—¿Por ti?
—Si, he ganado dinero de una apuesta que hice con cierto francesito.
—¿Hicieron una apuesta sobre nosotros...? —Ellos tratando de ganar dinero por lo que hacíamos—. ¿Y de qué iba esa apuesta?
—Apostamos durante cuando tiempo iban a estar sin resistirse por comerse la boca del otro. Y yo gané —Movió sus caderas en un bailecito por su victoria—. ¡Le Brun, necesito mi dinero! —gritó—. ¡LE BRUUUUUUN!
El susodicho apareció con sólo unos pantalones pijama puesto y su cabello despeinado. Se le notaba la tira de su bóxer.
—¿Qué?
—No te hagas —Extendió su mano—. Mi dinero.
—No tengo, soy pobre.
—¡¿Pobre!? Pobre mis nalgas. Tu padre es actor y tu madre es cantante. ¡¿Y eres pobre!?
—Ellos son los que tienen dinero, yo soy un mantenido de mis papis.
—¡Quiero mi dinero!
—No tengo —Chiara caminó a él y empezó a tocarle su pantalón pijama en busca de su dinero.
—Ella solo está buscando una excusa para abusar de mi bello cuerpo —me dijo con aire burlón.
—¿Cómo que no tienes? —chilló ella—. ¡Tú fuiste el que apostó!
Le Brun se encogió de hombros, intentando disimular su risa.
—No tenía pensado perder, encanto.
—¡Eso no vale! ¡Necesito mi dinero! —exigió, haciendo un gesto teatral con las manos.
—Deberías conseguir un trabajo real —sugirió el rubio mientras se acercaba a la cocina, ignorando por completo los chillidos agudos de Chiara.
—¿Y tú qué sabes de tener un trabajo? —gritó ella, pero en su voz había un tono juguetón—. ¡Solo eres un chico que se despierta a la hora del almuerzo!
Andrea se encogió de nuevo, pero luego se giró con una sonrisa cómplice.
—Quizás debería ponerme a trabajar en la industria de las apuestas. Así podría ganar dinero desde la cama.
—¿Para qué? ¡Para que pierdas y luego no pagues! Eres un pésimo perdedor.
—Shh —Le puso un dedo sobre sus labios—. Calladita te ves más bonita —Chiara le mordió el dedo—. ¡AAAAHHH!
—Deja de gritar, no te mordí con rabia.
—¡Eso duele! —exclamó retirando su mano—. ¿Eres un pequeño monstruo o qué?
—Solo defiendo mis derechos, cariño. No voy a dejar que te salgas con la tuya tan fácilmente.
—Me duele el dedo.
—Agradece que no te pateo las pelotas.
—Creo que me contagiaste una enfermedad, estoy viendo borroso.
—Si eres dramático.
Doy un paso hacia atrás riendo de ellos y choco con un torso, sus brazos rodean mi cintura y apoya su barbilla sobre mi hombro mientras me mira. Mis piernas no me responden y el habla no me sale, solo puedo sentir como su respiración calmada tropieza con mi oreja y mi piel se eriza.
Quiero decirle algo pero él toma mi barbilla sin importar que están nuestros amigos y me besa a los labios. Mi corazón late a mil por horas, y trato de parecer normal y no como una adolescente que se siente atrapada en una película romántica. La verdad es que no puedo evitarlo; el solo roce de sus labios y ya me tiene rendida a él.
—Te amo, mariposa.
Sus palabras me inundan de una calidez que recorre cada rincón de mi ser. Mis ojos arden, nunca creí que alguien me amaría por lo que soy, con todos y mis miedos y defectos. Quiero controlar el sollozo que amenaza con escapar, no puedo, de mis labios sale ese molesto sonido. Me gira a él y besa mi frente.
—No te sientas en la obligación de corresponderme.
—No estoy llorando por eso —Logro balbucear, limpio mis lágrimas—. Estoy llorando porque... me siento feliz.
—Awww.
—Cállate, idiota —Chiara le ordena.
—¿Y yo que estoy haciendo?
—Silencio.
—Pero...
—Shht.
—Yo... —Me da miedo confesar que lo amo. Azrael me abraza, no me presiona.
Entrelaza sus dedos y me lleva consigo escaleras arriba. Para una de las habitaciones vacías. Entramos en ella, enciende la luz y al sentarse en la cama me atrajo, sentándome sobre su regazo. Sé que le gusta que esté encima de él, apoyo mis manos sobre su pecho.
—¿Qué pasa? —Respiro hondo, jadeando. Tengo que decírselo, no puedo seguir dándole vueltas a esto.
—Tengo que contarte algo.
—Me estás asustando.
—Es sobre mi pasado, cuando vivía con mis padres.
—Si no quieres decírmelo...
—Si, si quiero decírtelo —Tomo una bocanada de aire antes de continuar—. Alguien, alguien me hizo algo que me marcó de por vida.
Su cuerpo se ha tensado, con su rostro enmarcado por la seriedad. Esta en silencio, espera que tenga la valentía de continuar. Sus manos las mantiene en mi cintura, como si temiera que me alejara. Mi voz tiembla cuando decido seguir.
—Tenías razón cuando dijiste que actuo así porque habían abusado de mí —Mi voz es débil, tan débil que apenas logra escucharme. Suenan pasos en el pasillo, pero Azrael solo está pendiente en lo que digo, mi labio inferior tiembla entre mi lucha interna por no llorar—. Me violaron, Azra. Sólo tenía seis años, él puso sus manos sobre mí siendo una niña.
No dice ni hace nada, durante un momento solo permanece en silencio, consternado. Con sus ojos enrojeciendo y una mezcla de dolor y furia. Exhala pesadamente por su nariz y ahueca mis mejillas humedad por las lágrimas.
—¿Quien es el maldito desgraciado?
—No te lo había dicho por esto, sabia como ibas a reaccionar.
Aparta mi cuerpo del suyo, se pone de pies, pasando sus manos por su rostro.
—Dime su puto nombre.
—No te lo diré.
—¡Tiene que pagar lo que te hizo, maldita sea! —grita, una vena sobresale de su cuello. Pego un salto ante su voz elevada, él suspira tratando de relajarse, no le sirve de nada—. Solo dímelo, su nombre. Solo necesito su nombre.
—No puedo, Azrael. No puedo revivir eso, no otra vez —mi voz se quiebra en un susurro, mientras me alejo un poco, tratando de encontrar mi equilibrio emocional.
Él se detiene, sus ojos intensos me miran con una mezcla de frustración e impotencia. Patea la puerta y la madera resuena con un golpe sordo.
—No puedo quedarme aquí sin hacer nada —murmura, su voz ahora más controlada, aún cargada de rabia contenida. Sus manos se cierran en puños a los lados de su cuerpo.
—¿Y qué quieres hacer? —pregunto, sintiendo cómo el miedo comienza a invadirme. La idea de que él pueda actuar de manera impulsiva me aterra. No debí de decirle nada, debí callar.
—Matar a ese hijo de puta, torturarlo hasta que suplique por su vida, que llore, que sufra y pida morir.
—¿Y qué vas a lograr con eso? —interrumpo—. Te vas a convertir en un monstruo como él, te vas a rebajar a su nivel solo por una estúpida venganza.
—No es una estúpida venganza, solo quiero hacer justicia por esa niña que no pudo defenderse —su voz es suave, casi un murmullo—. Quiero que sepas que estoy aquí para protegerte, para ayudarte a sanar, para salir adelante.
—Y lo aprecio más de lo que puedes imaginar —Él se siente en la orilla de la cama, su pies moviéndolo contra el suelo en un tic nervioso, me acerco a él y me pongo de rodillas con una mano sobre su muslo—. No todo se resuelve con violencia, yo estuve cegada con una justicia que quería que se hiciera. No obstante, las terapias, las pláticas con personas profesionales me han hecho ver la vida de otra manera, existen otras soluciones. Solo necesito tu apoyo, tu comprensión, te necesito a ti.
Su manzana de Adán se mueve al tragar.
—Flaca...
Envuelvo mis brazos por su cuerpo tenso.
—Deja de ser tan impulsivo, tonto.
Todo es un proceso, y entiendo que cambiar no es fácil. A veces, la ira nos consume y olvidamos que hay caminos menos dolorosos. Me aferro a él, sintiendo cómo su respiración se va calmando poco a poco, cada latido liberando la tensión en sus músculos. No se trata de borrar el pasado, sino de saber aprender de él.
El título de hoy es sobre la canción de Lana del rey, gran referencia sobre el capítulo.
Espero les haya gustado este cap.
Nunca he dicho esto en el transcurso de este libro, pero si has pasado por algo como Jae debes de saber que no estás sola/o. Recuerda que eres fuerte y valiente. Este tema es un tanto delicado, ya que a muchas víctimas que les ha sucedido les surge esa culpa sobre sí misma, que si lo provocó por su forma de vestir, de andar o de comportarse. Pero permíteme decirte que la responsabilidad nunca recae en la víctima. La culpa es un peso que no deberías cargar, ya que nadie tiene el derecho de cruzar esos límites y hacerte daño. Te admiro porque si pudiste superar esto, podrás superar todo. Las quiero.
Opiniones sobre el capítulo:
(De todas formas, Niccoló ya tiene su final planeado, al igual que Dante) Ellos son los que más daño han causado.
Las leo <3
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