Un taxi avanzaba por las calles de Nueva York, evitando el tráfico en cada semáforo.
Ya sabes lo que te repetí hasta el cansancio. Lo sabes bien. No te pongas triste...
... Sabes que siempre estaré junto a ti...
Era de noche, las calles se cubrían de lluvia y el cielo mostraba una faceta lúgubre a causa de esta misma.
En aquel vehículo se encontraba un erizo de pelaje albino y ojos dorados, mirando a través de la ventana, al ir tras el siento del copiloto.
¿Recuerdas esa noche en el bar? Ésa, cuando nos miramos por primera vez. Estábamos tan borrachos que terminos en un hotel.
Sentía sus ojos irritados, tal vez por el cansancio o también, por el llanto.
El vehículo se detuvo a las afueras de uno de los enormes edificios del centro, el que parecía ser un condominio de apartamentos. Pagó al chofer y se bajó, sintiendo las gotas de lluvia golpear contra su cabeza y hombros.
Metió sus manos a los bolsillos de su chaqueta y caminó al interior del lugar.
Cada día contigo fue mágico, cada noche, cada momento... Todo. Me obsequiaste una vida perfecta.
Entró, ignorando los saludos que el portero le daba, subiendo así al elevador que estaba al centro del lugar; seleccionó el piso 8 y las puertas se cerraron.
Pero hay algo que me preocupa.
Siempre dijiste que adorabas mi sonrisa, que amabas verme feliz. Que si yo lo estaba, tú lo estarías.
Fue a su apartamento cuando el elevador se detuvo, tomando las llaves y abriendo la puerta. Entró, encontrándose con las luces apagadas. Suspiró.
Pero el día en que me fui estoy más que seguro que esa sonrisa que me dedicaste no fue sincera... Que no estabas feliz de que yo lo estuviera...
... No querías verme ir ¿verdad?...
Encendió las luces, dejando las llaves sobre la mesita que estaba en la entrada y retirando su chaqueta para dejarla en el sofá.
Caminó derecho, quedando frente al enorme ventanal que daba una vista perfecta hacia el exterior. Mas él sólo podía mirar el reflejo de su amado.
He escuchado decir a tus amigos que no eres el mismo... Que vives unido a un trozo de papel... Intentando consolarte, intentando sentirte como antes.
... Con una fotografía mía...
Retrocedió un par de pasos, topándose de espaldas con la misma mesita en donde dejó sus llaves; se giró, mirando ésta, en donde un par de fotografías de aquel erizo oscuro hacían presencia.
Sus ojos de nuevo se bañaron en lágrimas, provocando que un chillido se ahogara contra sus manos.
Gruñó al sentir aquella misma impotencia recorrerle, alejando las manos de su rostro para llevarlas a su cabeza para así halar sus púas con desesperación.
Pasó sus manos sobre la superficie de la mesa en un ataque de coraje, echando abajo todo lo que estaba en ella, provocando que los cristales de los retratos se quebraran.
Oh, amor mío. Si supieras con qué fuerza ruego a diario porque estés bien...
Si supieras cuanto deseo volverte a ver... A tocarte... A sentirte...
Empuñó sus manos, enterrando sus garras en la palma de ellas, dejándose caer de rodillas muy cerca de los trozos de vidrio.
Lloró de nuevo, sintiendo sus mejillas empaparse poco a poco con cada lágrima que dejaba escapar.
Giró su mirada a una de las fotos, en donde su amado niño mostraba una sonrisa. Retiró los cristales con la yema de los dedos y tomó la hoja de opalina con cuidado. Como si fuese la más fina joya.
Acarició el contorno de la imagen, tomando asiento en el piso, a los pies del sofá, mirando la fotografía; enfocando su total atención en ella.
Todas nuestras aventuras están grabadas en fotografías, cada momento alegre está plasmado en una hoja de papel.
Pero cada palabra, caricia, gesto y acción están en tu mente, tu piel, tu rostro...
... Eso ninguna imagen te lo podrá dar a entender...
La apretujó contra su pecho, sollozando con fuerza, volviendo aquello en un insistente llanto.
— Mephiles, si supieras qué falta me haces —musitó al aire, con los ojos fuertemente cerrados, ignorando la presencia que se posaba a su costado.
Aquella alma parecía querer llorar también, mirando dolido a su amado. Más no podía hacer mucho, nada en realidad.
Se inclinó, besando de forma suave la mejilla bronceada del mayor, siendo lo último antes de desaparecer, igual que como había llegado.
Estaré aquí, junto a ti, apoyándote siempre, queriéndote cada vez con mas intensidad...
...Añora nuestros recuerdos... Teniendo en cuenta siempre, lo mucho que te quiero...
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