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~Capitulo 07~

|TIC, TAC, EL RELOJ CORRE|

Sé feliz, vive la vida. Eres muy joven para preocuparte por cosas vanas.

Quisiera decir que esa mañana desperté entre mis sábanas de algodón, abrazada a algunos de mis peluches, (si, duermo abrazada con un peluche de unicornio color rosa pálido). No es como si no fuera normal para una chica de dieciocho años.

¿O sí? Ah, creo que todavía soy una infantil.

Al abrir mis ojos tardo medio segundo en darme cuenta que no estoy en mi habitación, no es mi cama y... no es mi ropa. Me incorporo y froto mi ojo izquierdo todavía adormilada. ¿Donde estoy? ¿Qué horas serán? ¿Qué demonio me trajo hasta aquí? Llevo puesta solo una camisa que me traga mi cuerpo entero. Y si, es una camisa de un chico.

Mis pies tocan la madera y mi cuerpo se estremece ante el frío de ésta. Es una mañana fresca y el aire se cuela por la ventana abierta, acariciando mi piel desnuda. Me levanto, sintiendo un ligero mareo por la resaca. Observo la habitación a mi alrededor y todo parece ser desconocido. Las paredes azules, la decoración minimalista y el aroma a perfume masculino me hacen pensar que estoy en la habitación de alguien más.

En su habitación.

Azrael.

Esto tiene que ser una broma.

Está acurrucado en el sofá cubierto con una cobija de tela delgada que no logra protegerlo del frío, gran parte de sus piernas sobresalen del sillón. Su cabello oscuro cae desordenado sobre su frente mientras duerme, y tengo una visión de su rostro tan sereno y apacible, no puedo evitar sentir una extraña calidez en mi interior. Con sigilo, tratando de no hacer ruido, lo cubro con la cobija para que no sienta el frío. Tiene sus labios entreabiertos y sus mejillas sonrojadas.

¿Quien lo diría? Se preguntaría la Jae de ocho años.

Es una ternurita demoníaca.

Tan lindo y tan cruel.

Tenía que llevar el nombre del arcángel de la muerte.

¿Quien en su sano juicio le pone ese nombre a su hijo? Solo la mamá de Azrael, claro.

Es como si yo le ponga a un hijo mío Azazel, es nombre de un ángel caído. Un demonio. O simplemente, Azael. Ni loca.

Son nombres casi parecidos a la de señor ego.

Dejando ese tema de lado, supongo que el alcohol se aprovechó de mi sistema anoche en la fiesta y él me trajo hasta aquí.

Lo que no comprendo es el motivo de cambiarme de ropa. ¡Espera! ¿Él me cambió...? De solo pensarlo que él pudo haber puesto un dedo encima me entran unas ganas de ahorcarlo y morderlo.

Ese insecto apestoso.

Su celular suena y Azrael se sobresalta, abriendo sus ojos y fijándolos en mí.

—Susto —exclama. Se lleva una mano al pecho.

Le arqueo una ceja.

—Te despertaste como muy graciosito.

—No pude evitarlo —dice y desbloquea su celular—, si tengo a Anabelle delante mio.

—Idiota —mascullo, dirigiéndome hacia el baño.

—Asi me amas.

—¿Qué dijiste?

—¿Eh? Qué soy hermoso.

—No, dijiste qué... Olvídalo.

Abro el grifo y me quedo ahí. Parada viendo mi reflejo en el espejo. El reflejo de una chica demacrada que finge sonrisas cuando lidia con un dolor irreparable. No saben la lucha interna que tengo todos los días a la hora de bañarme. De solo ver mi cuerpo desnudo, me hace ahogarme de miedo. Quiero olvidar. No quiero sentir. No quiero recordar. ¿Está mal llorar? Ese nudo en mi garganta se forma y dos lágrimas caen y se resbalan por la cerámica del lavamanos.

Odio esa sensación.

Odio sentir culpa y asco por mí misma.

Chiara dice que no es mi culpa lo que me sucedió, pero si me hubiese defendido. Si tan solo no me hubiese quedado congelada sin saber que hacer. Si la desesperación no me hubiese cegado, fuera una versión distinta. No fuera esta chica que vive destrozada.

Mi ropa cae al suelo y dejo que el agua impacte a mi cuerpo. Apoyo mi frente contra la pared fría mientras siento cómo el agua recorre cada centímetro de mi piel. Las lágrimas que antes caían por mis mejillas se mezclan con el agua de la ducha, como si el propio acto de llorar fuera liberador.

Venganza es lo que pido y la obtendré cueste lo que me cueste. Niccoló tiene que pagar. Tengo miedo a que la justicia falle a mi favor, han pasado muchos años y si hablo ahora lo que viví de niña seguro que no me van a creer. ¿O sí piensan que me gustó? Asco. Se me escapa un sollozo, aprieto mis manos en puños. Nunca olvidaré la primera vez. Como me trató y me lastimó, yo solo quería jugar.

¡Era una niña! Solo tenía seis años...

Su mente asquerosa ya había planificado su plan.

Grité, lloré, me retorcí. Él cubrió mi boca con sus manos y subió mi vestido...

No puedo respirar...

No puedo respirar...

—Jae —En lo lejano escucho la voz de Chiara que toca la puerta—. Te traje ropa, ¿puedo entrar? —pregunta. No respondo—. ¿Estás bien, cariño?

Desde ese día no soy la misma.

Él la mató. Mató a esa niña que de grande quería tener su propia pastelería y una familia que si la quisiera.

Mató cada unos de mis sueños e ilusiones.

Deseaba que él tuviera pesadillas o se arrepintiera de lo que hizo. Sé que no lo hará. Sé que vive su vida feliz con una esposa y dos niñas. Esas niñas están en peligro. Si fue capaz de tocarme, también puede que toque a sus niñas. Yo solo quiero que él sufra como yo sufro, la cárcel es un castigo mínimo para lo que se merece ese monstruo.

Quiero vomitar.

Corro hacia el inodoro y descargo todo.

—Jae —Chiara entra y cubre mi cuerpo con una toalla mientras que, sostiene mi cabello, frotando mi espalda y yo, contengo los sonidos estrangulados de mi estómago—. Estoy aquí, no estás sola —susurra—. No te sientas sola.

Llegamos hasta la habitación y me siento en el borde de la cama con un sinfín de pensamientos de odio y venganza.

—¿Recuerdas que te dije que tenías que ver a un terapeuta? —asiento, abrochando los pantalones holgados que me trajo—. He localizado a una que está dispuesta a ayudarte con respecto a tu caso, Jae.

—Chiara —refunfuño—. ¿Como haré para pagarlo? No puedo estar dándoles explicaciones a mi madre o a Aurelio que necesitaré una suma de dinero por cada mensualidad.

Mueve sus manos con total despreocupación.

—Déjamelo todo a mí. Yo me encargo.

—No, de eso nada.

—Ya le monté una lloradera a mi padre que necesitaba de un profesional porque me llegaban pensamientos suicidas.

—Con eso no se juega.

—¡Solo así me dará el dinero!

—¿No podrías inventarte otra mentira? Una menos impactante y riesgosa.

—Casi le da un infarto —confiesa, carcajeándose.

—Pobre de tu papá que no te conoce.

—La única que me conoce eres tú, ni siquiera mi madre me conoce.

—Somos como hermanitas —rodeo mis brazos por su cintura.

—Todavía recuerdo que la directora cuando íbamos en colegio nos confundió como novias.

—Una más bonita que la otra.

—Jae, tú también eres bonita.

—En otros sentidos, físicamente no lo creo.

Azrael entra a la habitación y empieza a buscar algo en una gaveta sin prestarnos atención. Lo ignoré, Chiara se fue a la planta baja para desayunar con los chicos. A toda prisa intenté pasarle por el lado. No obstante, su mano se enroscó en mi muñeca y tiró de ella hacía atrás.

—¿Qué quieres, Azrael? —espeté.

—Esto me pasa —Saca su celular del bolsillo trasero de su pantalón y me muestra un vídeo. Un vídeo donde sale él golpeando a Dante, en el vídeo se ve desde otra perspectiva y no por la cual él empezó a golpearlo solo que para protegerme—. Un maldito imbécil me grabó, lo peor; el vídeo paró en manos de mi padre. Podrás imaginarte como estará cuando volvamos a casa.

Un sentimiento de culpa me agobia, más me mantengo con una actitud inexpresiva. Yo no lo obligué a que me ayudara, él solo se metió a la pelea y dejó que Dante lo provocara.

—¿Y qué conmigo?

—¿Como qué contigo? —repite enfadado—. Me metiste en un problema con Aurelio.

—Espera ahí, yo no te llamé a que fueras a ayudarme. ¿O sí lo hice? —niega—. ¡No me culpes por algo que lo causaste tú!

—¡Por ti! No dejaría que te lastimara.

—Resuelve tu mierda solo —suelto brusca.

—Eres una insensible.

—¡¿Insensible!? —exploté. Él no retrocedió, me bloqueó la salida—. Dices que soy una insensible porque no quiero ayudarte en tus problemas. Tienes que resolverlos solo, así como yo resuelvo mis problemas sola. A mí nadie me ayuda, nunca he visto a alguien que me ayude a salir del hueco donde me encuentro, ni siquiera tú.

—Siempre vives con una tragedia, cansa Jaelyn. Cansa esa actitud tuya.

—Si no sabes porque soy así no comentes nada —mi voz se quiebra.

—Si no me dices, ¿cómo piensas que voy a comprenderte?

—No te lo diré, no eres nadie, no significas nada. Solo eres un idiota que quiere la aprobación de su papi para ser feliz.

Una mueca de dolor cruza sus rasgo. No sabía que le iba a doler.

—Te odio —sisea—. Te odio tanto.

—Yo también lo hago.

—¿Sabes por qué te odio? Porque me lo quitaste todo, tú y Verónica destruyeron a mi familia. Por la maldita culpa de Verónica mi padre se divorció de mi madre —Da un paso más cerca, y su dedo lo presiona a mi frente—. Por tu llegada mi padre se distanció de mí, la base familiar en la que me sentía seguro se desvaneció antes mis ojos. ¡Todo por la culpa de Jaelyn!

«Todos te van a odiar, Jaelyn» Casi puedo escuchar la voz de Carla recordándome mi destino «Todos me van a odiar».

—No digas eso.

—¿Te duele que te digan la verdad? —relame sus labios—. No tienes idea de las noche que me pasaba en desvelo cuestionando que hice mal, y lo único que se me venía a la mente eres tú, tú y solo tú. ¿Crees que estoy feliz por eso? Fingir que me la llevo conmigo solo para aparentar delante de Aurelio. No lo estoy, eres como una maldición que llegó a mi vida para quedarse para siempre.

—Ves solo tu punto de vista. Pero no ves el de los demás. Tienes que aprender a madurar, si tus padres se divorciaron no fue por mi culpa, o por la de Verónica. ¡Es porque ya no se querían! No los podía obligar a estar juntos.

Los chicos se asomaron a la puerta, sorprendidos por nuestros gritos. Sentía ganas de llorar, de gritar de la furia, de golpear a Azrael. De mandar todo al diablo e irme a un lugar donde nadie me conozca y empezar una vida desde cero.

—No conoces el verdadero dolor, Azrael. No lo conoces.

Su mano se enrosca en mi cuello y me pega a la pared.

—Y cual es el verdadero dolor, ¿según tú?

—Qué abu... —apreté mis labios en una línea recta—. No vales la pena, Marchetti. Yo sí he sufrido, y esas secuelas de ese sufrimiento lo llevaré conmigo para siempre. Hasta el último de mis días. Es algo que nunca olvidaré, algo que marcó un antes y un después.

—Solo lo dices para llamar la atención.

Le volteé el rostro de una bofetada. Mi mano dolió y su piel debió de arder. No dijo nada, no me comprendió como creí que lo haría. Solo apretó sus labios con tanto enfado que creí que me golpearía. Solo se enderezó y me miró a la cara con rudeza.

—¿Qué fue lo que te hicieron? —suaviza su voz.

—No te lo diré.

—Yo intento, e intento que nos llevemos bien. Tú no cooperas.

—¿Yo? ¡Eres tú! Eres tú quien jodes todo lo bueno que haces.

—Mariposa... —Alza su manos para acariciar mi mejilla, doy un paso para atrás, arisca.

—No me toques... Me das asco.

—Jae —Chiara interviene—. No sigan, se están lastimando.

—¿Ahora te doy asco? —ríe sarcástico, noto como su voz tiembla. Sale de la habitación propinándole un portazo a la puerta, Andrea lo sigue. Chiara y Renzo se quedan junto a mí.

—No debiste de decirle eso a Azrael, Jae.

—Él también me lastimó con lo que me dijo.

—Hasta que no le digas lo que te sucedió, él no te va a comprender.

—Nunca lo hará entonces, nunca le diré algo tan delicado.

—Ambos son un par de tercos.

—Chiara, no puedes obligar a Jae.

Suspiré y decidí bajar a desayunar. Azrael había desaparecido, Andrea regresó al cabo de unos minutos y se sentó rendido a la silla frente a Chiara, ella lo ignoró y centró su atención en su hermano y en mí. Los miré atentamente a cada uno y no pude evitar sonreír en mis adentros, Renzo jugueteaba con el piercing de su labio mientras que el rubio le hacía bromas, en unas de esas bromas él mismo se ahogó con la comida y su rostro enrojeció. Chiara desesperada porque Andrea no paraba de toser atragantado, cogió un vaso de agua y en vez de dárselo a beber se lo tiró a la cara.

—Estas sonriendo —musita el moreno, sin apartar sus orbes claros de los míos.

Carraspeo, con mis mejillas calientes.

—Ajá. No es como si todo los días los haga.

—Por eso mismo lo comento, te ves linda cuando sonríes. Deberías de hacerlo más seguido.

Las palpitaciones de mi corazón se aceleraron, y empecé a juguetear con mis dedos. Estoy nerviosa, él me pone de los nervios sin siquiera proponérselo.

—Jae, ¿mañana vendrás con nosotros al partido de hockey que tendrá Renzo? —pregunta Chiara, dejando a un pobre Andrea con las mejillas rojas por el pellizco que le dio antes de ubicarse en la silla—. Sería divertido si me acompañas ya que estaré solita.

—¿Y donde quedo yo?

—Le Brun, tú eres parte del ambiente.

—Puede ser —dudo.

—¿Como qué puede ser? ¡Vendrás sí o sí!

—Chiara, eres su amiga, no su madre —la regaña Renzo—. ¿Iras preciosa?

Andrea pone mala cara cuando Renzo pronuncia "el preciosa"

—Mañana estaré ocupada.

—Anda, ve conmigo —insiste Chiara—. Di que sí, por favor.

—Mejor que no vaya —murmura Andrea, captando la atención de ambos hermanos.

—¿Por qué no quieres que vaya Jae?

—Porque... Renzo no estás ayudando —refunfuña.

—El que no estás ayudando eres tú.

—No... —Se levanta brusco de la silla—. ¡Ustedes son los que me tienen confundido! ¡¿Como pretende que ayude a uno si él otro también está interesado en la misma chica!?

—¿Qué diablo estás hablando, Andrea? —exige Chiara igual de confusa que yo.

—No me hagan elegir entre los dos.

Renzo aprieta la mandíbula.

—Le Brun —le grita cuando éste se aleja de la mesa—. ¡Le Brun!

Le saca el dedo corazón.

—Voy al baño —suelto, levantándome de un brinco.

—Jae...

—¡Desayunen sin mí!

Corrí a la salida, rodando la puerta de cristal a un lado. Un detalle grande de mi pequeña mentirita era que el baño quedaba adentro, no afuera. Otro detallito es que me fui tan de prisa que no me percaté de la llovizna que caía. Mi cuerpo se estremeció cuando el agua me cayó en el cabello y en mi piel, las personas caminaban con sus paraguas mientras que yo me encontraba desprotegida bajo la lluvia. Sola, desamparada y muerta de frío. Caminé con rapidez por la acera, buscando un refugio bajo algún techo o árbol.

Todo era agua.

Hasta que clima está en mi contra.

El clima debe de ser una especie de hermano de Azrael. Sí, sí, es eso. Porque no quiere cooperar.

Andrea se detuvo en lo que parecía ser una bodega, esperé a que abriera el cerrojo pero alguien desde el interior le abrió; dejando la puerta entreabierta, sin hacer mucho ruido ingresé sin que nadie lo notara. La luz era escasa y lleno de cajas apiladas, era como una especie de almacén abandonado. Sin embargo, no tenía telas de arañas ni polvo acumulado. Lo habían convertido como en un mini estudio de dibujos donde se encontraban diversos materiales artísticos. Había mesas de trabajo con lápices, pinceles y pinturas de colores vibrantes. En un rincón, había un caballete con un lienzo en blanco.

Escondida detrás de las cajas apiladas visualicé a Andrea que hablaba con el pelinegro que dibujaba en una tableta.

Espera un momento...

Yo conozco ese cabello, esa espalda y esas manos. Es... el demonio. Digo, Azrael Marchetti.

—Renzo es un idiota —masculló Azrael—. Cree que puede competir contra mí.

—La invitó para la competencia de hockey sobre hielo que tendrá mañana.

—¿Y qué dijo ella? —se echó hacia atrás, recostándose del espaldar de la silla giratoria.

—Dijo que no estaba muy segura.

¿Ese idiota habla de mí?

—Ojalá le diga que no.

Ahora le voy a decir que sí.

Con ese pensamiento en mente retrocedí mis paso, llevándome por delante la pila de cajas que se me había olvidado que estaban detrás.

Bravo, Jae. Para ser espía estás muerta.

—¿Hay alguien ahí? —escupió el francés.

Ay, no.

—¿Alguien te siguió? —le reprochó Azrael.

—No, claro que no.

Mi respiración se agitó y quise echarme a correr. No lo hice, eso terminaría por delatarme, la única opción era seguir ahí modo tiesa hasta que piensen que era solo un ratón husmeando.

—Sal donde quieras que estés, Jaelyn —canturreó.

—¿Estás demente, Azrael? Ella se quedó con Renzo y Chiara.

—Esa como la ves, así de enana y fea, es escurridiza.

¡¿Fea!? Fea sus nalgas.

Los pasos de Azrael se empezaron a escuchar cerca, me arrastré por el suelo y entre la abertura que dejaban ver dos   cajas vi sus zapatos. Estaba asustada. Lo escuché rodar todo, y Andrea diciéndole que nadie lo había seguido y que probablemente las cajas que se cayeron fueron por ratones. Hazle caso a tu amigo, animal del demonio.

—Aqui estás —sonrió demoníaco.

Todo pasó tan rápido que solo tuve tiempo para gritar. La mano de Azrael sujetó mi tobillo y tiró de él, me aferré a las cajas pero éstas cayeron en el suelo una detrás de la otra. ¡Iba a morir! ¡A morir! Puede que exagere un poco.

—Deja de moverte así, parece que estás convulsionando.

—¡Suéltame, idiota!

Caigo de bruces al suelo y me golpeo la frente contra un pedazo de piso levantado. Gemí de dolor, los vellos se me levantaron cuando sus dedos tomaron mi barbilla a inspeccionar el golpe. Le di un manotazo. Puso mala cara que no comprendí hasta que me mostró sus yemas manchadas de sangre.

¡Mi sangre!

—¡Todo por tu culpa! —gimoteo, adolorida—. Ahora se me va a salir el cerebro.

Tuerce sus ojos, molesto.

—¿Podrías dejar de ser tan infantil? Te lastimaste.

—Tú me lastimaste.

—Con lo que te voy a lastimar es en dejarte sin caminar por una semana si no te callas.

—¿Como harás para dejarme sin caminar? —murmuro toda inocente, Andrea rompe en carcajadas captado el doble sentido.

Ah.

Lo hará con eso.

Busca un botiquín de primeros auxilios y se sienta a mi lado en el suelo. Con cuidado, limpia la herida en mi frente y aplica un poco de desinfectante.

—¡Eso arde! ¡No seas tan brusco y hazlo más suave! —Andrea miró a Azrael, Azrael miró a Andrea—. ¡Mente sucia la de ambos!

—Que conste que fuiste tú la que lo dijo.

—Yo solo... ¡Agh, son unos idiotas!

—Deja de gritar —Pide el pelinegro—, me estresas.

—Yo...

—Deberías tener más cuidado la próxima vez —dice con voz seria—. No quiero que te lastimes más.

Estoy desconcertada. ¿Él está cuidando de mí? Nah, el golpe me tiene delirando.

Se sacudió el polvo de su ropa al acabar de curar mi herida y me tendió su mano.

—Tenemos que ir a casa.

No se la tomé y me impulsé sola.

En el transcurso a la mansión Marchetti solo observo distraída por la ventanilla. Ninguno de los dos parece dispuesto a hablar, y la tensión en el aire es palpable. No puedo evitar preguntarme qué está pasando entre nosotros. ¿Somos amigos? ¿Enemigos? ¿Algo más? Qué loca estoy. Ni siquiera lo soporto para que sea mi amigo, menos para algo más que eso, ni en mis pesadillas lo será.

Nunca.

Jamás de los jamases.

Por suerte no nos tropezamos con Aurelio ni con mi madre. Así nos ahorramos su sermón de las reglas a seguir que hay en la casa.

—Supongo que adiós —le digo tomando la manilla de la puerta de mi habitación.

Su habitación solo quedaba a unos metros de la mía, pero aún así, parecía tan lejana como un mundo aparte. No podía evitar sentir un nudo en el estómago al pensar que ese niño amargado y distante se ha convertido en una versión peor. Mucho peor.

Él no cambiará.

Antes de que pudiera abrir la puerta, Azrael me detuvo con su mano en mi hombro.

—¿Qué quieres? —exhalé.

Ten más tacto Jaelyn, también eres demasiado brusca.

—Lo que sucedió en la mañana...

—No pasa nada —lo corto.

—Déjame hablar —se queja. Hizo algo que en otra ocasión me parecería algo que no tiene sentido, no en Azrael. Se arrodilló frente a mí y sostuvo mis piernas con sus brazos y sus orbes clavados en los míos—. Perdóname, farfalla. Soy un idiota, te hice llorar. Siempre te hago llorar, te hago sentir mal con lo que digo. No mereces que te trate así, porque eres lo único bueno que tengo en mi vida.

—Azrael, no sigas —balbuceo, sonrojada.

—¿Me vas a perdonar?

—Azrael...

—Perdóname.

—Azra...

—Quiero cambiar, ser diferente. Por ti, por ti quiero intentarlo.

—Detente —se me escapa un sollozo—. Yo... yo estoy sucia... y... Doy asco, soy un persona rota, que... —Sigo llorando, aprieto los puños a mis costados—... que no merece que nadie la quiera.

—Ya comprendí —murmura para sí mismo. Sus brazos se envuelven en mi cintura y su rostro se esconde en el hueco que queda entre mi cuello y mi clavícula—. Haré que ames cada parte de tu cuerpo, mariposa.

Como pude me escabullí de sus brazos y entré a mi habitación. Apoyé mi espalda a la puerta de madera y a él lo escuché suspirar desde el otro lado. Cerré mis ojos y seguí gimoteando en voz baja, quería controlar mi llanto que cada que lo retenía se intensificaba el dolor en mi pecho.

—No puedes huir de lo que te duele.

—Ya no duele tanto —miento. Paso saliva por mi garganta.

—El dolor estará presente, no te definen, pero te hacen capaz de superar cualquier adversidad —pronuncia, y casi sonrío melancólica—. No sé qué es lo que te ha pasado, o lo que te hicieron. Ten en cuenta que no estás sucia, eres valiosa, hermosa y fuerte. Sobre todo, fuerte. Nunca lo dudes, flaca.

Nos quedamos en silencio, incluso creí que se había marchado. Hasta que escuché cuando apoyó su espalda en la puerta y la madera se estremeció.

—Azrael, deberías de irte.

—¿Ya no me odias?

—Creí que tú eres el que me odiabas.

—Tengo un amor odio por ti —bromeó.

—¿Amor?

—Y dije odio también, pesada.

—Muy bien que te traigo loco.

No lo negó.

—¿Verdad?

—Jaelyn —empezó, dubitativo—. Yo te... Nada.

—¿Qué ibas a decir?

—Qué eres fea y yo soy una divinidad. Deberías de arrodillarte ante mí, pero no es precisamente para rezar.

Mis mejillas se volvieron a calentar.

—¡Eres un pervertido!

—La abstinencia va a acabar conmigo.

—¿Abstinencia? ¿No has encontrado alguna chica que te satisfaga?

—No es eso —murmuró, se escuchaba tímido—. No hablemos de eso.

—No me digas que no has tocado ninguna chica —lo provoqué.

—Ya quisieras —resopla—. Yo he... tengo que irme.

—Qué te vaya bien, señor virginal.

—¡Eres una estúpida!

—Uy —me alejé de la puerta riendo.

Respiré profundo y me limpié las lágrimas de los ojos. Sabía que necesitaba tomar control de mi vida y de mi propia percepción de mí misma. No podía depender de alguien más para encontrar mi propia valía. Tomé una decisión en ese momento: cada imperfección, cada cicatriz. Era hora de aceptarlas y amarlas.

Tengo que dejar de arrastrar el pasado y vivir mi presente.

Caminé hacia mi cama, había una pequeña cajita con un moño rojo. En su interior solo había una nota escrita a máquina impresa:

TE ENCONTRÉ, JAELYN.

TIC, TAC, EL RELOJ CORRE.

Asustada, tropecé con mi espejo; provocando que cayera al suelo y se partiera en miles de pedacitos.

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