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~Capitulo 15~

|NO TE VAYAS|

Dieciséis horas después...



Maldigo a todos los personajes que se me cruzan por la mente, a mi padre; al maldito de Niccoló, al idiota de Jean y a mí mismo por ser tan descuidado.

Estrujo mi cara frustrado y muerdo el interior de mis mejillas hasta saborear el sabor metálico de mi sangre en mi paladar. Apoyo mi espalda a la fría pared conteniendo las arcadas de asco por el mal estado en donde me tienen encerrado, las paredes desconchadas y el olor a humedad penetran en mis sentidos. Una rata está a la esquina con lo que parece ser mi única compañía. 

—¡No puedes estar tranquilo! —Llega Aurelio furioso, detrás de él viene su abogado—. Me das dolores de cabeza.

—Yo no te pedí que me sacaras.

—¿Y qué piensas hacer? ¡¿Seguir encerrado en una celda?!

Mueve sus manos al aire mostrándose agitado e histérico.

—Yo no hice nada malo —refunfuño de brazos cruzados. Todavía sentado en el sucio piso.

—Si cómo no —suelta una risita irónica—. ¡¿Te parece poco entrar en el auto de un director de un instituto y apuntarlo con un arma!? ¡Dime!

—No menciones a ese desgraciado.

—Ese desgraciado ha montado cargos en tu contra, jovencito.

—Señor Marchetti... —carraspea el abogado llamando su atención. Aurelio lo ignora—. Señor Marchetti, ¿puede dejar que yo hable con su hijo?

—No piensas, Azrael. No piensas.

—Ese maldito desgraciado lastimó a Jaelyn.

—¡¿Y cómo lo sabes!? —se toca el puente de su nariz y exhala para tratar de calmarse—. No hay pruebas que lo acusen de ello. Además, eso no te da el derecho de actuar como si fueras un criminal, amenazarlo y golpearlo.

—Yo no lo golpeé...

—¿Él mismo se golpeó porque quiere?

Lo golpeé poquito.

Solo fue poquito...

Miro mis nudillos rotos.

Vale, si fue bastante.

—A él le gusta exagerar las cosas —me limito a decir.

—Y no solo lo golpeaste, también le disparaste en una pierna.

—Se lo buscó solito, yo quería hablar y él no ayudaba.

—Señor Aurelio —Vuelve a intentar dialogar su abogado.

—¿Qué quieres? —responde Aurelio con impaciencia.

—Es importante que escuche lo que tengo que decir. He revisado a fondo el caso y he encontrado algunas inconsistencias en el testimonio del director Niccoló. Creo que podemos presentar una defensa sólida y demostrar la inocencia de Azrael —explica el abogado.

—¿Lo ves? Yo soy inocente.

—Azrael te tomaste muy en serio el papel de sacarme canas verdes.

—¿Y bien? —miro al abogado—. ¿Qué piensas hacer?

—Tengo que saber que fue lo que hiciste.

—Nada. Yo soy un bello angelito.

Noto el tic nervioso en el ojo izquierdo de Aurelio.

—Bueno... —Comienzo a divagar entre mis recuerdos.

La rabia enviaba descargas a mi cerebro. Él la lastimó, ahora yo lo iba a lastimar a él. A Niccoló. Iba hacer que se arrepintiera el resto de su vida por haber intentado arremeter contra Jae.

Niccoló nunca me ha dado buena espina, desde que empezó como socio de mi padre supe que iba por algo más. Vi el brillo de maldad en sus ojos, hasta por su forma de hablar. Es de esos tipos que aparenta ser los mejores, los más caritativos con todas las personas. Pero que cuando sacan sus garras es para destruir a los más débiles, en este caso a Jae. Sé que ella es una chica fuerte por todo lo que ha vivido. No obstante, esa fuerza mengua cuando lo ve a él.

Joder.

Siento tanta impotencia de no poder ayudarla, de no haber estado para ella cuando su padre la golpeaba. Odio ver tanto sufrimiento que lleva acumulado en su interior, y me odio más por sentir esto que siento. Es un sentimiento que no debería de estar sintiendo.

No, Azrael. No puedes sentir esto.

Yo tengo que odiarla. Y lo jodido de todo es que nunca la odié, ni siquiera cuando era un mocoso de once años. Solo quería llamar su atención de una manera un tanto inapropiada.

Mis nudillos dolían ante el impacto contra su abdomen.

Tomé una silla, me senté en ella a descansar. Saqué un pañuelo de mi bolsillo y empecé a silbar limpiando el filo del cuchillo que usaría contra él. El miedo se vio reflejado en sus ojos, intentó moverse pero las esposas y cadenas que sujetaban sus tobillos se lo impidieron.

—¿Tu madre nunca te enseñó que no debes de lastimar a una mujer? —inquirí.

No respondió, solo se limitó a lanzarme un escupitajo.

—Ya veo —murmuro—. Tendré que enseñarte que no se lástima a ninguna chica, independientemente de la edad que ésta tenga. No se tocan.

—Cabrón —sisea—. Te vas a lamentar de esto, niñito de papi.

Me burlé.

—¿Ese es tu mejor insulto?

—Te vas a lamentar —jadeó por la debilidad—. Te voy a matar y lo disfrutaré. A ella la voy a destruir, solo será la sombra de la niñata tonta que solía ser, no sin ver antes jugar con su mente hasta que suplique su muerte misma.

Mi interior se retorció, quise clavarle el cuchillo en su yugular. Por hablar así de ella, con tanto cinismo y seguridad. Lo quería matar. Me contuve. No lo haría, no me volvería como él. En una basura apestosa que no valía la pena.

—Solo eres palabrería. Perro que ladra no muerde.

Se carcajeó. Las cadenas sujetadas a la viga se estremecieron por sus movimientos bruscos. Sacudió la cabeza y me enfrentó con la mirada.

—Yo no solo ladro, Marchetti. Yo muerdo, arranco sus pieles y las hago sangrar. Pongo vulnerables a mis víctimas hasta que son ellas mismas que toman la iniciativa de acabar con sus vidas. No tengo que mover un puto dedo para obtener lo que quiero. Horita lo que he quiero es a mi coniglietta.

Su coniglietta. Me asqueó. No soporté la idea de él haciéndole daño a Jae, tomé la pistola que mantenía en la mesa, esa misma con que lo amenacé dentro de su coche y apunté a la frente.

—¿Vas a matarme? —mofó—. Un niño estúpido como tú no es capaz de jalar el gatillo.

—¿No? —Le disparé, pero en su pierna. No lo quería muerto todavía. Soltó un alarido ahogado—. Soy capaz, solo que quiero verte sufrir primero.

Me llevan a la sala de interrogatorio. Las paredes desnudas y la iluminación tenue crean una atmósfera intimidante. Me siento en una silla incómoda mientras que mi abogado se ubica al otro lado de la mesa con su maletín y habla con los agentes sobre mi caso. Niccoló levantó cargos en mi contra una vez pudo escapar del estúpido de Jean. Solo me descuidé un momento y al otro me llevaban a la comisaría.

Como me resistí al arresto, los policías me golpearon y me dejaron durmiendo en una celda con las peores condiciones que puedan existir —no es como si las otras celdas estuvieran en mejores condiciones—. La cabeza me duele y mis ojos arden, no he dormido bien. Ahora me pregunto, ¿la mariposa se habrá enterado de lo que hice? Espero que no. ¿Qué pensará de mí si se entera? Tal vez que soy un impulsivo. Bravo, Azrael, eres un gran ejemplo a seguir.

—Azrael Marchetti —Habla uno de los agentes. Un viejo canoso y feo—. Se te han acusado con cargos como agresión, amenaza de muerte y resistencia al arresto. Ahora es tu oportunidad de dar tu versión de los hechos. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?

Qué estoy malditamente guapo.

Muerdo mi labio.

No diré eso.

—No tienen pruebas que acusen de manera directa a mi cliente, solo la palabra de Niccoló —interrumpe mi abogado, haciéndose notar—. Es una acusación sin fundamento y basada en falsas afirmaciones. Mi cliente ha sufrido maltrato por parte de los agentes al momento de su arresto, lo cual pone en duda la integridad de este proceso.

Así se habla, devora.

Para eso te pagan.

No llevo ni una hora con mi abogado y sé que desea ahorcarme. Lo he sacado de quicio.

Me hundo en la silla, aburrido.

—Entendemos su postura, señor Zanoli, pero tenemos pruebas suficientes para sostener estas acusaciones. Testigos presenciales han corroborado la versión de Niccoló y contamos con evidencia física que respalda las afirmaciones de agresión y amenaza de muerte.

Así continúan hasta que llegan a un acuerdo. Aurelio tiene que pagar una fuerte suma de dinero para no ir a mayores y evitar un juicio. Firma los documentos para luego hacer el pago. Lo espero apoyado a su auto, cuando sale de la comisaría me pongo de pies y sin verlo venir, me jala de una oreja y me arrastra hasta el asiento copiloto.

—¡Qué te pasa! —chillo, acaricio mi oreja enrojecida.

—No sé que haré contigo. Cada día me decepcionado más.

Bufo, indiferente.

He escuchado tanto la misma frase que ya no duele. Aprendes a soportarlo. El Azrael niño se hubiera sentido mal y haría todo para cambiar, ahora de grande sabe que no puede hacer nada al respecto. La decepción de Aurelio se ha convertido en algo constante en mi vida. A pesar de mis esfuerzos por complacerlo y hacer las cosas bien, siempre parece encontrar algo de qué quejarse. Es agotador y desalentador.

Toma la vía que va al cementerio, le pido que pare.

—¿Para donde vas? —pregunta bajando el vidrio de la ventana de su lado.

Detengo mis pasos.

—¿De verdad lo preguntas? Si a la única persona que tengo muerta es a mi madre —Hace una mueca de disgusto, ni siquiera hace el esfuerzo de ocultarlo—. Olvídalo, olvidas todo lo que no sea tu familia adorada.

—No empecemos, Azrael.

—Esto empezó desde el día que me hiciste a un lado por tu amante y tu querida hijita.

Lo menciono con tanto resentimiento que mi voz salió amarga.

—No metas a mi esposa y a Jaelyn en tus putos traumas de niño estúpido.

«Traumas de niño estúpido» Saboreo esas palabras que me golpean como un puñetazo en el estómago. A pesar de todo, todavía guardo un rastro de esperanza de que algún día Aurelio pueda entenderme, aceptarme por quien soy y no solo por las expectativas que tiene de mí. Yo soy su hijo, el verdadero. Ella no tiene la culpa de nada, solo quiero hacerle saber porque el trato entre ambos es tan diferente. Lo he notado. A ella la trata como su hijita que la mantiene encerrada en una cajita de cristal. A mí, en cambio, me trata como un bastardo.

Y no entiendo el porqué.

Solo quiero saber si soy yo él que está haciendo las cosas mal. Para cambiar.

Me retracto de lo que dije anteriormente, ese niño todavía sigue ahí. Ese niño que busca la aprobación de su padre.

Me echo andar para el interior del cementerio. Mamá antes de morir pidió que sus restos descansaran en su país de origen: Italia. Cumplí su último deseo al pie de la letra, dolió mucho su partida. Es un dolor que llevaré por el resto de mis días, un dolor inimaginable hasta que te toca experimentarlo en carne viva. Creí que ella siempre estaría a mi lado, que siempre tendría su apoyo y amor incondicional. Sin embargo, la vida nos juega malas pasadas y nos enfrenta a la cruda realidad de la muerte.

Su muerte es un recuerdo que mantendré muy grabado. En como fui testigo de su estado delicado de salud. El cáncer la consumía con lentitud, arrebatándole su energía y vitalidad. Cada día la veía luchar contra esa enfermedad despiadada, a pesar de todos los esfuerzos y tratamientos, la batalla estaba perdida. Recuerdo aquellos días en el hospital, donde mi madre se aferraba a la vida con todas sus fuerzas. Su sonrisa, aunque debilitada, aún iluminaba la habitación.

La extraño tanto.

Caminando entre las lápidas y los cipreses, siento cómo el peso de la ausencia de mamá se vuelve más intenso. El clima es melancólico, reflejado en el arte es como un lienzo en blanco que espera ser llenado con las emociones que llevo en mi corazón. Abrazo mis brazos, mi ropa está húmeda por la brisa fría que me azota y mis zapatos están cubiertos de polvo por el sendero de tierra que he recorrido. Los ojos me pican, me esfuerzo por tragar grueso y apartar ese nudo que se crea en mi garganta.

Busco entre las tumbas el lugar exacto donde descansan sus restos. El silencio del lugar solo es interrumpido por el suave murmullo del viento entre los árboles y el sonido de mis pasos. Ella falleció un veinticinco de Septiembre, a las diez de la noche. La más triste de todo fue que al día siguiente era mi cumpleaños y lo recibí con la ausencia de ella. Su tumba está adornada con flores frescas, un pequeño gesto para honrar su memoria, leo su nombre tallado en mármol mientras me arrodillo para pasar mis dedos por el contorno de sus letras frías y lisas.

—Hola —sello mis labios, quiero hablar y expresarle todo lo que tengo que me está matando, no puedo. No puedo, ella no me escuchará, no está aquí. Estaría hablando solo, aún así; vuelvo a hablar—: Mamá —mi voz se quiebra. Froto mis ojos, arden. Cierro mis manos en puños y los llevo hasta mis labios—. N-no, n-no pude... —Soy tan patético, sollozo.

No pude salvarte.

Rodeo mis piernas con mis brazos y hundo mi cara en medio de mis rodillas. Las lágrimas brotan de mis ojos sin control, como si quisieran lavar el dolor que llevo dentro. Me siento impotente, culpable y lleno de remordimientos. El peso de la responsabilidad me consume, sabiendo que no pude hacer nada para evitar su partida.

Soy tan mal hijo.

—¿Por qué te fuiste? ¿Por qué? —¿Tan mal hijo fui? Todo mi cuerpo tiembla, no me marcho de ahí hasta que siento unas gotas de lluvia que empiezan a caer y empapar mis ropas. Sostengo mi pecho con mis manos, haciendo presión. Me duele mucho, no puedo respirar bien.



*

—Me dijeron que te tenían en la comisaría —El francés se ríe—. Ya no encuentran que chisme inventar.

—Era verdad.

Su sonrisa desaparece.

—¿Qué?

—¿Me puedes pasar aquel lapicero que está sobre la mesa?

—¿Qué pasó? —Me lo extiende. Luce atónito.

—Ya sabes, soy tan hermoso que hasta la policía se enamora de mí —respondo con una sonrisa burlona.

Resopla. Sabe que no se lo diré.

Enarca una ceja y clava su mirada en el cuadro que está a la esquina más oscura del estudio, es un cuadro que está incompleto. No me he animado en acabarlo, cuando me pongo a trabajar en él no puedo terminarlo. Por lo que, decidí dejarlo allí; entre sombras y telas de arañas. Llevamos tres horas en el estudio, Andrea solo me acompaña para que según no me muera del aburrimiento. A veces prefiero la soledad que cualquier otra compañía, pongo una música que suene en la radio y listo.

—¿Te fuiste de la casa de tu padre?

Dejo de diseñar el plano, apoyando mi cadera sobre el borde de la mesa. Lo miro con cierta sorpresa y asiento.

—Sí, me fui la semana pasada. Ya era hora de tomar mi propio camino —miento. Aurelio mismo me echó en un arrebato de rabia, después me buscó pidiendo que regresara y dejara de ser tan malcriado. ¿Malcriado cuando él fue quien dijo que me largara?

—¿Y por qué no te fuiste a quedar con nosotros? Tenemos una habitación desocupada.

—No quise molestar, ahí está Renzo y sería un problema.

—¿Siguen molestos?

—No sé si molestos, pero no andamos contentos del todo.

Desvié la mirada hacia el cuadro inacabado. Sentía frustración al verlo allí, las horas que había invertido en él y la incapacidad de no poder terminarlo. Me he bloqueado a la hora de dibujar y pintar, como si hubiera perdido la conexión con mi propia inspiración. El lienzo en blanco se burlar en mi propia cara.

—Tienen que arreglar sus diferencias, ustedes son amigos desde muy niños.

—Renzo es mi rival —gruño y Le Brun rompe en sonoras carcajadas—. Eso no da risa, idiota.

—¿Tu rival? —Se limpia una lágrima imaginaria—. ¿Tu rival en el amor?

—Serás imbécil.

—Tú mismo lo dijiste.

—Y tú le agregaste lo último.

—Saco conclusiones.

—Y yo te sacaré un ojo si sigues diciendo estupideces.

—Tanta junta con Jae te volvió agresivo.

Enciende la tele. Él creó su propio espacio para darle cavidad a su flojera. En la pantalla muestran anuncios de productos de limpieza y adelanto de telenovelas de los años ochenta.

—Qué aburrido —La apaga—. Solo están pasando una telenovela de esas que le gusta a mi abuelita.

El tic-tac del reloj marca la hora pautada para ir a la mansión Marchetti a por unas cosas personales. Solo espero que Jaelyn no esté merodeando por ahí, la evitaré todo lo que pueda. Quiero ahorrarme malentendidos con sus queridos y adorados padres, no entiendo la sobre protección con ella. Algún día tendrá que salir de esa burbuja de cristal para enfrentarse al mundo exterior.

—Mis padres quieren que regrese a Francia —dice al cabo de unos minutos.

—Puedes irte, nada te detiene.

Se ruboriza.

—Chiara —El solo mencionar su nombre se tensa—. Ella te detiene.

—No.

Agarro mi abrigo y mis la llaves y apago las luces antes de salir, él me sigue.

—Tengo que buscar ropa en casa de Aurelio.

—Le mandas saludos a Jae de mi parte.

—No hablaré con ella —replico.

—Yo sé que te mueres por ir a verla —canturrea.

Voy a responder con otra réplica, da zancadas para su auto entre risas. Yo, por otro lado, tomo rumbo hacia la propiedad de Aurelio Marchetti. Aparco una vez he llegado y me dirijo hacia la entrada principal de la mansión. Estando en mi habitación arrastro una maleta para equipar lo necesario. Un carraspeo hace que gire la cabeza, lleva unos vaqueros anchos y una camisa holgada con un estampado de flores coloridas. Sus ojos están rojos, ¿había llorado? Y su cabello despeinado.

De nuevo usando ropa que no se ajusta a su cuerpo.

—¿Te vas?

No digo nada y ella solloza.

—No te vayas.

—Jaey...

—Por favor, no lo hagas.

—No quiero seguir aquí.

—No me dejes sola —suplica—. No me dejes.

Mi corazón se pone al revés, viéndola destrozada. ¿Por qué llora? No esperaba verla en este estado tan vulnerable. Solo me limito a acercarme y envolverla con mis brazos, se estremece por el calor de mi cuerpo. Le acaricio una mejilla y mi otra mano se desliza por su espalda.

—¿Por qué lloras? —suavizo la voz. Sujeto su cara entre mis manos.

—Tuve recuerdos de... de eso.

«Eso» No sé a lo que se refiere. No quiere decírmelo.

—Fueron tan reales... —balbucea, no puede contener sus lágrimas—, que creí que estaba sucediendo de nuevo.

—Sshh, pequeña mariposa. No hay peligro —Doy un paso atrás y me desplomo en el borde de la cama, la atraigo hacia mí y la coloco sobre mi regazo. Limpio sus lágrimas y hundo mi cara en el hueco de su cuello.

Juega con nuestras manos entrelazadas, las suyas son tan diminutas a comparación de las mías. Mis dedos son largos y tengo venas en mis brazos. A ella le gusta, lo he notado por las miraditas para nada discreta que le da a mi cuerpo. Se remueve sobre mí y maldigo. «Si se sigue moviendo así... no creo ser capaz de detenerme». Se da la vuelta y nuestros pechos se tocan.

—Jaelyn... —me quejo. No deja de moverse. ¿Qué estará pasando por su cabecita macabra? Clavo mis dedos en su piel con tanta presión que temo dejarle marcas enrojecidas—... deja de moverte así.

—¿Quieres saber lo que quiero? —murmura cerca de mis labios.

Jo-der.

—¿Qué quieres?

Sonríe. Se mueve con una lentitud provocadora. El roce de sus caderas contra las mías envía un escalofrío por mi espalda. Tanteo por debajo de su camisa y toco su abdomen plano. Tiene las mejillas enrojecidas y los labios entreabiertos. Aprieto su trasero con posesividad y la traigo más a mí.

—Azrael —susurra.

—Mmm —Esconde sus ojos traviesos bajo sus espesas pestañas.

—Solo me moví un poco.

Mis mejillas las siento arder al entender la referencia. Maldición. Más allá, debajo de nosotros, hay alguien que ha despertado. 

—No es mi culpa de que me pongas desesperado.

—¿Estás desesperado? —se burla.

—N-no.

—Qué tierno —Sigue burlándose. Acaricia mi mejillas y enrosco mis dedos alrededor de sus muñecas.

—Yo no soy tierno, Jaelyn.

Deja de moverse y se hace a un lado, sonriendo por el efecto que tuve por ella.

—¿Puedes acompañarme a la antigua casa que era de mis padres biológicos?

—¿Qué quieres hacer allá?

—Solo acompáñame.

Hola, hola. Lamento la tardanza del capítulo, en mi defensa diré que seguía ocupada para entrar a la universidad. Ya está todo listo con el papeleo que me exigían. Así que volvemos a retomar las actualizaciones semanales.

Y agradecida por las 67k de lecturas, son las mejores.

Recuerden que este es el primer borrador de este libro y por lo tanto se encontrarán fallos, luego puede que tenga otra versión mejorada.

¿Quieren Pov de Chiara y Andrea?

¿Quieren el beso entre Jae y Azra? Hay que manifestarlo ;)

Las leo <3

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