~Capitulo 16~
|ES UNA ADVERTENCIA|
Descubrí el dolor del silencio. Ya no lloras, solo aceptas lo que te sucedió con tus lágrimas ocultas.
La antigua casa de mis padres.
Siento tantas emociones: tristeza, melancolía, nostalgia y miedo.
Nunca creí volver a regresar. He estado recibiendo cartas anónimas, cuyas notas dicen un sinfín de cosas que me causan escalofríos. Son tipos: te encontré, Jaelyn. El reloj corre. Se te acaba el tiempo. Al principio pensé que podría ser una broma pesada, pero esto se ha ido intensificado. Hace poco recibí una donde me hablaba sobre esta casa. No quiero saber el autor detrás de esto, como es costumbre, me lo reservo.
—Aquí nací, aquí aprendí a caminar, aquí lloré, sufrí y me hice más fuerte —le digo al pelinegros que camina en silencio detrás de mí—. Tengo tantos recuerdos.
Malos y buenos. En su mayoría malos.
Recuerdos que quisiera borrar.
—Mariposa…
—Tu padre me dijo que odias a las mariposas —Lo interrumpo—. ¿Es verdad?
—Viejo mentiroso.
Azrael da un paso hacia adelante y la madera cruje bajo nuestros pies.
—Ten cuidado —advierto—. La madera está inestable.
—Lo he notado, la que debería de tener cuidado eres tú. Puedes matarte si llegas a pisar mal —entrecierro mis ojos y él deja escapar una risotada traviesa.
El año pasado hubo un incendio, la casa de mis padres fue la más afectada. Lograron reconstruir gran parte de ella. Sin embargo, todavía hay rincones oscuros y lúgubres que no han sido restaurados, como si el fuego hubiera dejado una marca imborrable en ellos.
—¿Qué le pasó a este lugar? —curiosea él, pasándose una mano por su cabello.
—El incendio fue devastador —le respondo, mirando los restos carbonizados que aún se encuentran esparcidos por el suelo—. Fue un accidente, pero cambió todo. La familia que residía en esta casa después que mis padres murieron se mudaron a otro pueblo, a Bellagio. Según los rumores. Yo nunca pensé que volvería a este sitio.
Lo evitaba una vez empecé a vivir con los Marchetti.
Azrael se acerca a una de las paredes chamuscadas tomando con cuidado un cuadro familiar. La mitad del retrato está quemada y apenas se pueden reconocer los rostros sonrientes que alguna vez adornaron esa imagen.
—¿Estos eran tus padres? —Asiento—. Tu madre se parece mucho a ti.
—Yo me parezco a ella —corrijo—. ¿Y como puedes saberlo? Es indescifrable la imagen, está toda destrozada.
—No tanto, si se puede apreciar los rostros. Tu madre era muy hermosa.
Enarco una ceja.
—¿Qué?
—Creí que dirías unos de tus comentarios arrogantes sobre tu supuesta belleza.
—Tampoco lo digo a cada rato, dramática.
Nos detenemos frente a la puerta de mi antigua habitación, siento un escalofrío recorrer mi espalda. Imágenes de la Jaelyn niña llegan a mi mente. Dentro de esas cuatros paredes sufrí un infierno, el abuso de Niccoló inició allí. En una noche donde todo parecía normal. He de admitir que es doloroso revivirlo y sentir esa angustia que se expande por tu pecho y te traba la respiración. Duele saber que nadie me creyó, que a la víctima la dejaron como a la villana y el villano como la víctima. La vida en general es una mierda. Violadores de niños andan sueltos y caminando por las calles, mientras que si un chico entra a robar a un supermercado por comida y necesidad, es condenado y encerrado.
Hay que mantenerse callado ante toda esta situación, porque si te quejas te catalogan como feminista. Solo por pelear por derechos igualitarios.
El hombre puede tener hasta más de una mujer y lo llaman polígamo, mientras que si una mujer tiene más de un hombre, la llaman promiscua. Una zorra cualquiera. La sociedad está llena de dobles estándares y prejuicios que perpetúan la desigualdad de género.
Sacudo la cabeza, de nada sirve quejarme en silencio. No podré cambiar el mundo y su forma de pensar.
Azrael tiene su ceño fruncido, no por mí. Sino que por una foto enmarcada que descansa sobre la repisa de la chimenea. Sus ojos claros, normalmente serenos, reflejan una mezcla de sorpresa e incredulidad contemplando la imagen. Me acerco con curiosidad y observo la fotografía. En ella, se encuentra una pareja sonriente, abrazada en lo que parece ser un jardín florecido. El sol brilla sobre ellos, iluminando sus rostros radiantes y llenos de amor. Mis extremidades se congelan, reconociendo sus rostros.
—No me jodas —suelta Azrael, acompañado de una risa sarcástica.
—N-no pueden ser ellos —balbuceo.
—Claro que si son ellos, ¿qué no lo ves?
Es mi madre y Aurelio los que aparecen en la fotografía.
—¿Cómo se llamaba tu madre, Jaelyn?
—Carla Greco.
—Carla Greco —murmura, pensativo—. Su nombre no me llega.
—Tal vez nunca la conociste.
Niega.
—Ella fue mi niñera.
—¿Qué?
—Si, cuidaba de mí cuando tenía entre un año o dos. Son fragmentos dificultosos de ver, pero sí, ella trabajó para mis padres. Luego se retiró porque había salido embarazada.
—Embarazada de mí —deduzco.
—Lo extraño de todo es que ella trabajaba y vivía en la mansión Marchetti, ya que como era mi niñera debía de estar siempre a mi cuidado.
—¿Qué quieres decir con todo esto?
—No quiero sacar conclusiones apresuradas, Jaelyn —Su nuez de Adán se mueve de arriba abajo al tragar—. ¿Si llegó a suceder algo entre ella y mi padre?
—No —niego—. No es posible.
—¿Por qué?
—Porque… —mi voz falla y se quiebra de solo pensarlo—. Tú y yo seríamos hermanos, hermanos de sangre.
Hace una mueca, evitando mi mirada.
—Eso no cambiaría nada —susurra cabizbajo—. Solo serías mi hermana.
Mis ojos se llenan de lágrimas. ¿Por qué? Porque yo no quiero ser su hermana, quiero ser algo más. Más profundo. Y si lo soy, lo que siento sería un sentimiento enfermizo. Incestuoso.
—Yo no quiero ser tu hermana.
Él levanta la cabeza.
—¿Qué tiene de malo? No somos nada, si compartimos lazos sanguíneos…
—No lo entiendes —interrumpo—. Nunca entenderás.
—¿Entender qué?
Me gustas.
Me gustas mucho.
Estoy enamorada de ti.
—Nada.
Estoy decepcionada. ¿Tan mala soy tratando de demostrar mis sentimientos? Es la primera vez que alguien me interesa, y no sé cómo actuar. ¿Tengo que declararme? ¿Eso no es de chicos? Mi cuerpo se sacude bajo mis sollozos, no quiero llorar, mas no puedo evitarlo. Cubro mis ojos con mis manos y me los froto para aliviar mi dolor. Alguien tira de mi brazo, su mano se va a la parte trasera de mi cabeza y su brazo me envuelve mi cintura.
—No llores. Las chicas hermosas no lloran, luego se ponen feas.
—Azrael, no soy una niña para que me digas eso.
—No lo digo porque seas niña, lo digo porque odio verte sufrir —Besa mi cabello y sostiene mi rostro entre sus manos, su mirada se suaviza. No hay burla, ni lástima. Solo un brillo especial que no logro descifrar—. Vamos a hablar con Aurelio, tonta. Debe de tener una explicación.
—¿Y qué pasa si él es mi padre?
—No hay problema. Mi madre nunca me lo dijo directamente, pero tengo la sospecha de que yo no soy hijo de Aurelio.
Las lágrimas que corren por mi rostro se detienen.
—¿Sospechas?
Asiente, sonriendo coqueto.
—Al final el huerfanito soy yo —pongo mis ojos en blanco. Esto es serio.
—Marchetti —gruño.
—Sé seria cuando estamos hablando —me reprende.
Pero si yo…
No puedo con este hombre.
Rodea mi cintura con su brazo y el roce hace que me tense. No acostumbro a que me toquen, con él haré una excepción. Aspiro su perfume masculino, es una loción amaderada y seductora que se mezcla con el aroma de su piel. Cierro los ojos y me dejo llevar por la sensación de seguridad que su abrazo me brinda. No trajo su auto, venimos en su motocicleta. Se asegura de ponerme el casco, como si no pudiera por mi propia cuenta y enciende el motor, arranca y frena de golpe. Pego un grito y me aferro a su cintura, con mi rostro apoyado a su espalda.
—Así me gusta —murmura él—. Me gusta sentir tu calor.
El sonido del motor se funde con el latido acelerado de mi corazón mientras nos adentramos en la oscuridad de la noche. Las luces de la ciudad se convierten en un borrón de colores mientras nos deslizamos entre los autos. Cada curva, cada aceleración y desaceleración parece estar calculada. El viento despeina mi cabello y siento una mezcla de adrenalina y emoción correr por mis venas.
—¿Para donde nos dirigimos? —elevo mi voz por encima de los ruidos de la carretera.
—Te estoy secuestrando —Le golpeo la espalda.
—Si nos matamos será por tu culpa.
—¡No invoques a la muerte!
—Ella me teme a mí.
Ajá. Y él me teme a mí.
Estaciona la moto cerca de un estanque tranquilo rodeado de árboles. Apaga el motor y nos quitamos los cascos. El silencio de la noche se rompe solo por el suave sonido del agua del estanque. Me bajo de la moto y él me sigue. Sus dedos largos se entrelazan con los míos y caminamos hacia un local abandonado que abre con un tintineo suave al empujar la puerta que chirría por falta de aceite.
—¿Y este lugar?
—Te dije que te estaba secuestrando.
Resoplo.
—¿No tienes miedo? —insiste, dando un paso que invade mi espacio personal.
—Yo… —Miré sus labios humedecidos y entre abiertos. Quería besarlo—. No.
—¿Por qué no me temes? —Ladeó la cabeza, unos mechones oscuros le cayeron en su frente y cejas.
—No le temo a alguien a que deseo.
Abre sus ojos, sorprendido. No se lo esperaba. Ni yo tampoco. Ahora toca improvisar para no salir humillada.
—Solo bromeaba —balbuceo.
Estúpida manera de enmendar un error.
—Mentirosa —Eleva mi mentón con uno de sus dedos y me obliga a mirarlo.
Sus manos se apoyan a la pared por encima de mi cabeza y nuestros cuerpos quedan a unos centímetros de distancia. Puedo sentir su aliento mentolado en mi rostro, provocando un escalofrío que recorre mi cuerpo entero. Juego con fuego y temo quemarme. Deseosa a tocarlo, deslizo mis manos por su pecho. No dice nada, solo aprieta la mandíbula y sus dedos se enroscan en mi muñeca, alejándome de él.
—No sigas —ordena.
Su expresión no muestra si está molesto o fastidiado. Avergonzada, bajo mis manos a mis costados.
—No quise molestar. Perdón.
—No es eso —expulsa aire por su nariz, humedece sus labios—. No me provoques.
—¿Provocarte? —me burlo—. Pero si solo te toqué. Fue inocente.
—Oh, farfalla, no sabes que ese toque tuyo inocente me provoca cosas que no debería de sentir.
Esto se puso interesante.
¿Sentirá lo mismo que yo? No quiero ilusionarme.
—¿Qué cosas?
Alza una ceja.
—¿Quieres saberlo?
—Si.
Se inclina más a mi rostro, cuando sus labios están por tocar los míos, me aparto con las mejillas ardiendo.
Se giró hacia mí con una sonrisa irónica.
—¿Y este lugar de quién es? —Trato de cambiar de tema, nerviosa. Funciona.
—Lo compré hace unos días atrás —se aclara la garganta—. Es pequeño, pero sé que será perfecto para ti.
—¿Para mí?
—Ehmm… sí —titubea—. Para tu pastelería, hay que hacerle unas modificaciones —Toma un plano que descansaba en una mesa de madera—. Lo hice yo… —ríe nervioso—. Solo tengo que —Beso su mejilla, se congela.
—Gracias —Mis ojos pican, pero me esfuerzo por contener las lágrimas de emoción. No puedo creer que haya pensado en mí de esa manera, que haya comprado un lugar para que pueda abrir mi propia pastelería. Mi sueño de niña.
Asiente, frenético. El plano se resbala de sus manos y cae al suelo, al agacharse a tomarlo se golpea en la parte trasera de su cabeza con la mesa y lo que hay en ella también cae al piso, unos son frascos de vidrios y se rompen en miles de pedacitos. Maldice, frotando su zona lastimada. Rio divertida, ayudándolo a levantar. Su rostro está ruborizado.
—¡Qué idiota soy! Nada me sale bien.
La escena daba ternura, se le veía como si hubiera fracasado en su intento de impresionarme. Cuando en realidad, era todo lo contrario. Su gesto de comprar un lugar para mi sueño y su esfuerzo por hacerlo perfecto para mí, me llenaban de gratitud y admiración. No importaba si las cosas salían mal en ese momento, porque lo único que importaba era su lindo detalle. Lo abracé por detrás de su espalda, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba y su respiración se calmaba.
—Es perfecto —Le susurré al oído.
—¿En serio? —Sus ojos se iluminaron.
—Si, no tengo palabras para expresar lo feliz que soy.
Luchaba para que mi voz no se quebrara. Era una tarea difícil de cumplir.
Puede que para muchos sea solo una tonta fantasía que no he logrado cumplir. Pero saber que él me escuchó atentamente cuando se lo dije aquella vez en el estudio, que se esforzó por comprarlo solo que para mí. Significa mucho. Es algo más preciado que unas palabras mismas prometiendo amor.
—¡Joder, me haces muy feliz! —Agarró mi cintura y me elevó al aire, dando vueltas conmigo. Reí y él igual. Al percatarse de su impulso, me dejó en el suelo y se rascó su nuca. Sonrojado—. No sé qué me pasó —dice—. Diseñé distintos planos, ninguno me daba el resultado que deseaba —comenta con una sonrisa nerviosa que tira de sus labios—. Pasé tres días en vela, y cuando lo conseguí, compré este local.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Todo lo hiciste solo por cumplir mi sueño de niña?
—Me encanta verte sonreír. Pero me encanta más ser yo quien provoque la causa de tu sonrisa. Ser tu felicidad.
—No sabía que eras un romántico empedernido.
—No lo soy —replica—. No me acerco a eso ni por asomo.
—Claro que sí. Admítelo.
—No.
—¡Si!
—Jaelyn…
—Azrael Marchetti.
—Farfalla.
—Dime.
—¿Qué me hiciste? —frunce sus labios.
—¿Por qué?
—Me estás ablandando —Rompo en carcajadas—. Yo antes no era así.
—¿Y ahora como eres? Yo te sigo observando igual de guapo.
—Oh, en eso sí estamos de acuerdo.
—No te acostumbres a mis buenos tratos, Azra.
—Lo sé, si me enamoré de ti cuando me golpeaste con un bate cuando éramos niños —murmura—. De ahí sé que eres una agresiva en el amor.
Mi sonrisa muere, mi cerebro procesando lo que dijo.
¡¿QUÉ!?
¿¡CÓMO!?
Le salió un murmuro tan bajito que apenas fue audible. Quedé inmóvil en mi sitio, el corazón me latía a mil y cuando decidí elevar mis ojos hacia él, supe que no mentía. Mis piernas temblaban por la anticipación.
—¿Dijiste que estás enamorado de mí? —Abrió sus ojos como si le hubiesen descubierto un gran secreto. Y si que lo era. Se sobresaltó y negó con la cabeza.
—Yo no he dicho nada —Se defendió.
—¡Si lo dijiste! —me aclaré la garganta—. Dijiste que estás enamorado de mí.
Enrojeció.
Contuve las gana de reír. «Esto es un momento serio, Jae». Me esforcé por mantener una expresión neutra, a pesar de que si quería reírme de su reacción. Su rostro se puso rojo tomate, hasta sus orejas enrojecieron. Se veía tierno así.
—T-Tienes que li-impiarte l-los oídos, y-yo no he dicho n-nada.
Tengo que guardar este recuerdo como un suceso histórico: Azrael balbuceando, sonrojado, nervioso e inseguro. Todo lo contrario al chico arrogante que suele ser.
—¿Estás enamorado de mí?
Di que sí, di que sí.
Di que sí por favor…
Negó.
—N-no.
—¿Y porque escuché eso? Lo dijiste, dijiste que…
—Malinterpretaste todo —tragó saliva.
Asentí.
Mi corazón lo destrozó en picadillo. Él pareció notarlo.
—Jae, esto no quiere decir que…
—Tranquilo —Lo corté con la voz quebrada—, yo entendí mal.
—Jae…
¿Por qué sentía ganas de llorar?
—Quiero irme a casa —Un sollozo estrangulado escapó de mis labios.
Como un milagro mi teléfono sonó, interrumpiendo el incómodo ambiente que se creó entre ambos. Lo pegué a mi oído y la voz estrangulada, sollozante de Chiara inundó mi audición.
—¿Chiara? —No paraba de llorar—. Cálmate, respira profundo.
—N-no p-puedo, me duele mucho.
—¿Chiara que te pasó? —Compartí una mirada preocupada con Azrael.
—Dante —Logra decir entre balbuceos y sollozos—. Dante… él… m-me golpeó.
—Hijo de perra —masculla Azra.
—¿Dónde estás?
Al decirme la ubicación, sin perder tiempo, nos dirigimos para allá. Chiara se encontraba cerca de un restaurante poco concurrido aquí en Italia, solo que Dante la arrastró hasta la parte donde habían esos enormes contenedores de basuras. La encontramos sentada en el suelo, con lágrimas corriendo por sus mejillas y sosteniendo su abdomen con gesto de dolor. Su rostro estaba magullado y los ojos hinchados de tanto llanto. Me arrodillé a su lado, envolviéndola en un abrazo.
—Ya estás bien —le susurré, frotando su espalda. Ella hundió su rostro en el hueco de mi cuello, viéndose azotada por las sacudidas de su cuerpo—. ¿Quieres irte a casa? —Asintió, intenté ponerla de pies, pero se retorció.
—No, no, me duele.
—¿Qué hacías con Dante? —Le lancé una mirada frívola a Azrael. No era el momento indicado para esas preguntas. Sin embargo, Chiara negó.
—Me siguió —Apoya su espalda a la pared con lágrimas en sus ojos—. Y trató de convencerme de volver con él, cuando me negué me estampó a la pared y me golpeó, le supliqué que se detuviera, no lo hizo. Su ira aumentó.
—Vamos a llevarte al hospital —Le acaricié su mejilla. Se alarmó.
—¡No! ¡El hospital no!
—Tranquila, tranquila. Vámonos a tu casa —Giré la cabeza para encontrarme con Azrael—. ¿Puedes ayudarme a levantarla? No puedo sola.
No parecía muy contento del todo, se agachó y alzó a Chiara entre sus brazos.
Durante el trayecto, Chiara se aferraba a mi mano con fuerza, como si temiera que Dante apareciera de repente. Traté de calmarla, prometiéndole que no dejaríamos que nadie le hiciera daño de nuevo. Azrael mantenía la vista fija en la carretera desde el asiento copiloto, apretando sus nudillos hasta ponerlos blancos. Tuvimos que llamar a un taxi para llevar a Chiara a casa.
Su madre no estaba en casa, la ayudé a subir las escaleras para ir a su habitación.
—Chiara —Me senté en la orilla de la cama—. Este acto que hizo Dante ha sobrepasado todos los límites. Cuando un chico golpea a su novia, ex o su pareja después de eso puede hasta atentar contra tu vida —Ella se estremeció, asustada—. No lo digo para que tengas miedo, debes de andar con cuidado y si es necesario, denunciar a Dante por esta agresión.
—No conoces a Dante.
—¿Y que nos puede hacer? Dante no es nadie para que le tengas miedo. Solo es un estúpido chico con la masculinidad frágil. Un verdadero hombre no es capaz de alzarle la mano a una mujer.
—Tengo miedo a lo que pueda hacer, gracias al cielo y Andrea no andaba conmigo.
—No hubiera dejado que Dante se te acercara.
—Si, pero…
—¿Pero?
—Dante dijo que podía hacerle daño a él.
Suelto una risita irónica.
—Solo lo dice para someterte a ti, Chiara.
—Yo no quiero que nada le pase, Jaelyn. Le tengo aprecio, aunque parezca que lo odie.
—¿No será que estás enamorada de él?
Hace una mueca.
—No podría enamorarme de ese.
—¿Qué tiene? Él es lindo. Te mereces un chico que te valore, Chiara. Y ese francés es el indicando para ti.
—No quiero lastimarlo, y horita sé que si le doy una oportunidad lo voy a destrozar. Estoy confundida, necesito tiempo para pensar y aclarar que es lo que quiero y necesito.
—Bien —Vuelvo a envolver mis brazos por su cuerpo, abrazándola con cariño—. Entiendo que estés confundida y necesites tiempo para descubrir tus sentimientos. Lo importante es que te cuides a ti misma y no permitas que nadie te haga daño. Eres mi amiga y te quiero mucho. Pase lo que pase, te apoyaré, en las buenas, en las malas, ahí estaré —Ella sonríe, y suspira.
La puerta de su habitación se abre y su madre entra. Mi cuerpo se pone rígido, ella le lanza una mirada de reproche a su hija mientras mueve su melena en desaprobación.
—¿Qué fue lo que te pasó?
—Dante me golpeó, mamá.
Un ligero silencio se crea, interrumpido por el reloj de pared.
—¿No puedes inventarte otra mentira mejor? —reprocha. Sabemos que esa mujer estará de lado de la basura humana ex novio de Chiara—. Dante es incapaz de levantarte la mano, Chiara.
—Mamá, no estoy mintiendo. Dante realmente me golpeó —insiste Chiara con voz temblorosa.
—Seguro te lo buscaste.
—No puedo creer que estés defendiendo a ese monstruo —Me pongo de pies—. ¡Es tu hija la afectada! No esa basura.
—Jaelyn, por favor —Chiara tira del borde de mi camisa para que no diga nada.
—¿Podemos hablar? —inquiere, salimos de la habitación y nos dirigimos a la cocina. Azrael me espera impaciente en la sala de estar—. Lo que pasó entre Dante y yo no se lo puedes decir a Chiara.
—¿O qué?
—No quiero problemas por tu culpa niña.
—¿Mi culpa? ¿Acaso yo la obligué a que se follara a Dante?
—¿No sabes lo que les sucede a los que hablan demás?
Enarco una ceja.
—¿Me está amenazando?
—Es una advertencia
Holaaaaa.
¿Teorías?
¿Venganza o no para Dante?
¿Creen que Aurelio tuvo algo con la madre de Jaelyn?
Pueden seguirme en instagram: Nathalikell45
Dato curioso: Los que vivían en la casa de los padres de Jaelyn después de su muerte eran familia de ellos, por eso no quitaron los cuadros familiares.
Admiren la belleza, el único, el grande y guapote de Azrael Marchetti:
Las leo <3
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