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~Capitulo 10~


|YO SOY EL PROBLEMA|

Uno no cambia por sí solo. A uno lo cambian. Cuando te lastiman, cuando te destruyen y te pisotean. Son las circunstancias, las experiencias de la vida y las situaciones que tenemos que enfrentar, son las que te empujan a volverte alguien completamente diferente a lo que solías ser.

—¿De donde sacas esas locas ideas? —trato de distraerlo articulando otra pregunta.

—No son locas ideas, sé que son hechos.

—Alucinas, Azrael.

—Le tienes miedo, no puedes evitarlo. Solo con mirarlo se ve la lucha interna que llevas, entre indignación y odio.

—No me ha pasado nada —Le doy la espalda—. ¿Podrías irte? Quiero cambiarme.

—¿No me tienes confianza? —insiste él.

—Apenas te conozco, no puedo decirte todo sobre mí.

—Eso dice mucho sobre ti.

—Ahí está la puerta —la apunto con mi dedo.

—Yo me quedaré hasta que me confieses la verdad.

—¡¿Qué verdad quieres escuchar!? —grito—. A mí no me han tocado, Azrael. Deja de sacar conclusiones por tu cuenta, no te llevarán a nada. Puede que actúe así porque... porque es mi primo. ¡Niccoló es mi primo! Y puede que me haya sorprendido con verlo nada más.

Asiente. No parece muy convencido. Pongo mis brazos en jarra con mala cara para que se marche de mi habitación. Espero sin ver qué no hace un mínimo ademán de mover un músculo. Se recostó de mi cama con sus piernas cruzadas encima del colchón y sus brazos detrás de su nuca, él también me miraba con esos orbes que hasta ahora no había notado su color; eran un azul oscuro que se podría confundir casi con el gris. Y ese cabello que tenía vida propia, un mechón le rozó una ceja dándole ese aspecto de chico malo. De chico malo no tiene nada, aclaro.

—Asi que es tu primo —masculla muy despacio, como si estuviera saboreándose la nula información que pudo sacar—. A parte de él, ¿tienes a otro familiar con vida?

Niego.

—Mis padres murieron en un accidente de tráfico.

La verdadera razón de sus muertes no se debe a más que mi padre y mi madre huían de unos tipos a los cuales le habían quitado una suma de dinero grande como para no poder pagarla. Lo poco que sé es que los perseguían y en su desesperación chocaron contra un árbol, dejándolos a ambos inconscientes. El auto se prendió en llamas mientras seguían en su aturdimiento y no lograron salir. No esperé a que algo así sucediera, quedé en estado de shock cuando me dijeron que habían muerto.

—Qué jodido —musita—. Te debe de doler sus muertes.

—Pues no —confieso—. No me dolió ni me dolerán sus muertes.

Se mantiene en silencio.

Como si estuviera... ¿analizándome?

—¿Qué? —suelto con nerviosismo—. Cuidado y te enamoro.

Rueda sus ojos.

—Uy, sí, ya me tienes a tus pies —me sigue la corriente.

Creo.

¿Él también bromea? ¿no?

Ese pensamiento contradictorio me provoca un sonrojo en mis mejillas y gran parte de mi cara, bajo la cabeza de la vergüenza a que me viera así. Cogí la prenda que usaría y me dirigí al baño para cambiarme con tranquilidad; la voz del pelinegro volvió a resonar:

—¿Para donde vas?

—Al baño.

—¿Para qué? —¿En serio? ¿Es en serio? Él siguió hablando—: Puedes cambiarte aquí, yo me cubriría los ojos.

—Cómo si fuera a creerte.

—No soy tan atrevido.

—No eres atrevido, eres un pervertido.

—Uno guapote la verdad.

—Azrael —exhalo aire por la nariz.

—¿Si, mariposa?

—¿Te vas o te vas?

—Con tantas opciones que me das, me quedo.

Suelto una risita irónica, Azrael siendo Azrael.

Odioso y pesado en un solo ser. Cerré la puerta del baño y le puse pestillo, por seguridad. Era muy capaz de asomar la cabeza solo porque le dije que es un atrevido pervertido. No confío.  No confío a que vea mi cuerpo semidesnudo, tengo muchas inseguridades y ese es una de ellas. Quisiera ser como las otras chicas, que van a la playa y no les importa ponerse un bikini y que otros les vean partes de sus cuerpos que a mí me causan repulsión. No entro en ese estereotipo de la belleza. Soy tan común; no tengo pechos grandes o un cuerpo para que digan: esa chica es muy bonita.

Observo esas marcas en mi espalda y muerdo mi labio inferior cuando siento ese amargo sabor de las bilis subir por mi garganta.

Eres una niña malcriada.

Odio que ellos estén muertos pero vivos en mis recuerdos.

Me sobresalto con los golpecitos suaves de la puerta.

—¿Te desmayaste en el baño?

Me tiré agua en mi cara para eliminar el resto de las lágrimas que había soltado por haberme torturado sola.

—No me he desmayado —gruño.

—Lo pensé. Ya sabes, no todos los días se tiene a una divinidad en tu habitación.

El ego hablando en persona.

Y eso me saca una sonrisita, él es un idiota.

—¿Y donde está la divinidad?

—Se llama Azrael Marchetti, bello, inteligente, adinerado y tuyo.

—¿Tú eres mío? —inquiero incrédula.

—Todo tuyo.

Terminé de vestirme y salí con cara de póker. ¿Él es mío? Guao, ni yo misma lo sabía. Pasa un brazo por mis hombros y su pulgar acaricia mi mejilla.

—Ves como te levanto el ánimo —se encoge de hombros, lo empujo. Él continúa con su charla de motivación que sinceramente me aburrió hasta que él mismo se cansa—. Mariposa, ¿te puedo hacer una pregunta?

—¿Qué será?

—¿Por qué eres tan fea?

Comienzo a tener un tic nervioso en el párpado.

Cálmate.

Agarro una almohada, preparada para golpearlo pero él toma mi mentón con sus largos dedos y lo levantó a su altura. Tragué grueso consciente de lo cerca que estábamos el uno del otro y si me ponía de los nervios con Renzo, con él mis nervios se triplican, y eso es una mala combinación, porque nerviosa tiendo a no pensar con claridad. Me quedé quieta, tan quieta como si fuera una estatua. Admiré sus ojos más de cerca, y me gustaron en la forma que le quedaban con la malicia de su sonrisa.

—Desde la tierra llamando a una mariposa —su voz burlona me hizo reaccionar.

—¡Idiota! —lo aparté y caminé lejos de su alcance.

—Parecías hipnotizada. Esperaba a que te pusieras nerviosa, no embobada.

—¿Cuanto amas tu vida?

—Lo suficiente como para no querer morirme.

—No parece.

Ladeó sus labios en una sonrisa pícara, él muy descarado me echa un repaso de arriba a abajo que me incomodó y luego se relamió sus labios. ¿Qué pasó por su mente macabra? No me gustó lo que pasó por su mentecita del diablo. Se aproxima y pega mi cuerpo al suyo, me tenso cuando sus manos rodean mi cintura y los vellos se me erizan cuando éstas mismas se adentran por el interior de la camiseta de mi pijama. Ahora no tocaba la tela, el contacto era directo.

—¿No te pongo nerviosa?

Volví a tragar saliva. Sus labios casi rozaban los míos. Ya no sabía cómo se respiraba. Cerré mi respiración y solo lo miré sin saber que hacer.

—Yo te odio, Azrael...

—¿En serio me odias? —maniobró con mi figura para darme la vuelta. Mis manos las apoyé a la pared mientras que con la suya la envolvió en mi nuca y la otra me inmovilizó. Quieta. Su nariz se hundió en las hebras de mi cabello y aspiró el aroma de mi perfume. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda mientras sus labios rozaban mi oído—. El odio y el deseo son dos caras de la misma moneda, preciosa.

Mis piernas temblaron ante su susurro ronco y el contacto íntimo de su cuerpo contra el mío. Me esforcé por mantener la compostura, pero era difícil resistirse no caer en la tentación que emanaba de él. Azrael era seductor, impredecible y, sin embargo, despertaba en mí una pasión que no podía negar.

—Yo te odio —seguí firme con mi afirmación—. Te odio tanto.

Le ganaba a Pinocho con tremenda mentira que me gasté.

—Eres una diablita mentirosa —gruñó en mi oído.

Bendito sea ese sonidito que mis oidos pudieron escuchar.

Jae, no caigas. Él trama algo.

—Yo no soy mentirosa.

Solo un poquito nada más.

Un poquito bastante.

—¿En serio? —Rozó su entrepierna cerca de mi trasero con toda la intención del mundo. Jadeé ansiosa. Él no se contuvo más y sus manos apretaron mis pechos por encima de la ropa. Un gemido escapó de mis labios, luchando entre contenerme y dejarme llevar—, tus ojos te delatan, mariposa.

Me separé de él, recobrando un gramo de cordura.

—Vete.

No soy capaz de verlo a los ojos. Por el amor a Dios, nosotros no debemos de hacer esto, está mal. Por más que no seamos hermanos de sangre, si lo somos por la vía legal. Llevo el apellido de su padre y eso nos vuelve hermanos adoptivos. Nos guste o no.

—¿Ahora que hice de mal?

—Solo vete.

—¿Por qué? ¿Ahora te arrepientes?

—No tengo que arrepentirme de nada. No pasó nada entre nosotros.

—¿No? —pronuncia irónico—. Y ese acercamiento entre nosotros, ¿que fue?

—¡Nada! ¡No fue nada! —le espeté sin medir mis palabras. Y eso fue como si le clavara una puñalada, sus facciones se endurecieron y la sonrisa coqueta que adornaba sus labios desapareció.

—¿Y si fuera Renzo? —inquiere, tomándome por sorpresa.

—¿Qué quieres decir?

—¿Con Renzo sí? A él si lo dejarías.

—Ya te lo he dicho, eso no es asunto tuyo. No somos nada, ni siquiera somos amigo para que me estés reclamando.

—Porque tú no me dejas, intento ganarme tu confianza, intento establecer un vínculo contigo, de verdad que lo hago. Sin embargo, llegas con tus berrinches de niña y lo dañas todo —Me recrimina irritado—. Y luego dices que soy yo él que se empeña en llevarnos mal. Cuando eres tú, tú siempre arrastras tu pasado —Eso último me duele—. Sé que cuando eramos niños me porté mal, fui un cabezota pero ambos éramos niños. Eso quedó en el pasado, ahorita quiero enmendar mi error más no me dejas.

—Yo no arrastro mi pasado —balbuceo llena de dolor—. Si tanto te molesta mi actitud deja de insistir y aléjate.

—¡Eso es lo que me jode de ti! —Camina por mi habitación, frustrado. Se lleva una mano al cabello para desordenarlo—. Evitas los problema, sé madura por una puta vez en tu vida y resuelve los problemas hablando, no huyendo como una niña cobarde.

—¡Yo no soy ninguna niña cobarde!

—Lo eres, pides que me alejes sin decirme el porqué. Solo lo haces para así evadir tus problemas.

—Uy, cuidado señor madurez.

—Podré ser bromista y tomar acciones que parecen infantiles. A la hora de enfrentar lo que me mortifica no huyo.

No encuentro como defenderme. Lo que dice es cierto. Siempre huyo. Huyo para no enfrentarme a mi realidad, por cobardía, porque eso es lo que soy; una cobarde. Huyo por miedo a ser lastimada, en su proceso lastimo a otros y es el claro ejemplo de horita. Lastimo a Azrael.

Cruzo mis brazos.

—Esta bien, soy una cobarde. ¿Contento?

Niega.

—No quiero que lo admitas, quiero que cambies.

—¿Como puedes cambiar a alguien que está roto?

—Vuelves otra vez con lo mismo —se queja por lo bajo—. ¿Qué no te das cuenta? No te comprenderé hasta que me digas todo lo que te ha sucedido.

—Y yo ya te lo dije, no me ha sucedido nada.

—Te contradices.

—Tú me confundes.

—¿En qué?

—¡En todo!

—Admite que te traigo loca.

—Azrael... esto es serio.

—Si, muy serio. ¿Te traigo loca, verdad?

Blanqueo los ojos.

—Me traes loca pero es por las rabietas que me haces pasar.

—Tienes que liberar esas malas energías que... —esquivó una zapato volador que le lancé—. ¿Piensas golpear a este bello rostro?

—Golpear a tu rostro, sí. Bello, no.

*

—Ustedes dos son un caso, hasta que no resuelvan los inconvenientes que tienen, esas discusiones no pararan.

«Ninguno quiere dar su brazo a torcer» Lo pienso, no se lo digo. Espero a que metiera los cuadernos dentro de su casillero para dirigirnos a nuestra próxima clase, aunque en esta no íbamos juntas. A Chiara le tocaba ver matemáticas mientras que a mí, física. En el receso aproveché para contarle todo, con pelos y detalles. Ella es esa amiga consejera que te aconseja de todo cuando tiene una relación peor.

—Yo sé cómo es él, es impulsivo. El día de la fiesta golpeó a Dante y solo se detuvo porque se lo pedí en una súplica. Temo a que meta en problemas por mi culpa si le cuento toda la verdad.

— Algún día se va a enterar.

—Espero que no sea por mi boca.

—Pero se va a enterar y será peor si no se lo cuentas tú.

—¿Y qué le digo? Mira Azrael, Niccoló es mi violador —suelto con sarcasmo.

—Tienes que denunciarlo, Jae.

—No me van a creer, han pasado muchos años desde que... desde eso.

—Han pasado muchos años porque claramente eras una niña.

—Solo van a pensar que quiero llamar la atención.

—No me jodas. ¿Llamar la atención con algo como eso? Es un tema delicado, Jae. Nadie quiere pasar por algo así.

—La justicia puede que no esté de mi lado, Niccoló tiene mucha influencia.

—Tus padres también la tiene, incluso más que él que es un simple director mediocre de un instituto. Tus padres son empresarios.

Y él es uno de sus socios, no solo se quedó estancado como director. Esa es solo su fachada para encubrir sus malas andanzas. Desde adolescente fue el dolor de cabeza de su madre, siempre metiéndose en problemas y buscando formas de salirse con la suya. Si que se ha logrado salir con la suya durante años, sé que no soy su única víctima.

Deben de haber más chicas.

Solo que fui la única que no ha logrado salirse en ese hoyo de tormento.

—No tengas miedo, él no te volverá a dañar —Nos detenemos frente a mi aula de clases—. Solo piensa esto: puedes ser héroe de otra chica antes de que caiga en sus garras. ¡Héroe, Jae! Solo no tienes que temer, sola no estás. Me tienes a mí, a los chicos y a Verónica que te adora como si tú fueras su hija de sangre.

No digo nada, solo la escucho en silencio.

—Hoy iremos con un profesional en esto.

—¿Chiara? —el timbre suena y ella sale corriendo hacia su salón.

—Te veo a la salida.

Un profesional...

Bufo.

Como si yo quisiera ir hasta un desconocido a hablarle sobre mi vida privada.

Entro al salón y lo primero que noto es que el único asiento vacío es nada que al lado de Dante.

Qué suerte la mía.

—Buenos días, bella dama —saluda.

Lo ignoro.

—No sabía que eras tan maleducada.

Le di una sonrisa de boca cerrada, en realidad se convirtió en una de asco y repugnancia. Enfoco mi vista al frente con un obvio mensaje silencioso: no me interesa charlar contigo. Al parecer él no entendió.

—Ayer vi a tu hermano.

—¿Mi hermano? —fruncí el ceño. Él sonrió, había conseguido mi atención.

—¿Azrael no es tu hermano?

—No.

—Ya se me hacía extraño, ¿sabes? —murmuró, mordiendo el lápiz con falso desinterés—. Los hermanos no desean a sus hermanas.

Me tensé.

—¿Por qué lo dices?

—No te hagas, tú y yo sabemos de lo que hablo.

—Tus padres no te dieron atención cuando eras un niño, ¿verdad?

Deja de sonreír.

—Pobrecito, solo tú yo sabemos de lo que hablo —Uso sus mismas palabras en su contra. Me fulmina con la mirada. Ni me importa.

Desvié mi mirada al pizarrón cuando el profesor se posicionó al frente con una chica a su lado. Toda la clase calló por la presencia de ambos. Él empezó a hablar que se trataba de una chica de intercambio y que debíamos de darle una cálida bienvenida. Después de eso, la clase transcurrió con normalidad. Dante no me volvió a hablar y lo agradecí. Una vez la clase culminó me levanté a recoger mis cosas e irme.

—¿Eres Jaelyn? —inquiere una voz suave a mis espaldas.

Me di la vuelta, era la chica nueva.

—Si —respondí seca.

Tanta "dulzura" se desbordaba en mí.

—Yo soy Greta De Luca, ¿no me recuerdas?

Le echo una ojeada, y busco entre mis recuerdos y en ninguno me llega su nombre o su cara.

—No, no sé quién eres.

—¿Y a Vittoria Marino?

La imagen borrosa de una niña con brackets llega a mi mente.

—¿Eres tú?

—Si, Jaelyn —se abalanza a abrazarme—. Tanto tiempo sin saber de ti.

La conocí el poco tiempo que estuve en el orfanato, a diferencia de mí, Vittoria es huérfana desde su nacimiento. Nunca se supo de sus padres, la dejaron abandonada dentro de una cesta a dos cuadras del orfanato. La encontraron y la llevaron para allá. Ella anhelaba tener una familia y por la visto ya había conseguido una. Me alegro por ella.

—¿Quien te adoptó?

Suspira.

—Fue dos meses después de que a ti te adoptara la familia Marchetti. No me lo creía hasta que llegaron los que son mis padres.

—¿Y como te tratan?

—Me adoran.

—Qué bien, me alegra mucho.

—Jae —Chiara interrumpe—. Te estoy esperando, por lo visto estas con... con ésta.

—No soy ésta, Chiara. Soy Greta De Luca.

—Si como digas —le hace una seña con la mano de desinterés—. ¿No vamos?

No me da tiempo de hablar, me jala del brazo y avanzamos.

—¿Qué te pasa, Chiara?

—Esa chica es una víbora de dos cabezas, Jae. No le creas el cuento de la niña buena.

—¿Por qué lo dices?

—Solo hazme caso —mira su celular—. Vamos tarde para tu cita con el psicólogo.

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