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Me duele el corazón.

Sentía una fuerte presión que me impedía respirar con normalidad, sus latidos eran impetuosos y la coacción de su sístole hacia doler vigorosamente cada parte de mi cuerpo, tal vez solo exageraba y ya no se como discernir de dónde viene esa aflicción que me tiene agobiado.

Me empecé a sentir incómodo al ya pasar varios segundos de contacto físico con mi antagónico, los músculos de sus brazos aún tenían mi cuerpo contorneado en un efusivo afecto íntimo.

También me dolía el trasero de tanto estar en el suelo.

— Ehm... Ya no puedo respirar.— profiero sin tratar de sonar ambiguo al apego.

Sin vacilar ningún vocablo se despega vertiginosamente de mi.— ¡Lo–Lo siento!.

— No pasa nada, solo... No estoy muy acostumbrado al contacto físico.

Él sonríe débilmente, parecía bastante decepcionado.— Entiendo.

No quise sonar arísco ni malagradecido, su trato hacia mí es algo que jamás me habían dado, no es que no me gustara, sinó que era bastante incómodo y no era habitual ese asiduo en mi vida. Se levantó del suelo y me ofreció su mano para ayudarme a parar con una sonrisa taciturna adornando su rostro. Miré su palma desconfiado, opté por desviar la mirada e interpretó de forma rápida y eficiente que no requería su apoyo. Aparta su mano con un semblante alicaído.

Tan inútil sos... Que ya ni palabras necesitás para herir a los demás. Inservible.

Estiré mi mano y me sostuve del toallero para ponerme de pié, agaché la mirada indeliberadamente mostrando mi ignominia, la cual fue captada abiertamente por mi antónimo que no supo cómo reaccionar y guardo silencio dándose la vuelta para salir del baño y darme espacio. Miré desesperadamente su accionar sintiéndome apesadumbrado.

— Ey...— Lo llamé antes de que saliera, él se giró y sus ojos conectaron con los míos, rápidamente volví a agachar la mirada, respiré profundo para después soltar un suspiro frustrado.— Gracias...

Bisbiseo tan bajo posible con las mejillas moteadas en un rojo carmesí.

Eleva una débil sonrisa torcida.— Cuando quieras... siempre estaré ahí para ti...

Cuando el chasquido de la puerta contra el marco suena, volteo mi cuerpo hacia el espejo, las pupilas de mis ojos estaban dilatadas, en ellas se reflejaba un dolor extraño y entrañable, ¿pero de que mierda estoy hablando? Si este sentimiento es el que siento todos los días que me quiero cortar las venas para no volver a este delirante mundo podrido.

Abro el grifo de agua fría, junto mis manos para llenarlas de ese líquido y las embalsamo en mi cara, estaba tan frígida, podía sentir los poros cerrarse ante el tacto y  un leve viento fresco que rozaba mi palida tez. Dolía, sentía que quemaba, pero ¿a quién le importaba? si esto me permitera desaparecer del mundo, lo haría por más que doliera.

Toqué suavemente mis labios rasposos, parecía que me hablarían para gritarme lo ridículo que era y cuán mierda valía. Durante tanto tiempo mi felicidad dependió de los demás que ahora siento un propósito vacío, invisible, no podía vislumbrar nada... No se que hacer. No soy nadie, no tengo a nadie.

Siempre fui el tipo de persona que infeliz mostraba una sonrisa falsa mientras hacía felices a los demás. No importaba cuán triste y deprimido me sentía, no me gusta ver a los demás decaídos aunque nadie se de cuenta de lo mierda que me siento.

Porque realmente sos una mierda que nadie quiere...

Agarré la toalla y la coloqué en mi cara, dejando que embebiera la humedad de mi rostro. Sin embargo, también absorbía mis silenciosas lágrimas.

Quizás había pasado unos veinte minutos desde que no salía del baño, pareció preocupar a mi compañero de cuarto quien golpeó la puerta repentinamente.

— Argentina, ¿Está todo bien?, ¿necesitas ayuda?, ¿tienes hambre?, ¿quieres que pida delivery?.

Demasiadas preguntas. Me giro hacia la puerta y la abro para encontrarme con la mirada preocupada de mi contrario, ¿Porqué se preocupa?.

— Estoy bien.

— Oh... Eso es... Bueno, uhm... ¿Tienes hambre?.— balbucea nervioso.

— No.

Él asiente y un silencio embarazoso reina la habitación, no tenía tema de conversación, y a juzgar por la mirada de él, tampoco sabía que hacer o decir. Sonríe forzado de la nada, parecía querer aligerar las cosas.

— Onu llamó, tenemos una reunión en dos horas.

— Ah, que bien.

Otro silencio.

Inútil.

— Uhm, voy a llamar a alguien.— Se separa de la habitación para salir y cerrar con delicadeza la puerta.

Bufo y me tiro de espalda contra el colchón, estaba tan cómodo, podría dormir añares sin que nadie me pudiera interrumpir. Sería como un bello durmiente que se despertaría cuando quisiese sin la necesidad de un beso. Jhm, los cuentos de hada dejan mucha expectativa para tan podrida realidad.

Cerré mis ojos con la esperanza vívida de descansar mis párpados, pero en vez de tal acto, caí profundamente dormido.

— Vamos, Argentina. Puedes hacerlo.

Nervioso mire desde la altura que me encontraba.— Si me caigo por tu culpa vas a quedar más feo y deformado que el jorobado de notre dame por la piña que te voy a dar.

— ¡Confía en mi y salta!, ¡te atraparé!.

Cerrando mis ojos con fuerza salté y solo pude sentir como caí al suelo de trasero. Abrí mis ojos y las manos de aquel niño estaban en una dirección que no era la correcta a la caída.

— ¡Dijiste que me ibas a agarrar!.

— ¡Tú caíste del lado contrario!.

— ¡Vení aca que te mato!.

Corriamos alegres persiguiendonos, tropecé con una piedra y caí sobre él, nos miramos los ojos, fue tan mágico sentir sus pequeños labios sobre los míos.

Me gustas, Argentina...Arge... Argentina... Ey, despierta...

Lentamente mi pálpebral se fue abriendo, y al ver aquellos ojos penetrante, me olvidé de todo por completo, tenía un iris hermoso e inusual, totalmente único e insólito, relegué su mirada y pareció incomodarle.

— Lo siento, parecías muy tranquilo pero ya debemos ir a la reunión.

Asiento sin decir más y me levanto de la cama para tomar mi abrigo y llegar a la planta baja del edificio hasta el auto donde un circulaba pesado silencio entre los dos.

Durante el viaje, miraba las gotas de agua caer sobre la ventana, imaginé historias que nunca ocurrirían y con mi dedo trazaba el camino de las gotitas. Fruncí mi ceño al recordar "– me gustas, Argentina"...

¿Qué fue eso?,¿Un...sueño?.

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Fin del capítulo.

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