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Capítulo 27


Maratón 1/4

Había tenido mi primera vez con Ragnar aquella noche. Y supe entonces que también había sido su primera vez. Una primera de muchas que le seguirían, porque se nos haría costumbre.

Vamos, no me acosté con Ragnar. No, en realidad si. Me acosté con él... Pero en el sentido más literal e inocente de la palabra.

Ambos nos pasamos lo que quedó de la madrugada del domingo tendidos en mi cama, simplemente hablando. Desde tonteras como pleitos estúpidos entre famosos, hasta posibles teorías conspirativas del universo. Hablamos por tanto tiempo, y sobre tantas cosas, que cuando quisimos darnos cuenta, el reloj ya marcaba las seis y cuarto de la mañana. Sus caricias sobre mi cabello iban adormeciéndome de a poco, y su voz relajante y grave haciéndose cada vez más tenue aumentaba mi comodidad. Nos dormimos alrededor de las siete de la mañana, porque de verdad ya ni siquiera nos salía articular alguna palabra coherente del cansancio que cargábamos.

Yo jamás había hecho algo como aquello. Es decir, acostarme con un chico sin hacer nada. O bueno, sin hacer nada relacionado con algo sexual. Siempre había pensado que era algo estúpido ponerse a conversar con una persona con la cual querías ir directo a la acción, y nunca me había topado con alguien que actuase diferente a mí, hasta esta noche.

El beso de Ragnar había sido increíble. No por la acción en sí, porque en realidad no fue el beso. Ya me habían besado así antes. Con fuerza, posesión, necesidad... Pero este beso sí fue diferente, porque la persona que me lo había dado era diferente. Y lo que a mí me pasaba con él también lo era.

Ese beso me dejó deseando más, pero tuve un impulso de quedarme en mi sitio y comportarme. Y no fue porque Ragnar no hubiese querido acostarse conmigo esa noche, yo sabía que el quería, habría sido fácil de ver a los ojos de cualquiera... Sus iris transformándose en un océano en plena tormenta, la piel de su nunca erizándose bajo el tacto de mis manos, los pequeños jadeos que brotaban de sus sensuales labios al separarse de los míos. Yo sabía que él me deseaba. Yo lo deseaba, joder. Mucho. Sin embargo decidí respirar y buscar las bragas que en medio de ese fogoso beso se me habían volado. Quise replantear nuestra situación, y tomármelo con la mayor calma que pudiese encontrar para no cagarla. No quería que nos consumiésemos tan rápido; no quería apagar el pequeño fuego que crecía entre nosotros.

Decidí esa noche oírlo hablar de todo lo que quisiese contarme. Tuve ganas de quedarme horas parloteando sobre cualquier cosa. Y se sintió tan jodidamente bien, tan increíblemente íntimo, que por la mañana siguiente deseé quedarme en esa cama para toda la eternidad.

Pero no. Esta era la realidad, la verídica realidad. En la que yo despertaba un domingo a las nueve de la mañana, para ir a lo del viejo Chuck a rogarle que me vendiese una batería un fin de semana. No tenía ni media ganas de ir hasta allí, pero tampoco quería seguir andando en el Edsel.

Cuando me levanté, todos dormían. Y bueno, yo también tenía toda la intención de hacer lo mismo, pero mi organismo no. Siempre había detestado que me ocurriese esto, sin embargo era algo que simplemente no podía manejar. Mi sistema parecía tener una alarma incorporada, despertándome siempre a la misma hora. Nueve con doce minutos. Era todos los fines de semana lo mismo, al igual que en vacaciones. Siempre arriba a la misma hora, no importaba si tenía resaca, o si había dormido quince minutos. Lo que más me jodía era que nunca volvía a dormirme, podía estar intentándolo por horas pero eso solo haría que perdiese mi tiempo, pues jamás daba resultado.

A las nueve con veinte minutos ya estaba vestida. No me demoraría mucho puesto que el taller de Chuck estaba a solo quince minutos en auto. Bajé de a dos los peldaños que separaban el primer piso del segundo, tomé mis llaves y salí.

—Carajo. —solté un bufido cuando me di cuenta de que tendría que usar el viejo Ford ya que en la motocicleta de Rhys no podría cargar la batería.

Caminé hasta el garaje, pero antes de abrirlo una genial idea cruzó mi mente. Me giré y vi que en la calle aún seguía estacionado el bonito auto del pelirrojo.

Volví corriendo a casa, tomé las llaves que él había dejado sobre el mueble del vestíbulo y salí nuevamente montándome en su coche.

—Diablos, no me sorprendería si tiene incluida hasta estufa para calentar el trasero cuando hace mucho frío —admiré su interior equipado modernamente. Aspiré el aroma que empapaba el ambiente: una mezcla de la colonia de Ragnar con un sutil olor a nuevo, y suspiré—. De puta madre.

Esperaba que realmente no se enojara cuando se diese cuenta de que su auto no estaba donde lo había dejado... Pero tenía una buena excusa: ni de broma usaría el Ford, llegaría más rápido incluso caminando.

Conduje el cuarto de hora de distancia, y hasta me tomé la libertad de poner un poco de música para hacerla resonar en esos parlantes que funcionaban de maravilla. Al estacionar en la entrada del taller, Chuck y su sobrino Tom se me quedaron viendo. Bueno, no a mi, al auto. Lo que les sorprendió aún más que el hecho de tener un Audi ultima generación aparcado en su garaje, sin duda fue verme salir de aquel hermoso ejemplar color azul noche. 

—¿Te has ganado la lotería y no nos avisaste? —preguntó Chuck, dándome un corto abrazo a modo de saludo.

—O mejor, te volviste parte de la mafia y ahora eres multimillonaria. —Me sonrió Tom.

—Ni la una, ni la otra. Aunque confieso que me hubiese encantado cualquiera de las dos... Es de un amigo.

—Te debe querer mucho. 

Sonreí y me encogí de hombros, no estaba para decirles que en realidad lo había tomado prestado sin avisar. Había cosas que mejor dejarlas en la mente.

—¿Qué te trae por aquí, niña? No me digas que por fin te decidiste a venderme ese precioso Jeep que tienes metido en ese garaje, juntando polvo. —Chuck extendió su mano invitándome a pasar, y después me convidó una taza de café.

—Claro que no, ya te dije que te doy el Edsel. De regalo.

—Nadie querría esa mierda, belleza. Dinos, ¿qué haces por estos lares tan temprano? —habló Tom desde la parte trasera de un Mercedes destartalado.

—Quiero una batería nueva. La del Jeep murió por un fallo en los alternadores.

—Sabes que no puedo vender mercadería los fines de semana. El sistema de pago virtual se activa únicamente de lunes a viernes. Lo siento, niña.

—Por favor, Chuck, es una jodida batería. Te la pago en efectivo, se que necesitas el dinero. Tienes escasez de personal... No puedes darte el lujo de hacerte el exquisito. Además, todos sabemos que odias el sistema de pago virtual.

Chuck miró a Tom, y luego a mi. Se volvió hacia el Audi de Ragnar y finalmente suspiró.

—¡Argh! Como sea... Chiquilla astuta. 

Luego de que el sobrino del mecánico pusiese la batería dentro del maletero del Audi, estuve charlando con ellos durante un rato. Tras un par de consejos para mantener un control general del Jeep, me despedí y volví a casa. Dejé aparcado el coche y entré cargando la batería.

—¡Llegué! —grité apenas cruzar, sintiendo el olor matutino de los desayunos de Maeve. Dejé todo a un costado de la entrada y me dirigí a la cocina. 

Me sorprendió ver que esta vez no era mi tía quien se encontraba tras platos y sartenes, sino el pelirrojo. Rhys y la aludida se encontraban sentados en la isla, charlando tranquilamente.

—Mírate nada más. Amaneciste con el cantar de las aves, querida. —Maeve besó mi mejilla.

—Me conoces. Hola azulito —saludé a Rhys, quien devoraba un hotcake. Caminé hasta Ragnar y dejé un beso en su mejilla—. Hola guapo.

—Hola, pequeña ladronzuela. ¿Funciona bien el Audi? —Me sonrió.

—De puta madre. ¿Qué pasó que madrugaste tú también?

—No te encontré entre las sábanas. Luego recordé que dijiste que hoy irías por una batería de auto y al no ver el mío, supuse que no tardarías en regresar. ¿La colocarás hoy?

—La colocaremos hoy. —Sonreí y le di una mordida a la tostada que me tendió.

—No olvides que tenemos casa del abuelo, chispita. —Me recordó Rhys.

Asentí y me volví hacia Ragnar.

—¿Listo para meter las manos en aceite de auto?

—Más que nunca.



Tras desayunar, ambos fuimos hacia el garaje. Él tenía puesto un pantalón de chándal que le había prestado Rhys, y una camiseta que Maeve había encontrado tirada en el fondo de su ropero, perteneciente a mi ex-tío. Todo listo para ensuciar. Le expliqué un poco lo que haríamos, y nos metimos de lleno bajo la camioneta. Rhys había puesto su música matutina de domingo de limpieza, así que colocamos la batería al ritmo de algunas melodías latinas realmente pegadizas. No nos llevó mucho tiempo dejar el Jeep como nuevo, me sentí orgullosa de mi misma cuando el ronroneo del motor trajo a la vida al coche. Por fin, adiós Edsel.

—¡Si! —grité. Sentí la puerta del copiloto abrirse, y por ella entró Ragnar.

—Asombroso. ¿Hay más habilidades que te tengas escondidas?

Me mordí el labio, mirándolo de costado. De repente se me habían antojado a sobre manera besarle esos labios de nube que tenía... Demostrarle una habilidad que me gustaba practicar bastante. Lo jalé hacia mi y le transmití todo el deseo que tenía guardado dentro. Su boca me recibió casi con fuegos artificiales, me puso mucho el hecho de saber que él estaba esperando por ese beso. Sus labios se movieron sobre los míos, primero lento, suave, relajado. Cuando mi mano se posó sobre su muslo soltó un fuerte jadeo y se separó de mi.

—¿Que pas...?

Mis palabras fueron cortadas cuando sentí como me tomaba en brazos y me sentaba sobre su regazo. Joder, eso si que no me lo esperaba. Hice presión sintiéndolo cada vez más despierto sobre mi. Sus manos recorrieron mis muslos, rozaron mi trasero y subieron por mi espalda, dentro de mi camiseta.

Suspiré con fuerza cuando sus labios me besaron despacio la mandíbula, y luego el cuello. Jalé sus preciosos rizos hacia atrás y le mordí el labio inferior. Estaba extasiada.

—Joder... Kye. —lo sentí murmurar.

Colé mis manos bajo la prenda que sabía, escondía aquel precioso torso color miel bañado en pecas. Y juro que hubiera seguido mucho más allá si un celular no hubiese comenzado a sonar. Lo ignoramos tanto como nuestra paciencia nos permitió, a la tercer llamada, me separé de él.

—Atiende.

Ragnar cerró los ojos y suspiró. Me dejó con cuidado en el asiento del piloto y, tras una sonrisa débil, salió del auto.

—¿Si...? —Fue lo único que llegué a oír.

Me quedé refunfuñando en el interior del Jeep, maldiciendo a quien quiera que hubiese cortado aquel momento tan caliente entre el pelirrojo y yo. Suspirando, decidí bajar del auto y subir a arreglarme para ir a casa de Prince.

—Pues fíjate que no va a ser posible (...). No me interesa, mamá, no soy su perrito faldero (...). No voy a ir y punto, que se invente una de las tantas mentiras que tiene bajo la manga para contentar a los Andrews. Hoy no puedo.

Me quedé en mi lugar, oyendo como Ragnar pateaba alguna cosa y maldecía. Me acerque hasta él y tomé su mano.

—¿Quieres contarme?

—Era mi madre... —Se giró para contemplarme—. Por órdenes de mi padre me llamó para avisarme que hoy almorzaríamos en la casa de Molly. ¡Joder! ¿Ni siquiera puede levantar el maldito móvil y decírmelo él mismo?

—Por lo visto no irás.

—No. No iré. Quizás me vaya a casa de Brett o Chris a pasar la tarde y luego regresaré a casa. No quiero darle el gusto de que piense que voy a seguir sus jodidas órdenes luego de lo que pasó ayer.

—Pero dejaras plantada a Molly, rojo.

—No es con Molly con quien quiero estar hoy. No quiero escuchar como me lanza palabras melosas en el oído fingiendo que nunca me puso los cuernos, tampoco quiero oír a sus padres obsesionados con nuestra futura vida juntos, y menos deseo ver a mi padre a la cara, montando el teatrito de la familia perfecta. No tengo ganas. —suspiró.

Sonreí de lado y me acerqué hasta besar sus labios. Jodidos labios sensuales, el colmo sería que me volviese adicta a ellos.

—Pues entonces, puedes venir a casa de Prince. No te prometo un almuerzo con caviar, pero si anécdotas que te harán orinarte de la risa, y mucha música buena.

—Me gusta ese plan —me devolvió la sonrisa y caminamos juntos hacia adentro de la casa.


Una hora más tarde, estábamos todos bañados, vestidos y con una parte del almuerzo guardado en bolsas. Hoy debía manejar Rhys, pero como iríamos en el renovado Jeep, no me resistí a pedirle que me dejase hacer el primer viaje. Él aceptó sin problemas, se excusó diciendo que quería dormir puesto que ayer había salido a ver a Alana y estaba agotado, y se pasó a la parte trasera. Ragnar tuvo intenciones de pasarse al asiento de copiloto, cosa que por alguna razón me puso un poco caliente; pero al parecer mi tía tenía las mismas intenciones, porque le ganó de mano. Claro, todo sin darse cuenta de que había cagado el momento, porque si existía alguien más torpe y despistada que yo en este mundo, esa era Maeve. El pelirrojo me guiñó un ojo y se subió a la porción de asiento trasero que no era ocupado por el cuerpesote de mi mejor amigo.

—Que tonta eres... —me quejé.

Ella no me prestó atención, y se dedicó a conectar su celular al estéreo para poner música.

—Al menos viajaremos como nos merecemos. —murmuró.

Me pregunté internamente como reaccionaria si le dijese que hace un rato, donde ella tenía su trasero, yo me estaba manoseando al adorable —que de adorable solo tenía la cara, jodido calentón— joven que se encontraba a menos de un metro tras de mí. Sin embargo decidí guardármelo, abrir mi bocota solo traería gritos histéricos de su parte y una cataratas de celos de Rhys. La ronda la ganó el sentido común.

Tras treinta minutos de viaje que se sintieron maravillosos, gloriosos, fantásticos, y todos los lindos adjetivos terminados con -os, finalmente llegamos a lo de Prince.

Solo entonces pensé que quizás había empujado a Ragnar hacia la puerta del desquicio, porque él no tenía idea de lo que era Prince con los hombres, y menos si estos eran cercanos a su dulce ojitos...


¡Llegó la tan esperada maratón por los 2K!  Serán cuatro capítulos para este especial <3

Esta maratón va dedicada a alguien super especial para mi, justo ayer se cumplió un año de su fallecimiento, y decido honrarlo de esta forma: compartiendo mi pasión, sabiendo que él estaría orgulloso de que siga mis sueños. Esto es para vos, Calajito, te amo y extraño muchísimo. Espero que me estés cuidando y brindando por mis éxitos (con birra, obvio), y estés orgulloso de lo que estoy logrando. Espero volver a saludarte algún día.

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