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~Capitulo 17~

|FARFALLA|

Eres mi arma de doble filo, capaz de amarme o destruirme. Tú eliges.



Tiré el borde de las mangas de mi suéter para cubrir mis manos heladas por el frío. Azrael a mi lado me lanzó a la cara su chaqueta con brusquedad para que me protegiera del frío con ella. Tanto romanticismo en él se desprende por cada uno de sus poros. Ya se me hacía extraño su manera de ser pasada, volvió con su actitud distante. Observaba por la ventana mientras el taxista nos llevaba a casa. Quise sacarle conversación, no fui capaz de articular ninguna palabra.

Me hundí en mi asiento, sumergiéndome en mis pensamientos. Tengo que decirle a Chiara sobre lo de su madre. Esa mujer cree que porque venga a amenazarme le tendré miedo. También está lo de Aurelio con lo que tuvo con mi madre, con Carla Greco. Espero y no sea lo que estamos pensados que es. No soportaría la idea.

—¿Tomas antidepresivos? —hablé, rompiendo con el silencio. Se giró a mí con el ceño fruncido y ligeramente sorprendido.

—¿Quién te lo dijo?

—No importa, solo responde.

—No —susurra—. Ya no.

—¿Ya no? ¿Los dejaste de tomar por tu cuenta? —asintió—. ¿Por qué?

—No lo entenderás —Se centró de nuevo a ver por la ventana del auto—. No comprenderás lo que se siente sentir tristeza y no poder llorar, solo ese vacío en el pecho pero sin lograr derramar ninguna lágrima. Era una tortura no poder dormir bien porque me causaban insomnio, irritación y no podía… nada.

—Continúa —le insto a seguir, él se aclara la garganta, incómodo.

—No me podía excitar —Baja la voz.

—Ah —Eso le suceden a las curiosas. Suelta un resoplido.

El taxista nos deja afuera de la entrada de la mansión de los Marchetti. Azrael paga y sus dedos se clavan en mi espalda baja para que avance.

—Bienvenidos a casa —Nos saluda Mario con una enorme sonrisa. Azrael entra el interior de la casa sin siquiera devolverle el saludo, yo le sonrío—. Su padre esperaba por su llegada.

Mi cuerpo se tensa, mi corazón se acelera, no me gusta esto.

—Pero si es el gran Aurelio Marchetti —ironiza Azrael cuando pongo un pies en la sala. Aurelio viene bajando las escaleras con sus manos dentro de sus bolsillos de sus pantalones costosos.

—¿Dónde andaban? —sus ojos se clavan en los míos y regresan a los de Azrael con un deje de diversión.

—No es asunto tuyo —escupe Azrael.

—Oh, si es asunto mío —replica él, terminando de bajar. Se pone delante de Azrael y lo toma de la muñeca con fuerzas. Aurelio es un hombre alto, corpulento y con una presencia que impone respeto—. Siempre he estado interesado en los asuntos de mi familia —continúa, su agarre se vuelve más firme—. Especialmente cuando se trata de mi querido hijo y sus decisiones.

—Los asuntos de tu familia —repite con burla—. Serán en los asuntos de producir dinero.

Aurelio soltó una risita sin gracia.

—Eso dímelo dentro de seis años, eres un mocoso que no ha madurado.

—Madurado, ¿eh? ¿Y tú qué sabes de madurez, padre? Porque lo único que has hecho es acumular riquezas y mantener un reino de miedo.

Aurelio frunce el ceño, sus ojos destilan furia contenida. Azrael se suelta de su agarre y da un paso para atrás.

—No te atrevas a hablarme así, Azrael. Lo que he construido ha sido con sudor y sacrificio, y no permitiré que un niño caprichoso venga a cuestionarme.

—Tú no sabes de sacrificios, padre. Y tampoco conoces que es la familia. Solo la usa para mantener las apariencias de hombre exitoso y dedicado, un gran ejemplo a seguir.

Aurelio alza una ceja, no dice nada. Pero la burla es obvia en su expresión. Tomé a Azrael de un brazo para que no siguiera con esto, él me hizo a un lado y siguió con su mirada enfocada en el hombre que tenía adelante.

—No conoces el amor de padre, no conoces que es ser un buen esposo. No nos conoces, quieres que hagamos todo como lo dices. No tienes corazón.

—¿Quieres llorar? Eres débil.

Me acerqué otra vez y lo tomé de sus hombros.

—Azrael no sigas…

—Si, soy débil —admite con voz rota—. Soy débil porque soy humano.

—¿Humano? —repitió, dejando escapar una risa amarga—. La humanidad es una excusa para los fracasos. Los hombres de éxito no se permiten el lujo de ser débiles.

—Yo no quiero ser un hombre de éxito, solo quiero que mi padre me comprenda.

Aurelio no se mostraba inmutado, la arrogancia en su postura era palpable, como si lo que decía Azrael no tuvieran peso alguno. La diversión en su rostro fue remplazada por la seriedad, y la irritación. Por primera vez lo miré y una punzada me atravesó mi pecho, ¿Cómo no me di cuenta? Fui tan ciega, hundida en mis demonios del pasado que no me centré en los de la actualidad. Una vena se marcó en su cuello y un destello de duda se cruzó en su orbes. Lo reprimió rápido. Temiendo que la vulnerabilidad lo traicionara.

—Tengo tantas cosas que decirte, tengo tantas cosas acumuladas dentro de mí —Se toca el pecho, donde late su corazón—. Te he necesitado durante estos años y me has dejado solo. Te necesité cuando mamá murió, porque necesitaba un abrazo tuyo. No fuiste.

—No quería ver a esa mujer.

—¡Ya estaba muerta!

—Muerta mucho menos, la repudio.

—¿Por qué odias a mamá? Ella no te hizo nada.

Aurelio respiró hondo y mandó a llamar a Mario. Él llegó de inmediato.

—Ahora si, Mario sabe lo que hizo la mujerzuela de tu madre. Dile Mario, dile como la zorra de Patrizia me fue infiel con tu propio hijo.

Mario hace una mueca desagrado y asiente.

—Pero díselo —insiste Aurelio—. Dilo, para que este niñato lo escuche.

Mario intercambió miradas con Aurelio y luego conmigo, no encontraba que hacer hasta que habló:

—Si —murmuró—. La señora Patrizia tuvo una aventura con mi hijo.

—No hace falta ser inteligente para entenderlo, Azrael.

—¿No soy tu hijo? —preguntó él, me dolió verlo tan roto. Todavía conservaba una esperanza de que Aurelio dijera que si, que si era su hijo.

—No. No lo eres.

Azrael soltó un sollozo, Mario puso una mano sobre su hombro.

—Deberías de estar agradecido conmigo, te he soportado todos estos años.

—Ya basta Aurelio —espeta Mario, y atrae a Azra a un abrazo mientras le frota la espalda. Yo no sé como consolar a alguien, solo me quedo sin saber que hacer, o que decir—. No tienes que ser tan cruel, el dinero no lo es todo. Estás perdiendo lo más importante, el amor de alguien que si te quiere.

Aurelio chasquea su lengua y desvía su mirada a su celular. Escribe algo sin verse arrepentido.

Sé que Azrael horita está muy aturdido como para pensar, pero si no es hijo de Aurelio eso significa que el padre de él es el hijo de Mario. ¿Mario es su abuelo? Saco conclusiones rápida, todo es tan claro que no se necesita analizar tanto el tema para entenderlo.

—Vamos a llevarte a tu habitación —le dice Mario a Azra. Los escucho subir y yo me quedo con Aurelio. Él nota mi presencia y esboza una sonrisa.

—Jaelyn, mi Jaelyn, ¿pasa algo?

—Soy tu hija, ¿no?

—Si, eres mi hija. Mi niña y de Verónica…

—Soy tu hija de sangre, ¿verdad?

Mira a su alrededor asegurándose de que nadie nos esté escuchando, me toma del codo y me guía para afuera.

—No estés diciendo eso delante de Verónica.

—¿A que le temes?

—A nada. Solo que empezará con sus preguntas.

—Yo a ti nunca te veré como mi padre, Aurelio. Nunca. Para mí eres el padre de Azrael, te guste o no.

—Azrael no es…

—Conmigo no tienes ninguna oportunidad de ser un buen padre. En cambio con Azrael sí. Y lo dañaste todo.

Se quedó en silencio y su expresión se suavizó. Algo debió de dolerle. Aunque sea un poco.

Regreso al interior de la mansión, dejándolo solo. Entro en la habitación de Azrael, Mario ya se iba. Cuando me ve solo mueve su cabeza, señalándome donde está el pelinegros. Acostado en el sofá cubierto con sus mantas de pies a cabeza. Me senté en el espacio que dejaba vacío y encendí el televisor.

—¿Quieres ver una peli, Azra? —No dice nada, tomo su silencio como un «sí»—. ¿O una caricatura?

Le quito la sábana de un solo jalón, él se queja bajito con su rostro enfurruñado. Su cabello se despeinó, sus labios estaban rojos y temblaban de forma involuntaria. Le aparté el cabello de su rostro y me acurruqué junto a él. Escondiendo mi cara en su pecho.

—Jaelyn —murmuró ronco.

—¿Quieres ver My Little Pony? —Arruga la nariz.

—¿Qué es eso?

Mis ojos se iluminan.

—¡Es una caricatura de unos ponis y la magia de la amistad!

—Tú y tus unicornios.

—¿Eso es un sí?

—Es un no rotundo.

—No seas malito —Lo zarandeo.

Suelta un gruñido y ahora es él quien me zarandea a mí.

—Ya no me dejas entrar en depresión como quiero. Déjame en paz.

—No cariño, eso no está en mis planes.

—¿Tú no estudias? ¿No tienes vida social? —Se exaspera. El muy imbécil quiere deshacerse de su preciosura.

—Mi vida social se resume a ti.

Di un saltito para ponerme de pies y buscar la computadora que se hallaba en la mesa de su escritorio. Lo cogí y regresé con una sonrisita traviesa. La encendí y lo primero que vi fue una foto mía tomada de un ángulo donde salía distraída. Azrael se sonrojó y me arrebató su computadora.

—Dame eso.

—¿Me tomas fotos? —jadeé indignada.

—¡NO!

—¿Y eso que es? ¿Una alucinación?

—¡Si!

—Ya sabemos que no somos hermanos —Incliné mi rostro cerca del suyo. Tragó saliva y me sujetó de ambos brazos, para alejarme de él.

—Si… —susurró triste.

—Ese señor no te merece, Azra —No supe que más decir.

—¿El plan de ver la caricatura de los unicornios sigue en pie?

—No son unicornios, son ponis.

No llevábamos ni la mitad de un capítulo cuando se quedó dormido. Me aseguré de que estuviera bien abrigado, era una noche fría y lluviosa. Apagué todas las luces y salí. Suspiré, con mi espalda apoyada sobre la puerta.

—Ya se durmió, ahora sí puedo ir a por Dante.

Volví a salir a la calle, pero esta vez con un destino muy claro. Llegar hasta el club donde se la pasaba Dante con sus amigos. El bate que sostenía entre mis manos pesaba. El miedo que sentía meses antes fue sustituido por la rabia, él se creía muy hombre por golpear a Chiara. Yo le demostraré lo contrario.

Las luces del club parpadeaban en una danza hipnótica, proyectando sombras que se movían al compás de la música atronadora que emanaba del interior. La puerta de entrada llena de personas que hacían fila para ingresar al local, otras iban afuera para fumar un porro o besarse en los rincones de la esquina. 

Vi su auto entre los demás. Y un chico besándose con alguien por ese mismo lugar cerca del coche.

Alcé el bate y lo impacté al parabrisas de su coche, una y otra vez. El cristal haciéndose añicos. El corazón me latía con fuerza. La imagen de Chiara, con su rostro marcado por la violencia de Dante, se repetía en mi mente como un eco doloroso. No podía dejar que se saliera con la suya. Ya basta de ser lastimada por un hombre. Las risas y la música del club se desvanecieron por un instante, reemplazadas por miradas atónitas que se volvían hacia mí.

Dante salió del callejón, con una sonrisa arrogante que se desvaneció al ver su auto destrozado.

—¿Qué demonios? —gritó, fuera de sí. No se lo podía creer—. ¡¿Qué te pasa maldita puta?!

—¿Te crees muy hombre por golpear a una mujer?

Dio grandes zancadas en menos de un parpadear lo tenía adelante. No me intimidó con su altura. Levanté el mentón y lo desafié con la mirada.

—¡Eres una desquiciada! ¡Una puta que necesita de una buena po… —Le volteé la cara de una bofetada y luego repetí lo mismo con la otra.

—Puta la mujer que te parió.

—Con mi madre no te metas, desgraciada —Sus manos me envolvieron el cuello con intenciones de ahorcarme. No lo hizo por las personas que se aglomeraron y sacaban sus celulares para grabar—. Detente —Apretó su mandíbula—. No busques problemas donde no los hay, Jaelyn.

—¿Por qué? ¿Me vas a golpear también? Inténtalo y te patearé el trasero.

Lamió sus labios negando con la cabeza, se veía como si la escena le resultara una completa ironía.

—Ganas no me hacen faltan, pero eres mujer.

—Chiara también lo es, y aún así la golpeaste.

—¡Cállate, zorra! —Sus manos se cerraron en mi cabello, tomando un puñado y acercando mi rostro al suyo.

—Yo a ti no te tengo miedo —Le escupí la mejilla. Él se asqueó.

—Hija de perra…

Maniobré e hice que me soltara del cabello, perdí el equilibrio y caí al suelo. Dante ya no le importaba las personas que nos estaban viendo, iba a lanzarme una patada cuando un tipo corpulento se metió y lo golpeó a él. Haré un resumen de lo que pasó a continuación: caos. Golpes por un lado, tirones de cabellos por el otro. Yo fui gateando por entre la multitud de personas para salir y hacer que no fui yo la que buscó toda esta locura de personas peleando. No encontraba la salida, me desorienté.

Alguien tiró de mi tobillo para hacerme caer de espaldas. Sentí cómo el golpe contra el suelo me quitó el aire. Cuando logré recuperar el aliento, me di cuenta ese alguien era Dante.

—¡Suéltame sarnoso! —grité para que me escuchara por encima de la música.

—¡Quédate quieta!

Más golpes a nuestro alrededor.

En realidad no entendía porque los demás empezaron a golpearse, si la pelea es entre Dante y yo.

Él solo tiene un moretón en su mejilla izquierda y un raspón en la derecha.

Dante me atrajo a él, y me estampó a la pared. Levanté la rodilla, golpeándolo en su entrepierna. Su rostro se contorsionó de dolor, y por un instante, se olvidó de su furia. Aproveché para zafarme de su agarre y rodar hacia un lado, levantándome rápidamente antes de que pudiera reaccionar.

—Eres una maldita —masculló, mientras se recuperaba y corría a mi alcance.

Si los problemas no vienen a mí, yo voy a por ellos. Todos en mi casa deben de pensar que estoy dormida entre mis sábanas y peluches, y lo que estoy es en una persecución. Corrí por el callejón. Mala idea. No había salida.

—Te enseñaré que conmigo no se juega, niñita estúpida —Sacó un arma que mantenía oculta en su cintura, el destello metálico hizo que el corazón me latiera con rapidez.

Cuando apuntó directo a mí, a los segundos se desplomó. Por detrás, lo golpearon a la cabeza con un tubo. Mis ojos se iluminaron y corrí a Andrea que pateaba el arma lejos.

—¡Mi héroe!

—¡¿Se supone que diablos pensabas!? —gritó con el rostro rojo.

Me detuve en seco.

—¿Eh?

—¡Te iba a matar!

—Yo tenía todo bajo control.

—Salgamos de aquí —Me sacó a rastras del callejón hasta su auto.

—¿Qué hacías aquí?

—Venía por Dante. Pero te me adelantaste.

—Con ese golpe quedó medio muerto.

Negó con su cabeza.

—No vuelvas hacer eso, Jaelyn. No vuelvas a venir a un lugar sola. Te pueden lastimar.

—Yo no soy miedosa.

—No hablo si eres miedosa o valiente. Estoy hablando de que debes de tener prudencia con lo que harás.

Se tocó el puente de nariz y exhaló.

—Mira, Jae. Solo no lo hagas más —Suavizó su voz.

—No se lo digas a nadie —entrecerró sus ojos—. Por favorcito.

—Lo mantendré en secreto —Golpeó el volante con sus dedos. Lo abracé por el cuello con tanta fuerza que no me di cuenta que en vez de abrazarlo, lo estaba era ahorcando. Jadeó por aire al separarme de él.

—Te pasas de dramático.

—Soy hijo de un actor —Me guiñó el ojo coqueto.





*

Juego con el bolígrafo mientras que el profesor de matemáticas habla y escribe algunas ecuaciones en la pizarra. Tengo a Chiara sentada detrás de mí que no deja de lanzarme papelitos con dibujos de corazoncitos. Es nuestra primera clase y solo llevamos como unos cincos minutos desde que empezó. Una chica entra y el profesor se gira despacio.

—Otra vez llegas tardes, Greta.

—Tengo una explicación… —No la deja hablar, es interrumpida por el profesor nuevamente.

—¿No tienes una falda más… corta? —Se burla y todos los chicos se ríen a carcajadas. Greta baja la mirada, incómoda y se sonrojada.

—¿Qué tiene de malo mi falda?

El profesor se encoge de hombros con indiferencia y la señala de arriba abajo.

—Vestida así puedes ser una distracción para los chicos de esta clase.

El murmullo en el aula se intensifica, algunos chicos intercambian miradas cómplices mientras otros susurran comentarios sarcásticos. No puedo creer lo que estoy escuchando.

—¿Ahora vestirse como uno quiera es un delito? —Me pongo de pies—. Porque Greta no tiene que distraer a nadie solo porque lleva una falda corta.

—Señorita Jaelyn, a su asiento.

—No, eso es acoso sexual.

—¿Acoso sexual? —Se ríe—. ¿En que sentido?

—Feminista de mierda —murmura Dante del otro lado.

—Tú te callas, sarnoso —Todos ríen, Dante se hunde en su asiento, molesto—. El acoso sexual es hacer que alguien se sienta incómodo o menospreciado por algún comentario fuera de lugar. Y eso es lo que estás haciendo, profesor.

El aula queda en silencio. Chiara me mira con sorpresa, sus ojos abiertos como platos. Nunca había hablado así en clase, y menos frente al profesor.

—No puedes juzgar a alguien por cómo se viste. Todos tenemos derecho a expresarnos, y eso incluye nuestras elecciones de ropa. Si hay distracciones, tal vez el problema esté en la actitud de los demás, no en lo que lleva puesto Greta.

—Jaelyn, creo que su intervención ha sido innecesaria. Esto es un aula, no un debate de feminismo.

—¿Y qué si lo fuera? —replico.

—Se acabó —Tira el marcador en la mesa—. Llamaré al director.

—Llámalo, ese es otro desgraciado asqueroso.

Niccoló llega más rápido de lo esperado. Entra en el aula y no me encojo de mi lugar como solía hacerlo cuando lo veía. Ya lo le temo. Ahora el resentimiento ha tomado control de mis decisiones.

—¿Qué sucede? —pregunta.

—La jovencita Jaelyn está incitando a la violencia.

—¿Violencia? —frunzo el ceño.

—Jaelyn, no estás en posición de dictar lo que es justo o no. Mi tarea es mantener un ambiente adecuado para el aprendizaje —Siento arcadas cuando me toca el hombro, le suelto un manotazo.

—¿Y eso incluye hacer que las chicas se sientan mal por su apariencia? —interviene Chiara, levantándose también—. No se trata de un ambiente de aprendizaje, se trata de un ambiente tóxico.

Niccoló titubea, sorprendido por nuestra valentía. Algunos alumnos comienzan a murmurar entre ellos, sintiendo que la balanza está cambiando.

—Los hombres no tienen derecho de tocar a ninguna mujer, así ésta esté desnuda en la calle. Nosotras somos las que tomamos decisiones sobre que es lo que queremos o no hacer.

—A tu lugar —ordena tenso.

—¿Tienes miedo a que descubran la clase de persona que eres?

—Te dije que a tu asiento, no pienso volver a repetirlo.

—Te haré pagar por todo lo que me hiciste, Niccoló. Así tenga que luchar con uñas, dientes y sangre, no me detendré. Este es el momento en que dejo de ser la chica callada que se escondía detrás de las lágrimas.

Las aletas de su nariz se dilatan y sus manos se hacen puños a sus costados.

—Todos tienen que saber lo que eres.

—Solo quieres destruir mi matrimonio, maldita mocosa traumada.

—No soy ninguna traumada, solo soy una víctima de tus atrocidades.

—¡Cállate, cállate, cállate! —Me voltea el rostro de una bofetada. Caigo al suelo, aturdida pero logro escuchar el flash de una foto al ser tomada—. Borra eso, ahora.

—No, con esto se ha comprobado que usted no puede ser nuestro director.

—Niccoló, tenemos que ir a la oficina —El profesor de matemáticas lo intenta tranquilizar.

—Esto no se va a quedar así, Niccoló —dije al ponerme de pie, a pesar de las punzadas de dolor en mi mejilla—. No seré tu víctima silenciosa.

—¿Creen que pueden desestabilizarme?

—No se trata de desestabilizarte. Se trata de que pagues por lo que has hecho. No más silencio, no más miedo.

Lo tuve de pronto cerca, su mano se cerró en mi cuello mientras susurraba.

—Inténtalo, prima. Solo inténtalo y Azrael tendrá una bala en su frente.

—Suficiente —Llegaron otros profesores y lo sacaron del aula a empujones.

—Yo puedo caminar solo —Se sacudió su traje.

—Él no se saldrá con la suya, Jae —Chiara me abrazó.

Sentí una punzada en el pecho. Ya había conseguido cual era mi debilidad. No puedo permitir que le haga daño a Azra, primero se muere él.

Cuando nuestra última clase terminó, guardé unos libros en mi casillero, me percaté que la cerradura la habían forzado para abrirla, y detrás de unos libros de química había una nota pegada. La tomé con mis manos temblorosas.

Muy valiente, esa valentía te durará poco.

—Oye Jae, Renzo vino por nosotras —Hice una bola el papel y lo guardé en mi bolsillo, sintiendo cómo la sangre comenzaba a bombear en mis venas—. ¿Qué te pasa, sucede algo?

—Nada, sólo… no me siento bien —Desvié mi mirada a Dante, me miró y soltó una risita burlona, iba caminando en compañía de sus amigos.

Salimos del instituto. Renzo nos esperaba apoyado al auto de Andrea. Chiara corrió a los brazos de su hermano pero yo frené en seco, alguien llamó a mis espalda. Era Greta.

—No te pude agradecer por defenderme, gracias, Jaelyn.

Forcé una sonrisa.

—Entre nosotras nos cuidamos.

Volví a retomar mi camino, Renzo me tendió una mano como un gesto caballeroso.

—¿Para donde las llevo, señoritas? —Chiara se sentó en los asientos de atrás y yo al lado de Renzo, en el asiento copiloto.

—Llévame para donde mi bello novio —dijo distraída la rubia, pintando sus labios de rojo. Renzo soltó un chillido.

—¿Cuál novio? —exigió él. Chiara notó su error, buscó ayuda en mí. Volteé hacia la ventanilla. Era una traidora, tenía novio y no me había dicho nada.

—¿Yo dije novio? Quiero decir para donde el novio de Jae.

Me atraganté con mi propia saliva.

—Yo no tengo…

—¡Azrael es el novio de Jaelyn! —Se adelantó a decir ella.

—¿Quién coño es tu novio, Chiara?

—¡Yo no tengo novio! Soy una santa.

—No me digas, igual ya sé quién es.

—¡Te dije que yo no tengo novio!

—Por eso hoy se despertó tan emocionado, hasta hizo el desayuno. Aunque se le quemó todo.

—¿No estás molestos? —inquirió ella hacia Renzo. Él negó.

—No, Chiara. Soy tu hermano, no puedo estar enojado contigo. Sí me sorprende que no me lo hayas contado.

—¡Porque no es verdad! —protestó Chiara, cruzando los brazos en un intento de parecer seria. Sus mejillas delataban un leve sonrojo.

—¿Y quien fue el caballero de armadura que logró conquistar tu corazón? —bromeé. Renzo lanzó una risa burlona, encendiendo el motor del auto.

—Vamos, Chiara, ¿qué te cuesta admitirlo? —dijo Renzo, mirándola por el retrovisor con una sonrisa traviesa.

—¡No tengo nada que contarles! —insistió Chiara—. Si tuviera un novio, sería un chico genial y muy…

—¿Muy qué? —Renzo apretó el acelerador.

—¡Muy guapo! —exclamó al fin, dejándose llevar por la corriente de la conversación—. Pero no tengo, así que no sigas preguntando.

—Le Brun es feo. De guapo no tiene nada.

—Mentiroso. Él es lindo.

—¿Lo ves? —Renzo se giró a mí—. Es él.

—Ay, ya. Cállate, Renzo.

Apenas bajamos del auto, se escuchó unos chillidos que eran de Andrea. Lo encontramos encima de una mesa tratando de espantar con un palo a una rata que estaba en la esquina de la sala. No se movía.

—¡Renzo, espanta a ese animal asqueroso!

Renzo soltó un bufido. Agarró el palo y la rata le saltó encima. Él gritó y también se subió a la mesa. Dos chicos que miden más de un metro ochenta, le temen a un pequeño e inofensivo animalito.

—¡Esto es un desastre! —grité entre risas mientras observaba la escena. Andrea, aún con el palo en mano, no sabía si atacar o huir.

—¿Por qué no lo atrapas tú, Jaelyn? —desafió Renzo desde su posición elevada, tratando de mantener la compostura.

—¡Por favor! No voy a ponerme en riesgo por una rata.

—Ustedes son miedosos —Chiara dejó de teclear en su celular para acercarse a la rata, ésta ni siquiera se había movido cuando Chiara ya regresaba chillando y subiéndose a la mesa junto a los chicos.

—Uy, que valiente.

—Jaelyn, no ayudas.

Azrael entró silbado y se detuvo a mitad de la entrada.

—¿Ustedes qué hacen encima de esa mesa?

—A que no nos vas a creer, Azraelcito.

—No soy ningún Azraelcito, Le Brun.

La rata, al ver que ellos tres estaban más ocupados en no caer de la mesa que en cazarla, decidió que era su momento de escapar. Con un rápido movimiento, saltó hacia un rincón y desapareció bajo un mueble.

—¡Mira, se fue! —dijo Andrea, tirando el palo al suelo—. No puedo creer que les haya dado miedo.

—Es que no es solo una rata, ¡es una rata del tamaño de un gato! —protestó Renzo, bajando de la mesa con cuidado.

—Y tú, con tu grito, asustaste a todo el vecindario —añadí, aún riendo.

Chiara, que se había mantenido en silencio, rompió en carcajadas.

—No soy la única que tiene secretos aquí. Renzo le tiene fobia a las ratas.

—¿Yo? ¿Fobia? Solo tengo un respeto saludable por los animales que pueden mordernos.

—Eso suena más a excusa que a respeto —Se burló Azrael—. ¿Y donde está la rata?

—Se escapó. Lástima, se parecía a mi suegra —Chiara le jaló la oreja a Andrea.

—¡¿Estás llamando a mi madre una rata?!

—Son tan parecidas que me confundo, encanto. Ay, ay, mi oreja. Chiara mi hermosa oreja.

—¿Podemos hablar? —murmuró Azrael acercándose, los chicos se habían ido a la cocina. No esperó a que le respondiera, entrelazó nuestras manos y me sacó para el jardín. Sonreí de oreja a oreja observando su espalda ancha y nuestras manos que encajaban a la perfección, eran tan diferentes; la suya grande y la mía pequeña. Se alejó unos tres pasos para pasarse una mano por su cabello—. No eres mi hermana, Jaelyn.

—No lo soy —repetí.

—Este… ejem… pues…

Y otra vez su nerviosismo apareció.

—Pienso irme de la mansión Marchetti. No quiero seguir causándole problemas a Aurelio, sé que soy un estorbo para él.

—No, no Azrael. ¿Y para donde piensas irte?

—Aquí, con los chicos. Hay una habitación libre —Mi mirada se desplazó a sus labios. La aparté.

¿En que diablos estoy pensado? No tiene sentimientos hacia mí. Debería de matar estos que estoy sintiendo hacia él. Puede que termine ilusionada sola. Está mal. Muy mal. De niña me repetía que no pasaría por esto, y sin embargo, heme aquí. Toda perdida por un chico de ojos bonitos y ego grande. Muero por besarlo. Y lo haré, lo voy a besar. Puede que sea uno de mis más grandes errores. Pero como dicen, el que no arriesga no gana. Me arriesgaré.

Me puse de puntillas, apoyando mis manos en su pecho.

Estoy nerviosa.

Muy nerviosa.

Azrael notó mis intenciones y se echó para atrás. Mi corazón se rompió.

Fue él que me tomó de la nuca y me besó.

Sus brazos me rodearon la cintura para acercarme a su cuerpo. Nuestros pechos se presionaron. Me besó con toda la furia que había reprimido durante tanto tiempo. Me perdí en su sabor, en la forma en que sus manos se deslizaban por mi espalda, como si quisiera marcarme, hacerme suya.

Se alejó solo unos centímetros, respirando acelerado.

—Estoy enamorado de ti. Desde niño lo he estado, desde que te vi pisar la mansión de los Marchetti supe que serías la chica que me volvería loco. Y no me equivoqué. Me tienes a tus pies, farfalla. Tienes el poder de hacer conmigo lo que quieras.

Gritos de capitulo aquí:

SE BESARON *carraspea para no gritar* La espera valió la pena.

Opiniones del capítulo aquí:

En este espacio se nombra a los personajes que odian y lo que quieren que les suceda:

Y en este otro a los personajes que aman:

Bueno hermanas, espero les haya gustado el capítulo. ¡YA SOMOS 100K DE LECTURAS! Qué locooo, jeje.

Azrael y Jaelyn:

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