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~Capitulo 14~

|NADIE TOCA LO MÍO|

Duele perder a un ser querido. La sensación de vacío que deja su partida es abrumadora, y el dolor se instala en lo más profundo de nuestro ser. Cada recuerdo, cada momento compartido se convierte en un recordatorio de su ausencia. La tristeza se vuelve compañera fiel, y el corazón se llena de nostalgia y melancolía.

Nací dentro de una familia que se amaba y era unida, mis padres solían ser de esos que te hacen creer en el amor a tan corta edad. Todo bonito hasta que empezaron sus discusiones por las cuales prefería encerrarme a mi habitación a dibujar y colocar música para no escuchar los gritos histéricos de mi madre. Supe que algo andaba mal. Lo deduje cuando esa mujer entró a trabajar como secretaria para mi padre. Nunca me cayó bien, sabía que detrás de esa amabilidad se escondía algo más.

No me equivoqué.

Efectivamente, ella fue la causa del divorcio de mis padres.

Era su amante, Verónica.

Eso fue lo que mi madre me dijo.

—¡Eres un infiel, Aurelio! ¡Te odio tanto! ¡Te odio, te odio! —Esa mañana, acababa de regresar del colegio cuando mi madre golpeaba a mi padre con sus puños por el pecho, él al verme llegar la tomó de ambas muñecas para inmovilizarla—. ¡Suéltame, no me toques con tus asquerosas manos! ¡Me das asco!

—¿Puedes calmarte? —Le pidió él—, Azrael nos está observando.

Ella trató de tranquilizarse, aunque era obvio todo el rencor que le tenía.

Subí las escaleras sin mirar atrás. No quería quedarme a ver cómo mi familia se desmoronaba.

A los pocos días, mamá recogió sus cosas dentro de una maleta para irse. Fue un cambio brusco, ¿qué pasó? ¿para donde se va? Se puso de cuclillas y tocó mi hombro.

—Cielo, tú decides con quién de los dos quieres quedarte.

Papá se encontraba en el marcos de la puerta de brazos cruzados.

—Por favor, Patrizia, esta casa es tuya y de nuestro hijo.

—No, Aurelio. Ya te enteraste de todo, lo único mío es Azrael, porque ni siquiera es tuyo.

No le entendí al principio, a los años todo cobró sentido.

Aurelio no dijo nada, solo se limitó a irse cabreado.

Así solucionaba, molestándose. Como odiaba que no era capaz de enfrentar sus problemas de frente, simplemente le daba la espalda a esperar a que estos se solucionen por si solos. Cómo si eso fuera posible. Tomaba la misma actitud que Jaelyn, comparten eso en común.

—Y bien, cariño ¿te quedas o te vienes conmigo?

Un nudo se formó en mi garganta, no quería que ellos se separaran. Pero si así lograrían ser felices no podía interponerme, no hay marcha atrás.

—Me voy contigo, madre.

Besó mi mejillas y desordenó mi cabello con su mano en un gesto cariñoso.

—Recoge tus cosas. Todas, no dejes nada aquí.

Así lo hice. Nos mudamos para un pequeño departamento, solo viviríamos allí hasta que consiguiera un trabajo en otra empresa. Por lo que, tendríamos que ahorrar para poder mantenernos a ambos durante ese periodo. Mi madre ya no quería seguir trabajando con mi padre después de su separación.

—Hoy el entrenador me ha felicitado, ha dicho que si sigo así podría ser uno de los mejores jugadores del hockey sobre hielo —Le comentaba emocionado mientras comíamos nuestro desayuno—. ¿Puedes creerlo, mamá? ¡Uno de los mejores jugadores!

Ella estaba tensa.

—¿Sucede algo?

—Tu padre… tu padre adoptó a una niña junto con su nueva mujer.

Adoptó.

Mi mente no quería procesar esa información. Pensamientos contradictorios empezaron a atacarme y por más que hice que no me dolió. Si lo hizo. Me dolió. Él no tenía tiempo para mí, ¿para ella sí? Para esa niña que no lleva su sangre.

—¿Cómo lo sabes?

—Los vi hoy, a los tres —sonrió dolida—. Esa niña no tiene la culpa, Azrael. Tu padre es el único culpable de todos. Debes de conocerla y tratar de llevarte bien con ella.

—¿Conocerla? —suelto irónico—. Yo no conocería a alguien que está ocupando mi lugar. Nuestro lugar.

—Azrael…

—No, mamá. Esa niña no me caerá bien. No me obligues ir a verla.

Sin embargo, el destino, la vida misma parecían tener otros planes en mente.




*


«Tú puedes con esto».

«Puedes hacerlo».

«Seré valiente por ambos», aunque me voy desmoronado sin que lo note.

«Yo estoy bien, lo sé».

Pero, si estoy bien, ¿por qué siento tanta amargura en mi corazón?

Es fuerte tratar de tener fuerzas para que esa otra persona se anime a seguir para adelante. Dejas de lado tus prioridades para enfocarte en ayudar, ayudar para que sea feliz, ayudar para que no se sienta triste. Mi cuerpo está tan casando que solo quiero cerrar mis ojos y que todo este peso sea absorbido. Es una lucha constante entre mi yo de la vida diaria y mis pensamientos que me susurran lo que debo hacer y aún no me atrevo. Ella sigue ahí, muy dentro de mí. Solo que ahora es diferente, no me provoca nada. Solo ese hueco que no logro llenar.

He recibido muchos golpes en el transcurso de mi vida:

La separación de mis padres. La nueva familia de Aurelio. El repentino odio de mi padre hacia mi persona. La enfermedad de mi madre. La muerte de mi madre. Devastación. Soledad.

Es lo que queda.

Los indicios de su enfermedad siempre estuvieron, solo fui ciego y no los detallé, y cuando lo hice fue demasiado tarde.

Muy tarde. No había vuelta para atrás.

Todavía extraño su voz, su presencia, su amor. Todas las mañanas despertaba por el dulce aroma de sus comidas y postres, era buena en toda lo que hacía. Por las noches, a pesar de ser un chico que detestaba la demostraciones de cariño, con ella era diferente. Porque era mi madre. Se enojaba conmigo, para después reconciliarnos dándome un beso en la frente. No obstante, le detectaron cáncer terminal, lo mantuvo en secreto hasta que colapsó una mañana en mis brazos. Nunca más despertó, y nunca lo volverá hacer.

Los dos morimos ese día, por más vivo que me vean. Morí por dentro.

Ya no tengo un motivo al que aferrarme.

Es estresante tener que vivir con una agonía, con esa frustración. Últimamente nada me emociona, ni siquiera dibujar como solía hacerlo cuando era niño. Jugar hockey tampoco, no es la misma sensación. No es lo mismo, no soy el mismo. No soy bueno en nada, yo siempre soy el malo. Me he alejado de mis amigos, he peleado con Renzo y por más que me ha buscado para arreglar nuestras diferencias, no puedo. Con Le Brun, no conecto como solíamos hacerlo cuando nos íbamos con sus primos y hermano para alguna fiesta solo que a pasar el rato. Al menos yo, si pasaba el rato. Venían chicas se me acercaban y con una expresión fría que les daba se alejaban.

Funcionaba, era mi escudo protector. No quería estar en ninguna relación. Con ninguna chica que me jodiera la paciencia.

Suficiente tengo con la mariposa.

Con ella me basta y me sobra.

Es bonita, mimada y estúpida. Sobre todo estúpida, no se puede ser todo en esta vida. Ya que toda la perfección y la inteligencia la poseo yo.

—Eres madrugador —comenta, me sirve una taza de café mientras que apoyo mi cadera contra el mesón—. Te dormiste a las tres de la mañana, no has dormido nada.

—No pude dormir.

He peleado con Aurelio y me fui de casa, o bueno, él me echó. Anoche recogí una maleta con mis pertenencias de uso personal y una que otra prenda. Me topé con Jaelyn y preferí ignorarla, es curiosa y sé que para sacarme información es ágil. Mario se ofreció para que me quedase en su hogar por lo menos hasta que pudiera conseguir una pieza donde pueda rentar, solo era él y ese demonio de cuatro patas: su gato.

No es como si ese animal fuera de mi agrado.

Es igual de fastidioso que Jaelyn, y los dos son chillones. Es la reencarnación de esa chiquilla demoníaca en gato.

Cuando me vio entrar no se lo pensó dos veces para lanzarme un zarpazo. Justo como cuando conocí a Jaelyn, ella no dudó en golpearme con un bate.

—Deberías de descansar más, el no dormir trae consecuencias negativas para tu salud.

Por un momento me quedo en silencio, lo dijo de una forma amable, pero se le refleja esa riña para que no lo haga más.

—No te lo prometo.

—Azrael… —exhala, tocándose el puente de su nariz—. Solo inténtalo —Mira su reloj—. Se me hace tarde, tengo que ir a trabajar —Toma las llaves del auto y un abrigo que cuelga del perchero—. Estás en tu casa —Es lo último que dice, cierra la puerta y me pongo de pies. El bicho llamado gato me lanza otro zarpazo y maúlla, adolorido. Le he pisado la cola.

Mi teléfono tintinea con la notificación de un mensaje creí que podría ser de ella, pero no. ¿Por qué me escribiría? Como ella misma dice, no somos nada. Es el francés, y no es Andrea Le Brun. Es su hermano, Jean.

Jean Le Brun:

Te estoy esperando.

Titubeo entre si dejarlo en visto o responderle, finalmente le respondo.


Azrael Marchetti:

Ya voy.


Afuera el frío me azota con rudeza, por lo que al igual que Mario, tomo unos de mis abrigos y salgo. Envía la ubicación para donde quedamos en encontrarnos, solo yo sé que él está en Italia. Jean no quiere que su hermano se entere de su inesperada visita, solo es para resolver algunos asuntos que está aquí, y  obviamente evita que Andrea se vea involucrado en ellos.

Son poros opuestos. Mientras que uno prefiere la calma, él otro usa la violencia para su resolver sus conflictos.

Aparco el auto a la orilla de una carretera desolada, no hay movimiento de nada ni nadie. Solo se escucha el silbido agudo del viento que pasa y choca con mi cabello. A unos cuantos metros hay un edificio abandonado, lugar de escondite de malhechores. Vislumbro una silueta que se aproxima a mí, lo reconozco de inmediato. Es Jean.

—¿Y mis flores de bienvenida? —bromea. Tiene el acento francés más marcado que Andrea. Niego, blanqueando mis ojos. Mantiene sus manos dentro de los bolsillos de su abrigo—. ¿Y cómo estás?

—Si estuviera bien, no te hubiera contactado.

—Ah, se me olvidaba lo encantador que eres. Tan dulce como un limón.

—¿Vienes o qué? —inquiero, pasando por su lado.

—Por lo menos esperaba un te extrañé hermano —Me alcanza.

—¿Quieres que te de un beso?

Arruga la nariz.

—Yo no soy Andrea.

—Tienes razón. No eres él, eres peor. Fastidias el doble.

—Ah.

Enciende una linterna y me alumbra el rostro.

—Se me fue la mano.

—A veces me pregunto si la leche materna de tu madre traía un parásito que les consumió el cerebro a ambos.

—Yo también me hago la misma pregunta.

Nos adentramos al edificio, está a oscuras. Jean me extiende otra linterna y apunto para una esquina donde hay rata. Subimos los escalones con cuidado y llegamos a la tercera planta, sentado frente a unas computadora está uno de los gemelos Allen. Primo de Andrea, o bueno, se consideran como tal. Gira la silla y me sonríe.

—Hey, tenemos la información que buscabas.

Se pone de pies, entregándome la carpeta con los documentos.

—Lo que no pudimos encontrar fue suficiente información sobre el primo.

—Se sabe mover, lo culparon de violación hace cinco años atrás —dice, Jean. Enciende un cigarrillo y se marcha hasta la ventana con sus cristales rotos para darle una colada—, fue encontrado inocente.

—¿Y los padres de Jaelyn?

—Ellos están muertos —murmura Tyler Allen—. La madre está muerta.

Enarco una ceja.

—¿Y el padre?

—Parece que ese tipo no era el padre de tu chica.

—No es mi chica, Tyler.

—Lo será —afirma, Jean.

Bajo la mirada hacia los documentos, en realidad no me sirven de nada. La información que quería no pudieron dar con ella, tiro a la mesa las carpetas con frustración. Jean se me acerca y coloca una mano en mi hombro.

—Aquí el problema es el primo, ¿no?

—Ella cada que lo ve entra en pánico, temo pensar que él… —Qué ese jodido imbécil puso sus asquerosas manos encima de mi flaca. Me asquea la idea. Lo pienso más no lo digo en voz alta. Igual Jean entiende.

—Existe una solución para acabar con el problema de raíz.

—Jean… —masculla entre dientes Tyler.

—¿Cuál?

—Con un tiro en la frente.

—¿Esa es tu maravillosa solución?

Se encoge de hombros.

—Tocó a tu chica, ¿no es cierto?

—No sabemos si lo hizo o exista otro motivo detrás, y no es mi chica.

—Podemos hacer hablar a unos de sus amigos —añade Tyler. Vuelve abrir la carpeta y saca unas de las hojas, apunta con su dedo hacia un nombre en específico, Marcos—. Niccoló tuvo un amigo para cuando Jaelyn vivía con sus padres biológicos, me imagino que si este degenerado tocó a Jaelyn, él lo sabrá.

—¿Y luego qué?

—Lo desaparecemos.

—¿Cómo es que Jean no está en un psiquiátrico? —Le pregunto a Tyler—. Tiene instintos psicópatas.

—Supongo que el dinero que mi tío movió para que no lo hicieran después de que dejó a aquel chico en coma.

—Fue sin querer —agrega el aludido—. Solo era una advertencia que le quería dar.

—Una advertencia que lo dejó en coma por más de seis meses.

—Yo tengo la conciencia limpia.

—¿Cuál conciencia? Si no tienes.

—Ustedes son unos exagerados.

—Por eso es que el pobrecito de Andrea vive lejos de ti.

—Sería incapaz de lastimar a mi hermano.

Les di la espalda y me alejé para contestar la llamada en mi celular que no paraba de sonar. Apenas descolgué la voz angustiada de Chiara se dejó escuchar:

—¿Qué quieres? —Le espeto. No estaba de humor.

—¿Dónde cojones tienes metido el celular?

—Estoy ocupado.

—Una emergencia y todos nos morimos por tu culpa —recrimina.

—¿Qué quieres? —repito, hastiado. Rompe a llorar. Dios, dame paciencia.

—La lastimaron —Logra balbucear—. A ella —Eso enciende mis alertas—. Tienes que venir para el hospital.

—¿A quien? —Sigue lloriqueando—. Joder, Chiara, habla.

—¡A Jaelyn! —chilla, sollozando.

Pateo enfurecido la mesa que tengo adelante, los chico se sobresaltan y me miran sorprendidos. Salgo a toda prisa, los oídos me zumban y mis puños se ponen blancos por la fuerza ejercida que uso contra el volante de mi auto. Ni siquiera sé en qué momento me metí en él, solo me vi llegando al hospital y preguntando por ella. Di zancadas largas al pasillo de espera, allí estaban Verónica, Aurelio; Chiara y los chicos, Renzo y Andrea. Habían lastimado a mi flaca, maldición. No pude defenderla.

—¿Cómo está ella? —pregunté.

Aurelio se pasaba sus manos por su cabello mientras mantenía la cabeza gacha, al escucharme levantó su cabeza y me miró con sus ojos inyectados en furia. Me valió mierda. El que supuse que debía ser el doctor llegó a explicar que se encontraba fuera de peligro que la hoja del cuchillo no había alcanzado ningún órgano vital. Sin embargo, los cortes eran profundos y requerirían varios puntos de sutura. Pude respirar aliviado.

Me dirigí hacia los chicos, apoyando mi espalda a la pared.

—¿Qué fue lo que pasó?

—No sabemos con exactitud, parece que unos hombres se metieron a la mansión Marchetti y lastimaron a Jae.

Todo esto es por la culpa de Aurelio. Tiene dinero para tener sirvientas y chófer pero no para contratar a hombres que ser encarguen de la seguridad de su hogar. Era obvio que algún día sucedería algo como esto, lo que me enfurece es que la mariposa fuera la afectada.

—¿Y qué le hicieron a esos hombres? ¿La policía los capturó?

Chiara niega.

—Solo a uno. Eran cincos, tres escaparon, el otro murió y el que se hallaba inconsciente es el que tienen en la comisaría.

Las bilis subieron a mi garganta y mi cuerpo tembló. Tres escaparon. La lastimaron y siguen libres. Tienen que pagar lo que hicieron. Iban dispuestos a matarla, no tuvieron piedad. Tampoco la tendré con ellos. Los encontraré.

Juro que lo haré.

—Solo uno puede entrar a verla —dictó el médico antes de irse.

—¿Puedo ir yo? —Miré a Verónica.

—Si, cariño. Ve, nosotros iremos después.

—No —farfulló Aurelio al unísono.

—Si —reafirmó—, si puede. 

Entré a la habitación donde la mantenían, yacía sobre la camilla con sus ojos cerrados, dormía. Tenía un moretón cerca de su pómulo y un rasguño en su mejilla izquierda, pasé mis dedos cuidadosamente por su piel delicada. Impotencia sentía, seguro estuvo aterrada. Los músculos de mis brazos y mi mandíbula se tensaron, ella es tan inocente a todo. Joder, si se pudiera haber recibido la puñalada en su lugar no lo dudo, todo para que no sufra.

—Mi niña —susurro, inclino mi cuerpo y poso mis labios en su frente—. Esto no se quedará así, te lo prometo.

Apoyo mi cabeza sobre su pecho y me quedo así, solo para sentir como su corazón late contra su pecho. Estuve asustado de perderla, nunca me había asustado tanto como lo hice. Por poco choco cuando conducía para el hospital.

Le marco a Jean.

—¿Tan pronto me extrañas?

—Vamos a buscar a estos hombres que lastimaron a Jaelyn.

—Ese es el Azrael que conozco, dime cuándo para…

—Horita mismo, los quiero hacer pagar.

—Bien, ¿Dónde nos vemos, Azraelcito?




*


Pateo la puerta del bar, sabe que vine por él. Es el único que falta, dar con ellos no fue tan difícil como lo pensé. Observé las cámaras de las grabaciones de esa noche de la mansión, y dimos con sus paraderos. Nos tira una botella y sale corriendo, no obstante, se detiene en seco porque para la dirección que tomó Jean lo esperaba, apuntándolo con un arma. Lo arrastramos a la camioneta y lo metemos al maletero.

Los testigos que quedaron se llevaron una amenaza por si se les daba por ir de chismosos.

Estacionamos la camioneta frente a una cabaña alejada de la población. Quedaba cerca de un bosque y un lago. Lo atamos a la silla, junto con su dos amiguitos. Están asustados, Jean le da una colada a su cigarrillo mientras los sigue amenazando con el arma.

—¿Saben por qué están aquí? —negaron—. Se han metido con alguien que no debieron de tocar ni su cabello, con ella.

—Se trató de un error.

—Un error —murmuro—. ¿Apuñalar a una chica es un error?

—El que lo hizo lo han matado. No tenemos nada que ver ahí.

—Mmm —emito—. Dices no tener nada que ver, sin embargo, en las grabaciones se ve otra escena. Le disparaste, solo que fallaste.

—Dije que fue un error —Traga saliva.

Agarro un cuchillo que descansaba sobre la mesa, la punta afilada brilló cuando la luz dio con ella. La examiné, y pasé mis yemas de mis dedos para comprobar su filo.

—Por favor… —suplicó uno de ellos, el de dientes amarillentos—. No nos haga daño.

—¿Daño? ¿Quién ha dicho que les haré daño? —suspiran aliviados, mi expresión cambia a una fría—. ¿Quién les ordenó a secuestrar a Jaelyn?

Intercambian miradas entre ellos.

—No se lo podemos decir.

—¿Ah, no? —Le lanzo una orden silenciosa a Jean, él le dispara en la pierna al que está en medio, grita adolorido—. Y es solo el comienzo si no cooperan conmigo.

No quisieron cooperar, sueno mis dedos para continuación ser el causante de sus lloriqueos de dolor, el otro de terror y  el último clamando misericordia. Me cansé de sus gritos, até sus manos arriba de su cabeza mientras que sus muñecas colgaban a la barra de metal. No tenían la capacidad de defenderse, los tenía a mi merced, así como ellos quisieron poner a su merced a Jaelyn. Harto de sus lamentos les puse a cada uno una mordaza, lágrimas rodaban por sus mejilla. Cuando se las quité los encaré.

—¿Ahora si me dirán quien les ordenó lastimar a mi chica?

Escupieron sangre.

—Niccoló, su nombre es Niccoló.

—Muy bien —Me levanto de la silla—. Todos tuyos —Le digo a Jean.

—No, por favor, no nos… —Un disparo retumba. Cierro la puerta tras de mí y me encamino a mi próximo destino. Ir por Niccoló.


*

—Hola —saludé. Le aparté el cabello del cuello y le puse el collar con el dije de mariposa—. ¿Cómo estás?

—No duele tanto, es una pequeña molestia nada más.

Había pedido verme, pospuse lo de Niccoló. Yo ansiaba volver a estar con ella, no como quería. Pero me conformaba con pasar tiempo así sea hablando de lo que a ella le apasionaba. Me gustaba, joder, me gustaba como sus ojitos brillaban cada que nombraba algo que la emocionaba. Su entusiasmo era contagioso y me hacía sentir vivo. Era un bálsamo para mi alma atormentada. Le regalé un oso de peluche y lo mantenía abrazado sobre su regazo. Me sentía cursis, ¿qué me está pasando? Parezco un niño tonto.

—¿Cuándo te van a retirar los puntos?

—No lo sé exactamente, el médico dijo que en unos días podrían retirarlos.

El médico informó que podía irse a casa, para que estuviera cómoda. Le prohibieron hacer esfuerzos físicos y le recetaron medicamentos para el dolor y la inflamación. Era de noche, y debería de volver al departamento de Mario, no obstante, me quedé un rato más.

—¿Por qué no te estás quedando en la casa, Azra?

—Si eres curiosa —gruñí. Le di unos toquecitos a su frente.

—¿No puedo saberlo?

—No.

—Entonces vete.

—¿Me estas retando?

—Si.

—Si jodes.

—A ti te encanta.

Demasiado. Me encanta ella. Solo ella.

—¿Puedes ayudarme? —inquiere, desatando su blusa.

—Más que eso.

Ayudé a sacarle la blusa por encima de su cabeza y besé sus hombros pecosos, se estremeció. Seguí con su falda, desabrochando con cuidado cada botón. Sentía su piel suave bajo mis manos, y acaricié sus cicatrices.

—¿Cuándo me lo dirás?

Suspiró resignada.

Se veía la lucha interna.

—Papá cuando era pequeña me golpeaba con un látigo porque decía que era una niña malcriada —sus labios empiezan a temblar, y me siento culpable, no debí presionarla—. Mamá nunca hizo el intento de apartarlo cuando él descargaba su ira conmigo, y yo… yo solo tenía mucho miedo.

—Lo sien… —enmudezco. Mi ira hacia ese hombre se incrementó, cuanto deseaba que no hubiera muerto para hacerle pagar todo el sufrimiento que le hizo a mi mariposa, pero se murió. Tuvo que hacerlo sin pagar, poseía cicatrices en su espalda de diferentes tamaños, unas más dolorosas que otras. Evidencia de los golpes que recibió durante su infancia—. No tienes que tener, nadie te volverá a dañar. Te lo juro mariposa. A partir de ahora yo me encargaré de que no te sientas sola, estoy contigo. Siempre estaré contigo.

La abracé con fuerza, sintiendo la angustia y el dolor que llevaba dentro.

Ella paró de llorar, solo su cuerpo temblaba bajo el mío. Odiaba todo lo que pasó con esos hijos de putas que fueron sus padres. Me indignaba como se aprovechaban de una niña que estaba indefensa ante todo ese mal.

—¿Azrael, estás llorando?

—Yo no lloro —refunfuñé. Si, lloraba en silencio. Mis mejillas se sentían húmedas, solo que no lo iba a aceptar.

—Qué tonto eres —se burló.

—Tonta tú.

Posé mis labios sobre sus cicatrices y se las besé.

—¿Qué haces, idiota?

—Soy como un Dios, sabes. Así que deja que este guapetón haga lo suyo.

Soltó una risita bajita.

—Te habías tardado en decirlo.

—¿El qué? ¿Qué soy guapo? Hay que decir lo evidente.

—Lo evidente de lo feo que eres.

—Deja la envidia, flaca.

—Lo que te envidio es el autoestima, ojalá yo pudiera tenerla.

—Eres hermosa, mariposa. Hermosísima, no más que yo. Pero si eres hermosa.

Buscó un vestido de tirantes y se lo colocó. Lástima, la vista era buena.

—Debes de dormir —Le indiqué. Hizo un puchero.

—No tengo sueño.

—Debes de hacerlo para que tu recuperación sea rápida.

—Buenoooo —aceptó sin más—. Buenas noches, Azra.

—Buenas noches, farfalla.

Me acerqué a ella y le di un beso suave en la frente antes de levantarme de la cama. A pesar de que quería quedarme a su lado toda la noche, sabía que tenía que irme. Tenía asuntos pendientes que resolver y responsabilidades que atender. Prometí volver pronto.

Caminé hacia la puerta y antes de salir, me volteé para mirarla una última vez. Su cabello caía con delicadeza sobre la almohada y su respiración era tranquila. Era hermosa incluso en su vulnerabilidad.

—Cuídate —le susurré, cerrando la puerta detrás de mí.

A ella nadie la toca.

Esperé fuera del instituto, me adentré dentro de su auto y me mantuve en silencio. De lejos lo vi que caminaba apresurado a su coche, sacó su celular y entró sin echarle un vistazo al asiento copiloto. Saqué mi arma y se la clavé en su sien.

—¿Eres Niccoló?

—¿Quién coño eres?

—Nadie toca lo mío.


No sé si ustedes saben, pero en el País de las Maravillas todavía es viernes.

Nah, es broma. Ayer no me dio tiempo de actualizar, ando ocupada con el papeleo que implica entrar a una universidad. Dejé pasar un año y recién me enteré que las inscripciones empezaron el mes pasado y termina en este. Casi me da algo porque no tengo todos los recaudos que piden para ingresar, pero ahí voy.

En el cap anterior me dejaron sorprendida. Hubieron lectoras que acertaron con sus teorías (no diré quienes fueron) pero guao. ¿Acaso vienen del futuro? Jeje.

Ese Azra, ¿se lo esperaban? Es un tanto impulsivo. ¿Le aplauden su actitud o no?

¿Qué les pareció el hermano de Andrea? Aunque se le verá muy poco.

Amo leerla en comentarios, haré una dinámica. La lectora que comente más, le dedico capitulo.

Las leo <3

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