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━ capítulo uno: sonríeme.

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CAPÍTULO UNO

SONRÍEME

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El irritante sonido de la tetera hirviendo empezó a resonar por toda la casa y unos rápidos pasos se escucharon poco después. Una joven de cabellos marrones como el nogal recorría el lugar a toda prisa, cruzando desde el salón hasta la cocina. Inmediatamente, cogió la tetera por el asa y la retiró del gas, lamentando no haberla cogido con un guante o un trapo viejo, pues ardía como el infierno. Tras depositarla en la encimera, observó su enrojecida mano, por suerte, no presentaba ninguna quemadura, era un mero enrojecimiento debido al fuerte calor. Esperó el tiempo justo antes de volver a tomar el asa de la tetera y servirse una taza de té. El aroma que desprendía dicho líquido no tardó en impregnar sus fosas nasales. Era un suave y delicioso aroma; cálido y reconfortante.

Tomó la taza de té con cuidado y se sentó en la mesa de la cocina; dio un sorbo, aún estaba demasiado caliente como para beberlo sin abrasarse la lengua, habría que esperar a que reposase un poco más. Mientras, recogió el periódico que había traído su lechuza una hora atrás. La primera página ya mostraba una desoladora noticia. «Nuevo desaparecido», anunciaba el título y justo debajo de éste se encontraba la fotografía de una chica rubia, no debía de tener más de 20 años. Lamentablemente, era seguro que esa chica nunca volvería a ser encontrada y si lo era, estaría muerta. Horrible, sí. Pero en los tiempos que corrían no era de extrañar. Los tiempos oscuros habían vuelto con el regreso de Quién-no-debe-ser-nombrado. El pánico cundía una vez más en el mundo mágico, pero también en el mundo muggle. Las desapariciones y asesinatos sucedían por igual en ambos mundos.

—Pobre chica... —murmuró la castaña mientras observaba la fotografía.

Pasó las páginas, una tras otra, pero todos los artículos trataban sobre lo mismo. Desapariciones, asesinatos, fugitivos y los intentos desesperados del Ministerio de Magia de convencer a la gente de que todo se acabaría pronto. Sin embargo, eso no era así. Según pasaban los días, la oscuridad se extendía más. Pronto el mundo sería devorado por ella y la luz se apagaría. Y con ello, cada sentimiento bueno que existiese en el mundo.

Y en lo único que podía pensar Morgana Stonem mientras leía el periódico era en Charlie Weasley. Ese chico al que trataba de olvidar desde hacía años, obviamente sin demasiado éxito. Ese pelirrojo pecoso que había conocido de niña y que ahora debía ser todo un hombre, seguía en cada uno de sus pensamientos, aunque ella luchase porque no fuese así. 

Durante un tiempo realmente había conseguido alejarlo de su mente, pero desde que los tiempos habían vuelto a cambiar, la imagen de Charlie se repetía en su cabeza junto con decenas de preguntas. ¿Estaría él bien? ¿Estaría su familia bien? ¿Y si él también se convertía en uno de esos desaparecidos? Aún peor, ¿y si era asesinado? Su familia era considerada «traidores a la sangre», así que ellos podían correr mucho más peligro que otras personas. Eso la aterraba y la preocupaba de tal manera que le impedía conciliar el sueño por las noches. Cada vez que conseguía sumergirse en los brazos de Morfeo, tenía una pesadilla en la que el pelirrojo moría. No quería ni pensar que esa pesadilla pudiese hacerse realidad. No. Charlie no podía morir.

Dejó el periódico sobre la mesa y se bebió todo el contenido de la taza, casi temblando. Esa horrible pesadilla se había repetido en su cabeza otra vez.

A toda prisa, se levantó y recorrió la casa hasta llegar a su habitación. Una vez allí, se puso de rodillas frente a un baúl de caoba que llevaba inscritas sus iniciales y el escudo de Hogwarts. Incluso aún si habían pasado años desde que se había graduado, todavía lo conservaba. Abrió la tapa con sumo cuidado y observó su interior, deteniéndose en las cartas que había recibido de sus amigos mientras estudiaba; una gran mayoría de ellas eran del mismo Charlie. Eso la hizo sonreír con nostalgia, pues no recordaba la última vez que le había escrito una carta.

Apartó la vista de las cartas al percatarse que una fotografía se había escapado de su lugar correspondiente, el álbum que guardaba allí dentro. Tomó la fotografía entre sus dedos y estuvo a punto de dejarla caer al reconocer al chico que salía en ella. Era Charlie. Un Charlie de 17 años, el Charlie al que ella recordaba. El joven pecoso se revolvía su cabello rojizo mientras sonreía a la cámara. 

Un nudo se formó en su garganta mientras que algo se removía en su interior. Esa sonrisa tan perfecta siempre la había hipnotizado. Esa sonrisa fue uno de los motivos por los cuales se enamoró del pelirrojo. Era una de sus mayores debilidades.Todavía recordaba muchas de las veces en las que él se la había dedicado; cuando se conocieron en el Expreso de Hogwarts, cuando fue seleccionada Gryffindor y minutos después él también, cuando ambos fueron admitidos en el equipo de Quidditch, cada vez que hacían o planeaban alguna travesura, cuando llegaba alguno de sus cumpleaños, cuando se reencontraban tras las vacaciones, cuando se despedían al finalizar el curso mientras se abrazaban... Tantas veces por tantos motivos diferentes. Morgana amaba cada vez que veía como la curva de los labios ajenos se volvía una sonrisa. Pero no cualquier sonrisa, sino aquella tan perfecta; esa que era tan sincera y alegre con un toque travieso y seductor. Le encantaba.

Sin embargo, llegó un momento en que esa sonrisa que solía dedicarle a ella, se dirigió a otra persona. Nymphadora Tonks, una chica de Hufflepuff de su misma edad. Esa chica se ganó todas sus sonrisas y toda su atención, peor aún... su amor. Morgana recordaba el dolor que había sentido cuando se dio cuenta de la forma en que Charlie miraba a la tejona; un dolor que aumentó cuando él le confirmó lo que ya sospechaba. Su corazón se había roto en miles de pedacitos aquel día y esos pedacitos sólo se habían ido haciendo más pequeños a lo largo de los días; cada vez que veía como Charlie buscaba a Tonks con la mirada, cada vez que veía como le dedicaba aquella sonrisa que a ella tenía enamorada, cada vez que veía como ellos charlaban en los pasillos o en las clases animadamente, cada vez que veía como él trataba de conquistarla... sin éxito. Pues de la misma manera en que el pelirrojo nunca se percató de los sentimientos de la castaña, la metamorfomaga nunca se dio cuenta de los sentimientos de él. Era un triángulo amoroso que no conducía a ninguna otra parte más allá de la destrucción.

En el último año en Hogwarts, Morgana se dio cuenta de que no podía continuar así. Pese a que quería seguir estando cerca suya y seguir siendo su mejor amiga, el dolor que sentía en cada fibra de su ser, le decía que esa opción no era viable, al menos no en ese momento, que si seguía así solo acabaría destruyéndose más de lo que ya estaba. Por eso, se alejó. Por eso, no volvió a escribirle. Por eso, no volvió a verle. Por eso, enterró sus sentimientos. Por eso, se forzó a olvidarlo. Por eso, decidió pasar página. No había día en que no lamentase su decisión, pero había creído que era lo mejor... lo mejor para su roto y cansado corazón.

Las lágrimas habían comenzado a salir a medida que recorría las páginas del álbum, que había cogido minutos atrás. Todos sus recuerdos con el pelirrojo estaban grabados allí en forma de fotografías. Tantos recuerdos, tantas sonrisas. Y Charlie no había visto nunca que tras la sonrisa de la castaña, se encontraba la tristeza. Ella lo había ocultado para no preocuparlo. Para que no viese a través de los sentimientos que él jamás correspondería.

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¿Media hora? ¿Una hora? Morgana no sabía exactamente cuánto tiempo había pasado, pero el llanto por fin se detuvo, aunque la oleada de recuerdos no lo hizo. Con el álbum sobre su regazo, empezó a buscar entre las cartas antiguas. Momentáneamente se había olvidado del motivo por el cual había abierto el baúl. Necesitaba encontrar una carta o más concretamente, una dirección, y tras varios minutos de búsqueda, la encontró. Encontró casi al fondo del baúl un montón de cartas, atadas con una cuerda azul, que había recibido de Erick Coleman; el mejor amigo hombre de Charlie y también uno de los amigos más preciados de ella misma... O al menos así había sido mientras asistían a Hogwarts.

Cargando con el álbum y la carta fue hasta el salón, donde, tras haber buscado pluma y pergamino, comenzó a escribir una carta para Erick. Ojalá que no se hubiese mudado en todos aquellos años, pues él era de las pocas personas con las que podía comunicarse para obtener información sobre Charlie. Por supuesto podría mandar una carta a La Madriguera, pero estaba segura de que Charlie ya no vivía allí y su familia podría no acordarse ya de quien era ella. Además, en los tiempos que corrían quizás no se fiaban de una carta que pedía saber dónde estaba Charlie.

Cuando terminó de escribir y guardó el pergamino en un sobre, le entregó la carta a su lechuza, la cual no tardó en salir volando por la ventana. Ahora solo le quedaba esperar y rezar. Rezar porque Erick siguiese viviendo en el mismo sitio. Rezar porque leyese la carta y contestase. Rezar porque supiese sobre Charlie.

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La respuesta a su carta se demoró en llegar más de lo que le hubiese gustado. Tres días exactos fueron. Tres días angustiosos. Su lechuza cruzó ágilmente la ventana del salón, justo cuando Morgana se encontraba allí, dibujando en un cuaderno. La lechuza dejó caer la carta sobre éste antes de posarse en lo más alto de un armario. Morgana dejó su material de dibujo a un lado y comenzó a abrir la carta, ligeramente nerviosa.

«Querida Morgana:

¡Menuda sorpresa me has dado con tu carta!... Quiero decir, ¡hola!

Hacia muchísimo tiempo que no recibía una carta tuya y he de reconocer que me ha alegrado bastante. Ninguno supo de ti después de graduarnos, así que estábamos preocupados... Nuestro Charlie fue el que más se preocupó. Pero es bueno saber que sigues vivita y coleando por ahí; en cuanto los demás se enteren, estoy seguro de que también se alegraran.

Deberíamos quedar un día de estos para tomar una cerveza de mantequilla y recordar viejos tiempos. Se extrañan esos días en Hogwarts, así que sería bueno si pudiésemos reunirnos toda la pandilla una vez más.

¡Ah! He estado bien, entré a trabajar a San Mungo, ¿te lo puedes crees? ¿Yo, medimago? Jajajaja. Es bastante gracioso a decir verdad, pero me gusta. Es un buen trabajo y además así puedo ayudar mucho más a la condición de mi madre, ya sabes. Ella sigue como siempre y me ha pedido que te mande recuerdos.

Sobre Charlie, perdí bastante contacto con él al año de graduarnos. Lo último que supe es que se fue de su casa para irse a trabajar a Rumanía...»

La carta continuaba, pero Morgana dejó de leer. Mientras lo había estado haciendo una pequeña sonrisa había aparecido en sus labios, Erick parecía no haber cambiado en absoluto. Sin embargo, lo que le hizo sonreír ampliamente por primera vez fue esa mención a Rumanía. En ese momento, nada podía hacerla más feliz que saber que Charlie se había ido a aquel país. Pues aquello significaba que él había cumplido su sueño, ese sueño del que él le había hablado años antes de separarse; tener aventuras y convertirse en dragonalista. Charlie adoraba a aquellas feroces criaturas, siempre lo había hecho.

Terminó de leer la carta y después, corrió hasta su habitación y empezó a guardar todo lo que pudo en una pequeña maleta marrón de mano. Se iría a Rumanía ese mismo día para ir a ver Charlie, seguramente lo encontraría en el Santuario de Dragones del país. Era una decisión muy precipitada, pero no podía esperar más; además, si esperaba más y lo pensaba, quizás terminaba no haciéndolo por temor a que Charlie ya no quisiese saber de ella. 

Quería verlo una vez más. No, necesitaba hacerlo. Necesitaba asegurarse de que estaba bien. Necesitaba poder ver su perfecta sonrisa, sólo una vez más, antes de que llegase a existir la posibilidad de no poder verla, debido a que él o ella muriesen por culpa de los tiempos oscuros que habían regresado o por los que estaban todavía por llegar.

Regresó al salón para recoger un par de objetos de allí y los echó a la maleta también. Después, lanzó un par de encantamientos a la casa con su varita y dibujó un par de runas para asegurarse de que estaría bien protegida en su ausencia y sin más, se desapareció de allí. 

Había estado un par de veces en Rumanía con sus padres y hermano menor cuando era más joven, así que tenía una imagen más o menos clara de a donde tenía que ir. Apareció, por suerte, en el lugar que recordaba y con maleta en mano, empezó a pedir indicaciones a algunos magos y brujas de por allí para que la guiasen al Santuario de Dragones.

Tardó más de dos horas en llegar –no estaba precisamente cerca que digamos– y aun así, perdió más tiempo manteniendo una conversación con un dragonalista que se encargaba de vigilar el lugar. Este le decía que no podía dejarla pasar porque era peligroso y Morgana le aseguraba que estaría bien, que solo estaría un rato. Finalmente, el mago desistió ante los argumentos de la castaña y su mirada penetrante, y le indicó cual era el camino más seguro para llegar a donde se encontraba en esos momentos Charlie. También le recomendó que fuera con varita en mano, por si acaso; el hombre también le indicó que la habría acompañado hasta allí sino fuese porque no podía abandonar su puesto y ella le dijo que no pasaba nada, que iría con cuidado. 

Fue por el camino indicado, atenta al mínimo ruido, pues lo único que le faltaba era ser devorada por un dragón antes de llegar a su destino, antes de encontrar a Charlie.

A medida que caminaba sentía como los nervios se la comían por dentro, ya que cada vez estaba más cerca de él. Pronto podría verlo.

Atravesó unos árboles y llegó a una verde explanada, donde se encontró a un enorme dragón de hermosas escamas azules rugiendo enfurecido. No sabía qué tipo de dragón era, pero sin lugar a dudas era fascinante. Aterrador sí, pero también fascinante. En cierta medida podía entender la obsesión que Charlie manifestaba sobre aquellas criaturas. 

Y entonces lo divisó; divisó un cabello pelirrojo cerca del dragón. La maleta le resbaló de la mano y cayó al suelo, a la vez que sus pulsaciones se disparaban. No había duda, aquel cabello pertenecía a Charlie. Podría reconocer cada pequeño rasgo de él entre millones de personas, pues aún lo recordaba perfectamente, aún estaba muy presente en su memoria.

Lo tenía tan cerca. Sólo unos cuantos pasos los separaban. Pero no se atrevió a acercarse, no solo por el dragón, sino porque sus piernas no parecían responder correctamente. Se dedicó a agudizar la vista para observar con más detenimiento al que había sido su mejor amigo. Estaba de espaldas a ella, tratando de tranquilizar al dragón. Morgana pudo divisar algunas cicatrices y quemaduras en sus brazos, gracias a que tenía las mangas remangadas hasta los codos. Sus hombros parecían haberse hecho más anchos y sus brazos más robustos, sus músculos estaban más marcados de lo que recordaba, su cabello seguía igual de enmarañado, rizado y corto. No podía ver su rostro, pero estaba segura de que debía verse más maduro y atractivo. Estaba clarísimo que él se había convertido en todo un hombre en aquellos años.

El dragón se calmó en algún momento, pero Morgana se había olvidado de su existencia, pues solo tenía ojos para el atractivo dragonalista. Sin embargo, el dragón se percató por primera vez de que ella estaba allí, ya que se giró en su dirección y a los pocos segundos, Charlie también lo hizo para ver qué era lo que miraba la criatura con tanta atención. En aquel momento, los ojos azul turquesa del pelirrojo se encontraron con los almendrados de la castaña. Si Morgana ya tenía problemas para apartar la mirada de él antes, ahora le resultaba totalmente imposible. Como había deducido, el rostro ajeno se había vuelto más maduro y atractivo, pero el centenar de pecas que lo adornaban, continuaba intacto, al igual que el color y brillo de sus ojos.

Morgana no sabía cómo reaccionar a esas alturas, no tenía ni la más remota idea de que debía hacer ahora. Había llegado hasta allí en su busca, pero no sabía qué hacer tras haberlo encontrado. Tras tenerlo allí, mirándolo con la misma fijeza que ella lo hacía.

—H-Hola, Char-... —no pudo continuar el nervioso saludo.

En un mero parpadeo, Charlie había comenzado a dar grandes zancadas y antes de que pudiese decir algo, ya se había posicionado en frente de ella y había comenzado a atraerla hacia sí; abrazándola con quizás demasiado fuerza, debido a la emoción, y pegándola a él lo máximo posible. Las piernas de Morgana estuvieron a punto de ceder, pero Charlie la sujetaba con tanta fuerza y firmeza que le impedía caerse. El corazón de la castaña se había disparado y tras dudar unos segundos, por fin se había atrevido a corresponder el abrazo con una fuerza similar. Se dejó arropar por sus brazos y embriagar por su aroma; ese aroma a chamuscado y dragón, pero que contenía esa esencia que únicamente pertenecía al pelirrojo.

—Morgana... —susurró él en su oído.

Y las lágrimas no habían tardado en acudir a la mencionada. La había reconocido. Pero, ¿cómo no iba a recordar a la que era su mejor amiga? Una mejor amiga a la que el dragonalista había extrañado desde la última vez que se vieron y a la que siempre había querido volver a ver.

—Charlie... —susurró de vuelta.

El abrazo se hizo aún más fuerte y la calidez los envolvió a ambos. En ese momento, Morgana comprendió que sus sentimientos hacia el pelirrojo no habían cambiado en lo más mínimo. Habían pasado años, había tratado de olvidarle de mil maneras, pero su corazón le seguía perteneciendo a él. Él seguía siendo su mundo. Seguía irremediable e inequívocamente enamorada de él. Comprendió entonces que eso nunca cambiaría. Incluso si él nunca llegaba a corresponderle, ella le seguiría amando hasta el fin de sus días.

Lentamente, Charlie se despegó de ella, pero sin apartarse del todo. Lo único que quería era ver el rostro de su preciada vieja amiga, el cual estaba lleno de lágrimas que caían. Con una mano, recorrió sus mejillas, limpiando aquellas dichosas lágrimas. No recordaba haberla visto llorar con aquella intensidad antes en todo el tiempo que habían pasado juntos en el pasado y ahora que la veía, no le gustaba en absoluto. Le gustaba cuando la castaña estaba alegre, cuando sonreía de esa forma tan bonita en que solía hacerlo, cuando en sus ojos había un brillo pícaro y juguetón. Por eso, dio el primer paso: sonrió. Y de esa manera, sin saberlo, le dio a Morgana justamente lo que había ido a buscar: su sonrisa. No había cambiado nada, seguía siendo tal y como la recordaba. Quizás incluso más perfecta, por el tiempo que había pasado sin verla.

Morgana deslizó una de sus manos hasta la que tenía él sobre su mejilla, posándola encima, a la misma vez que él unía sus frentes sin que aquella sonrisa desapareciera de sus labios. Y fue en ese instante que ella le dedicó la mejor y más brillante sonrisa que podía sacar. Eso solo incentivó al pelirrojo a ampliar su propia sonrisa y el corazón de la castaña se paró por unos segundos, antes de volver a la vida con más fuerza que nunca. Esa sonrisa y su dueño eran su perdición.

«Hey, Charlie, sonríeme por siempre», pensó. 


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Este es el resultado de ese día de inspiración después de haber leído una historia sobre Charlie y oficialmente, ha pasado de ser un simple one-shot a ser toda una historia larga. Espero que os haya gustado y que disfrutéis de la bonita relación entre estos dos.

No os olvidéis de votar y comentar. ♥ 

Marie Weasley.

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