Capítulo 46
Ser senior implicaba muchas cosas. Peor aún ser senior y encima capitán de un equipo deportivo. El doble de malo: ser senior, capitán, y tener el mejor promedio de la clase.
La presión de mucha gente estaba sobre mis hombros hoy. Puesto que en media hora se jugaría el partido final de lacrosse de la temporada. Mi último partido en la secundaria, antes de comenzar la universidad.
Los cazatalentos acechaban en las gradas, podía verlos desde el estacionamiento. Acabábamos de llegar a Reachmond, siendo las siete de la tarde. A partir de aquí comenzaba la cuenta regresiva que posicionaría a las Águilas como vencedores o derrotados en la serie del campeonato intercolegial estatal.
No estaba nervioso por mi, sin embargo. Lo estaba por mis compañeros... Por Brett sobre todo. Una beca deportiva era prácticamente su única oportunidad de entrar a una buena universidad. Sus padres eran bastante estrictos con ello: si no se esforzaba para ser aceptado, ellos no darían plata para su ingreso. Para los señores Fisher era cuestión de honor, no de dólares. Y eso, pese a que mi mejor amigo se quejaba, era sin duda un buen incentivo para él.
—Bien señoritas, nos vemos luego del partido. —Rhys se despidió de Maeve y Kye, y comenzó a caminar hacia los vestuarios con su bolso en mano. Habíamos venido los cuatro juntos desde casa de Maeve, donde había pasado la noche.
—Te dedicaré mis anotaciones. —Le sonreí a la —ahora castaña—, tomándola de la cintura.
Ella me besó y luego hizo un ruido de negación. —Mejor dedícame una buena follada cuando el vestuario quede vacío...
Reí en su cuello cuando Maeve le gritó lo degenerada que era.
—Hecho. —Besé sus labios y salí corriendo tras Rhys.
La vi desaparecer entre las personas, y suspiré. Todo lo que había pasado la había lastimado enormemente, al punto de haber acudido a lo que tanto se había negado incluso por años: terapia. Sin embargo debía admitir que luego de un mes de haber iniciado sus sesiones, notaba en Kye una mejor predisposición a todo lo que la rodeaba. No me contaba que hablaba en sus sesiones, y me parecía correcto que guardase el secreto profesional entre terapeuta y paciente. No voy a negar cuanta curiosidad me daba por tener aunque fuese un poco de información, pero no insistía más allá de lo que ella me contaba. Que era poco, pero siendo Kye, suficiente.
De lo que ella si había estado sacando provecho también, era de mi. Me había vuelto su juguete sexual y, sinceramente no me pesaba serlo. Sabía que me tenía cariño, lo demostraba a su manera. No demostraba ser siempre afectuosa, pero era atenta y me cuidaba. Y aquello me encantaba. También sabía que su propuesta de hace minutos iba muy en serio. Ella quería que al terminar el partido yo la follase duro, como había aprendido para que lo disfrutase. Y yo no planeaba llevarle la contraria.
Sí, joder. Era la perra de Kye, y me encantaba.
—¡Equipo, reunión ahora! —el entrenador nos gritó nada más entrar al vestuario—. Muchachos, el gran día ha llegado. Solo puedo decirles lo siguiente: disfruten su último partido, seniors. ¡Y por supuesto, ganen joder! ¡Hagan a todos sentirse orgullosos de las Águilas de Reachmond! Ragnar, ¿algo que decir?
Carraspeé y tomé aire.
—Estos años han sido... Increíbles. No por el deporte en sí, lamento decirle coach, pero odio el lacrosse...
Varias risas y jadeos de asombro se escucharon de parte de mis compañeros.
—Sin embargo trabajar con ustedes en equipo, hacer de esto un grupo de amigos... Ha sido una experiencia única. Y más allá de todo lo que yo sienta por el deporte, he de admitir que me he divertido. Siempre seremos parte de las Águilas de Reachmond, no importa los resultados de hoy. Sé que para algunos de ustedes este juego es importante, así que daremos el ciento diez por ciento para que todos consigamos lo que queremos. ¡Ánimo Eagles! ¡Hay que patear traseros!
Todos gritaron y vitorearon, el coach sonrió negando con la cabeza y nos dejó salir.
Los primeros dos tiempos fueron realmente sencillos para nosotros. Volvíamos a encontrarnos con aquellos contrincantes del partido donde un sujeto casi me muele de un empujón. Sin embargo no lo vi en el juego, si no en la banca, mirando atentamente los sets. Fruncí el ceño extrañado, antes de dar inicio al tercer tiempo. ¿Cómo es que tan buen jugador estaba en la banca de suplentes? Si bien llevábamos dos anotaciones de ventaja, aún no teníamos el partido asegurado. Y las estrategias de nuestros rivales parecían ser peor que desastrosas.
¿Cómo es que llegaron a una final estatal? No tenía sentido.
Algo que al equipo le sorprendía era mi habilidad ingeniosa de sobrepensar las situaciones a tal punto de hallar salidas a algunas situaciones que parecían no tenerlas. Gracias a ello habíamos ganado muchos partidos de suerte, contra equipos mejores que nosotros.
Porque sí. Éramos bueno, pero no éramos los mejores...
Le hice una seña a Brett y a Rhys para que estuviesen atentos a los movimientos de los otros. Algo no me cuadraba...
Al iniciar el penúltimo tiempo, seguimos con nuestros planes de jugada iniciales. Pero a medida que avanzábamos y anotábamos dos puntos más, y ellos tan solo uno, las cosas parecían aún más extrañas.
Ellos ni siquiera se esforzaban en detener nuestros ataques o bloquear. Querían que anotásemos más puntos... ¿Por qué?
La respuesta llegó dos minutos antes de terminar el tercer set. Tenía la pelota en mi stick y corría a toda velocidad para pasársela a Dereck y anotar otro punto sencillo. Sin embargo, al saltar para lanzarle el tiro, un cuerpo impactó con el mío.
Caí al suelo, pero inmediatamente me puse de pie al oír quejidos. Al mirar hacia el césped, noté que un jugador del equipo contrario estaba tirado tomándose el hombro.
—¿Qué mierda? —murmuré.
—¡Número dos! ¡Falta! —el árbitro gritó. El dos era el número de mi camiseta... Joder.
—¡No he hecho nada, él se me tiró! —juré, viendo a un médico y ambos entrenadores acercarse.
—¡Quería tomar la bola, joder! —gimió el herido de la camiseta veintidós—. Lo siento, coach.
—Está bien, Rick. Tenemos suplente...
Con mi falta no hicieron nada. Me mandaron a la banca y dieron el último break antes del cuatro set. Ganábamos por solo tres puntos, no era suficiente.
Cuando volví con mis compañeros, y vi al mastodonte de los rivales sonriendo y hablando con sus compañeros, lo entendí.
—¡Águilas! —grité para reunirlos—. Nos tendieron una puñetera emboscada. No solo están dejándonos ganar, les sirve. El suplente es el mejor del equipo, y ellos no están cansados porque nos dejaron avanzar. Al cuarto set lo van a dar vuelta, usarán la fuerza bruta para vencernos, aprovechando que lo hemos dejado todo en los tres tiempos anteriores.
—Malditos hijos de perra... —murmuró Chris luego de oír quejidos del resto—. Tenemos que atacar con más fuerza, Ragnar.
Todos asintieron.
—No —Rhys los cortó—, eso es lo que quieren. Estamos en desventaja, y lo saben. Atacar con más fuerza sería tonto de nuestra parte, estamos agotados. Lo que hay que hacer, ya que Ragnar no puede jugar, es ser listos.
—Estrategia intelectual —asentí—, trazar un plan de juego simple y absurdo. Algo que ellos no esperarían.
—Y apuesto a que no se esperarán eso. —El dedo de Rhys apuntó a nuestra izquierda, todos volteamos suavemente.
Allí uno de los suplentes, Mark Cavannaugh de cuarto año, nos miraba asustado. Le hicimos una seña.
—Bien. Esto es lo que van a hacer...
El último tiempo inició. Desde las gradas miraba todo con muchísima ansiedad.
Era la primera vez que no jugaría un partido por una falta. Y se sentía en parte horrible y en parte genial. Ellos creían que me necesitaban para ganar, pero no era así.
Los chicos tenían órdenes claras de jugar con todo los primeros ocho minutos. En ellos, debían anotar un solo punto y con eso, quedaríamos a uno del empate. Por suerte, Rhys se encargó de ello a base de la técnica de fuerza bruta que Chris había propuesto. En verdad el peliazul era un monstruo en la cancha, no se cómo llegué a ser capitán si existía un jugador como él. Rhys Riott se desvivía por el lacrosse y no le apenaba presumir que, a pesar de mi lugar como capitán, él era el mejor. Lo sabía, lo sabíamos todos.
Esa jugada grotesca nos costó una nueva falta, por lo cual Derek me acompañó en la banca, dándole lugar a nuestro as bajo la manga: el pequeño Mark.
Mark medía aproximadamente un metro sesenta, era flacucho y escurridizo. Le tenía más amor al lacrosse que a sus propias gafas, las cuales se le rompían a menudo al jugar porque sin ellas no podía diferenciar un stick de un flamenco. Pero era bueno, bastante bueno. Nadie daría medio centavo por él, pero nosotros lo apostaríamos todo porque ese mocoso aseguraba ser el legado del gran Rhys.
Al entrar el joven Cavannaugh a la cancha, todas las gradas murmuraron mofándose. Nosotros no, nosotros queríamos ganar y esperábamos exactamente esa reacción poco esperanzadora del resto.
Tres minutos luego de la entrada de Mark, Brett marcó el segundo punto con un asombroso tiro lateral, dejándonos empatados. A partir de aquí, comenzó nuestra hora de actuar.
Literalmente, actuar.
Los chicos creaban alboroto en la cancha, corrían, daban pases aleatorios y sin sentido, mientras Dereck y yo gritábamos pases que no eran y nos hacíamos los confundidos entre nosotros por no saber quién llevaba la bola. A los trece minutos y medio hicimos nuestro cierre de actuación...
Rhys comenzó a correr hacia nuestro arco con el stick en alto gritando a Brett que le diese la bola para anotar desde media cancha. Inmediatamente todos se fueron hacia él y Brett le hizo un pase largo que el peliazul atajó antes de ser derrumbado por al menos cinco jugadores del equipo rival. Mientras todo eso se daba en un lado de la cancha, en la zona central el resto trotaba a paso lento sin contemplar que el pequeño Mark caminaba relajado hacia el arco contrario con el stick arrastrándose en por el suelo. Cuando todos descubrieron que Rhys no había recibido en realidad ningún pase y todo había sido un juego óptico por parte de Brett, se alarmaron.
A los catorce con treinta y ocho minutos todos se fueron contra Brett. A los cuarenta, el pelinegro por fin hizo su pase de media cancha. Muchísimos metros más lejos de él, Mark Cavannaugh, totalmente despreocupado, alzó su stick recibiendo sin problemas la bola que cayó regalada en su red.
A los ocho segundos del cierre del partido, el pequeño Mark amagó con anotar por la derecha, para terminar por anotar nuestro punto de la victoria con un digno tiro de izquierda... Las ventajas de ser ambidiestro.
Salté y corrí hacia mis amigos cuando nos anunciamos como ganadores del campeonato estatal. Alzamos a Mark y a la bendita copa dorada porque, después de cinco años, las águilas de Reachmond volvían a ser campeones.
Tras los festejos, saludos y ofertas de muchísimos cazatalentos, volvimos vitoreando a los vestuarios, listos para vestirnos y asistir a la gran parrillada que organizarían los padres de Brett en su club de campo a unos minutos del Instituto.
Luego de una ducha rápida, los vestuarios se vaciaron con rapidez. En lo personal había decidido estirar un poco luego del partido para evitar lesiones más tarde, por ende cuando mi cuerpo tocó el agua de lluvia, me encontraba ya solo.
O al menos, eso creí.
Una mano apareció desde atrás, recorriendo con sus uñas almendradas desde el inicio de mi pecho hasta mis oblicuos.
—Capitán, felicidades por su victoria...
Sonreí y acaricié aquellos dedos con los míos.
—¿Tienes mi premio?
Sus dedos bajaron aún más, eché hacia atrás mi cabeza cuando me tomó con su pequeña mano.
—Gírate.
Hice lo que me pidió, encontrándola desnuda ante mi.
—Kye...
Asomé la cabeza para verificar que nadie estuviese alrededor. Sonreí, tomándola de los muslos para elevarla y empotrarla contra los azulejos de la ducha.
—Está helada, Ragnar. —siseó, con la piel erizada por el frío del agua.
—Tu estás muy calentita... —Bajé una de mis manos para sentirla contra mi.
Ella sonrió y la atajó a medio camino.
—No. No tenemos tiempo para precalentar. Debemos llegar a la parrillada en el club de los Fischer. Fóllame.
La miré con una ceja alzada, serio. La bajé de mis brazos y, con sus muñecas entre las mías, la giré pegando su pecho a la pared.
—Frío, frío, frío... —la sentí quejarse.
Entré en ella arrancándole un gemido que sonó a un maullido suave. Me moví lentamente un par de veces hasta que su cabeza se estiró buscando mis labios para besarme. Llevé mi mano hasta su cuello, pegándola a mi pecho, y solté un sonido de negación.
—No. No tenemos tiempo para besos. Voy a follarte, ¿recuerdas?
Kye apenas pudo asentir en acuerdo a lo que decía, puesto que no había dejado de embestirla mientras hablaba.
Si tan solo supiese todo el esfuerzo que estaba haciendo para hablar normal y no correrme en segundos...
Me moví por unos minutos más, dejando escapar en su oído los gemidos desesperados que se me escurrían rogándole para que tuviese su orgasmo. Cómo Kye no me lo iba a hacer fácil, ni siquiera en el sexo, llevé mi mano hasta su entrepierna y la acaricié.
—Ah... Hijo de... Más... —balbuceó.
Restregó su trasero contra mí y no pude contener el orgasmo. Me vine y segundos más tarde, luego de unas estocadas más, ella se corrió también.
Nos quedamos abrazados por un rato, calmando nuestras respiraciones, dejando que el agua nos enfriase la piel. Salí de ella con cuidado, y me arrodillé para limpiarla y dejar que se bañe conmigo.
Me tomó tiempo darme cuenta de que no nos habíamos protegido. Era la primera vez que lo hacíamos sin preservativo.
—Kye...
—Tranquilo, rojo —tomó mi mandíbula y me beso—, está bien.
Asentí, aún preocupado. Luego de nuestra primera vez, habíamos hablado acerca de cómo sería esto. Ella era muy abierta con su vida sexual, pero muy cuidadosa también. Se hacía chequeos mensuales y siempre usaba protección debido a que no tenía parejas sexuales estables. Me había parecido muy atento de su parte cuando me pidió acompañarla para que ambos nos hiciésemos los estudios, y así verificar que estábamos sanos. Con ella había aprendido mucho a controlar, cuidar y mantener el hábito de preocuparme por mi salud sexual. Y si bien por el momento ninguno había decidido mantener relaciones con otras personas, aún así nos cuidábamos. Kye tenía un chip intradérmico desde el año anterior, y yo me ocupaba de tener condones siempre a mano.
Digamos que el sexo era algo normal para mí últimamente. Había pasado de no saber cómo tocar a una persona, a follar duro hasta en las duchas del instituto. Chris no dejaba de recalcar que me había vuelto un regalado, y Brett me pasaba condones en cualquier momento del día, como si el hecho de hacerse llamar "mi traficante sexual" le resultase gracioso.
Al terminar de vestirnos, ambos salimos tomados de la mano rumbo al estacionamiento. Fuimos charlando y riendo todo el camino hacia club, y volvimos a aparecer juntos en la parrillada. Las cosas aún estaban tensas a nuestro alrededor, sobre todo por la mirada de decepcionada de Molly y sus padres, con quienes no había vuelto a verme si no hasta hoy.
Se que no era correcto mi actitud hacia ellos. Pero aún no podía afrontar el peso de mis decisiones, y ellas eran carga suficiente como para seguir agregando el resto de las cosas en las que la había cagado olímpicamente.
—Te quiero, ¿lo sabes? —me susurró la castaña en el oído, dejando un beso en mi mejilla.
Me gustaba la sutileza para demostrar su cariño. Ella era libre y me daba esa libertad. Lo éramos todo, sin ser nada aún. Kye y Ragnar, dos personas que se querían... El resto sobraba en palabras.
Luego de una tarde maravillosa, llena de actividades, música, comida y diversión, llevé a Kye a su casa. Ya quedaba menos para el baile de graduación, y me había enterado gracias a Maeve del vestido amarillo que Kye había elegido usar para aquella noche. Sabía que no le iban demasiado las cursilerías y propuestas de ese tipo, por lo que había planeado todo en mi mente para proponerle ser mi pareja la noche del baile de graduación.
—¿Tienes algo que hacer el viernes? —le pregunté mientras caminábamos juntos hacia el porche de la casa.
Ella negó buscando sus llaves con una sonrisa.
—Pues en ese caso, pasaré por ti a las ocho. ¿Qué dices?
—¿Tengo que usar algo en especial? —Colgó sus brazos en mi cuello, besándome suavemente a modo de despedida.
—Elige algo elegante para arriba, el resto lo dejo a tu elección.
Kye río en mi cuello y se despidió con una caricia suave de sus dedos en mis labios.
Suspiré viéndola entrar y caminé hacia mi coche para volver a la mansión Novak. Nada más poner un pie dentro de ella, el ambiente se puso bastante denso. En la cocina se oía movimiento de personas preparando algo, y la televisión del salón estaba encendida. Eso solo significaba una cosa...
—Fosforito —Magnus me recibió con una mueca de disgusto—, ve al comedor. Marcus ha regresado de su viaje de negocios...
Es hora de hacer negocios, Ragnar. A todo o nada, nunca menos que eso con el gran magnate Novak...
¡Hola, hola! ¿Qué se cuenta por estos lares?
Aparezco después de ¡meses! Básicamente estuve muy ocupada fuera de Wattpad, a ello se le suma un bloqueo inmenso de creatividad para escribir el final de SONDER que, como vieron, me frenó bastante. En simples palabras, les agradezco si llegaron hasta aquí, y a los nuevos lectores les doy la bienvenida con los brazos abiertos <3
¿Qué pasará a partir de acá? En pocas palabras, en estos nueve días voy a estar corriendo una carrera contra el tiempo para ver si logro terminar de publicar SONDER antes del diecinueve de agosto... Por eso si ven muuuuchos cambios o actualizaciones, solo soy yo haciendo cagadas juasjuas.
Les recuerdo que pueden dejar su estrellita si les gusta esta historia, comentar sus locuras y compartirla con sus amig@s. A los escritores/escritores en potencia, los invito a pasarse por mi blog "Consejos para ti, escritor", disponible aquí mismo en mi perfil.
Me voy corriendo a seguir editando, los amo.
¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!
Sunset.
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