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Capítulo 53

El tiempo siempre sabe hacer de las suyas. A algunos les funciona mejor que a otros tenerlo de aliado, sin embargo es innegable el hecho de que pasa volando y, ciertamente, no vuelve.

A nueve meses de su graduación, Ragnar lo tenía bien claro. Sin embargo él aún sentía que se detenía cuando volvía a rememorar la última noche que la vio. Doscientos setenta y tres días, y aún su corazón se sentía igual que entonces.

Hoy era un día especial, eso sí. Junto a su prometida celebrarían finalmente su unión, y quizás algo más que eso. Esperaba que los resultados de todo por lo que había estado trabajando desde junio diese sus frutos; que las cosas cayesen de una buena vez por su propio peso. 

A las afueras del hotel que habían alquilado para el civil y la fiesta que le continuaría, la música de recepción ya se oía lejana y suave. Habían elegido hacer la ceremonia al aire libre, y la firma de los documentos en uno de los preciosos salones que el hotel les había ofrecido entre varias opciones. Para haber sido una boda tan grande, la verdad es que Molly se había lucido con la organización. Lo había disfrutado tanto que ni siquiera había pasado por su mente la posible idea de contratar algún wedding planner.

—¿Ya estás? En cinco minutos debemos bajar. —Su hermano apareció en la habitación, portando un espectacular traje caqui con camisa y zapatos negros. Ese atuendo lo había elegido exclusivamente para él: su padrino de bodas.

Ragnar asintió terminando de ajustar su traje blanco con moño azul. Se había dejado crecer el pelo unos cuantos centímetros, así que su melena caótica y elegante se encontraba perfectamente peinada para la ocasión.

—¿Tienes los papeles?

—Sí. Ya se los di a Chris. Harán el intercambio mientras Brett distrae a la jueza, antes del inicio de la ceremonia.

Magnus se encontraba sonriendo. Sin su vibra hippie, aquella que le habían obligado a abandonar hace muchos meses atrás, no había vuelto a sentirse de todo el mismo. Sin embargo, aún no planeaba protestar ante las órdenes de su padre. Marcus Novak se había enterado de los negocios que habían salido mal al norte y se las había arreglado para sobornarlo de forma que tuviese que someterse a su voluntad, y volver a la empresa familiar. El primogénito se la tenía jurada, y planeaba un golpe de venganza en cuanto su hermanito menor diese el suyo por terminado.

Ragnar se vio una última vez al espejo y siguió a su hermano rumbo al salón donde se celebraría el civil. Allí ya se encontraban todos los invitados, que eran demasiados. Saludó cordialmente a alguno de ellos y caminó hacia el altar, donde ya se encontraban sus dos testigos de pie, enfundados en un traje similar al del padrino.

Sus inseparables, sus mosqueteros. Nunca lo habían abandonado, ni siquiera en estos nueve meses en los que Chris había estado estudiando ingeniería en Columbia y Brett jugaba profesionalmente en la división I de la NCAA, para el equipo de la universidad de Oklahoma... Por suerte le iba bien en su carrera de cinematografía. Sus dos mejores amigos lo molestaban alegando que él era la nueva versión de Troy Bolton; pero Brett sabía que era más talentoso y apuesto que Zac Efron.

Se recibieron los tres con un abrazo, y se alistaron para esperar la marcha nupcial y recibir a la novia.

Hace cinco meses Ragnar le había confesado la verdad en cuánto al tumor a su prometida. Desde hace un año, Molly sabía que tenía una enfermedad terminal...

Aquella conversación había sido de todo menos tranquila. Estaban ambos dolidos de haberse ocultado cuestiones tan importantes: Molly había acusado a Ragnar de mentirle con respecto a su relación, y a su futuro; Ragnar la acusaba a ella de haberse aprovechado de su condición para alejarlo de Kye.

Y ambos estaban en lo cierto, al menos en la mayoría de esos planteos. Esa tarde fría de noviembre, en su apartamento cercano al campus de la universidad de Princeton, pusieron las cartas sobre la mesa y se dijeron las verdades en la cara. Todas las verdades, y descubrirlas los lastimó tanto que por varias semanas pensaron que lo mejor era terminar con toda aquella farsa y cada uno seguir su camino. Sin embargo, cuando Ragnar una noche le relató sobre su plan en contra de Marcus, Molly eligió apoyarlo.

Ese hijo de puta se las iba a pagar por todo lo que había arruinado, no solo por ellos dos. Juró.

¿Estás segura de querer hacer esto conmigo? —le susurró aquella madrugada el pelirrojo.

Eres mi mejor amigo, y el amor de mi vida. Aunque yo no sea el tuyo, y créeme que respeto eso. Estás loco si crees que voy a dejarte solo. Tú me cuidas y yo a ti, hasta el final.

Hasta mi final, pensó, más no se atrevió a mencionarlo. Tenía miedo de todo eso, ella solo quería vivir.

Esa misma semana, consiguieron un abogado que además era profesor en la universidad, y comenzaron a formular el as bajo la manga de su plan. Mientras trabajaban en ello, decidieron que dedicarían todo el tiempo que a Molly le quedase para viajar por el mundo. Ese era el sueño de la joven, así que Ragnar retrasaría el inicio de sus clases para después de la boda. Al final, él solo quería cumplirle todos los deseos que ella tuviese.

Habían vuelto hace dos semanas de Turquía, únicamente para realizar la ceremonia donde estaba toda su comunidad: Los Ángeles, California. La mayoría había sido organizado de forma virtual, y a través de las madres de ambos par ultimar los detalles que requirieron atención presencial. 

La marcha nupcial sacó a Ragnar del fondo de su mente y lo devolvió a la realidad. En ella, Molly, su pequeña Molly, aparecía por la entrada del salón un un hermoso y simple vestido blanco, y un ramo de lirios amarillos. Caminaba aferrada al brazo de su padre, Harrison, quien observaba a su futuro yerno con lágrimas en los ojos. Él la cuidaría, sí. Su pequeña bebé estaría bien protegida hasta que este mundo decidiese que su tiempo ya había sido cumplido. 

Su joven princesa... La única razón por la cuál había aceptado este compromiso era porque Marcus y él habían sido grandes amigos en la juventud, y no había nada mejor que los Novak para tener herederos a quien cederles sus fortunas. Un legado poderoso, él sabía de ello.

Molly llegó al altar mirando al chico de sus sueños y pensó que, más allá de todo, la vida estaba siendo gentil con ella. Sabía que Ragnar no la amaba, al menos no de la manera que ella tiempo antes había creído, pero siempre sería su Ragnar, su compañero. Y era la única persona en el mundo a quien le hubiese confiado todo, incluso su vida. Una parte se sintió culpable de haberse puesto a sí misma primero entre él y aquella joven pelinegra, pero algo en su interior le gritaba en ese entonces que se lo merecía. Ahora, meses más tarde y con el panorama completo de todo lo que había pasado en el medio, Molly no solo estaba decidida a apoyar a su mejor amigo, sino a tomar parte de esa venganza que también le correspondía por todo el daño que su suegro les había hecho.

Nada más llegar al altar, él le sonrió y la ceremonia dio inicio. Primero unas palabras de bienvenida y una lectura voluntaria de una anécdota, que fue leída por Magnus. Luego el momento de los anillos, los votos... Nada que no se hubiesen jurado desde hace meses, desde que se enteraron cuales serían sus destinos. Cuidarse, porque se tenían el uno al otro. Por los años de amistad, por toda la historia que tenían juntos, los momentos buenos y no tan buenos...

Al momento de firmar el acta, los testigos de ambos novios se acercaron. Luego, la jueza tomó el documento y les hizo firmar ese a los novios.

Hace semanas, Marcus Novak había hablado con su hijo menor sobre cómo aseguraría la fortuna de los Andrews para ellos. La respuesta era simple y Ragnar ya la sabía: un acuerdo prenupcial. Lo sabía, porque desde la fiesta de compromiso él había estado estructurando ese documento de forma tan detallada que a su padre no le quedase ningún vacío donde pudiese meter sus sucias garras y quedarse con la fortuna de su prometida. Con el abogado que habían contratado en Princeton, los novios habían acordado todos los puntos a considerar en aquel acuerdo de forma tal que nada, ni un solo centavo, quedase a merced de ninguno de sus padres. Ni a los Novak por aprovecharse de ellos, ni a los Andrews por vender la salud de su hija. Por eso, hoy casi sobre el inicio, Magnus había llevado los papeles personalmente al hotel, y junto a Chris y Brett habían intercambiado el contrato original armado por Marcus, por el que los novios habían formulado durante esos meses.

Antes de firmar el prenupcial, ambos se aseguraron de que fuese el correcto. Ragnar no volvería a cometer el mismo error dos veces, y Molly ya había sido advertida. Luego pasaron al acta matrimonial, y con una sonrisa en sus rostros, volvieron a rellenar el espacio con sus datos.

—En virtud de la autoridad que me conceden las leyes del Estado California, los declaro marido y mujer —. La jueza nos señaló a ambos y sonrió—. Puede besar a la novia.

El pelirrojo tomó a su esposa y la besó suavemente en los labios..

Cuando el magnate se diese cuenta de que lo habían emboscado con sus propia trampa, explotaría en cólera; más nada podría  hacer al respecto.

Mientras tanto, pensaron los recién casados, que siguiese aplaudiendo y fingiendo que en sus ojos no saltaban billetes verdes.

Su venganza había sido cobrada. Eran libres.

Algo afloró dentro de Ragnar aquella tarde de primavera. Una nuevo comienzo, una esperanza a futuro. Quizás, una nueva oportunidad de, esta vez, hacer lo correcto...



A Kye no le gustaban las despedidas. Las despedidas siempre le recordaban a cosas que ella parecía perder, y de eso ya había tenido bastante este año. Ella que siempre había alegado ser un espíritu libre, una persona de aires cambiantes, de libertad; paradójicamente detestaba separarse de algunas cosas. En el fondo sabía la verdad: no le gustaba estar sola, y lastimosamente una parte de su forma de ser aún creía en los vínculos para siempre. Aunque la vida misma se hubiese encargado de enseñarle que tal cosa no era cierta.

Nadie que la hubiese visto hace nueve meses la reconocería ahora. Su cabello había vuelto a su tradicional pelinegro, pero esta vez estaba peinado en hermosas y finas dreadlocks con argollas doradas y decoraciones, haciéndole honores a las raíces de su adorado abuelo. Actualmente le rozaban los hombros, pero ella había decidido que las iría tejiendo hasta tenerlas hasta la cintura, o quizás un poco más largas. Aún no se decidía. Había descubierto cuánto disfrutaba del arte de la tinta en su piel, así que había rellenado varias partes de su cuerpo en tonos negros y rojos. Todavía conservaba con cariño aquel dragón en su cadera, cada vez que lo veía sonreía y su mente de llevaba de fugaces recuerdos que la ponían de buen humor.

Luego de enterarse de que se había graduado, sintió como si se le quitase de la espalda un enorme, tedioso e insoportable peso de encima. De parte de la dirección le habían informado que, gracias a su ímpetu y dedicación ese último año, los profesores habían decidido concederle la posibilidad de graduarse junto con el resto de sus compañeros. Aunque ella no hubiese asistido a la famosa graduación... La mismísima Clarisse Campbell se había presentado en su hogar, con su diploma, una toga y un birrete en sus manos para darle los merecidos honores. Luego de ella, y para aún mayor sorpresa, su ex-profesora le invitó un café, justificándose con que se debían una charla. Kye aceptó, después de haber pasado por tanto, haber recibido una noticia como esa le había dado energías suficientes para prestarse a lo que sea que aquella mujer tuviese para decirle. Campbell le relató la discusión que había tenido con Raven Herworth, quién finalmente había sido removida de su cargo como directora; sobre el documental presentado por Ragnar Novak, y el apoyo que había recibido de los profesores para promover su condición y brindarle la oportunidad de cumplir el último deseo de Dago Griffin.

Me han hecho sudar la gota gorda... Pensó en aquel entonces.

Y sí. Pero aún seguía reconociendo que mucha de la culpa de lo que había ocurrido, había sido por su falta de responsabilidad.

Con su título bajo el brazo y un par de consejos de su —ya no tan odiada— profesora, Kye tomó un par de decisiones aquel caótico y arrollador mes de junio:

En primer lugar eligió tomarse un año sabático para trabajar y poder barajar sus opciones y decidir qué haría con ese futuro que finalmente y, después de esquivarlo por meses, había llegado a tocar su puerta. Así que se quedó como artista permanente en el bar de Lou, y se sorprendió cuando descubrió que se había hecho de un nombre y una bonita popularidad en los alrededores del centro de Los Ángeles. En paralelo, ayudó a Prince a recuperar su parte del bar y volver a asociarse con Louise; convirtiéndose también, y luego de mucho trabajo, en la gerente del mismo.

La —nuevamente— pelinegra no abandonó sus sesiones con el doctor Lewis. Hubieron a lo largo de esos nueve meses épocas mejores y peores, pero ella logró superarlas. Había descubierto una faceta donde no necesitaba tener la guardia siempre en alto. Le había costado un arduo y minucioso trabajo entender aquello, pero lo había logrado. Y si bien aún le resultaba difícil enfrentarse a ciertas situaciones, había elegido hacer brillar aquella porción de alma que tanto le había dificultado volver a rearmar. Kye aún seguía sin ser del todo Kye, pero al menos ahora estaba mejor encaminada. La clave siempre había sido ella; buscar claridad, transparencia y sinceridad en sí misma. Volverse real y verdadera ante sus propios ojos.

Asumirme débil. Recordó las palabras que le había dicho a su terapeuta un par de semanas atrás. Esa fue la manera más hermosa que encontré de cuidarme y protegerme.

Pero sin duda, lo que más marcó en su pecho como hierro hirviendo fue el día en que se deshizo de todos los recuerdos de su vida antes del accidente de su padre. Aquella fue hasta el momento su última recaída emocional; y se volvió también un nuevo punto de partida para reacomodar su vida y a sí misma. Donó su ropa, se deshizo de las camisetas que ella usaba como pijama, vendió todas las antigüedades, instrumentos, tocadiscos y música que era de él. La México Deluxe se fue también con todas aquellas cosas, y los vinilos. Al Jeep no pudo dejarlo ir, eso fue en lo único que no estuvo dispuesta a ceder... Y quizás, sin que nadie la viese, había guardado entre sus pertenencias el álbum de The Wall. Hay cosas que simplemente jamás cambiarían.

Sonrió al pensarlo.

—Vamos a llegar tarde, Kye. —le gritó Rhys desde la planta de abajo de la casa de Maeve.

Había venido de visita hace un par de semanas. Melbourne lo había aceptado con honores y ahora era el capitán del equipo universitario de lacrosse. Él sí que no había cambiado, Rhysand había encontrado finalmente su lugar en el mundo: la universidad. Y encajaba perfectamente con todo lo que siempre había soñado y creyó merecer. Estaba orgullosa de su mejor amigo; pese a todas las piedras que la vida le había puesto en su camino, finalmente el peliazul —que ahora había vuelto a su clásico castaño— vivía libre la vida que siempre había aspirado tener.

Bajó corriendo las escaleras en segundos. En el estar la esperaban su mejor amigo, su tía y su abuelo.

Su familia...

Todos salieron rumbo al Jeep y, cuando el abuelo encendió el motor, iniciaron el camino hacia el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. Durante el trayecto, las conversaciones se mantuvieron al mínimo. Kye no estaba muy animada para hablar, sentía que si permitía que una sola palabra saliese de su voz, lloraría los mares que se estaba tragando.

Lo único en ella que no había cambiado en aquellos doscientos setenta y tres días había sido su amor por él. Era más tenue, sí. No verle y no saber de él había hecho las cosas más sencillas, en cierto modo. Pero aún así, aquel amor que le llenaba el pecho seguía teniendo nombre y apellido, y en el fondo no quería desplazarlo. Era ese sentimiento el que la había motivado a cambiar; la esperanza de encontrar en sí misma todo lo que había encontrado en aquel joven de ojos azules... Sentía que, aunque quisiese, una parte de su corazón, un pequeño rincón cálido y familiar le pertenecería a Ragnar Novak.

Al llegar al aeropuerto, todos bajaron con el equipaje que sería despachado con destino a Australia. Luego de pasar por todo el tramite previo al abordaje, tocó la parte que había estado odiando desde hace días.

—Bien. Nos veremos pronto, no se olviden. Recuerden que planeamos un viaje a Nueva York para estas Navidades... —Sonrió Rhys, tras abrazar a cada uno de los presentes.

Cuando llegó el turno de Kye, una lágrima se le escapó.

—Ojitos...

—Estaré bien, viejo —abrazó a su abuelo y sorbió por la nariz—. Se siente correcto, quiero hacerlo.

Se dejó mimar por él y por su amada tía por largos minutos. Cuando la voz en los parlantes comenzó a llamar a los pasajeros del próximo vuelo a Australia, se separó.

—Bien. Ya es hora, ¿no? Aquí se supone que empieza mi nueva vida...

La última decisión que había elegido tomar: separarse de California y todo aquello que le estaba impidiendo volar. Dejar atrás mucho más que recuerdos y cosas materiales. Dejar una vida que ya no era suya, que sentía que ya no le pertenecía. Renunciar en definitiva al anhelo latente del "que hubiese pasado si...", y afrontar su realidad y la idea movilizante de salirse de todo lo que siempre ha había mantenido en su zona de confort.

—Aquí estaremos Kye, siempre que decidas volver a nosotros,  jamás nos iremos de tu lado —Prince le besó la coronilla con los ojos empapados en lágrimas—. A donde sea que vayas, deja que tu maravilloso espíritu los conquiste. Se tú, mi niña preciosa, solo eso necesitas para salir y comerte el mundo. Estaremos velando por ti desde el otro lado del charco.

Ella asintió. Los abrazó una última vez y luego, corrió a tomar la mano extendida de su mejor amigo, que le prometía un futuro brillante y una aventura memorable.

—¡Oigan! ¡Esperen! —gritó la voz de su gran aliada, Venus Dickson—. No se olviden de mi.

Llegó corriendo con su maleta, hasta la que se había vuelto su mejor y más leal amiga. La tomó de la mano y suspiró antes de embarcarse también rumbo a un nuevo destino... Cada uno tenía su propia forma de huir de los problemas. Venus no iba a ser la excepción.

Minutos más tarde, ya arriba del avión, Kye observó el atardecer. Tenía un terror enorme, pero que a la vez también resultaba excitante. Se preparó para todo lo que la vida estuviese dispuesta a darle. Tenía una nueva oportunidad y no planeaba desaprovecharla...


Ragnar y Kye habían colisionado de una forma brutal y caótica, y habían sufrido cuando tuvieron que separar sus caminos. Sin embargo ellos se habían olvidado de una cosa:

El mundo era redondo, y el destino siempre estaría haciendo de las suyas. Habían caminos que estaban destinados a cruzarse, y la vida se los había demostrado. Podrían llamarlo karma, o una bonita casualidad...

Pero en el fondo de sus corazones ambos lo sabían; quedaba toda una vida por delante.

Y a ellos, un amor pendiente...



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