~Capitulo 08~
*Disculpen las faltas, he revisado el cap una sola vez*
|TAN "BELLA" MI NÉMESIS|
Quizás el problema no eras tú. El problema soy yo. Yo soy el que arrastra sus miedos, yo soy el que tiene que cambiar; yo soy el malo. Siempre lo he sido, por más que me esfuerzo por mostrar mi mejor versión solo verán la mala. Así son, juzgan sin llegar a conocer porque esa persona es así, porque tiene ese comportamiento. A veces solo se necesita de un abrazo para poder calmar la tormenta que amenaza con destruirte.
Conozco a Jaelyn desde que tengo once años.
Es de ese tipo de chicas que te saca de tus casillas rápido. Fue en primavera cuando ella llegó a la mansión Marchetti, yo dibujaba en el jardín trasero cuando vi el auto ingresar. Bajó junto a Verónica que era un torrente de emociones, nunca pudo quedar embarazada y su conexión con la mariposa va más allá de un lazo hija/madre adoptiva. No era muy habladora, es más se podía considerar una niña tímida. Yo dibujaba y ella era como un imán para encontrarse conmigo, la cual la evitaba a toda costa.
Quiso ganarse mi confianza, cada que llegaba del colegio corría donde me hallaba a parlotear, sus coletas bailaban en el aire y me sonreía. No me cabía en la cabeza como una cosita tan gruñona podía ser tan tierna a su vez, en silencio la observaba interactuar con mi padre. No lo niego, me dieron celos. Nací con unos padres que se amaban y de un día para otro mi padre le pidió el divorcio a mi madre. ¿Donde quedó su amor? ¿O sus miradas felices? Después de eso, solo fue un resentimiento que se instaló en ambos. ¿Qué pasó con mis padres? Incluso el trato de Aurelio hacia mí cambió bruscamente. Empezó a ignorarme, a tratarme mal y hacerme sentir menos. Solo por ella, por ellas:
Verónica y Jaelyn.
O eso era lo que el pequeño Azrael, ese niño de once años se quería meter en su cabeza para convencerse que había un culpable.
Entré en depresión cuando mamá por su trabajo comenzó a ser una madre ausente, muchas veces llegaba del instituto y tenía que recalentar la comida porque ella no estaba. Comida desabrida y sin sabor. Solo, estaba solo. Y tantas cosas más; cuando era el día del padre ahora Aurelio lo pasaba con ella, con Jaelyn; pequeños detalles que fueron llenando mi corazón de amargura.
Quería entender que sucedió para que nuestro vínculo de padre e hijo se quebrara así.
Éramos unidos.
Él me quería.
Jaelyn no tiene la culpa.
Si la tiene.
No la tiene.
Si la tiene.
No la tiene.
La culpa es tuya.
Tuya y solo tuya.
Soy un estúpido.
Una lucha constante con mi mente y mis pensamientos.
Por más que me aferraba a odiarla a ella, no la odiaba del todo.
Me frustra.
Mucho.
Mi mente grita que la odie y mi corazón me dicta que no lo haga.
Estoy en ese vaivén de hacerlo o no hacerlo. Solo me confundo y la confundo. Sé que no se merece mi trato, soy un idiota cuando digo lo que agobia; no mido mis palabras y lastimo el doble. Cuando me fui a California creí que nunca más la volvería a ver y que solo sería una niña molesta que formaría parte de mis recuerdos borrosos. No fue así, mi madre falleció de cáncer y tuve que regresar a Italia. De nuevo a vivir en la misma casa con ella.
Una persona con depresión es una persona inestable de mente. Tú por fuera la puedes ver sonreir, y por dentro se está desmoronando.
—Tengo pensado que en cuanto Jaelyn se gradué que se vaya a estudiar a una universidad del extranjero —comenta Aurelio a Verónica. Él bebe café y ella corta un trozo de verdura mientras desayunamos.
Me tenso, pero relajo mis músculos para que no lo noten. Al menos para que él no lo note. Sigo distraído jugando con el tenedor, sin animarme a probar bocado. Llevo noches en donde no consigo el sueño, culpo a los antidepresivos que me causan que pierda hasta el apetito. La depresión sigue ahí, está dormida; pero cuando vuelva a atacarme sé qué no será amable conmigo.
Acabará. Ella solo duerme.
—Tenemos que hablarlo primero con ella, Aurelio —Acota Verónica—. No podemos tomar una desición sin su consentimiento.
—Es por su bien, para que tenga un buen futuro. Aquí en Italia no le espera nada bueno —me echa una mirada fugaz que entiendo a la perfección—. ¿Qué piensas sobre esto, hijo?
Lo miro mal.
—Qué haga lo que ella quiera. Me da igual.
Todo me da igual.
Buenooo, solo existe algo que no me da igual. Molestar a la flaca.
Si supiera que lo hago porque se ve linda cuando está enojada, su naricita se arruga y sus mejillas se ponen rositas.
Claro está que nunca se lo diré.
Mi orgullo lo quiero seguir manteniendo intacto.
Al igual que mi belleza, por supuesto.
Si yo fuera mujer me casaría conmigo mismo.
Como nada es perfecto, solo está la perfección en un solo cuerpo. En el mio. A veces siento que no puedo con tanta responsabilidad de esto de ser tan guapote, pero lo sé sobrellevar.
—¿Y esa foto? —comento, señalando hacia la pared dónde una foto se podía apreciar. Una de una niña sonriendo sin dos de sus dientes frontales y disfrazada de calabaza—. ¿Quien es esa fea que se parece a Anabelle?
Verónica sonríe.
—Es Jaelyn, fue en un Halloween que no tuvo más remedio que disfrazarse de calabaza. Igual quedó hermosa.
Ladeo la cabeza, una idea llega a mi mente.
Lo usaré en su contra.
En ese instante aparece. Jugaba con la corbata de su uniforme escolar y su falda se movía cada que daba un paso. Su cabello rozaba su cintura y pude visualizar esas pecas que parecían un sin fin de estrellas en su nariz. Mmm... ella no está nada mal. Esa ropa le remarca sus curvas y su trasero. Ese que se veía tan apetecible y creo que ya me estoy desviando del tema.
Culpo a la falta de sexo, me está pasando factura.
Necesito un buen polvo. Sin embargo, ninguna chica me atrae lo suficiente.
Se inclina hacia adelante con su manos apoyadas a la mesa para hablarle a Verónica al oído y santo cielos, me obligo a mantener una expresión neutra a pesar de tener esa tentación tan cerca. Debo de admitir que es una buena vista, podría estar así todo el día sin quejarme.
Se le alcanza a ver sus braguitas de Mickey mouse. Volteo el rostro hacia mi padre que me está fulminado en estos momentos y mi sonrisa de pervertido muere, juro que quiere destriparme. Ha descubierto mi pequeño descaro, me hundo en la silla con total aburrimiento.
Tan buena la vista y llega él a cortarme la inspiración.
Rodea la mesa y se ubica a mi lado. Ella con su vista puesta al frente, tuve la oportunidad de darle un repaso a su perfil. No entiendo cómo esta cosita puede decir que es fea; su cabello es castaño y sus ojos hazel, su nariz pequeña y respingada, además de que sus labios son rosadito y dos lunares chiquitos los tiene en su clavícula y unos más arriba, en el cuello. Es una hermosa fastidiosa. Pero no deja de ser una hermosura. Sonreí en mi interior, es como una obra de arte que no puedes dejar de observar por horas.
Aunque claro, en quien tiene más belleza le gano yo, y eso no se discute.
—¿Qué? —frunce sus cejas al percatarse que mantenía mis ojos puesto en ella.
—Hola —sonreí, burlón.
—Hola —murmura con timidez. Pasando un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Hola, pumpkin.
—¿Pumpkin?
—Calabacita —canturreo.
Sus mejillas se tiñen de rojo.
—Ehmmn, no me llames así.
—Muy bien que te ha encantado.
—Es horrible y vergonzoso.
—Nada de lo que a mí se me ocurre es horrible.
—¡Todo lo que a ti se te ocurre es horrible, empezando por ti!
—¿Puedes dejar de chillar? Te estás pareciendo al pitido de mi alarma.
—¿Qué sucede chicos? —interviene Verónica.
—¡Me puso un apodo feo!
—Fea tú, mi apodo es igual de guapote que yo.
—¿Qué apodo?
—¡Pumpkin! —chilla.
—Pero si es adorable.
—¿Lo ves? Verónica está de mi parte.
Si seguía apoyándome ya no la iba a odiar tanto.
—¡Tienes que estar de mi lado, mamá!
—Azrael, no la sigas llamando así.
Corrijo, la sigo odiando.
Tomé mi mochila para irme a la universidad. No obstante, la voz de Verónica me hizo girar nuevamente a ellos:
—¿Puedes llevar a Jaelyn para el instituto? Hoy es el día libre de Mario.
—Yo puedo irme sola —refunfuña.
Y yo no soy niñera.
Vale, no lo iba a decir en voz alta.
—Vamonos, pumpkin.
Enrojece hasta tal punto que pienso que si no controla esa ira su cara va a explotar, justo como lo haría un globo.
—¡Yo no soy pumpkin! Mi nombre es...
—...zarigüeya.
—¡No, no, pendejo!
—Uy, perdón. Lo que pasa es que se parecen y luego uno se confunde.
—¿Me estás comparando con un animal? —se ofende.
—Y tú dijiste que mi cerebro fue abducido por los alienígenas. Estamos a mano.
—Yo no... —calla—... espera, ¿como escuchaste eso?
—Yo lo escucho y lo sé todo.
Salimos para afuera, saco las llaves de mi auto y abro la puerta del conductor. Jaelyn se busca subir en el asiento copiloto. Sin embargo, muevo mi cabeza en desaprobación y ella se exaspera.
—Los niños van atrás.
—Idiota.
Estallo en risotadas al ver que me hizo caso.
Qué tonta. Si yo fuera ella no hiciera caso a lo que digo.
Pobrecita, necesita un cerebro nuevo.
—¿De que te ríes, imbécil? —Cruza sus brazos, molesta.
Sigo riendo.
—¿Acaso tengo cara de payaso?
—Algo, algo.
Limpio de mis ojos una lagrimita imaginaria.
—Nunca tendremos una conversación seria, ¿no?
—No... si... ¿No sé?
—Azrael, cariño, ¿te golpeaste la cabeza de niño?
—Sí, tú me golpeaste con un bate, ¿te parece poco?
—¡Te confundí con el balón!
—Desde ese día algo cambió en mí. Mis neuronas murieron.
—Menos mal y tú mismo lo admites.
—Asi como soy guapote también.
—¿Te hablo con la verdad sin que te duela?
—¿Qué?
—Eres feo.
—Señora envidia.
El trayecto al instituto nos toma unos minutos en auto, cuando llegamos, Jaelyn sale sin decir una palabra y se dirige hacia la entrada. Mi sonrisa muere cuando mi mirada choca con la de Dante que está apoyado en una de las columnas de la entrada junto a sus amigos que empiezan a murmurar en cuanto la mariposa les pasa por el lado.
Ay Dante, estás entrando en territorios peligrosos.
No me marcho hasta que veo que se encuentra con Chiara.
Pueda que, simplemente; me gusta verla y saber que ella es uno de los motivos principales que me hace volver a sonreír.
Estoy jodido.
*
En la universidad Andrea se me pega atrás como un cachorrito perdido de sus dueños. Habla de lo mal que se la pasó anoche, la cobija se le enredó en el cuello y casi muere ahogado. A lo que Renzo agrega que logró liberarlo a tiempo para evitar su muerte.
Ya me imaginaba los titulares de los periódicos si hubiese ocurrido la tragedia: joven muere en extrañas circunstancias mientras dormía.
Andrea no duerme, él recorre la cama.
Estudio la carrera de arquitectura, quise estudiar diseño gráfico pero a mi padre por poco le genera un infarto. Dice que ser arquitecto es más útil para la empresa, ya que puede involucrarme en proyectos de construcción y diseño de espacios comerciales que generen ingresos. Eso es lo que a él le preocupa, producir dinero. Molesta en el tipo de hombre que se ha convertido con el pasar de los años, la ambición se adueñó por completo de sus sentidos.
—¿Qué hora es? —pregunta Andrea. Renzo le echa una ojeada a su reloj y le responde.
—Las once.
—¿Eres tan estúpido para caer nuevamente? —Lo corto antes de que el rubio diga: chúpalo entonces. Andrea bufa.
—Le quitas la diversión a la vida —chasquea su lengua—. Odio la mayonesa.
—Y yo la mantequilla.
—El culo te brilla.
Ruedo mis ojos, y si, Renzo cayó por otro lado.
Empieza a carcajearse, en cambio Renzo se mantiene serio. Ya he pillado tanto a Andrea con sus tonterías que cuando habla no sé si lo hace de verdad o de juego. No le creo nada. También es un experto en las mentiras, una vez le dijo a su padre que había extraviado su celular y que necesitaba dinero para comprarse otro. Lo había extraviado y estaba llamando del mismo celular.
Su padre no le creyó y lo mandó a trabajar.
—¿A qué hora tienes ese partido de hockey?
—Dentro de media hora.
—¿Y tu hermanita viene o nah? —curiosea el rubio.
—¿Para que quieres saber si mi hermana viene?
—Para mostrarle donde hay unos lugares donde podemos follar. Digo, celebrar.
—Te estás ganando a pulso un puñetazo.
—¿Sí, cariñito? —finge una alegría ficticia.
—A veces me pregunto cómo fue que te hiciste nuestro amigo.
Renzo y yo nos fuimos a estudiar a California cuando cumplimos los catorce años. Allá conocimos a los primos de Andrea que tienen nuestra misma edad; los gemelos Allen y desde entonces nos hicimos amigos de ellos. Andrea es un año menor y era ese fastidio cuando íbamos a hacer cualquier tarea en casa de sus primos. Nos lanzaba objetos en la cabeza y trataba de interrumpirnos. A pesar de eso, Renzo siempre le tenía paciencia y trataba de incluirlo en nuestras actividades y bah, de un día para otro; está aquí con nosotros.
Jodiendo a Renzo.
A mí nadie me jode.
—Y bien —Andrea me alcanza. Renzo se fue a reunir con el resto del equipo de hockey—. ¿Qué tal la convivencia con tu querida y bella novia?
—Yo no tengo novia.
—¿Y Jaelyn donde queda?
—Jaelyn no es mi novia, Andrea.
—Lo será, yo adivino el futuro.
—Yo la detesto.
—Te gusta.
—No.
—Si te gusta.
—No.
—¡Te encanta!
—¡Si! —exclamo. Solo así me deja en paz—. ¿Contento?
Solo lo dije para que me deje tranquilo. No es por más nada, ¿ok?
—Te encanta mi polla.
—Hijo de... —Lo empujo, molesto. Él se ríe pero deja de hacerlo y sigo su mirada. Hasta caer en él. Es el nuevo director del instituto donde estudia Jaelyn y Chiara. Habla con el director de esta universidad—. ¿Qué pasa?
—Tiene un parecido con Jae, ¿o son ideas mías?
Si se parecen. Y mucho.
—¿Jae tiene familia viva?
—Yo... —me encojo de hombros—. No lo sé.
Caminan hablando hacia nuestra dirección, sus labios se curvan en una sonrisa maliciosa apenas nos deja atrás. Mete sus manos en los bolsillos de su pantalón mientras sigue su trascurso.
—Hey, imbécil —escucho que dice alguien a nuestras espaldas. Nos giramos, es el idiota de Dante. Alias la mosca aplastada.
—¿A quien le dices imbécil? —Miro hacia todas las direcciones en busca de alguien, él niega y resopla—. No hay otro imbécil más que tú.
—Te vi —se dirige a Andrea—. Te vi con ella.
—¿Quieres un pañuelo, niñita?
—Solo te va a usar, nunca te va a querer. Eres como ese consuelo que ella necesita porque le terminé.
—Ella te terminó.
Burlón, me recuesto a la pared para enfocarlo con mis brazos cruzados. No hace falta mencionarla para saber qué se refiera a Chiara.
—Te doy mis condolencias, Chiara es una puta.
El rubio reacciona, de inmediato lo agarro del brazo y lo alejo de la mosca aplastada. No se tiene que dejar provocar por la mierda, no vale la pena.
—Vete, niño —ordeno serio—. Vete si no quieres problemas.
Tomo los tirantes de mi mochila y jalo a el francés por su camisa para que avance.
—A tu querida hermana le voy abrir las piernas para follarmela.
Freno en seco.
Mi sangre hierve de rabia. Salto sobre él y mi puño se va directo a su rostro. Tastabilla hasta caer sentado al suelo con su nariz nuevamente rota e hinchada, dos hilos de sangre se deslizan y manchan el piso. Lo agarro del cuello de su camisa y lo elevo al aire, patalea y trata de soltarse, pero no le doy oportunidad. Mi ira desatada me impide pensar con claridad, solo quiero hacerle pagar por sus palabras. Lo golpeo una y otra vez, sintiendo cómo mi puño choca contra su cuerpo, escuchando el sonido sordo de cada impacto.
—Vuelve a nombrarla hijo de perra —afirmo mi agarre en su cuello, privándolo del oxígeno—: Y será el que llorarás y vas a preferir no haber nacido.
—Azrael, basta. Ya es suficiente —Andrea intenta tranquilizar.
Para mí no lo es. Quiero borrarle esa satisfacción que se reflejan en sus ojos. Quiero borrarsela a puñetazos, para que sepa que nunca más se tiene que meter con ella. No obstante, tengo que calmarme porque Dante lo hace solo que para provocarme y lo consiguió. Aflojo mi agarre y dejo que Dante caiga al suelo, tosiendo y tratando de recuperar el aliento.
—Eres un niñito que solo busca llamar la atención —escupe Andrea—. Estás tan dolido que no encuentras que hacer para que Chiara vuelva contigo.
—Si crees que las chicas están sola, no lo están. Le tocas un pelo y te corto las putas manos y te mando con tu tío el diablo.
—¿Es su tío? Yo pensaba que era su papá.
—En realidad es su amante.
A Dante está que le sale humo por los oídos.
Llegamos a tiempo para ver el partido de hockey. Renzo nos ve desde la pista y nos saluda, sonriente. El rubio me codea cuando ve a las chicas que vienen a hacia nosotros. La rubia se me abalanza a mis brazos y la otra se mantiene con una postura tímida con ese camisón que le cubre hasta sus rodillas. Es la camisa del equipo de hockey donde está Renzo.
—¿De quién es esa camisa? —le pregunto sin andar con tantos rodeos.
—Renzo se la obsequio —Chiara mueve sus cejas rubias de arriba a abajo, pícara.
Joder, no soporto que tenga la ropa de otro chico.
Y no son celos.
Solo que... me cabrea que use ropa de alguien más. Puede estar sudado y no se sabe en qué condiciones se la dio.
No, no.
—Quítatela.
—Por supuesto que no.
—Jaelyn —gruño.
—He dicho que no, Azrael.
—Quítatela o te la quito yo.
—¡¿Con que derecho te crees para hablarme así!?
—No desvíes la conversación.
—¡¿Y qué me pongo!?
Le lanzo la que tengo puesta y me quedo solo en camiseta.
—¡Qué asco!
—Úsala.
—¡No!
—¡Jaelyn! —exclamo con frustración, tratando de contener mi enojo—. No entiendo por qué te niegas a quitarte esa camisa. No es tan complicado, solo necesitas poner otra prenda encima.
Jaelyn me mira con furia en sus ojos y se cruza de brazos, negándose a ceder.
—¡No me importa si es la camisa de Renzo! ¡Es solo una prenda de vestir!
Qué chica tan terca, Dios.
Y chillona.
Es pio, pio, pio. Lo que mis oidos escuchan cada que chilla.
—Jaelyn, no se trata solo de eso. Es cuestión de higiene. No sabemos en qué condiciones está esa camisa y no quiero que te expongas a posibles enfermedades o bacterias.
—Bla, bla, bla —se burla—, estás celoso.
—¿Celoso? ¿Yo? ¿Y de ti? Jamás, sueña.
—Déjame en paz.
—¡Solo quiero que te ponga esta! —le tiendo la camisa—. No cuesta nada.
—¡Qué molesto eres!
—¡Y tú una terca!
Al fin de cuenta, si se la pone.
Ahora sí estoy satisfecho.
La veo con mi camisa puesta y mi pecho se llena de orgullo.
Ya ves que no costaba nada.
Se va a sentar alejada de mi alcance pero la sigo y me siento a su lado.
—Invades mi espacio personal.
—Tú ivadiste mi corazón —bromeo. Su cara de desconcierto lo es todo. Rompo en risotadas—. Soy todo un poeta.
—No fue gracioso —murmura.
—Anda que sí —tengo el impulso de pasar mi brazo por sus hombros y atraerla a mi cercanía. Me contengo.
Debo de mantener distancias, ella y yo estamos separados por una línea que no nos permite más que ser dos personas que debieran de detestarse. Mi odio hacia ella ha sido desde que la conocí, desde que la vi ocupando mi lugar. Pero, no entendiendo que está pasando. Ya no siento repulsión al tenerla cerca y aspirar sus cabellos a lavanda, es como si esta chiquilla de una manera u otra tenga el poder de calmar los demonios que amenazan con destruirme.
«Yo la odio, la odio».
Discutimos y lo único que puedo pensar es: joder, que bonita se ve molesta. Su cuerpo ya no es de una niña, porque se ha desarrollado el de una mujer. Es feo tener que fingir las reacciones que causaban en mi cuerpo cada que la veo con una camisa sin brassier y las fantasías crecen; sus pechos son pequeños pero podría tomarlos con mi boca. La odio por sentirme atraído por ella, por desearla de una manera que está totalmente prohibida.
Me acomodo la entrepierna cuando ésta quiere hacer su aparición. Mierda. No es un buen momento, amigo.
—Joder, que estúpida —soltó una maldición. Chiara le había traído un jugo y se lo había echado encima—. ¿No sabes dónde hay un baño?
Solo asentí, porque si hablaba me iba a delatar solo. Continué caminando en silencio, llevándola hacia el baño más cercano. Fue a cerrar la puerta. Mi zapato se interpuso.
—¿Ahora que quieres? —se exaspera.
Le subí la camisa húmeda, solo un poco y ascendí mi dedo por su abdomen. Tensó sus músculos de su estómago a lo que ella responde entreabriendo sus labios. Apoyé una rodilla al piso al mismo tiempo que me incliné para depositar un beso justo más arriba de su ombligo. De manera inconsciente separa sus piernas y me ubico en medio de ellas. Su respiración se vuelve entrecortada mientras mis manos acariciaban suavemente su cintura. Sentí su cuerpo temblar bajo mi tacto cuando alcé más la tela de la camisa dejando ver el valle de sus pechos. Besé sus estómago, sus piernas y sus manos se fueron a mi cabello.
—Esto...
—Jae te estaba buscando para...
Chiara abrió la puerta de golpe, quedando inmóvil. Su rostro se llenó de sorpresa al encontrarme en una situación comprometedora con Jaelyn. Ésta me empujó lejos, se levantó rápido, tratando de arreglarse la ropa y recuperar la compostura.
—No hace falta preguntar que estaban haciendo, ¿no?
—Él es un pervertido —balbucea con las mejillas rojas.
—No parecías muy incómoda con eso.
—¡Chiara! —chilla.
—Yo no vi nada, no estoy aquí —cubre sus ojos—, adiós, adiós.
¡Holaaaa! ¿Qué tal les pareció que Azrael narrara? Jaja, no se aguantó el muchacho. Quiere corromper a Jae a como dé lugar ;)
¿Quieren más capitulos narrados por él? Jeje.
Tengo una pregunta: ¿Si tuvieran una cita con un personaje de esta historia con quién aceptan salir?
Los leo <3
Andrea Le Brun:
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