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Capítulo 39


Miedo.

Tú tienes miedo.

Mira a tu costado, a quien come junto a ti, a ese hombre que cruza el semáforo delante tuyo, a la amable camarera que te vende ese café en las mañanas o ese joven estudiante que te entrega el delivery en la puerta de tu hogar. Ellos tienen miedo.

Todos tenemos miedo. No importa a qué, no importa cuán fuerte sea, ni cuántos atormenten tu mente. Le temes a algo, y siempre le temerás.

Por eso es que tienes esa máscara en tu rostro, por eso jamás serás al cien por ciento tú. Más o menos transparentes, con más o menos autoestima o amor propio, o más verdaderos y fieles seamos a nosotros mismos, el miedo a todos nos paraliza, nos frena, nos ciega. Y en esa ceguera eterna, muchos sueños se rompen, muchas relaciones se pierden y muchos lazos se disuelven. Es parte de la vida, el que diga que no teme, miente.

Siempre odié temerle a tantas cosas: nadie nunca me enseñó a no amedrentarme, porque la gente no enseña algo que no sabe. Recuerdo que, hace tiempo, cuando me gustaba divagar en internet buscando frases ridículamente cursis —esas que a todos los adolescentes nos encantan porque con todas nos sentimos identificados—, encontré la leyenda japonesa de Las Tres Caras:

"La primer cara es aquella que le muestras al mundo..."

Felicidad, seguridad, amabilidad, confianza. Una sonrisa, un "estoy bien". Porque, al fin y al cabo, ¿no sería agotador explicar el por qué un día estás normal y al otro sientes que te hundes? ¿O contar tus problemas personales, aquellos que no te dejan dormir? No, claro que no. En una sociedad dónde la gente ha vivido desde siempre reprimida emocionalmente, ¿Quién mostraría su verdadero yo? Correr el riesgo de ser juzgados, de no encajar, de que la vulnerabilidad se escape entre tus dedos y abra una rendija para permitirle a los otros opinar sobre quién eres, que dices, y que haces. ¿Quién necesita más gente que juzgue, si con nosotros mismos basta y sobra? Por eso, todos somos perfectos ante ojos desconocidos. Por eso, todos tenemos una máscara que le mostramos al mundo. Porque nadie quiere ser socialmente excluido o señalado. ¿Cuánto tiempo llevas esa máscara puesta? ¿Cuándo no estás fuera, aún así la llevas?

"La segunda cara es aquella que muestras ante tus amigos y familiares..."

Depositamos nuestra confianza en muy pocas personas, porque solo con algunos nos sentimos capaces de ser quienes somos, y aún así no ser completamente verdaderos. Es gente a quien protegerías con uñas y dientes, por quién matarías y morirías, es gente a quien amas. Es también con quienes más te enojas y a quien más lastimas y juzgas, y con las que más te sientes herido o querido. Y la razón es porque el resto no te conoce como ellos. Porque ahí, en ese círculo, puedes amar, odiar, llorar, reír y plasmar las mismas emociones y los mismos sentimientos que ellos en ti. Porque esa brecha de vulnerabilidad sí está abierta, pero no puedes evitar cerrarla, porque esa gente, es tú gente, y aunque a veces lo desees, no la cambiarías por nada, porque no puedes imaginar la vida de forma diferente, con alguien que no sea ellos.

"Por último, la tercer cara, aquella que realmente eres."

¿Quién eres? ¿Cómo eres? ¿Qué quieres? ¿Qué haces cuando la casa está vacía, cuando caminas sin nadie a la par, cuando estás en la más solitaria intimidad? ¿Qué ronda tu mente, y cuánto la conoces? Nuestros pensamientos son el reflejo de lo que somos, la mente es una poderosa arma de doble filo. Puede llevarte a la cima y hacerte inalcanzable, pero también puede empujarte por un abismo hasta hacerte tocar fondo. Al final del día, no es la gente con la quien compartes o los momentos que vives, eres solo tú y tu mente. Lo que callas, lo que escondes, tus victorias y tristezas están ahí dentro, solo tú las conoces, las ves, y las confrontas. Eres tú mismo tu más grande aliado y tu peor enemigo. La única persona que te conoce a la perfección, es aquella que cuando te muestras frente al espejo, es el reflejo de lo que observas. En tu cabeza, todos los sueños se hacen realidad, y todas las pesadillas cobran vida. Temes pero también anhelas, y es una lucha constante dónde a veces te amas y a veces te odias, donde encuentras el consuelo que solo tú sabes que necesitas, pero también encuentras al ser más crítico y despiadado. Verdugo y condenado, rey y esclavo, poder y juicio. Somos la ambivalencia en un solo cuerpo, la contradicción, los opuestos. Y todas esas facetas nos hacen quienes somos: humanos, reales.

Cada uno de nosotros encarna sus propios temores, los vivimos, los sentimos, nos pesan. Nos hacen manifestar emociones que nos vuelven vulnerables y nos alejan de esa idea utópica de invencibilidad y omnipresencia que el propio ego nos ha llevado siempre a creer que el ser humano posee. El miedo te vuelve endeble, verdadero, te desnuda el alma; pero también te fortalece, porque aprendes a luchar y hacerle frente para poder vivir y ser todo aquello que sueñas con convertirte.

Entonces sí. Yo siempre he tenido miedo. Es el único sentimiento que he manifestado en mayor medida durante toda mi vida. Aún así no quería permitirle vencerme, porque más allá de todo la mierda por la que había tenido que atravesar, estaba segura de que había mucho más allí afuera que estaría esperando pacientemente por mi, para el día que este lista, salir y comerme el mundo. Sí, estaba atemorizada, pero bajo ningún término iba a darle con el gusto de encadenarme e impedirme vivir está vida como en verdad deseaba.

—¿Te gustaría hacer algo conmigo hoy? —Una ronca y adormilada voz logró que despegase mi vista fija del techo de mi habitación. Giré el rostro y sonreí.

En sus ojos siempre había habido temor, no podía evitar sentir que anhelaba más que nada calmar esa tormenta de emociones que se arremolinaban en sus iris azules.

—Despertaste. Estaba tan aburrida que hasta pensé en hacerte un oral para que comenzases el día feliz.

Él sonrió de lado, y me abrazó por la cintura.

—Deja de pensar cosas sexuales sobre mi, Kye.

—Sobre nosotros —le corregí—, sobre nosotros. No me vas a negar que ayer no la pasaste bien.

Sus orejas se coloraron de un rosado fuerte, que lo volvió adorable. Negó y suspiró.

—Fue una experiencia única, como todas las que he tenido contigo. Pero admito que fue el momento más inesperado que se me hubiese cruzado en mente. —Dibujó puntitos en mi playera (en realidad su playera), y bajó la vista.

Me mordí la cara interna de mi mejilla y de repente me incomodé. Sí, era cierto, sabía que no debería haber metido a la Kye sexual en ese momento, pero siempre he sido así. El sexo siempre ha sido mi arma contra mis debilidades, al menos para ayudarme a sobrellevarlas.

Algunos fumaban para calmar la ansiedad, yo follaba. ¡Condenadme, oh, sabios y perfectos!

—Nadie las conoce —hilé de a poco, apoyando mi espalda contra el colchón, subiendo la remera para ver mis muslos—. Solo Maeve y Rhys. No me gustan, las odio. Para mí no son cicatrices de guerra, son gritos de auxilio y dolor que se ahogaron en navajas finas y filosas... He intentado absolutamente todo para eliminarlas, por alguna razón no se van. Quiero... Deseo olvidar esa parte de mi vida, todo ese dolor. Pero esas malditas cicatrices me lo recuerdan todo el tiempo. Cuando —carraspeé con cierto pudor—, cuando tenía sexo con otras personas, todo era con la luces apagadas, y las manos alejadas de mis muslos. En realidad estaba aterrada de que me tocasen las cicatrices. Hace años no uso shorts o vestidos cortos, la sola idea de imaginarme a la gente mirándome y juzgándome me genera repulsión. La playa... Hace tanto que no entro al mar. Son cosas que dejé de hacer por temor a mostrar quien soy y las heridas que cargo.

—No deberías —me detuvo—. No necesitas amarlas, Kye, pero tampoco tienes ocultarte... Tengo una idea.

Lo miré expectante, él me tomó de la cintura y se subió sobre mi, para besarme.

—Vamos... A... La... Playa. —propuso en medio de nuestros labios.

—Estas demente.

—Vamos a la playa, y luego podemos ir a cenar juntos al bar de Lou, y cantarás. —Sonrió.

Quise huir de mi habitación, pero Ragnar fue más rápido y me acorraló en la pared.

—Vamos, Kye... —Besó mis labios, mi mandíbula, y fue deslizándose lentamente por mi torso hasta arrodillarse frente a mi.

—No juegues sucio. Tú no sabes hacer eso.

—¿Hacer qué? —susurró subiendo peligrosamente la playera, jugueteando con el borde de mi ropa interior.

Suspiré cerrando los ojos al sentir sus labios húmedos en mi vientre.

Te vas a dejar vencer en tu propio juego, Kye.

—Eso...

—Solo di que sí...

Suspiré.



—Esto no se parece ni un poco a la playa.

—Digamos que es un ataque de inspiración de último minuto.

—Si entramos aquí no podré ir a la playa por un tiempo. —murmuré quizás un poco acojonada.

—¿Miedo?

Un interruptor se activó en mi cerebro.

—Y un carajo. —Lo tomé de la mano, secretamente al borde del pánico, y nos adentré hacia el estudio de tatuajes y piercings frente a nosotros.

Luego de media hora charlando con el tipo que, en teoría iba a meter su aguja en mi cuerpo (diablos, en verdad sonaba mejor en mi mente), Ragnar me pidió que me acercase. Desvié mis ojos de la imitación en silicona de unos genitales femeninos, anonadada de no haber sabido que existía la mínima posibilidad de tener un pedazo de acero ahí abajo como decoración.

Pobre de la que tuviese que pasar por un detector de metales y le exigiesen explicaciones.

—¡Kye!

—Si, ahí voy, ahí voy.

—Tienes que quitarte el pantalón.

—¿Acaso tengo cara de stripper o cómo es la cosa?

—Para el tatuaje, Kye. Dios santo... —Ragnar se pasó las manos por el rostro.

—Ah, si. El tatuaje que me haré sin mi propio consentimiento.

¿Me gustaban los tatuajes? Sí. ¿Le estaba dando vueltas al asunto? Sí. ¿Estaba cagada? Jesús que sí.

Hice lo que solicitaron, y me recosté en la camilla de cuero negra.

—¿Puedo ver? —consulté.

—No.

—Pero, pero... —Hice un puchero al borde del llanto.

—¿Quieres hacerlo? —Ragnar me tomó del rostro y acarició mis mejillas, asentí despacio. —¿Confías en mí? —Volví a asentir. —Entonces tranquila. Si a lo que le temes es al diseño, te aseguro que no es nada raro ni malo, tampoco mí nombre en letras cursivas y sombreadas.

Largué una risilla y volví a mí posición.

El tatuador, una vez que estuve lista, preparó mi piel, y sacó el diseño.

—¡Alto! —Ragnar tomó el pañuelo que llevaba en mi cabeza, y me vendó los ojos sin dejarme protestar. —Por que sé que eres una curiosa. —Terminó y me besó.

Ahora sí, con todo listo, comencé a sentir los pinchazos veloces de la aguja en mi cuerpo. A veces molestaba, pero la mayoría del tiempo no sentí nada más que un cosquilleo algo incómodo y fuerte, al que luego dejé de prestarle atención. Según el sujeto, eso se debía a qué la zona del muslo no estaba próxima a huesos, por ende la sensación no era tan fuerte y dolorosa. Yo asentí en alguna parte de la explicación, a medias, por que me dormí a los minutos.

Me incorporé rápido de la camilla de cuero, cuando sentí que quizás había dormido demasiado y podría estar babeando. Recordé entonces que tenía la venda e hice el amague de quitármela.

—No, no. No Kye. Ya casi está. —habló Ragnar supuse que frente a mí, quitando mis manos.

Sentí nuevamente el pinchazo de las agujas, y un poco de ardor que me hizo sisear por lo bajo.

—¿Hace cuanto estamos aquí? —balbuceé adormilada.

—Tres horas, casi cuatro. Quedan un poco más de dos horas para finalizar.

Por dentro quise morir. Si ese puto tatuaje no llegaba a gustarme, le pegaría a Ragnar el equivalente a lo que durase esta sesión.

Derrotada, sin nada que hacer, dejé que Ragnar colocase en mis manos un café frío que había ido a comprar a una cafetería, y me dejó platicar con mi tatuador.

Las horas pasaron, cuando me quise dar cuenta, entre charla y charla, un gel frío se sintió sobre mí piel, y ahí supe que estaba terminado.

—Ven, ven a verlo.

Bufé.

—Aún no... Camina, a la derecha Kye. El... ¡El escalón!

Tropecé en medio del grito del pelirrojo, y si no fuese por que puse mis manos, ahora mismo mi rostro habría quedado adherido como pegatina al suelo.

—¡¿Tú quieres que me quede sin dientes?!

—Lo siento, es que me distraje.

Me volteé para donde sonaba su voz alterada por mi caída, y me quité la venda de los ojos.

—Pero, pero... La venda.

—Puedes meterte la venda en un lugar muy específico que lo dejaré a tu imaginación. Casi me matas, rojo.

Él sonrió de lado y me tomó por la cintura.

—Sabes que no sería capaz, bonita.

Me quedé mirando sus labios mientras me hablaba bajito. Su risa se escuchó resonante en mis oídos. Alcé los ojos y ahí lo contemplé, regocijándose de mi momentito de debilidad.

—Tú, entre todos los tipos de hombres, eres el más cabrón. ¿Sabes por qué? —Le acaricié los rizos.

—¿Por... qué? —suspiró con mis mimos.

—Por que vas por ahí apropiándote del mundo sin buscarlo, enamorando almas con sonrisas que no dedicas a nadie en particular y rompiendo corazones sin llegar a tocarlos. Tú, Ragnar Novak, puedes tener el universo a tus putos pies y ni siquiera te has dado cuenta de ello.

Sus ojos se abrieron lentamente, matándome despacito, como siempre que me deleitaba con su atención.

—¿Crees que voy a romperte el corazón?

—¿Crees que vas a lograr enamorarme?

—¿Acaso no lo estás ya?

Sus dientes aprisionaron mi labio inferior, lamiéndolos finalmente para calmar las punzadas de su acto desprevenido.

—Voltea...

Hice lo que me pidió, giré y me encontré con un espejo enorme, y dentro de él mi reflejo. Las líneas eran finas, delicadas, suaves, el diseño estaba impreso en el lateral de mí muslo, y bordeaba mí cadera con algunos de sus trazos. En mí piel, un precioso dragón parecía bailar en medio de flores y ramas de olivos, de forma delicada y elegante, como si no perteneciese a otro lado más que ahí. Las cicatrices blanquecinas habían quedado tan bien envueltas en el diseño, que a pesar de que algunas si se apreciaban parcialmente, no me importó. Ahora contaban otra historia, una de superación y aceptación. Y yo estaba por demás satisfecha y agradecida con el pelirrojo detrás mío, que me apreciaba sonriente.

—¿¡Eso es un piercing!? —Contemplé su oreja ahora perforada y un poco roja.

—Me gustó cuando lo vi, hace un tiempo que lo quería... —Ragnar se sonrojó. Le quedaba de puta madre, se veía aún más sexy con él.

—Te ves jodidamente caliente. —Me mordí el labio inferior.

—Ya, dime. ¿Te gusta? —Desvió mí atención de su bonito rostro nuevamente hacía el espejo.

—Es increíble. Dios, es más que increíble, es perfecto. El diseño... ¿De dónde....? ¿Cómo lo elegiste? —hablé con dificultad, aún asombrada.

—A veces dibujo. —Se encogió de hombros.

—¿Lo has hecho tú? ¿Cuándo?

—Me gusta digitalizar mis diseños luego de hacerlos en papel. Tengo una carpeta de todos ellos, y lo recordé cuando veníamos hacía aquí. Pensé que esté dragón te quedaría perfecto, así que es mí regalo.

Me tragué las lágrimas, pensando qué de bueno había hecho en esta vida para merecer el afecto de alguien como él. Santo cielo, de verdad me gustaba mucho este chico.

—Gracias —me giré para besarlo con suavidad—. Te quiero.

Mis palabras lo hicieron sonreír aún más, sus ojos irradiaban felicidad plena. Eran mis primeras palabras de afecto hacia él, era la primera vez que le decía estas palabras a un chico, la primera vez que era real el galopar del latido de mí corazón, estaba siendo transparente con Ragnar, sincera. Había valido la espera, luego de muchas caídas y tropiezos... Estábamos compartiendo algo importante, algo nuestro. Éramos solo nosotros, Ragnar y Kye, quizás en nuestro mejor momento.


¡Si! Parece que estoy de vuelta. Este capítulo es muy especial, y es un pasito más para llegar al final de SONDER. Aún queda, hay material para un buen final, eso se los prometo.

Les dejó aquí la foto del tatuaje de Kye☟︎︎︎☟︎︎︎


Espero que se encuentren bien, y que se estén cuidando. Desde aquí, como siempre, les recuerdo que si les gustó este capítulo, pueden votar, comentar y compartir esta historia. ¡Saben que sería súper especial para mí!

¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset

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