Capítulo 3: De Vuelta a la nada
Los ojos grises de Ayla se abrieron con cuidado, un cuarto de hospital la arropaba, protegiéndola de todo mal. Giró su cuerpo un poco, incómoda por la postura y la sonda en su brazo, y se encontró con el bioquímico Jason Müller en la cama de al lado.
Recordaba la explosión y cómo sus oídos se entumecían poco a poco, mas desconocía el traslado al nosocomio. ¿Qué sucedió después de todo?
El roce de la almohada le hizo arder el rostro, y apenas podía mover sus dedos arañados. Se reincorporó en la cama, adolorida por los golpes, atenta a la máquina de su costado. Tenía el pulso normal, el goteo del suero estaba a punto de terminarse, pero ella parecía estable, quizás se trataba de una leve deshidratación.
No pasó mucho tiempo para que decidera ponerse de pie y retirar la vía de su brazo derecho. La muñeca le dolía, aunque no tanto como pensar en sus padres. ¿Qué había pasado con ellos? La pregunta daba vueltas en su cabeza al tratar de unir cabos que dieran una explicación lógica a su vivencia. La explosión vino desde el supermercado, sin contar que hubo una situación espantosa con delincuentes de por medio.
Caminó hasta la camilla de Jason, lo vio descansar y analizó sus heridas. Dos cortes para nada superficiales en el rostro que, de seguro, dejarían marcas en el tiempo. Debajo de su párpado inferior existía una sutura, algo extraña, a decir verdad, una zona poco usual.
Se adentró al baño de la habitación para ver su reflejo en el espejo, aguantando las ganas de gritar por el impacto de su imagen. Las mismas cicatrices que su compañero de cuarto, una debajo del ojo, otra en la comisura del labio. Parecía una cruel broma, ¿qué explicación lógica podría haber para producir las mismas lesiones en lados contrarios de la cara?
Inspeccionó todo su cuerpo con desesperación, tenía raspones en un brazo y en las manos; sin embargo, el resto de su cuerpo estaba ileso. Salió del baño al reencuentro con Jason, y tras constatar que ningún médico deambulaba cerca, se animó a revisarlo.
Ayla corrió la fina sábana que cubría a Jason Müller para verificar que corría su misma suerte. Algunos hematomas marcaban sus brazos y parte del hombro. No obstante, lo demás estaba bien.
Apartó su cabello azabache hacia un costado y se enfocó en el rostro del muchacho. A pesar de las heridas, Jason se veía bien, era un chico atractivo, tal vez muy tímido para entablar una conversación entre pasillos, y muy introvertido para hacer amistades. Más de una charla profesional no pasó; ahora compartían habitación, marcas extrañas en la cara y una vivencia horripilante.
—Jason —susurro la chica de cabellos rojizos—. ¿Puedes oírme?
No hubo reacción, ni siquiera un cambio en sus latidos.
La puerta del cuarto se abrió, dejando a una enfermera anonadada frente a Ayla. Parecía que la mujer había visto un fantasma, y esta entendía que las marcas de su cara no ayudaban demasiado. Era un monstruo.
—¿Qué hace fuera de su cama? —dijo la enfermera—. Por favor, siéntese, llamaré al doctor.
—Sí, por favor.
En menos de lo pensado, un hombre de bata blanca, alto y con una cara preocupante, apareció en la habitación.
—Hola, mi nombre es Farid, soy médico cirujano y actualmente quien se encuentra de guardia en el hospital. ¿Cómo se siente, señorita Koch?
—Bien, un poco confundida. No recuerdo lo que pasó y no sé si debería preocuparme. También quisiera saber cómo está Jason Müller.
El médico miró a Jason a la distancia, exhaló con fuerza antes de comenzar a hablar.
—Señorita Koch, no sabemos que es lo que ocurrió con ustedes. Fueron encontrados con fuertes golpes, él se llevó la peor parte al intentar protegerla.
—¿Protegerme de qué?
—No lo sabemos, pero los cortes de sus rostros nos indican que fueron brutalmente atacados. Trate de recordar lo que ocurrió.
—¡Dígame qué ocurrió con las personas que se encontraban en el supermercado! Mis padres estaban ahí—Soltó de inmediato al recordar.
—La ciudad de Pranter fue víctima de un atentado, lamentablemente...
No hizo falta escuchar el resto, Ayla lo comprendió. En varias oportunidades tuvo que dar pésimas noticias a familiares de pacientes que se iban de repente; ahora ella se encontraba del otro lado, sintiéndose solitaria.
—Tenemos que hacerle unos estudios—dijo el médico—-. Hay que asegurarse de que todo esté bien.
—Me siento bien, firmaré el alta voluntaria—respondió decidida—. ¿Dónde está mi ropa?
—Señorita Koch...
La voz del doctor Farid era temblorosa, como si ocultara información importante. Estaba sentado a los pies de la cama de Ayla, en un vil intento de mantener la compostura, a pesar de que la paciente no tenía intenciones de colaborar. Miró nuevamente a Jason y quedó en silencio. ¿Sería correcto hablar con Ayla Koch sin que el equipo médico la revisara previamente?
—¿Hay algo que quiera decirme, doctor Farid? —dijo ella.
—Ayla, necesito que me escuches.
—Soy médica, puede decirme lo que sea.
—Primero que nada, tranquilízate para que puedas escucharme. Tenemos que hacer unos estudios, que un neurólogo te revise, no lo compliques, es solo un chequeo.
—Está bien, ¿puede ser hoy mismo? Quiero salir de aquí y averiguar qué pasó con mis padres.
—Ayla... —musitó Farid y tragó saliva—. El atentado en Pranter fue hace un año.
—¿Qué? ¿Cómo que un año?
—Ustedes dos llevan un año en coma, y lamento decirlo, pero son los únicos sobrevivientes de la catástrofe. La explosión arrasó unas 10 calles, pero, de manera inexplicable, solo la mitad del edificio resultó afectada.
—¡¡No!! —gritó confundida—. Nosotros corrimos hacia la azotea porque escuchamos disparos.
—Jason y tú estuvieron días inconscientes, perdieron mucha sangre. Los encontraron de casualidad cuando los aviones de rescate volaban por los restos de la ciudad.
—Pero cómo puede ser que...
—Jason tuvo un momento de lucidez, dijo que no te dejaría sola —sonrió—. Pero luego empeoró, hizo un paro, convulsionó, lo trajimos de vuelta y aún no ha despertado. Hoy lo haces tú y me dejas sorprendido. ¡Estás de pie, como si nada!
—¿Dónde estamos?
—En el nuevo Pranter. Lo que sucedió fue un antes y un después.
—Dijiste que nos encontraron después de días, también que fuimos atacados brutalmente.
—Es la única manera de explicar los cortes similares en sus caras.
—Si ya pasó un año, ¿por qué aún no han cicatrizado? Las heridas siguen rojas.
—No lo sabemos —Negó frustrado y se levantó de la cama—. No cicatrizan. A veces sangran de la nada, Ayla. Hay hematomas en el cuerpo de Jason que no desaparecen, es como si el tiempo se hubiese detenido para ustedes.
—Ayla —dijo una voz desde de la camilla contraria—. Ayla...vamos a salir de esto juntos.
—¡No puede ser! —exclamó el doctor, totalmente anonadado— ¡Jason está despertando! ¡Enfermera! ¡Necesito un traslado para estudios! Ayla, ya regreso—Salió apresurado.
La pelirroja se acercó a su compañero para tomarlo de la mano. No descifraba por qué él balbuceaba esas palabras, mas le pareció tierno de su parte. Jason Müller era tan tímido y reservado que eso podía considerarse una extrema muestra de cariño.
Al mínimo contacto, él sonrió de forma extraña, tétrica cuando su herida se abrió en la comisura del labio y la sangre desbordó como en una fuente. Tironeó de su brazo hasta que Ayla cayó encima de su pecho cubierto por la sábana. Abrió los ojos, al fin observaba esa figura de ensueño. Él se concentró en los labios de ella, concretando un beso deseoso y descuidado. La doctora Koch jadeó de dolor, cada movimiento abría sus heridas empapando su mentón y parte de su cuello; sin embargo, no se detenían.
Ayla no solía impresionarse, pero en su interior sabía que el placer que estaba sintiendo, conforme al sabor de las heridas, no era normal. Se separó para ver el enchastre, y la sonrisa cínica de Jason se grabó en sus retinas.
—Te voy a extrañar, Ayla —espetó con calma.
—No digas eso, estaremos bien —Aseguró.
—Vas a dejarme, tienes que irte.
—Jason, escucha, hay algo que debes saber—Se apresuró a decir—. La explosión...
—No digas nada, solo abrázame antes de irte, por favor.
—No me iré —insistió—. Ya viene el doctor Farid, nos harán estudios y estaremos bien.
—Sonríe... eres hermosa cuando sonríes.
El corazón de Jason bombeaba fuerte, Ayla lo supo cuando apoyó su oreja en el pecho y sintió el calor varonil de sus manos jugando con sus cabellos.
—Eres mía... —susurró—. Eres parte de mí...
Las palabras carecían de sentido, tal vez la fiebre se apoderaba del su organismo o Jason luchaba contra sus recuerdos. Era imposible determinar con exactitud lo que sucedía, pero tampoco podía evitar buscar respuestas tras todo el tiempo que habían compartido dentro de las cuatro paredes del hospital sin siquiera saberlo.
—Dime que soy tuyo... vuelve a repetirlo, Ayla —Pidió él.
La doctora Koch sintió miedo, percibió una lejanía impersonal, de esas que te descalabran el alma. El sonido agudo de la máquina los interrumpió, el pulso de Jason tendía de un hilo y él parecía no notarlo. La tibieza de sus manos se perdía, en sincronía con una respiración apacible y sin inquietud.
—Jason —expresó reincorporándose en la cama—. Por favor, no te vayas.
—Dime que soy tuyo...dime que eres mía y que vas a buscarme.
—Eres mío—dijo temblorosa, y con lágrimas en los ojos —. Por favor, quédate conmigo.
—Tú eres mía, Ayla Koch.
La máquina provocó el corte, una línea recta se marcaba en la pantalla con el sonido ensordecedor que estallaba en los sensibles oídos de Ayla. Su pulso descendió, la sensación de quedarse sola en el mundo reaparecía, igual que aquella vez en la terraza, cuando deseaba morir para ir junto a sus padres.
Volvió su rostro hacia Jason, él permanecía con la sonrisa intacta, brotando sangre de los costados de su boca, producto de lo que posiblemente era una hemorragia interna y ella no se había percatado.
Koch cubrió su rostro con ambas manos, se mecía frente al cuerpo de su colega, no quería ver la realidad, no quería aceptarla. La presión recayó sobre ella, su cuerpo temblaba y sus manos escarlatas la desorbitaron.
Alzó la cabeza al advertir la presencia de alguien en la habitación. Era Jason. Estaba de pie frente a ella, sonriendo en silencio y parpadeando. Ayla pegó un brinco en su lugar, extrañada al notar que el sonido de la máquina no desaparecía, y que el bioquímico seguía sin pulso.
Pensó que era un sueño e intentó dar unos pasos torpes para alejarse de la camilla. Los orbes de Jason la seguían, con la siniestra sonrisa de lado.
—Eres mía, Ayla —dijo él, acompañado de un color pálido en su piel.
—No puede ser, ¡doctor Farid! —gritó ella y corrió hacia la puerta—. ¡Que alguien me ayude!
—Tranquila —dijo Jason, abrazándola por la espalda—. ¿Puedes sonreír para mí? Me gusta cuando sonríes.
Yerta frente a la puerta, un escalofrió inundó sus huesos, como una corriente eléctrica dispuesta a carbonizarla. Temía girar y encontrarse con Jason Müller de frente. Lo vio morir y revivir en segundos, el mismo tiempo que tardó en recobrar la temperatura.
Decidida a enfrentarlo, fue allí cuando la realidad la golpeó de lleno. Una caricia de Jason fue la contraposición de su piel. Él era cálido, era fuego; ella como la nieve, fría, y comenzando a derretirse.
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