Capítulo 23
Nunca tuve amigos.
Es decir, muchos amigos (o varios), al mismo tiempo. Siempre hemos sido Rhys y yo.
De niña solía ser bastante solitaria, porque incluso en esa etapa de mi vida ya me caracterizaba por ser un desmadre con pies. Papá solía decirme que era porque yo tenía un corazoncillo noble y delicado, entonces los ángeles que me cuidaban alejaban a las personas que podían lastimarme –que al parecer eran muchas–, y por eso no tenía amigos. Él era muy creyente respecto a todas esas convicciones bíblicas y tal. Al fin y al cabo daba clases en un instituto religioso... Supongo que mi yo inocente de hace diez u once años se aferró a tal ilusa y devota idea, así que nunca cuestionó el porqué de aquella situación.
Lo que papá obvió en su momento, es que yo tendría tendencia a adquirir una personalidad complicada que no soportaría a muchas personas por tanto tiempo. No era antisocial como creí por tantos años, solo era una persona común y corriente, con tendencia a lo intenso, a la que le gustaban los cambios. Muchos dirían cobarde, yo diría libre.
Así que, a mis casi dieciocho años, me sorprendió el hecho de caer en la realidad de que ahora tenía amigo"s". Sí, no uno, sino dos.
Me encontraba en la pizzería más corriente de toda california, comiendo una gigante pizza repleta de queso, grasosa y a desbordar de pepperoni, con un sujeto pelirrojo que vestía una camisa importada de carácter informal y un costoso Jaeger-LeCoultre en la muñeca izquierda... Por la cual estaba chorreando queso derretido.
—Tienes queso.
—Si, nunca vi una pizza con tanto queso. —habló Ragnar con la boca llena, cosa que me hizo reír puesto que yo había hecho lo mismo.
—No, idiota. Que tienes queso en la mano.
—¡Ah, joder! —Dejó la pizza y se limpió— ¿Mejor así?
—Diez de diez —asentí.
Había decidido tomarme un pequeño descanso de las pesadas clases de hoy, lunes, y a fuerza de muchísima voluntad logré arrastrar a Ragnar conmigo fuera de Reachmond. Al principio se quejó a montones puesto que no le agradó la idea de saltarse clases, pero nada más llegar a la pizzería su semblante cambió, y no se pudo negar por mucho tiempo a un buen trozo de comida rápida y rellena de amor.
—A que esto es mejor que economía, ¿verdad?
—Calla —rió—. He decidido no opinar, y tampoco cuestionar tus ideas. Al principio parecen malas, pero debo admitir que sabes inclinar la balanza a tu favor.
Hice una especie de reverencia algo tosca y desaliñada, digna de todo menos de la realeza, y seguí comiendo.
—Oye Kye. ¿Haz pensado en que harás cuando las clases terminen?
—Echarme una buena siesta, seguro.
—No —sonrió—. Me refiero a cuando nos graduemos.
Me puse seria y estabilicé mi postura. Me mantuve un rato mirando el borde de la masa que el pelirrojo había dejado sin comer, y finalmente me encogí de hombros.
—¿Eso es todo?
—Vamos —suspiré—. Me conoces, rojo. Poco, pero lo haces. Sabes que no soy de estarme quieta, que me gustan los cambios, que me llena de adrenalina no tener ni el rumbo ni las ideas del todo claros. Pensar a futuro, ahora más que nunca, me da migrañas y me revuelve el estómago.
—Lo sé, si fuese por ti el mundo sería anarquista y correríamos todos desnudos cantando don't worry, be happy, mientras discutimos nuestros ideales de manera pacífica y civilizada, en una especie de bosque eterno sin contaminación ni odio global.
—Ah... Siempre me ha gustado el cuentito de Adán y Eva. Eso de la manzana prohibida, el paraíso, todo el día sin sostén... Es mi favorito de la Biblia —sonreí.
—Tómatelo en serio...
—Tú no lo estás haciendo. Y si lo haces, por favor, déjalo. No quiero hablar de mi futuro, Ragnar. No me preocupa eso ahora. Quiero hablar de fantasías sexuales, de la idea de un multiverso, de la posibilidad de que si cavas un pozo en la Antártida puedes aparecer en China, los libros de Dan Brown... O si crees que Snoop Dogg y Trump pertenecen a una secta Illuminati que manejan las Kardashian —oí su risa breve—. Quiero compartir mis sueños y mis miedos, mis más preciados secretos y todas mis locuras. No quiero cargarme de vibra negativa por responsabilizarme de pensar en un futuro que es incierto. Quiero olvidarme de que seré un adulto, por lo menos hasta que ese momento llegué.
Ragnar me miró en silencio, el trozo de pizza que iba a comerse ya estaba frío. Soltó un suspiro que caló hondo en mi interior, y tras sonreírme con ternura, tomó mi mano y la besó.
—Eres jodidamente asombrosa, mujer.
Me impacté al notar mis mejillas más calientes de lo normal, junto con mis orejas. Ahogué un jadeo y me levanté rápido de la silla.
—Será mejor que nos vayamos... No querrás llegar tarde a literatura. —carraspeé.
—De acuerdo —tomó su chaqueta y se puso de pie—. Vamos, te recuerdo que aún tienes una semana de castigo por delante.
—Te odio...
—No. No lo haces —sonrió.
Cierto... No lo hacía.
Tras volver a Reachmond en su auto, nos dimos cuenta de que llegábamos justos de tiempo para nuestras respectivas clases. Corrimos por los pasillos vacíos, hasta que llegamos al salón que me tocaba.
—Nos vemos por ahí —jadeé cansada por la carrera. Debía cuanto antes decirle a Rhys de volver a salir a correr por las noches.
—Por supuesto. —Besó mi mejilla y se alejó trotando.
—Jodido idiota. —bufé y toqué la puerta.
Tenía dos clases más después del almuerzo. Esta era la primera y el profesor de idiomas no me había dejado entrar... Maldiciendo en voz baja, decidí irme a molestar a Rhys y lograr sacarlo de clases.
Rememoré su horario, sin embargo no recordaba que asignatura tenía ahora. Deambulé durante varios minutos, busqué en todos los salones de clase... Sin embargo nada. Recordé entonces que el peliazul solía ir a la biblioteca a ligar con chicas, antes de empezar a salir con Alana. Tenía pocas esperanzas de encontrarlo, pero de todas formas desvié mi andar hacia allí.
Recorrí los estantes, buscando el rincón que usaba mi mejor amigo para hacer sus asuntos... Y sí, lo encontré manoseándose con una chica que definitivamente no era Alana.
—Joder, eres desastroso. —hablé, ocasionando susto en ambos.
—Mm... Yo me voy.
La chica salió disparada de donde estaba, acomodándose la camiseta toda subida y el pelo desaliñado.
—No voy a decir nada más que el hecho de que debes bajar esa erección.
—Alana y yo estamos peleados.
—Dije que no diré nada. Te espero fuera.
Caminé hacia la salida, y aguardé por Rhys en la puerta, apoyada en la pared del pasillo. Una vez que salió, lo obligué a lavarse las manos antes de hacer cualquier cosa que implicase tocarme. Luego de eso, ambos dirigimos rumbo hacia el campus con algo de beber en la mano que habíamos comprado de pasada.
—¿Te traes algo con Novak, chispita? —preguntó Rhys rato después de habernos sentado en el césped.
—¿Qué? —reí—¿Por qué preguntas?
—Porque últimamente pasas mucho tiempo con él.
—Es mi amigo. —Le di un sorbo a mi bebida.
—Ajá, ¿él lo sabe?
—Dios, Rhys. ¿Qué estás diciendo?
—Pues no te mira como si quisiese ser tu amigo. Y tampoco lo ves así.
—¿Y tú qué sabes? —Bufé.
—Porque conozco esa forma en la que te observa. Kye... No te conviene meterte en ese asunto.
—Joder —me puse de pie—. ¿Me harás un drama ahora? Creo que estoy lo suficientemente preparada como para decidir qué tipo de amistades quiero, ¿no te parece?
—No, no me parece. Puesto que el único amigo que has tenido en la vida, soy yo.
—Si pretendes herirme, no lo estás logrando —me puse de pie—. Eres mi mejor amigo porque nos hemos elegido hace ya varios años, y además porque se que eres de esas personas que jamás me traicionará. Con Ragnar, por raro que parezca, me pasa igual. Él está interesado en mi, él quiere estar a mi lado, me apoya. Y yo me siento bien, tan bien como cuando estoy contigo. Y si es como dices y me estoy equivocando... Bueno, el tiempo dirá. Nos vemos más tarde en lo de Maeve, azulito.
—¿A dónde vas? —me preguntó con una sonrisa ladeada.
—Castigo.
—¡Qué chica más mala!
—¡La peor! —grité de vuelta.
Corrí instituto dentro para evitar atrasarme en mi tarea de hoy. Tenía que estar dos horas limpiando la biblioteca, y cuanto antes terminase, antes podría abandonar este tedioso lugar. Debía limpiar las primeras tres columnas de estantes, en total eran doce. Tenía trabajo de sobra esta semana...
—Joder —bufé casi por cumplir con mi castigo, lanzando un libro viejo al suelo—. ¿Para qué carajos estos pijos tienen semejante biblioteca si no la usan? Pues claro, para aparentar. Porque de leer, mejor ni hablemos.
—¡Oye, que los libros no te han hecho nada! —La voz de Ragnar me sorprendió a mis espaldas—. Y solamente para que sepas, los pijos también leemos, listilla.
—Pues no parece, porque esta biblioteca tiene más polvo del que yo tendré en toda mi vida.
Él rió ante mis palabras, y se puso a ayudarme. Lo miré extrañada.
—¿Qué haces? Tu castigo terminó la semana pasada y no tienes entrenamiento porque te rompí la nariz contra una puerta. —sonreí.
—Qué graciosa eres... Solo vine a ayudarte. Como venganza te acusé con Herworth y ahora me siento culpable.
—Eres jodidamente tierno, rojo. Pero ni te creas que no aceptaré la ayuda solo por el hecho de que me estas poniendo esa cara de cachorro arrepentido. Toma un trapo y comienza por aquella zona —le señalé los estantes a mi derecha.
Ragnar me sonrió de lado y comenzó a sacar polvo de los libros junto a mí.
Tras un rato de buena limpieza, ya estábamos agotados.
—Al final sacaré más músculos gracias a tu castigo, y no con el Lacrosse. —El pelirrojo mostró sus bíceps, recostado en el suelo.
Menudos brazos te tienes escondidos, rojo.
—¿Has pensado en dejarlo? —Se me ocurrió preguntar, para evitar decir una tontería y quedar como una caliente desesperada.
—Sí, muchas veces, pero no quiero hacerlo por ahora Dejar todo lo que es cotidiano en mi vida de un día para otro, porque simplemente deseo ser la mejor versión de mí, solo haría que mis padres terminen por enviarme a un internado lejos de aquí. Iré de a poco-. —sonrió con pena.
—Me parece bien que pienses con la mente en frío. Apresurarte solo sería correr directo a estamparte contra un muro de acero. ¿Cómo la llevas con Molly luego de todo lo que pasó?
—Creo que me haces preguntas para evitar seguir limpiando.
—En parte. Pero aunque no lo creas, me preocupo por ti.
Más de lo que me gustaría.
—Bueno como sabes, ahora tengo los cuernos más grandes que el padre de Bambi...
—¿Has visto Bambi? —interrumpí.
—He llorado con Bambi. —Se sonrojó.
—¡Qué cursi eres! —grité, sin admitir que yo hasta el día de hoy también lloraba en la jodida escena en la que la madre del ciervito moría de un disparo.
—En fin, volviendo a lo de Molly, todo sigue igual. Ella es mi novia y yo finjo que nunca la he visto saltar arriba del pene de un desconocido.
Largué una risa gutural, escondiendo la rabia que me producía haberme enterado la otra noche de que el pedacito de cielo que tenía por amigo había sido cornudo. Molly era una rubia idiota, con el perdón de todas las rubias que no lo eran.
—Bueno, tu eres grande. Ya sabrás lo que haces, solo no quiero que te lastimen.
—Tranquila —me sonrió—. No puede lastimarme si no siento nada más que un cariño amistoso hacia ella.
—Cierto... —murmuré—. Ya tienes a otra en mente.
—Eh... Sí, exacto. ¿Comprendes ahora por que no me molesta... tanto?
—Entiendo. Ya hemos terminado por hoy, rojo. Es hora de que me vaya a casa.
Repentinamente, tenía un humor de mierda. ¿Por que tenía un humor de mierda?
No lo sabía, cuando encontrase una respuesta lógica y coherente a mi idiotez mental quizás podría darle una explicación. No ahora, para mi jodida mala suerte, no la tenía.
En silencio, luego de acomodar los pocos libros que habíamos dejado en el suelo, ambos caminamos por los vacíos pasillos del instituto rumbo a la salida, en un silencio sepulcral.
—¿Estas bien? —preguntó luego de estar parados cerca de un minuto, mirando a la nada.
—Mmm... No lo sé. ¿Algún día me dirás quién esa chica que ronda tu mente?
—Quizás, pero no será hoy.
—Bien. Bueno, adiós. —Me preparé para irme.
—Espera —Ragnar me tomó del codo—. ¿Tienes planes para mañana?
—¿Tú los tienes?
—De hecho, mis padres darán una pequeña reunión de beneficencia en la noche y me gustaría que vinieses.
—¿A una cena de pijos?
—Kye... Debes aceptar algún día que yo también soy un pijo.
—Pero tu eres de los pijos a los que le tomas cariño.
—Habrá champagne y comida gratis. —sonrió.
—La última vez que alguien me dijo eso las cosas no terminaron bien.
—Por favor... —Hizo un puchero.
—¿Tengo que usar un vestido? Porque me veo genial en ellos.
—Puedes usar un vestido. A las nueve en la mansión, di tu nombre, te pondré en la lista.
Sonreí y asentí. Él dejó un beso en mi mejilla y se alejó trotando.
¿Kye Griffin en una fiesta de pijos? Eso será digno de apreciar.
¡Nuevo capítulo! Ya falta menos para los 2k, por ende, menos para la maratón.
Recuerden que pueden votar, comentar y compartir esta historia si les está gustando, eso me hace siempre muy, pero muy feliz.
¡Nos leemos pronto, besitos virtuales!
Sunset
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