Capítulo 28
Maratón 2/4
En una bonita zona alejada de la urbe colosal denominada Los Ángeles, se encontraba un pequeño pero bonito barrio bohemio con vista a la costa pacífica. Una serie de casas sencillas pero muy bellas se distribuían a los laterales de la calle central que le daba vida a aquella porción de tierra californiana. Contadas una por una en mi mente llegamos a la que era, si mis matemáticas no fallaban, la número catorce del lado del mar, donde un señor alto y corpulento al parecer nos esperaba.
Hice un poco de memoria en mi mente, y definitivamente algo no me cuadró del todo. Estuve tentado a preguntarle a Kye como iba la cosa con todo esto de sus lazos familiares, pero temí quedar como un idiota —más de lo que era ahora—, así que simplemente guarde silencio.
Al bajarnos, la primera en saludarlo fue Maeve, luego le siguió Rhys, y finalmente me tocó a mi, porque Kye estaba cerrando el auto y bajando un par de cosas que habían quedado en el maletero.
—Tú no eres mi nieta. A no ser que hayas decidido cambiarte de género, usar lentillas y teñirte el cabello. Y hasta donde mi vejez me permite recordar, esas cosas toman tiempo y apenas nos hemos visto la semana pasada.
Trague en seco sin saber muy bien que decir. Había entendido el chiste, lo que me había dejado sin palabras era Prince en sí. Era un hombre de casi un metro noventa, fornido, vestido con unos tejanos viejos algo rasgados y una camisa de leñador. Entendí por qué se hacia llamar Prince, claro, hubiese sido idéntico al cantante si no hubiese tenido toda la descripción anterior... Porque en realidad si tenía un aire a él, pero solo de rostro. El sujeto era imponente, y tuve que admitir que el barrio, la casa y su estilo le sentaban de maravilla. Me quedé impresionado cuando noté las largas dreadlocks cayendo por su espalda con argollas de oro enganchadas en algunas de ellas, y pese al contraste entre su nombre y su imagen física, no me resultó para nada difícil imaginármelo cantando Purple Rain.
—Será porque no soy yo, viejo —habló Kye, apareciendo detrás mío—. Él es Ragnar, un buen amigo.
Sí, amigo...
—Eso lo explica todo. Siendo así, bienvenido, chico zanahoria. Pasen, por favor, si seguimos en la puerta se quemará la carne.
Me tendió su mano y le dio un apretón que me resultó un poco más fuerte de lo normal. Intenté no torcer mi rostro en una mueca, pero pude percibir que el anciano estaba gozando de ese momento.
Ingresé a la casa y me quedé tras uno de los muros, acariciando mi adolorida mano.
—Hoja ojitos. —Le oí decir, seguido de un beso.
—Hola viejo —respondió la pelinegra—. No seas tan amargo, no te queda. Tú eres más bueno que el pan.
Mi mano no decía lo mismo, nena.
Oí como comenzaban a caminar, me agazapé a un costado para que no me viesen al pasar. Dio resultado con Prince pero no con Kye, quien tiró de mi brazo y me hizo avanzar tras su abuelo.
—Dos cosas a tener en cuenta si quieres sobrevivir a Prince en su fase uno: ama la música, si te pregunta algo que no sabes, no inventes. Solo dile que no tienes idea, prefiere sinceridad antes que falso conocimiento; por último, soy la luz de sus ojos, así que ni se te ocurra mencionar el hecho de que casi nos enrollamos.
—Entendido. Dime, hay algo de la genealogía familiar que no me cuadra... ¿Cómo es que...?
—Te explico luego.
Sin nada más que decir me llevó hasta una rústica sala de estar llena de fotos y posters en blanco y negro colgados de la pared; admiré varios instrumentos acomodados de forma ordenada y elegante alrededor de los sillones. Unos estantes flotantes a rebosar de discos parecidos a los que había en casa de Kye se disponían sobre las cuatro paredes pintadas de un llamativo color rojo.
—¡Ojitos! ¿Cómo ha ido la semana? —habló Prince desde el jardín trasero, donde se cocinaban unos apetecibles trozos de carne sobre un asador.
—Entre castigos y clases, viejo. Ya sabes... Lo típico. —Giró los ojos y caminamos hasta el jardín.
—Bueno, no sé si tan típico. De este chico no sabía nada hasta hoy. Tiene cara de dólar.
Sentí mis orejas ponerse coloradas; decidí excusarme con que tenía que ayudar a Maeve con las bolsas de comida y entré a la casa. He de confesar que muy cómodo no me sentía, no por ellos, sino porque palpité que no encajaba en ese lugar. Y algo así nunca me había pasado. Volví a quedarme escuchando tras las ventanas corredizas, una muy mala costumbre que casi siempre me traía problemas, pero que no podía evitar.
—¿De dónde lo sacaste, ojitos? Me ha mirando como si nunca se hubiese cruzado a un afroamericano con rastas. Pensé que detestabas a los pijos.
—Joder, Prince, no seas cargoso. Ragnar es un chico diferente, está atravesando por cosas complicadas y solo quiero darle un poco de aire fresco. Hay cosas tan mundanas que le sorprenden, él no está acostumbrado a nuestro estilo de vida, nuestro tipo de relación familiar. Necesita un cable a tierra... Y en este momento creo que soy yo.
—¿Y siempre haces esa mueca que intenta ser una sonrisa, cada vez que lo nombras?
—Ragnar me importa; tú sabes que soy sincera y nunca he sabido esconder mis emociones. Es un gran chico, tiene un potencial que nadie aprecia. Yo quiero apreciarlo, y me gustaría que intentarás hacer lo mismo. Sí, es un pijo; sí, quizás no tenga ni una maldita idea de lo que es buena música, pero es atento y le gusta escuchar, y aprender. Y eso me gusta.
Me quedé estático en mi lugar. Sentí que el corazón se me detenía, y un segundo después comenzaba su andar tan rápido que podría jurar que estuvo a punto de salirse de mi caja torácica. Quise correr hacia donde estaba y besarla como ella lo había hecho esta mañana, deseé agradecerle durante toda la vida lo que estaba haciendo por mí. Pero sin duda lo que más anhelé en ese instante fue tenerla conmigo para siempre. Porque no había dudas de que Kye tenía un corazón de oro, puro y bello, pero sobre todo noble.
—Bien, comprendo. Si tú dices que es un buen chico, debe ser cierto.
—Pues claro, viejo. Yo no miento.
¿Cómo era eso?
—Es de mala educación escuchar tras las puertas.
—¡Puta madre! —susurré dando un bote y llevándome una mano al pecho—. Maeve, eres tú.
—Ven, ayúdame con la mesa.
Caminé sin chistar y fui llevando todo lo que me daba hacia donde comeríamos. Mientras nos organizábamos, me animé a preguntar algo que rondaba mi mente desde que llegamos.
—Maeve, verás... Esto... Yo tengo una... Ejem... —Trastabillé con mis palabras.
—¿Por qué mi padre es negro cuando Kye, yo y su padre no lo somos?
—Bueno, si lo dices así... Sí, ¿por qué? Podría decir que adopción, pero eres muy, muy parecida a Prince.
—Bueno, verás, en realidad es una linda historia de amor...
Maeve comenzó a contarme la historia desde el comienzo. Yo escuchaba atentamente y dejaba volar mi mente en un intento de recrear cada uno de los escenarios relatados. Aún cuando ya hubimos dejado todo listo para almorzar, nos sentamos y ella continuó con la explicación, a la que se nos sumó Rhys minutos después.
—Cuando murió el padre de Kye, Dago, fue fulminante para todos nosotros. Pero nunca vi a nadie llorar con tanto dolor como a Prince sobre la tumba de mi hermano el día de su funeral, fue incluso peor que cuando murió mi madre, porque Dago era... Era de esas personas que piensas que jamás podrás encontrar en la vida dos veces. Era el mejor hermano, el mejor hijo, y por sobre todo el mejor padre que yo hubiese conocido nunca, y cuando sucedió... Bueno, Prince no lo superó. Intentamos no hablar de Dago en frente suya, sabemos que le duele. Ellos eran como uña y carne, tenían un vínculo que no se quebraba con nada.
—¿Y nunca has tenido celos? Es decir... Dago no era su hijo biológico.
—Pero para todos era como si lo fuese. Lo único diferente residía en lo físico, porque en lo restante, eran dos gotas de agua. Y no, nunca tuve celos. Mi padre amaba a Dago de una forma, y a mi me ama de otra. Y construyó dos vínculos diferentes con cada uno de sus hijos, pero igual de fuertes.
Sonreí, viendo como Maeve hablaba con tanto aprecio de su hermano, y de su pasado familiar. De repente, otra pregunta surcó mi mente.
—¿Y su madre? Es decir, la madre de Kye.
La mirada de ternura de Maeve se convirtió en cuestión de segundos en una capa helada de seriedad. Cualquier rastro que hubiese quedado de la dulzura con la que se expresaba hace segundos se borró por completo. Rhys a mi lado se tensó y bufó pesadamente.
Sentí que había metido la pata, que la había metido hasta el fondo. Entendí que era un tema demasiado delicado para tocar así nomás, y que no le correspondía a ella responderme lo que había formulado. Pero, a juzgar por como Maeve había cambiado de actitud, sospeché que era una pregunta que si podía evitar hacerla, mejor guardármela y quedarme con el bichito de la curiosidad.
—¿Qué tanto parlotean ustedes tres? Preparen esos estómago que aquí llega el néctar de su dulce perdición... —alardeó Kye haciendo una dramática entrada, sin darse cuenta del tensó ambiente que nos envolvía.
—Es la mejor presentación que le haz dado a mi comida, ojitos. Mejoras cada semana.
—Es un don, viejo.
La tía de la pelinegra cambió la cara cuando se dio cuenta de que su sobrina estaba aquí. Sonrió con delicadeza y aplaudió para calmar un poco la turbidez de su ánimo. Nos sentamos todos en nuestros lugares: Prince en la punta, Kye junto mí a su derecha, y Rhys junto a Maeve en la izquierda.
El almuerzo fue asombroso. Uno de los mejores que tuve en años, si no fue en mejor. Entendí por qué Kye había dicho que podría llegar a orinarme de la risa; el estómago me dolía de tanto carcajearme con las anécdotas de Prince y Maeve, los chistes de Rhys y las imitaciones de conocidos de la familia que hacía Kye. Cuando la comida se acabó, pasamos al postre. Para ese momento ya me encontraba bastante distendido, y comencé a pensar que en realidad si parecía encajar.
—Y dinos, chico zanahoria, ¿Qqué estudiarás cuando salgas de aquel instituto de riquillos? —preguntó el abuelo de la pelinegra, afinando un ukelele que había encontrado hace unos minutos.
—Pues... Me encanta la fotografía, y también la abogacía. Pero mi padre quiere que estudie economía. —Puse una mueca.
Por alguna razón Prince pareció entender mi situación, sospechaba que era porque quizás Kye le había estado hablando un poco más de mí, luego de que yo hubiese desaparecido en la cocina con Maeve.
—Mira, zanahoria —quise reírme por el apodo, esta familia era creativa con ellos—, los padres a veces nos creemos que por ser adultos somos dueños de la verdad y la razón... Pero eso rara vez es cierto. Intentamos mantener el control sobre nuestros hijos porque tememos que cometan los mismos errores que nosotros. Nos olvidamos que alguna vez fuimos jóvenes y rebeldes, y creemos que ser duros o estrictos nos hará mejores padres, pero eso casi nunca funciona bien. Es un error creer que nuestros hijos son extensiones de nuestra propia vida, ustedes son seres libres, independientes, y pensantes; y sobre todo tienen sueños, aspiraciones que a menudo nosotros nos encargamos de romper imponiendo nuestros miedos, o incluso nuestros propios sueños sobre ustedes, creyendo que serán una versión mejorada de nosotros, cuando en realidad están en este mundo simplemente para ser ustedes mismos. Los padres en realidad estamos frustrados muchas veces respecto a nuestras propias vidas, porque cargamos generaciones de temores, sueños rotos, problemas y frustraciones de otros que ya no están. Y es una carga que lamentablemente solemos transmitirle a nuestros hijos... No te digo que debes odiar a tus padres, aunque si lo haces tampoco soy quien para juzgar tus decisiones. Simplemente quiero que entiendas el porqué de algunas cosas que a veces parecen no tenerlo. Tienes que comprender que esta es tu vida, y tú tomas las decisiones. Pero se requiere ser muy fuerte para imponerte sobre la autoridad, y por lo general no todos lo logran. Yo espero que tú puedas hacerlo, porque eres diferente —miró a su nieta—, y ser diferente, hoy en día, es una virtud.
—Brindo por eso. —Kye alzó su vaso lleno de agua.
Alcé el mío y sonreí.
Y yo brindo por ti, Kye Griffin.
Tras aquel asombroso postre que Maeve había traído, y de las sabias palabras de Prince, sentí que comenzaba a caerle mejor al hombre. Rhys y Kye se habían quedado en la sala viendo tocar un asombroso bajo al abuelo de la pelinegra; mientras, yo secaba los trastes que habíamos utilizado, y Maeve lavaba.
—Oye... Yo... Siento haberte puesto incómoda hace rato. No fue mi intención.
Ella detuvo el correr del agua y se limpió la nariz con el dorso de una de sus manos, sacando el trocito de comida que había saltado desde los platos que aún faltaban por lavar.
—No, descuida. No tienes que disculparte, Ragnar, tú no tenías idea... No tenías por qué saberlo.
—Está bien, entonces, ¿todo bien?
—Claro, cielo —sonrió—. Pero te diré algo: hay cosas que son muy personales, y a veces es mejor dejarlas donde están... Para no evitar, ya sabes... El caos. —Hizo un ademán raro con las manos que me resultó gracioso.
Desde la sala, una melodía comenzó a sonar. Identifiqué el ritmo como un clásico de los de Prince —el original, no el de las rastas—: When Doves Cry. Me pareció bastante cómico el hecho de que Prince cantase una canción de Prince... Moví mi pie al ritmo de la canción, mientras terminaba de secar él último plato.
Algo pasó en ese momento, me quedé estático en mi lugar sintiendo una ráfaga eléctrica recorrerme, erizando cada poro del cuerpo. Una voz.
Se me resbaló el plato de las manos, pero ni siquiera me fijé en ello. Tampoco reparé en el grito de susto que dio Maeve ante el impacto. Mis pies se movieron solos y me llevaron a la sala de estar. Allí, efectivamente Prince tocaba el piano, y Rhys la guitarra... Pero la que cantaba era Kye.
Me quedé contemplándola hasta que la canción terminó. Y odié cuando eso ocurrió... Me di cuenta de que jamás había escuchado algo tan hermoso en toda mi vida, y probablemente no volvería a oír otra cosa semejante jamás.
¡Atención! Si Wattpad te envió a este capítulo primero, debes leer antes el Capítulo 27.
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