Capítulo 9
MARATÓN 1/3
La mano en mi mejilla. La jodida mano en mi mejilla.
Este chico no conocía el espacio personal.
Me sonrió por última vez y salió corriendo hacia la cancha de lacrosse. Por mi parte me quedé un par de minutos estancada en el medio del vestuario, simplemente pensando.
¿Por qué le había ayudado? ¿Cómo era de repente era tan amigable y predispuesta? ¿Qué era lo que ocasionaba su actitud en mí?
Es que Ragnar tenía algo que me volvía diferente... Pero no diferente en el sentido de que cambiaba quien era, sino que me acercaba un poquito más a mi verdadero yo. No lo conocía de casi nada, pero no podía evitar sentir que éramos tan opuestos que sacábamos chispas y tan iguales que nos entendíamos a la perfección.
Y eso me estaba asustando.
Recibí su mensaje cuando estaba en la casa de Prince, y para mi mala suerte, aquel viejo curioso lo había leído y había empezado a molestarme. Tanto me llenó la cabeza que al final terminé cediendo, porque sabía que si no lo hacía por las buenas lo haría por las malas. Y eso significaba sacarme de la oreja de su casa y llevarme al maldito instituto en persona.
Al final hice lo que mi abuelo me dijo, porque Prince era la única persona a la que yo nunca le discutía nada.
Llegué tarde, para variar. Pero justo a tiempo para ver en cámara lenta el golpazo que le habían dado a Ragnar. Mi primera intención fue tirarme a la cabeza de ese sujeto y convertirla en una bola giratoria, pero solo me contuve y ayudé al pelirrojo a curarse.
El resto es historia.
Diciéndome a mi misma que parecía idiota estancada ahí en el medio de los vestidores, me encaminé a ver los últimos minutos del cuarto tiempo del partido. Me quedé en los primeros asientos apreciando la buena vista que ofrecían los jugadores. El marcador iba igualado, al parecer las águilas de Reachmond habían tomado fuerzas y estaban cargados de pura inspiración para propiciar empujones y anotar puntos.
Faltaban solo tres minutos para terminar el partido. Rhys tenía la pelota y corría tan rápido que no lograba ver con nitidez sus pies, le dio pase a un pelinegro y este le hizo unas señas raras a Ragnar, que corrió cerca del arco listo para recibir el tiro y anotar. Estaba tan concentrado en la pelota que no notó cuando el mismo tipo que le había atacado antes, corría con la intención de volver a tirarlo. Me alarmé, y sin controlarlo, hice lo primero que pasó por mi mente. Grité.
—¡Ragnar! ¡Tanque soviético a las seis!
No sólo Ragnar desvío su vista hacia mi, sino todas las personas presentes en la cancha. Incluido el mastodonte que iba a atacar a mi colega pelirrojo.
En lo que la distracción surtía efecto, Rhys le dio un pase directo a Ragnar y este anotó, ganando el jodido partido. Los vítores no tardaron en explotar, al igual que los abucheos del equipo perdedor.
No podía prestar mucha atención a lo que ocurría a mi alrededor, estaba buscando la forma de desaparecer lo más rápido posible del campo de visión del sujeto fornido que se me acercaba con cara de pocos amigos.
—Jodida mierda... —murmuré cuando lo tuve en frente. Me sentí una hormiga.
—Repite lo que haz dicho, muñequita.
¿Muñequita? ¿¡Muñequita!?
—¡Muñequita tu puta madre, cabrón! —Arremangué los puños de mi camiseta con total intención de golpearle, pero me detuvieron.
En cuestión de segundos, Ragnar lo había tirado al suelo sacándole jugos a sus puñetazos. Cuando se cansó, lo dejó libre y el gigante salió caminando con rapidez dándonos una mirada que juraba que esto no iba a quedar así. Le mostré mi dedo corazón que fue escondido por la mano del pelirrojo.
Se alejó por unos minutos a saludar a un par de personas, entre ellos la rubia de su novia. Me quedé en silencio apoyada en uno de los postes de luz, observándole. No entendía como este chico soportaba tanto. Yo no hubiese aguantado ni medio día en su lugar. Contemplé sus gestos: Ragnar se desenvolvía con mucha elegancia y simpleza. Como si quisiera constantemente obtener el visto bueno de todo aquello que lo rodeaba: me hizo gracia. Sería muy complicado sacar a este tipo del papel en el que lo habían encerrado.
Todo un reto. Yo adoraba los retos.
Mis ojos no se despegaban de su perfil y pareció notarlo, ya que me miró de reojo y sin que su compañía lo notase, me hizo una seña de que le espere.
¿A donde más podría ir?
Después de unos minutos en el que casi le quemé la nuca con mi vista, se despidió de todos y a paso lento se acercó hasta mi. O por lo menos lo intentó, ya que se estancó a medio andar al ver la silueta de Rhys correr hasta donde me encontraba y alzarme en el aire dando un grito de alegría.
—¡Ganamos chispita! ¡Ganamos!
—Lo he notado. ¿Ya me puedes bajar? —pedí con media sonrisa.
Mi amigo hizo lo pedido y me puso a salvo en el suelo. Apenas rocé la tierra, lo sujeté de la camiseta y lo acerqué a mí.
—Tú y yo vamos a tener una sería conversación cuando llegue a casa. —Observé como el pelirrojo retomaba su ruta hasta quedar al lado de Rhys.
Le solté la ropa y él bufó fastidiado.
—Kye, él es Ragnar. Ragnar, ella es Kye... —Falseó buenos modales al intentar presentarnos, sabiendo que ya nos conocíamos.
—Ahorrate eso, Rhys. Nos vemos luego de la fiesta. —Tomé a Ragnar del brazo y comencé a caminar fuera de la cancha.
—¿No irás?
Miré de costado al pelirrojo. Era obvio que él no asistía a esos eventos, y la verdad es que las fiestas luego de los partidos no eran muy agradables. No como a mí me gustaban. Además, sus padres no lo dejarían, y yo no planeaba volver a cruzarme con su guardia de seguridad, cargando a un Ragnar ebrio.
—¿Por qué habría de ir a un lugar que no me agrada? —Respondí con otra pregunta, como solía hacer cuando quería evitar dar información de más.
Rhys miró a Ragnar, quién se encontraba atento en la mano que rodeaba su brazo, y luego me miró a mi sonríen de lado.
—No lo se. Quizás por la misma razón por la cual has venido hoy aquí...
Mi amigo me lanzó un beso en el aire y comenzó a caminar hacia el lado opuesto a dónde el capitán y yo nos dirigíamos. Me quedé mirando su figura desaparecer, odiaba cuando hacia esto. Me decía cosas que no entendía y luego se iba. Tonto Rhys.
—Vamos, rojo. Nos espera una cerveza.
—¿Solo una? —preguntó con cara de cachorro.
—No quiero saber qué es lo que puede llegar a pasar si son más. —admití y él se carcajeó.
—¡La última!
—Lo prometo.
Suspiré y le pedí al camarero otra cerveza. La segunda de la noche, muy a mi pesar. Yo sé que había dicho que no pasaría de una, pero este chico era más insistente que Prince cuando quería su ensalada de rúcula un domingo por la noche y no había nada abierto.
Cuando las cervezas estuvieron servidas, ambos nos quedamos en silencio.
—Te invito una partida de billar. —propuso luego de unos minutos, señalando la mesa de juego a un costado de la barra.
—Bueno, no se jugar en realidad. Pero si quieres... —Me encogí de hombros y me puse de pie.
Él sonrió y se acercó a la mesa, colocando todas las bolas de billar en un triángulo de madera. Me tendió un palo, él tomó otro y dio el primer tiro. Luego se sentó en el borde del mesón y comenzó a explicarme.
—El objetivo es meter todas las bolas de tu color en los hoyos... O eso creo. —Se rascó la nuca.
—¿Eso crees? ¿No que sabías jugar?
—Bueno, hace un tiempo no lo hago. ¿Puedo seguir o no?
Asentí con una sonrisa, alzando mis brazos.
Él continuó hablando sobre cómo jugar, y por segunda vez en el día me le quede mirando. Y sabía que lo había mencionado antes, pero los movimientos de Ragnar eran magnéticos, atrapantes. Gesticulaba armoniosamente, con calma; tomaba el palo y me mostraba en que ángulo debía golpear la bola blanca. Se erguía, me sonreía y le daba un trago a su cerveza, sin despegar sus ojos de mí.
Sacudí mi cabeza.
—Debo ir al baño. —avisé y salí corriendo al servicio.
Allí me quedé encerrada por un par de minutos. ¿Qué sucedía conmigo? ¡Joder! Debía sacarme a este tipo de la cabeza, porque más que ayudarle, solo estaba logrando ponerme caliente.
¿Cómo se sentirían sus manos en mi?
Por un momento, la envidia apareció bailando por mi mente al pensar que la jodida Barbie de su novia podía aprovechar lo que yo no.
—Maldición. —Me acerqué hasta el lavabo y me lancé agua al rostro con la intención de alejar de mi mente esos estúpidos pensamientos.
Yo no podía pensar así de Ragnar... Yo era su ayuda, su hombro ahora. No podía permitirme sentir algo carnal cuando él necesitaba mi apoyo. No debía darme el lujo de pensar así de su persona.
Porque Rangar era... Él era mi amigo, ¿cierto?
—A ver Kye Griffin. Vas a mover ese culo bonito que tienes y vas a volver a la mesa para jugar billar. Olvídate de toda esa mierda de una buena vez. Ragnar te necesita, no tú a él. Ragnar tiene su novia, si la quiere o no, no es tu jodido problema. Si la folla o no, no es tu jodido problema. Es suficiente. —Me señalé.
Tomé mi celular y mandé un simple mensaje de texto. No tenía muchas esperanzas, pero quizás... Esto lo resolvería todo.
Suspiré y salí de los baños. Volví a la mesa y me encontré al pelirrojo mirándome con preocupación.
—¿Estás bien?
Asentí y tomé el palo para dar mi tiro. Me detuve al darme cuenta de que no recordaba cual era mi color.
—Las de rayas. —me susurró Ragnar al oído.
Carajo, rojo.
—Ya.
Apunté. El palo rozó la mesa, pero no tocó la bola a rayas ni de cerca. Tampoco lo hizo las otras cinco veces que lo intenté.
—¡Palo hijo de la...! —Lo lancé sobre la mesa, frustrada—. Carajo.
—Ey, ey —se acercó hasta mí—. Parece que no has escuchado ni un poco de mi gran explicación sobre el billar. Ven, te ayudo.
Pasé por alto aquel alardeo que tenía la intención de darme gracia, y bufé pensando que eso del billar era una completa mierda. Que juego más horrible.
—Mira. Primero tienes que apuntar bien al objetivo, así —se agachó y se posicionó para tirar, luego me señaló para que hiciera lo mismo, así hice—. Abajo.
Me incliné.
—Más abajo.
Rodé los ojos y bajé.
—Joder Kye, eres terrible. —Lo escuché desde atrás y sentí como se acercó. Puso su mano en mi espalda y me hizo bajar más, luego las dirigió hacia mis brazos y los tomó guiándome a apuntar hacia el lugar correcto sin darse cuenta de que yo no podía concentrarme en nada eso, porque intentaba no atragantarme con mi propia saliva.
Su pierna derecha estaba casi por completo apoyada en la curva de mi trasero, y su pecho se pegaba a mi espalda como si no hubiese otro lugar más cómodo que ese.
Kye. Control.
—Apuntas... —Volvió a susurrar—. Y listo, lo lograste.
Me giré con rapidez y lo alejé de mí, falseando una sonrisa de agradecimiento para no demostrar lo ridículamente agitada que me encontraba.
—Es hora de volver. —Tomé aire.
Él sonrió, y terminó su cerveza.
—Te llevo, vamos.
Le hubiese dicho que no. Que no quería estar en un maldito auto encerrada con él, pero era mi única alternativa. Era tarde y no tenía vehículo.
Ambos nos subimos a su auto y Ragnar comenzó a conducir en silencio.
—Gracias por lo de hoy...
—¿Por qué? —formulé distraída.
—Por todo, ya sabes... Por ayudarme, alentarme y bueno... Por la cerveza. —Rió.
—Ah, eso. No fue nada. —Despegué mis ojos de los suyos y me troné los dedos.
—¿No estas acostumbrada a los cumplidos, verdad? —Volvió a hablar luego de unos minutos—. Siempre que lo hago corres la mirada, ¿lo haces con todos o solo conmigo?
Suspiré y me acomodé en el asiento. Aún seguía sin mirarlo, no me gustaba hablar sobre mí de la gente, evitaba mirarlos a la cara cuando lo hacía. Parecía que hiperventilaría en cualquier segundo.
—No suelo recibir cumplidos porque en general no hago cosas por los demás... —Limité mis palabras.
—Pero lo has hecho por mí...
—Dije en general. Eso significa que hay excepciones. —Masajeé mis sienes.
—Deberías ser más abierta a recibir cumplidos. No está mal hacer cosas por otros.
—No he dicho que esté mal, Ragnar. Estoy diciendo que no es lo mío ayudar. —Bufé.
—Y aún así me has ayudado.
Que tipo más molesto.
Detuvo el auto con una sonrisa, no me di cuenta de que ya habíamos llegado.
—Lo he hecho porque lo que a ti te ocurre no es bastante jodido, y accedí porque no eres tan diferente a mí. Y no podía permitirme darle la espalda a algo tan injusto.
Ambos bajamos del auto y me acerqué hasta el porche.
—No has respondido mi pregunta, Kye.
Me giré lo observé con una ceja alzada, pidiéndole que me la repita. Ragnar comenzaba a hacerme enojar y eso no menguaba la calentura, solo la hacía más fuerte. Se acercó más a mí, demasiado para mi gusto, más de lo que mi espacio personal permitía.
—Que si le corres la mirada a todos... O solo a mi.
¡Ca-brón! La furia me recorrió el cuerpo en cuestión de segundos y no pude evitar detener la catarata verbal, o quizás, no quise detenerla.
—¡¿Qué?! —Lo empujé— ¿Pero quién carajos te crees? No eres el centro del puto universo, y menos del mío. Que si "lo has hecho por mí", que si "lo haces solo conmigo", que "yo, yo y solamente yo". Todos tenemos una vida, y déjame iluminarte diciéndote que no gira a tu alrededor. Te estás comportando como un idiota soberbio. ¡Abre los ojos, Ragnar Novak! No eres importante, no para mi, ¿lo entiendes? Vas por mal camino si decides inclinarte por el lado del egocentrismo. Solo quedas como un idiota.
Dando por terminado mi vómito verbal me giré sin esperar una respuesta, y tras ingresar a mi casa, le cerré la puerta en la cara felicitándome por mi sutileza. Al subir a mi cuarto una silueta se encontraba en mi cama, una que hace años no veía.
Había olvidado el mensaje. Yo y mi impulsiva manera de actuar. Ya era tarde.
—Hola, Kye. Que agradable es saber que me necesitas.
Joder.
—Heath...
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