Capítulo 3
—Chispita.
—Mmm...
Metí la cabeza bajo la almohada, pretendiendo que Rhys se rindiese y dejara de intentar levantarme para ir al instituto. De repente, sentí una ráfaga helada azotarme el cuerpo; se me activaron los instintos asesinos casi de inmediato.
—¡Rhys! ¿Cuántas veces te he dicho que odio que me quites las sábanas? ¡Me hace frío, maldición!
—Levanta ese trasero hermoso que Maeve te heredó y vístete. —Se tiró sobre mí.
—Le diré a Alana que me acosas.
Sin inmutarse por mi sutil amenaza, me aplastó con su cuerpazo y no tuvo intención de quitarse de ahí. Por ende, acerqué mis manos a su abdomen y comencé a hacerle cosquillas.
—¡Kye no, Kye! ¡Tía Maeve! ¡Kye me asesina! —Rhys se ahogó en carcajadas.
—¡¿Qué?! ¿Qué pasa? —Sentí la voz de mi tía cerca—. Joder, par de tontos. Kye, deja al blandito de Rhys en paz.
Con una risilla que me salió parecida a un silbido, liberé al chico de pelo azul. Él se puso de pie como si mi cama se estuviese incendiando, y me miró feo.
—Te odio.
—No te quejes, si has empezado tienes que soportar hasta que termine. —Me senté en el colchón, mirando a Maeve que seguía parada en el marco de la puerta con una cuchara en la mano.
—Un día a alguno les pasará algo, y de tantas estupideces que hacen no les voy a creer. Y morirán solos y feos, por idiotas. —Nos apuntó y se fue.
—Cada día más amorosa, ya se parece a ti. —Rhys rodó los ojos.
Le mostré mi dedo del medio y le ordené salir de mi habitación para así poder vestirme para comenzar un nuevo y tortuoso día. No me duché, hacía frío. No mucho, pero yo era demasiado friolenta. Me vestí sin ganas y bajé, Maeve cocinaba algo y Rhys tarareaba una canción mientras le ponía mermelada a una tostada. Miré el reloj y bufé.
—¡Rhys! Traga y dame las llaves, que vamos tarde. —Le robé la otra mitad del pan; Maeve me dio un vaso de café, y salí al porche de la casa.
Me monté en la moto del peliazul y lo esperé. Los lunes y jueves manejaba yo, el resto de los días lo hacía Rhys. Mi muchachón apareció corriendo con media mochila abierta, se montó detrás mío y sostuvo mi bebida.
Conduje alrededor de cinco minutos. Como ya había dicho, Reachmond no se encontraba tan lejos de casa. Al bajar me despedí de Rhys ya que hoy no teníamos ninguna clase juntos, y me encaminé hacia el interior de la escuela. Por el pasillo, sentí varias miradas sobre mí y avisté alguna que otra mano alzada en forma de saludo.
No era popular, para nada lo era. Pero sí tenía una manía por llamar la atención a donde iba, por eso la gente me saludaba. Porque yo era la excéntrica chispa de Reachmond, y eso a algunos les gustaba y a otros les desagradaba. La balanza casi siempre se inclinaba hacia la segunda opción... Pero sinceramente me valía madres.
Dejemos algo en claro. No era la chica mala. No iba por los pasillos poniéndole el pie a los estudiantes o robándole el dinero a los más chicos. Tampoco me juntaba a fumar o me agarraba a los golpes con alguna compañera que me insultaba. Yo tenía mi carácter, mi personalidad inusual. La gente solía decirme que le interesaba mi forma de ver la vida, porque a mi me gustaba cuestionarlo todo y eso era algo que los adolescentes habían dejado de hacer hace tiempo. Tampoco esto me importaba. Yo no quería encajar en este lugar, no me gustaba. La gente aparentaba ser todo el tiempo algo que no era, pretendiendo que el resto cayese a los pies de una falsa apariencia.
Lo que le jodía a estos idiotas era que yo me mostrase como alguien real, porque iba en contra de las retrógradas leyes de la selva de este lugar. Que no los engañen, Reachmond parecía ser el palacio de príncipes y princesas sacados de un cuento de hadas, pero era una cárcel que albergaba prisioneros, perpetradores, y almas rotas.
Y yo no encajaba con ninguna de esas características.
Tampoco era una santa, maldición, claro que no. Y tampoco odiaba a todo el mundo... Salía de fiesta, tenía sexo con personas que no conocía y bailaba hasta que me doliesen los pies. Y todo esto ni siquiera aseguraba un lugar como heroína o villana, porque simplemente me había negado a ponerme una etiqueta a mí y a mi forma de ser. Por eso tanto alboroto, porque yo era todo aquello que ellos no querían que fuese, y al mismo tiempo, era exactamente lo que se decía de mí. No había una sola Kye, no había solo un rótulo para mí.
—Señorita Griffin, ¿entrará o se quedará allí pensando en como incendiar el salón de clases? —habló el profesor de historia, sonriendo.
Reí; una de las pocas personas que me agradaba aquí.
—No tiente a la suerte, señor Colson.
La mañana pasó igual de lenta que el día anterior, y el anterior a ese y así desde el día en que iniciaron las clases. Me encontré con Rhys, y para la última hora antes del almuerzo ambos nos escapamos hacia la cafetería, que nos recibió con un sabroso olor a comida en preparación. Pedimos algunos snacks para esperar y nos sentamos a hablar.
Vivíamos prácticamente todos los días pegados, nos veíamos siempre y cuando no era así hablábamos por celular. Pero juraría por lo que sea que jamás me cansaría de compartir cosas con él; desde hace cuatro años que nunca nos había faltado tema de conversación, y si no lo encontrábamos, contábamos chistes, y si no, cantábamos. Por que Rhys tenía una hermosa voz, y él decía que yo también. Así que nunca nos aburríamos.
—No sabía si contártelo o no, chispita. Pero ayer en el entrenamiento escuché a Chris y Ragnar hablando de ti.
Saqué mis ojos de las papitas y lo miré extrañada.
—¿Y quien carajos es Ragnar? A el tal Chris lo conozco porque es amigo del chico pelinegro que te acosa, pero ¿Ragnar? Jamás he oído de él. ¿No será otro de tus amigos imaginarios, o sí Rhys? —Lo molesté.
—Cierra el pico. Ragnar, Chris y Brett son amigos, inseparables. Como tú y yo.
—Yo no soy tu amiga, estoy contigo porque me das pena. —balbuceé con la boca medio llena.
—Kye, en serio —rodó los ojos—. Ragnar es bastante atractivo y popular, es raro que no hayas oído de él.
—Reachmond es enorme. Igual, no me interesa.
—¿Tampoco te intriga saber que hablaba de ti? —intentó llamar mi atención.
—Muchos hablan de mi, no por eso voy corriendo detrás de sus traseros.
—Que engreída eres, chispita.
Cambiamos de tema casi al instante y seguimos con el parloteo hasta que sonó la campana para almorzar. Rhys y yo ya teníamos nuestra comida, y hablábamos alegremente con un par de chicos sentados en nuestra mesa. En lo que Alana me sacaba tema de conversación, un dedo tocó mi hombro. La mesa se quedó en silencio y yo automáticamente me giré. Subí mis ojos y no pude evitar pensar que ese chico tenía una cara demasiado bonita para ser real. Sus ojos miraban para cualquier lado menos para mí.
—¿Se te perdió algo? —pregunté al ver que habían pasado unos segundos y él no emitía palabra.
Por primera vez desde que llegó sus ojos se posaron en mi. Pareció quedarse sin aire porque se llevó la mano al pecho y suspiró.
—Kye.
—Hola —sonreí—. ¿Necesitas alguna cosa?
Él volvió a quedarse en silencio, mirándome los ojos. Ahí vamos otra vez.
—Oh, sí, esto —señalé los iris—. Son de vidrio, se los robé a una casa que empeña diamantes.
Él sonrió comprendiendo mi sarcasmo.
—Son demasiado bonitos como para ser falsos.
Lo miré asombrada de que él considerase mis ojos bonitos. Nadie nunca me había dicho que eran bonitos, sí que eran raros, extravagantes, sorprendentes, intimidantes. Pero ¿bonitos? Eso jamás.
La mesa seguía en silencio, así que al girarme solo bastó una mueca para que siguieran con lo suyo. Instantáneamente los parloteos volvieron. Me moví a un costado y lo invité a sentarse a la mesa, ya que tenía una bandeja entre sus manos. Él sonrió y aceptó la oferta.
—Lamento ser tan ignorante, pero no tengo ni idea de quien eres y al parecer tú si sabes quién soy yo. —respondí mordiendo el interior de mi mejilla.
—No pasa nada. Ragnar; mi nombre es Ragnar.
Que coincidencia, ¿no crees?
—Con que tú eres el chico que ha estado hablando de mi por ahí...
Ragnar se tensó en su silla y un leve enrojecimiento apareció en sus mejillas. Me aguanté una risa, ¡que chico más adorable!
—No, bueno... Sí, es que... Te buscaba para hablar —mintió. ¿Que como lo sabía? Porque el pobre chico no había despegado sus ojos de mi hasta que dijo la última frase.
Lo dejé pasar, como había dicho antes, no me interesaba saber por que yo aparecía en sus temas de conversación.
—Ajá. Ya me encontraste. ¿Qué puedo hacer por ti? Te advierto que solo tienes tres deseos.
—¿Siempre eres así de sarcástica? —volvió a sonreír.
—Solo con la gente que me agrada, así que no te conviene hacerme enojar. No tengo mucha paciencia, por lo que lograrlo es bastante simple.
Él me pidió conversar en privado; como no iba a dejar de comer, lo invité a saltarse la hora de taller de arte y sentarnos a hablar. Se mostró reacio a la idea de no asistir a una clase, pero finalmente aceptó. Nos quedamos ahí almorzando, él se había puesto a charlar con los chicos de la mesa mientras yo lo miraba cada tanto en silencio y Rhys me daba codazos intencionales en mis costillas.
Una vez que la campana sonó, caminamos juntos hasta las gradas de la cancha de lacrosse. Nos sentamos y ambos mantuvimos un silencio tranquilo.
—Te has saltado la hora de química. Nos ha tocado hacer un trabajo juntos... —habló luego de un rato.
—Ve al grano —pedí—. ¿Qué es lo que realmente quieres, Ragnar?
Lo notaba muy nervioso, y algo pinchaba dentro de mí por saber que era. El chico de ojos azules suspiró y volvió su rostro al mío. Y comenzó a hablar.
En resumen: dinero, mucho dinero; casamiento, élite, prestigio, familia desquiciada, protesta. Ragnar quería revelarse ante sus padres y la horrible idea que estos tenían en mente.
Me gustó su sinceridad, sentí que quizás había encontrado a alguien como yo. Pero Ragnar se veía aprisionado en un mundo en el que le habían desgarrado la oportunidad de expresarse, y me bulló el cuerpo de rabia. Que estúpidos eran los adultos, ¿cómo creían que de esa manera asegurarían el futuro de su hijo?
—No puedo permitir que me usen, Kye. Estoy desesperado, cansado de ser el títere de todos. Creo que también merezco ser feliz, y libre. Soy un inútil que no ha hecho más que ser un lame botas de sus padres, un ciego adoctrinado que se ha dejado llevar por todo lo que le han hecho creer. Estoy harto. Estoy realmente cansado.
La inseguridad de Ragnar iba más allá de todas las palabras que estaban brotando de su boca. Tenía miedo, estaba asustado de darle la espalda a todo lo que él estaba acostumbrado. Yo conocía a los de su tipo: pichones que no aprendían a volar nunca, devotos de su comunidad. Fieles seguidores de las sectas que adoraban el dinero como si fuese Dios, nacidos con la voz robada, los ojos vendados y los oídos llenos de promesas que se las llevaba el viento. Ragnar rogaba ser salvado y yo no iba a darle la espalda.
—Te ayudaré, pero debes entender que no tienes que aprender a ser como yo, solo tienes que descubrir quién eres, y que quieres. Pero tienes que prometerme que lo harás a conciencia, porque no desperdiciaré mi tiempo contigo, no si demuestras que no lo vales. Porque si te enseño un pedazo de libertad, y apenas sepas volar corres a que te corten las alas, ya no tendrás a nadie más que esté dispuesto a salvarte. Y te ahogarás en ese mundo falso en el que siempre te has criado.
Él dudó. Yo hubiese dudado también. Era arriesgado, era soltar todo y eso no solía ser nada sencillo.
De pronto un brillo apareció en sus ojos, un halo de determinación. Yo lo supe en ese momento, y lo comprobaría tiempo después. Ragnar estaba dispuesto...
—Lo prometo.
Ragnar no volvería a ser el mismo.
Hasta aquí el capítulo de hoy. ¿Que les pareció? Primer encuentro de Ragnar y Kye.
He decidido actualizar la subida de capítulos porque siento que se hace eterna la espera entre sábado y sábado. No me culpen, soy ansiosa.
Si les gustó, por favor voten y comenten haciéndomelo saber. Es muy motivador ver que a la gente le gusta lo que uno hace.
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Muchas gracias por pasarte por este libro ♥️
Nos leemos pronto!
Sunset.
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