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Capítulo 25


Admito que me calenté al ver a Rangar inhalar el humo saliendo de mis labios. Admito que me sentía muy cómoda bebiendo cerveza y conversando con los chicos. También admito que no quería irme de ahí, cuando al inicio lo único que pensaba en realidad era desaparecer.

Sin embargo todo atisbo de relajación que hubiese podido llegar a adquirir en esa casi hora que llevábamos en el cuarto de juegos, se esfumó al ver al padre de Ragnar ingresar, con una furia desatada.

—¡¿Cómo te atreves?! ¿Cómo crees que puedes entrar aquí, en un intento de hacerte pasar por una de nosotros y servirte de mis alimentos y de la comodidad de mi hogar? ¡Si no eres más que una chiquilla desubicada que quiere meterse entre los pantalones de mi hijo! ¡Una harpía que solo busca dinero!

—Papá, yo... —intentó decir el pelirrojo.

—Señor Novak, por favor. No se ponga así, Ragnar invitó a Kye por mi. Es mi acompañante está noche. —Chris quiso defendernos.

Pero vamos... Su padre no era ningún idiota, había visto a su hijo casi sobre mis labios. Yo aún tenía entre mis dedos el atado de marihuana, encendido. Solo yo me encontraba fumando en ese momento. A los ojos de cualquiera, era la única mal parada en ese lugar.

—Lo siento, pero no necesito que sigan intentando esconderme. —Le di una calada al cigarro armado, solo para molestar un poco más al padre del pelirrojo—. No soy de la élite, no vengo a representar a ningún padre viajero, y menos, tengo como cita a Chris. Tampoco voy a darle ninguna explicación del por qué estoy aquí, no se la merece. Y no se confunda, señor Novak, yo no busco ni dinero ni nada, he vivido toda mi vida sin saber de su existencia y de su poder, y ahora que le conozco mi único deseo es mantenerlo bien lejos de mí. Su hijo es mi amigo, él lo ha decidido así, yo lo he decidido así. Puede que quizás quieras meterme en sus pantalones, pero ¿acaso se ha preguntado usted si él desea meterse en los míos? Porque para esto se necesitan dos, y aquí nadie está obligado a nada.

—Eres una niña demasiado prepotente y desubicada, quiero que te alejes de mi hijo. Le metes ideas en la cabeza que no le hacen bien. —El hombre parecía hacer oídos sordos a mis palabras.

—Como diga, señor. Voy a irme de aquí, pero antes le dejaré algo muy en claro —avancé hasta quedar tan cerca de manera que solo él pudiese oírme—. Está condenando a su hijo, y lo que es peor, lo está perdiendo. Llegará un punto en que las cosas van a salirse de control, y no le alcanzará ni el poder ni el dinero para mantenerlas en su lugar. No entraré en su juego sucio, me educaron lo suficientemente bien como mantener la compostura. Y entienda, que de la única manera que yo me alejaré de Ragnar, será cuando lo escuché salir de sus labios. Con permiso, buenas noches.

Con mi pequeño bolso en mano, dejé un cálido beso en la mejilla del pelirrojo y salí de aquella habitación. No di ni tres pasos cuando varios gritos se alzaron por toda la primera planta. Sin embargo, no me detuve. Yo no iba a ponerme a escuchar detrás de las puertas como una cría. No era bienvenida en ese lugar, y sabía cuándo era el momento de irme.

De todas formas, al llegar a la calle, algo dentro de mi se resquebrajó mientras esperaba al Uber. Era verdad que no solía estar rodeada de gente todo el tiempo, era verdad que los grupillos no eran lo mío. Pero las palabras de odio de aquel hombre hacia mi, la mirada de asco que me dio al verme cerca de su hijo... Simplemente no sé cómo pude aguantar tanto tiempo sin derrumbarme. Jamás, en mi corta y simple vida había sentido vergüenza de mi misma. Pero esta noche... Los ojos desconocidos sobre mi, los comentarios inventados sobre mi vida personal, la sensación de sentir que yo era una especie de atracción, alguien que solo era utilizada como un medio para un fin.

Me sentí una marioneta.

No quiero que se malinterprete la situación... La noche en general había sido bonita, Ragnar me había hecho sentir a gusto, especial... Sus nuevos amigos me habían aceptado sin prejuicios ni estereotipos. Pero aquellos otros detalles... Entiéndanme, no podía pasarlos por alto. No cuando me hacían sentir un bicho raro. No cuando me estaban despreciando.

—¿Te encuentras bien? —consultó la conductora del vehículo.

—Como la mierda —sonreí—. Pero pasará.

Ella me devolvió la sonrisa por el espejo retrovisor, y agradecí que no dijese más nada durante el resto del camino.

El viaje duró diez minutos, quizás menos. No tenía nada más que un reloj y el pequeño bolso con tampones, puesto que el jodido periodo también tenía que hacer de las suyas... El celular había quedado en casa. Alguno de los amigos de Ragnar, sospechaba que Chris, había llamado amablemente al servicio de vehículos por mi, en lo que yo le plantaba cara al señor Novak.

Al llegar a la puerta, le di el dinero correspondiente.

—El chico ese debe ser un tonto. —habló la mujer antes de que pudiese bajar del auto.

Sequé la tibia lágrima que se escurrió por mi mejilla, y tuve la intención de decirle que no se metiera, que no tenía ni idea. Sin embargo no quise ser desubicada, ella solo quería ayudar.

—No es un chico. El día que mis lágrimas sean por un chico, ahí estaré jodida. La vida... Esa sí que es una mierda, ¿sabes? Siempre te golpea sobre las heridas, justo cuando comienzas a creer que ya han terminado de sanar.

Me bajé del auto y entré con sigilo a casa. Sin embargo me sorprendió ver que todos –y por todos solo me refiero a Maeve y Rhys–, estaban despiertos.

—Qué cara traes. Es temprano aún.

—¿Qué sucedió, nena? —Maeve quiso abrazarme pero la detuve.

—Digamos que he confirmado que algunos pijos son la misma mierda que he detestado toda mi vida. La próxima vez que quiera hacer algo como lo de hoy, por favor, noquéenme. Iré a sacarme esto. Rhys, abre tres latas de cerveza. No —me detuve en el tercer peldaño de las escaleras—, mejor tequila. Sí, tequila. Y pide comida, que estos elitistas se alimentan como pajaritos.

Se escuchó su risa en la cocina, tras un enseguida. Por mi parte simplemente me despojé de todo rastro que hubiese podido tener de aquella fiesta, luego me calcé unos pantalones de chándal, una camiseta vieja con agujeros que solía ser de mi padre, y até mi cabello en una ligera cola de caballo.

Cuando volví a bajar, luego de haber entrado al baño a lavarme el rostro y hacer mis necesidades, puesto que venía haciendo control mental desde la mansión Novak para no orinarme encima, volví a bajar las escaleras. El aroma a hamburguesas se coló por mis fosas nasales, y juro que por poco manché mi camiseta con saliva.

—Hamburguesas, listas. Tequila —Rhys puso la botella sobre la encimera —, lista.

—Bien, enciende los parlantes y pon el vinilo número treinta y siete contando desde izquierda a derecha del tercer estante del medio de la biblioteca. Estaré fuera.

Metí la botella de alcohol bajo la axila, y con la bolsa de papel con comida en la mano entré al garaje. Allí abrí el portón de la cochera y preparé todo para ver si de una buena vez encontraba la maldita falla del Jeep.

Dejé las cosas que iba a necesitar listas, le di una gran mordida a mi hamburguesa, tomé un buen sorbo de tequila y saqué del compartimento que tenía guardado en la caja de herramientas, un porro de emergencia.

Comencé a trabajar justo cuando por los parlante daba inicio al maravilloso  —y uno de mis predilectos —álbum de Pink Floyd: The Wall.

Me metí bajo el coche playero esperando ver qué carajos era lo que sucedía con él. Luego de revisar, de intentar arrancarlo, de controlar los frenos y los rulemanes, y ver que el motor estuviese bien, descubrí el problema. Ya había engullido hamburguesa y media, y un cuarto de botella de tequila, cuando oí el ruido de un auto.

Salí de abajo del Jeep y tomé un trapo para limpiarme el sudor y las manchas de aceite de mis manos. Le di una calada al pitillo e intenté ver quién era la persona que había aparcado justo en el garaje de casa.

Me quedé estática en mi lugar cuando reconocí esos pantalones burdeos y ese pelo rojo despeinado lleno de rizos.

—¿Qué haces aquí?

—No deberías haberte ido de la cena, Kye. —Ragnar cerró la puerta de su coche.

—Lo hice para no empeorar las cosas, lo sabes. Lamento si ocasione disturbios en tu hogar, no era mi intención. —suspiré.

—No, ¡joder! No tienes nada que disculparte. No hiciste nada y yo... Yo tampoco. Tuve que haberte defendido, nadie se merece ser tratado así, pero solo fui un... Un...

—¿Cobarde? —aventuré—. Sí, lo fuiste. Pero no por el hecho de no haberme protegido, yo no necesito que nadie me proteja. Fuiste un cobarde por no defenderte a ti mismo. Y aunque me moleste, en el fondo entiendo por qué lo haces.

—¡Pero yo no quiero! ¡No quiero ser un cobarde! —Extendió sus brazos con desesperación—. Estoy harto de esto, de vivir con el miedo de lo que dirá la gente, de saber que no soy tan fuerte como pensaba. Estoy hasta la mierda de las mentiras, de pretender que no estoy al tanto de lo que sucede a mi alrededor... Cansado de este Ragnar Novak , que no conoce de enojos ni tristezas, que a los ojos de todas las personas le hace honores al estúpido apodo de "el chico de oro". Lo odio, odio esto... Me odio. Es tanto el aborrecimiento que me tengo en estos momentos que no tengo ni la suficiente valentía para mirarte a los ojos... Esos faroles que tienes, ¿alguien te ha dicho alguna vez que tus ojos son como universos? —Sonrió al aire sin mirarme.

—Mi padre me lo decía a menudo. —respondí a su pregunta, puesto que me había dejado la boca seca ante su confesión.

—Debió haber sido un hombre muy observador, debe haberte querido mucho. —Sorbió de la nariz, como si estuviese...

—¿Ragnar?

Sus ojos se alzaron. Lloraba. Dos líneas húmedas le recorrían el rostro desde aquellos océanos azules hasta el final de su perfilado mentón.

Jamás había visto llorar a un hombre. De verdad, jamás. Mi padre nunca había llorado, o por lo menos no frente mío. Él siempre me decía que llorar estaba bien, que purificaba el alma y sacaba los pensamientos negativos. Que llorar no era de débiles, que solos los más valientes demostraban sus emociones. Pero jamás lo había visto a él derramar una lágrima, ni siquiera había oído aunque fuese un pequeño vestigio de llanto. Pero supongo que debe haberlo hecho, porque a veces se encerraba cerca de dos horas en su habitación, o salía a "tomar aire", o ponía el disco de The Wall –sí, ese– a tope en el viejo tocadiscos que solía ser de Prince... Y mientras me decía que bailase, que me moviera por toda la sala, él también lo hacía, pero nunca me permitía mirarlo a los ojos. Así que nunca habíamos bailado alguna de esas canciones juntos. Papá solía hacer estas cosas al menos una vez por mes, pero solo hubieron dos ocasiones cuando lo hizo al menos cuatro veces por semana durante tres meses seguidos: cuando murió la abuela y cuando la que alguna vez fue mi madre, nos abandonó.

A Rhys tampoco lo había visto llorar. Porque él podría ser muy cariñoso y atento, pero sus sentimientos eran cosa aparte. En eso nos parecíamos... Algo. Él no los mostraba por aparentar ser fuerte, y yo porque en realidad no los sentía, al menos no al punto de necesitar sacarlo de mi. Porque no me lastimaban, porque había aprendido a vivir con ellos.

Pero ahora... Yo no sabía que rayos hacer. ¿Abrazarle? ¿Contarle un chiste? ¿Ofrecerle tequila, o quizás una mordida del cuarto de hamburguesa que me quedaba por comer? No... No lo sabía. No sabía cómo reaccionar, pero estaba sorprendida, bastante.

—Lo siento, Kye. Yo... No quería incomodarte. —Se secó las lágrimas pero salieron un par más.

—Está bien. Eres más valiente de lo que crees, rojo. Y estas aprendiendo. Uno no puede tirar a la basura de un día para el otro lo que ha sido durante años. Eso lleva tiempo, mucho. Quizás toda una vida, quizás no lo consigas nunca. Pero haber tomado la decisión de dar un paso al costado y decidir ser mejor, ya es bastante. Presentarte aquí y sincerarte, también lo es. Mostrarme tus emociones, así, tan abiertamente... Joder, hasta podría decirte que me has puesto cachonda y todo.

Él río en medio del llanto. Y creo que nunca había oído algo tan lindo como aquel sonido. Era puro sentimiento enjaulado en aquel cuerpo que a la vista era imponente, pero había resultado ser pequeño. Por lo menos para guardar todo aquello que el cargaba.

—He discutido con mi padre, muy fuerte. Y ahora... No sé qué hacer en realidad. Vine aquí porque eres lo único que tengo.

Eso no era cierto, él tenía a Chris y a Brett, sus inseparables mosqueteros, tenía a sus nuevos amigos de la élite rebelde. Pero sobre todo aquello, me había elegido a mí. Y eso sí que no había sabido ocultarlo.

—Pues, podrías empezar por hacer algo que quieras. Cualquier cosa. No estás en la mansión, no estás en el instituto. Este es mi barrio y aquí somos fieles seguidores de la libertad de expresión, al menos la mayoría. Así que te regalo un poco de lo que tengo. Haz lo que quieras. —Me encogí de hombros.

Pensé que se quitaría el saco y comenzaría a bailar, que me pediría de nuevo fumar un poco del pitillo casi consumido junto a la botella de tequila, que gritaría... No lo sé. Esperaba cualquier cosa.

Pero a veces, lo que uno espera no es siempre lo que recibe, y mucho menos lo que quiere o necesita.

Y yo no me había dado cuenta de necesitaba tanto ese momento, sino hasta que, en un par de zancadas, Ragnar me tomó de más mejillas y juntó por fin sus suaves y carnosos labios con los míos.

Entendí que eso era lo que él quería, porque yo también lo hacía, y podría jurar que con la misma intensidad.


¡OMG! El capítulo 25 es un antes y un después en esta historia. ¡Amé escribirlo!

Dedicatoria de hoy, para alguien super especial... ¡Que la disfrutes, mi cielo!

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Les dejo mi editorial @Editorial_Noctem (haremos un especial de Halloween, con concurso y premios incluídos), y mi Instagram (Ethereallgirl).

¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!

Sunset

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