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Capítulo 52

Aquella mañana era finalmente la graduación. Reachmond siempre había sido impecable en sus actos, organizar los dos más importantes del año requería dedicación, paciencia y muchísima planificación previa. El baile había sido todo un éxito, no esperaban menos de la gran celebración de hoy.

Era el inicio de la estación veraniega en el hemisferio norte... Junio ya se sentía bastante pesado con sus altas temperaturas y su clima cambiante. Para la celebración y la entrega de diplomas, Raven Herworth había alquilado una gigantesca carpa de lona blanca que los cubriría de los rayos verticales del sol, y les brindaría una agradable corriente de aire sin arruinar el peinado de los graduados y sus orgullosas familias. Cientos de sillas dispuestas en hileras, una plataforma con los diplomas colocados pulcramente en orden alfabético, y un atril de madera con un micrófono en el centro decoraban el espacio semiabierto. Flores por aquí, decoración por allá, cintas, lazos negros y violetas (los colores de las Águilas de Reachond) apostados en sillas, mesas, birretes... Y prácticamente en cualquier lado visible, adornaban el imponente predio.

A las nueve de la mañana la gente comenzó a llegar. Los graduados estaban muy emocionados por aquella celebración. Por fin se largarían de ese instituto de mierda hacia una nueva aventura... ¡Ay! Si tan solo tuviesen una idea de lo que les esperaba fuera de esas cuatro paredes.

Sería como asomarse a través de las alas de mamá pájaro, para deslizarse hacia una caída en picada de veinte metros, directamente a dar de cabeza contra una piedra.

Por poner un ejemplo...

Cuando la mayoría de las sillas estuvieron llenas, el acto comenzó. Había lugares vacíos: los que no habían pasado el examen, los que llegaban tarde, y los que repetirían el año... A esos les daba la suficiente vergüenza como para no presentarse a la entrega de diplomas de sus futuros ex-compañeros.

Aún así, una cabeza pelirroja se empecinó por buscar a otra castaña entre la multitud. Sabiendo que no tendría éxito alguno en hallarla, por más que moviese cielo y tierra para que así fuese.

En el fondo, por más triste que estuviese, él sabía que su decisión era la correcta. Arriesgar algunas cosas para proteger otras era mejor a perderlo todo y perderse a sí mismo en el intento de salvarlas.

Lo había aprendido por las malas.

La ceremonia fue hermosa. Siempre había sido así. Reachmond no admitía fallas ni errores, esta no sería la excepción. Cuando en fila india, todos los alumnos terminaron de pasar, el discurso de graduación no lo dio el mejor promedio de la camada, si no la grandiosa directora del Instituto.

Raven Herworth se había sorprendido cuando recibió la negación de el chico de oro para brindar las tan esperadas palabras de aliento para sus compañeros. Y si bien lo había visto con una apariencia totalmente diferente a la que en estos seis años había mostrado, la verdad es que no le importó mucho. Mientras su padre siguiese donando aquellos increíbles montones de dinero, ella no se quejaría. Si el pequeño Novak quería poner una estatua de su rostro en la entrada de la escuela, mientras su padre lo apoyase con billetes por detrás, ella no tendría inconveniente en cumplirle los caprichos.

Cuando sus largas palabras terminaron, dejando a la mayoría de los presentes bañados en gotas: algunas de lágrimas, otras de sudor (porque la toga era de todo menos fresca), los senior de Reachmond lanzaron sus birretes al cielo y se apuraron por volver a sus casas, y así iniciar de una buena vez los preparativos de la fiesta del inicio del verano que seguramente tendrían.

Entre la graduación y el prom, las cosas se habían puesto muy ajetreadas en el Instituto. La profesora Campbell lo sabía de sobra. Con veintidós años de antigüedad en aquel templo del saber, ya estaba lo suficientemente entrenada para no caer en la desesperación.

Al pasar los años, los alumnos dejaban de ser interesantes, las clases se volvían reiterativas y todos acababan por salir de esas cuatro paredes para, finalmente, olvidarse de sus viejos educadores.

Aún así, ella detestaba el fin del ciclo escolar. No porque fuese feo, sino porque Raven Herworth se volvía insoportable.

Raven había ingresado como directora hace aproximadamente nueve años. Y desde hace nueve años, Clarissa Campbell tenía el coño a la altura del cuello de tanto que esa mujer se lo había tocado. La detestaba, de verdad lo hacía. No podía entender cómo alguien tan corrupta, insensible, y con nulo sentido de educación y pedagogía podía estar al mando de semejante instituto de élite.

Bueno... En realidad sí lo sabía. Ella misma había presenciado como un grupo de padres había puesto dinero sobre la mesa para que esa mujer estuviese en la dirección, asegurando con billetes verdes el futuro de sus hijos... Era deprimente, pero con el paso de los años había aprendido que a veces, para sobrevivir, era mejor bajar la cabeza y dejarse dar órdenes. Su yo del pasado jamás se lo hubiese permitido. Pero con sesenta y un años, Clarisse dependía de esa arpía para mantenerse. Era viuda, sin hijos. Su única fuente de ingresos era Reachmond. Si perdía el puesto, lo perdía todo.

Mientras examinaba y clasificaba todos los trabajos de sus estudiante de este año en el salón de maestros, veía a otros profesores reírse a carcajadas de los alumnos y agradecerle al cielo por no tener que volver a saludarlos más por el pasillo. Los maestros, con el paso del tiempo, habían aprendido a detestar a los senior.

No era su caso, o al menos no con todos. Y ni siquiera podía llamarle "odiar". Apreciaba su juventud, y tenía fe en que ellos podrían lograr más por este mundo de lo que ella y muchos otros habían hecho: conformarse con las migajas de la vida.

—¡Tienen que ver esto! —El bolígrafo voló de su mano cuando la puerta del salón se abrió, dejando ver a Trevor Colson agitado con un control entre sus dedos—. ¡Al auditorio!

Los maestros, con todas las de curiosos, siguieron al viejo profesor de historia hacia donde se les había indicado. Ella no se quedó atrás. Para que Colson armase semejante escándalo, debía de ser importante.

Caminó tranquilamente hasta tomar asiento en una de las butacas del medio del auditorio.

Cuando la mayoría de sus colegas estuvieron dentro —salvo la odiosa directora—, Trevor le dio play. La pantalla negra se iluminó.

En ella se leía: "Un documental realizado por Ragnar Novak". Mientras que la voz en off del joven estudiante daba inicio al video que tanto había despertado la atención de su colega. La pantalla se iluminó por completo, encegueciendo a algunos de los presentes, incluida Clarisse. Al atenuarse, la imagen enfocándose en una de sus alumnas de último año la golpeó, sorprendiéndola:

Y... Acción —La voz de aquel joven pelirrojo podía oírse, más él no lograba apreciarse en la pantalla. Estaba tras la cámara—. Preséntate, por favor.

Me llamo, eh... Kye Griffin. Vivo actualmente en la ciudad de los Ángeles, California. Tengo diecisiete años, y acabo de tener una crisis existencial.

La muchacha le sonrió al lente con una expresión de dureza totalmente quebradiza. Sus ojos se percibían rojos e hinchados... Más tarde, todos entendieron la razón.

¿Por qué aceptaste ser la protagonista de este documental?

La cámara captó su rostro de cerca, pudiendo apreciar su cambio drástico de expresión.

Por que es hora de enfrentar mis problemas, y deshacerme de ellos...



Clarisse Campbell jamás se había detestado tanto en su vida como cuando aquel documental terminó y todos quedaron en un silencio sepulcral.

Esa joven les había proporcionado una bofetada de realidad, y ella le había dado la espalda por acallar sus miedos. Kye Griffin pasó seis años de su vida sufriendo y Clarisse decidió no ver lo que ocurría frente a sus ojos para complacer a otros, para contentar multitudes... Para elegir la salida más fácil.

Y es que, maldita sea, le recordaba tanto a su juventud que temía que toda esa rebeldía terminase por volverla una fracasada buena para nada, como lo era ella con seis décadas encima. Tenía miedo de que Raven Herworth acallase a Kye Griffin. Pero al final ella misma había sido quien la arrojó al abismo, la condenó a la repitencia, y la obligó a tener que sobrevivir un año más a un lugar que odiaba, solo para que la joven cumpliese el sueño de su padre muerto.

Y aún así, la muchacha de aquellos ojos que siempre le habían parecido extraños y fascinantes jamás había abandonado las clases, jamás se había rendido. Aunque puertas adentro su mundo se estuviese cayendo a pedazos una y otra vez.

Se odió tanto aquella tarde de junio, que lo primero que hizo fue soltar una lágrima.

Lloró a escondidas en el baño de maestros. Por ella misma, por sus fracasos, por ocultarse y conformarse con tan poco. Por aquellos jóvenes que había silenciado durante veintidós años, como lo hizo con Kye... Su brillante y revoltosa alumna senior.

Lloró porque, en un instante, volvió a sentir que tenía dieciocho años y podía contra todo lo que la vida le pusiese en el camino. Porque, por primera vez en mucho tiempo, tuvo valor. Y esta vez sí quería hacer algo con él.

Al salir de los sanitarios, con su rostro arrugado ya limpio, hizo sonar la alarma de emergencia más cercana y esperó en las afueras del predio escolar a todos los profesores que se encontraban aquel día en Reachmond.

Cuando tuvo a Raven Herworth preocupada entre los maestros, finalmente dio un paso al frente.

—Quítale la repitencia a Kye Griffin. —ordenó sin inmutarse ni un pelo por la imponente figura de la directora.

—¿Qué dices, Clarisse? No me vengas con tonterías, el año ya ha acabado.

—No, el año escolar se termina hoy a la medianoche. Tienes doce horas para informarle a la alumna Griffin que su expediente ha sido liberado y podrá graduarse.

—¿Qué crees qué haces? —Herworth murmuró entre dientes, mirando de reojo a todos los maestros —. Tú pediste su repitencia, maldición. ¿Ahora quieres que retire lo dicho? ¿Tienes idea de la cantidad de padres que me saltarán a la yugular si se enteran de que le he permitido a la becada de este Instituto de élite, graduarse? ¡Yo sacaría la cara por ti y esa cría sin futuro!

—¡Por años nos has impedido mantener un vínculo con esos niños, Raven! Pero ya no puedo seguir callando y fingiendo que estoy de acuerdo con tus políticas poco empáticas con los alumnos cuyos padres no te dan dinero por debajo del escritorio. ¡Esos chicos tienen vidas fuera de este Instituto! Vidas respecto a las cuales no tenemos idea porque nos amenazas con despedirnos si nos atrevemos a siquiera pensar en ser un apoyo para ellos. Esa niña becada de la que hablas ha vivido un infierno a lo largo de toda su escuela secundaria, y apuesto a que ni siquiera lo sabes. Y mientras la atosigábamos de tareas que a ella le parecían aburridas, comunes, rutinarias, y le prohibimos ser libre de mostrar su forma de ser y enseñarle a otros a no juzgar; ella nos estaba gritando a la cara que necesitaba ayuda, ¡y no le hemos dado nada de eso! —Respiró agitada, apuntándole con el dedo indice—. Sí, soy la responsable de la repitencia de Kye Griffin, y pienso hacerme cargo de ello. Pero no voy a dejar que arruines su futuro, porque recibirla aquí un año más será su perdición. Ella necesita romper esas cadenas que la atan a este lugar y a todos esos recuerdos que le duelen. Pero no puede porque nosotros, los responsables de asegurarle un buen futuro, se lo estamos impidiendo.

El rostro de Raven Herworth se contrajo cuando vio más mentones de profesores asentir en acuerdo de la anciana. ¿Veinti tantos años se había quedado callada y decidía revelarse con aquella mocosa sin futuro? Patético.

—No voy a hacerlo. Es una decisión tomada y no hay vuelta atrás.

Comenzó a caminar con una sonrisa en el rostro, dispuesta a volver a su oficina para tomar las llaves de su coche, sus papeles de oficina, e irse a su casa para dormir por primera vez desde que había comenzado el año más de cinco horas seguidas.

—Sí lo harás, Raven. —Clarisse la hizo detenerse a medio andar—. Porque de lo contrario, enviaré las pruebas que tengo a las autoridades, diré lo que sucedió con la alumna Griffin, y expondré los tratos sucios con padres de alumnos que has hecho para mantenerte en esa cómoda silla de cuero directiva de la que tanto te has encariñado.

—Te vas a joder si lo haces, Campbell. Déjate de amenazas. Si pierdes este empleo te mueres de hambre en la calle, ¿en serio crees que la vida de una criatura de diecisiete años vale tanto la pena al punto de arriesgarte a perderlo todo?

—Sí. Porque cuando ya no te queda nada, no tienes qué perder. Y yo estoy vacía, Herworth. Pero esa niña me ha abierto los ojos, y me ha dado una buena lección. Tienes hasta hoy a las siete y media para permitirme notificarle de su graduación. De lo contrario, tú y yo nos hundiremos juntas, hasta el fondo.

Raven Herworth tenía ganas de vomitar el delicioso almuerzo que había engullido hace apenas veinte minutos, dónde todo parecía perfecto. Jamás debía haber dejado a los maestros saber de los arreglos de la institución, jamás. Era un arma que los condenaría, pero que también la arrastraría a ella. Creyó que nadie sería capaz de pisarse la capa a sí mismo por cuidar a niños que en su vida volverían a ver. Nueve años se aseguró de ello, y justo ahora, en el apogeo de su carrera, esta vieja odiosa venía a tocarle los ovarios con semejante amenaza.

Encima Kye Griffin. La alumna que hace años había sido promesa de Reachmond, ahora le estaba poniendo la soga en el cuello y le empujaba el banquillo con la punta del pie. Incluso sin estar aquí, sin saber nada de esto, le estaba jodiendo una vez más la existencia.

—Te enviaré mi decisión en tres horas. —La mujer se giró dándole la espalda a todos los maestros, e hizo resonar sus tacones bajos en el pavimento intentando mantener los aires de grandeza y supremacía que, hasta ella sabía, habían quedado por el suelo.

Aparentar. Ese era su lema. Repetir hasta creer, escalar la pirámide de poder para sobrevivir. ¿Si ella no lo hacía, entonces quién? Nadie quería ser el villano del cuento, pero tampoco era justo dejarse pisotear por todos esos zapatos de cuero de millonarios, que tenían en sus manos todo lo que ella había deseado su vida entera. Dinero, poder. La clave del éxito.

Sí, le enviaría la decisión vía mail a Clarisse Campbell, a los profesores, a las autoridades y a los padres. Solicitando, quizás, su renuncia en ella.

La ex-indestructible directora volvió sus pasos hacia su oficina, de dónde —pensó— jamás debió haber salido. Primero se ocupó de tomar un desvío hacia los sanitarios de la administración: lavó su rostro, se maldijo, quiso llorar, y luego de tronarse el cuello frente al espejo le dio un repaso a su impoluto traje de dos piezas liliáceo.

—Tú puedes, Raven. Siempre has podido.

Como si aquel mantra fuese milagroso, le sonrió a su reflejo y volvió a su oficina. Al entrar y posar su cuerpo en aquella cómoda silla de cuero negra que tanto amaba, notó sobre el escritorio un pendrive negro.

Miró para todos lados, rememorando escenas de películas en donde todo aquello podía ser riesgoso, y río.

—Una película —bufó—. Sí, por supuesto.

Tomó el objeto, abrió su ordenador y lo colocó.

En la unidad exterior aparecía un único archivo. Ella hizo un click sobre él, una nueva pestaña se abrió para reproducir lo que parecía ser un video.

Luego de leer el título del aparente documental, sorprendida por tratarse de una obra de su brillante alumno pelirrojo, sus ojos se abrieron con enormidad al comprender el terrible error que había estado cometiendo durante todos estos años.

Sí. Campbell había ganado. En tres horas Kye Griffin seria nuevamente senior del Instituto Reachmond. Pero a Raven Herworth solo le bastaría treinta minutos para realizar aquel trámite.

En las dos horas y media restante debía idear un buen plan para saltar del barco, antes de hundirse con la tripulación entera...

Estoy a punto de gritar... El próximo capítulo es el final.

¡Nos leemos allí, en breve!

Sunset.

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